Martes
de la sexta semana
de pascua

 

LECTIO

Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 16,22-34

En aquellos días, 22 la gente se amotinó contra ellos, y los magistrados ordenaron que les despojaran de sus vestiduras y los azotaran con varas. 23 Después de una severa flagelación, los metieron en la cárcel y encargaron al carcelero que los guardase con cuidado. 24 El carcelero, siguiendo a la letra la orden, los metió en el calabozo más seguro y les sujetó los pies en el cepo.

25 A medianoche, Pablo y Silas oraban entonando himnos a Dios, mientras que los otros presos los escuchaban. 26 De repente, se produjo un gran terremoto, que sacudió los cimientos de la cárcel; se abrieron solas todas las puertas y a todos los presos se les soltaron las cadenas. 27 Al despertarse el carcelero y ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó el puñal con intención de suicidarse, pensando que los presos se habrían fugado. 28 Pero Pablo le gritó:

29 El carcelero pidió una antorcha, entró en el calabozo y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas. 30 Después los sacó fuera y dijo:

31 Ellos le respondieron:


Pablo y Silas están en la cárcel por haber expulsado el espíritu de adivinación de una esclava: «El espíritu salió de ella en aquel mismo instante, pero sus amos, al ver que habían desaparecido sus expectativas de lucro, echaron mano a Pablo y a Silas y los llevaron a la plaza pública ante las autoridades» (vv. 18b-19) acusándoles de turbar el orden público.

Los «estrategas» de Filipos, sin hacer demasiadas averiguaciones, ordenan que azoten con varas a los acusados y encargan al carcelero que los vigile con cuidado. Por eso, al día siguiente, cuando los magistrados querían liberar a los prisioneros, Pablo protesta de manera vivaz y, haciéndose fuerte en su ciudadanía romana, les exige explicaciones por su acción ilegal. Lucas se muestra solícito también en esta ocasión en sacar a la luz el derecho romano, que favorece la libre circulación de la Palabra. Las persecuciones todavía están lejos.

Entre ambos episodios «policíacos» se inserta la clamorosa conversión narrada en nuestro pasaje: el testimonio sereno de los prisioneros, su lealtad, la serie de acontecimientos extraordinarios, conmueven al carcelero y le hacen plantear la pregunta: «¿Qué debo hacer para salvarme?».

La respuesta no consiste en una serie de preceptos, sino en la presentación de una persona: «Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia». Así, a la «prosélito judía» se añade un «funcionario romano»: dos conversiones que entran a formar parte de una comunidad muy querida por Pablo. En efecto, los cristianos de Filipos le habían «robado» a Pablo el corazón.


Evangelio: Juan 16,5b-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 5 Pero ahora vuelvo al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adónde vas?». 6 Eso sí, al anunciaros estas cosas, la tristeza se ha apoderado de vosotros. 7 Y sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. 8 Cuando él venga, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con la condena. 9 Con el pecado, porque no creyeron en mí; 10 con la justicia, porque retorno al Padre y ya no me veréis; 11 con la condena, porque el que tiraniza a este mundo ha sido condenado.


El tema fundamental que nos propone el evangelista es el Espíritu Santo, testigo de Jesús y acusador del mundo. Los versículos introductorios recogen el tema de la tristeza de los discípulos. Jesús ha hablado de las persecuciones que deberán padecer los suyos, y éstos se sienten turbados frente a esos acontecimientos. Las palabras dirigidas por Jesús a los discípulos, recogidas en los vv. 5-7, sacan a la luz su cierre. Los discípulos, atemorizados por el inminente futuro de sufrimiento que les espera, son incapaces de confiarse al que es el único que puede hacerles superar toda tristeza y angustia.

Por eso les reprocha Jesús el hecho de que ninguno le pregunte qué significa su partida al Padre y su próxima pasión y muerte, de las que ya les ha hablado otras veces (cf. 7,33; 13,33; 14,2-5.12). Si hubieran comprendido el sentido de su misión de sufrimiento redentor, se habrían tranquilizado con el pensamiento de que su «ascenso» al Padre tendría como consecuencia la venida del Espíritu, quien reforzará su convicción en torno a la victoria de su fe y les dará la comprensión plena de la verdad del Evangelio.

¿Cuál será, entonces, la tarea del Espíritu? Dar testimonio contra el mundo, que está en pecado por haber rechazado a Cristo. Él, como abogado en un proceso, revelará a los creyentes, a lo largo del desarrollo de la historia, el error del mundo. Lo pondrá en situación de acusado por su pecado de incredulidad. Probará al mundo la justicia de Cristo. Demostrará que el juicio de condena contra Jesús es inconsistente; más aún: que se ha resuelto con la condena para siempre del «que tiraniza a este mundo», sobre el que ha triunfado Cristo con su muerte-exaltación (v. 11).


MEDITATIO

Mientras el mundo condena a los discípulos porque siguen a Cristo, el Espíritu dará la vuelta a la situación, revelando el verdadero ser del mundo, su error, su nulidad. Es una luz que procede del criterio del juicio divino, diferente e incluso opuesto al del mundo. Los discípulos, perseguidos y condenados por los tribunales del mundo, pueden juzgar y condenar en lo íntimo de su conciencia al mundo, en espera del juicio final, que pondrá de manifiesto los términos exactos de la eterna lid.

De este Espíritu que refuerza los corazones, que hace evidentes las razones del creer, que da el valor necesario para oponerse a la mentalidad de este mundo, de este Espíritu -decía- tenemos hoy una extrema necesidad. Y tenemos tanta necesidad porque se trata de un mundo cada vez más seguro de sí mismo, más persuasivo, más seductor. Tenemos necesidad, sobre todo, de este Espíritu que muestra al corazón y a la mente de cuantos creen que sectores completos del mundo «mundano» tienen en sí mismos componentes diabólicos, que la batalla entre Cristo y el Príncipe de este mundo continúa, que nosotros participamos en esta lucha decisiva, dentro de nosotros, entre nosotros y en el ambiente que nos rodea.


ORATIO

Envía tu Espíritu, Señor, para que podamos resistir al poder del mundo. Estás viendo lo débiles que somos, cómo disminuyen nuestras fuerzas, cómo disminuyen nuestras filas, cómo se vuelven cada vez más tímidos tus discípulos y cómo las razones del mundo están conquistando el corazón de no pocos de nuestros jóvenes y de los que ya no lo son. ¿Qué podremos oponer al poder del mundo si tu Espíritu no está con nosotros? Nuestros argumentos no interesan demasiado, y apenas arañan las seguridades de pocos. Sin tu Espíritu corremos el riesgo de ser homologados con el sentir común.

Tenemos una extrema necesidad de una dosis masiva de tu Espíritu para no sentirnos los últimos defensores de una causa que, a los ojos de muchos, no tiene futuro. Envía a tu Paráclito, a tu Abogado, a tu Argumentador, a tu Defensor, a tu Consolador, para que no huyamos de la lucha, para que no nos quedemos sin armas, para que no nos veamos sumergidos en la envolvente mentalidad que proclama un tranquilo paganismo. Envía tu Espíritu para convertirnos en profetas críticos de este mundo, profetas entusiastas de tu mundo, de tu verdad.


CONTEMPLATIO

«Se acerca el príncipe de este mundo» (Jn 14,30). ¿Quién es ese príncipe de este mundo, sino aquel de quien ya había hablado antes, diciendo: «Se acerca el príncipe de este mundo. Aunque no tiene ningún poder sobre mí», es decir, no encuentra nada que le dé derecho alguno, nada que le pertenezca, o sea, ningún pecado en absoluto? Gracias al pecado se ha convertido el diablo en el príncipe de este mundo.

El diablo no es, ciertamente, príncipe del cielo y de la tierra y de todas las cosas que están en el cielo y en la tierra, es decir, no es príncipe del mundo en el sentido en que se entiende el mundo con estas palabras: «Y el mundo fue hecho por él». Es príncipe de ese mundo del que el mismo evangelista dice inmediatamente después: «Y el mundo no lo reconoció», a saber: los hombres infieles, de los que el mundo —esto es, la superficie de la tierra— está lleno, y en medio de los cuales gime el mundo de los fieles, que fueron elegidos de en medio del mundo por aquel por cuya mediación fue hecho el mundo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 79,2).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Cuando venga el Paráclito, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado» (Jn 16,8).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¿Qué signos caracterizan a los verdaderos profetas? ¿Quiénes son esos revolucionarios? Los profetas críticos son personas que atraen a los otros con su fuerza interior. Los que se encuentran con ellos quedan fascinados y quieren saber más de ellos, porque tienen la impresión irresistible de que toman su fuerza de una fuente escondida, fuerte y abundante. Fluye de ellos una libertad interior que les concede una independencia que no es soberbia ni separación, pero que les hace capaces de estar por encima de las necesidades inmediatas y de las realidades más apremiantes.

Estos profetas críticos son movidos por lo que sucede a su alrededor, pero no dejan que eso los oprima o los destruya. Escuchan con atención, hablan con segura autoridad, pero no son gente que se incline al apresuramiento y al entusiasmo con facilidad. En todo lo que dicen y hacen parece como si hubiera ante ellos una visión viva, una visión que los que les escuchan pueden presumir, aunque no ver. Esta visión guía sus vidas y la obedecen. Por medio de ella saben cómo distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es. Muchas cosas, que parecen de una apremiante inmediatez, no les agitan, y atribuyen una gran importancia a algunas cosas a las que los otros no prestan atención. No viven para mantener el status quo, sino que fabrican un mundo nuevo, cuyos rasgos ven. Ese mundo tiene para ellos tal aliciente que ni siquiera el miedo a la muerte ejercen sobre ellos un poder decisivo (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 1 9973, pp. 57ss).