Jueves

17ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Jeremías 18,1-6

1 El Señor dirigió esta palabra a Jeremías:

2 -Baja en seguida a casa del alfarero; allí te comunicaré mi palabra.

3 Bajé a casa del alfarero, y lo encontré trabajando en el torno. 4 Si se estropeaba la vasija que estaba haciendo mientras moldeaba la arcilla con sus manos, volvía a hacer otra a su gusto. 5 Entonces el Señor me dijo:

6-¿Acaso no puedo yo hacer con vosotros, pueblo de Israel, igual que hace el alfarero? Oráculo del Señor. Como está la arcilla en manos del alfarero, así estáis vosotros en mis manos, pueblo de Israel.


La Palabra del Señor cita a Jeremías en casa del alfarero. La actividad cotidiana del artesano aparece como símbolo del modo de obrar de Dios. El profeta, instruido por la Palabra del Señor, comprende el mensaje que deberá anunciar al pueblo, verdadero destinatario de esta acción simbólica. Como el alfarero, al modelar los utensilios, deshace los que no salen bien y amasa de nuevo la arcilla para hacer otros, así YHWH, que es el Creador y Señor de todos los pueblos, puede eliminar al que no vive según su voluntad. Su juicio es inapelable y no se trata de un gesto autoritario, sino pedagógico: el castigo es una ayuda para comprender el propio error y convertirse. Como la arcilla está en manos del alfarero, así está Israel en manos de Dios. La imagen, además de evocar la idea de la potestad absoluta de Dios respecto al pueblo, sugiere la de su atento cuidado, a fin de que el pueblo viva con rectitud, de modo semejante al del artista, que, al modelar un objeto, pone todo su cuidado para que salga bien.

 

Evangelio: Mateo 13,47-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: 47 También sucede con el Reino de los Cielos lo que con una red que echan al mar y recoge toda clase de peces; 48 una vez llena, los pescadores la sacan a la playa, se sientan, seleccionan los buenos en cestos y tiran los malos.

49 Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos 50 y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.

51 Jesús preguntó a sus discípulos:

52 Y Jesús les dijo:

Cuando Jesús acabó de contar estas parábolas, se marchó de allí.


La parábola de la red que, echada al mar, recoge peces comestibles y no comestibles ahonda en el significado de la parábola de la cizaña. Así como en la red se encuentran peces buenos y malos, también en la comunidad de los discípulos de Jesús hay quien acoge y vive su Palabra, primicia del Reino, y quien la rechaza o se muestra indiferente. La distinción tendrá lugar al fin de los tiempos y corresponde a Dios realizarla (vv. 47-50).

Es importante para los discípulos comprender el misterio del Reino que Jesús les ha revelado mediante las parábolas, o bien entender con la mente y con el corazón la Palabra y vivirla a través de la obediencia de la fe. Es preciso el asentimiento personal del discípulo (v 51), a fin de que siguiendo a Jesús y a ejemplo suyo pueda ser un comunicador y un testigo de toda la voluntad salvífica del Padre, tal como la manifestó en la antigua y en la nueva alianza (v 52).


MEDITATIO

Dios es el Señor de nuestra existencia: ¿lo creemos de verdad? En ocasiones decimos: «Estamos en sus manos», y lo decimos, tal vez, con un tono de resignación, el de quien constata una evidencia a la que no se puede sustraer. Sin embargo, podríamos probar a dejarnos arrebatar el corazón y la mente por esta imagen: estamos en manos del Señor. Manos que calientan y protegen, manos que guardan y apoyan, manos que alientan y que están abiertas para acoger a toda hora. Manos -también- que dejan marcharse a quien no quiere quedarse y que, al final, juzgarán, respetando de todos modos la decisión que cada uno haya tomado. Manos que exhortan, las de Dios, que invitan y tranquilizan. Manos que entregan un tesoro del que extraer riquezas y que es su misma manifestación como amor que se entrega.

Dichosos nosotros si lo comprendemos, cada vez de una manera más profunda, a través de todas las circunstancias de la vida, las duras y las más fáciles. Eso es lo que Jesús intentó decirnos con las parábolas. ¿Lo hemos comprendido?


ORATIO

Gracias, Dios mío, por el cuidado que tienes conmigo: no dejas que me falte nada para que pueda conocerte y responder a tu don de amor. Tú me has creado y me custodias en la vida, una vida que me dejas libre de orientar como quiero. Sin embargo, tú sabes cuál es mi verdadero bien y espías angustiado mis movimientos, sufriendo cuando me cierro al amor. Al final del tiempo mirarás conmigo mi vida, recorriendo sus momentos uno tras otro. Entonces tendrá lugar el juicio.

Gracias, Señor, por hacerme comprender hoy que con el presente preparo el futuro. Con mi presente, vivido en docilidad a ti, a tu don, a tu Palabra.

Gracias, Señor, por tenerme en tus manos.


CONTEMPLATIO

Mientras estemos en esta vida -puesto que nuestra vasija, por así decirlo, es de arcilla recién salida del torno- estamos siendo fabricados a la manera de un alfarero, tanto en lo que toca a la maldad como en lo que corresponde a la virtud. Ahora bien, el alfarero nos fabrica de manera que podamos aceptar tanto el hecho de que se pueda romper nuestra maldad, para convertirnos en una nueva criatura mejor, como el hecho de que nuestro progreso, después que haya tenido lugar, sea reducido a una vasija de arcilla recién salida del torno. Ahora bien, cuando hayamos llegado más allá de esta era presente, cuando hayamos llegado al final de la vida, entonces seremos aquello en lo que nos hayamos convertido, tras haber sido templados o bien con el fuego de las flechas incendiarias del Maligno (Ef 6,16) o bien con el fuego divino -puesto que nuestro Dios es también «un fuego devorador» (Heb 12,29)-. Si, digo yo, nos convertimos, bajo la acción de éste o de aquel fuego, en esto o en aquello, si nos rompen, no podremos ser rehechos ni nuestra condición podrá mejorar. Por eso, mientras estemos aquí, es como si estuviéramos en manos de un alfarero, quien, si la vasija se cae de sus manos, puede ponerle remedio y hacerla de nuevo. Vigílate, pues, a ti mismo, porque mientras estés en manos del alfarero y te encuentres todavía en el acto de ser modelado, no caigas por ti mismo fuera de sus manos. Es cierto que nadie puede cogerse de la mano de Dios; sin embargo, nosotros mismos, por negligencia, podemos caer de sus manos (Orígenes, Omelie su Geremia, Roma 1995, pp. 221ss y 225ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Haznos comprender, Señor, tu Palabra» (cf. Mt 13,51).


PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL

Vino la Segunda Guerra Mundial, con todo el dolor que quedó grabado de manera indeleble en mi memoria. No quise tomar partido sino por el amor y contra el odio. En un país oprimido por la ocupación enemiga, sostuve que los cristianos están obligados a amar a sus enemigos y que defraudarlos sistemáticamente con las pruebas normales y las manifestaciones del amor fraterno es pecado grave. Tuve amigos entre los comunistas y en el Ejército alemán, entre los colaboracionistas, en la Resistencia y entre los voluntarios que combatían contra los rusos en el frente oriental. Eso me trajo a menudo dificultades. Y es que casi todos los que se comprometían personalmente estaban convencidos de que la patria, Europa, Dios, el Orden Nuevo y todos los restantes ideales únicamente podían ser servidos de una sola manera: la que ellos mismos consideraban justa.

Después de la guerra, puse la misericordia por encima del derecho. Mendigué amor para el enemigo derrotado. Defendí a los inermes, a los prisioneros, a los expulsados de sus casas y de sus tierras, a los perseguidos, a los pobres y a los oprimidos. Esto fue el comienzo de mi verdadera vocación. La esencia de mi vocación consiste en enjugar las lágrimas de Dios allí donde llore. Como es natural, Dios no llora en los cielos, donde mora en una luz inaccesible y goza eternamente de su felicidad infinita. Sus lágrimas corren, sin interrupción, por el rostro divino de Jesús, que, aun siendo uno con el Padre celestial, aquí, en la tierra, sobrevive y sufre, está hambriento y es perseguido por los enemigos de los suyos. Las lágrimas de los pobres son las suyas, puesto que Jesús ha querido identificarse enteramente con ellos. Y las lágrimas de Jesús son lágrimas de Dios (W. van Straaten, Dove Dio piange, Roma 1969 [edición española: Donde Dios llora, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1971 ]).