Viernes

4a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Eclesiástico 47,2-11

2 Como se separa la grasa del sacrificio
salvífico, así David fue separado de entre los hijos de Israel.
3 Jugaba con leones como con cabritos, con osos como con corderos.

4 Bien joven aún, ¿no mató al gigante y quitó así el oprobio de su pueblo,
lanzando con la honda la piedra que abatió la soberbia de Goliat?

5 Porque él invocó al Señor Altísimo, que hizo fuerte su diestra
para matar a un guerrero potente y devolver el honor a su pueblo.

6 Por eso celebraron su triunfo sobre diez mil,
y lo alabaron como bendito del Señor,
ciñéndole una corona de gloria.

7 Porque él destruyó a los enemigos del contorno
y aniquiló a los filisteos, sus adversarios,
machacando para siempre su poder.

8 Por todas sus empresas daba gracias al Altísimo,
con palabras de alabanza;
con todo su corazón le cantó himnos,
mostrando que amaba a su Creador.

9 Puso arpas para el servicio del altar,
para que acompañaran con su música el canto.

10 Dio esplendor a las fiestas
y ordenó perfectamente las solemnidades,
haciendo que alabaran el santo nombre del Señor,
llenando de cánticos el santuario desde el amanecer.

11 El Señor perdonó sus pecados y afianzó su poder para siempre,
le otorgó una alianza real y un trono de gloria en Israel.


El libro del Eclesiástico o del Sirácida, compuesto probablemente a comienzos del siglo II antes de Cristo, era conocido hasta el siglo pasado sólo en su versión griega, realizada antes del año 132 antes de Cristo por un nieto del autor. Se trata de un libro sapiencial, y en su última parte muestra que la Sabiduría de Dios se ha manifestado en la historia de Israel. Entre otros, se habla también de David, presentado como el hombre elegido previamente por Dios para constituir el reino de Israel (v 2).

Las empresas de David están narradas de una forma poética y épica, como empresas de un héroe casi sobrehumano, un héroe que es tal sólo porque ha sido guiado por la mano de Dios. La grandeza de David consiste precisamente en someterse al Señor y en invocar su protección: «Porque él invocó al Señor Altísimo» (v 5), «Por todas sus empresas daba gracias al Altísimo» (v. 8), «Puso arpas para el servicio del altar» (v 9).

Por esta fidelidad que mantuvo, y no por su fuerza de bandolero, le perdonó el Señor sus pecados y le concedió el reino, la victoria y, sobre todo, la descendencia mesiánica (v. 11).


Evangelio: Marcos 6,14-29

En aquel tiempo, 14 la fama de Jesús se había extendido, y el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos y que por eso actuaban en él poderes milagrosos; 15 otros, por el contrario, sostenían que era Elías; y otros, que era un profeta como los antiguos profetas. 16 Herodes, al oírlo, decía:

17 Y es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado. 18 Pues Juan le decía a Herodes:

19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía, 20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.

21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofreció un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea. 22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven:

  • Pídeme lo que quieras y te lo daré.

23 Y le juró una y otra vez:

  • Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.

24 Ella salió y preguntó a su madre:

  • ¿Qué le pido?

Su madre le contestó:

  • La cabeza de Juan el Bautista.

25 Ella entró en seguida y a toda prisa donde estaba el rey y le hizo esta petición:

  • Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.

26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales, no quiso desairarla. 27 Sin más dilación, envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel, 28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.

29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.


La redacción que nos presenta Marcos del martirio de Juan el Bautista es la más extensa, comparada con las de Mateo y Lucas. Nos refiere primero las opiniones de la gente sobre la identidad de Jesús, en respuesta a las preguntas de Herodes (el tema se repite en Mc 8,27ss, donde es el mismo Jesús quien interroga a sus discípulos). Herodes, atormentado por los remordimientos, cree reconocer en el Nazareno al profeta que él había hecho matar (v. 16): así es como queda introducida la narración.

Se habla, en primer lugar, del arresto de Juan a causa de Herodías: el relato entra de inmediato en el meollo, señalando la valiente acusación al rey como causa del martirio del profeta (vv. 18-20). Sigue la narración dramática de las intrigas de Herodías, con la figura de Salomé reducida a instrumento por su pérfida madre (vv. 21-25). Herodes aparece aquí más como un hombre débil que como un malvado, súcubo de su mujer, incapaz de resistir a su instinto. Víctima de su mismo imprudente juramento, debe ordenar contra su propia voluntad la decapitación del profeta (vv. 26-28). Sin embargo, el remordimiento le perseguirá.

El relato se cierra con un toque de piedad: se entrega el cuerpo del profeta a sus discípulos, que le dan sepultura (v 29).


MEDITATIO

La grandeza de un hombre, según los criterios de la Biblia, se mide por su fidelidad a la Ley del Señor. En esto, las figuras, por otra parte tan diferentes, de David y Juan el Bautista pueden ser asociadas.

Fidelidad al Señor significa asimismo claridad de juicio y valor en el testimonio. David muestra su fuerza de ánimo cuando hace frente al gigante y cuando combate a los enemigos de Israel, pero sobre todo cuando reconoce, con humildad, su pecado. Se le recuerda no tanto por haber unificado las tribus de Israel bajo su trono, sino por haberse sometido a la palabra del profeta que le fue dirigida en nombre de Dios. Juan no tuvo miedo ante el poderoso Herodes y no vaciló en pronunciar el juicio que le sugería la inspiración del Señor.

La fe es un don frágil y pesado al mismo tiempo. Frágil, porque basta con poco para ahogarla dentro de nosotros; pesado, porque implica un cambio radical en nuestros criterios y en toda nuestra vida. Ahora bien, la palabra pesado tiene en hebreo la misma raíz que la palabra gloria: la gloria del Señor, que acoge junto a sí a David y al Bautista, es la contrapartida de un «peso» llevado con alegría, porque es «un yugo suave y ligero» (cf. Mt 11,30).


ORATIO

Líbrame, Señor, de la tentación de buscar la gloria humana y de creer en las lisonjas del poder terreno. Son demasiadas las veces que el deseo de sobresalir, de asegurarme privilegios, de entrar en familiaridad con las personas «importantes», me lleva a olvidar la coherencia y la fidelidad a tus enseñanzas.

Señor, hazme firme en la fe. Concédeme el coraje que no tengo. Hazme superar el respeto humano que me impide dar testimonio de ti frente al mundo.

Haz que no vacile ante el deber de elegir. El débil Herodes, la oportunista Herodías, la superficial Salomé, están muy cerca de mí: concédeme, Señor, la fuerza de ponerme de parte de Juan el Bautista, de parte de la verdadera vida. Haz que no tenga más que tu Palabra en mi cabeza.
 

CONTEMPLATIO

El que se mira sólo así mismo vive con poco temor de Dios, no observa la justicia; más aún, la traspasa y comete muchas injusticias; se deja contaminar por las lisonjas de los hombres unas veces por dinero, otras por complacer a quienes le piden un favor que será una injusticia obtenerlo; otras veces, para huir del castigo por la falta que había cometido, será liberado, allá donde la vara de la justicia debía caerle encima. Ese ha obrado como hombre inicuo. [...] ¿Cuál es el motivo? Tener amor propio, que es de donde brotan las injusticias. [...] Y, sin embargo, os digo que quisiera que fuerais justos, que reluciera en vuestro pecho la perla de la justicia (Catalina de Siena, Le lettere, Milán 1987, pp. 393ss [edición española: Obras de santa Catalina de Siena, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1996]).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Por todas sus empresas daba gracias al Altísimo» (Eclo 47,8).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Los periódicos están repletos de noticias alarmantes: corrupción, administradores que no respetan las leyes, juntas que caen, funcionarios envueltos en tormentas de escándalo, instituciones inoxidables corrompidas por la herrumbre de la sospecha. Dichosos vosotros si, en el asedio de los problemas comunitarios que os acosan, en el tráfico de las preocupaciones políticas que os angustian, en la encrucijada de los delicadísimos equilibrios que os mantienen como funámbulos suspendidos en el vacío, sois lo suficientemente testarudos para encontrar el espacio necesario para descongestionaros del afán de las cosas y para reconstruiros, en el interior de la familia, gruesas capas de humanidad. Lo sabéis: el pueblo os propone muchos problemas (la casa, el trabajo, la enseñanza, la salud) para que se los resolváis, y debéis hacerlo dando siempre prioridad a la parte más indefensa de vuestra gente. Con todo, existe la impresión de que, en ocasiones, el timonel de la barca sigue rumbos impuestos por los jeques locales, no por la gente pobre, y que las velas recogen sólo Ios vientos de quienes tienen más resuello en el cuerpo, y no los suspiros de quienes jadean porque carecen de todo.

Tened el coraje de oponeros, pagando incluso con vuestra propia persona, cuando en la distribución de los cargos, en la asignación de las contratas de trabajo, en la elaboración de planes de fabricación, en la destinación de las áreas urbanas, se tienen presentes los intereses de los que están bien y se pisotean los derechos primarios de los que están sumidos en la desesperación o, en todo caso, se suplantan las exigencias de la comunidad. Frente [a la tragedia] que se consuma ante la indiferencia general, ¿cuáles deben ser las actitudes de las personas civiles que apenas quieren comenzar a deletrear el alfabeto de la solidaridad? En primer lugar, es menester denunciar los daños ya ocasionados (A. Bello, Vegliare nella notte, Cinisello B. 1995, pp. 9, 32ss, 164 [edición española: Asoma la esperanza, Ediciones Sigueme, Salamanca 1997]).