Magia.

1. Magia y magos.

El hombre, frente a un mundo que lo abruma, frente a seres que le dan miedo o a los que quiere dominar, trata de adquirir un poder que rebase sus propias fuerzas y que lo haga dueño de la divinidad y consiguientemente de su destino. Si los métodos han cambiado hoy, la tendencia y el deseo de dominar lo desconocido siguen enraizados en el corazón del hombre y conducen a prácticas análogas.

La adivinación (heb. qsm: Ez 31, 26) y la hechicería (heb. ksf: Miq 5, 11; Nah 3,4; gr. pharmakia: Dt 18.10; cf. Sab 12,4; Ap 18.23) constituyen el “arte mágico” (inagike tekhne: Sab 17,7), que no debe confundirse con la ciencia astrológica de los “magos” (Mt 2,1-12). A la práctica mágica se vinculan los encantamientos (Sal 58,6; Jer 8,17; Ecl 10,11), el uso de “cintajos y velos” (Ez 13, 17-23), el “ojo” que fascina (Sab 4,12; cf. 2,21; Gál 3,1), etc. Los hebreos y los judíos estuvieron en contacto con egipcios y caldeos que practicaban la magia (Éx 7-9; Is 47,12s), con adivinos (Gén 41,8.24; Js 44,25), sabios y hechiceros (Éx 7, 11): la magia está atestada en todos los países. incluso en Israel.

Un caso típico se narra por extenso: el de la pitonisa de Endor, que evoca los manes de Samuel para anunciar a Saúl su muerte trágica (1Sa 28,3-25). Se señalan también los sortilegios de Jezabel (2Re 9,22), las prácticas supersticiosas de los reyes Acaz (16,3) y Manasés (21,6), que Josías combate (23,24). Ordinariamente se refieren los hechos con el fin de mostrar la superioridad de Yahveh o, más tarde, del Señor Jesús sobre las fuerzas obscuras de la magia y de la adivinación.

2. Lucha contra la magia.

En efecto, con esta intención se dictan leyes y se transmiten recuerdos que dan a conocer el juicio de la revelación divina en este punto importante.

Prohibiciones.

Los tres grandes códigos mosaicos prohiben la magia so pena de muerte (Lev 19; Dt 18; Éx 23). A este efecto se prohiben prácticas como las mezclas mágicas (Dt 22,5.11; Lev 19,19), por ejemplo, el rito cananeo que consiste en cocer un cabrito en la leche de su madre (Éx 23,19; 34,26; Dt 14,21). Se rechazan con abominación los sacrificios de niños (Dt 18), sobre todo en los ritos de fundación (IRe 16,34), de preservación (2Re 3,27) o de iniciación (Sab 12,3ss). Finalmente, son numerosas las prohibiciones concernientes a la sangre, porque beber la sangre sería apropiarse la potencia vital que está reservada a Dios solo (Gén 9,4; Lev 3,17; Hech 15,29). Estas prácticas se asimilan sencillamente a la idolatría (Gál 5,20; Ap 21,8).

En numerosos relatos, los magos son confundidos por el poder divino. Así José triunfa de los adivinos (Gén 41), Moisés, de los magos de Egipto (Éx 7,10-13.19-23; 8.1-3. 12-15; 9,8-12). Balaam, con su asno, se ve forzado a servir a Yahveh y al pueblo hebreo (Núm 22-24). Daniel confunde a los sabios caldeos (Dan 2; 4; 5: 14). Narraciones semejantes, que quieren edificar a partir de algún recuerdo, utilizando en caso de necesidad aportaciones legendarias, como las que conciernen a Jannés y Jambrés (2Tim 3,8), se hallan también en el NT: Simón Mago se dirige humildemente a Pedro (Hech 8,9-24), Bar Jesús-Elimas queda reducido al silencio por Pablo (13,6-11), así como la pitonisa de Filipos (16,16ss) o los exorcistas judíos de Éfeso (19,13-20).

Los milagros y las profecías permiten prescindir de las prácticas má gicas, pues hacen a Dios presente de manera segura (Dt 18,9-22; cf. Núm 23,23); los hechiceros, 1or el contrario, desvían del servicio del verdadero Dios (Dt 13,2-6), los hacedores de prodigios falsifican la doctrina (Mt 24,34; Ap 16,12-16...). Así los profetas luchan vigorosamente contra los magos de las naciones (Is 19,1ss; 44,25; 47,12s; Jer 27,9; Ez 21,34).

La tentación de la magia es grande, y en cierto modo Jesús quiso sufrirla. Satán lo invita a utilizar su poder divino para saciar su hambre y para asombrar a los judíos; pero Jesús no quiere recibir de él el poder sobre el mundo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo tributarás culto” (Mt 4,1-11).

Prácticas mágicas y ritual.

Es cierto que el ritual del AT tomó ciertas prácticas que eran originariamente mágicas, pero purificándolas: era una manera de subordinarlas al culto del verdadero Dios. Así, mientras que está prohibido el uso profano de la sangre, el sacerdote, en nombre de Dios, cumple con la sangre de los ritos de la expiación (Lev 17,11) y de la alianza (Éx 24,8); la sangre debe cubrir la voz de los pecados que claman a Dios (Jer 17,1; Lev 4). El rito, reasumido en este nuevo contexto, cambia de sentido. Sin embargo, si un rito se hace supersticioso, es finalmente abolido: se destruye la serpiente de bronce que había venido a ser objeto de culto idolátrico (2Re 18,4). El uso mismo del nombre divino, comunicado primeramente al pueblo entero (porque Yahveh, a diferencia de los dioses egipcios, no teme verse acaparado por los hechiceros), acaba por quedar reservado al sacerdote (Núm 6,27). Por los papiros griegos de Egipto sabemos que los magos antiguos no vacilaban en hacer uso de él, pronunciando así el nombre de Dios en vano (cf. Lx 20,7 LXX).

El hombre, creado libre y capaz de escoger a Dios, tiene de Dios mismo el dominio del mundo; no tiene por tanto por qué recurrir a la magia. ese híbrido que trata de combinar artificialmente religión y ciencia esotérica, pero que sólo puede parodiar a la naturaleza y corromper los efectos de la fe.

XAVIER LÉON-DUFOUR