Sábado

6a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 11,1-7

Hermanos: 1 La fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve. 2 Por ella obtuvieron nuestros antepasados la aprobación de Dios. 3 La fe es la que nos hace comprender que el mundo ha sido formado por la Palabra de Dios, de modo que lo visible proviene de lo invisible.

4 Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más perfecto que el de Caín; ella lo acreditó como justo, atestiguando Dios mismo en favor de sus ofrendas, y por ella, aun muerto, habla todavía.

5 Por la fe fue Enoc arrebatado de la tierra sin pasar por la muerte, y nadie lo encontró, porque fue arrebatado por Dios. 6 Antes de ello, en efecto, se dice que había agradado a Dios. Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, porque para acercarse a Dios es preciso creer que existe y que no deja sin recompensa a los que lo buscan.

7 Por la fe, Noé, advertido de cosas que aún no veía, construyó obedientemente un arca para salvar a su familia; por la fe puso en evidencia al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que sólo por ella se consigue.


El capítulo 11 de la carta a los Hebreos es un resumen de toda la historia de la salvación a través de las principales figuras que han sido sus protagonistas. El resumen está hecho desde la perspectiva de la fe, citando a nuestros padres y a nuestras madres en la fe. La carta a los Hebreos, a partir de la historia de los orígenes, pasa revista a los patriarcas, a Moisés y, de un modo más sumario, a los profetas y a los reyes, y llega finalmente a Jesús, que es el «autor y perfeccionador de la fe» (Heb 12,2). «Autor y perfeccionados», como dicen de una manera todavía más elocuente los términos griegos, equivale a «principio y fin»: Jesús es el punto inicial y el punto terminal de esta historia, él es quien permite resumirla, recapitularla de un modo tan sintético y eficaz. Eso significa que la fe de Jesús, la fe que él ha puesto en acto y llevado a su plena realización, obraba ya en todos los personajes bíblicos que, desde el punto de vista histórico, le precedieron.

En el fragmento de hoy se menciona a los tres únicos «justos» que encontramos en la historia de los orígenes de la humanidad, antes de la vocación de Abrahán: Abel, Enoc y Noé. «Por la fe ofreció Abel a Dios un sacrificio más perfecto que el de Caín; ella lo acreditó como justo. Por la fe, Noé, advertido de cosas que aún no veía, construyó obedientemente un arca para salvar a su familia; por la fe puso en evidencia al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que sólo por ella se consigue» (vv 4.7). ¿En qué consiste la justicia en estos dos casos? La justicia es un comportamiento particular, diferente y contrario respecto al del mundo, un comportamiento que se inspira en algo que, de momento, permanece todavía invisible. La justicia del hombre se basa en la capacidad de ver más allá de lo visible.

La historia de los orígenes, narrada en Gn 1-11, persigue un proyecto, el de volver a trazar la génesis y los desarrollos del pecado humano, de una injusticia cada vez más propagada: desde Adán y Eva a Caín, a Lamec, a los «hijos de Dios», al diluvio, a Cam, a Babel. Sólo de quien sabe mirar, más allá del pecado humano, a la gracia de Dios que lo previene y lo perdona, sólo de quien no se deja seducir por el aparente señorío de las fuerzas del mal, sólo de una persona así se puede decir que es un hombre de fe y, por consiguiente, capaz de marcar su vida con la impronta de un comportamiento contrario respecto al del mundo: la justicia.

 

Evangelio: Marcos 9,2-13

En aquel tiempo, 2 Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. 3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. 4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.

5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

-Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.

7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:

-Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.

8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos. 9 Al bajar del monte, les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos.

10 Ellos guardaron el secreto, pero discutían entre sí sobre lo que significaría aquello de resucitar de entre los muertos. 11 Y le preguntaron:

-¿Cómo es que dicen los maestros de la Ley que primero tiene que venir Elías?

12 Jesús les respondió:

-Es cierto que Elías ha de venir primero y ha de restaurarlo todo, pero ¿no dicen las Escrituras que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? 13 Os digo que Elías ha venido ya y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él.


El relato de la transfiguración de Jesús que nos ofrece Marcos presenta una gran variedad de contenidos y de alusiones simbólicas: el monte alto, el rostro brillante, la conversación con Elías y con Moisés, las tiendas, la nube que hace sombra, la voz del cielo. Casi todos estos elementos remiten al Exodo y a la experiencia mosaica. El «monte alto» (v 2), por ejemplo, alude al monte y a la teofanía del Sinaí.

Marcos, es cierto, no dice que su «rostro brillaba como el sol», como hace Mt 17,2, sino que se limita a decir que «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador». Sin embargo, también él conviene en lo esencial; a saber, que Jesús «se transfiguró» (v. 2), cambió de aspecto, y esto puede ser puesto también en relación con la piel del rostro de Moisés, que se ponía radiante después de cada encuentro con Dios.

La conversación con Elías y Moisés nos remite, además de a los representantes de los profetas y de la Ley, a los dos únicos personajes bíblicos que tuvieron experiencia de una teofanía en el Horeb. Todas estas alusiones al Exodo nos dan a entender que la experiencia de Jesús ha sido releída, reinterpretada, a la luz de las Escrituras, según el principio fijado por el mismo Jesús, que se muestra conversando con Elías y Moisés.

Con todo, no debemos perder de vista que la experiencia de Jesús es altamente personal: su transmisión, a buen seguro, ha tenido lugar a través del simbolismo de la teofanía sinaítica, pero la transfiguración, en cuanto acontecimiento histórico, sigue siendo un hecho único e irrepetible. En el momento preciso en que Jesús revela a los discípulos su destino de Mesías sufriente y crucificado, recibe de lo alto, del Padre, una confirmación singular de su vocación y de su misión. Justamente su obediencia a la voluntad de Dios es lo que transfigura su humanidad y la vuelve transparente al esplendor de la gloria.


MEDITATIO

El pasaje de la carta a los Hebreos que hace el elenco de nuestros padres en la fe a lo largo de todo el Antiguo Testamento va precedido sobre todo de una definición extremadamente sintética y sugestiva de la fe: «La fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve». «Fundamento»: es decir, sustancia, puesta en acto, anticipación de las cosas esperadas, casi como si, a través de la fe, las cosas esperadas fueran ya actuales, como si ya las poseyéramos, aunque todavía de una manera imperfecta, pues de otro modo dejarían de ser esperadas. «Prueba»: es decir, experiencia, carácter tangible, verificable de las cosas que aún no vemos, como si, a través de la fe, las cosas invisibles estuvieran ya presentes, ya fueran observables, aunque de una manera especulativa y enigmática, pues de otro modo ya no serían invisibles.

Esta doble definición de la fe que leemos en la carta a los Hebreos es muy importante también para comprender el misterio de la transfiguración de Jesús. En efecto, en la transfiguración de Jesús, la gloria futura, la gloria esperada, se presenta ya como poseída, en virtud de una singularísima anticipación. Y las realidades invisibles -la contemporaneidad de Moisés, Elías y Jesús en el Reino de los Cielos, por ejemplo- pueden ser experimentadas ya bajo nuestra mirada. Pero todo esto en la fe: la fe de Jesús, se entiende, aunque también la nuestra. En la vida de los discípulos, como ya ocurrió en la del Maestro, se pueden dar momentos de una anticipación real de la gloria a la que estamos destinados, de una experiencia real de las cosas invisibles. Depende de la gracia de Dios y depende de nuestra fe, esa fe de la que los patriarcas y los profetas nos dieron ejemplo, y cuyo «autor y perfeccionador» es Jesús. Tal vez en nuestra pobre experiencia de fe hayamos recogido sólo algunas pocas chispas capaces de iluminarnos sobre la verdadera identidad de Jesús. Tal vez descendamos del encuentro con él en el monte conservando todavía en el corazón algunas preguntas. Con todo, esas chispas, preciosas, pueden iluminar las dudas. Más aún, pueden ir esclareciendo, paso a paso, la marcha fatigosa de toda una vida, hasta el momento en que veamos las cosas que ahora no vemos y estemos ciertos de las que ahora esperamos.


ORATIO

Señor Jesús, tú has llamado bienaventurados
a aquellos que no te han visto
y, sin embargo, han creído.

A los que te han precedido en la fe
desde los días de Abel el justo
y a nosotros, que te hemos seguido
en la gracia de tu resurrección.

Concédenos, Señor, esa fe
capaz de trasladar montañas,
de superar cualquier impedimento;
capaz de ver lo invisible
y de dar fundamento a la esperanza.

En el Jordán, sobre el Tabor, sobre el Calvario,
hemos visto también tu gloria,
gloria de Hijo unigénito
lleno de gracia y de verdad.


CONTEMPLATIO

Me alegro de que muestres prontitud para custodiar sin ningún vicio de perfidia la verdadera fe, sin la cual no sólo es absolutamente imposible que nos ayude la conversión, sino que ni siquiera puede existir. La autoridad del apóstol dice además que «sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb 11,6). La fe es el fundamento de todos los bienes. La fe es comienzo de la salvación del hombre. Sin ella, nadie puede pertenecer al número de los hijos de Dios, porque sin la fe ni en este mundo se consigue la gracia de la justificación, ni en el futuro se poseerá la vida eterna, y si alguien no camina aquí en la fe no llegará a la visión. Sin fe, todo trabajo del hombre está vacío. El que pretende agradar a Dios sin la verdadera fe, a través del desprecio del mundo, es como el que yendo hacia la patria en la que vivirá feliz deja el sendero recto del camino e, incauto, sigue el equivocado, con el que no llega a la ciudad bienaventurada, sino que cae en el precipicio; allí no se concede la alegría a quien llega, sino que se da la muerte a quién en él cae (Fulgencio de Ruspe, Le condizioni della penitenza. La Fede, Roma 1986, pp. 11 lss).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Todavía no habéis visto a Jesucristo, pero lo amáis;
sin verlo, creéis en él
y os alegráis con un gozo inefable y radiante»
(1 Pe 1,8).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Todos los evangelios son una exhortación a creer. La gran pregunta que hace Jesús a través de los evangelios es ésta: «¿Creéis? ¿Crees?». El Credo con el que la Iglesia responde a esta pregunta es una realidad epocal, extraordinaria. Es la única respuesta adecuada [...] Es él, el unigénito del Padre, quien está ahora frente a los hombres y dice: «Rendíos, reconoced que yo soy Dios» (Sal 46,11). No les ruega, no mendiga ni la fe ni reconocimientos, como tantos pseudoprofetas y fundadores de religiones vacías. La suya es una palabra plena de divina autoridad. No dice: «Creedme, os lo ruego, escuchadme», sino que dice: «Sabed que yo soy Dios». Lo queráis o no, lo creáis o no, yo soy Dios [...].

Abramos el escriño de nuestro corazón y ofrezcamos a Jesús nuestra fe como don. «Corde creditur»: con el corazón se cree, el corazón está hecho para creer. Si nos parece que está vacío, pidamos al Padre que lo llene de fe. «Nadie puede venir a mí -dice Jesús– si no le atrae el Padre» (Jn 6,44). «¿No te sientes atraído aún? Ora para ser atraído» (san Agustín) L...]. La mejor fe es la que se obtiene de la oración, más que del estudio (R. Cantalamessa, Gesú il santo di Dio, Cinisello B. 31991, pp. 71 ss. [edición española: Jesucristo, el Santo de Dios, Ediciones San Pablo, Madrid 1991]).