Jueves

18ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 31,31-34

31 Vienen días, oráculo del Señor, en que yo sellaré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva. 32 No como la alianza que sellé con sus antepasados el día en que los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Entonces ellos violaron la alianza, a pesar de que yo era su dueño, oráculo del Señor. 33 Esta será la alianza que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor: Pondré mi Ley en su interior; la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 34 Para instruirse no necesitarán animarse unos a otros diciendo: «¡Conoced al Señor!», porque me conocerán todos, desde el más pequeño hasta el mayor, oráculo del Señor. Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados.


El retorno de todo Israel a su territorio y el restablecimiento de una vida libre y armoniosa alcanza su cima en la estipulación de la «alianza nueva» (v. 31). Este anuncio, punto culminante de la profecía de Jeremías y, tal vez, de toda la literatura profética, declara que la intervención de YHWH marca un cambio en el curso de la historia. El es el Señor, que, inclinándose sobre Israel, lo ha llevado sobre sus alas (cf. Dt 32,11; Os 11,4) y, con la alianza del Sinaí lo ha constituido en propiedad suya (cf. Dt 32,9). Sin embargo, la infidelidad ha sido constante a lo largo de la vida del pueblo (v 32): Israel se ha mostrado incapaz de observar los mandamientos -leyes de vida-, faltando al compromiso asumido (cf. Ex 24,3; Jos 24,24).

He aquí, pues, la novedad de la intervención de YHwH: la Ley no volverá a ser exterior al hombre, no volverá a estar escrita en tablas de piedra, sino que será interior, estará escrita «en su corazón» (v 33). La fidelidad a esa Ley se lleva a cabo no tanto a través de observancias rituales formales como a través de la interiorización de valores, como la obediencia y el amor, y su actuación. Eso es algo que será posible para todo el mundo, sin distinción: YHWH crea la condición necesaria para ello perdonando el pecado. Se trata de una renovación radical de la persona, de suerte que cada uno se encuentre en condiciones de conocer la voluntad de Dios impresa en lo más íntimo de sí mismo y de ponerla en práctica (v 34a): de este modo, se lleva a cabo la recíproca pertenencia entre Dios y el hombre (v 33c), don de la infinita misericordia divina.

 

Evangelio: Mateo 16,13-23

En aquel tiempo, 13 de camino hacia la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

15 Jesús les preguntó:

16 Simón Pedro respondió:

—Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17Jesús le dijo:

—Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos. 18 Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del abismo no la hará perecer. 19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría.

22 Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a recriminarle:


El evangelio de Mateo marca un giro decisivo a partir del episodio narrado en el fragmento de la liturgia de hoy, en el que Jesús comprueba la comprensión que tienen los discípulos de su identidad (v 15). Si las obras y las palabras de Jesús de Nazaret habían manifestado su misión mesiánica de un modo comprensible a la gente, que reacciona creyendo en él (vv. 13ss), a excepción de los habitantes de Nazaret (cf. 13,53-58), los discípulos, por boca de Pedro, reconocen asimismo su naturaleza divina (v 16).

En esta escena cobra un gran relieve la persona de Pedro. Éste, a la profesión de fe en el Hijo de Dios, le opone, a renglón seguido, el rechazo al Siervo de YHWH (vv. 21 ss). Primero recibe de Jesús una autoridad plena respecto a la comunidad de los discípulos (vv. 18ss; cf los símbolos de las llaves y de las acciones de atar y desatar) y, poco después se le llama «Satanás», puesto que su modo de ver resulta antitético con respecto al de Dios y representa un obstáculo para Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre (v. 23).

Las contradicciones que marcan el discipulado de Pedro (cf. Mc 14,26-31.66-72) otorgan un relieve particular a la obra de la gracia divina en la fragilidad humana: en eso consiste el misterio de la Iglesia, cuyo «jefe» es tal no por méritos personales, sino porque Dios le confía el servicio que lo constituye en punto de referencia para los hermanos. Es Dios quien garantiza la firmeza de la comunidad en la lucha que desarrollan el mal y la muerte contra el amor y la vida (v 18). La confianza respecto a Pedro es plena: sus decisiones las hará suyas Dios (v. 19). Pero el mesianismo sufriente encarnado por Jesús ha sido elegido libremente y es imposible detenerlo: la salvación y la gloria pasan inequívocamente por la cruz (v. 21).


MEDITATIO

La alianza entre Dios y el hombre no se basa en las cualidades y en las actitudes vencedoras del hombre, sino en el don gratuito de Dios. La debilidad humana no representa un obstáculo; más aún, Dios hace comprender al apóstol Pablo que su poder divino se manifiesta precisamente en la debilidad. Tampoco es obstáculo el pecado: Dios es siempre el Padre misericordioso que perdona al pecador, que hasta le sale al encuentro y cancela toda su culpa. El obstáculo es la presunción de ponerse en el sitio de Dios, erigirse en competidor y rival suyo: es la antigua culpa del Génesis que llevó al hombre a hacerse como Dios.

No se nos pide más que acoger el don de la comunión que Dios nos ofrece: es ésta una verdad que debería colmarnos de alegría. Qué arduo resulta, en cambio, estar con las manos abiertas, sin cerrarlas para dominar lo que recibimos, apoderándonoslo y administrándolo como si fuera propiedad nuestra... La altivez satánica relega a la soledad, a la miseria interior, a la separación desesperante. La humildad rica de gratitud por el don inmenso recibido edifica la comunidad. Y nosotros, ¿dónde nos reconocemos?

Dejar aflorar la Palabra que el Espíritu Santo pronuncia en nosotros y nos revela la verdad de Dios y de nosotros mismos... Aprender a iluminar la conciencia, a escucharla y a seguir el soplo de Dios en nuestro corazón... Sintonizar nuestro modo de sentir y de pensar con los de Dios... Simplemente, ser cristianos.


ORATIO

Tú eres aquel que se me ha acercado
y se ha interesado por mí.

Tú eres aquel que me quiere junto a sí
y me ofrece su amistad.

        Tú eres aquel que sabe distinguir entre lo que tiene valor eterno
         y lo que es fruto de la contingencia.

Tú eres aquel que ni se esconde ni se camufla,
que se declara abiertamente y no se echa atrás.

Tú eres aquel que ama para siempre
y que, para no renegar del amor,
acepta sufrir y morir.

«Oh Dios, tú eres mi Dios»:
que yo permanezca en tu amor.


CONTEMPLATIO

Cuando por don de tu gracia, Señor, te busco con todo mi corazón y me alegro de haber aprendido a conocer tu rostro –el único que desea mi rostro–, ¿qué supone, te lo suplico, el hecho de que vuelva a encontrarme de improviso apartado? ¿Acaso no me he convertido a ti, o bien tú estás todavía fuera de mí? Si no me he convertido, conviérteme, Dios de las potencias. Tú, que me has dado el querer, dame el poder, y que se cumpla, en mí y por mí, cualquier cosa que tú quieras. Quiero, oh Dios, hacer tu voluntad, y en los mandamientos abrazo tu Ley, en medio de mi corazón. Existe, no obstante, otra ley tuya, inmaculada, que convierte a las almas, pero no la conozco, Señor; ésta permanece en lo escondido de tu rostro, donde yo no merezco entrar. Si una sola vez me dejaras entrar allí para verla, como la pluma del «escriba que escribe veloz» –tu Espíritu Santo– la transcribiría en mi corazón dos o tres veces, para tener a donde recurrir, y, comprendiendo mis obras, caminaría en la sencillez y la confianza (Guillermo de Saint-Thierry, Dalla meditazione alía preghiera, Magnano 1987, pp. 87ss).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jr 31,33).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

En el texto de Marcos la pregunta no va de los auditores o discípulos a Jesús (como en Jn 1,39; o Mt 11,3). La interpelación viene del Señor mismo y se dirige a quienes le han acompañado un tiempo y han sido testigos de sus gestos y palabras. Pregunta hecha, entonces, no a gente que no lo conoce o que ha tenido poco contacto con él, sino a aquellos que tienen motivo para saber algo de él porque lo han seguido. Son sus discípulos. Es una demanda que invita a una profesión de fe, aunque tal vez no obtenga todavía como respuesta sino la expresión de una duda o de una perplejidad. El lenguaje es directo y no da lugar a escapatorias. Hay más; el interrogante no es hecho a una persona, sino al conjunto de discípulos: ustedes. Pregunta dirigida a un grupo, lo que obliga a una respuesta colectiva también. La profesión de fe será comunitaria, e igualmente la eventual duda o perplejidad.

La interpelación presenta una cierta cadencia. Ella se hace en dos pasos, la pregunta es doble en verdad. La primera cuestión es «¿quién dice la gente que soy yo?». La misión de Jesús ha sido pública, en el ambiente se puede tener y seguramente se tiene una opinión sobre él. Lo preguntado es entonces cómo los discípulos reciben y procesan esa opinión, cómo repercute en ellos lo que dice la gente. Esto es ya una pregunta sobre la fe de los discípulos mismos, porque un aspecto de nuestra propia fe es lo que otros descubren en ella. La opinión sobre Jesús, entonces como ahora, no descansa sólo en lo que las personas ven en él mismo, sino también en lo que perciben en quienes se proclaman sus seguidores. Y, precisamente, capítulos antes Marcos nos ha narrado el envío de los discípulos para cumplir una tarea evangelizadora (6, 6-13). La cuestión es también, por eso, una manera de decir: ¿qué testimonio han dado ustedes de mí?

Este primer interrogante no es una preparación para llegar al segundo. Se trata de una auténtica pregunta sobre la fe de sus interlocutores directos, porque refiriendo lo que otros piensan ponemos siempre de lo nuestro, nos identificamos con esa opinión, tomamos distancia frente a ella o la rechazamos. Además, esto nos puede recordar que la respuesta a la cuestión sobre Jesús no es algo que nos pertenezca en forma privada. Tampoco atañe sólo a la Iglesia. Cristo está más allá de sus fronteras e interpela a toda la humanidad; el Concilio Vaticano II nos lo recordó con claridad. «¿Quién dice la gente que soy yo?» es una pregunta que, precisamente porque escapa a esos linderos, sigue vigente para la comunidad de discípulos de ayer y de hoy. En efecto, es importante para la fe eclesial saber lo que los demás piensan de Jesús y de nuestro propio testimonio como discípulos. Saber escuchar nos llevará a una mejor y eficaz proclamación de nuestra fe en el Señor ante la faz del mundo.

La forma concreta de proclamar el amor gratuito de Dios y su Reino tiene inevitables consecuencias para el orden religioso, social y económico imperante en la época de Jesús. Así lo percibieron quienes buscaron y ordenaron su ejecución (cf. Mc 3,1-6). Las dificultades y la conflictividad que teme Pedro (¡y nosotros con él!) son provocadas fundamentalmente por la misión misma. Esta hostilidad no viene de que el mensaje del Mesías sea político (lo que a todas luces no es, sobre todo en el sentido estricto del término), sino justamente porque es un anuncio religioso que toma la existencia humana entera.

Lo que provoca el rechazo de Pedro es su resistencia a aceptar las consecuencias del reconocimiento de Jesús como el Cristo. Los v. 34 y 35 precisan las condiciones del seguimiento de Jesús. Eso es lo que Pedro recusa. No basta reconocer a Cristo en Jesús; es necesario aceptar lo que eso implica. Creer en Cristo es también asumir su práctica, porque una profesión de fe sin seguimiento es incompleta,; tal como se afirma en Mateo, «no todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre» (7,21). La ortodoxia, la recta opinión exige una ortopraxis, es decir, un comportamiento acorde con la opinión expresada.
 

La práctica del seguimiento mostrará lo que está detrás del reconocimiento del Mesías (G. Gutiérrez, Beber en su propio pozo en el itinerario espiritual de un pueblo, Sígueme, Salamanca 21998, pp. 64-66.69-70).