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LECTIO

Primera lectura: Josué 24,1-2a.15-17.18b

En aquellos días: 1 Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y oficiales. Todos se presentaron ante Dios. 2 Josué dijo a todo el pueblo:

15 -Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados en Mesopotamia o a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis. Yo y los míos serviremos al Señor.

16 El pueblo respondió:

-Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. 17 El Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto a nosotros y a nuestros padres. Él ha hecho ante nuestros ojos grandes prodigios y nos ha protegido durante el largo camino que hemos recorrido y en todas las naciones que hemos atravesado. 18b Así que también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.


El libro de Josué nana tres acontecimientos: el paso del Jordán y la conquista de la tierra prometida (capítulos 1-12); la distribución del territorio entre las tribus (capítulos 13-21); las acciones con las que concluye la vida de Josué, en particular su último discurso y la asamblea de Siquén (capítulos 22-24). El pueblo ya ha recibido ahora el don de
«una tierra por la que vosotros no habíais sudado, unas ciudades que no edificasteis y en las que ahora vivís; coméis los frutos de las viñas y de los olivos que no habéis plantado» (Jos 24,13): Dios se muestra fiel a la promesa que había guiado y sostenido los pasos de Abrahán, Isaac, Jacob... (cf. Gn 12,7; 26,3; 28,13...)

Josué se despide de Israel y pone al pueblo frente a la responsabilidad de sus propias decisiones. La decisión de adherirse o rechazar a Dios siempre tiene como fundamento la presencia eficaz del Señor. Del mismo modo que en las solemnes profesiones de fe de Dt 6,21-24; 26,5-9 y Neh 9,7-25, también Josué propone a la fe de los presentes el recuerdo de las intervenciones de Dios en favor de su pueblo (w 2-13). Por consiguiente, «escoged hoy a quién queréis servir» (v 15): también podéis rechazar lo que el Señor ha realizado por vosotros (volviendo a los dioses que eran adorados antes de la vocación de Abrahán o escogiendo las divinidades adoradas por los amorreos, a los que vosotros mismos habéis derrotado al conquistar la tierra); por mi parte, yo, con mi casa, escojo y os exhorto a que también vosotros escojáis aceptar la predilección de Dios, sirviéndole «con integridad y fidelidad» (v 14). La asamblea de Israel escoge a Dios, renueva el acto de fe y concluye una alianza (v 16-28).

Josué, al proponer la renovación de la alianza, subraya el momento de la decisión: «hoy» (v 15). La respuesta del pueblo y la estipulación de la alianza siguen la cadencia de la repetición del pronombre de primera persona plural «nosotros», «nuestro» (vv 16-18.21.24.27). Es interesante señalar que tanto la voz de Dios (cf. Nm 14,20-23) como el estudio exegético moderno afirman que quienes sancionaron la alianza en Siquén (v 1) no eran los mismos que atravesaron realmente el desierto, sino que se trata de sus descendientes. Como en todo acto de fe, elque lo realiza hace presente y actualiza para sí la historia de la salvación.


Segunda lectura: Efesios 5,21-32

Hermanos: 21 Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo. 22 Que las mujeres respeten a sus maridos como si se tratase del Señor, 23 pues el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia. 24 Y como la Iglesia es dócil a Cristo, así también deben serlo plenamente las mujeres a sus maridos.

25 Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella 26 para hacerla santa, purificándola por medio del agua y la Palabra. 27 Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida: una Iglesia inmaculada. 28 Igualmente, los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, 29 pues nadie odia a su propio cuerpo; antes bien, lo alimenta y lo cuida como hace Cristo con su Iglesia, 30 que es su cuerpo, del cual nosotros somos miembros.

31 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y llegarán a ser los dos uno solo. 32 Gran misterio éste, que yo relaciono con la unión de Cristo y la Iglesia.


El texto forma parte de un código de comportamiento destinado a la familia de Dios (Ef 5,21-6,9; cf. Col 3,18; 1 Pe 3,1-6). En los tiempos en que fue escrito pudo haber desempeñado una función de respuesta a ciertas acusaciones dirigidas a los cristianos en el sentido de que amenazaban la estabilidad del tejido social, puesto que exigían cierta igualdad entre todos los fieles. A las mujeres se les dice que «respeten a sus maridos» (v 22); los esposos, a su vez, deberán «amar» a sus consortes.

Pero eso no basta. El fragmento se abre y se cierra con una referencia explícita a Cristo y a la Iglesia (vv 21.32). Por otra parte, las exhortaciones, apenas enunciadas, están motivadas desde una perspectiva específicamente cristiana: «como si se tratase del Señor» (v 22), «como Cristo es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia» (v 23), «como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (vv. 25.29). En este caso, «como» no tiene un valor comparativo, sino causal: vivid en la caridad recíproca, «porque» el mismo Señor obró de este modo.

La Iglesia ha encontrado en Cristo a su «salvador» (v 23), al que la hace «santa» y «pura» (v 26), «esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida: una Iglesia inmaculada» (v 27). En el antiguo Oriente había costumbre de lavar y adornar a la novia, que era presentada a continuación al novio por los amigos de la boda. Ahora bien, aquí es el mismo Cristo quien ha lavado a su Iglesia de toda huella de suciedad «por medio del agua y la Palabra» (v 26) -esto es, el bautismo- para presentarla a sí mismo. Esta irresistible belleza de la Iglesia se manifestará espléndidamente en la plenitud de los tiempos, pero Pablo nos asegura que es ya una característica que, aunque todavía sombreada, le pertenece como don. Cristo ha querido realizar personalmente respecto a la Iglesia lo que el Génesis describía como la vocación de todo hombre y de toda mujer (Gn 2,24).

 

Evangelio: Juan 6,60-69

En aquel tiempo, 60 muchos de sus discípulos, al oír a Jesús, dijeron:

-Esta doctrina es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?

61 Jesús, sabiendo que sus discípulos criticaban su enseñanza, les preguntó:

-¿Os resulta difícil aceptar esto? 62 ¿Qué ocurriría si vieseis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? 63 El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 64 Pero algunos de vosotros no creen.

Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar. 65 Y añadió:

66 Desde entonces, muchos de sus discípulos se retiraron y ya no iban con él.

67 Jesús preguntó a los Doce:

68 Simón Pedro le respondió:

69 Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.


Tras la extensa revelación de Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaún, los discípulos muestran su malestar por las afirmaciones «irracionales» de su Maestro, unas afirmaciones difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Jesús, frente al escándalo y la murmuración de sus discípulos, precisa que no hay que creer en él sólo después de contemplar su ascensión al cielo, al modo de Elías y de Enoc, porque eso significaría no aceptar su origen divino, algo carente de sentido, puesto que él, el «Preexistente», viene precisamente del cielo (cf. Jn 3,13-15).

La incredulidad de los discípulos respecto a Jesús, sin embargo, se pone de manifiesto por el hecho de que el «Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (v 63). Juan afirma que tan real como la carne de Jesús es la verdad eucarística. Ambas son un don que tiene el mismo efecto: dar la vida al hombre. Con todo, muchos discípulos no quisieron creer y no dieron un paso adelante hacia una confianza en el Espíritu, no logrando liberarse de la esclavitud de la carne.

A Jesús no le coge por sorpresa esta actitud por parte de los que dejan de seguirle. Conoce a cada hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y su mensaje a través de la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo lo da el Padre. El hombre, que es dueño de su propio destino, siempre es libre de rechazar el don de Dios y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu y no obra según la carne comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. Es a través de la fe como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.


MEDITATIO

El lenguaje de Jesús es duro no porque sea incomprensible, sino porque resulta difícil de aceptar, sobre todo por las consecuencias que implica. La cuestión del «lenguaje» en la transmisión de la fe es importante, pero la realidad de la fe, aunque sea expuesta en el lenguaje más actualizado, será siempre «dura». En estos años se ha introducido la lengua hablada en la liturgia, aunque no por ello han aumentado los que participan. Y no es sólo por una cierta extrañeza cultural del mundo bíblico, sino porque la Palabra resuena con toda su dureza. La Palabra, en su contenido esencial, implica una elección, una alianza del tipo de la propuesta por Josué; implica elecciones no siempre fáciles ni siempre indoloras. Y frente a los compromisos que dan la impresión de echar a perder la vida, nos sentimos tentados, también nosotros los discípulos, a pensar como la mayoría: la Iglesia exagera en sus demandas, quiere complicar la vida, la Palabra ha de ser interpretada, las nuevas condiciones de la sociedad no permiten vivir siguiendo ciertos parámetros del pasado...

A nosotros, a mí, nos dice hoy el Señor, todavía con mayor claridad y dureza, que es preciso estar con él o dejarle. Ahora bien, a nosotros, a mí, nos ha dado hoy el Padre la posibilidad y el atrevimiento de repetir las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna». Somos frágiles, nuestro corazón vacila con frecuencia, nuestra mente duda, pero hemos de repetir constantemente la afirmación de Pedro, porque sólo el Señor tiene palabras de vida eterna.


ORATIO

Dame, Señor, tu Espíritu para que yo pueda comprender tus palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo echar a perder tus realidades, trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía, construirme una fe a mi medida, tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley como una moral de esclavos. Dame tu Espíritu para que no me eche atrás, para que no te abandone en los momentos de la prueba, cuando me parezcas inhumano en tus demandas, cuando el Evangelio, en vez de una alegre noticia, se me presente como una amenaza para mi propia realización, cuando la alianza contigo me parezca una cadena opresora. Tú sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron llegar alguna vez sus lamentos. Santa Teresa de Avila te decía que comprendía por qué tenías tan pocos amigos, dado el trato que les dabas. Con todo, si me dieras tu Espíritu, no digo que no me lamentaré, pero seguramente no te abandonaré, porque estaré arraigado y atado a ti, bien contento de seguirte, aunque quizás con pocos otros. En efecto, «sólo tú tienes palabras de vida eterna».


CONTEMPLATIO

Los que se retiraron no eran pocos; eran muchos. Eso tiene lugar tal vez para consuelo nuestro: puede suceder, en efecto, que alguien diga la verdad y no sea comprendido y que incluso los que le escuchan se alejen escandalizados. Este hombre podría arrepentirse de haber dicho la verdad: «No hubiera debido hablar así, no hubiera debido decir estas cosas». Al Señor le pasó esto: habló y perdió a muchos discípulos, y se quedó con pocos. Pero no se turbó, porque desde el principio sabía quién habría de creer y quién no. Si a nosotros nos sucede algo semejante, nos quedamos turbados. Encontraremos consuelo en el Señor, sin dispensarnos, a pesar de todo, de la prudencia en el hablar (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 27, 8).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Sólo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna» (cf. Jn 6,68b).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La experiencia de los que se encuentran en misión es que sólo rara vez es posible ofrecer el pan que da la vida y curar verdaderamente un corazón que ha sido destrozado. Ni siquiera el mismo Jesús curó a todos, ni tampoco cambió la vida de todos. La mayor parte de la gente simplemente no cree que sean posibles los cambios radicales. Los que se encuentran en misión sienten el deber de desafiar persistentemente a sus compañeros de viaje a escoger la gratitud en vez del resentimiento, y la esperanza en vez de la desesperación. Las pocas veces en que se acepta este desafío son suficientes para hacer su vida digna de ser vivida. Ver aparecer una sonrisa en medio de las lágrimas significa ser testigo de un milagro: el milagro de la alegría.

Desde el punto de vista estadístico, nada de todo esto es demasiado interesante. Los que te preguntan: ¿cuántas personas habéis reunido? ¿Cuántos cambios habéis aportado? ¿Cuántos males habéis curado? ¿Cuánta alegría habéis creado?, recibirán siempre respuestas decepcionantes. Ni Jesús ni sus seguidores tuvieron gran éxito. El mundo sigue siendo todavía un mundo oscuro, lleno de violencia, de corrupción, opresión y explotación. Probablemente, lo será siempre.

La pregunta no es «¿a qué velocidad y cuántos?», sino «¿dónde y cuándo?». ¿Dónde se celebra la eucaristía? ¿Dónde están las personas que se reúnen en torno a la mesa partiendo el pan juntas? Cuándo tiene lugar esto? [...] ¿Hay personas que, en medio de este mundo que se encuentra bajo el poder del mal, viven con la conciencia de que él vive y mora dentro de nosotros, de que él ha superado el poder de la muerte y ha abierto el camino de la gloria? ¿Hay personas que se reúnen alrededor de la mesa y que hacen en memoria suya lo que él hizo? ¿Hay personas que continúan contándose sus historias de esperanzas y que marchan juntas a ocuparse de sus semejantes, sin pretender resolver todos los problemas, sino llevar una sonrisa a un moribundo y una pequeña esperanza a un niño abandonado? (H. J. M. Nouwen, La forza della sua presenza, Brescia 52000, pp. 85ss).