Viernes

3a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 2 Samuel 11,1-4a.5-10a.13-17

1 Al año siguiente, en la época en que los reyes suelen ir a la guerra, David envió a Joab, a sus oficiales y a todo Israel, los cuales asolaron el país de los amonitas y sitiaron Rabá. David se quedó en Jerusalén.

2 Una tarde, paseando después de la siesta por la terraza del palacio, vio a una mujer bañándose. Era muy bella. ' David mandó que se informasen acerca de ella, y le dijeron:

- Es Betsabé, hija de Alián, mujer de Urías, el hitita.

Entonces David envió unos a que se la trajeran. 5 La mujer concibió y mandó decir a David:

Joab se lo envió. Cuando llegó Urías, David, le pidió noticias sobre Joab, el ejército y la marcha de la guerra. 8 Después le dijo:

Cuando Urías salió de palacio, se le mandó detrás un obsequio de la mesa real para él. 9 Pero Urías durmió a la puerta del palacio con los guardias de su señor y no bajó a su casa.

10 Comunicaron a David que Urías no había bajado a su casa. Al día siguiente, David le invitó a comer y beber con él y Urías se emborrachó. Al anochecer salió para acostarse junto a los guardias de su señor, pero no bajó a su casa.

" A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio del propio Urías. 15 Decía en ella: «Poned a Urías en primera línea, en el punto más duro de la batalla, y dejadlo solo para que lo hieran y muera». 16 Joab, que estaba sitiando la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes. " Los habitantes de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab; cayeron muchos oficiales del ejército de David, y murió también Urías, el hitita.


El fragmento narra el famoso episodio del pecado de David: la primera parte relata el adulterio (v 2-5); la segunda (w 6ss), el homicidio. La introducción (v 1), que nos muestra el contexto de la guerra contra los amonitas, subraya que, mientras el ejército pone sitio a la ciudad enemiga, David se queda ocioso en Jerusalén: ¿es posible que se encuentre en esta dejadez la raíz del pecado?

En la segunda parte, el pecado se va apoderando cada vez más del corazón del rey y lo arrastra con un ritmo creciente de perfidia. David intenta primero engañar a Urías y ocultar el adulterio (v. 8), pero no tiene éxito en su intento. En efecto, Urías, cumpliendo las leyes de pureza que impedían las relaciones conyugales en el curso de las acciones de guerra, no va a casa de su mujer (vv. 9.13). Ahora no le queda al rey más que el delito: tras ser enviado a primera línea, Urías pierde la vida a mano de los enemigos (v 15-17).

El relato, en su sencillez, es preciso y no muestra ninguna reticencia a la hora de acusar al rey; el libro de las Crónicas, que se muestra más obsequioso con David, calla el episodio.


Evangelio: Marcos 4,26-34

En aquel tiempo, 26 decía Jesús a la gente:

— Sucede con el Reino de Dios lo que con el grano que un hombre echa en la tierra. 27 Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece, sin que él sepa cómo. 28 La tierra da fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. 29 Y cuando el fruto está a punto, en seguida se mete la hoz, porque ha llegado la siega.

Proseguía diciendo:

— ¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? 3' Sucede con él lo que con un grano de mostaza. Cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas. 32 Pero, una vez sembrada, crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.

33 Con muchas parábolas como éstas, Jesús les anunciaba el mensaje, acomodándose a su capacidad de entender. 34 No les decía nada sin parábolas. A sus propios discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado.


El pasaje incluye dos comparaciones destinadas a ilustrar la idea del Reino. La primera (vv. 26-29), que recuerda la parábola del sembrador, compara el Reino con el campesino que, tras la siembra, espera inactivo el crecimiento de la semilla hasta el momento de la siega. Dos son al menos los niveles de lectura de esta breve parábola. La siembra puede representar la predicación del Evangelio, una predicación confiada a los discípulos: Jesús les invita a que tengan paciencia, porque la semilla de la Palabra actúa por su propia virtud y da fruto según modos y tiempos que el hombre no puede conocer ni acelerar a su gusto.

La semilla se desarrolla sin que el campesino sepa cómo, y la tierra produce por sí misma el grano: sólo «cuando el fruto está a punto» (v 29), esto es, cuando el Reino se haya manifestado en su gloria, será necesario volver a ponerse a la obra. Ahora bien, podemos ver también en el sembrador la acción de Dios: ha enviado al mundo su Palabra, ahora espera que dé fruto (cf. Is 55,10ss), y, en el tiempo de la siega, metáfora del juicio final, empuñará la hoz.

La segunda comparación (vv. 30-32) representa el Reino como el grano de mostaza del que nace un gran árbol. También aquí se trata de un mensaje de confianza, un mensaje importante para la comunidad primitiva, que hubiera podido caer en el desánimo. No importa que sus miembros sean pocos y pequeños; es más, la Palabra de Dios dará frutos inconmensurables, aunque no por nuestros méritos, sino por la gracia.

La conclusión (vv. 33ss) retorna el terna del doble lenguaje de Jesús: parábolas para el gran público, explicación en privado sólo para los discípulos.


MEDITATIO

El Señor realiza su designio de salvación, y los hombres son simples instrumentos en sus manos. No nos corresponde a nosotros decidir cuándo y en qué medida dará fruto la semilla: el crecimiento tiene lugar en secreto, mientras nosotros nos ocupamos de otras cosas, y es un crecimiento desproporcionado en comparación con nuestras expectativas. No podemos influir de ninguna manera: ni de modo positivo, acelerando los tiempos; ni de modo negativo, frenando con nuestro pecado la eficacia de la Palabra.

Sin embargo, esto no debe desanimarnos, ni disminuir nuestro compromiso. En realidad, las lecturas de hoy nos envían un gran mensaje de esperanza y de confianza: nos ha sido confiada una tarea para la que somos inadecuados, aunque, a pesar de todo, nuestra colaboración es importante. Sólo debemos abstenemos de sentirnos atosigados por la expectativa del resultado: éste no se encuentra en nuestras manos, no nos corresponde a nosotros medir el efecto, y, tal vez, no veamos nunca los resultados. Sólo al final empuñaremos la hoz: al final de nuestra vida recogeremos el fruto de nuestro trabajo, y la siega será una fiesta alegre si hemos sabido esperar con serenidad, confiados en la obra del Padre.

Confiar en Él, ése es el secreto: sin huir de las responsabilidades y sin maquinar engaños para encubrir nuestras culpas. David creyó haber obrado con astucia y haber enmascarado la traición, pero el Señor ve en lo secreto de los corazones y sabrá intervenir.


ORATIO

Haznos pacientes, Señor, confiados en tu Palabra. A nosotros nos resulta difícil esperar a que llegue el tiempo de la cosecha: quisiéramos ver enseguida el resultado de nuestras acciones, programamos todo de manera detallada y creemos tener bajo control todo el proceso.

Ahora bien, sólo tú sabes el momento en el que tu Palabra mostrará su poder. Sólo tú sabes cuándo llegará el momento de empuñar la hoz. La semilla crece, no por nuestros méritos, sino sólo por tu gracia.

Haznos dóciles, Señor, respetuosos con los tiempos de maduración, respetuosos con los hermanos a quienes hablamos en tu Nombre. Quisiéramos que todos nos siguieran cuando hablamos de ti: tal vez confundamos el testimonio en favor del Evangelio con el éxito de nuestras iniciativas.

Haznos capaces de esperar tu venida, aunque en ocasiones nos parezca que está muy lejana. Atráenos a ti: estamos ansiosos de participar en la gran fiesta de la cosecha en tu Reino.


CONTEMPLATIO

«Plantar» significa evangelizar y atraer a la fe; «irrigar» significa bautizar con palabras solemnes. [...] Si Dios da efecto a la salvación, no hay en ello gloria alguna para el hombre. [...]

«Ahora bien, ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta» (1 Cor 3,7). 0 bien lo plantado puede morir, o bien lo regado acostumbra [a veces] a no llegar a la fecundidad si Dios no le otorga una vida sana. En consecuencia, por lo que respecta al honor divino, nada corresponde al hombre. Sin embargo, en lo que respecta al ministerio, es preciso que reciba el honor como siervo, no como si se esperara algo de él, produciendo ofensa a Dios (Ambrosiaster, Comentario a la primera carta a los Corintios, Roma 1989, pp. 60ss).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Ni el que planta ni el que riega son nada; Dios, que hace crecer, es el que cuenta» (1 Cor 3,7).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Era el tiempo en el que se procedía a una violenta persecución contra todas las religiones en China. Tuve noticias de que muchos obispos, sacerdotes, hermanas y simples fieles estaban en la cárcel o en campos de trabajos forzados. Habían sido condenados por su fe en Cristo. Recuerdo las santas misas que celebré en la habitación de mi albergue. Sólo el jefe de la delegación de la que formaba parte conocía mi identidad sacerdotal. ¡Ay de mí si los chinos la hubieran descubierto!

Sin embargo, me había traído de Hong Kong una botellita de vino, hostias y algunas hojas de papel con las partes móviles de la misa. Me levantaba a las dos o a las tres de la noche y celebraba la misa en la habitación del albergue, con el mínimo de luz, para no levantar sospechas. Ofrecía yo el divino sacrificio por todos los hermanos cristianos chinos que sabía que estaban en la cárcel, en campos de trabajos forzados o en la clandestinidad. Aquellas misas nocturnas me conmovían. Estaba llevando a cabo un gesto misionero en China. Dice el Concilio que la eucaristía es «la fuente y la cima de la evangelización» (PO 5). Es Dios, en efecto, quien evangeliza y convierte los corazones, a través de la obra del misionero, aunque también de modos misteriosos que sólo él conoce. ¿Qué gesto misionero más auténtico puede haber, por consiguiente, que celebrar la misa en la China de la «revolución cultural», cuando estaba prohibido cualquier gesto público de culto? (P. Gheddo, 11 Vangelo delle 7.19, Bolonia 1991, pp. 162ss).