Cordero de Dios.

En diversos libros del NT (Jn, Hech, 1Pe y, sobre todo, Ap) se identifica a Cristo con un cordero; este tema proviene del AT según dos perspectivas distintas.

1. El siervo de Yahveh.

El profeta Jeremías, perseguido por sus enemigos, se comparaba con un “cordero, al que se lleva al matadero” (Jer 11,19). Esta imagen se aplicó luego al siervo de Yahveh, que muriendo para expiar los pecados de su pueblo, aparece “como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores” (Is 53,7). Este texto, que subraya la humildad y la resignación del siervo, anunciaba de la mejor manera el destino de Cristo, como lo explica Felipe al eunuco de la reina de Etiopía (Hech 8,31.35). Al mismo texto se refieren los evangelistas cuando recalcan que Cristo “se callaba” delante del sanedrín (Mt 26,63) y no respondía a Pilato (Jn 19,9). Es posible que también Juan Bautista se refiera a él cuando, según el cuarto Evangelio, designa a Jesús como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29; cf. Is 53,7.12; Heb 9,28).

2. El cordero pascual.

Cuando decidió Dios libertar a su pueblo cautivo de los egipcios, ordenó a los hebreos inmolar por familia un cordero “sin mancha, macho, de un año” (Éx 12,5), comerlo al anochecer y marcar con su sangre el dintel de su puerta. Gracias a este “signo”, el ángel exterminador los perdonaría cuando viniera a herir de muerte a los primogénitos de los egipcios. En lo sucesivo la tradición judía, enriqueciendo el tema primitivo, dio un valor redentor a la sangre del cordero: “A causa de la sangre de la alianza, y a causa de la sangre de la pascua, yo os he libertado de Egipto” (Pirque R. Eliezer, 29; cf. Mekhilta sobre Éx 12). Gracias a la sangre del cordero pascual fueron los hebreos rescatados de la esclavitud de Egipto y pudieron en consecuencia venir a ser una. “nación consagrada”, “reino de sacerdotes” (Éx 19,6), ligados con Dios por una alianza y regidos por la ley de Moisés.

La tradición cristiana ha visto en Cristo “al verdadero cordero” pascual (prefacio de la misa de pascua), y su misión redentora se describe ampliamente en la catequesis bautismal que está implícita en la l.a carta de Pedro, a la que hacen eco los escritos joánnicos y la carta a los Hebreos. Jesús es el cordero (1Pe 1,19; Jn 1,29; Ap 5,6) sin tacha (Éx 12,5), es decir, sin pecado (1Pe 1,19; Jn 8,46; Un 3,5; Heb 9,14), que rescata a los hombres al precio de su sangre (1Pe 1,18s; Ap 5,9s; Heb 9,12-15). Así los ha liberado de la “tierra” (Ap 14,3), del mundo malvado entregado a la perversión moral que proviene del culto de los ídolos (1Pe 1,14.18; 4,2s), de manera que en adelante puedan ya evitar el pecado (1Pe 1,15s; Jn 1,29; 1Jn 3,5-9) y formar el nuevo “reino de sacerdotes”, la verdadera “nación consagrada” (1Pe 2,9; Ap 5,9s; cf. Éx 19,6), ofreciendo a Dios el culto espiritual de una vida irreprochable (1Pe 2,5; Heb 9,14). Han abandonado las tinieblas del paganismo pasando a la luz del reino de Dios (1Pe 2.9): ése es su éxodo espiritual. Habiendo, gracias a la sangre del cordero (Ap 12,11), vencido a Satán, cuyo tipo era el faraón, pueden entonar “el cántico de Moisés y del cordero” (Ap 15,3: 7,9s.14-17; cf. Éx 15), que exalta su liberación.

Esta tradición, que ve en Cristo al verdadero cordero pascual, se remonta a los orígenes mismos del cristianismo. Pablo exhorta a los fieles de Corinto a vivir como ázimos, “en la pureza y la verdad”, puesto que “nuestra pascua, Cristo, se ha inmolado” (1Cor 5,7). Aquí no propone una enseñanza nueva sobre Cristo cordero, sino que se refiere a las tradiciones litúrgicas de la pascua cristiana, muy anteriores, por tanto, a 55-57, fecha en que escribía el Apóstol su carta. Si prestamos fe a la cronología joánnica, el acontecimiento mismo de la muerte de Cristo habría suministrado el fundamento de esta tradición. Jesús fue entregado a muerte la víspera de la fiesta de los ázimos (Jn 18,28; 19,14.31), por tanto, el día de pascua por la tarde (19,14), a la hora misma en que, según las prescripciones de la ley, se inmolaban en el templo los corderos. Después de su muerte no le rompieron la piernas como a los otros ajusticiados (19,33), y en este hecho ve el evangelista la realización de una prescripción ritual concerniente al cordero pascual (19,36; cf. Éx 12,46).

3. El cordero celestial.

El Apocalipsis, aun conservando fundamentalmente el tema de Cristo cordero pascual (Ap 5,9s), establece un impresionante contraste entre la debilidad del cordero inmolado y el poder que le confiere su exaltación en el cielo. Cordero en su muerte redentora, Cristo es al mismo tiempo un león, cuya victoria libertó al pueblo de Dios, cautivo de los poderes del mal (S,Ss; 12,11). Com partiendo ahora el trono de Dios (22,1.3), recibiendo con él la adoración de los seres celestiales (5,8.13; 7,10), aparece investido de poder divino. Él es quien ejecuta los decretos de Dios contra los impíos (6,1.), y su ira los estremece (6,16); él es quien emprende la guerra escatológica contra los poderes del mal coligados, y su victoria le ha de consagrar “rey de los reyes y señor de los señores” (17,14; 19,16...). Sólo volverá a recobrar su primera mansedumbre cuando se celebren sus nupcias con la Jerusalén celestial, que simboliza a la Iglesia (19,7.9; 21,9). El cordero se hará entonces pastor para conducir a los fieles hacia las fuentes de agua viva de la bienaventuranza celeste ( 7,17; cf. 14,4).

MARIE-ÉMILE BOISMARD