Tercer domingo de cuaresma

Año A


LECTIO

Primera lectura: Éxodo 17,3-7

El pueblo, sediento, seguía murmurando contra Moisés:

Entonces Moisés clamó al Señor:

El Señor le dijo:

Así lo hizo Moisés en presencia de los ancianos de Israel. 'Y dio a aquel lugar el nombre de Masá -es decir, Prueba- y Meribá -es decir, Querella-, porque los israelitas habían puesto a prueba al Señor y se habían querellado contra él, diciendo:

 

En su camino hacia la tierra prometida, el pueblo sufre repetidamente hambre y sed. Hambre y sed son dos constantes del camino por el desierto, tierra de prueba y purificación, donde sólo se puede avanzar por medio de la fe. El episodio de Masá y Meribá es emblemático. En primer lugar los nombres tienen un significado elocuente: Masá (tentación, prueba) y Meribá (murmuración, protesta). Después del primer trecho de camino, el pueblo ya se encuentra extenuado por la sed. ¿Cuál fue su actitud? Notemos los verbos: "protesta", "murmura", "pone a prueba". Desconfía de Dios y duda de que Moisés sea el hombre enviado para salvarle; de ahí la pregunta que manifiesta su escepticismo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" (v. 7).

Se abre así la segunda parte de la narración: Moisés, como intercesor, invoca la ayuda del Señor, que responde en seguida ordenándole golpear la roca con el mismo bastón con el que había golpeado las aguas del Nilo. Y esto evidencia al pueblo incrédulo la presencia continua de Dios, que, en la plenitud de los tiempos, se manifestará precisamente como el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Moisés obedeció y brotó una fuente de agua. El episodio parece concluido. Sin embargo, este acontecimiento, como otros, por insignificantes que parezcan, tendrá una gran resonancia tanto en el pueblo elegido (cf. Sal 77,15s; 94,8; 104,41; Sab 11,4) como en la vida de Moisés, que llevará el peso de la falta de fe del pueblo y, solidario, deberá morir sin entrar en la tierra prometida, contemplándola sólo de lejos (cf. Dt 34), y convirtiéndose así en figura de Cristo, que cargó con el pecado de la humanidad.


Segunda lectura: Romanos 5,1-2.5-8

Así pues, quienes mediante la fe hemos sido puestos en camino de salvación, estamos en paz con Dios a través de nuestro Señor Jesucristo. Por la fe en Cristo hemos llegado aobtener esta situación de gracia en la que vivimos y de la que nos sentimos orgullosos, esperando participar de la gloria de Dios.

Una esperanza que no engaña, porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones.

Estábamos nosotros incapacitados para salvarnos, pero Cristo murió por los impíos en el tiempo señalado. Es difícil dar la vida incluso por un hombre de bien, aunque por una persona buena quizá alguien esté dispuesto a morir. Pues bien, Dios nos ha mostrado su amor haciendo morir a Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores.


Resumiendo en un solo versículo (5,1) la exposición de los cc. 1-4 de la carta a los Romanos, Pablo describe la condición del cristiano en el tiempo presente: es restituido conforme al proyecto de Dios gracias a la confianza en el contenido del "anuncio de salvación" (kérygma). Lo cual le concede experimentar la paz con Dios, porque está seguro del amor de Cristo. Sólo él, que con su muerte es mediador de nuestra salvación-reconciliación (v 10), puede concedernos desde ahora acceder a la gracia, a la comunión de vida con Dios (v 2a). Esta realidad suscita una alegría nueva, prenda de la gloria futura (v. 2b).

Las tribulaciones contribuirán a arraigar con mayor profundidad nuestra esperanza (w 3s). Pues la esperanza no defrauda, porque el Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestros corazones como poder divino de vida nueva (v 5) y arras generosas de nuestra herencia (Ef 1,14). El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu del loco amor de Dios por nosotros en Cristo: él nos ha conseguido la salvación que nos hace justos viniendo a nuestro encuentro cuando estábamos en la remota lejanía del pecado y la enemistad (w. 8-10). ¿Quién podrá separarnos, en el tiempo y en la eternidad de su amor (Rom 8,38s)?


Evangelio: Juan 4,5-42

Llegó a un pueblo llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba también el pozo de Jacob.

Jesús, fatigado por la caminata, se sentó junto al pozo. Era cerca de mediodía. En esto, una mujer samaritana se acercó al pozo para sacar agua. Jesús le dijo:

"Los discípulos habían ido al pueblo a comprar alimentos. 'La samaritana dijo a Jesús:

- ¿Cómo es que tú, siendo judío, te atreves a pedirme agua a mí, que soy samaritana? (Es de advertir que los judíos y los samaritanos no se trataban.)

Jesús le respondió:

Contestó la mujer:

Jesús replicó:

Entonces la mujer exclamó:

        Jesús le dijo:

Jesús prosiguió:

        La mujer replicó:

Jesús respondió:

La mujer le dijo:

Entonces Jesús le dijo:

En este momento, llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que Jesús estuviese hablando con una mujer; pero ninguno se atrevió a preguntarle qué quería de ella o de qué estaban hablando." La mujer dejó allí el cántaro, volvió al pueblo y dijo a la gente.

- Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será el Mesías?

Ellos salieron del pueblo y se fueron a su encuentro. Mientras tanto los discípulos le insistían:

Pero él les dijo:

- ¿Será que alguien le ha traído de comer? 'Jesús les explicó:

Muchos de los habitantes de aquel pueblo creyeron en Jesús por el testimonio de la samaritana, que aseguraba: - Me ha dicho todo lo que he hecho.

Por eso, cuando los samaritanos llegaron donde estaba Jesús, le insistían en que se quedase con ellos, y se quedó con ellos dos días.41 Al oírle personalmente, fueron muchos más los que creyeron en él,' de modo que decían a la mujer:

- Ya no creemos en él por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos le hemos oído y estamos convencidos de que él es verdaderamente el Salvador del mundo.


El evangelista lee la revelación del misterio profundo de la persona de Jesús en las vicisitudes cotidianas. Es mediodía y junto al pozo de Sicar (v 5; cf. Gn 48,22) tiene lugar el encuentro y el diálogo insólito (v. 8) entre una mujer samaritana y un judío (v 9), un
"profeta" (v 19) mayor que Jacob (v. 12), "el Cristo" (v 29). Sucesivamente van llegando los discípulos (w. 27-38), finalmente otros samaritanos paisanos de la mujer (w. 40-42): los estrechos horizontes tradicionales se abren a la universalidad.

¿Quién es, pues, aquel rabbí que se atreve a conversar con una mujer (v. 27), y encima samaritana, es decir, considerada herética, idólatra (vv. 17-24; cf. 2 Re 17,29-32) y pecadora (v. 18)? Las personas que salieron a su encuentro lo declaran "Salvador del mundo" (v 42): estamos en la cumbre de la narración y de su contenido teológico. Y, sin embargo, Jesús se presentó como un sencillo caminante que no duda en pedir un poco de agua. Incluso este dato no carece de significado: su sed -sed de salvar a la humanidad- remite a numerosos pasajes del Antiguo Testamento. Junto a la zarza ardiente, Moisés, destinado a ser guía del pueblo elegido en el Éxodo, había pedido a Dios revelarle su nombre; finalmente aquella pregunta encuentra ahora respuesta: "Yo soy, el que habla contigo" (v. 26; cf. Ex 3,14). Sobre la sombra del pecado, el Mesías proyecta la luz de la esperanza: la conversión abre el camino para adorar al Padre "en espíritu y en verdad" (v 23; cf. Os 1,2; 4,1). Ahora va a cumplirse una larga historia de deseo y fatiga, de fe y de incredulidad. La plenitud está en el encuentro con Cristo, cuyas palabras son hechos: en el Calvario brotará la fuente de agua viva, en la pasión se saciará totalmente su hambre y su sed de hacer la voluntad del Padre (v. 28, cf. Jn 19,28). De su muerte nace la vida para todos -ahora cualquier hombre puede considerarse "elegido", amado-; de su fatiga en el sembrar (vv. 6.36-38) se abre para los discípulos el gozo de la siega (v 38) y del testimonio, como la mujer samaritana deja entrever en su ímpetu de auténtica misionera (v 28).


MEDITATIO

A lo largo del fatigoso camino de la vida siempre podemos decir: "En estos días el pueblo padece sed". El hombre, hecho para lo infinito, es atormentado por la árida finitud que le rodea y no le sacia, y percibe, sediento, la necesidad de una agua viva que le hidrate y regenere, que le vivifique y haga fecundo el sentido de sus días. Jesús, caminante divino por las rutas de la humanidad, ha querido compartir nuestra sed para hacernos conscientes de que la sed de un amor eterno e ilimitado nos asedia y nos inquieta y que de nada vale querer ignorarla o aplacarla con multitud de amores humanos. Sólo él puede verter en nuestros corazones la fuente que brota para la vida eterna, el Espíritu Santo, alegría inagotable de Dios. Pero, antes, Jesús debe cansarse, y mucho, para desenmascarar nuestra falsa sed, por la que cada día estamos dispuestos a recorrer tan largo camino llevando sobre nuestras espaldas cántaros pesados. Desde hace cuántos días y años nuestra pobre humanidad está sedienta, siempre un poco "samaritana de cinco maridos". Y, sin embargo, el Señor hace que todo concurra para nuestro bien: llegará ciertamente a cada uno su inolvidable mediodía de sol, en el que nuestro tortuoso trayecto se cruzará con el suyo, allí donde siempre nos espera, a la hora de sexta, pendiente de la cruz de su perenne sitio: "Tengo sed", sed de ti, de tu salvación, de tu amor.


ORATIO

Espéranos, Señor, junto al pozo del pacto, en la hora providencial que a cada uno le toca. Preséntate, inicia tú el diálogo, tú mendigo rico de la única agua viva. Aléjanos, poco a poco, de tantos deseos, de tantos amores efímeros que todavía nos distraen. Disipa la indiferencia, los prejuicios, las dudas y los temores; libera la fe. Ahonda en nosotros el vacío para que lo llenes de deseo. Ensancha nuestro corazón, inflámalo de esperanza. Da un nombre a esta sed que nos abrasa interiormente y que no sabemos llamarla con su verdadero nombre. Haz que nos adentremos en nosotros mismos, hasta el centro más secreto donde sólo llegas tú.

A través de las duras piedras del orgullo, entre el fango de los falsos compromisos, por la arena de los rechazos, abre tú mismo un acceso a tu Santo Espíritu.


CONTEMPLATIO

Dígnate, Dios misericordioso y Señor piadoso, llamarme a esta fuente, para que también yo, junto con todos los que tienen sed de ti, pueda beber el agua vivaque de ti mana, oh fuente viva. Que pueda embriagarme en tu inefable dulzura sin cansarme nunca de ti y diga: ¡Qué dulce es la fuente de agua viva; su agua que brota para la vida eterna no se agota jamás!

Oh Señor, tú eres esta fuente eternamente deseada, en la que continuamente debemos apagar la sed y de la que siempre tendremos sed.

Danos siempre, oh Cristo Señor, de esta agua para que se transforme en nosotros en surtidor de agua viva para la vida eterna.

Ciertamente pido una gran cosa, ¿quién lo ignora? Pero tú, oh Rey de la gloria, sabes dar grandes cosas y has prometido grandes cosas.

Nada hay más grande que tú: te nos has dado y te has dado por nosotros. Por eso te rogamos que nos des a conocer eso que amamos, porque no queremos nada fuera de ti. Tú eres todo para nosotros: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios (san Columbano, Instrucción XII).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Mi alma tiene sed de ti, Señor" (Sal 62,2).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La encarnación y la pasión son la locura de amor de Dios para que el pecador pueda acogerlo. Desde esta locura se comprende cómo el mayor pecado es no creer en el amor de Dios por nosotros. No podemos olvidarnos de Dios: él no nos olvida; no podemos alejarnos de Dios, él no se aleja.

Dios nos espera en todos los caminos de nuestro destierro, en cualquier brocal de no sé qué pozo al pie de cualquier higuera [...].

Nos espera no para reprocharnos, ni siquiera para decirnos: "Mira que te lo había dicho", sino para cubrirnos con su amor, que nos salva incluso del mirar atrás con demasiada pena. Dostoievski pone en labios de la mujer culpable: "Dios te ama a causa de tus pecados". No es exacto: Dios nos ama como somos para hacernos como él quiere que seamos.

¡Gracias, Señorl Si me hubiese contentado con el deseo de ti, que me llevaba a buscarte sin saber dónde te podría encontrar, toavía estaría errando por los caminos, con la angustia de mi deseo insatisfecho o con la ilusión de haber encontrado algo. Te he encontrado de verdad porque has salido a mi encuentro en mis caminos de pecado: hombre entre Ios hombres, cuerpo bendito que yo mismo ayudé a despojar, a flagelar; rostro bendito besado por mis labios, como Judas; corazón que atravesé...

Ninguna sed creó jamás las fuentes, ni hizo brotar agua en las arenas. Tu sed, sin embargo, ha apagado mi sed porque si no hubieses seguido mis huellas, si no te hubieses dejado crucificar por mí quizás te hubiera buscado, pero nunca te habría encontrado. Señor, gracias por haberte dejado clavar en la cruz, por dejarte encontrar por el que te crucificó. Amén (R Mazzolari, La piú bella awentura, Brescia 1974, 218.223).