Jueves
de la primera semana
de cuaresma


LECTIO

Primera lectura: Ester 4,1. 3-5. 12-14

La reina Ester, angustiada porque la muerte se le echaba encima, recurrió al Señor [...]. Y oró así al Señor, Dios de Israel: "Señor mío, tú eres nuestro único rey; ayúdame, porque estoy sola, no tengo más protector que a ti y el peligro me amenaza. Desde niña he oído en mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros padres entre todos sus antepasados, como heredad perpetua, cumpliendo todas tus promesas. Ahora nosotros hemos pecado contra ti, y nos has entregado a nuestros enemigos, porque hemos adorado a sus dioses. ¡Eres justo, Señor!

Acuérdate de nosotros, Señor, y hazte presente en medio de nuestra tribulación. Dame valor, Rey de los dioses y dominador de todo poder; pon en mi boca palabras oportunas cuando tenga que hablar al león, cambia su corazón; haz que aborrezca a nuestro adversario, para que muera con sus cómplices. Líbrame, Señor, con tu poder y ayúdame a mí, que estoy sola y no tengo a nadie más que a ti, Señor. Tú lo sabes todo".


Ester, joven hebrea, esposa del rey persa, llega a saber que, por intrigas palaciegas, se ha decretado el exterminio de todos los hebreos deportados en el reinode Persia. Entonces la reina decide exponerse al peligro y afrontar al esposo para interceder a favor de su pueblo. Antes de acudir a la presencia del rey, en su angustia suplica al Señor, acompañando la oración con la penitencia.

Firme en su fe, la reina reconoce que el verdadero Rey es Dios y profesa que él es el Único: sólo de él puede venir la salvación. Invocando su ayuda manifiesta la propia soledad (v. 17k). La inaccesible trascendencia de Dios parece mayor en contraste con la pequeñez y debilidad de una mujer. La realidad, sin embargo, es otra: el Solo es el único auxilio de quien está sola. De manera muy significativa, el texto griego utiliza el mismo adjetivo aplicado primero a Dios y luego a la reina (mónos / móne). La lejanía se convierte en máxima cercanía.

En su súplica, Ester, por una parte, recuerda al Señor la elección de Israel, las promesas hechas a los padres y su cumplimiento (v 17'); por otra parte, confiesa el pecado del pueblo. Por el favor manifestado en el pasado y el arrepentimiento presente, la reina osa pedir al Señor, que lo sabe todo (v. 17'), la salvación para su pueblo, y para ella, valentía, sabiduría y auxilio para poder desempeñar eficazmente su misión de intercesora.

 

Evangelio: Mateo 7,7-12

Dijo Jesús: "Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y os abrirán. 'Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren.  ¿Acaso si a alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra?; o si le pide un pez ¿le da una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! Así pues, tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros, porque en esto consisten la Ley y los profetas.


Con una argumentación seria que, desde el punto de vista formal, se asemeja a la de los rabinos de su tiempo, Jesús enseña la necesidad de la oración de petición, declarando la certeza de ser escuchada. ¿Se da una contradicción con lo indicado poco antes (Mt 6,7s)? Ciertamente, no; en la oración no es preciso ser palabrero, porque el Padre "conoce", pero es necesario asumir la actitud interior del mendigo, es decir, saber ubicarse en la verdad de la propia condición humana.

Dios mismo da al que pide y abre al que llama: de hecho, los verbos usados -"se os dará", "se os abrirá"- tienen la forma de lo que se llama "pasivo divino", expresión semántica para evocar el nombre de Dios -impronunciable- sin nombrarlo de modo explícito (vv. 7s). Si a un hijo que pide alimento su padre no le dará cualquier cosa que se le parezca en su aspecto externo pero que en sustancia sea muy diferente (vv. 9s), mucho más Dios, el único bueno, el padre más solícito, dará "cosas buenas" a todos los que le piden.

El Padre escucha siempre las súplicas de sus hijos y da lo que realmente es mejor al que lo invoca. El v. 12 recuerda un dicho rabínico: "Lo que es odioso para ti, no lo hagas a tu prójimo. En esto está toda la ley, el resto sólo es una explicación". Jesús lo relata en forma positiva, y esto es mucho más exigente: no se trata de un "no hacer", sino de algo concreto que nos exige estar siempre atentos por el bien de los demás; por esta razón, cambia completamente la vida del que lo toma en serio, le lleva a la verdadera conversión: descentrarse de nosotros mismos para que nuestro centro sean los demás.


MEDITATIO

Jesús nos enseña a orar con perseverancia confiada, revelándonos al mismo tiempo cómo es el corazón de Dios y cómo debe ser el corazón del orante. Se nos va conduciendo a la verdad más sencilla y más profunda: Dios es nuestro Padre y nos ama con amor eterno, sin arrepentirse, sin reservas. Quizás no creemos de veras en este amor, o tal vez estamos ya tan acostumbrados a decir y oír que Dios nos ama, que apenas prestamos atención a esta realidad desconcertante.

Jesús hoy nos invita a entrar en comunión viva con Dios Padre, y ésta es una experiencia que nos puede cambiar interiormente: pedid..., buscad..., llamad..., no quedaréis defraudados. El Padre, fuente inagotable de bondad, dará sólo cosas buenas a los que se las pidan. ¿Hemos orado ya de veras, dirigiéndonos a él o, tal vez, hemos manifestado nuestros deseos en voz alta, haciéndolos girar en torno a nosotros mismos? Además, ¿eran de verdad "cosas buenas" las que hemos pedido?

La oración humilde y sencilla, la oración de un corazón amante, comienza con un acto de contemplación gratuita, teniendo fija la mirada interior en el rostro del Padre bueno. Olvidemos nuestras muchas peticiones y, poco a poco, sentiremos nacer en nosotros una única súplica que brota de una exigencia realmente necesaria.

Después de haber contemplado en la fe el rostro de Dios, ya no podremos dudar ni ignorar que somos hijos de Padre, impulsados por su amor a todo ser humano, nuestro hermano, para brindar esa bondad que sin cesar mana de la fuente y viene a saciar nuestra indigencia para que rebose hacia todos y llegue a cada uno.


ORATIO

Oh Padre, tú que eres el único bueno y das cosas buenas a los que te las piden, escucha nuestra oración. Antes de nada danos un corazón sencillo, humilde, confiado, que sepa abandonarse sin pretensiones y sin reservas a tu amor. Haznos pobres de espíritu y ven, tú que eres el Rey, a ensanchar en nosotros tu reino de paz. Ayúdanos a suplicarte incesantemente para que, siendo portavoces de toda criatura, podamos llevar a todos el auxilio de tu amor. Tú das al que pide: danos tu Espíritu bueno. Tú concedes que encuentre el que busca: que busquemos siempre tu rostro. Tú abres al que llama: ábrenos la puerta de tu corazón a nosotros y a todos los hombres. Estrechados en tu eterno abrazo, no pediremos más. Oh Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.


CONTEMPLATIO

El Evangelio nos asegura que son muchas las causas por las que somos escuchados. Una condición: que dos almas se unan en su oración; otra una fe firme; también la limosna, la enmienda de vida [...]. Convencido estoy de nuestras miserias, y quiero, incluso, admitir que estamos completamente desprovistos de las virtudes de las que hemos hablado antes. Y, sin embargo, el Señor promete concedernos los bienes celestiales y eternos; nos exhorta a una dulce violencia con nuestra insistencia. Nada más lejos de él que el desprecio de los importunos: los invita, los alaba, les promete concederles con gusto todo. Que nos anime la insistencia de los importunos. Sin exigir un gran mérito ni grandes fatigas, está en nuestra mano. No dudemos de la Palabra del Señor, que dice: "Todo lo que pidáis con fe lo obtendréis" (Juan Casiano, Colaciones, IX, 34, passim).


ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

"Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él le escucha" (Sal 33,6s).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Antes de saber cómo hay que orar, importa mucho más saber cómo "no cansarse nunca", no desanimarse nunca, ni deponer las armas ante el silencio aparente de Dios: "Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer" (Lc 18,1).

Que la intrepidez se adueñe de ti como de la viuda ante el juez. Vete a encontrar a Dios en plena noche, llama a la puerta, grita, suplica e intercede. Y si la puerta parece cerrada, vuelve a la carga, pide, pide hasta romperle los oídos. Será sensible a tu llamada desmesurada, pues ésta grita tu confianza total en él.

Déjate llevar por la fuerza de tu angustia y el asalto de tu impetuosidad. En algunos momentos, el Espíritu Santo formulará él mismo las peticiones en lo más íntimo de tu corazón con gemidos inefables. ¿Has oído gemir a un enfermo presa de un intenso sufrimiento? Nadie puede permanecer insensible a esta queja, a menos que tenga un corazón de piedra. En la oración, Dios espera que pongas esta nota de violencia, de vehemencia y de súplica para volcarse sobre ti, y escuchará tu petición. En el fondo, no haces más que dar alcance al amor infinito comprimido en su corazón, que espera tu oración para desencadenarse en respuesta de ternura y misericordia. Si supieses lo atento que está Dios al menor de tus clamores, no dejarías de suplicarle por tus hermanos y por ti. El se levantaría entonces y colmaría tu espera mucho más allá de tu oración. Se puede esperar todo de una persona que ora sin cansarse y que ama a sus hermanos con la ternura misma de Dios (J. Lafrance, Ora a tu Padre, Madrid 1981, 173-174).