Sábado

4a semana del
Tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: Hebreos 13,15-17.20ss

Hermanos: 15 Así pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre.

16 No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente, porque en tales sacrificios se complace Dios. 17 Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues tienen que cuidar de vosotros y rendir cuentas a Dios. Procurad que puedan cumplir este deber con alegría y no con lágrimas, ya que otra cosa nada os beneficiaría.

20 El Dios de la paz, que resucitó a aquel que por la sangre de la alianza eterna vino a ser el gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, 21 os haga aptos para el cumplimiento de su voluntad con toda clase de obras buenas. Que él mismo realice en nosotros lo que le agrada, por medio de Jesucristo, a quien corresponde la gloria por siempre. Amén.


El autor de la carta a los Hebreos alterna, en la conclusión, la catequesis (vv. 12-15) con la exhortación (vv. 16ss) y la oración (vv. 20ss). Sin embargo, el centro vivificador de estos versículos es uno solo: el misterio pascual de Cristo. Él es
«el gran pastor de las ovejas» (v 20); es el Mesías esperado que, en virtud de su propia sangre, se ha convertido en mediador de una alianza eterna de vida y de paz entre nosotros y Dios. De aquí brota la novedad fundamental del culto cristiano, del que ha tratado la carta: por medio de Jesús, toda la vida del creyente puede llegar a ser ofrenda agradable a Dios.

El sacrificio de alabanza se prolonga y se acredita a través del sacrificio cotidiano de la caridad activa y de la dócil sumisión a quien guía a la comunidad por los caminos del Señor. Esta existencia pascual es don que hemos de pedir y, al mismo tiempo, compromiso que hemos de asumir con responsabilidad; por eso, el autor confía al Padre a los destinatarios de su carta.

Sólo él, en efecto, puede disponer los corazones para acoger el don de manera conveniente, es decir, en colaboración laboriosa con la gracia. La alianza establecida en la muerte y resurrección de Cristo es premisa y garantía de que el Padre escuchará esta oración (vv. 20ss).

 

Evangelio: Marcos 6,30-34

En aquel tiempo, 30 los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. 31 El les dijo:

-Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco.

Porque eran tantos los que iban y venían que no tenían ni tiempo para comer.

32 Se fueron en la barca, ellos solos, a un lugar despoblado. 33 Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron y corrieron allá, a pie, de todos los pueblos, llegando incluso antes que ellos. 34 Al desembarcar, vio Jesús un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.


En este fragmento se transparenta la ternura humana y divina de Jesús. Con ella envuelve a los apóstoles, que regresan entusiasmados de su primera misión: el Maestro comprende su alegría, pero intuye también la necesidad de revigorizar el cuerpo y el alma en la intimidad con él (v. 31a). Por eso les propone una pausa para reposar lejos de la gente, que les apremia constantemente. Sin embargo, también esa gente, que les sigue por todas partes con su propio fardo de penas y de esperanzas, suscita en Jesús una compasión todavía mayor
(cf. v 34). Detrás de aquella multitud de rostros y de historias hay una única necesidad: encontrar el camino de la Vida, el sentido y la meta de la existencia.

Las muchedumbres no tienen quien las guíe con seguridad por este camino. De ahí que Jesús -Camino, Verdad y Vida- tenga piedad de ellos: «Y se puso a enseñarles muchas cosas», saciando su hambre más profunda con la verdad de Dios, un Dios de ternura infinita.


MEDITATIO

La ternura de Jesús se dirige, hoy, a nosotros. Tal vez nos hayamos comprometido a dar testimonio del Evangelio en nuestro ambiente habitual y tenemos necesidad de reposar el espíritu en su Presencia, o tal vez nos reconozcamos en aquellas «ovejas sin pastor», sin meta ni seguridad. Ahora bien, Jesús es «el gran pastor de las ovejas», guía de los pastores y de las ovejas sin pastor: ha entregado su vida para abrir a cada uno -a mí también- un camino seguro al redil del Padre. El mismo es «el Camino, la Verdad y la Vida».

No siempre resulta fácil caminar siguiendo su enseñanza, ni siempre resulta agradable que los responsables de la comunidad cristiana nos lo recuerden en las circunstancias concretas de la vida. Con todo, si acogemos con sincera disponibilidad las indicaciones del Señor, nuestra vida se convertirá en una pascua continua, esto es, en un paso desde la falta de significación del orden cotidiano a la plenitud de significado que éste adquiere cuando la caridad con los otros transfigura cualquier gesto.

Paso desde la inestabilidad de las vicisitudes humanas -pequeñas o grandes- al abandono confiado en Dios que se convierte en obediencia a quien nos guía en su nombre. Paso de una oración formal y bien delimitada a una vida que se transforma en incesante sacrificio de alabanza por medio de Cristo. ¿Es posible todo esto? Sí, la resurrección de Jesús nos atesta la omnipotencia del Padre. ¿Es posible para mí? Sí, si se lo pido y si quiero corresponder sinceramente al don, Dios mismo lo realizará en mí. La ternura de Jesús se dirige, hoy, a nosotros...


ORATIO

Jesús, ternura infinita que nos descubres el rostro de amor del Padre, venimos a ti como ovejas sin pastor: guíanos tú con tu fuerza y tu dulzura a descubrir el camino de la vida a través de la ofrenda total de nosotros mismos a Dios. Transforma hoy nuestra jornada en un incesante sacrificio de alabanza a él y de caridad con los hermanos.

Haz que participemos en tu pascua, muriendo a todo egoísmo y presunción, para vivir en ti como hijos obedientes que cumplen en todo la voluntad del Padre.

A él, fuente de la misericordia, le confiamos por tu mediación nuestra miseria y nuestros deseos: oh Dios, haz de nosotros lo que te plazca, para gloria tuya y bien de todos los hermanos. Amén.


CONTEMPLATIO

El sacramento de la eucaristía purifica de los pecados. Por consiguiente, cuando te sientas manchado y cubierto de fango, frío e indolente, no te alejes de Jesucristo, no intentes abstenerte de este alimento saludable y lanza un grito hacia él, porque no puede dejar de moverse a piedad con los pobres que le invocan. Dile: «Señor, vengo a ti, porque soy un pobre pecador. Sana, oh mi piísimo Salvador, mi alma». Este sacramento robustece el corazón del hombre para obrar grandes cosas, precisamente como el alimento terreno da fuerza para aguantar los trabajos fatigosos. Puesto que no eres nada sin Dios y tienes una extrema necesidad de su gracia, invítale a cenar no por ti, sino por él en favor tuyo. Intenta estrechar una amistad y una verdadera familiaridad con él. Aprende a hablarle: cuéntale tus debilidades, aflicciones y oscuridades.

Intenta recuperar con este alimento divino las fuerzas del espíritu, la devoción, la fortaleza y las otras virtudes. En este sacramento se traslada al hombre del temor a la esperanza, de la condición de siervo a la de hijo, del torpor al amor, de la tristeza a la alegría. La eucaristía, a continuación, mitiga, es decir, comunica suavidad y dulzura espiritual a quien la recibe; caldea, es decir, enciende en nosotros la divina caridad. Este alimento saludable une al alma con Dios. Así como el alimento terreno se transforma en la sustancia de quien lo recibe y se convierte en un solo cuerpo con él, así también, aunque de modo opuesto, el alimento eucarístico convierte en él a quien lo recibe, de modo que le hace deiforme. Nunca se admirará bastante la inefable condescendencia divina, que quiere darse a nosotros como alimento y sostener nuestro cuerpo con el suyo. Él, dándose como alimento a nosotros, quiso procurar nuestra más estrecha unión con él. No podía encontrar un modo de acercar más al alma a sí mismo que este sacramento, en el que precisamente ésta no sólo se une con Dios, sino que llega a hacerse una misma cosa con él (Lanspergio, Sermo III, In solemnitate venerabili Sacramenti, en Opera omnia, t. III, pp. 433-436, passim).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«El Señor es mi pastor; su vara y su cayado me dan seguridad» (cf. Sal 22).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

«La pasión del Señor», escribió León Magno, «se prolonga hasta el fin del mundo». ¿Dónde «está agonizando» hoy Jesús? En muchísimos lugares y situaciones. Pero fijemos nuestra atención en una sola de ellas: la pobreza. Cristo está clavado en la cruz en los pobres. La primera cosa que hemos de hacer, por tanto, es echar fuera nuestras defensas y dejarnos invadir por una sana inquietud. Hacer que entren los pobres en nuestra carne. Darnos cuenta de ellos indica una imprevista apertura de los ojos, un sobresalto de la conciencia [...].

Con la venida de Jesucristo el problema de los pobres ha tomado una dimensión nueva. Aquel que pronunció sobre el pan las palabras: «Esto es mi cuerpo», las dijo también de los pobres cuando declaró solemnemente: «Conmigo lo hicisteis». Hay un nexo bastante estrecho entre la eucaristía y los pobres. Lo que debemos hacer concretamente por los pobres podemos resumirlo en tres palabras: evangelizarlos, amarlos, socorrerlos.

Evangelizarlos: hoy también tienen derecho a oír la Buena Noticia: «Bienaventurados los pobres». Porque ante vosotros se abre una posibilidad inmensa, cerrada, o bastante difícil, a los ricos: el Reino. Amar a los pobres: significa antes que nada respetarlos y reconocer su dignidad. En ellos brilla -precisamente por la falta de otros títulos y distinciones- con una luz más viva la dignidad radical del ser humano. Los pobres no merecen sólonuestra compasión; merecen también nuestra admiración. Por último, socorrer a los pobres: aunque hoy ya no basta con la simple limosna; haría falta una movilización coral de toda la cristiandad para liberar a los millones de persones que mueren de hambre, de enfermedades y de miseria. Esta sería una cruzada digna de tal nombre, es decir, de la cruz de Cristo (R. Cantalamessa, II potere della croce, Milán 1999, pp. 181-189 passim [edición española: La fuerza de la cruz, Monte Carmelo, Burgos 2001]).