Miércoles de ceniza

LECTIO

Primera lectura: Joel 2,12-18

Así dice el Señor:

12 Pero ahora, oráculo del Señor,
volved a mí de todo corazón,
con ayunos, lágrimas y llantos;

13 rasgad vuestro corazón,
no vuestras vestiduras,
volved al Señor vuestro Dios.

El es clemente y misericordioso,
lento a la ira, rico en amor
y siempre dispuesto a perdonar.

14 ¡Quién sabe
si no perdonará una vez más
y os bendecirá de nuevo,
permitiendo que presentéis ofrendas
y libaciones al Señor vuestro Dios!

15 ¡Tocad la trompeta en Sión,
promulgad un ayuno,
convocad la asamblea,
16
reunid al pueblo,
purificad la comunidad,
congregad a los ancianos,
reunid a los pequeños
y a los niños de pecho!

Deje el esposo su lecho
y la esposa su alcoba.

17 Entre el atrio y el altar lloren
los sacerdotes, ministros del Señor,
diciendo: "Perdona, Señor, a tu pueblo
 y no entregues tu heredad al oprobio,
a la burla de las naciones.

Por qué han de decir los paganos:

"¿Dónde está su Dios?".

18 El Señor se apiadó de su tierra
y perdonó a su pueblo.

El mensaje del profeta Joel se pronunció probablemente después del destierro, en el templo de Jerusalén: una plaga de langostas devastó los campos, ocasionando carestía y hambre (1,2-2,10); como consecuencia, cesó el culto sacrificial del templo (1,13-16). El profeta debe leer los signos de los tiempos; por eso anuncia la proximidad del "día del Señor" invitando a todo el pueblo al ayuno, a la oración, a la penitencia (2,12.15-17a).

La palabra clave de este fragmento, repetida tres veces en los primeros versículos, es volver (shúb en hebreo): verbo clásico de la conversión. En el v. 12 manifiesta la invitación al pueblo, indicando las modalidades de esta conversión, es decir, con el corazón y con los ritos litúrgicos, que serán auténticos y agradables a Dios si manifiestan la renovación interior. En el v. 13 la invitación a volver aparece de nuevo y la motivación es: porque el Señor siempre es misericordioso. En el v. 14 el mismo verbo se refiere a Dios abriendo una puerta a la esperanza: `perdonará una vez más". Un amor sincero a Dios, una fe más sólida, una esperanza que se hace oración coral y penitente, a la que ninguno debe sustraerse: con estas promesas el profeta y los sacerdotes podrán pedir al Señor que se muestre "celoso" con su tierra, compasivo con su heredad (vv 17s).

 

Segunda lectura: 2 Corintios 5,20-6,2

Hermanos, 5.20 somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios. 21 A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

6, 1 Ya que somos sus colaboradores, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. 2 Porque Dios mismo dice: En el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.


Pablo, como un embajador en nombre de Cristo, es portador de un mensaje de exhortación de parte de Dios (v 20). Lo esencial del anuncio se centra en una palabra: reconciliación. Dicha palabra manifiesta la voluntad salvífica del Padre, la obra redentora del Hijo y el poder del Espíritu que mantiene la diakonía (servicio) de los apóstoles (vv. 18-20). El culmen del fragmento es el v 21, en el que se proclama el juicio de Dios sobre el pecado y su inconmensurable amor por los pecadores, por los que no perdonó a su propio Hijo (cf. Rom 5,8; 8,32). Cristo ha asumido como propio el pecado del mundo, expiándolo en su propia carne para que nosotros pudiésemos apropiarnos de su justicia-santidad. El apóstol utiliza un lenguaje radical. La asunción del pecado por parte de Jesús para darnos su justicia no es para que el hombre pueda tener algo de lo que carecía, sino para convertirse en algo que no podría ser por naturaleza: el Inocente se ha hecho pecado, maldición (cf. Gál 3,13), para que nosotros lleguemos a ser justicia de Dios. Esta extraordinaria gracia de Dios, concedida al mundo (v 19) mediante la kénosis de Cristo, no debe acogerse en vano. El anuncio apasionado de sus ministros nos hace presente aquí, para nosotros, el tiempo favorable: dejémonos reconciliar (katallássein) con Dios.

Este verbo indica una transformación de la relación del hombre con Dios y, consiguientemente, de los hombres entre sí. Por iniciativa de Dios se brinda a la libertad de cada uno la posibilidad de llegar a ser criaturas nuevas en Cristo (5,18), a condición de rendirse a su amor, que nos impulsa a vivir no yá para nosotros mismos, sino para aquel que ha muerto y resucitado por nosotros (vv. 14s).

 

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 1 Cuidad de no practicar vuestra "justicia" para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará. 2 Por eso, cuando des limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. 3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. 4 Así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

' Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. 6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. 17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, 18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que ve en lo escondido. Y tu Padre, que ve hasta lo más escondido, te premiará.


"Cuidad de no practicar vuestra `justicia'..."
(así, literalmente, en el v 1): Jesús pide a sus discípulos una justicia superior a la de los escribas y fariseos (cf. Mt 5,20) aun cuando las prácticas exteriores sean las mismas; reclama la vigilancia sobre las intenciones que nos mueven a actuar. Tras el enunciado introductorio siguen las tres típicas "obras buenas", en las que se indica, en concreto, en qué consiste la justicia nueva: la limosna (6,2-4), la oración (6,5-15) y el ayuno (6,16-18).

Dos elementos se repiten como un estribillo a lo largo de toda la perícopa: "recompensa" (o más literalmente salario: vv. 2.5.16) y "tu Padre que ve en lo escondido" (vv. 16.18). Nos enseñan que la piedad es una gran ganancia (cf. 1 Tim 6,6) si no se fija en el aplauso de los hombres ni busca satisfacer la vanidad, sino que busca la complacencia del Padre en una relación íntima y personal y si el salario esperado no es de este mundo ni del tiempo presente, sino para la comunión eterna con Dios, que será nuestra recompensa. De lo contrario, al practicar la justicia nos haríamos hypokritoí, que significa "comediantes" y, también, en el uso judaico del término "impíos" .

 

MEDITATIO

La liturgia de la Palabra de hoy nos lleva de la mano por el camino de la verdadera alegría, viniendo a buscarnos en los callejones sin salida donde nos metemos y donde no podemos avanzar. Penitencia y arrepentimiento no son sinónimos de abatimiento, tristeza o frustración; por el contrario, constituyen una modalidad de apertura a la luz que puede disipar las oscuridades interiores, hacernos conscientes de nosotros mismos en la verdad y hacernos gustar la experiencia de la misericordia de Dios. El siempre ve y conoce nuestras mezquindades y suciedades interiores y, sin embargo, ¡qué diferente es su juicio del nuestro!

"En tu luz veremos la luz" (Sal 35,10b): admirados notamos que desde el momento en que nos ponemos en camino, él nos envuelve con un amor más grande, nos despoja de nuestro mal y nos reviste de una inocencia nueva.

El Señor había asignado al profeta la misión de convocar al pueblo para suscitar nueva esperanza a través de un camino penitencial; a los apóstoles les confía el ministerio de la reconciliación; a la Iglesia hoy, le encarga proclamar que ¡ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación! Volvamos al camino del Señor con todo su pueblo, dejémonos reconciliar con Dios permitiendo a Cristo que asuma nuestro pecado: sólo él puede conocerlo y expiarlo plenamente. Renovados por el amor aprenderemos a vivir bajo la mirada del Padre, contentos de poder cumplir humildemente lo que le agrada y ayuda a nuestros hermanos. Su presencia en el secreto de nuestro corazón será la verdadera alegría, la única recompensa esperada y ya desde ahora pregustada.

 

ORATIO

Padre mío, tú que ves en lo escondido, sabes cómo rehúyo de lo escondido del corazón y cómo busco la admiración de los hombres, pobre recompensa al orgullo de mi "yo" que recita su papel en la comedia de la piedad humana.

Muy distinto, mucho más desconcertante, es el misterio de tu piedad, pero cómo lo ignoro todavía, vagando lejos... Hazme volver, te suplico, a la hondura de mi ser donde tú moras: en la luz nueva del arrepentimiento exultaré de gozo en tu presencia.

Padre nuestro, que estás en los cielos, tú conoces el mal del mundo y cómo yo lo aumento cada día. Ayúdame hoy a acoger el día de salvación; concédeme ahora el mirar a tu Hijo, tratado como pecador por nosotros, crucificado por nosotros, por mí. Reconciliado por el Amor infinito, viviré en el humilde amor que no busca otra recompensa fuera de ti.

 

CONTEMPLATIO

Conviértete y vuelve al temor de tu Dios: ayuna, ora, llora, invoca con insistencia [...]. Vuelve, alma, al Señor con la penitencia que te acerca a él, que es bueno [...].

Busca el amor de los pobres, porque para Dios es mejor que ofrecerle un sacrificio; aleja la molicie de tu cuerpo y, por el contrario, da satisfacción al alma; purifica tus manchas para conocer la dulzura del Señor, y su luz descenderá sobre ti y te librarás de las tentaciones del enemigo, porque el Señor ha prometido acoger a los que recurren a él concediéndoles su misericordia.

Presta mucha atención: abandona las reuniones mundanas, el comer y beber en demasía, para no perder lo que el Señor ha prometido a los buenos y justos. Así, alma, construirás tu habitación con obras buenas, y tu lámpara lucirá en los cielos con el aceite de su misericordia. Acércate a su perdón y misericordia, y él hará resplandecer sobre ti su Espíritu. Lava con lágrimas tus pecados y descenderá sobre ti la bondad (Giovanni Mosco, Sentenze dei padri, "Paterikon" 196, en Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium, Lovaina).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Venid, volvamos al Señor" (Os 6,1a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Arrepentimiento no equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser..].

El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.

La purificación de las pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la "ausencia de pasiones", un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos a las tentaciones, en el que se pasa de una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor (K. Ware, Dire Dio oggi. II cammino del cristiano, Magnano 1998, 182-185 passim).