19° domingo
del tiempo ordinario

 

LECTIO

Primera lectura: 1 Reyes 19,4-8

En aquel tiempo, 4 Elías se adentró por el desierto un día de camino, se sentó bajo una retama y, deseándose la muerte, decía:

5 Se tumbó y se quedó dormido, pero un ángel le tocó y le dijo:

6 Elías miró y vio a su cabecera una hogaza cocida, todavía caliente, y un vaso de agua. Comió, bebió y se volvió a dormir. 7 De nuevo, el ángel del Señor le tocó y le dijo:

8 Él se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento anduvo cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.


En tiempos de Elías reinaba Ajab en Israel: el soberano «ofendió con su conducta al Señor más que todos sus predecesores. No contento con imitar los pecados de Jeroboán, hijo de Nabat, se casó con Jezabel, hija de Etbaal –un sacerdote de Astarté–, rey de los sidonios, y dio culto a Baal, adorándolo» (1 Re 16,30ss). A causa de la idolatría que se había extendido en el pueblo, Dios, por boca de Elías, anuncia y envía tres años de sequía. La lluvia vuelve sólo después de que Elías haya avergonzado a los profetas de Baal, mostrando que hay realmente un solo Dios. Jezabel jura vengarse de Elías y le amenaza de muerte: «Elías se llenó de miedo y huyó para salvar su vida» (1 Re 19,3).

Como hiciera Moisés, tras la enésima lamentación del pueblo, se desahoga con el Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué me has retirado tu confianza y echas sobre mí la carga de todo este pueblo? ¿Acaso lo he concebido yo [...]? Yo solo no puedo soportar a este pueblo; es demasiada carga para mí. Si me vas a tratar así, prefiero morir» (Nm 11,11-12.14-15). Elías acaba de comer y pide quedarse solo, alejado también de su criado (1 Re 19,3): no le queda otra cosa más que la invocación desesperada de la plegaria. Huye al desierto del sur para salvar su propia vida; sin embargo, una vez llegado allí, ora, paradójicamente, pidiendo la muerte: en su comportamiento se puede vislumbrar una particular ambivalencia.

La intervención del ángel produce un vuelco de la situación: el enviado de Dios no le habla de huida o de muerte, sino de «levantarse, comer y caminar» (vv. 5.7). Elías continúa huyendo (en efecto, Dios le preguntará: «¿Qué haces aquí, Elías?», deberías encontrarte en Israel), pero la hogaza que recibe es «pan del cielo» (Sal 104,40); el agua recuerda a la recibida como don por Israel cuando acababa de salir de Egipto (Ex 15;17); los cuarenta días y las cuarenta noches recuerdan el tiempo transcurrido en el desierto antes del don de la tierra prometida; «el monte de Dios, el Horeb» (v 8), hacia el que Elías se pone a caminar, es el lugar de las teofanías experimentadas por Moisés (Ex 3-4; 33,18–34,8):ahora ya no se trata de una fuga, sino de un éxodo que le conducirá al encuentro con Dios (1 Re 19,9-18).

 

Segunda lectura: Efesios 4,30—5,2

Hermanos: 30 no causéis tristeza al Espíritu Santo de Dios, que es como un sello impreso en vosotros para distinguiros el día de la liberación. 31 Que desaparezca de entre vosotros toda agresividad, rencor, ira, indignación, injurias y toda suerte de maldad. 32 Sed más bien bondadosos y compasivos los unos con los otros y perdonaos mutuamente, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.

5,1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos. 2 Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios.


¿Le es posible a un hombre
«hacer del amor la norma de su vida» (cf v 2)? Sí, gracias al hecho de haber recibido como don en el bautismo el sello del Espíritu Santo que había sido prometido (cf. Ef 1,13; 4,30): es ésta una «idea fija» de la carta a los Efesios. El Espíritu se hace presente de un modo tan personal y respetuoso de la libertad que las decisiones del cristiano pueden «causarle tristeza» (v. 30). En el orden concreto, las cosas que disgustan al Espíritu enumeradas en el pasaje son aspectos que podemos encontrar en otros pasajes del Nuevo Testamento (por ejemplo, en Rom 1,29-31; Gal 5,19-21) o incluso en las obras helenísticas de tema moral. La «maldad» es la raíz que provoca toda división y todo mal; vibra interiormente en la «agresividad, rencor, ira»; se precipita contra los hermanos con la «indignación» y las «injurias» (v 31). En este contexto se refiere Pablo, de modo particular, a los vicios que resquebrajan la vida comunitaria.

El crecimiento de la caridad pasa de la «bondad» a la «compasión» y a la cumbre del «perdón mutuo» (v. 32).

Entre las quince características de la caridad citadas en el «Himno a la caridad» (1 Cor 13,4-7), hay ocho negativas (lo que no hace la caridad: «No tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia») y otras seis que tienen que ver con la caridad en acción: «Todo lo aguanta» («es paciente y bondadosa [ ..] Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta»).

¿Qué es lo específico del perdón cristiano, dónde está el límite ante el que podríamos pretender detenernos? «A cada uno de nosotros, sin embargo, se le ha dado la gracia según la medida [literalmente, el metro] del don de Cristo» (Ef 4,7); «Los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Y vosotros «sed misericordiosos como también es misericordioso vuestro Padre» (Lc 6,36; cf. Mt 5,48). Así es para Juan (cf. 1 Jn 3,16), para Pablo (cf. Gal 2,20), para cada cristiano que quiera ser causa de alegría para el Espíritu Santo.

 

Evangelio: Juan 6,41-51

En aquel tiempo, 41 los judíos comenzaron a murmurar de él porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». 42 Decían:

47 Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la vida. 49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. 50 Éste es el pan del cielo, y ha bajado para que quien lo coma no muera.

51 Jesús añadió:

-Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo.


Las precedentes revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» (v. 35) y «yo he bajado del cielo» (v 38)- habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que empieza a murmurar y se muestra hostil. Es demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerle como Dios (v 42). Jesús evita entonces una discusión inútil con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre su dureza de corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.

La primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de Dios a la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios (v 45a). Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es la escucha del Padre (v 45b). Estamos frente a la enseñanza interior del Padre y a la de la vida de Jesús, que brota de la fe obediente del creyente a la Palabra del Padre y del Hijo.

Escuchar a Jesús significa ser instruidos por el mismo Padre. Con la venida de Jesús, la salvación está abierta a todos, pero la condición esencial que se requiere es la de dejarse atraer por él escuchando con docilidad su Palabra de vida. Aquí es donde precisa el evangelista la relación entre fe y vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «el que come» de Jesús-pan no muere. Es Jesús, pan de vida, el que dará la inmortalidad a quien se alimente de él, a quien interiorice su Palabra y asimile su vida en la fe.


MEDITATIO

No es raro oír la expresión: «¡Basta, no puedo más!». La vida, en determinados momentos, es verdaderamente dura. ¿Y quién la siente difícil, desagradable, insoportable durante años y años? La experiencia de Elías está presente como nunca en la condición humana, especialmente en los que se toman en serio la tarea en favor o en apoyo de los otros que les ha sido confiada: «¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados».

Esta experiencia, típica de la condición humana, marcada por el límite y por la precariedad, por la vulnerabilidad y por la fragilidad, puede ser el comienzo de una invocación que se abre al misterio de Dios. Dios quiere que sus hijos tomen conciencia de que él está presente en sus vidas. Elías le mandó un ángel con un pan; a nosotros nos envía a su Hijo, que se hace pan de vida, pan para nuestra vida, pan para sostenemos en el camino, pan para no dejarnos solos en las misiones difíciles.

El pan que nos ofrece contiene todas las atenciones que tiene con nosotros. Es el punto de llegada de la acción creadora del Padre, de la obra de reconstrucción llevada a cabo por el Hijo; es pan siempre tierno por la obra del Espíritu. Ese pan es memorial de una historia infinita de amor: con él también nos sostiene, nos alienta, nos invita a reemprender el camino, con el mismo corazón y la misma audacia recordada y encerrada en el pan de vida.


ORATIO

Ilumina, Señor, mi mente para que pueda comprender que la eucaristía es «memorial de la muerte del Señor». En ese pan has puesto «todo deleite», porque en él has puesto toda tu historia de amor conmigo y con el mundo. Con ese pan quieres recordarme todo el amor que sientes por mí, un amor que ha llegado a su cumbre insuperable en la muerte y resurrección de tu Hijo, de suerte que yo no pueda dudar ya nunca.

Oh Señor, ese pan que recibo con tanta ligereza contiene verdaderamente todo tu amor por mí, contiene el recuerdo de tus maravillas y la cumbre de las maravillas de tu amor. Y contiene asimismo el recuerdo de que este amor tuyo te ha costado mucho y me sugiere que, si deseo amarte a ti y a mis hermanos, no debo reparar en costes.

Refuerza mi pequeño corazón, demasiado pequeño para comprender; ilumínale sobre los costes del amor, para que no se desanime, para que se reanime, reemprenda el camino, no se achique y esté seguro de que contigo y por ti vale la pena caminar y sudar aún un poco, especialmente cuando tenemos que desarrollar tareas delicadas. ¡Todavía un poco, que la meta no está lejos!


CONTEMPLATIO

Los que, cayendo en las insidias que les tienden, han tomado el veneno extinguen su poder mortífero con otro fármaco. Así también, del mismo modo que ha entrado en las vísceras del hombre el principio mortal, debe entrar asimismo en ellas el principio saludable, a fin de que se distribuya por todas las partes de su cuerpo la virtud salvífica. Dado que habíamos probado el alimento disgregador de nuestra naturaleza, tuvimos necesidad de otro alimento que reúna lo que está disgregado, para que, entrado en nosotros, obre este medicamento de salvación como antídoto contra la fuerza destructora presente en nuestro cuerpo. ¿Y qué es este alimento? Ninguna otra cosa que aquel cuerpo que se reveló más potente que la muerte y fue el comienzo de nuestra vida (Gregorio de Nisa, La gran catequesis, 37, passim).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo» (1 Re 19,7).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La vida vivida eucarísticamente es siempre una vida de misión. Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas: las guerras despiadadas que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman poblaciones enteras, el crimen y la violencia que ponen en peligro la vida de millones de personas, el cáncer y el sida, el cólera y otras muchas enfermedades que devastan los cuerpos de incontables personas; terremotos, aluviones y desastres del tráfico... es la historia de la vida de cada día, que llena los periódicos y las pantallas de los televisores [...]. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente, esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una tarea imposible. ¿Qué puede hacer este reducido grupo de personas que lo han encontrado por el camino [...] en un mundo tan oscuro y violento? El misterio del amor de Dios consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los hambrientos, los prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del peligro y del miedo (H. J. M. Nouwen, La forza della sua presenza, Brescia 52000, pp. 82ss).