Sueño.

El sueño, elemento necesario y misterioso de la vida humana, ofrece un aspecto doble: es reposo que regenera al hombre, está sumergido en la noche tenebrosa. Fuente de vida y figura de la muerte, ofrece por esta razón diferentes significaciones metafóricas.

1. EL REPOSO DEL HOMBRE.

El hombre, en virtud del ritmo impuesto por el Creador a su existencia, está sometido a la alternancia del día y de la noche, de la vigilia y del reposo.

1 Signo de confianza y de abandono.

Conviene apreciar la suavidad del sueño con que reposa el trabajador (Ecl 5,11) y de compadecer a los que por las preocupaciones de las riquezas, por la enfermedad o la mala conciencia son víctimas del insomnio (Sal 32,4; Eclo 31,1s). Hay sobre todo que mantener un nexo entre justicia y sueño. En efecto, el justo que en sus vigilias medita la ley (Sal 1,2; Prov 6,22) y se graba la sabiduría en el corazón (Prov 3, 24), “se duerme en paz tan luego se acuesta” (Sal 3,6; 4,9). Tiene confianza en la protección divina. Porque los ídolos fabricados a imagen del hombre pueden dormir (1Re 18, 27); pero Dios, guardián de Israel, “no duerme ni dormita” (Sal 121,4): trabaja sin cesar en favor de sus hijos (Sal 127,2; cf. Mc 4,27). En plena tempestad, Jesús no se “turba” (Mc 4,40; cf. Jn 14,27; 2Tim 1,7); el dormir simboliza la perfecta confianza en Dios (Mc 4,38). En esta línea de ideas, partiendo de una imagen familiar a la humanidad entera, se considera a la muerte como la entrada en el reposo del sueño después de una vida repleta de días y de fatigas: se duerme uno con sus padres (Gén 47,30; 2Sa 7,12). Así el “cementerio” evoca el “dormitorio” donde reposan los difuntos; el cristiano que se ha “dormido en Jesús” (1Tes 4,14) con la esperanza de la resurrección, va a acostarse allí por espacio de una noche, pensando con confianza en el día en que se levantará resucitado (cf. Dan 12,13).

2. El tiempo de la visita de Dios.

Por un motivo difícil de determinar, quizá porque el hombre dormido no es ya dueño de sí y no ofrece resistencia, el tiempo del sueño se considera como propicio para la venida de Dios. Así Dios, como para obrar más a su guisa, envía un “profundo sueño” (hebr. tardemah), una especie de éxtasis, a Adán que se halla solo, para “modelarle” una mujer (Gén 2, 21), o a Abraham inquieto, para sellar con él su alianza (Gén 15,2.12): entonces, en las tinieblas, brota el fuego divino (15,17). Dios visita también a sus elegidos con sueños, revelando a Jacob su presencia misteriosa (Gén 28,11-19), a los dos Josés sus designios misteriosos (Gén 37,5ss.9; Mt 1,20-25; 2,13s.19-23). Este modo de revelación hizo asimilar a sus beneficiarios con los profetas (Núm 12,6; Dt 13,2; 1Sa 28,6), y los apocalipsis lo utilizaban con predilección (Dan 2,4): ¿no se había prometido como signo del fin de los tiempos (Jl 3,1; Hech 2,17s)? Sin embargo, debía ser rigurosamente criticado (Jer 23,25-28; 29,8) a fin de que no se lo confundiera con “imaginaciones de mujer embarazada” (Eclo 34,1-8).

II. LAS TINIEBLAS SOBRE EL HOMBRE.

La noche, hija de Dios, es también el tiempo de las alarmas y de los poderes maléficos; el sueño participa de estos peligros nocturnos.

No concede sueño a sus ojos el que tiene grandes designios en el corazón (Sal 132,3ss; Prov 6,4); por el contrario, el perezoso, que no acaba de salir de la cama, está condenado a la indigencia (Prov 6,6-11; 20,13; 26, 14). Todavía es más peligroso el sueño que resulta de la embriaguez, pues induce a poner actos irresponsables (Gén 9,21-24; 19,31-38), o el que resulta del amor de las mujeres: así entrega a Dalila la fuerza de Sansón (Jue 16,13-21).

El sueño puede ser todavía más que el resultado de una falta: puede significar una disposición interior culpable. Tal es el sueño de Jonás (Ion 1,5); cuando el profeta Elías se duerme bajo la retama, lo hace a consecuencia del desaliento (1Re 19,4-8). El sueño expresa entonces que uno está entregado al pecado: uno se tambalea en la embriaguez después de haber apurado la copa de la ira de Yahveh (Jer 25,16; Is 51,17). El sueño que echa por tierra a los discípulos durante la oración de Jesús en Getsemaní (Mc 14,34.37.40 p) significa que no comprenden la hora inminente y que se des-solidarizan de Jesús; así se convence Jesús de que debe estar absolutamente solo en la obra de la salvación; también “deja dormir a los que quieren sumirse en su pecado.

III. DESPERTAR DEL SUEÑO DEL PECADO Y DE LA MUERTE.

Consiguientemente, el sueño significa el estado mortal a que conduce el pecado; levantarse de él será signo de la conversión y de la vuelta a la vida.

1. “¡Despierta!” “¡Velad!”, dice Jesús a sus discípulos dormidos. El profeta antes que él observaba que en el pueblo de Israel nadie se despertaba para apoyarse en Dios, porque éste había desviado su rostro (Is 64, 6). Pero la gracia divina va a acelerar la hora del despertar: “¡Despierta! ¡Arriba, Jerusalén!” (Is 51,17-52,1).

Es hora de salir del torpor; la copa de la ira se ha apurado hasta las heces, Dios mismo arranca a su pueblo del vértigo. Este despertar de la ciudad santa es una verdadera resurrección: despiertan los que yacían en el polvo (Is 26,19). En el apocalipsis de Daniel esta imagen se hará realidad: “Gran número de los que duermen en el polvo despertarán...” (Dan 12,2). El justo no debe, pues, temer “dormirse en la muerte” (Sal 13,4), porque Dios es el señor de la muerte y lo mostrará resucitando a Jesús.

Para preparar esta resurrección se requiere, sin embargo, primero que despierte el corazón mediante una conversión sincera. Este diálogo de la conversión se puede leer en el Cantar de los cantares, expresado bajo la metáfora del sueño y del despertar. No se debe apresurar el despertar de la esposa infiel: “No despertéis al amor hasta que él quiera” (Cant 2,7; 3,5; 8,4); ahora bien, este bien querer, gana poco a poco el corazón de la esposa conducida al desierto: Dios le ha hablado (Os 2,16; Is 40,2), tanto que ella misma puede ahora decir: “Yo duermo, pero mi corazón vela” (Cant 5,2). Sin embargo, el amor no es todavía el más fuerte: a su despertar se enreda la esposa en cosas inútiles y deja partir al esposo que había venido (5,3.6); hace bien el velar, pero su vigilancia no puede precipitar la hora de Dios (Is 26,9); el Esposo mismo despertará finalmente a la esposa (Cant 8,5). La conversión misma es obra de Dios

2. Despertados de su sueño. Jesús, antes de levantarse de la tumba en que se había acostado voluntariamente expresó con signos su dominio de la muerte y del sueño que es su imagen. Dejó que los discípulos se inquietasen por su sueño durante la tempestad (Mc 4,37-41), como si quisiera hacerles repetir el audaz ruego de los salmistas: “¡Levántate, pues, Señor!” (Sal 44,24; 78,65; is 51,9). En realidad no tiene más miedo al mar que a la muerte, y resucita a la hija de Jairo (Mt 9,24) y a su amigo Lázaro (Jn 11,11) diciendo que los despierta del sueño. Así prefiguraba su propia resurrección, a la que se unirá misteriosamente el bautizado: “¡Levántate, tú que duermes, surge de entre los muertos y te iluminará Cristo!” (Ef 5,14). El creyente no es ya un ser de la noche, “ya no duerme” (1Tes 5,6s), pues ya no tiene nada que ver con el pecado y con los vicios de la noche. Está en vela aguardando sin dormir el retorno del Maestro (Mc 13,36); y si, tardando el Esposo en venir, se duerme como las vírgenes prudentes, tiene por lo menos su lámpara provista de aceite (Mt 25,1-13); la palabra de la esposa del Cantar adquiere entonces un sentido nuevo, pues ha brillado ya el día en lo más profundo de la noche: “Yo duermo, pero mi corazón vela.”

DANIEL SESBOÜÉ y XAVIER LÉON-DUFOUR