Martes

8ª semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Pedro 1,10-16

Queridos: 10 Sobre esta salvación inquirieron e indagaron los profetas cuando anunciaban la gracia a vosotros destinada. 11 Intentaban así descubrir qué tiempo y qué circunstancias tenía previstas el Espíritu de Cristo, que, actuando en ellos, atestiguaba de antemano los padecimientos de Cristo y la gloria que les seguiría. 12 Les fue revelado que las cosas que ahora os anuncian quienes os proclaman el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo no eran para ellos, sino para vosotros. Cosas que los mismos ángeles desean contemplar.

13 Así pues, manteneos vigilantes; sed sobrios y poned toda vuestra esperanza en la gracia que os traerá la manifestación de Jesucristo. 14 Como hijos obedientes, no os amoldéis a las pasiones de antaño, cuando vivíais en la ignorancia. 15 Por el contrario, sed santos en todo vuestro proceder como es santo el que os ha llamado, 16 pues está escrito: Sed santos, porque yo soy santo.


El Espíritu es el origen único del anuncio que proclama la salvación que nos ha sido entregada en la resurrección de Jesucristo. Actuaba ya en los profetas: les impulsaba a conocer y profetizar el misterio de Cristo, los sufrimientos que debía padecer y la gloria que de ellos se seguiría. Ahora, enviado desde el cielo después de la resurrección, obra en aquellos que predican el Evangelio, en todos los que anuncian que Cristo actúa en la historia para conducir a su pleno cumplimiento, entre la persecución y la confianza, la obra de regeneración de la humanidad llevada a cabo en la resurrección.

Este anuncio encierra tal belleza que constituye la alegría y la admiración de las criaturas angélicas y tiene el poder innato de hacer que los fieles vivan en un clima pascual, «ceñido el espinazo de nuestra propia mente», y vigilen de tal modo que centren toda su esperanza en la gracia que será entregada en la revelación de Jesús, cuando él se manifieste en la gloria. Como ya han pasado de la ignorancia al conocimiento de Dios (cf. Sal 78,6; Jr 10,25; 1 Tes 4,5), ya no pueden amoldarse a deseos vanos, sino que, como hijos obedientes al Padre, que los ha regenerado en Jesús, deben comportarse como él, santos en su conducta. La posibilidad de vivir como el Padre se basa en la participación en su misma vida a través de Cristo y brota de la participación en la vida divina.


Evangelio: Marcos 10,28-31

En aquel tiempo, 28 Pedro le dijo a Jesús:

- Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. 29 Jesús respondió:

- Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la Buena Noticia, 30 recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna. 31 Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros.


Pedro, que se hace eco del asombro de los discípulos ante las reflexiones del Maestro sobre la dificultad del camino hacia el Reino, quiere saber qué va a ser de los que ya están siguiendo al Nazareno. Jesús, respondiendo a la pregunta de Pedro, confirma que Dios no se deja vencer en generosidad. No sólo acoge en su bienaventuranza eterna a los que perseveran por el camino de Cristo, sino que ahora ya, en este tiempo, los admite a gozar de la riqueza de sus dones y de su protección, aunque sean perseguidos.

Marcos, que presenta con más detalle que los otros dos sinópticos los bienes de los que gozan los discípulos en este tiempo, concluye con la máxima sobre los primeros y los últimos en el Reino. Mateo la presenta dos veces (19,30; 20,26) y Lucas la sitúa en otra parte (13,30). En este contexto podemos entenderla como una invitación a la vigilancia contra las falsas seguridades que pueden insinuarse en una vida en la que, pese a las dificultades y los contrastes, nuestra condición existencial general puede distraernos de la conversión permanente.


MEDITATIO

Pedro atestigua que la vida de las comunidades que marchan por los caminos del Señor, aquella que preanunciaron los profetas y en la que los predicadores del Evangelio nos piden que perseveremos, está entremezclada de alegría y dolor, es camino de purificación y de confianza. Jesús mismo promete a quienes le sigan no sólo la vida eterna en el futuro, sino ya ahora cien veces más que todo lo que hayan dejado, junto con persecuciones. Algunas personas se alejan del camino del Señor para gozar de los bienes terrenos. Los que van por este camino experimentan que gozan de esos bienes en abundancia, y no porque los busquen, sino porque les son dados.

La vida en el Reino no está exenta de consuelos dignos de la condición humana.

Vivir con Jesús, que vive en su Iglesia, es compartir su condición de «piedra angular», preciosa para el Padre, aunque rechazada por la humanidad (cf. 1 Pe 2,6ss); es también beber su cáliz, recibir su bautismo.

Sólo tenemos dos manos. Alguien advertía que sobre una había un cero y sobre la otra un uno. Si ponemos el cero detrás del uno, tenemos diez; si lo hacemos al revés, empobrecemos la misma unidad.


ORATIO

Son muchos los propósitos sinceros que siento de amarte, de seguirte con fidelidad, pero naufragan, oh Señor, mientras perdura en mí la ilusión de adherirme a ti, de buscarte al margen de la humanidad pobre y doliente en la que vives. La reticencia mayor aparece en mí cuando intento acogerte en tu Iglesia peregrina, en sus pecadores, en las personas ambiciosas, ávidas de poder, de éxito, de dinero, de prestigio, que se encuentran también entre tus ministros, en sus opciones políticas y en sus titubeos pastorales.

Sé que amas a tu Iglesia, que la lavas con tu sangre y que, a través de tu Espíritu, la conduces a la conversión. Me lo repito siempre, pero cuando debo ser en ella testigo de la misericordia del Padre, que no acepta compromisos, aunque tampoco apaga el pábilo vacilante, me da la impresión de estar siempre al comienzo del camino. Cuando te acojo con sencillez, de verdad, sobre todo en los pobres, en las personas débiles, que no cuentan con apoyo humano, todo es diferente. ¡Ése es tu camino! Concédeme recorrerlo contigo de una manera no selectiva ni arbitraria, en caridad de verdad hasta el final.


CONTEMPLATIO

¿Quién es el hombre que, al oír los distintos nombres del Espíritu, no se levanta con ánimo y no eleva su pensamiento a la naturaleza suprema de Dios? Se le llama, en efecto, Espíritu de Dios y Espíritu de la verdad, que procede del Padre: Espíritu fuerte, Espíritu recto, Espíritu Santo es su denominación adecuada y propia. A él se dirigen todas las cosas que tienen necesidad de ser santificadas, y lo desean todas las cosas que viven según la virtud, que, por su soplo, quedan restauradas y reciben ayuda para la consecución de su fin propio y particular. [...]

Por él se elevan los corazones a lo alto, coge a los débiles de la mano y los aventajados alcanzan la perfección. El, brillando en los que han quedado purificados de toda suciedad, los hace espirituales a través de la comunión que tienen con él.

Y así como los cuerpos muy transparentes y nítidos, al entrar en contacto con un rayo, se vuelven ellos también muy luminosos y emanan por sí mismos un nuevo resplandor, así también las almas que tienen el Espíritu y son iluminadas por él se vuelven asimismo espirituales y reflejan la gracia sobre los demás.

De ahí procede el conocimiento anticipado de las cosas futuras, el ahondamiento en los misterios, la perfección de las cosas ocultas, la distribución de los dones, la familiaridad con las cosas del cielo, el alborozo con los ángeles; de ahí procede la alegría eterna, de ahí la perseverancia en Dios, de ahí la semejanza con Dios y de ahí también -y esto es lo más sublime que podemos desear- la posibilidad de que tú mismo llegues a ser dios (Basilio de Cesarea, Sobre el Espíritu Santo XV, 35ss; en PG 32, 130ss [edición española: El Espíritu Santo, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1996]).
 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Poned toda vuestra esperanza en la gracia que os traerá la manifestación de Jesucristo» (1 Pe 1,13).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

No sé quién -o qué cosa- planteó la pregunta. No sé cuándo fue planteada. No recuerdo qué respondí. Pero una vez respondí que sí a alguien o a algo. A ese momento se remonta en mí la certeza de que la vida tiene un sentido y de que, por consiguiente, la mía, en sumisión, tiene un fin. Desde ese momento supe qué es «no volverse atrás», «no preocuparse por el mañana».

Guiado en el laberinto de la vida por el hilo de Ariadna de la respuesta, hubo un tiempo y un lugar en el que supe que la vida lleva a un triunfo que es ruina y a una ruina que es triunfo, supe que el precio de apostar la vida es el vituperio y que la posible elevación del hombre es el colmo de la humillación. Más tarde, la palabra cora je perdió su sentido para mí, puesto que no podían quitarme nada.

Más adelantado en el camino, aprendí paso a paso, palabra a palabra, que detrás de cada dicho del héroe de los evangelios hay un ser humano y la experiencia de un hombre. Incluso detrás de la oración en la que pidió que se apartara de él aquel cáliz y detrás de la promesa de vaciarlo. Incluso detrás de cada palabra que dijo en la cruz (D. Hammarskjöld, La linea della vita, Milán 1967, p. 142 [edición española: Marcas en el camino, Editorial Seix Barral, Barcelona 1965]).