Lengua.

Por la lengua se comunica el hombre con sus semejantes y expresa a Dios los sentimientos de su corazón. Estar privado de su uso puede ser un castigo divino (Lc 1,20; Sal 137,6); restituir su uso a los mudos es una obra mesiánica (Is 35,6; Mc 7,33-37), que les permite cantar las alabanzas de Dios (Lc 1,64).

1. Buen y mal uso de la lengua.

“Muerte y vida están en poder de la lengua” (Prov 18,21). Este viejo tema de la literatura universal tiene su eco en los labios (Prov, Sal, Eclo), hasta Santiago: “Por ella bendecimos al Señor y Padre, y por ella maldecimos a los hombres hechos a imagen de Dios” (Sant 3,2-12). De la lengua perversa provienen mentira, fraude, doblez, maledicencia, calumnia (Sal 10,7; Eclo 51,2-6). Es una serpiente (Sal 140,4), una navaja afilada (Sal 52,4), una espada acerada (Sal 57,5), una flecha homicida (Jer 9,7; 18,18). Pero a la verificación desilusionada: “,Quién no pecó nunca con la lengua?” (Eclo 19,16), responde el voto: “¡Dichoso el que no haya pecado nunca con la lengua!” (25,8). Así se espera que en el día de Yahveh, entre el resto de los elegidos, no haya “más lengua engañosa” (Sof 3,13).

Esta esperanza no es una palabra vana, pues desde ahora se puede describir la lengua del justo. Es plata pura (Prov 10,20); celebra la justicia y proclama la alabanza de Dios (Sal 35,28; 45,2), confiesa su poder universal (Is 45,24). Finalmente, como los labios, la lengua revela el corazón del hombre; las obras deben responder a sus palabras: “No amemos de palabra ni con la lengua, sino con obras y de verdad” (1Jn 3,18; cf. Sant 1,26).

2. Diversidad de las lenguas.

Los pueblos del universo son de “todas lenguas”. Con esta expresión concreta designa la Biblia la diversidad de las culturas. Ésta no expresa solamente la riqueza intelectual del género humano, sino que además es un principio de incomprensión entre los hombres, un aspecto del misterio del pecado, cuyo significado religioso es sugerido por la torre de Babel (Gén 11): la saberbia sacrílega de los hombres que construían su ciudad sin Dios tuvo como fruto esta confusión de los lenguajes. Con el acontecimiento de pentecostés (Hech 2,1-13) quedó superada la división de los hombres: El Espíritu Santo se reparte en lenguas de fuego sobre los apóstoles de modo que se oiga el Evangelio en las lenguas de todas las naciones. Así los hombres serán reconciliados por el lenguaje único del Espíritu, que es caridad. El carisma de “hablar en lenguas” es entre los apóstoles una forma de oración que alaba a Dios en el entusiasmo (Hech 2,4; 10,46) y a la vez una forma de profecía que anuncia a los hombres las maravillas de Dios (Hech 2,6.11; 19,6). Para regular en la Iglesia el uso de este carisma alaba Pablo su primera forma, pero declara preferir la segunda porque es útil a todos (1Cor 14,5). Las manifestaciones de. pentecostés muestran que la Iglesia escatológica desde su nacimiento, dirigiéndose a los hombres de todas lenguas y reuniéndose en una alabanza única de las maravillas de Dios (cf. Is 66,18; Ap 5,9; 7,9...).

Así “toda lengua confesará que Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,11).

PAUL DE SURGY