Sábado

20ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Ezequiel 43,1-7a

1 Me llevó luego al pórtico que mira al este, 2 y vi que la gloria del Dios de Israel llegaba del este. Producía un ruido semejante al de aguas caudalosas, y la tierra se llenó de su resplandor. 3 Esta visión era como la que tuve cuando el Señor vino a destruir Jerusalén y como la visión que tuve junto al río Quebar. Yo caí de bruces en tierra, 4 mientras la gloria del Señor entraba en el templo por el pórtico oriental.

5 Entonces, el espíritu me arrebató y me llevó al atrio interior. La gloria del Señor llenaba el templo. 6 Oí que alguien me hablaba desde el templo, mientras aquel hombre estaba de pie a mi lado. 7 Me decía:

—Hijo de hombre, éste es el lugar de mi trono, donde pongo las plantas de mis pies y donde habitaré para siempre en medio de los israelitas.


La historia de Israel presentada por el profeta Ezequiel es una historia de infidelidades, pero con un final feliz. Los últimos capítulos del libro (40-48) están decididamente proyectados hacia el futuro, representado por la renovación del templo y de Jerusalén, hasta alcanzar el punto culminante expresado en la frase final que cierra todo el libro:
«Y desde aquel día el nombre de la ciudad será: "El Señor está aquí"» (48,35).

Ezequiel relata una visión. El profeta se encuentra en el atrio exterior y ve llegar la gloria de Dios. El movimiento de la gloria divina, acompañado de fragor y fulgor, toma la dirección de un retorno. Se había alejado de su santuario, saliendo hacia el este, y ahora vuelve del este, yendo hacia el interior, a través de la puerta que mira al este. El fulgor era exactamente como el que había visto el profeta junto a la orilla del Quebar (1,1 ss) y, más tarde, en el momento de la destrucción del templo (10,1-22). Trasladado por el espíritu al atrio interior, ve el profeta una nube de luz que llena el templo, como sucedió en el Exodo (Ex 40,32-36) y en el momento de la consagración del templo de Salomón (1 Re 8,10). La voz divina descifra el significado de esta visión: Dios ha vuelto a reinar en Israel, ha restablecido su trono en el templo; la restauración de Israel es definitiva, la presencia de YHWH en medio de su pueblo será «para siempre» (v 7).

¿Termina aquí la historia de final feliz? No del todo. Nos queda todavía una alegre sorpresa que Ezequiel no conocía: la presencia del Señor tendrá su morada no en un templo, sino en la carne humana, en Jesucristo, el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». El dirá al nuevo pueblo de Dios: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo» (Mt 28,20).

 

Evangelio: Mateo 23,1-12

En aquel tiempo, 1 Jesús, dirigiéndose a la gente y a sus discípulos, les dijo:

2 -En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la Ley y los fariseos. 3 Obedecedles y haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen. 4 Atan cargas pesadas e insoportables y las ponen a las espaldas de los hombres, pero ellos no mueven ni un dedo para llevarlas. s Todo lo hacen para que los vea la gente: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos del manto; 6 les gusta el primer puesto en los convites y los primeros asientos en las sinagogas, 7 que los saluden por la calle y los llamen "maestros". 8 Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "maestro", porque uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 Ni llaméis a nadie "padre vuestro" en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo. 10 Ni os dejéis llamar "preceptores", porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías. 11 El mayor de vosotros será el que sirva a los demás. 12 Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.


El capítulo 23 de Mateo contiene una serie de invectivas contra los fariseos y los maestros de la Ley y marca la cima de la tensión acumulada desde el capítulo 21. Aquí Jesús no se dirige directamente a ellos, sino a la gente y a sus discípulos, poniéndoles en guardia contra un peligro que el Evangelio puede correr siempre en la historia: la discrepancia entre lo que se dice y lo que se hace, entre la enseñanza y el testimonio. La intención de Jesús no es aplastar a personas determinadas o rebatir sus doctrinas, sino denunciar su hipocresía, es decir, la interpretación y la practica aberrantes de una enseñanza en sí justa, condenando su comportamiento orgulloso.

En los vv. 1-4, Jesús desenmascara a los fariseos y a los maestros de la Ley en su actitud de fondo: se apoderan de la autoridad de enseñar, legislan para los otros, pero no hacen lo que dicen. Los vv. 5-7 indican, sin embargo, el motivo de su obrar: «Todo lo hacen para que los vea la gente», cuidan más las apariencias que el ser, les gusta ser honrados y estimados.

En los vv. 8-12, Jesús pasa al «vosotros», interpelando directamente a sus discípulos, a los de entonces y a los de todas las generaciones. Al contrario de la lógica de los fariseos y los maestros de la Ley, la verdadera grandeza en la comunidad cristiana consiste en ser pequeño, y la verdadera gloria, en servir con humildad. La comunidad está formada por hermanos y hermanas, los títulos y los honores son relativos, porque «el Maestro» es sólo Jesús, y «el Padre» es sólo uno, el de los cielos.


MEDITATIO

La página de Ezequiel refleja la línea teológica formada durante el exilio, una línea que se prolongará también tras el retorno: la reconstrucción de Israel implica la restauración del culto centrado en el templo de Jerusalén. El pueblo deberá mantenerse en presencia de Dios con pureza y humildad para recibir las abundantes bendiciones del Señor que proceden de su templo.

El lugar sagrado, así como las fiestas (el tiempo sagrado), constituyen un elemento importante en toda religión, aunque no deben ser convertidos en absolutos, con perjuicio de la actitud interior. Jesús hablará de la adoración «en espíritu y en verdad» en la nueva economía salvífica iniciada con él, verdadero templo, verdadera fiesta, verdadero espacio y momento de encuentro con Dios (cf. Jn 4,23). Además del tiempo y del lugar sagrados, otro elemento importante son las personas sagradas, es decir, las personas con una relación íntima con Dios y que tienen la tarea de guiar a otros a Dios. Los maestros de la Ley y los fariseos hubieran debido asumir este papel, junto con los sacerdotes y otros jefes del pueblo, en tiempos de Jesús. Sin embargo, se limitaban a enseñar, sin dar testimonio, puesto que no hacían lo que decían: y al obrar de este modo sus palabras estaban vacías, carecían de significado y no producían ningún efecto.

La dura crítica lanzada por Jesús sigue siendo actual en nuestros días. «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan», nos recordaba Pablo VI (Evangelii nuntiandi, n. 41), y Juan Pablo II repite: «Cada misionero lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad» (Redemptoris missio, n. 90).


ORATIO

Señor, único Maestro, tuviste palabras severas para los escribas y los fariseos de tu tiempo, que habían usurpado la cátedra de Moisés. Perdónanos si algunas veces, aunque sea de modo inconsciente, nosotros, tus discípulos del tercer milenio, pretendemos ocupar tu sitio, enseñando con soberbia, legislando con arrogancia e imponiendo fardos insoportables a nuestros hermanos y a nuestras hermanas. Con frecuencia nos apoderamos de tu Palabra, transformándola de Buena Noticia de salvación en leyes obligatorias, de comunicación de amor en fórmulas áridas y frías.

Nos gusta ser objeto de estima, de alabanza y de admiración, mientras que tú nos enseñas a servir con humildad. Nos gusta gozar de autoridad y prestigio, mientras que tú nos hablas de rebajamiento de nosotros mismos. Hacemos todavía en nuestras comunidades muchas distinciones entre sexos, colores, edades, nivel cultural, posición social, etc., siendo que tú nos quieres hermanos y hermanas del mismo Padre, condiscípulos del mismo Maestro. Señor, perdónanos y convierte nuestro corazón y nuestras estructuras.
 

CONTEMPLATIO

¿Quién, según tú, es más grande en el Reino de los Cielos? Los discípulos iban discutiendo sobre quién sería el más grande en el Reino de los Cielos, mientras que, a no dudar, a los ojos de Dios es considerado más grande el que se muestra más humilde, como precisamente dice él: «El que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado». Por eso, no injustamente, para acabar con una contienda tan inútil, «Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos"» (Cromacio de Aquileya, Commento a Matteo, en Scrittori dell'area santambrosiana, Roma 1990, vol. II1/2, p. 379).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La humilitas tiene que ver también con el sentido del humor. El que es humilde posee el sentido del humor. Consigue reírse de sí mismo. Se desinteresa de sí mismo. Puede mirarse de una manera serena, porque se ha permitido a sí mismo ser tal como es, una persona de la tierra y del cielo, con defectos y debilidades y, al mismo tiempo, digna de amor y de valor.

Te deseo que el ángel de la humildad te dé el coraje de aceptarte y de amarte en tu dimensión terrena y en tu humanidad. Entonces brotarán de ti esperanza y confianza para todos aquellos con quienes te encuentres. El ángel de la humildad creará a tu alrededor un espacio en el que los otros encontrarán el cora

e para bajar a su realidad y para subir después a la verdadera vida. La humildad [...], entendida como el valor para mirar de frente nuestra propia verdad, es el distintivo de una espiritualidad auténtica. El que se ha vuelto presuntuoso, el que se pone por encima de los otros -que son oprimidos por sus caprichos y por sus necesidades-, no ha encontrado todavía su verdad (Anselm Grün, 50 angeli per accompagnarti durante I'anno, Brescia 2000, pp. 198ss [edición española: Cincuenta ángeles para comenzar el año, Sígueme, Salamanca 1999]).