Judío.

En los umbrales del NT la apelación de judío equivale prácticamente a la de israelita o hebreo, aunque estos dos últimos términos se reservan más especialmente para el uso religioso. Con Pablo y Juan la palabra judío adquiere verdadero alcance teológico lo cual puede crear confusión al lector poco atento.

1. JUDÍO Y PAGANO SEGÚN SAN PABLO.

Para Pablo como para los profetas se divide la humanidad en dos grupos: el pueblo elegido y las naciones, “el judío y el griego” (Gál 3,28); esta distinción se suprime y se mantiene a la vez en razón de la venida de Cristo.

1. Las ventajas del judío.

El nombre mismo de judío es un título de gloria (Rom 2,17), sin duda según la etimología del nombre de Judá: “daré gloria a Yahveh” (Gén 29,35) y en virtud de la bendición de Jacob: “tus hermanos te alabarán” (49,8). En realidad, en él recaen los privilegios de la ley y de la circuncisión (Rom 2,17-29). Título de orgullo que reivindica Pablo: “Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores procedentes de la gentilidad” (Gál 2,15); esta exclamación ayuda a comprender la oración del judío piadoso, que cada día da gracias a Dios por no haberlo hecho goy, pagano. Así Pablo, con todo lo cristiano que es, proclama israelita (Rom 11,1; Flp 3,5). Según Lucas proclama solemnemente en Jerusalén: “Yo soy judío” (Hech 22,3). Apolo, convertido a Cristo, es designado por Lucas como “judío” (Hech 18,24).

Los dones de Dios son grandes bajo todos los aspectos, pero... ¡nobleza obliga! Pablo acusa al judío de no practicar la ley que enseña a los otros y, a fin de cuentas, de hacer que se blasfeme el nombre de Dios entre las naciones (Rom 2,17-24) en lugar de hacer que se le alabe; el privilegio de la circuncisión sólo vale si es uno circunciso de corazón, como lo reclamaban los profetas (Jer 4,4; Dt 30,6; Lev 26,41). El judío incrédulo es sólo judío en apariencia (Rom 2,28), usurpa este nombre glorioso (Ap 2,9; 3,9). El cristiano es el verdadero circunciso (Flp 3,2), el “judío por dentro” (Rom 2,29). Al final de la requisitoria de Pablo parecen abolidos los privilegios de judío: todos son igualmente pecadores (3,9).

2. El pagano convertido y el judío incrédulo.

Sin embargo, es compleja la situación respectiva de las dos fracciones de la humanidad. Por una parte, toda diferencia queda nivelada. no sólo en el plano del pecado, sino también en el de la gracia: “Ya no hay judío ni griego” (Gál 3,28), pues en Cristo todos formamos un solo ser: la fe, no la práctica de la ley. es la fuente de la justicia (cf. Col 3.11). En estas condiciones la reconciliación de las naciones. anunciada por los profetas, puede efectuarse: “Dios es también Dios de los paganos” (Rom 3,29; 10,12).

Por otra parte, Pablo mantiene celosamente la prioridad del judío frente al pagano, tanto para el castigo como para la recompensa: “al judío primero, luego al griego” (Rom 2,9s; 1.16: Mt 15,24 p; Hech 13,46; 18,6), tribulación o gloria. La misma prioridad se recuerda al pagano convertido que pudiera verse tentado a pensar que ha asumido la sucesión del judío en el designio de Dios. La “superioridad” el judío (Rom 3,1) persiste, pues los dones de Dios son irrevocables (11,29). Los judíos convertidos constituyen las “ramas naturales” del olivo, al paso que los cristianos de origen pagano han sido “injertadoscontra la naturaleza” (11,24). Israel, aún endurecido, tiene su papel en la Iglesia de Cristo: es un “fallo” que debe hacer “sentir gran tristeza y un dolor incesante en el corazón” de todo creyente (9,2).

II. EL JUDÍO INCRÉDULO SEGÚN SAN JUAN.

Los Evangelios, el cuarto como los otros, hablan de los judíos contemporáneos de Jesús (p.e., Jn 3,1; 12,9). Sin embargo, en el tiempo en que escribía Juan, la Iglesia y la sinagoga constituían dos comunidades netamente separadas; el problema de la Iglesia naciente en conflicto con los judíos no existe ya sino en el marco general de la incredulidad del mundo frente a Jesucristo. Las más de las veces la palabra judío no es una designación étnica, sino un vocablo teológico con fundamento histórico. Se trata, en primer lugar, de los judíos que crucificaron a Jesús, pero más profundamente, a través de ellos, de todos los incrédulos. Diversos indicios muestran que Juan tiende a hacer del judío el “tipo” del incrédulo, una categoría del pensamiento religioso.

En su Evangelio se habla de las costumbres y de las fiestas judías como de las de un pueblo extranjero (Jn 2,6.13; 5,1; 6,4; 7,2...); a diferencia de Nicodemo (7,51), Jesús habla a los judíos como a extranjeros (8.17; 10,34; cf. 7,19-22); ordinariamente designa el término a adversarios de Jesús (2,18.20; 5,16.18; 6,41...); y, viceversa, quien quiera que pertenezca a Jesús o se interese verdaderamente por él es tratado como enemigo de los judíos, aunque sea de origen judío (5,15; 7,13, comp. con 7,11; 1.19). “Los judíos” acaban por ser, en los escritos de Juan un tipo de la incredulidad, lo cual implica un peligro de utilización antisemita del cuarto Evangelio.

Esto, sin embargo, no debiera suceder, pues en la medida en que se trata de los judíos que participaron en la crucifixión de Jesús, éstos han sido relevados por el mundo, que se ha hecho a su vez perseguidos de de los discípulos de Cristo. Así como Jesús fue constituido juez de los judías (19,13) que no quisieron reconocerle por su rey (19,14.19-22), así el cristiano debe juzgar al mundo que quiere juzgarle: para esto oye sin cesar el testimonio del Paráclito, defensor de Jesús.

XAVIER LÉON-DUFOUR