Fecundidad.

Dios, cuya plenitud sobreabundante es fecundidad por encima de toda medida, creó a Adán a su imagen, a la imagen del Hijo único que por sí solo agota la fecundidad divina y eterna.

Para realizar este misterio el hombre, al transmitir la vida comunica al curso del tiempo su propia imagen, sobreviviendo así en las generaciones.

1. EL LLAMAMIENTO A LA FECUNDIDAD.

En el fondo de las edades resuena sin cesar el llamamiento de Dios: “¡Creced y multiplicaos!”, y la criatura va llenando la tierra.

1. La orden y la bendición.

Dios, al llamar da la forma de responder. Tal es el sentido de la bendición que, después de haber invadido la tierra, las plantas y los animales, da al hombre y a la mujer el encargo de “crear” seres a su propia imagen. Gozo de la fecundidad que se expresa por Eva, la madre de los vivientes, en el momento de su primer parto: “He obtenido un hijo de Yahveh” (Gén 4,1). El libro del Génesis es la historia de las generaciones del hombre: genealogías, anécdotas, nacimientos deseados, difíciles, imposibles, proyectos de matrimonio, una verdadera carrera en la procreación. Es como una sinfonía desarrollando el acorde fundamental fijado por el Señor al alborear de los tiempos... El Señor va marcando esta historia con bendiciones que, además de la tierra prometida, anuncian una “posteridad tan numerosa como las estrellas del cielo y como las arenas a orillas del mar” (Gén 22,17). Lo mismo sucedería a la Jerusalén de después del exilio, que ve a sus hijos venir hacia ella desde lejos (Is 49, 21; 54,1ss; 60,4.15; 62,4).

2. La protección de las fuentes de la vida.

Dos relatos muestran, entre otras enseñanzas, el respeto con que se debe proteger los orígenes de la vida. No debe uno mirar la desnudez de su padre, aunque esté ebrio, so pena de incurrir en maldición (Gén 9,20-27); Dios en persona interviene cuando se ve amenazado el seno de las mujeres de los patriarcas. Es que Sara, Rebeca deben ser las madres del pueblo elegido, Israel: ¿cómo osarían el faraón (Gén 12,12-20) o Abimélek (Gén 20; 26,7-12) mezclar sus obras humanas con la acción de Dios? Y si Onán, en su egoísmo, pretende desviar su semilla de la función de suscitar la vida, él mismo es quien pierde la vida (Gén 38,8ss).

3. Leyes y cánticos.

La ley viene a su vez a proteger la fecundidad humana enunciando entredichos: reglas concernientes a los tiempos de la mujer (Lev 20,18). protección de las muchachas y de las prometidas (Dt 22,23-29), e incluso sanciones contra determinados gestos (p.e., Dt 25. 11s). Aun cuando estas reglas, de origen premosaico, puedan derivar de tabúes instintivos, aquí se reiteran y se orientan en función de la fecundidad del pueblo elegido. Y la ley concluye: “Si tú eres fiel a Yahveh, será bendito el fruto de tus entrañas” (Dt 28,4).

A su vez, los salmos repiten a coro: “Don de Yahveh son los hijos; es merced suya el fruto del vientre” (Sal 127,3; cf. Sal 128,3; Prov 17,6). Y he aquí el parabién clásico dirigido a la joven desposada: “Hermana nuestra eres: ¡que crezcas en millares de millares!” (Gén 24,60; cf. Rut 4,l1s).

II. EN BUSCA DE POSTERIDAD.

El sueño de cada cual, estimulado por la bendición divina y por el parabién de los hombres, consiste en perpetuar su nombre más allá de la muerte.

1. El profundo deseo de la naturaleza se expresa en un relato de tenor escandaloso, pero admirado por la tradición rabínica posterior (Gén 19, 30-38). Las hijas de Lot, antes de marchitarse sin producir fruto, abandonadas como están, se ingenian para que su padre, sin saberlo, les suscite descendencia. Este relato de un incesto condenado sin duda por la ley (cf. Lev 18,6-18), quiere ser una sátira contra los moabitas, pero deja traslucir cierta admiración por la astucia de las hijas de Eva que de esta manera realizaron el voto del Creador.

2. La ley del levirato (Dt 25,5-10).

Asume la defensa del que muere sin sucesión (Rut 4,5.10): el cuñado de una viuda sin hijos debe, bajo ciertas condiciones, suscitarle progenitura.

El poema de Rut fue escrito paraglorificar la fecundidad garantizada a pesar de la muerte o del exilio. Prolonga la historia de Tamar, que no vacila en pasar por una prostituta y logra así ser fecunda, a pesar del egoísmo de su cuñado Onán y la injusticia de su suegro Judá (Gén 38, 6-26; cf. Rut 4,12; Mt 1,3).

3. Para luchar contra la esterilidad se recurre a la adopción mediante la estratagema, entonces legal, de hacer que la sierva dé a luz sobre las propias rodillas, es deci-, de considerar como propio el hijo de su esposo (Gén 16,2; 30,3...) o de su hija (Rut 4,16s). Las genealogías se cuidan poco de seguir de padre a hijo la cadena de las generaciones. Si el don físico de la vida es fundamento de la paternidad, no recubre totalmente su sentido, pues la bendición divina no se transmite sólo por los vínculos de la sangre. Así cuando el Génesis cuenta cómo fue poblada la tierra, las genealogías pueden hacer de un hombre el padre de una ciudad o de una nación: el autor quiere decir que en los orígenes de los pueblos no se trataba sólo de la extensión de un tronco, sino que había que tener también presentes inmigraciones, matrimonios, alianzas, conquistas. El linaje racial podrá por tanto ampliarse y adquirir valor espiritual; en la descendencia de Abraham los prosélitos vendrán a unirse al clan privilegiado.

Así la historia bíblica es en primer lugar una genealogía. Concepción de la existencia, en la que el hombre entero está orientado hacia el porvenir, hacia aquel que ha de venir: tal es el sentido del impulso puesto en el hombre por el Creador: no sólo sobrevivir, sino contemplar un día en un hijo de hombre la imagen perfecta de Dios.

III. LA FECUNDIDAD EN CRISTO.

Esta imagen se manifestó en Jesucristo, que no suprime, sino que realiza el deseo de fecundidad, dándole su sentido pleno.

1. Jesucristo y las generaciones humanas.

Según el AT, la historia de un hombre se actúa en su posteridad (cf. Gén 5,1; 11,10; 25,19...), y la historia entera se orienta ansiosamente hacia el porvenir, en que se cumplirá la promesa. Jesús mismo no tiene descendencia según la carne, pero tiene antepasados y una posteridad espiritual.

a) Cristo viene al final de la historia sagrada, en la plenitud de los tiempos (Gál 4,4). Según un cómputo apocalíptico del libro de Henoc, inaugura la séptima semana, la del Mesías, a partir del llamamiento de Abraham. Tal es, quizá, la intención de Mateo al relatar las 3 X 14 generaciones que constituyen la genealogía de Cristo (Mt 1,1-17). Jesús se presenta como el heredero definitivo, al que esperaban desde hacía siglos las generaciones.

b) Cristo realiza el universalismo esbozado en el AT. Cuatro nombres de mujeres jalonan la genealogía, nombres que no son de mujeres de patriarcas, sino de extranjeras o de madres que engendraron en condiciones irregulares: Tamar (Gén 38) y Rahab (Jos 2,11), Rut (Rut 1, 16; 2,12) y Betsabé (2Sa 11.3). La flor de Israel tiene en su ascendencia antepasados que la ligan a un suelo no judío y no justo, haciéndola a la vez partícipe de la gloria y del pecado de los hombres. Contraste entre la fecundidad según la carne y la maternidad purísima, divina, y de la Virgen, que engendró por obra del Espíritu Santo.

c) Cristo es el fin de la historia, pues es el nuevo Adán, cuya “génesis” refiere Mateo (Mt 1,1; cf. Gén 5,1). El porvenir ha llegado ya en aquel que debía venir. El pasado halla en él su sentido. Jesús efectúa en una generación espiritual la transmisión terrestre de las bendiciones de Dios. Israel se acrecentaba por el nacimiento de nuevos hijos de hombre: el cuerpo de Cristo se acrecienta por el nacimiento espiritual de los hijos de Dios.

2. Vida de fe y fecundidad virginal.

Jesús no juzgó oportuno reiterar el mandamiento del Génesis relativo al deber de la fecundidad; rompiendo con la tradición judía, que clamará un día: “No procrear es derramar sangre humana”, fomentó incluso la esterilidad voluntaria (Mt 19,12). Pero hizo todavía más, revelando el sentido de la fecundidad misma.

Jesús lo hizo en primer lugar a propósito de María. No niega la belleza de su vocación maternal. Pero revela su misterio a la mujer que se extasía acerca de tal felicidad: “¡Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan!” (Lc 11,27). María es bienaventurada porque ha creído; por su maternidad es el modelo de todos los que por su fe se adhieren sin reserva a Dios solo.

Jesús precisa incluso en qué sentido es la fe fecundidad espiritual; quiere ignorar a sus padres según la carne y proclama: “¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos? El que hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre” (Mt 12,48ss p). Dios, engendrando a su Hijo, lo dijo todo, lo hizo todo. Así pues, el creyente que se une a Dios participa en la generación de su Hijo. La fecundidad espiritual supone la virginidad de la fe.

3. La fecundidad de la Iglesia.

Los creyentes, al procurar la fecundidad espiritual, no hacen sino participar en la fecundidad de la Iglesia entera. Su obra es la de la mujer que da a luz, la madre del hijo varón (Ap 12). Tal es en primer lugar el papel del apóstol, vivido y dicho por Pablo en forma privilegiada. Como una madre, engendra de nuevo en el dolor (Gál 4,19), alimenta a sus pequeñuelos y se cuida de ellos (1Tes 2,7; 1Cor 3,2); como padre único los ha engendrado en Cristo (1Cor 4,15) y los exhorta firmemente (1Tes 2,11). Estas imágenes no son meras metáforas, sino que expresan una auténtica experiencia del apostolado en la Iglesia.

Todo creyente debe también llevar, en la Iglesia, sus frutos, como verdadero sarmiento de la verdadera vid (Jn 15,2.8). Con estas obras es como glorifica la fuente de toda fecundidad, al Padre que está en los cielos (Mt 5,16).

XAVIER LÉON-DUFOUR