Filipenses 2,6-11

Cristo, siervo de Dios, humillado y exaltado

 

«Mi siervo va a prosperar, crecerá y llegará muy alto» (Is 52,13).

 

Presentación

El cántico de la carta a los Filipenses, considerado como un texto preexistente y autónomo en el ámbito del culto, fue empleado y seguido por Pablo y por la comunidad cristiana en función parenética para proponer a los cristianos la actitud humilde de Jesús, como ejemplo de su conducta de vida comunitaria. La composición literaria y la estructural dividen el texto en dos partes:

- vv. 6-8: la primera saca a la luz la humillación de aquel que es igual a Dios;

- vv. 9-11: la segunda celebra su exaltación como Señor de la creación y de la historia.

Con todo, las expresiones singulares del texto deben ser interpretadas en relación con la parénesis de toda la carta, cuyo cuerpo se articula en dos partes principales (cf. Flp 1,12-2,18 y 3,1-4,9).

6 Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
7 al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
8
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

9 Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
10de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,
11 y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

1. El texto leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

El himno paulino se presenta como una síntesis cristológica: celebra la persona del Hijo y su misterio pascual. Pablo, con un estilo afectuoso y familiar, da las gracias a los fieles por haberle ayudado con sus ofrendas, les expresa sus buenos deseos y les entrega una serie de recomendaciones concretas para el crecimiento de su vida cristiana. Entre estas exhortaciones aparece la de mantener la unidad en la humildad (w. 1-4), tomando como modelo la persona de Jesús y sus mismos sentimientos (v. 5).

La primera parte del cántico (vv. 6-8) subraya la preexistencia divina, la humillación de la encarnación y la humillación ulterior de la muerte en la cruz. Jesús, aun siendo Dios, se hizo hombre y renunció voluntariamente al esplendor de la divinidad, presentándose como uno de nosotros, con todos los límites de la debilidad humana -excepto la del pecado-, hasta el punto de no ser reconocido en su verdadera identidad divina. Más aún, con su vida escondida y sencilla vivió la condición de «siervo», obedeciendo al proyecto del Padre hasta morir y dar la vida por la salvación de los hombres.

La segunda parte del cántico (w. 9-11) da prioridad, en cambio, a la exaltación y la glorificación celestial de Jesús, a la adoración del universo y al nuevo título de Cristo. En efecto, esta humillación y esta obediencia no fueron una derrota, sino el comienzo de una vida nueva, con la que Jesús ha expresado el nuevo amor del hombre a Dios y ha hecho que también el Padre manifestara a los hombres un nuevo amor: la exaltación de Jesús como Señor sobre todas las cosas y la elevación de su humanidad al trono de la divinidad. A través de Cristo, en efecto, es como toda la humanidad ha pasado de la enemistad a la plena comunión con Dios.

 

2. El texto leído en el hoy

a) Para la meditación

El himno cristológico ha sido interpretado de dos modos diferentes, aunque complementarios, en la historia de la exégesis bíblica. El primero fue el de los Padres griegos y latinos hasta Ambrosio, que leyeron en el texto paulino la descripción del Verbo en su realidad divino-humana concreta, esto es, la figura de Jesucristo encarnado, terreno. El segundo modo de interpretación, en cambio, es el de los Padres latinos posteriores, que vieron en el himno al Verbo eterno su preexistencia junto al Padre y su proceso de encarnación. Hoy se prefiere volver al sentido originario del texto, es decir, al misterio de la kénosis de Cristo, y subrayarlo en relación con su proyecto personal y las opciones libres y concretas que realizó a lo largo de su vida. Y es que no se trata de tomar del himno sólo un mensaje moral, una actitud de humildad y de obediencia, sino de algo más: la opción de Jesús de «hacerse siervo» por amor a la humanidad.

Esta segunda interpretación nos proporciona un gran ejemplo de vida cristiana. La vida terrena del Señor fue, esencialmente, un asumir la condición de siervo. A pesar de todo, esta opción no eliminó o destruyó los privilegios, los derechos y las propiedades relativas a su condición divina, sino que sólo los escondió y veló por amor a nosotros. La kénosis de Jesús es, por tanto, la realidad misteriosa de un Dios que es «Señor», pero que se comporta como «siervo» mediante una libre y consciente opción de vida. Este es el camino que cada cristiano debe recorrer para ser un auténtico discípulo de Jesús. También nosotros «somos siervos por amor a Cristo Jesús» (2 Cor 4,5).

b) Para la oración

Señor Jesús, tú que eres igual al Padre en gloria y majestad, te hiciste hombre como nosotros y bajaste hasta nuestro nivel por una opción libre y consciente. Es más, te atreviste a tomar nuestro cuerpo mortal hasta hacerte siervo de todos por amor: lavaste los pies a todos tus discípulos, preferiste la compañía de los pobres y de los pequeños, perdonaste a la adúltera y a Pedro cuando se arrepintió, y no desdeñaste sentarte a la mesa con los publicanos y los pecadores. Por último, te humillaste hasta el punto de someterte a la muerte en la cruz para salvarnos a todos, y precisamente por eso el Padre te exaltó por encima de todo y te hizo sentarte a su derecha. Pues bien, Señor, míranos con bondad a todos los que hemos sido redimidos por medio de tu sacrificio y haz que cada hombre conozca tu salvación. Haz que juntos, con una sola voz, podamos proclamar que sólo tú eres el Santo, tú eres el Señor de la vida y de la historia, el Hombre nuevo que nos ha abierto de nuevo el camino de la comunión con el Padre.

c) Para la contemplación

El apóstol escribe a los filipenses: «Sentid entre vosotros lo mismo que Jesucristo, el cual siendo Dios por su propia condición... y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,5-11). ¿Qué podía decirse más claro y más explícito? [...] Esto no es enigma, sino misterio de Dios: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1,1). Pero luego este Verbo se hizo carne por nuestra causa. Y cuando allí se dice «fue exaltado», se indica no una exaltación de la naturaleza del Verbo, puesto que ésta era y es eternamente idéntica con Dios, sino una exaltación de la humanidad. Estas palabras se refieren al Verbo ya hecho carne, y con ello está claro que ambas expresiones, «se humilló» y «fue exaltado», se refieren al Verbo humanado. En el aspecto bajo el que fue humillado, en el mismo podrá ser exaltado.

Y si está escrito que «se humilló» con referencia a la encarnación, es evidente que «fue exaltado» también con referencia a la misma. Como hombre tenía necesidad de esta exaltación, a causa de la bajeza de la carne y de la muerte. Siendo imagen del Padre y su Verbo inmortal, tomó la forma de esclavo y, como hombre, soportó en su propia carne la muerte, para ofrecerse de este modo a sí mismo como ofrenda al Padre en favor de nosotros. Y -según está escrito- así como fue exaltado como hombre por nosotros en Cristo, así también todos nosotros en Cristo somos exaltados y resucitados de entre los muertos y elevados a los cielos, «en los que Jesús penetró como precursor nuestro» (Heb 6,20) (Atanasio, «Contra los arrianos», I, 40ss, en PG 26, 93-97).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor» (v 11).

e) Para la lectura espiritual

Existe, pues, un primado del amor del que es preciso dar testimonio hoy en el mundo y en la misma comunidad eclesial, al que la vida religiosa está llamada por su mismo carisma: primado del amor sobre la ley, primado del amor sobre toda ascesis, primado del amor sobre todo aliciente cultual o simplemente religioso [...]. El testimonio de la «conversio morum» se concreta en los clásicos consejos evangélicos. Sin embargo, estos últimos acompasan el primado del amor: el primado del don del Espíritu Santo, que es el primado de la persona, templo del Espíritu Santo en cuyo interior se consuma el pacto de amor. En vez de hablar de obediencia, siempre he preferido recordar la prioridad absoluta de la caridad, a la que siempre deberá ser reconducida la obediencia, a fin de no estar sometida al peso de la ley. La pedagogía que emplea san Pablo con la comunidad de los filipenses nos hace reflexionar. El capítulo 2 de la carta a los Filipenses, en la que se encuentra el himno de la kénosis con la obediencia del Verbo, se sitúa en el marco de una comunidad todavía frágil en las relaciones de amor entre sus componentes. Pablo convoca a la comunidad a vivir los unos por los otros. A continuación, les propone el modelo de Cristo, que se hizo siervo, pobre y obediente por nosotros (cf. Flp 2,6-1 1).

El análisis atento de la historia de la espiritualidad de este texto clásico de la obediencia nos permite comprender las «instrumentalizaciones» que se han determinado en torno a la lectura espiritual cuando ha sido separada del contexto. «Obedecer como Cristo» se ha prestado a múltiples ambigüedades y forzamientos, y esto nos llama al indispensable compromiso de llegar a una lectura crítica de los textos. Nosotros hemos perseguido el paradigma de la libertad obediente (B. Calati, Sapienza monastica, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 1994, pp. 244ss).