Hospitalidad.

1. La hospitalidad, obra de misericordia.

El huésped que pasa y pideel techo que le falta (Prov 27,8; Eclo 29,21s) recuerda en primer lugar a Israel su condición pasada de extranjero esclavizado (Lev 19,33s; cf. Hech 7,6), luego su condición presente de pasajero en la tierra (Sal 39,13; ef. Heb 11,13; 13,14). Este huésped tiene, pues, necesidad de ser acogido y tratado con amor, en nombre de Dios que lo ama (Dt 10,18s). No se rehuirán los mayores sacrificios para defenderlo (Gén 19, 8; Jue 19,23s); no se vacilará en molestar a amigos si no se dispone de medios para satisfacer las necesidades de un huésped inesperado (Lc 11,5s). Esta acogida solícita y religiosa, cuyo tipo es Abraham (Gén 18,2-8) de la que se gloría Job (Job 31,31s) y cuyas delicadezas aprueba Cristo (Lc 7,44ss), es un aspecto de la caridad fraterna que hace que el cristiano se crea siempre en deuda para con todos (Rom 12,13; 13,8).

2. La hospitalidad, testimonio de fe.

El misterio de esta hospitalidad, forma de la caridad, lo revelará Jesús a todos el día del juicio. A través del huésped y en él se acoge o se rechaza:a Cristo (Mt 25,35-43), se le reconoce o se le desconoce, como en el tiempo de su venida entre los suyos; no sólo en su nacimiento no hubo sitio para él en la hospedería (Lc 2,7), sino que hasta el fin de su vida lo desconoció el mundo y los suyos no le recibieron (Jn 1,9ss). Los que creen en él reciben “en su nombre” a sus enviados (Jn 13,20) y también a todos los hombres, aun a los más humildes (Lc 9,48); en todo huésped ven no sólo a un enviado del Señor, a un “ángel” (Gén 19,1ss), sino al Señor mismo (Mt 10, 40; Mc 9,37).

Por eso, lejos de tratar al huésped como deudor (Eclo 29,24-28) o como persona molesta de la que se desconfía (Eclo 11-34) y contra laque se murmura (1 Pe 4,9), todo cristiano (1Tim 5,10), y en particular el epíscopos (1Tim 3,2; Tit 1,8), debe ver en el que llama a su puerta (cf. Ap 3,20) al Hijo de Dios que viene de su Padre para colmarle y establecer en él su morada (Jn 14,23). Y estos huéspedes divinos lo introducirán a su vez en su casa, no como huésped,' sino como hijo de casa (Jn 14, 2s; Ef 2,19). Dichosos los servidores vigilantes que abran la puerta al maestro cuando llame el día de la parusía. Invirtiendo los papeles y manifestando el misterio de la hospitalidad, él mismo servirá a la mesa (Lc 12,37), él mismo compartirá con ellos su comida (Ap 3,20).

PIERRE-MARIE GALOPIN y MARC-FRANÇOIS LACAN