Vino.

Juntamente con el trigo y el aceite, el vino que produce la tierra santa forma parte del alimento cotidiano (Dt 8,8; 11,14; 1Par 12,41); tiene la particularidad de “regocijar el corazón del hombre” (Sal 104,15; Jue 9,13). Constituye, pues, uno de los elementos del festín mesiánico, pero también y en primer lugar, de la comida eucarística, en la que el creyente va a buscar el gozo en su fuente: la caridad de Cristo.

1. EL VINO EN LA VIDA COTIDIANA.

1. En la vida profana.

La tradición yahvista, atribuyendo a Noé la invención de la viña y mostrándolo luego sorprendido por los efectos del vino (Gén 9,20s), subraya a la vez el carácter benéfico y peligroso del vino. El vino, signo de prosperidad (Gén 49,11s; Prov 3,10), es un bien precioso que hace la vida agradable (Eclo 32,6; 40,20) a condición de que se use con sobriedad. Ésta forma parte del equilibrio humano que no ce san de predicar los escritos de sabiduría. El axioma de Ben Sira: “El vino es la vida para el hombre cuando se bebe moderadamente” (Eclo 31, 27) es la más clara ilustración de esto (cf. 2Mac 15,39). En las cartas pastorales abundan los consejos de sobriedad (1Tim 3,3.8; Tit 2,3), pero, tomado a sabiendas de lo que es, también se recomienda en ellas el uso del vino (1Tim 5,23). Jesús mismo optó por beber vino, aun a riesgo de ser mal juzgado (Mt 11,19 p). El hombre que se desvía de esta sobriedad está condenado a toda clase de peligros. Los profetas lanzan violentas invectivas contra los jefes que se entregan demasiado a la bebida, porque olvidan a Dios y sus verdaderas responsabilidades para con un pueblo explotado y arrastrado al mal (Am 2,8; Os 7,5; Is 5,11s; 28,1; 56,12). Los sabios dirigen especialmente su atención a las consecuencias personales de estos excesos: el bebedor acabará en la pobreza (Prov 21,17), en la violencia (Eclo 31,30s), en el desenfreno (19,2), en la injusticia de las palabras (Prov 23,30-35). San Pablo subraya que la embriaguez lleva al desenfreno y perjudica a la vida del Espíritu en el cristiano (Ef 5,18).

2. En la vida cultual.

Puesto que el vino viene de Dios, como todos los productos de la tierra, tendrá su puesto en los sacrificios. Ya en el viejo santuario de Silo se hacen ofrendas de vino (1Sa 1,24), gracias a las cuales se pueden hacer las libaciones prescritas en los sacrificios (Os 9,4; Ex 29,40; Núm 15,5.10). El vino forma también parte de las primicias que corresponden a los sacerdotes (Dt 18,4; Núm 18,12; 2Par 31,5). En fin, tendrá también un puesto en el sacrificio de la nueva alianza que pondrá fin a este ritual. Por otra parte, una intención religiosa motiva para algunos cierta abstención respecto al vino. Si los sacerdotes están obligados a abstenerse durante el ejercicio de sus funciones, es que éstas requieren el absoluto dominio de sí, particularmente para enseñar y juzgar (Ez 44,21ss; Lev 10,9s). La abstinencia del vino puede ser también un recuerdo del tiempo en que, en el desierto, estaba Israel privado de él y se acercaba a su Dios en una vida austera (Dt 29,5). Hubo un clan que, mucho después de la instalación en Canaán, quiso guardar esta fidelidad al nomadismo que ignoraba el vino: eran los recabitas (Jer 35,6-11). En el mismo sentido un uso de carácter ascético consistía en abstenerse de todo producto de la vid como signo de consagración a Dios: es lo que se llama el nazireato (cf. Am 2,12). Sansón, ya antes de su nacimiento, fue así consagrado por voluntad divina (Jue 13,4s); el caso de Samuel (1Sa 1,11) y el de Juan Bautista (Lc 1,15; cf. 7,33) son análogos. El azireato, codificado en la legislación sacerdotal, podía ser también efecto de un voto temporal (Núm 6,3-20), que se halla todavía practicado en la comunidad judeocristiana (cf. Hech 21,23s). Finalmente, con frecuencia se invitaba a los fieles a renunciar al vino para evitar todo peligro de compromiso con el paganismo: de ello da prueba el judaísmo postexílico (Dan 1,8; cf. Jdt 10,5). Una preocupáción ascética parece más bien motivar las privaciones que se imponían ciertos cristianos (1Tim 5,23); Pablo recuerda sencillamente que este ascetismo debe ir regulado por la prudencia y la caridad (Rom 14,21; cf. 1Cor 10,31).

II. EL SIMBOLISMO DEL VINO.

Desde un punto de vista profano simboliza el vino todo lo que puede tener de agradable la vida: la amistad (Eclo 9,10), el amor humano (Cant 1,4; 4,10), y en general todo gozo que se disfruta en la tierra, juntamente con su ambigüedad (Ecl 10,19; Zac 10,7; Jdt 12; 13; Job 1,18). También puede evocar la embriaguez malsana de los cultos idolátricos (Jer 51,7; Ap 18,3) y la dicha del discípulo de la sabiduría (Prov 9,2).

Desde un punto de vista religioso el simbolismo del vino se sitúa en contexto escatológico. En el AT para anunciar Dios los grandes castigos al pueblo que le ofende, habla de la privación del vino (Am 5,11; Miq 6,15; Sof 1,13; Dt 28,39). El único vino que entonces se beberá es el de la ira divina, la copa que saca de quicio (Is 51,17; cf. Ap 14,8; 16, 19). En cambio, la felicidad prometida por Dios a sus fieles se expresa con frecuencia bajo la forma de una gran abundancia de vino, como se ve en los oráculos de consolación de los profetas (Am 9,14; Os 2,24; Jer 31,12; Is 25,6; JI 2,19; Zac 9,17).

En el NT el “vino nuevo” es el símbolo de los tiempos mesiánicos. En efecto, Jesús declara que la nueva alianza instituida en su persona es un vino nuevo que rompe los viejos odres (Mc 2,22 p). La misma idea resalta en el relato joánnico del milagro de Caná: el vino de la boda, ese buen vino aguardado “hasta ahora”, es el don de la caridad de Cristo, signo del gozo que realiza la venida del Mesías (Jn 2,10; cf. 4,23; 5,25). El término “vino nuevo” se halla en fin en Mt 26,29 para evocar el festín escatológico reservado por Jesús a sus fieles en el reino de su Padre: es entonces la consumación de los tiempos mesiánicos. La mención del vino no es del orden del puro símbolo: está sugerida por el relato de la institución de la eucaristía. Antes de beber del vino nuevo en el reino del Padre se alimentará el cristiano a lo largo de sus días, del vino convertido en la sangre derramada de su Señor (1Cor 10,16).

El uso del vino es por tanto para el cristiano no sólo un motivo de acción de gracias (Col 3,17; cf. 2, 20ss), sino una ocasión de traer a su memoria el sacrificio que es la fuente de la salvación y del gozo eterno (1Cor 11,25s).

DANIEL SESBOÜÉ