Daniel 3,57-88.56

Que toda criatura alabe al Señor

«Demos gracias a Dios, porque tuvo a bien hacer habitar en él la plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas» (Col 1,19ss).

 

Presentación

Es opinión común que la composición literaria del texto de Daniel se llevó a cabo en tiempos de la dominación seléucida, en un momento en el que, además de la helenización cultural, se desencadenó una violenta persecución contra los judíos. El libro examina de un modo agudo los problemas correspondientes a su tiempo, para afirmar con vigor el monoteísmo de Israel, la fidelidad a la ley, y exaltar la grandeza de la fe judía, por la que también se debe aceptar el riesgo de morir (cf. Dn 3.5). Los versículos del cántico proceden tal vez de fragmentos litúrgicos más antiguos y retocados para esta circunstancia. Y el tema sigue siendo el socorro de Dios, a quien pertenece toda la creación y a quien las criaturas canta la gloria del único Dios (w. 56-88).

57Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
58 Angeles del Señor, bendecid al Señor;
59
cielos, bendecid al Señor.
60
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
61
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
62Sol y luna, bendecid al Señor;
63
astros del cielo, bendecid al Señor.

64Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
65
vientos todos, bendecid al Señor.
66Fuego calor, bendecid al Señor;
67
fríos y heladas, bendecid al Señor.

68Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
69témpanos y hielos, bendecid al Señor.
70
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
71
noche y día, bendecid al Señor.

72Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
73
rayos y nubes, bendecid al Señor.
74Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

75Montes y cumbres, bendecid al Señor;
76cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
77Manantiales, bendecid al Señor;
78mares y ríos, bendecid al Señor.

79Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
80
aves del cielo, bendecid al Señor.
81
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

82Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
83bendiga Israel al Señor.
8
4Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
85
siervos del Señor, bendecid al Señor.
86Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
87
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
88
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

56Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.


1. El cántico leído con Israel: sentido literal

Estamos en Babilonia. Tres niños judíos -Ananías, Azarías y Misael- son sometidos a una dura prueba por haber sido fieles a su Dios: han sido echados a un horno encendido por haberse negado a adorar la estatua de Nabucodonosor. El Dios de Israel los salva de las llamas de una manera milagrosa: el poder de YHWH triunfa sobre el mismo poder de la muerte y en aquellos que son sus víctimas. El rey reconoce entonces la superioridad del Dios de los tres niños y los verdugos padecen el suplicio previsto para los tres muchachos. En su entusiasmo por la salvación obtenida, los niños elevan a Dios su oración, invitando a toda la creación a participar en la alabanza y a bendecir al Señor de la vida.

La oración sigue un orden que es típico de la cultura oriental y bíblica: primero se invita al cielo a bendecir al Señor (w 57-63); viene después todo lo que existe entre el firmamento y la superficie terrestre, como la lluvia y el rocío, el fuego y el calor, el frío y las nevadas, la nieve y el hielo, las noches y los días, la luz y las tinieblas (w. 64-73); viene, a continuación, la tierra, ya sea con todos los seres inanimados, como los montes y los ríos, ya sea con los seres animados, como los animales acuáticos, los volátiles y los terrestres (vv. 74-81); y, por último, toda la humanidad, los sacerdotes del Señor, los justos, los humildes, los piadosos y, especialmente, la comunidad de Israel (vv. 82-88).

El cántico termina con el nombre de los tres niños, que bendicen y alaban a Dios por la liberación obtenida y por haber experimentado la benevolencia del Señor.

 

2. El cántico leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

La escena de los tres jóvenes que cantan a Dios en el horno es una de las páginas del Antiguo Testamento más usadas por la Iglesia primitiva desde los tiempos de la catacumbas. Veía en estos jóvenes, especialmente en tiempos de las primeras persecuciones contra los cristianos, el modelo de los mártires, oprimidos por los poderosos del mundo y fuertes en la fe. A ejemplo de Jesús, crucificado y resucitado, cada hombre perseguido por su causa está invitado a bendecir y alegrarse con toda la creación, porque el poder de Dios exalta la debilidad humana más que cualquier otra fuerza (cf. 2 Cor 12,9ss; Flp 4,13), y la resurrección de Cristo es la meta de todo el que recorre su camino (cf. Mt 5,11 ss; Lc 6,22ss). La comunidad cristiana está invitada, en esta mañana dominical, a alabar y glorificar al Señor por la resurrección de Jesús, primicia de nuestra resurrección.

Así, toda tristeza y dolor humano se abren a la esperanza de una vida futura, y la bendición de todas las criaturas se convierte en signo de la presencia y la proximidad del Creador (cf. Rom 1,20) y en don de su bondad, derramada con la persona del Espíritu Santo, que es vida nueva, paz verdadera y alegría en el corazón (cf. Hch 2,38; 10,45).

 

3. El cántico leído en el hoy

a) Para la meditación

La bendición, en la práctica del Antiguo Testamento, nos ofrece dos características fundamentales: la de la bendición de Dios al hombre (significado descendente) y la de la bendición del hombre a Dios (significado ascendente). El término hebreo beraká significa no sólo el acto favorable de bendecir de parte de Dios, sino también el de ser bendecido y el hecho de recibir la bendición.

Dios es el dispensador de toda bendición a la realidad creada (cf. Gn 1,22.28; 26,3), aunque con una condición por parte del hombre: la aceptación de la alianza y su fidelidad a la misma (cf. Sal 24,4ss), que encuentra, a continuación, en el culto su modalidad ritual. Sin embargo, el hombre también puede bendecir a Dios: el hombre bíblico bendice a su Señor al rendirle alabanza y gloria (cf. Dn 3,26ss y 52-90), reconociéndole como Creador justo y misericordioso. El israelita piadoso es consciente de que en la creación todo le pertenece a Dios, y sólo a él le debe reconocimiento y acción de gracias con todo su propio ser.

Bendecir a Dios es también un aspecto esencial de la vida cristiana en el Nuevo Testamento, especialmente por la bondad y la misericordia del Padre, que quiso realizar su plan de salvación, a través de su Hijo, por su amor gratuito a los hombres. A esta luz, la vida cristiana se manifiesta como una coral sinfónica de alabanzas y bendiciones que asciende desde el corazón del creyente a Dios y llena de alegría todo el universo.

b) Para la oración

Padre omnipotente y eterno, toda la Iglesia te alaba y te bendice junto con todas las criaturas del universo no sólo por tu bondad y misericordia infinitas, que has derramado por todas partes a manos llenas, sino especial-mente por la resurrección de tu Hijo, Jesús: la comunidad cristiana se siente, en esta celebración dominical, recreada en el amor y en la esperanza de poder participar en su misma gloria futura.

Tú, oh Señor, que liberaste a los tres niños del horno ardiente, para que no experimentaran el tormento de las llamas y de la muerte y, por su fidelidad a ti, les premiaste con el don de una vida renovada y de una presencia consoladora de tu Espíritu, haz que también nosotros permanezcamos fieles a nuestra vida cristiana: no permitas que sucumbamos nunca al fuego de la tentación y del sufrimiento, a fin de que podamos cantar tu amor misericordioso junto con todas tus criaturas.

c) Para la contemplación

En la escuela se presenta a los niños cosas para que las alaben, y todas las cosas que se les presenta para ser alabadas son obras de Dios. Se invita al hombre a ala-bar el sol, el cielo, la tierra, y, para bajar a cosas más modestas, se le hace alabar la rosa, el laurel. Todas estas cosas son obras de Dios y se presentan, se aceptan, se alaban. Se elogian las obras, sin decir nada del artífice. Yo, por el contrario, deseo que a través de las obras se alabe al Creador: no me gusta el alabador ingrato. ¿Cómo puedes, además, alabar la obra y no decir nada del que la hecho? ¡Como si, faltando él y su grandeza, tuvieras igualmente algo que alabar! ¿Qué hay en las cosas visibles que puedas alabar? La belleza, la utilidad, la energía o el poder propio de tales cosas. Ahora bien, si te encanta su belleza, ¿qué puede haber más bello que el que las ha hecho? Si te decantas por su utilidad, ¿qué es más útil que el Creador del universo? Si alabas su vigor, ¿qué hay más potente que aquel por el que todo fue creado? Y no sólo no fueron abandonadas las criaturas, sino que, incluso después de haber sido creadas, fueron todas ellas sostenidas y ordenadas (Agustín de Hipona, Esposizioni sui salmi, 4, Cittá Nuova, Roma 1977, pp. 697. Existe edición española en la BAC).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico: «Bendito sea el Señor» (v 56).

e) Para la lectura espiritual

El hombre hace subir su alabanza al Creador en el silencio inmóvil de la naturaleza. Como dice el Sal 140, «suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde» (v. 2). Corresponde al hombre dar voz a todas las criaturas, él es el liturgo de la creación [...]. El hombre, llamando por su nombre a las criaturas, les da la voz para que entonen una alabanza universal. Más aún, como escribía otro poeta, Rilke, «las cosas confían en nuestra capacidad de salvar-las». Y Pablo, en la carta a los Corintios, personifica a la creación como una mujer que, con la cabeza erguida, «espera con impaciencia... ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,19.21). Y el escritor alemán Walter Benlamin (1892-1940) observa en sus Reflexiones que «la creación divina queda completada cuando las cosas reciben su nombre por los hombres».

Debemos recuperar, pues, esta capacidad de «dar nombre» a las cosas y darles su voz. Un místico como el cardenal P. de Bérulle (1575-1629) decía que el hombre «tiene la pasión de contemplar el mundo y a sí mismo, de ver a Dios en su obra y de referirse él mismo y todas las obras de Dios a Dios, puesto que su espíritu es el espíritu del universo para conocer a Dios y adorarle, y su lengua es la lengua del universo para alaarle, y su corazón es el corazón del universo para amarle (G. Ravasi, Mattutino di Awenire, Piemme, Casale Monferrato [Al] 1993, p. 231).