Sello.

1. Sentido y uso del sello.

El sello no es sólo una joya grabada con arte (Eclo 32,5s): es también un símbolo de la persona (Gén 38,18) y de su autoridad (Gén 41,42; 1Mac 6, 15); así va con frecuencia fijo en un anillo, del que no se separa uno sino por motivo grave (Ag 2,23; cf. Jer 22,24). La oblea o nema sobre la que uno pone su sello atestigua que un objeto le pertenece (Dt 32,34), que una acción emana de él (1Re 21,8), que está prohibido el acceso a una de sus posesiones (Dan 14,10) El sello es, pues, como una firma; garantiza la validez de un documento (Jer 32,10); indica también su fin (cf. Rom 15,28); a veces da un carácter secreto, como en el caso de un rollo sellado que nadie puede leer, salvo el que tiene derecho a romper el sello (Is 29,11).

2. El sello de Dios.

a) El sello de Dios es un símbolo poético de su dominio sobre las criaturas y sobre la historia; puede sellar las estrellas (Job 9,7), en la noche oscura; sella el libro de sus designios (Ap 5,1-8,1), y nadie descifra su secreto, excepto el cordero que los cumple. Dios sella los pecados, en cuanto que les pone término, ya sean pecados individuales (Job 14,17) o colectivos (Dan 9,24); en este último caso sella al mismo tiempo la “profecía”, es decir, le pone término realizándola (ibid).

b) El simbolismo adquiere nuevo valor cuando Cristo se dice marcado con el sello de Dios, su Padre (Jn 6,27); en efecto, este sello del Padre sobre el Hijo del hombre no es sencillamente el poder que le da de realizar su obra (cf. Jn 5,32.36), sino también la consagración que lo hace Hijo de Dios (Jn 10,36). En esta consagración participa el cristiano cuando lo marca Dios con su sello dándole el Espíritu (2Cor 1,22; Ef 1,13s), don que es exigencia de fidelidad al Espíritu (Ef 4,30). Este sello es la marca de los servidores de Dios y su salvaguardia en el momento de la prueba escatológica (Ap 7,2-4; 9,4).

Gracias a él podrán mantenerse fieles a las palabras divinas: éstas, en efecto, sellan la carta de fundación de la vida cristiana e invitan a los creyentes a ser fieles a la gracia de la elección (2Tim 2,19).

COLOMBÁN LESQUIVIT y MARC-FRANÇOIS LACAN