23a
semana del
Tiempo ordinario
LECTIO
Primera lectura: 1 Corintios 9,16-19.22b-27
Hermanos: 16 Anunciar el Evangelio no es para mí un motivo de gloria; es una obligación que tengo, ¡y pobre de mí si no anunciara el Evangelio! 17 Merecería recompensa si hiciera esto por propia iniciativa, pero, si cumplo con un encargo que otro me ha confiado, 18 ¿dónde está mi recompensa? Está en que, anunciando el Evangelio, lo hago gratuitamente, no haciendo valer mis derechos por la evangelización. 19 Siendo como soy plenamente libre, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos los que pueda. 22 He tratado de adaptarme lo más posible a todos para salvar como sea a algunos. 23 Y todo esto lo hago por el Evangelio, del cual espero participar.
24 ¿No sabéis que, en las carreras del estadio, todos corren, pero solamente uno alcanza el premio? Corred de tal manera que lo alcancéis. 25 Los atletas se abstienen de todo con el fin de obtener una corona corruptible, mientras que nosotros aspiramos a una incorruptible. 26 Yo, pues, corro no como a la ventura, lucho no como quien azota el aire, 27 sino que disciplino mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, después de enseñar a los demás, quede yo descalificado.
Al igual que en
el capítulo 4, también en éste se ve obligado Pablo a defender no tanto su
propia persona como su obra de
apóstol en medio de la comunidad cristiana de Corinto. No han faltado, en
efecto, algunos que -entre otras cosas- le acusaban de obrar por interés en el
ejercicio de su ministerio, como si buscara alguna recompensa material o, por lo
menos, una afirmación personal. La reacción de Pablo se articula en unos cuantos
pasajes fundamentales.
En primer lugar, afirma que es una «obligación» para él, y no un motivo de gloria, predicar el Evangelio (v 16): emerge aquí la psicología del siervo-esclavo, esto es, del que se ha puesto libremente al servicio de su Señor y no puede sustraerse a esta obligación concreta. Pablo sabe que es un mandado y que no puede hacer huelga en la viña del Señor. Más aún, afirma Pablo:
«¡Y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!» (v. 16b): se sabe sometido constantemente al juicio de Dios, de quien espera todo veredicto de fidelidad o infidelidad. La amenaza que siente pesar sobre él, lejos de quitarle el espíritu de iniciativa, le invita a tomar siempre nuevas iniciativas apostólicas. La única recompensa que espera es la de predicar gratuitamente el Evangelio, que, de manera gratuita, le ha sido confiado (cf. Mt 10,8).En la cima de todas sus preocupaciones está ese santo orgullo que le lleva a decir: «Todo esto lo hago por el Evangelio» (v 23). Es hermoso e instructivo señalar esta total concentración física y espiritual de Pablo en su ministerio, en el que se manifiesta cada vez más generoso, cada vez más desinteresado, cada vez más consagrado (cf también 2 Cor 6,3-10; Flp 3,7-14).
Evangelio: Lucas 6,39-42
En aquel tiempo, Jesús 39 les puso también esta parábola:
-¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? 40 El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro. 41 ¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo? 42 ¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.
La paja o la
mota en la viga: éste podría ser el título del fragmento evangélico que
hemos leído hoy en la liturgia de la Palabra. En efecto, la enseñanza de Jesús
versa sobre este gran contraste y se dirige a sus contemporáneos para ponerles
en guardia contra el peligro de la presunción, que lleva a la ruina,
precisamente como a los fariseos, que, en materia de presunción, no tenían
rival. Estas palabras de Jesús van dirigidas a los discípulos: se trata de una
parábola -escribe Lucas- que no tiene ciertamente necesidad de explicaciones,
porque desmantela con toda claridad la actitud interior propia de quien ejerce
un ministerio de guía respecto a sus hermanos. A contraluz aparece una
insistente invitación de Jesús a la humildad, a la verdadera humildad, en virtud
de la cual el que es guía no se erige en juez de los hermanos, sino que, a lo
sumo, se expone voluntariamente a la recíproca corrección fraterna.
Del discurso parabólico pasa Jesús, de una manera insensible, a un discurso expositivo: «El discípulo no es más que su maestro», y a un discurso provocador: «¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano?... ¿Y cómo puedes decir a tu hermano?... ¡Hipócrita!» (vv. 4lss). La intención de Jesús es suscitar actitudes de vida comunitaria en aquellos a quienes confía su Evangelio, esto es, su propuesta de vida nueva. No hay verdadera espiritualidad cristiana sin la práctica de los mandamientos y, más aún, sin una adhesión total a la novedad evangélica. En labios de Jesús, el discurso sobre la mota y la viga se convierte así en una invitación, más insistente que nunca, a asumir con valor nuestras propias responsabilidades y a no caer en las trampas que, en su tiempo, habían enredado la práctica de los fariseos.
MEDITATIO
En el fragmento evangélico de hoy, sorprende el contraste entre la invitación dirigida al discípulo para que sea como el maestro y la sentencia de hipocresía pronunciada inmediatamente después. Se trata de la tensión en la que vive -y a la que tal vez no logra sustraerse- todo discípulo y todo seguidor de Jesús.
Por un lado, estamos invitados a poner al maestro Jesús frente a nosotros como el único digno de ser escuchado e imitado; al mismo tiempo, nos sentimos invitados a ponernos frente a él como frente a un modelo difícilmente imitable: «El discípulo no es más que su maestro» (v. 40). Sabemos muy bien que no podemos tender a una perfección divina: sería una actitud temeraria, indigna de un verdadero discípulo; sin embargo, estamos invitados a prepararnos bien para seguir lo más cerca posible a nuestro maestro y guía. El jugo de toda esta enseñanza se encuentra aquí: quien ha sido llamado a ser guía de los otros ha de ponerse tras los pasos de Jesús como un discípulo fiel, ha de optar por Jesús como su único guía y ha de perseverar en caminar detrás de él hasta Jerusalén, hasta el Calvario.
En un segundo momento, Jesús censura a los guías ciegos y necios como «hipócritas»: este término tiene en su uso bíblico un sentido más amplio que el que le atribuimos en nuestro lenguaje común. Si bien en ciertas ocasiones, como en Mt 22,18, indica un disimulo voluntario, en otras denota el contraste entre la conducta exterior y el pensamiento interior (cf asimismo Mt 15,7; 23,25.27) o bien, como ocurre en el caso que nos ocupa, censura la falsedad más o menos consciente de aquellos a los que se dirige Jesús. Una falsedad que está tejida de soberbia y rezuma presunción. La advertencia es clara: sólo sabe mandar como es debido quien ha aprendido a obedecer bien; sabe juzgar bien a los hermanos y hermanas en la fe sólo quien se ha vuelto dócil a la escuela del Evangelio y del maestro Jesús.
ORATIO
Servir al Padre fue para ti, Señor, una manifestación de tu amor. Enséñame el verdadero espíritu de servicio, el que marca el camino de la abnegación, de la pobreza, de la persecución, de la obediencia hasta la entrega total de nosotros mismos.
Servir a los hermanos fue para ti, Señor, tu alegría. Enséñame a aliviar las heridas ajenas, a consolar a los afligidos, a hacer vivir a los deprimidos, a calmar a los violentos, a instruir a los ignorantes, a predicar el Evangelio sin presunción y con humildad.
Para ti, Señor, servir fue una opción que orientó tu existencia y cualificó toda tu vida. Enséñame y hazme comprender que para mí tampoco es opcional el servicio, sino que forma parte constitutiva de mi vida de apóstol: servir para llevar a Cristo, como Pablo, al mayor número posible de hermanos y hermanas.
CONTEMPLATIO
Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre, pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada, es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a la suya y no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, él siempre estará atento a tus necesidades.
Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte. Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por eso, debemos darle siempre gracias, amarle, obedecerle y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él.
Él se nos ha dado en alimento: desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa de recibirlo! Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también para ti; mas, para conseguirlo, no hay otro camino que rogar con frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo; más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana y él vendrá a ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda (san Cayetano, Carta a Elisabet Porto, en E Andreu [ed.], Le lettere di san Gaetano, Ciudad del Vaticano 1954, pp. 50ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«¡Y pobre de mí si no anunciara el Evangelio!»
(1 Cor 9,16).
PARA LA LECTURA
ESPIRITUAL
No es fácil hablar de la humildad; para poder hacerlo, es preciso penetrar a través de un muro de incomprensión y de resistencia -por doquier y en todos los tiempos, también en el nuestro-. Nietzsche se erigió en portavoz del pensamiento de muchos cuando atacó con auténtico furor la humildad, en la que él veía la esencia del cristianismo: en su opinión, era la actitud de los débiles, de los fracasados, de los esclavos, que habían convertido su mezquindad en virtud.
Pero ¿qué es en realidad la humildad? Se trata de una virtud que forma parte de la fortaleza. Sólo quien es fuerte puede ser realmente humilde. Su fuerza no se pliega a la constricción, sino que se inclina libremente para servir a quien es más débil, a quien es inferior. Por lo demás, la humildad no puede tener su origen en el hombre, sino en Dios. Dios es el primer humilde. Dios es tan grande, tan fuera de toda posibilidad de que cualquier poder pueda constreñirle, que puede «permitirse» -si se me permite hablar de este modo- ser humilde. La grandeza le es esencial; por consiguiente, sólo él puede arriesgarse a rebajar esta grandeza suya hasta la humildad (R. Guardini, II mes
saggio di San Giovanni, Brescia 1984, pp. 24ss).