Salmo 71,1-11 (I); 12-19 (II)

Abundará la paz

«Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21,9).

 

Presentación

Este salmo, muy comentado desde la antigüedad, ha hecho discutir a los exégetas sobre su colocación entre los cantos reales o los mesiánicos. En realidad, no hay conflicto alguno: faltan, efectivamente, referencias históricas precisas en este salmo y eso deja suponer que se trata de una composición litúrgica empleada para invocar la bendición divina sobre el rey, en el día de su entronización. En esa circunstancia convergían en el príncipe heredero las expectativas y las esperanzas de todo el pueblo, que, sostenidas por los oráculos proféticos mesiánicos, superaban con mucho los límites de las efectivas posibilidades humanas. Por consiguiente, el augurio tiende continuamente a convertirse en esperanza utópica –o más bien escatológica– del reino ideal, del Reino de Dios en este mundo. La insistencia en el ámbito de la justicia social y la presencia de otros temas entrañables a Isaías (cf. Is 9,16; 11,19) pueden hacer que el salmo se remonte a la época del rey Ezequías o de Josías (siglos VIII-VII a. de C.).

1Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,

2
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

3Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
4que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

5Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
6que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

7Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
8que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

9Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;

10
que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
11que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

12ÉI librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
13él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
14él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

15Que viva y que le traigan el oro de Saba;
que recen por él continuamente
y lo bendigan todo el día.

16Que haya trigo abundante en los campos,
y susurre en lo alto de los montes;
que den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

17Que su nombre sea eterno
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

18Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;

19
bendito por siempre su nombre glorioso;
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El Salmo se abre con la palabra «Dios», lo que nos sitúa de inmediato en la perspectiva correcta para interpretarlo. Se trata de una oración, no de un panegírico de la corte. El rey es instrumento de la acción divina respecto al pueblo, o más bien debe convertirse en tal: ésa es la razón por la que se pide al Señor que dé al nuevo rey sus propias leyes, normas, directivas (así, al pie de la letra) y su propia justicia, de suerte que pueda gobernar al pueblo con equidad. Emerge aquí el doble carácter de servicio con el que se entendía la autoridad en Israel. El rey es siervo de Dios para poder servir al pueblo.

En los cuatro primeros versículos se reproducen todas las líneas maestras desarrolladas en la continuación de la composición: además del tema fundamental de la realeza debemos señalar el de la justicia y, en particular, el de la justicia con los pobres y los oprimidos. Una vez recobrada la armonía social y restablecido el equilibrio interno, dando prioridad a los pobres, el reino prosperará en la paz (v 3).

Tras este exordio, la segunda parte del salmo describe el reino que se apoya sobre esas sólidas premisas como un reino que no tiene límites temporales (vv. 5-7) ni espaciales (w. 8-11). Aunque se hable del dominio del nuevo rey sobre todos los pueblos y de su victoria sobre los enemigos, están ausentes de este canto las imágenes de poder militar y de triunfo bélico: el reino descrito parece más bien un don que viene de lo alto, para aliviar toda la tierra (vv 6s).

En la tercera parte del salmo (vv 12-17) se retorna el terna de la política interior: en el caso de este rey davídico podemos hablar, verdaderamente, de «opción preferencial por los pobres». El bienestar económico reinante desde la época salomónica había creado una diferencia social imposible de colmar entre los ricos propietarios y los que podían ser comprados en el mercado como esclavos al mismo precio que un par de sandalias. Sólo la voz de los profetas se levantaba en su defensa. Este rey, fiel a la Palabra del Señor, sabe que no habrá equidad sin una decidida preferencia en favor de los que ya no tienen voz: por eso se hará «rescatador» (goel) de los últimos (vv 12-14). Por su compasión le bendecirán siempre Dios y el pueblo, y esta bendición hará infinitamente próspero su reino (v 16). No sólo, pero sí gracias a él se cumplirá la promesa hecha a Abrahán: todas las razas de la tierra entrarán en la bendición del Señor (v 17).

El dominio sobre las naciones y la sumisión de sus reyes al señorío de este Mesías tienen, por consiguiente, un significado espiritual, que remite no a la persona del rey de Judá, sino a aquel que es Señor de todos los pueblos, y del que debe ser instrumento el Mesías que sube al trono. La doxología final (vv. 18s), que se adapta bien al texto de la composición, es un añadido posterior, como conclusión del segundo libro del salterio.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

El significado mesiánico de este salmo está ya fuertemente acentuado en los antiguos comentarios judíos. La tradición cristiana, insertándose en este surco, ha reconocido inmediatamente en él la descripción del reino de Cristo Jesús; un Reino que no es de este mundo y que también pertenece desde ahora a los pobres, a los afligidos, a los perseguidos por la justicia.

El reino está ya, efectivamente, en este mundo, aunque pertenece a la vida del mundo que vendrá; espera su cumplimiento de Dios, y Jesús nos ha enseñado a pedirlo al Padre: «Venga a nosotros tu Reino». Con todo, el Reino -escondido, pero activo, como un poco de levadura en la masa de harina- no es sólo objeto de oración: requiere obreros diligentes, colaboradores dispuestos a renunciar a todo con tal de extender sus confines, capaces de exponer su propia vida al sacrificio a fin de rescatar a los pobres y los oprimidos. Cristo -el Mesías-nos ha arrancado de la mayor pobreza, de la peor esclavitud, la del pecado. Y ahora espera que nosotros, libres por fin del egoísmo, de la ambición, de la prepotencia, seamos capaces de hacernos con él instrumentos para la liberación de los hermanos.

El mundo entero conocerá la paz, la justicia y, en consecuencia, la prosperidad cuando se forme una cadena de solidaridad entre los discípulos de Cristo y se rompa todo vínculo de violencia y de atropellos. Venga el Reino de Dios, venga a los corazones y nos encuentre dispuestos a adorar a su Mesías -el Pobre por excelencia- en la fe y en la caridad activa.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

La visión idílica de este salmo no es una utopía: es esperanza alimentada por la promesa de Dios, es oración. El Señor nos revela su designio y nos pregunta si queremos colaborar en su realización. Nos muestra con claridad el carácter contradictorio del Reino, la inmensa diferencia que hay entre lo que aparece de él en el tiempo de los hombres y lo que es y será en la eternidad. Cristo crucificado es el símbolo elocuente de esta paradoja.

El Rey del Reino sin límites de tiempo y de espacio, el Rey que hará destilar paz y justicia de los montes y de las colinas, ha sido entronizado en la cruz, con una parodia trágica del antiguo ceremonial de la corte. Sin embargo, precisamente de este modo ha derribado al opresor (v 4), ha liberado a toda la humanidad del yugo del mal: sólo en él queda rescatado el miserable que no tenía ayuda (v 12).

Cuando termine la representación de este mundo (1 Cor 7,31), el Rey vendrá en su gloria, según la última enseñanza de Jesús (Mt 25,31ss): entonces la apariencia dejará su sitio a la realidad sustancial, y a la fe le sucederá la visión. Entonces podremos constatar que el Rey ha pasado infinitas veces por nuestra historia personal en cada pobre, enfermo, encarcelado. Entonces comprenderemos si hemos extendido o no los confines del Reino en la medida de nuestras posibilidades, acogiendo, sirviendo, confortando al Rey en sus humildes apariencias. Que el Señor nos conceda reconocerle desde ahora en la fe, cooperar activamente en su Reino y exultar un día con él y con todos los pobres en la gloria.

b) Para la oración

Venga, oh Padre, el Reino de tu Cristo, Reino de justicia donde los pobres, amados con predilección, se sentarán finalmente en los primeros puestos en el banquete de la vida. Venga tu reino de paz, instaurado en la Cruz, y extienda sus confines a partir de nuestros corazones desarmados de todo instinto de dominio, liberados de la opresión del maligno. Entonces el cosmos redimido encontrará la armonía originaria, y las rocas y los verdes prados destilarán paz para tus hijos.

Venga tu Reino eterno, que generaciones y generaciones de santos y de gente humilde sin historia han contribuido a edificar: sólo tú puedes llevarlo a su realización, cuando el tiempo desemboque en tu eternidad. Venga tu Reino para todos los pueblos, y toda la humanidad se someta al señorío de Cristo. En él, verdadero hijo de la promesa, serán bendecidas todas las razas de la tierra, y en la humildad del amor bendecirán tu nombre para siempre. ¡Ven, Señor Jesús, rey de justicia y de paz!

c) Para la contemplación

El Verbo nacido de la Virgen era y es siempre el rey, el Señor del universo. El es verdaderamente el elegido, por ser el más bello entre los hijos de los hombres; es el objeto de la complacencia y del amor del Padre, aquel en quien Dios Padre encuentra su reposo. Tras el bautismo de Cristo descendió del cielo el Espíritu en forma de paloma y se posó sobre él. Recibió la unción del Espíritu para ejercer el juicio sobre los pueblos.

El juicio al que aluden estas palabras es un juicio justo: condenando a Satanás que tiranizaba a los pueblos, Cristo los hizo justos. Proclamó el derecho en su plena verdad: con las palabras divinas del Evangelio mostró el camino para un estilo de vida agradable a él. Se predicó el Evangelio en toda la tierra y llevó a su cumplimiento las profecías que lo anunciaron. Nosotros nos llamamos ahora cristianos y toda nuestra esperanza es Cristo (Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el profeta Isaías, III, passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Que en tus días, Señor, abunde la paz» (cf. v. 7).

e) Para la lectura espiritual

Nuestra vida espiritual no es, en primer lugar, una «conquista» de virtudes o de valores que no teníamos mediante esfuerzos. Constatamos, de hecho, una personalización de todo: se trata de una Persona, de un Nombre, de un Rostro. Así, la paz no es una situación; no es tampoco un estado de ánimo y, ciertamente, no es sólo una situación política.

La paz es Alguien. La paz es un nombre de Dios. Es su «nombre que se acerca» (Is 30,27) llevando la bendición que funda la comunidad, que toca personalmente y reconcilia. La paz es Alguien, el Traspasado, que aparece en medio de nosotros y muestra sus manos y su costado (Jn 20,19ss; 26ss), diciendo: «La paz sea con vosotros». La paz es verle a él: «Mi Señor y mi Dios» (Jn 20,28), y en este ver, aceptar también la muerte como algo que no nos puede separar ya de su amor (Rom 8,35). «El es nuestra paz», dice la carta a los Efesios. «Paz a los que están cerca y a los que están lejos» (cf. Is 57,19; Ef 2,17). Aquí tenemos la identificación más fuerte de la paz con el nombre de Jesús.

«Él ha hecho de los dos una sola cosa» (Ef 2,14). A partir de toda dualidad, discordia, separación, de toda división, ha hecho el «Uno», ha fundado el Uno y «anulado la enemistad en su carne» (Ef 2,14). El que orando busca la paz con todo su corazón (Sal 34,15), busca a aquel que «es la Paz», en el único lugar donde se entregan la reconciliación, el perdón de los pecados y la paz: el lugar del sacrificio, el Gólgota, el Moria eterno (Gn 22). Sin tener parte en la sangre del Cordero inocente no hay paz, no existe la visio pacis, no existe la Jerusalén según el corazón de Dios (Ap 21,2ss).

Elevemos nuestras manos, «santas, libres de ira y de contiendas» (1 Tim 2,8), y bendigamos y santifiquemos el nombre de Dios (Sal 134; 113; Nm 6), llenos del Espíritu que gime en toda la creación «hasta que se revele la gloria de los hijos de Dios» (Rom 8) (B. Standaert, «Pace e reghiera», en AA. W., La pace: dono e profezia, Magnano [Bi] 1991, 119s).