Salmo 79
Pastor de Israel, escucha

«El Espíritu y la Esposa dicen: "¡Ven!". Diga también el que escucha: "¡Ven!"» (Ap 22,17).

 

Presentación

El Sal 79 es una lamentación del pueblo, probablemente muy antigua, procedente de las tribus septentrionales y centrales (w. 2s).

Numerosos exégetas consideran que es anterior a la caída de Samaria en manos de los asirios; sin embargo, el texto, oscuro en más puntos, deja suponer también épocas y contextos diferentes.

En la grave desgracia que se ha abatido sobre la viña del Señor podemos reconocer repetidas incursiones de enemigos (w. 13-14a), agravadas por una invasión devastadora de langosta (v. 14b), presagio de carestía.

2Pastor de Israel, escucha,
tú que guías a José como a un rebaño;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece
3
ante Efraín, Benjamín y Manasés;
despierta tu poder y ven a salvarnos.

4Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

5Señor, Dios de los ejércitos,
¿hasta cuándo estarás airado
mientras tu pueblo te suplica?

6Les diste a comer llanto,
a beber lágrimas a tragos;
7nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos,
nuestros enemigos se burlan de nosotros.

8Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

9Sacaste una vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles y la trasplantaste;
10Ie preparaste el terreno y echó raíces
hasta llenar el país;
11su sombra cubría las montañas,
y sus pámpanos, los cedros altísimos;
12
extendió sus sarmientos hasta el mar,
y sus brotes hasta el Gran Río.

13¿Por qué has derribado su cerca
para que la saqueen los viandantes,
14la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?

15Dios de los Ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,

16
1a cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa.

17La han talado y le han prendido fuego;
con un bramido hazlos perecer.
18Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.

19No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu
nombre.

20Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El texto de este salmo está acompasado por un estribillo que se repite cuatro veces (vv. 4.8.15.20) y da el tono y el ritmo a toda la composición. En primer lugar (v 2-4), el pueblo dirige una súplica acongojada a Dios, evocando con una imagen pregnante la relación de amor establecida por el Señor con su pueblo: él, como en el tiempo del Éxodo, sigue siendo el Pastor de Israel y sigue estando aún misteriosamente presente en medio de los suyos en el arca, desde la que irradia su gloria (v. 2b). Sin embargo, en la hora de la desventura parece que Dios está lejano y, olvidadizo. De ahí que el estribillo (v 4) lo invoque con fuerza —llamándole con el nombre sagrado de Ynwu—, para que se manifieste de nuevo. Hará brillar su rostro, es decir, mostrará su benevolencia, y el pueblo volverá a encontrar luz y confianza.

Tras esta primera aclamación colectiva, el acento de la oración se traslada al enigmático obrar de Dios en la situación presente (vv. 5-7); el Señor parece airado contra los que le suplican: el Pastor que alimenta y calma la sed de Israel ofrece ahora lágrimas como pasto a su rebaño, que se ha convertido en objeto de escarnio para los enemigos. Sin embargo, el pueblo persevera en la oración (v. 8), consciente de que sólo de Dios puede venirle la salvación. Con otra imagen entrañable a la tradición bíblica, la de la viña, vuelve el interrogante de la primera parte del salmo: ¿por qué después de tantos cuidados se desmiente el Señor a sí mismo y abandona a Israel en manos de los enemigos (vv. 9-14)?

El estribillo que sigue se vuelve ahora más audaz: invita al Señor a «convertirse», es decir, a volverse y a mirar hacia abajo, hasta bajar entre los suyos (v. 15). En la parte final, que conserva la simbología de la viña, se invoca la protección del Señor sobre su pueblo, un pequeño brote de sí mismo que se ha vuelto glorioso (vv. 10-12) pero ahora está siendo sometido a dura prueba (vv. 16s). Sigue la invocación en favor del rey, instrumento concreto de la acción divina, y la promesa de fidelidad al Señor: él «volverá» a su pueblo (v. 15), el pueblo tampoco se alejará más de él, fuente de la vida (v 18s). El estribillo conclusivo sella el salmo, renovando la súplica con aflicción.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Como el antiguo Israel, también la Iglesia, peregrina en la historia, atraviesa situaciones dramáticas, en diferentes tiempos y lugares. Por eso los creyentes pueden elevar este salmo al Padre en todo tiempo, asumiendo las angustias y los sufrimientos de toda la humanidad. Más aún, en oración cristiana, la súplica deja ya aparecer el consuelo divino; las preguntas llevan en sí mismas su respuesta. Es Cristo, en efecto, el buen Pastor que «da su vida por sus ovejas» (Jn 10,11). En consecuencia, podemos recurrir a él en toda tribulación sabiendo que no está lejos, pues es el Emmanuel, el Dios cercano, que nos ha prometido seguir con nosotros hasta el fin del mundo. El ha vencido ya al mal y a la muerte, ofreciéndose a sí mismo por la salvación del rebaño.

La imagen de la viña encuentra asimismo en él su plenitud de significado: Cristo es, en efecto, la vid verdadera y nosotros sus sarmientos. Ninguna persecución conseguirá desarraigar la viña del Señor, porque su cepa es el Resucitado. Los acontecimientos de la historia y la maldad del único verdadero enemigo -el diablo-tal vez puedan devastarla hasta el extremo, si Dios lo permite, y, sin embargo, no obtendrán otro efecto que el de una poda radical, doloroso pero seguro preludio de una fecundidad inaudita.

En comunión con toda la Iglesia, supliquemos, pues, a Dios, nuestro Padre, a fin de que haga resplandecer sobre nosotros el rostro de Cristo resucitado, para iluminarnos y tranquilizarnos también en las situaciones más dificiles y desconcertantes. «Que brille tu rostro y nos salve» (v 20).

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Los salmos de esta jornada nos invitan a una reflexión orante sobre el misterio de la historia y sobre el valor que asume en ella el sufrimiento, lo único que puede transfigurar el acontecer humano en Reino de Dios. Esa meditación no puede ser algo apartado: la persecución y el martirio de tantos hermanos nuestros en la fe, el dolor inocente de inmensas multitudes de pobres, de refugiados, de gente sin futuro, nos afectan de cerca y nos llaman a transformar en oración el grito del hombre de siempre: ¿por qué?, ¿hasta cuándo?

La prueba se vuelve particularmente dura en el momento en que, como en este salmo, está en crisis la fe de toda la comunidad. El pasado parece desmentido, y con él la historia de gracia suscitada por el Señor. Se trata de la llamada paradójica a esperar en Dios contra Dios mismo, a perseverar en la súplica a un Dios que parece hostil, con la certeza de que sólo la luz del rostro de Dios podrá horadar la oscuridad y abrir un paso hacia el futuro.

La invocación de este salmo ha sido escuchada: Dios ha enviado como hombre desde su derecha (v. 18) a su mismo Hijo, que es resplandor de su gloria (Heb 1,3). El es la eterna luz del rostro del Padre presente en el tiempo, que permanece entre nosotros, ofuscada en la agonía del dolor, hasta el final de los siglos, hasta que el último hombre que sufre no cruce -por medio de él- el umbral de la gloria. Repitamos, pues, también nosotros esta súplica, haciéndonos voz de toda la Iglesia, de toda la humanidad. Que el Señor acreciente nuestra fe, para que a su luz seamos capaces de acoger la hora de la prueba como una vid acoge la poda para dar más fruto.

b) Para la oración

Oh Cristo, buen Pastor que guías a tu Iglesia a los pastos de vida y siempre estás presente en medio de nosotros, ¡escúchanos! Ven en nuestra ayuda en la hora de la prueba, ¡despierta de nuevo tu omnipotencia! Levántanos, Señor, de nuestro abatimiento; revélanos tu rostro luminoso, tu benevolencia. Oh Misericordioso, ¿por qué pareces insensible a nuestra súplica?, ¿por qué sacias de llanto nuestros días? Tú eres la vid verdadera y nosotros los sarmientos despojados, saqueados, pisoteados por los que te persiguen a ti en tus discípulos, por los que de una manera insidiosa proyectan a tus fieles en la confusión y en la indiferencia.

Vuélvete, Señor, desciende entre nosotros y da un sentido a nuestro desconcierto. Protégenos, defiéndenos del mal y ayúdanos a completar con nuestro sufrimiento el que falta a tus padecimientos en favor de toda la Iglesia. Entonces cualquier prueba será la poda que prepara con la gracia un fruto más abundante. Haz resplandecer, Señor, en nosotros la luz de tu rostro de Crucificado-Resucitado: ¡que brille tu luz y nos salve!

c) Para la contemplación

Conviértenos, Señor Dios de los ejércitos: «Haz brillar tu rostro y sálvanos». Pero ¡ay de mí!, Señor; ¡ay de mí!, ¡cuán precipitado y temerario es querer ver a Dios con un corazón impuro! Sin embargo, oh bondad soberana, bien soberano, vida de los corazones y luz del ojo interior, por tu benevolencia, Señor, ten piedad de mí, porque ésa es mi purificación, ésa la fuente de mi confianza, ésa la justicia: contemplar tu benevolencia, Señor de bondad. Y entonces, Señor, Dios mío, tú que dices a mi alma del modo que tú sabes: «Yo soy tu salvación», Rabí, maestro soberano, único doctor que puede hacerme ver lo que deseo ver, di a este mendigo ciego tuyo: «¿Qué quieres que haga por ti?».

Tú sabes lo que mi corazón te grita con sus fibras más profundas: «Mi rostro te busca; tu rostro, Señor, buscaré». Tú ves que no te veo, y me has dado el deseo de ti junto con lo poco que en mí te puede complacer. Y he aquí que perdonas a tu ciego que corre hacia ti y le coges de la mano si, al correr, tropieza con alguna cosa (Guillermo de Saint-Thierry, Contemplación, I, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Que brille tu rostro y nos salve» (v. 20).

e) Para la lectura espiritual

El Sal 79 es uno de los más bellos del salterio, incluso por su valor literario. Es un verdadero y apasionado canto de amor en el que se emplean las más sugestivas y conmovedores imágenes para expresar la relación que existe entre Dios y su pueblo. Israel es la esposa, es la viña, el rebaño del Señor. Este pueblo tiene siempre el orgullo de ser, aun en medio de la humillación del castigo y del exilio, el pueblo que Dios ama, que Dios ha elegido y que no rechazará nunca de manera definitiva, porque Dios es f¡el.

Este salmo es una oración que contiene también nuestra historia, la historia de la Iglesia. Si sustituimos el nombre de Israel por el nombre de la Iglesia, o por nuestro nombre personal, nos reconoceremos como autores y protagonistas de lo que expresa el salmo; encontraremos contada y cantada en él nuestra historia de amor con Dios; encontraremos aquí nuestra experiencia de cada día.

Jesús se identifica, en los capítulos 10 y 15 del evangelio de Juan, con este «Tú» pastor, con este «Tú» vid. Vid plantada por el Padre y cultivada en la tierra, vid a la que están cogidos todos los sarmientos. En consecuencia, para nosotros no hay aquí sólo las palabras del salmo, sino que está toda la experiencia inefable e inexpresable de nuestra relación con Jesucristo; relación que se convierte día a día en el diálogo, en la oración, en la imploración, en el estar cara a cara con él, que es el más bello canto de amor en el que se resume la historia de todas las generaciones, de toda la humanidad. Vivir esa relación, siempre difícil, pero siempre fascinante, con este «Tú» significa llevar adelante la historia de la salvación, continuar esta epopeya que tendrá su desenlace final en el glorioso retorno del Señor (A. M. Cánopi, Dolce é lodarlo, Milán 1995, 96-106, passim).