Hambre y sed.

El hambre y la sed, por expresar una necesidad vital, muestran el sentido de la existencia humana delante de Dios: por esta misma razón contiene cierta ambivalencia (Prov 30,9). Tener hambre y sed es una experiencia positiva que debe abrir a Dios; pero el estado de hambriento es un mal no querido por Dios y que es necesario intentar suprimir; si toma las dimensiones de un acontecimiento colectivo (la plaga del hambre, por ejemplo), la Biblia ve en ello una calamidad, signo de un juicio divino.

AT.

1. Hambre y sed, prueba de la fe.

a) En el desierto hizo Dios experimentar a su pueblo el hambre y la sed para probarlo y para conocer en la tentación el fondo de su corazón (Dt 8,Iss). Israel debía aprender que en su existencia dependía totalmente de Yahveh, único que le da el alimento y la bebida. Pero, más lejos y más profundamente que estas necesidades físicas, debe descubrir Israel una necesidad todavía más vital, la necesidad de Dios. El maná que viene del cielo evoca precisamente lo que sale de la boca de Dios mismo, su palabra, la ley, en la que el pueblo debe hallar la vida (Dt 30,15ss; 32,46s). Pero el pueblo no comprende y sólo piensa en las carnes de Egipto: “¡Oh, qué recuerdo!” (Núm 11,4s), y Dios, en lugar de la prueba saludable del hambre, se ve reducido a hartar a Israel de carne “hasta que le salga por las narices” (11,20; cf. Sal 78,26.31).

b) Israel, instalado en la tierra y saciado de sus bienes, olvidando la lección del desierto, los atribuye a sus propios méritos y se gloría delante de Yahveh (Dt 32,10-15; Os 13, 4,8). Es preciso que Dios vuelva a conducir a su pueblo al desierto (Os 2,5) para que muriendo de sed, llorando su trigo perdido y sus viñas devastadas (2,11.14), despierte el corazón de Israel (2,16) y sienta el hambre y la sed esenciales, los “de oír la palabra de Yahveh” (Am 8,11).

c) Los profetas y los sabios recogen estas lecciones. La necesidad y el deseo de los bienes que reserva Dios a los que le aman, se expresa constantemente en las imágenes de la comida, del pan, del agua, del vino. Se tiene hambre del festín que Yahveh prepara sobre su montaña para todos los pueblos (Is 25,6), se tiene sed de la sabiduría que refrigera (Prov 5,15; 9,5), del vino embriagador que es el amor (Cant 1, 4; 4,10), se corre a recibir de Dios, “sin pagar”, la bebida de los sedientos y el alimento que sacia (Is 55, 1ss). Pero de lo que se tiene sed es del agua más pura, del único vino, cuya embriaguez es la vida, de Dios (Sal 42,2); y Dios mismo está pronto a colmar este deseo: “Ensancha tu boca y yo la llenaré (Sal 81,11). 2. Hambre y sed, llamamiento a la caridad. La prueba del hambre y de la sed debe ser algo excepcional. Los pobres, que no desaparecerán del país (Dt 15,11), son vivas llamadas para los que están en contacto con ellos. Uno de los deberes primordiales del israelita es, por tanto, el de dar pan y agua a su hermano, a su compatriota (Éx 23,11), a quienquiera que lo necesite (Tob 4, 16s), e incluso a su enemigo (Prov 25,21); eso es practicar la justicia (Ez 18,5.16) y hacer el propio ayuno agradable a Dios (Is 58,7.10). Al final intervendrá Yahveh mismo en favor de los hambrientos para convidarlos al festín que colmará su hambre y su sed (Is 25,6; cf. 65,13). NT. 1. Jesucristo, Mesías de los pobres (Lc 1,53), proclama la hartura de los que tienen hambre y sed (6, 21). Inaugura su misión tomando sobre sí la condición del hambriento y del sediento. Puesto a prueba, como Israel en el desierto, afirma y demuestra que la necesidad esencial del hombre es la de la palabra de Dios, la voluntad del Padre (Mt 4,4), de la que hace su alimento y de la que vive (Jn 4,32ss). En la cruz, habiendo “bebido el cáliz que le había dado el Padre” (Jn 18.11), su sed de crucificado es inseparable del deseo que tiene de “cumplir toda la Escritura” (Jn 19,28), de acabar la obra de su Padre, aunque también de “aparecer delante de su rostro” (Sal 42,3).

2. Jesús apaga y suscita hambre y sed.

Jesús, como Dios en otro tiempo en el desierto, alivia el hambre del pueblo que le sigue (Mc 8,lss) y se preocupa también por suscitar el deseo dela palabra de Dios, del verdadero pan, que es él mismo (Jn 6), el deseo del agua viva, que es su Espíritu (Jn 7,37ss). Suscita esta sed en la samaritana (Jn 4,1-14), como también invita a Marta a desear su palabra, única necesaria (Lc 10, 39-42).

3. El cristiano y los hambrientos.

Para los discípulos de Jesús, el deber de alimentar a los hambrientos es más exigente que nunca. La sed torturadora en la gehena aguarda al que no hizo caso del pobre que yacía a su puerta (Lc 16,19-24); la recompensa es para el que haya dado un vaso de agua a uno de los discípulos de Jesús (Mt 10,42). Acerca de esto tendrá lugar el juicio, porque dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, es apagar a través de sus hermanos el hambre y la sed de Jesús (Mt 25,35-42). De esta caridad con que aplacamos los sufrimientos de los otros, debemos tener siempre sed; la fuente está abierta, gratuita, a las almas de deseos, sedientas de Dios y de la visión de su rostro, sedientas de la verdadera vida (Is 55,1ss; Ap 21,6; 22,17).

JEAN BRIÈRE