Isaías 12,1-6
En las fuentes de la salvación

«Y si alguno tiene sed, venga y beba de balde, si quiere, del agua de la vida» (Ap 22,17).

 

Presentación

Con este himno concluye la sección de Isaías titulada «Libro del Enmanuel» (capítulos 7-12). Su contexto es el de la guerra siroefraimita. Colocado en este punto del texto sagrado, el canto, que en su origen tal vez fuera una acción de gracias personal, sirve de epílogo a dos siglos de historia: un epílogo de alabanza. Israel y Judá han pagado, en efecto, duramente las consecuencias de la rebelión a la Palabra del Señor, de la confianza depositada en peligrosas alianzas extranjeras, de la relajación moral y religiosa. Pero ha llegado el tiempo de la consolación: los supervivientes se apoyarán en el Santo de Israel con lealtad.

1Te doy gracias, Señor,
porque estabas airado contra mí,
pero ha cesado tu ira
y me has consolado.

2Él es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.

3Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

4Aquel día diréis:
«Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.
5Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
6gritad jubilosos, habitantes de Sión:
"Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel"».

 

1. El cántico leído con Israel: sentido literal

El cántico conecta con el final del capítulo 11 y sirve casi de conclusión litúrgica de la lírica visión del retorno de los exiliados. Un solista entona el himno y el coro le hace eco, extendiéndolo. La cólera implacable del Señor se ha calmado, en efecto.

El amenazador estribillo de 9,7-20 -«Y, con todo, su ira no se aplaca, su mano sigue amenazante»- ha agotado, por fin, su fuerza. Dos siglos de historia agitada han sido una lección tan dura como necesaria. La fe, purificada, exulta ahora por la experiencia de un nuevo Éxodo desde la tierra de esclavitud: el v 2, en efecto, nos recuerda explícitamente el cántico de Moisés (cf. Éx 15,2).

La hora de la prueba se ha convertido en la hora de la gracia: en ella ha aprendido el pueblo a tener confianza en la Palabra de Dios (vv. 7-9). Por eso podrá alcanzar con alegría las aguas de Siloé que discurren lentamente (8,6), despreciadas en su tiempo. Estas aguas nacían de la Ciudad Santa como signo de la bendición divina: el pueblo regresa ahora en fiesta, reconociéndolas como las fuentes de la salvación (v 3).

A la gratitud expresada por el solista hace eco la alabanza coral, que quiere extenderse a todas las gentes, para que en todas partes se conozcan el nombre y las obras del Señor, y de todas las latitudes se eleve a él un canto de acción de gracias (vv. 4b-5). Ahora bien, son sobre todo los habitantes de Jerusalén los que están invitados a la plenitud de la alegría (v 6): la presencia del Señor está, en efecto, en medio de ellos. Tras las devastadoras experiencias del vasallaje, del asedio, de la destrucción y, finalmente, del exilio, ha terminado el tiempo de la lejanía de Dios. Él se ha revelado en todos sus caminos y obras como el Santo, el totalmente Otro, pero ahora su absoluta trascendencia se manifiesta en una profundísima cercanía.

 

2. El cántico leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Cristo es la consumación de la ley y de los profetas. Casi nos parece escuchar su voz en el v 3 de este cántico, como resonará más tarde: «El que tenga sed que venga a mí y beba...» (Jn 7,39). Así se ilumina el sentido cristológico y eclesial de este texto. ¿Cómo no reconocer en Jesús al solista que entona la acción de gracias, la eucaristía?

Como Siervo de YHWH, cargó con nuestro pecado y llevó el peso de la ira divina por nuestras iniquidades (Is 53,5s; Gál 3,13). Sobre él se abatió el castigo que nos da la salvación, porque nos amó hasta el extremo (Jn 13,1). Por eso Dios le levantó (Flp 2,9), consolando con el gozo inefable de la resurrección al que por nosotros se hizo obediente hasta la muerte en la cruz. Su costado traspasado es ahora fuente de salvación para nosotros: acerquémonos, por tanto, con exultación a las fuentes siempre vivificantes del bautismo y de la eucaristía, el agua y la sangre brotados del pecho del Salvador. Tal vez nosotros las hayamos descuidado también o de algún modo infravalorado, como les sucedió a los judíos con las aguas de Siloé... Tal vez también nosotros hayamos buscado en otra parte la salvación, en perjuicio nuestro. Ahora bien, de la prueba hemos aprendido la corrección divina, y la alegría que de ahí ha brotado es infinitamente más grande: es la alegría de conocer a Cristo, esperanza de la gloria (cf. Col 1,27), en nosotros. En él podemos experimentar el amor del Padre en la inagotable sobreabundancia del Espíritu, agua viva que canta en nosotros el deseo de Dios.

 

3. El cántico leído en el hoy

a) Para la meditación

El consuelo de Dios tras la prueba es como el arco iris después de un temporal espantoso: no sólo signo del final del peligro, sino un triunfo simplemente bello, un prodigio gratuito que serena de nuevo el corazón antes y más que el cielo. La alegría de Dios sobreabunda, sigue siendo inconmensurable respecto a lo que el profeta llamaba su «cólera». Desde lo hondo del ser sube a él un canto de gratitud; por fin tenemos un conocimiento nuevo del Señor, de nosotros mismos y también del tiempo difícil que acabamos de atravesar: sólo al dar gracias se intuye la respuesta al «porqué» gritado hace mucho o inarticulado, «porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación» (v 2).

Una vez comprendido esto, todo encuentra su sitio en un designio inaprensible, todo entra en la paz. Nos volvemos testigos del amor de Dios sin ni siquiera damos cuenta: el Señor es la Fuente de la salvación; es muy sencillo, ¿por qué no invitar a todos a que saquen agua con nosotros de ella? No basta con hablarle del agua a un sediento, sino que es preciso indicarle la fuente y llevarle a ella... ¡Y cuánta sed hay a nuestro alrededor! Sin embargo, calmarla está verdaderamente al alcance de la mano. Sólo es menester el valor de la fe humilde y de sus pasos cotidianos: la Iglesia nos ha trazado un sendero derecho para llegar a la Fuente.

A quien ya ha conocido la alegría que procede de él, el Señor le dará la fuerza necesaria para irradiarla a su alrededor, a fin de que lleve a muchos a realizar la misma experiencia. Al que todavía gime en la prueba o está abrasado por la sed de significado, de vida, de Dios, que el Señor le conceda la sencillez necesaria para recorrer el camino seguro que lleva a Cristo. Y que todos podamos saciarnos, por fin, del agua viva del Espíritu y dar gracias al Padre con júbilo de corazón.

b) Para la oración

Te doy gracias, Señor: los acontecimientos han sido una dura lección para mí, pero, al final, he comprendido, he aprendido. Y tú me has consolado. Sí, sólo tú eres mi salvación: en ti confío, ahora y para siempre, sin buscar otras alianzas para mis ambiciones, otras seguridades para mis temores.

Tú, sólo tú, has sido mi salvación. Y quiero que todos lo sepan: Cristo ha dejado a la Iglesia fuentes perennes de gracia, brotadas de su costado. Venid, acerquémonos a ellas con una fe nueva, con un corazón sencillo. Entonces podremos alabar juntos, invocar al Señor, invitar a cada hombre a la fiesta de creer en él. Verdaderamente Cristo sigue con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos.

c) Para la contemplación

Tras nacer del seno de la madre Eva y engendrados por el padre Adán en los desórdenes de la concupiscencia, hemos descendido por el camino de este mundo; sometidos en el tiempo al yugo de una vida de exilio, recorríamos el camino de esta vida en la ignorancia del recto obrar y en una oscura experiencia de muerte. De repente entrevemos, a la derecha, del lado de oriente, una fuente inesperada de agua viva; mientras nos apresuramos hacia ella, una voz divina nos sale al encuentro desde allí y grita en dirección a nosotros: «Vosotros, los que tenéis sed, venid al agua» (Is 55,1).

Y al vernos llegar con nuestros pesados fardos, empezó a decir de nuevo: «Venid a mí todos los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). Entonces nosotros, echando a tierra el equipaje, impulsados por la sed, nos precipitamos ávidamente sobre la fuente y, tras beber un buen tiempo, nos volvemos a levantar sanados. Y después de haber resurgido de este modo, nos quedamos allí pasmados, con un inmenso gozo.

Mientras reflexionamos despacio, contemplando todo esto, oímos de nuevo desde la fuente que nos había vuelto a dar la vida la voz que nos dice: «Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis paz para vuestras almas» (Mt 11,29s).

Y nosotros, al oír estas palabras, debemos decirnos ahora los unos a los otros: «Renaced de esa fuente, no volvamos a los fardos de los pecados que habíamos arrojado al ir a la fuente del bautismo. Ahora que hemos recibido la sabiduría de Dios, sentimos que nuestra madre ya no es Eva, hecha del barro de la tierra (cf. Gn 2,7), sino la ley cristiana que nos llama a una paz divina. Y del mismo modo ya no buscamos un padre en la libre voluntad de pecar, sino en la voz del Señor, que nos invita» (de la Regla del Maestro: «Parábola de la fuente», passim).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación» (v. 3).

e) Para la lectura espiritual

La comunión, la alegría y la santidad que te ofrece Jesús supera infinitamente tu espera de hombre. Por eso el hombre se asombra y se admira ante la salvación que le trae Yahvé (Is 52,15; 54). «Se maravillaban de lo que los pastores les decían». Todos los que han encontrado a Cristo en el Evangelio se han llenado de alegría (Zaqueo, la samaritana, etc.), pues han encontrado la perla del Reino. La salud que te trae Cristo supera -pero también resume y colma- tu espera de hombre. Es el summum ¿Cómo llena Cristo tus aspiraciones?

Para tu hambre de vivir, te da un pan que alimenta y sacia: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,54). Para tu deseo de conocer y para tu necesidad de contenido, Jesús te ofrece su luz: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Para tu sed de amor y de comunión, te da el agua viva de su gracia y de su amistad que refresca y quita la sed: «El que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4,14).Para tu deseo de libertad, te aporta una santidad que libera y diviniza, al mismo tiempo que te da alegría plena. Y finalmente a tu deseo de Dios, responde llevándote al Padre. Más aún, te hace partícipe desde aquí abajo, por la gracia, de la experiencia que él tuvo de su Padre Dios, él, el hijo de María la de Galilea, el Verbo consustancial del Padre. Pues, no lo olvides nunca, para ti creer es entrar con Jesús, bajo la dependencia del Espíritu, en su relación con el Padre. Esto es lo que encierra nuestra fe en Jesucristo: una plenitud de hombre en su relación con el Dios vivo y santo. [...] Descubrir que Cristo te llena plenamente, te lleva fatalmente al ardiente deseo de poner a todos los hombres en contacto con el Salvador Jesús. No puedes vivir tranquilo y en paz mientras haya en la tierra hombres que no hayan sido conquistados por Cristo. ¿Tienes la obsesión de anunciar al Salvador? ¿Arden tus labios al nombre de Jesús? [...] En primer lugar debes mostrar y dar a conocer al Salvador por tu vida. Es preciso que tus hermanos vean a Cristo en ti (J. Lafrance, Prega el Padre tuo nel segreto, Milán 1981, 52-54; edición española: Orar a tu Padre, Narcea, Madrid 92003).