Salmo 64
Todo canta y grita de alegría
«Levantad la vista y mirad los sembrados, que están ya maduros para la siega. El que siega recibe su salario y recoge el grano para la vida eterna, de modo que el que siembra y el que siega se alegran juntos» (Jn 4,35s).
Presentación
El Sal
64 pertenece al género de los himnos, aunque a duras penas se puede incluir en una clasificación común. Se trata más precisamente de una acción de gracias colectiva que se remonta al período posexílico, dado su horizonte universalista. Lo podemos dividir en tres secciones encadenadas entre sí, aunque diferentes en el estilo:— vv
. 2-5: alabanza a Dios, que atrae hacia él y perdona en el templo de Sión;— vv. 6-9: alabanza a Dios salvador y creador;
— vv. 10-14:
alabanza a Dios agricultor cósmico y providente.
2
Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,A ti acude todo mortal
4a causa de sus culpas;
nuestros delitos nos abruman,
pero tú los perdonas.
5Dichoso el
que tú eliges y acercas
para que viva en tus atrios:
que nos saciemos
de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu
templo.
6Con portentos de justicia nos respondes,
Dios, salvador
nuestro;
tú, esperanza
del confín de la tierra
y del océano remoto;
7tú, que
afianzas los montes con tu fuerza,
ceñido de poder;
8tú que
reprimes el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.
9
Los habitantes del extremo del orbe10Tú
cuidas de la tierra,
la riegas y la enriqueces sin medida;
la acequia de
Dios va llena de agua,
preparas los trigales;
11riegas los
surcos, igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus
brotes;
12coronas
el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
13rezuman
los pastos del páramo
y las colinas se orlan de alegría;
"las praderas se
cubren de rebaños
y los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan.
1. El salmo leído con Israel: sentido literal
Este salmo está ligado claramente a una celebración cultual. Se puede emitir con fundamento la hipótesis de que acompañara a una ofrenda de acción de gracias al término de un año particularmente favorable. Dado que en Israel la fiesta de la cosecha (Lv 23,29) seguía inmediatamente al día del perdón (Lv 16), se explica bien la referencia al pecado contenida en el v 4. El salmo, más allá de la aparente yuxtaposición de las partes, presenta, pues, una rigurosa unidad teológica.
La primera aclamación va dirigida a Dios, que reside en Sión (v 2); en este lugar privilegiado se le honra y él concede su perdón, aquí se alegran los levitas y se ven colmados de favores. El Dios objeto de alabanza es también el dominador del universo, que responde a las oraciones realizando prodigios de justicia. El Dios que perdona el pecado es el mismo que ha creado el universo haciendo estables los montes, imponiendo silencio a los flujos de las aguas, y es también el Señor de la historia que aplaca el rumor guerrero de los pueblos (vv. 7s).
Es particularmente sugestiva la descripción del «Dios campesino». El Creador omnipotente, que ha puesto los montes sobre sus bases, se inclina con la misma benévola condescendencia sobre las tierras cultivadas para preparar una cosecha abundante; él es quien, en su bondad, concede la lluvia benéfica, que confiere a todo nueva vida. Así, las colinas áridas se transforman en pastos abundantes, esmaltados de flores y poblados de rebaños. Abunda el trigo y de todas partes se levanta un himno de alegría y gratitud.
2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual
«Se sobrecogen ante tus signos, y a las puertas de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo... que aclaman y cantan» (vv. 9b.14c). La liturgia, subrayando con razón los aspectos de alegre exultación contenidos en el salmo, ha colocado este himno en las alabanzas matutinas. Sin embargo, no son únicamente los acentos de alabanza los que permiten su lectura en clave cristiana. Es bello pensar que Jesús rezó este salmo dirigido a Dios como a alguien que «escucha la oración». El Hijo quiere, en efecto, que nos dirijamos al Padre con la seguridad de que obtendremos lo que pidamos: «Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá» (cf. Lc 11,9), y esto tendrá lugar con la medida abundante que un buen Padre usa con su hijo amado. Y no sólo esto, sino que también es el Padre misericordioso «lento a la ira y rico en clemencia», dispuesto a esperar al muchacho que disipa sus bienes para abrazarlo con un abrazo de perdón (cf. Lc 15). El evangelio remacha continuamente que podemos dirigirnos a Dios como al único «tú» que puede perdonar nuestras culpas (cf. Sal 64,4b).
Con razón se emplea este salmo en la liturgia de exequias. El v 3, que en su traducción latina suena así: Ad te omnis caro veniet, se ha leído como expresión del retorno de todo mortal a Dios.
El cristiano puede aplicarse también a sí mismo la bienaventuranza de quien ha sido «elegido y acercado» (v. 5) no sólo para habitar en el templo santo que es la Iglesia, sino también para saciarse de los verdaderos bienes de la casa de Dios: el cuerpo y la sangre de Cristo. De este modo, entra en una profunda y alegre intimidad con el Dios que es también el magno artífice de la creación y de la historia. Así, en verdad, todo aclama y canta de alegría (v 14).
3. El salmo leído en el hoy
a) Para la meditación
El Sal 64 presenta innumerables puntos de meditación sobre temas fundamentales para la existencia humana. Sin embargo, el don más grande que nos ofrece tal vez consista en hacernos entrar en una oración intensa, cargada de acentos y resonancias que nos ayudan a acercarnos a Dios. A él, antes que nada, le debemos alabanza, una alabanza tan plena y rica que encuentra su expresión culminante en el silencio, que, como dicen los Padres, es el lenguaje del «siglo futuro». Allí, en la Jerusalén celestial, plenamente purificados de toda mancha de pecado y renovados por el perdón, nos encontraremos, por fin, cara a cara con el Dios al que el despliegue de la obra creadora nos invita a contemplar el salmo con amor, el Dios cuyo poder se manifiesta tanto en el poner los fundamentos del mundo como en el hecho de inclinarse amorosamente sobre los terrones para hacerlos mullidos y fecundos de mieses. Estas son las continuas «visitas» con las que Dios colma el universo con sus bendiciones.
Todo canta ,a su paso, porque suscita vida y belleza a su alrededor. El es también el único que puede ponernos en sintonía con ese esplendor, perdonando el pecado que nos impide contemplar lo que nos rodea con ojos limpios y puros. Ahora bien, ¿nos tomamos el tiempo necesario para la contemplación y la alabanza? Con frecuencia nos encontramos tan tensos y derrotados por la tupida red de los compromisos que nos quedamos enredados y sin vía de escape. Dejémonos convidar a la meditación sobre este salmo penetrado de primavera, en el que todo canta y grita de alegría en una fiesta de vida y colores. A nuestro corazón no le costará tanto trabajo entrar en la dimensión de la fiesta a la que estamos invitados ya desde ahora y para la eternidad.
b) Para la oración
Señor, tú siempre nos escuchas y eres el único que puedes perdonar. Si cancelas nuestras culpas, podremos recuperar la paz y entrar en tu templo santo para saciarnos del pan y del vino, sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo, tu Hijo. Tú, Señor de la historia, gobiernas el universo con una sabiduría infinita. Tu presencia es siempre fuente de alegría; tu fuerza se despliega con poder y sabe manifestarse también como ternura delicada. Si tú visitas al hombre, es fiesta: una perenne primavera, porque tu bondad hace florecer cada jornada con una nueva belleza y corona el año de beneficios constantemente renovados. Haz que también nosotros, tras hacernos sencillos y transparentes a tu presencia, revestidos de los sentimientos de Cristo, que miraba con asombro admirado los lirios del campo y los pájaros del cielo, elevemos a ti un himno de alegría sin fin, junto con todas las criaturas.
c) Para la contemplación
Oh Cristo, venido entre los hombres como fuente de Luz, eres el rayo de luz que brilla con el Padre e iluminas el alma de los fieles. Tú creaste el mundo y fijaste la órbita a los astros; tú sostienes el eje de la tierra, tú salvas a todos los hombres. Tú guías al sol en su carrera para iluminar nuestros días y la luna creciente que dispersa las tinieblas de la noche. Tú haces germinar las semillas que preparan el pasto a los rebaños. De tu fuente inagotable brota el esplendor de la vida que da fecundidad al universo. Yo te canto, bienaventurado y glorioso hijo de la Virgen María. Tú bajaste a la tierra para estar entre los mortales, con un cuerpo corruptible. Bajaste a los infiernos, donde reina la muerte. Y liberaste de la pena a los piadosos corazones de las almas...
Ante ti al bajar,
oh Señor, temblaron las infinitas razas de demonios; se asombró el coro
inmortal y con la lira de siete cuerdas puso música al canto de victoria (Sinesio
de Cirene, «Himnos», en PG 66, 1608-1609; edición española: Himnos,
Tratados, Madrid 1993).
d) Para la vida
Repite a menudo y reza este versículo del salmo:
«Oh Dios, tú mereces un himno en Sión» (v 2).
e) Para la lectura
espiritual A
Dios se le debe alabanza, y nosotros hemos sido creados para tributársela y ser
la manifestación más elocuente de su gloria en el mundo de la creación. Las
palabras de este salmo nos acompañan a través de las maravillas obradas por Dios
en el mundo natural y nos ayudan a redescubrir su belleza, su sentido sagrado y
la impronta de bondad que Dios ha dejado en cada ser, a fin de que las criaturas
encuentren en nosotros los intérpretes de su alabanza ante Dios.
Cuando, más tarde, hayamos comprendido que todas las maravillas de la creación
fueron hechas para que respirásemos en ellas y de ellas pudiéramos vivir,
entonces sentiremos palpitar en las cosas el mismo corazón de Dios por nosotros
y nuestra alabanza no será sólo expresión de maravilla, sino que se volverá
una respuesta de nuestro corazón al amor de Dios, un coloquio
personal y amoroso con él. Cuando brote la alabanza pura y desinteresada de
nuestro corazón, estaremos más cerca del Señor, y su vida fluirá en nosotros más
abundante; entonces nuestra existencia alcanzará su meta más alta, porque se
acercará lo más posible a su condición celeste.
Nuestra alma respira con los salmos de alabanza la atmósfera de la eternidad y
se convierte ella misma en una manifestación de las maravillas divinas que
contempla. «El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva
criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe,