Martes

21ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Tesalonicenses 2,1-3a.13b-17

1 Sobre la venida de nuestro Señor Jesucristo y el momento de nuestra reunión con él, 2 os rogamos, hermanos, que no os alarméis por revelaciones, rumores o supuestas cartas nuestras en las que se diga que el día del Señor es inminente. 3 Que nadie os engañe, sea de la forma que sea.

13 Dios os ha elegido para que seáis los primeros en salvaros por medio del Espíritu que os consagra y de la verdad en que creéis. 14 A eso precisamente os ha llamado Dios por medio del Evangelio que os hemos anunciado: a que alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. 15 Así pues, hermanos, permaneced firmes y guardad las tradiciones que os hemos enseñado de palabra o por escrito. 16 El mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una esperanza espléndida, 17 os consuelen en lo más profundo de vuestro ser y os confirmen en todo lo bueno que hagáis o digáis.


Pablo entra en materia y hace frente al tema principal, el relacionado con el «Día del Señor», es decir, con la venida última y definitiva de Cristo en gloria. En primer lugar, limpia el campo de ideas equivocadas difundidas por pretendidos profetas sobre la inminencia de este día; le interesa disipar sobre todo el entusiasmo soñador difundido y suprimir todo motivo de agitación que turbe la serenidad en la comunidad. Las ideas engañosas se vencen con las convicciones robustas. Para dar solidez a la comunidad, Pablo recuerda los fundamentos de la vocación cristiana: la elección, la salvación, la santificación del Espíritu, la llamada a través del Evangelio, la espera de la gloria. Los cristianos, por el amor gratuito de Dios, están insertados ya en este proyecto que se está realizando a lo largo de la historia y tendrá su consumación al final. En consecuencia, es necesario permanecer firmes y fieles a las tradiciones, que custodian la memoria viva de Jesús atestiguada por sus primeros apóstoles y, en cuanto tales, constituyen una garantía de verdad.

 

Evangelio: Mateo 23,23-26

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: 23 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Hay que hacer esto, sin descuidar aquello. 24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!

25 ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera el vaso y el plato, mientras que por dentro siguen llenos de rapiña y ambición! 26 ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro el vaso, para que también por fuera quede limpio!


Continúa la serie de los «ayes». Aquí tenemos otros dos. La ceguera de los fariseos y de los maestros de la Ley se manifiesta de modo particular en el legalismo exterior. El primer «ay», vv. 23ss, insiste en la ceguera de quien se preocupa por observar escrupulosamente las prescripciones más minuciosas de la Ley y descuida,a continuación, las exigencias fundamentales de la voluntad de Dios. Los hipócritas, cuando observan la Ley, no piensan ni en amar a Dios ni en amar al prójimo, no se preocupan de las actitudes fundamentales que derivan de este núcleo esencial, no se interrogan sobre la justicia, la misericordia y la fidelidad. Lo único de lo que se preocupan es de la exactitud escrupulosa e incluso obsesiva. «Coláis el mosquito y os tragáis el camello»: la imagen es enormemente acertada (cf v. 24).

En los vv. 25ss, Jesús se detiene en la contraposición entre lo exterior y lo interior. Lo importante es la pureza del corazón, que permite al hombre ver a Dios (cf. Mt 5,8), y no tanto la limpieza exterior, que lleva a la autocomplacencia. El esmero exterior debe ser una irradiación natural de la belleza interior y no una cobertura que esconde un interior «lleno de rapiña y ambición».


MEDITATIO

«Así pues, hermanos, permaneced firmes y guardad las tradiciones que os hemos enseñado de palabra o por escrito». El recurso a la tradición para hacer frente a las dificultades y a las seducciones engañosas del mal podría parecer a alguien una llamada a refugiarse en el pasado, una señal de cierre con respecto a la novedad. Sin embargo, no es así. Pablo es un hombre muy abierto. En efecto, es él mismo quien escribe: «Tomad en consideración todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable» (Flp 4,8).

La apertura no significa, sin embargo, acoger todo de manera indiscriminada: se requiere sabiduría y discernimiento. Juan, por su parte, exhorta a sus destinatarios de este modo: «Queridos míos, no deis crédito a cualquiera que pretenda poseer el Espíritu. Haced, más bien, un discernimiento para ver si viene de Dios» (1 Jn 4,1). La tradición a la que se refiere Pablo no es la farisea, desmenuzada en una masa de preceptos rígidos, sino la transmisión vital del recuerdo de Jesús, un recuerdo vivido con fidelidad creativa en situaciones históricas diversas, un recuerdo que tiene raíces firmes y antenas sensibles para captar los signos de los tiempos.

Nuestra vida no es nunca un novum absoluto, nuestra fe no parte nunca de cero, sino que se inserta en una historia de creyentes que tiene sus orígenes en Jesús y que se ha ido enriqueciendo con la vida de las diferentes generaciones de testigos. No somos ni los primeros ni los últimos, sino continuadores agradecidos, responsables y creativos.


ORATIO

Señor, hoy vivimos en un supermercado de ideas, de religiones, de modas, de prescripciones y etiquetas... No existe una cultura bien definida, no existe una tradición aceptada por todos, no existe una jerarquía precisa de normas y de valores a la que referirnos. Nuestros criterios de discernimiento y de decisión, aplastados bajo el peso de la «prisa», de lo inmediato, se basan con frecuencia en la funcionalidad, en la utilidad y en la eficacia. A menudo nos mostramos también nosotros como los maestros de la Ley y los fariseos hipócritas: trocamos lo esencial por lo marginal, lo importante por lo urgente, el ser por el parecer. Nos preocupamos de un modo con frecuencia exagerado de lo exterior, olvidando la pureza y la belleza interior.

Tú, oh Señor, nos guías y nos hablas continuamente a través de la Escritura, de la tradición viva de la Iglesia, de la historia, de los acontecimientos, de laspersonas; nos hablas sobre todo a través del susurro de tu Espíritu en nuestro corazón. Nosotros, acostumbrados a los truenos y a los relámpagos de los medios de comunicación, no siempre somos capaces de percibir la voz suave en la brisa ligera del viento. Señor, ten paciencia con nosotros: no nos abandones en el caos.
 

CONTEMPLATIO

Luego los reprende por su insensatez, pues mandaban despreciar los mandamientos mayores. A la verdad, antes había dicho lo contrario, a saber, que ataban fardos pesados e insoportables. Pero también lo otro lo hacían, y en realidad todo lo ordenaban a la corrupción de quienes les obedecían, buscando la perfección más acabada en las minucias y desdeñando lo verdaderamente importante. Porque pagáis el diezmo -dice- de la menta y el anís y habéis abandonado lo grave de la Ley: el juicio, la misericordia y la fidelidad. Había que hacer aquello, pero no omitir esto.

Ahora bien, con razón habla así aquí, donde se trata de diezmo y de limosna. Porque, ¿qué daño puede haber en dar limosna? Pero no los reprende de que guarden la Ley, pues tampoco él mismo dice que no se haya de guardar. De ahí que aquí añadiera: Aquello debía hacerse y no omitirse esto. Cuando trata, en cambio, de lo puro o impuro, ya no añade nada de eso, sino que distingue y muestra que a la pureza interior le sigue necesariamente la exterior. Pero no al revés. Cuando la cuestión era sobre actos, al fin, de caridad, pasa indiferentemente por ellos, tanto por ellos mismos como por no ser aún tiempo de suprimir clara y terminantemente la antigua ley (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 73, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Caminar tras los pasos de Jesús conduce siempre a la obediencia al Padre que marca totalmente la vida de Jesús, y sin la cual ésta permanecería absolutamente inaccesible. En esta obediencia echa también sus raíces la particular amistad de Jesús con los hombres, su presencia junto a los marginados y los humillados, los pecadores y los perdidos. La imagen de Dios que brota en la pobreza de la obediencia de Jesús, en el abandono total de su vida al Padre, no es, de hecho, la imagen de un Dios tirano que humilla; tampoco es la imagen de Dios como exaltación del dominio y de la autoridad terrenos. Es la imagen luminosa de Dios que levanta y libera, que introduce a los culpables y a los humillados en un nuevo y prometedor futuro y sale a su encuentro con los brazos abiertos de su misericordia. Una vida tras los pasos de Jesús es una vida que se sitúa en esta pobreza de la obediencia de Jesús. En la oración nos atrevemos a practicar esta pobreza, el abandono sin cálculos de nuestra vida al Padre. De este comportamiento brota el vivo testimonio del Dios de nuestra esperanza en el centro de nuestro mundo.

El precio que debemos pagar por este testimonio es alto, el riesgo de esta obediencia es grande: conduce a una vida con muchos frentes. Jesús no fue ni un loco ni un rebelde, pero es seguro que fue algo parecido a ambos, hasta confundirse con ellos. Por último, fue escarnecido por Herodes como si fuera un loco, y enviado a la cruz por sus paisanos como rebelde. El que le sigue, el que no teme la pobreza de la obediencia, el que no aleja de sí el cáliz, debe contar con ser víctima de esta confusión y de acabar en todos los frentes –y de modos siempre nuevos–cada vez más (Sínodo de Wurzburg, «La nostra speranza», en II Regno documenti 6 [1976]).