Lunes

23ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Corintios 5,1-8

Hermanos: 1 Es cosa pública entre vosotros un caso de lujuria de tal gravedad que ni siquiera entre los no cristianos suele darse, pues uno de vosotros vive con su madrastra como si fuera su mujer. 2 Y vosotros estáis tan orgullosos, cuando deberíais vestir luto y excluir de entre vosotros al que ha cometido tal acción. 3 Pues yo, por mi parte, aunque estoy corporalmente ausente, me siento presente en espíritu y, como tal, he juzgado ya al que así se comporta. 4 Reunido en espíritu con vosotros, en nombre y con el poder de nuestro Señor Jesucristo, 5 he decidido entregar ese individuo a Satanás, para ver si, destruida su condición pecadora, él se salva el día en que el Señor se manifieste.

6 La cosa no es como para presumir. ¿No sabéis que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? 7 Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. 8 Así que celebremos fiesta, pero no con levadura vieja, que es la de la maldad y la perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad.

La primera carta de Pablo a los cristianos de Corinto puede ser considerada como un conjunto de respuestas a otros tantos problemas presentados al apóstol por aquella comunidad. Más aún, todo bien considerado, la respuesta no es múltiple, sino única: Pablo, en efecto, se remonta espontáneamente desde las diferentes problemáticas de la vida eclesial de Corinto al centro de la fe cristiana: el misterio pascual de Jesús.


En el caso que nos ocupa aquí, se trata de un caso de inmoralidad que aflige a la comunidad de Corinto: el asunto es extremadamente grave y no puede ser silenciado. Pero lo que más sorprende es el hecho de que, en vez de acumular prohibiciones o recomendaciones más o menos paternalistas, Pablo se remite al acontecimiento pascual, que, así como ha caracterizado la vida de Cristo, debe caracterizar también la vida de todo cristiano y la vida de cualquier comunidad cristiana auténtica:
«Suprimid la levadura vieja y sed masa nueva» (v. 7). La imagen se deja interpretar más bien con facilidad: tenemos delante el binomio «viejo» / «nuevo», y con él pretende Pablo remover no sólo una especie de pereza espiritual, sino también y sobre todo una adhesión estática y nostálgica a lo que con la venida de Cristo ha sido definitivamente superado. La comunidad de Corinto está amenazada, pues, con permanecer asentada en las posiciones de siempre, perdiendo el ritmo de marcha inaugurado por la presencia de Jesús.

«... pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado. Así que celebremos fiesta» (vv. 7b-8): ésta es la motivación pascual ofrecida por Pablo a una comunidad que debe vivir su propia fe en términos de gloriosa novedad, a fin de celebrar la fiesta superando toda referencia pasiva y servil a un pasado que ha encontrado ahora su plena realización.

 

Evangelio: Lucas 6,6-11

6 Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía atrofiada su mano derecha. 7 Los maestros de la Ley y los fariseos lo espiaban para ver si curaba en sábado, y tener así un motivo para acusarle. 8 Jesús, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre de la mano atrofiada:

-Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?

10 Y, mirándolos a todos, dijo al hombre:

Él lo hizo, y su mano quedó restablecida. 11 Pero ellos, llenos de rabia, discutían qué podrían hacer contra Jesús.

La atención de Lucas vuelve sobre la polémica en torno al sábado; sin embargo, esta vez toma como ocasión una intervención taumatúrgica de Jesús en favor de un hombre que tenía la mano atrofiada y al que el Nazareno le ha restituido una salud perfecta. La acción milagrosa desencadena el espíritu crítico de sus adversarios, como antes había sucedido ya con respecto a la actitud de los discípulos de Jesús, que habían cogido y comido espigas de trigo en día de sábado. El contraste es aún más fuerte, pues una determinada mentalidad farisea hubiera deseado no sólo inmovilizar a los discípulos de Jesús, sino también bloquear la capacidad taumatúrgica del Maestro. Es absurda e inaceptable esta pretensión de los fariseos y de los maestros de la Ley, cuya presencia crítica y maldad de pensamiento señala Jesús. Este lee en el corazón del hombre: tanto en el de quienes le escuchan y le siguen como en el de quienes le espían y quisieran sorprenderle en un fallo.

Una vez realizada la acción taumatúrgica, Jesús se enfrenta a sus adversarios no tanto en el terreno de lo que es lícito hacer en día de sábado como en este otro: «¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?» (v 9). La certeza que anima a Jesús es tal que no espera la respuesta de sus adversarios: la da por descontado, y lo mismo haríamos nosotros si nos atenemos con fidelidad a las indicaciones de su magisterio. Es inútil recordar que lo que Jesús ha hecho y ha dicho desencadena en sus adversarios tal rabia que se juran a sí mismos condenarlo a muerte. Antes de matarlo físicamente lo condenan a muerte espiritualmente: en la raíz de esto encontramos siempre la intolerancia y la violencia.


MEDITATIO

Todo creyente -más aún, toda persona- advierte la necesidad de ver con claridad en el gran tema de la libertad humana. Hay interrogantes que no podemos eludir: ¿qué valor tienen las leyes? ¿Hasta qué punto nos urge la misma Ley de Dios? Y, a continuación: ¿son propiamente iguales todas las leyes? ¿Existe un cierto espacio para una interpretación liberadora? ¿Cómo compaginar en la vida diaria la autoridad con la libertad, la norma escrita con la autodeterminación? Las páginas evangélicas dedicadas al sábado nos ofrecen algunos haces de luz.

La Ley -toda ley- debe ser considerada como don de Dios a su pueblo, tanto al antiguo como al nuevo, incluso a todo hombre y mujer que quiera prestar un oído activo a la Palabra portadora de la verdad. Si conseguimos considerar la Ley, toda ley de Dios, como don, entonces se abre ante nosotros un camino que hemos de recorrer con la libertad más genuina y auténtica. La Ley, toda ley, se nos ofrece como luz para nuestros pasos, como lámpara que ilumina nuestro camino. En consecuencia, es preciso confesar nuestra necesidad de disponer de una luz capaz de iluminar incluso los pliegues más íntimos de nuestro corazón, capaz de hacer luz en los ángulos más oscuros de nuestra vida, capaz de orientar nuestras decisiones en el acontecer de la historia.

La Ley, toda ley, se nos ofrece como pedagogo, es decir, como institución capaz de educarnos en el ejercicio de la libertad: la psicológica, con la que afirmamos nuestra dignidad frente a toda posible reducción a instrumento, y la evangélica, con la que reconocemos el primado de Dios y la prioridad de Cristo en cada una de nuestras decisiones.


ORATIO

Señor Jesús, ¡qué alivio me supone verte obrar con valor siguiendo la nueva ley del amor, a pesar de estar seguro de que tus adversarios habrían de reaccionar de manera negativa! ¡Qué alegría ver tu seguridad, sostenida sólo por tu amor liberador, en contraste con la mezquindad de los fariseos, dirigida sólo a mostrar su impecable observancia! ¡Qué luz supone percibir una nueva Ley respetuosa de la libertad, una autoridad atenta únicamente a la promoción de la libertad de los otros! ¡Qué consuelo oír a Pablo agitar a la comunidad de Corinto para que sustituya la levadura vieja por ázimos nuevos de sinceridad y de verdad!

Oh Señor, libéranos de la ceguera de los fariseos, que por amor a la Ley llegaron a matarte y, para defender sus tradiciones, no tenían escrúpulos a la hora de pisotear al prójimo.


CONTEMPLATIO

Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.

Antiguo según la Ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos.

La Ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como cordero, resucitó como Dios.

Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder de mi diestra (Melitón de Sardes, Homilía sobre la pascua, 2.7, 100-103).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado» (1 Cor 5,7).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La Iglesia -a saber, el conjunto de los cristianos- está llamada a valorar desapasionadamente las situaciones y a rechazar cuanto sofoca al hombre, su dignidad, sus valores. Rechaza, por consiguiente, todo materialismo que pretendiera inspirar un mundo nuevo, aunque sabe reconocer, no obstante, sobre todo en la masa de los hombres que esperan y preparan este mundo nuevo, los auténticos valores que son el reconocimiento del hombre, la solidaridad, el compromiso y el sacrificio. Por otra parte, mientras reconoce y alienta toda auténtica libertad, no deja de poner en guardia, a pesar de todo, contra los peligros de una búsqueda despreocupada, que acaba siempre en beneficio de un número limitado de personas, las cuales subordinan e instrumentalizan prácticamente para sus propios fines a la gran masa, exteriormente libre, pero sustancialmente condicionada y dominada en todos los aspectos de la vida.

La Iglesia se encuentra así -para repetir una definición de Pablo VI- como «conciencia crítica de la humanidad». Por tanto, deberá señalar valerosamente en cada situación las injusticias que deben ser eliminadas y sugerir soluciones más humanas, sintiéndose solidaria con quienes luchan en favor de una mayor justicia para sí mismos y para los hermanos (L. Bettazzi, La Chiesa fra gli uomini, Roma 1972, pp. 27ss [edición catalana: L'Església entre els homes, Publicacions de I'Abadia de Montserrat, Barcelona 1974]).