Yahveh.

Yahveh es el nombre que Dios mismo se dio. No es la única manera que él tiene de revelarse: aun fuera de Israel puede el hombre alcanzar al verdadero Dios, y éste se reconoce en un nombre como El `Elyon, que se halla tal cual en las religiones vecinas. Pero con el nombre de Yahveh hace Dios algo más: pronuncia el primero, a su manera, el nombre repetido por su pueblo en la oración y en el culto, y él mismo da su significado (Ex 3,13-15; 34,6s). Lo hace en un marco y un momento que ponen de relieve a la vez la profundidad misteriosa de este nombre y la salvación que aporta. Mientras que las manifestaciones de El a los patriarcas sobreviven en un país familiar, bajo formas sencillas y próximas, Yahveh se revela a Moisés en el marco salvaje del desierto y en la aflicción del exilio, bajo la figura temible del fuego. Pero él es precisamente el Dios que en el colmo de la desgracia y del pecado ve y oye la miseria de su pueblo (3,7), perdona la falta y la transgresión, porque es “Dios de ternura y de compasión” (34,6s).

1. El nombre y sus orígenes.

Para la Biblia misma, los orígenes del nombre divino suponen, más allá de la presentación esquemática de Éx 3, un proceso complejo. Según una serie de textos, Yahveh llevaba adelante su obra desde los orígenes de la humanidad y se daba a conocer de manera más o menos precisa en el linaje de los patriarcas. Tal es el punto de vista de la historia yahvista (Gen 4,26; 9,26; 12,8...), confirmado y completado por la historia sacerdotal (Éx 6,3). Otro punto de vista sitúa en el tiempo de Moisés la forma definitiva de la religión de Israel, y la hace coincidir con la revelación del nombre de Yahveh. Esta concepción rige la tradición sacerdotal (6,2-8), reposa sobre el relato elohísta (3,13-15) y se halla confirmada a su manera por el relato yahvista (33,19).

Es natural que los historiadores modernos hayan buscado la prehistoria de este nombre, que no debió imponerse de una vez ni sin referencia a una experiencia anterior. En realidad, la genealogía de Moisés da a su madre un nombre teóforo Ydkebed, en el que Ya podría muy bien ser el equivalente de Yau y representar el nombre divino, asociado a la raíz KBD, que evoca la gloria. La misma forma Yau designa en Babilonia, sensiblemente en el tiempo de los patriarcas, en nombres propios igualmente teóforos, al Dios invocado por el portador de tal nombre. Ahora bien, yau viene sin duda de una forma pronominal y significa “el mío”. “El mío” es el nombre que el fiel da al dios que se cuida de él. Este dios, cuyo misterio se quiere respetar, aunque afirmando fuertemente el vínculo que lo une a su servidor, está seguramente en la línea del Dios de Abraham y tiene yaalgunos de los rasgos característicos de Yahveh. Y es bastante normal la continuidad entre Yau y Yahu, forma abreviada y corriente del nombre divino (Jeremías = Yirmeyahu = Yahveh construye).

2. Significado del nombre.

La escena de la revelación del nombre de Dios a Moisés comporta por lo menos una reinterpretación del vocablo antiguo, y sin duda una transformación material. Establece una relación entre el nombre Yahveh y la primera persona del verbo havah/hayah: ehyeh, “yo soy”. Al “yo soy” de Dios responde el hombre: “Él es” o “Él hace ser”. Es difícil decir si yahveh representa un causativo, que gramaticalmente sería más normal o una forma simple arcaica, lo cual respondería mejor al movimiento del texto. En todo caso es cierto que el nombre divino no es ya un pronombre por el cual el hombre designa a su Dios, ni un substantivo que lo sitúa entre los seres, ni un adjetivo que lo califica por un rasgo característico. Es percibido como un verbo, es, en los labios del hombre, el eco de la palabra por la que Dios se define.

Esta palabra es a la vez una negativa y un don. Negativa a dejarse encerrar en las categorías del hombre: ehyeh aser ehyeh, “yo soy el que soy” (Éx 3,14); don de su presencia: ehyeh `immak,”yo soy contigo” (3,12). Porque el verbo hayah tiene un sentido dinámico; designa, más bien que el hecho neutro de existir, un acontecimiento, una existencia siempre presente y eficaz, un adesse más que un simple esse.

3. Historia posterior.

Al nombre de Yahveh se asocia frecuentemente Sabaot. El título no parece primitivo, parece remontarse al santuario de Silo (cf. 1Sa 1,3) y haberse vinculado especialmente al arca (cf. 1Sa 4,4). El sentido de Sabaot es incierto: quizá los ejércitos de Israel; más probablemente el mundo de los cielos y de los astros. Este mundo era para los antiguos un mundo de vivientes, y para las religiones paganas un mundo de dioses. Para Israel, el Dios único dispone de todos los poderes del universo; si se percibe el sentido causativo de yalnreh, él les da la existencia. Pero también es posible que Sabuot sea un título singular, de desinencia análoga a la de las voces acádicas en -inu, y designe una función: Yahveh-el Guerrero (?).

Cuando entre el exilio y Cristo, por un respeto más formalista que el de los antiguos israelitas, pero también para evitar profanaciones paganas, cesaron los judíos de pronunciar el nombre de Yahveh, siguieron escribiendo las cuatro consonantes del tetragrama sagrado YAVH, pero intercalando las vocales del nombre que ellos pronunciaban en lugar de Yahveh. Adonay, el Señor. Estas vocales a-o-a (transcritas e-o-a) dieron por resultado la forma Yehovah, puramente artificial, de donde vino Jehová de las antiguas traducciones. La versión de los LXX, Kyrios, responde al uso de Adonay. Si a través de estos equivalentes y de estas traducciones ha desparecido materialmente el nombre de Yahveh: su personalidad era, sin embargo, demasiado real, demasiado independiente de todos los nombres posibles para verse afectada por ellos. Y en Jesucristo no se da Dios a conocer a través de un nombre, sino a través de aquel que está por encima de todo nombre (Flp 2.9).

JACQUES GUILLET