HISTORIA DE LOS VALDENSES

Ernesto Comba

Traducción:

Levy Tron y Daniel Bonjour

Barcelona 1987

PRIMERA PARTE

DESDE LOS ORIGENES HASTA LA REFORMA DEL SIGLO XVI

I
LOS ORIGENES

1  El problema de los orígenes del movimiento valdense.

Los orígenes del movimiento valdense, constituyen un verdadero problema histórico, que ha apasionado a los estudiosos y del cual han sido propuestas diversas soluciones.

Por algunos ha sido creído que este origen se remontaba al siglo apostólico; pero agregan luego que tal opinión, que tuvo convencidos partidarios, está hoy generalmente abandonada. Por otra parte, es oportuno hacer resaltar que los primitivos valdenses no se jactaron nunca de una directa descendencia apostólica, en el sentido rigurosamente histórico y con preocupaciones de orden genealógico: afirmaron sí, ser los sucesores de los apóstoles por cuanto recogieron la heredad de su pensamiento religioso. Y en verdad, tomado en un sentido puramente ideal, se anudan a los primeros tiempos de los pregoneros del Evangelio, mediante una gloriosa cadena de precursores, puesto que precursores de los Valdenses pueden considerarse todos los espíritus selectos que, en los siglos anteriores, se habían levantado en contra de la corrupción de la fe y de las costumbres, tratando de reconducir a la Iglesia de Cristo a la pureza y simplicidad primitivas. Se puede y se debe, pues, hablar de tradición ideal, pero no de sucesión histórica, propiamente dicha.

Otros sostuvieron que el origen del movimiento valdense debía buscarse en los tiempos de Claudio, obispo de Turín. Este, que en los comienzos del siglo IX había dirigido por una decena de años la diócesis de Turín luchando valientemente contra las prácticas supersticiosas y, especialmente contra el culto idolátrico de las imágenes, no tuvo la satisfacción de ver acogida favorablemente su noble protesta por la autoridad eclesiástica superior, ni verse secundado por el propio clero en las reformas propugnadas. Nosotros saludamos en Claudio de Turín a un precursor de los Valdenses, porque no puede negarse que el eco de su intrépida voz haya resonado benéfica en los Valles destinados a acoger, cuatro siglos más tarde, a los Valdenses fugitivos, y que haya contribuido sensiblemente a conservarlos casi inmunes a los ritos idolátricas que se multiplicaban en la llanura. No obstante, aun admitiendo que él pueda haber ejercido alguna influencia, preparando un ambiente favorable a la futura inmigración de los Valdenses, se debe tener presente que no se ha encontrado el más mínimo indicio de la existencia de una población católica disidente en los Alpes Cocianos en el siglo IX, y que no es posible hablar de ideas y tendencias teológicas comunes entre el obispo Claudio y los primeros Valdenses[1]. No los unió, pues, un lazo de naturaleza tan clara y evidente que permita ver en el movimiento valdense una real y verdadera continuación de la reforma claudiana.

¿Estaría más en lo cierto, el que identificase el origen de los valdenses con el de los Cátaros? La secta de los "Cátaros" - así llamados del griego "cátaros" que significa "puros" - precedió al movimiento valdense y se había difundido mucho, tanto en Lombardía como en la Francia Meridional, y especialmente en Provenza, donde sus adherentes tomaron el nombre de Albigenses, de la ciudad de Albi, una de sus sedes primitivas; esta secta estaba dominada por la antigua doctrina de los Maniqueos, la que consistía en explicar el origen de las cosas, mediante un doble principio eterno: el espíritu y la materia, el bien y el mal.

Ahora bien, la identificación de los valdenses primitivos con los Cátaros, es absolutamente imposible, porque difieren los unos de los otros, neta y profundamente en algunas doctrinas fundamentales: por ejemplo, basta observar que los Valdenses, no profesaron jamás ese dualismo que fue el error característico de los Cátaros. Y los inquisidores mismos de la Iglesia Romana han sabido siempre discernir y hacer resaltar las diferencias esenciales que mediaban entre las creencias cátaras y las valdenses.

¿Cuál será pues la solución del problema?

La solución es por demás simple: en el movimiento valdense debe verse la fusión de los varios movimientos religiosos de separación de la Iglesia oficial y de retorno a la verdad evangélica primitiva: movimientos de valor y de potencia desiguales, cuyos adherentes se llamaron respectivamente Petrobrusianos, de Pedro de Bruys, Enricianos, de Enrique de Cluny, Arnaldistas, de Arnaldo de Brescia, Pobres de Lyon y después Valdenses, de Pedro Valdo, de Lyon. Esta última fue la corriente más importante, que terminó por recoger en sí las tres precedentes, como veremos más adelante; por el momento, urge establecer bien que, como la gran Reforma en el siglo XII, no fue obra de un solo hombre: fue un fenómeno espontáneo, colectivo y netamente popular, un despertar de conciencias cristianas, anhelantes de volver al ideal evangélico. Ciertamente, las corrientes religiosas antes mencionadas, recibieron su poderoso impulso de otras tantas poderosas personalidades, de las cuales vamos a bosquejar las principales características; pero, en las protestas de estos grandes intérpretes de las aspiraciones religiosos populares, tan distintos, sin embargo, entre sí, brillaba una misma luz, resonaba una misma voz, palpitaba y se estremecía una misma alma.

2. Pedro de Bruys y Enrique de Cluny.

Pedro de Bruys[2], nacido en la aldea de Bruys, cerca de Gap (Delfinado), había abrazado la carrera eclesiástica; pero bien pronto bajó de su obscura parroquia alpestre, a modo de torrente impetuoso, y durante más de veinte años recorrió el Mediodía de Francia, flagelando la superstición y destruyendo doquiera las imágenes y todo objeto de culto idolátrico. Las poblaciones lo aclamaban con entusiasmo creciente, y especialmente en Tolosa, el número de sus secuaces era grandísimo. Pero también sus enemigos eran numerosos y acechaban la ocasión propicia para atrapar al odiado iconoclasta; ésta se presentó un día, en que el valiente predicador tuvo la audacia de arengar a la multitud en San Giles, en las cercanías de Nimes, y encender en la plaza pública una hoguera de cruces, sacadas de la basílica, que era entonces famosa, y de la que se hablaba, como en los tiempos de San Pablo, del templo de Diana en Efeso. Los monjes eran poderosos en San Giles y no les fue difícil azuzar a la plebe que, furibunda, se apoderó del temerario y lo echó entre las llamas de la hoguera misma que él había levantado. Así pereció, en el año 1140.

La muerte trágica de Pedro de Bruys fue como la señal de un nuevo despertar, al que se anuda el nombre de su continuador: Enrique de Cluny, llamado también Enrique de Lausana y, por otros, Enrique el Italiano, para indicar quizás, su país de origen que no es desconocido. Monje de la abadía de Cluny, predicó con singular elocuencia primeramente en Le Mans (Dep. de Sarthe) y luego en la Francia Meridional, atacando con ardor, en medio del entusiasmo de las multitudes, la simonía, la hipocresía y la lujuria del clero. Detenido la primera vez en 1135 y puesto por algún tiempo bajo la vigilancia de Bernardo de Claraval, no bien hubo reconquistado su libertad, volvió a pregonar con tanto ardor, la reforma de las costumbres, que la población entera de Tolosa no tardó en ponerse de su parte. Finalmente, una delegación apostólica, enviada por el papa Eugenio III en 1147, logró arrestar nuevamente al peligroso innovador, quien, después de tres años, murió en la cárcel.

¿Cuál era la sustancia de la predicación de Pedro de Bruys y de Enrique de Cluny? Repudiaban el culto a los santos, el sufragio por los muertos, y toda la jerarquía eclesiástica en conjunto; no querían ni templo, ni ceremonias, ni la cruz, pero sí, el retorno al tipo apostólico primitivo y el culto en espíritu y en verdad.

Sus secuaces fueron numerosos; algunos terminaron por ser absorbidos por los Cátaros, pero la mayor parte debían unirse, más tarde, a los Pobres de Lyón, ya sea en su propio país donde vieron arribar esos prófugos, ya sea arriba en los Alpes, a donde la persecución los obligaba a buscar refugio.

Volvámonos ahora de Francia a Italia, donde se yergue otra noble figura, de fuerte temple de luchador.

3 - Arnaldo de Brescia. (1100-1135).

Arnaldo nació hacia 1100 en la ciudad, que es, por tradición, la patria de la altivez y de la fuerza leonina. Dotado de inteligencia vivaz, de elocuencia original y avasalladora, de carácter resuelto e independiente, por naturaleza estaba llamado a ocuparse de cuestiones prácticas, más bien que especulativas. Se dedicó al sacerdocio y fue un ferviente discípulo de Abelardo de Nantes; bien pronto comenzó a censurar abiertamente el lujo de los prelados y la relajación de los monjes, y a sugerir a los laicos la idea de confesarse entre ellos, en vez de recurrir a la absolución de los sacerdotes. En efecto, éstos, siempre ávidos de bienes terrenos y simoníacos, eran indignos de administrar los sacramentos y en su mundanalidad estaba, según Arnaldo, la causa principal de la decadencia de la Iglesia. El, pues, buscaba reformar, no tanto el dogma, sino la disciplina del clero, amonestando que urgía imitar la simplicidad austera de los primeros cristianos.

Denunciado por el obispo y por los abades de Brescia, al Concilio lateranense de 1139, Arnaldo fue condenado, por cismático, al destierro. Se trasladó primeramente a Francia, junto al maestro Abelardo, hasta que éste se sometió a la condena de la Iglesia, retirándose a la abadía de Cluny. Pero el altivo bresciano, no siguió su ejemplo, y, antes que plegarse, prefirió abandonar a Francia, perseguido por el vil y tenaz Bernardo de Claraval; aún en Zurich, donde se había refugiado, lo alcanzó el odio del implacable abad, al punto que tuvo que buscar protección cerca de un cardenal italiano, en Alemania. Pasados pocos años, he aquí a Arnaldo de vuelta a su patria y reconciliado en Viterbo con el papa Eugenio III, al que prometió volverse juicioso y hacer la penitencia, visitando con ayunos y plegarias, los lugares santos de Roma.

Mas, corría el año 1145. En Roma, Arnaldo encontró mucha agitación: los romanos se habían insurreccionado, reivindicando para su Comuna, la independencia absoluta del gobierno pontificio. ¡Qué chispa, para encender nuevamente el incendio, sólo aparentemente apagado! Por algún tiempo Arnaldo permaneció apartado, más luego no pudo contenerse, e indignado por la vida mundana de los cardenales, comenzó a predicar con su acostumbrado ímpetu arrebatador, negando que se debiese obediencia y menos aún reverencia a los cardenales, y al papa mismo, porque éstos habían abandonado abiertamente la vida y la doctrina de los apóstoles, transformando la Iglesia en casa de mercaderes y en cueva de ladrones.

Excomulgado por Eugenio III en 1148, Arnaldo no se movió de Roma y continuó protestando contra la confusión de las cosas temporales con las espirituales, llamando sucesor de San Pedro sólo al que pudiera decir con el apóstol: "¡No tengo oro ni plata"! En verdad, el fundamento de su protesta está todo en el célebre dicho de Cristo: "A César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Los revolucionarios romanos, entre tanto, se obstinaban en la ilusión de poseer la sede imperial y ofrecían la corona al rey de Alemania.

Pero la situación debía cambiar rápidamente, con la elección para pontífice, del intransigente y duro Adriano IV, el único inglés que haya sido papa. Este supo dar el golpe de gracia a la revolución: al aproximarse la Pascua del año 1155, lanzó el entredicho sobre Roma. Era, en aquellos tiempos, una medida gravísima; ningún papa la había descargado jamás sobre su ciudad. El populacho, temeroso y amedrentado, se sublevó obligando al Senado revolucionario a capitular. El airado pontífice, que esperaba, impuso una sola condición: el destierro inmediato de Arnaldo y sus adherentes. Y Arnaldo huyó, pero el emperador Federico Barbarroja, que de Lombardía bajaba a grandes jornadas hacia Roma, consiguió atraparlo, y, para congraciarse con Adriano IV, lo remitió al prefecto pontificio de Civita Castellana, donde precisamente el papa había llegado para saludar a Barbarroja.

Caer en las manos de Adriano, equivalía al suplicio inevitable. El martirio tuvo lugar, probablemente, en el mes de Junio, en Civita Castellana[3]. Arnaldo afrontó intrépido la muerte; cuando ya le habían puesto el lazo al cuello, se le preguntó si quería retractarse de sus doctrinas y confesar sus culpas; respondió: "La doctrina que he predicado es de salud y estoy pronto a sellarla con mi sangre; pido tan sólo, corno gracia, algunos instantes para confesar mis culpas a Cristo". Y entonces, arrodillado, sin palabras, invocó mentalmente a Dios, recomendándole su alma. Después de esto, fue ahorcado y quemado, y sus cenizas arrojadas al Líber.

Así murió como valiente, como había vivido, y circundado por la aureola del martirio.

Su reforma revistió, pues, un triple carácter: político, religioso y cismático. Sus grandes aspiraciones civiles, en efecto, se anudan al despertar de las ciudades libres de Lombardía y a los recuerdos de la antigua república romana; pero hemos visto como, al mismo tiempo, su protesta atacó una ley fundamental del culto y de la disciplina, negando el valor de los sacramentos administrados por un clero al que juzgaba indigno y moralmente decaído. Por consiguiente, si Arnaldo fue, como bien lo dice el cardenal Baronio, "patriarca y príncipe de los herejes políticos" tuvo también una progenie peligrosa, porque la secta por él fundada, llamada de los Lombardos, se separó de la Iglesia, y terminó por unirse con otras, contribuyendo también ella a formar el movimiento valdense.

Falta ahora hablar de aquel que determinó la cuarta y más importante corriente religiosa, destinada a acoger y a refundir en sí, las tres precedentes: Pedro Valdo.

II

PEDRO VALDO

1 - Su conversión.

No tenemos datos seguros, para precisar con certidumbre el año y lugar de nacimiento de Pedro Valdo. Puede decirse, sin embargo, sin temor de errar, que nació allá por 1140, en una localidad que debió llamarse Vaud, o Wald, o Vaux, pues el sobrenombre de Valdus, agregado a su nombre de bautismo, debía ciertamente indicar el país de origen. Pero dónde se encontraba esa localidad, si en Suiza, como lo quieren algunos, o en Francia, o en los Alpes piamonteses, como lo sugieren otros, ninguno puede afirmarlo categóricamente. Poco importa, por otra parte, puesto que el ambiente de su juventud no parece haberlo preparado en modo alguno para esta "vida nueva" según el Evangelio, a la que debía nacer en Lyon y sin cuyo suceso el nombre de Pedro Valdo no hubiera sido recordado por la historia.

Habiendo venido a Lyon en busca de fortuna, la gran ciudad secularmente famosa por sus industrias, a la vuelta de pocos años se había enriquecido: señal de que era un joven desenvuelto y activo. Es cierto que un canónigo esparció más tarde el dicho de que Valdo había acumulado sus bienes por medios deshonestos; lo que no sería ciertamente del todo inverosímil, puesto que siempre se puede legítimamente dudar que, en la raíz de las fortunas ingentes y rápidas, todo sea rigurosamente puro y honesto, pero es también muy posible que, en este caso, se trate sencillamente de una calumnia interesada, de una de esas sospechas, que más fácilmente nacen en aquellos que tienen el hábito del vicio. Como quiera que sea, nuestro mercader gozaba la vida sin mayores escrúpulos de conciencia y era feliz, rico, casado, padre de dos niñitas, rodeado de la amistad que nunca falta a los que se encuentran en una posición privilegiada.

Pero aconteció, en una tarde sofocante de la primavera de 1173, que, mientras estaba conversando con algunos amigos, en el umbral de su casa, uno de ellos, atacado de un mal repentino, cayó muerto a sus pies. Profundamente turbado, Valdo se preguntó: "¿Qué sería de mi alma, si debiese yo también comparecer así, de un momento a otro, ante Dios?"

No fue una emoción superficial y efímera la suya; así que, a medida que los días pasaban, la agitación crecía y se convertía en tormento. De ahí a poco tiempo tuvo ocasión de oír a un juglar, en la plaza, que contaba a la multitud conmovida, los hechos patéticos de San Alejo: una historia que hoy haría reír a la gente, pero que entonces arrancaba lágrimas. Se trataba de un rico joven romano, que el día mismo de su casamiento se había fugado a Oriente, para hacer voto de pobreza; vuelto después de algunos años, irreconocible por las flagelaciones sufridas, se le ocurrió llamar, como un mendigo, a la puerta de su propio palacio, para ofrecer a sus desolados parientes la ocasión de hacerle limosna y de acumular así tesoros en el cielo: se le asignó un miserable rincón bajo la escalera, donde vivió algún tiempo, sin ceder jamás a la tentación de darse a conocer; sólo después de su muerte, fue reconocido por una señal que llevaba bajo sus miserables andrajos; y así tuvo, a lo menos, solemne sepultura.

Esa canción impresionó a Valdo tan vivamente, que invitó al juglar a entrar a su casa y le hizo repetir los versos que exaltaban la fe de los antiguos, lamentando por contraste la decadencia del siglo y la fragilidad de la vida. Cuando se encontró solo, nuestro mercader sintió crecer cada vez más su turbación, al pensar en aquel ejemplo de pobreza voluntaria, de renunciación a los bienes terrenos, para servir al Señor. Por esto, al otro día por la mañana, salía apresuradamente de su casa en busca de un teólogo a quien exponer su estado de ánimo y solicitar consejo. Así que lo hubo encontrado, le preguntó: "¿Qué camino debo seguir para salvar mi alma?". El teólogo comenzó por hacer distingos: para llegar al cielo, los caminos eran tantos... como para ir a Roma; y se extendía en múltiples razonamientos. Pedro Valdo no estaba dispuesto a perderse en el laberinto de la casuística; por tanto, interrumpiéndole, preguntó: "¿El camino más seguro, el más perfecto?" El teólogo, entonces, respondió con las palabras de Jesús al joven rico: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tengas y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en los cielos; luego ven y sígueme" (Mateo, Cap. XIX: 21).

De vuelta a su casa, Valdo decidió obedecer la orden de Jesús, no para retirarse a la estéril soledad de un monasterio, sino para entregarse enteramente al apostolado.

Confesó sus propósitos a su esposa y calmó sus aprensiones destinándole gran parte de sus bienes, o sea los inmuebles; proveyó a la educación de las dos hijitas, colocándolas en una abadía del Poitou. Con el dinero que le quedó, que aún era mucho, restituyó ante todo los intereses que había percibido de sus deudores[4] y luego, a partir de Pentecostés (27 de Mayo), hizo distribuir a los pobres, raciones de pan, carne y otros alimentos, tres veces por semana: y los pobres eran muy numerosos en aquel año, a causa de la gran carestía que asolaba toda la comarca.

No olvidó el alimento que no perece, del que sentía siempre más la necesidad de nutrir su alma. Nuestro valiente mercader no comprendía nada del Evangelio que se cantaba en la iglesia o se barbotaba, más bien que se leía, por añadidura en latín ; por tanto, deseando ardientemente leerlo por sí mismo, llamó en su ayuda a dos sacerdotes y, mediante recompensa, les encargó traducir, del latín al dialecto del país, diversos libros de la Sagrada Escritura, comenzando por los Evangelios y los Salmos, y hacer varias copias, agregándoles, a guisa de comentario, sentencias tomadas de los escritos de los Padres.

Entre tanto continuaba la distribución regular de los víveres, y llegó el momento en que ya no le quedó nada. Entonces, el 15 de Agosto, regalando a los pobres, en la vía pública, el último dinero que le quedaba, Valdo clamó en alta voz a la gente que se había reunido "¡no se puede servir a dos Señores, a Dios y a Mammón!" (Evangelio de San Mateo, Cap. VI, 24). Y como entre la multitud había quienes se burlaban de él, pretendiendo que estaba fuera de juicio, arengó al pueblo y dijo: "Amigos y conciudadanos, no estoy fuera de sentido como pensáis; pero he querido vengarme de un enemigo que me tiranizaba: el dinero, el que tenía en mi corazón más lugar que Dios, al punto que servía yo a la criatura y no al Creador. Sé que no pocos de vosotros desaprueban que yo haga estas cosas en público, mas las hago por dos razones, por vosotros y por mí: por mí, a fin de que, de hoy en adelante si alguno me viese poseer dinero diga entonces que estoy fuera de juicio; por vosotros, para que aprendáis en mi ejemplo a poner vuestra esperanza en Dios antes que en los bienes perecederos". (Chronicon Anonymi Canonici Laudunensis; ap. Pes. Mon. Germ. Scrip. XXVI, 680-682.).

Al día siguiente Valdo, reducido a extrema pobreza, pidió a un amigo la limosna de un pedazo de pan; mas su esposa al saber el extraño caso, corrió al arzobispado a quejarse que su esposo le hacía la injuria de mendigar de otros el pan que ella no le negaba, por lo que Valdo tomó ante el arzobispo Guichard el compromiso de no recibir la comida, sino de su esposa.

Pero tal situación no duró mucho tiempo.

2 - Su misión.

En aquella época no se acostumbraba despojarse así, de sus propios bienes, sin hacer al mismo tiempo voto de pobreza; ese voto implicaba los de castidad y obediencia; es decir, la práctica de los "consilia evangelica" y los sugería a quien quisiese hacer algo de extraordinario para alcanzar la perfección. Valdo, pobre, se separó definitivamente de su esposa; y, en cuanto al voto de obediencia, se propuso sinceramente observarlo, pero debía bien pronto darse cuenta de que obedecer al Evangelio no significaba someterse a la Iglesia.

De casa en casa iba diariamente leyendo y explicando el Evangelio, que había hecho traducir en lengua vulgar, esparciendo palabras de humildad y de simplicidad, con el gesto amplio y confiado del sembrador. Los oyentes se volvían pronto secuaces, y, los secuaces se multiplicaban rápidamente. Se reunían doquiera, en las calles como en las casas, y para seguir a Cristo leían juntos su vida, se consideraban en ella como en un espejo y convencidos de pecado, se confesaban los unos a los otros, exhortándose al arrepentimiento y a una vida nueva. Como Pedro Valdo, se habían despojado de sus bienes a beneficio de los menesterosos y, exentos de toda preocupación por el futuro, nutrían la esperanza, no sólo de salvar su alma, sino de hacer obra saludable para la cristiandad, volviendo la fe a la pureza de sus orígenes.

Humilde, muy limitado, su ideal de voluntaria pobreza estaba exento de espíritu sectario, ajeno a toda pasión política y social: hablaba a las conciencias. De dos en dos, iban proclamando: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos". (San Mateo: V, 3).

En Lyon se llamaban los "Pobres de Cristo" y fácilmente se comprende cómo, apenas se extendieron fuera de la ciudad, fuesen designados con el nombre de "Pobres de Lyon".

De este modo, la misión nacía y se extendía.

No pasó mucho tiempo sin que Valdo tuviera que darse cuenta de que el clero le era decididamente contrario. Se lo había enajenado de muchas maneras. Ante todo, se había desprendido de su patrimonio sin darle parte alguna a la Iglesia. Luego, había lastimado a sus ministros con la denuncia de sus abusos y se entrometía en sus atribuciones. Ese leer y explicar, en público, las Sagradas Escrituras, parecía una cosa enorme, intolerable : había quienes lamentaban que echase las perlas a los puercos ; había quienes le acusaban de profanar la santa religión con su palabra inculta, laica, no iniciada en los métodos escolásticos, y, sobre todo, no consagrada por la autoridad. Por tanto, siempre más indignadas se levantaron las protestas clericales y más densas llovieron las denuncias.

El arzobispo lo hizo citar y lo amonestó, lo mismo que a sus secuaces, que desistiesen, amenazándolos con la excomunión; pero Valdo replicó con firmeza y repetidamente, tener la obligación sacrosanta de anunciar el Evangelio, según la orden de Jesucristo. En vista de la actitud resuelta asumida por "Los Pobres" y no encontrando ningún argumento persuasivo para reducirlos a la obediencia, vale decir al silencio, el arzobispo terminó por desterrarlos sin más, de la ciudad. Pero, expulsados de Lyon, Valdo y sus secuaces apelaron a Roma.

Esto acontecía en el año 1176.

LOS POBRES DE LYON

1 - Ante el Concilio Lateranense.

Expulsados de su ciudad por el arzobispo Guichard, Pedro Valdo y Los Pobres de Lyon habían apelado a Roma. En efecto, cerca de tres años más tarde, he aquí una diputación, compuesta quizá de Valdo en persona y de su fiel y muy estimado discípulo Vivet, comparece ante el tercer concilio de Letrán, que el sucesor de Adriano IV, Alejandro III, había convocado para el primer domingo de Cuaresma de 1179.

Esta delegación fue recibida, primeramente, en audiencia particular por el pontífice, quien la trató con afabilidad, concediéndole muy gustoso, y con el abrazo ritual, la solicitada aprobación del voto de pobreza. (Y, para decirlo entre paréntesis, un abrazo que no fue seguido por otros y cuyo recuerdo ya se ha desvanecido para los valdenses). Pedro Valdo, que parece tenía algunos protectores, entre otros un cardenal de Apulias, no se contentaba con esta sanción del voto de pobreza, sino que invocaba el derecho de la libre predicación para sí y para sus secuaces.

El asunto fue entonces sometido al Concilio[5]. El fraile inglés Gualterio Map, encargado de interrogar a la diputación, habla en sus memorias con todo el desprecio de que era capaz su mente escolástica, y tratando de hacerlos aparecer bajo un aspecto ridículo. No los llama Pobres de Lyon, sino con otro nombre que, lo mismo que el anterior, no había sido elegido por ellos, pero que comenzaba a hacerse común: Valdenses, "llamados así por el nombre de su jefe, Valdo"[6]. Vale la pena que citemos en parte, la relación de aquel fraile: "Estos presentaron al papa un libro en idioma gálico, que contenía el texto y comentario del Salterio y de varios escritos del Antiguo y Nuevo Testamento. Insistían mucho para que les fuese confirmada la licencia de predicar, de la que se creían capaces... Yo, aunque el más inferior entre los allí congregados, veía mal de mi grado, que se discutiese así en serio dándole importancia a su pedido y me burlaba de ellos. Invitado por un obispo, que había recibido del papa el encargo de oír las confesiones, lancé mi flecha; presentes no pocos sabios teólogos, versados en el derecho canónico, me fueron traídos dos valdenses, reputados como los principales de su secta, para discutir conmigo acerca de la fe... Un obispo me hizo señal de comenzar el interrogatorio. Dí principio entonces con algunas preguntas muy simples, que a nadie le es lícito ignorar, pues bien sabía que el asno acostumbrado al cardo, no desdeña la lechuga.

-¿Creéis en Dios Padre?

-Creemos.

¿Y en el Hijo?

Creemos.

-¿Y en el Espíritu Santo?

-Creemos.

-¿Y en la madre de Cristo?

-Creemos.

A este punto la asamblea prorrumpió en una carcajada general y todos les hacían burla." [7]

Los dos "pobres" de alma cándida y sedienta por llevar al pueblo el Evangelio de Cristo, cayeron pues en la trampa escolástica y fueron, sin más, despedidos.

"Se retiraron confusos y se lo merecían", agrega el altanero monje; pero, prosigue, aludiendo a los valdenses, con algunas líneas muy interesantes y en las que mal se encubre cierta preocupación: "No tienen sede fija; llevan vida errante, caminando de a dos, descalzos, con una túnica de lana. Nada poseen personalmente, pero todo les es común, siguiendo desnudos a un Cristo desnudo, como los apóstoles. No podrían comenzar con más humildad, porque no pueden entrar; pero si los admitiéramos, nos echarían afuera". Pedante y burlón, este fraile tenía sin embargo una intuición que no lo engañaba: en el voto de Valdo veía brotar un principio peligroso para la jerarquía, incompatible con el clericalismo; y lo veía, quizás, mejor aunque Valdo mismo en aquel momento. Fue por eso mismo severísimo y persuadió a los otros examinadores a rechazar la petición de los Pobres de Lyon, prohibiéndoles en absoluto predicar sin permiso de la autoridad eclesiástica de cada localidad[8] .

2 - Separación definitiva de la Iglesia Romana. La dispersión.

Vuelta a Francia la diputación, se vio bien pronto que los Pobres de Lyon - o "Valdenses", como ya se empezaba a llamarlos - no habrían podido adaptarse por mucho tiempo a la imposición del Concilio. Era de esperarse que las prohibiciones del despotismo clerical no habrían tenido otro resultado que el de enardecer su deseo de anunciar intensamente el Evangelio, promoviendo el retorno al ideal apostólico. ¿Cómo suponer que ellos habrían renunciado a aquel derecho de predicar libremente, que por tanto tiempo los Cátaros y después Pedro de Bruys y Enrique de Cluny y Arnaldo de Brescia habían reivindicado y ejercido? Con tanta más razón que su movimiento continuaba difundiéndose tan rápidamente, en Italia como en Francia.

Al nuevo arzobispo de Lyon, Juan de Bellesmains, pidió Valdo formalmente, según la disposición del Concilio, la autorización para predicar; la respuesta, no es preciso decirlo, fue una negativa categórica. ¡Demasiado tarde! Esta negativa chocaba ya contra un movimiento muy popular y, sobre todo, contra una conciencia indómita. Castigado con la amenaza del anatema, Pedro Valdo en lugar de abatirse, se levantó "como león que despierta del sueño" (Crónica de los "Pobres de Lombardía", carta de 1368) y dio al arzobispo la respuesta del apóstol, su homónimo: "Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos de los Apóstoles, Cap. V, 29).

Aquel día, Valdo se reveló un verdadero reformador. Su voto de obediencia, implícito en el de pobreza, transformábase en el principio de obediencia a la soberana autoridad divina, que fue en todo tiempo, la piedra angular de toda reforma religiosa.

Pero desde aquel día, la naciente comunidad fue considerada también por la Iglesia, como abiertamente rebelde, al punto que, después de haberse atraído los rayos del arzobispo de Lyon, fue solemnemente condenada por el Concilio de Verona (1183). Esta primera excomunión mayor, del papa Lucio III, se recuerda porque marca la separación definitiva de los Valdenses de la Iglesia de Roma y el comienzo de su dispersión por toda Europa.

Si bien es cierto que, anteriormente a 1183, los Pobres de Lyon se habían esparcido ya por diversas regiones de la Europa Central, la emigración en masa tuvo lugar cuando fueron heridos por la excomunión; entonces se los vio recorrer no sólo el Delfinado y la Provenza, sino establecerse y crecer extraordinariamente en número, en los países más lejanos, donde los Cátaros les habían abierto las puertas: en Alsacia, en Lorena (especialmente en Metz), en Suiza, en Alemania, en España, además de Italia, donde, en breve, veremos su unión con los Arnaldistas y los Humillados.

En el Delfinado y en la Provenza, su fusión con los secuaces que habían dejado Pedro de Bruys y Enrique de Cluny, se efectuó sin dificultad alguna. La presencia de los recién venidos se manifiesta aquí por las frecuentes controversias públicas que tenían lugar entre los campeones del romanismo y los representantes de los disidentes.

Así, por ejemplo, en la discusión de Narbona, vemos al árbitro eclesiástico Raimundo, condenando a los "Vallenses"[9] que justificaban y defendían su derecho de obedecer, predicando, a Dios antes que a los hombres. El no los confunde con los Albigenses. ¿Quiénes podían ser, sino los Pobres de Lyon? En efecto son llamados "Valdenses o Insabattati, y también Pobres de Lyon"[10] en el edicto que pocos años después, en 1192, fue lanzado contra ellos por Alfonso II, rey de Aragón y marqués de Provenza.

Otras polémicas públicas tuvieron lugar en 1206, en Monreal y Pamiers. Esta última, en el castillo del conde de Foix, fue muy importante y agitada; de ella proviene la separación de un núcleo de Pobres de Lyon, obra del ex cura Durando de Huesca, el cual pensó constituir, con la aprobación del papa, la orden de los "Pobres Católicos". Veremos producirse por ese tiempo, una escisión semejante entre los Pobres de Lombardía. Pero estas órdenes se extinguieron pronto, inadvertidas; y, por lo que se refiere a la escisión producida entre los Pobres de Lyon, puede decirse que fue una saludable depuración, porque con los Pobres Católicos se fueron diversos elementos más bien clericales, malsanos y perjudiciales para el desarrollo espiritual de la comunidad.

Todas estas controversias y los edictos del rey Alfonso no bastaron para contener, y menos vencer, el gran movimiento religioso que se desbordaba en Provenza. Fue necesario la terrible cruzada predicada en 1208, de la que el papa Inocencio III fue el alma, Santo Domingo el apóstol y Simón de Monfort el sanguinario ejecutor. El hermoso país de Provenza fue entonces sometido a sangre y fuego, y las víctimas se contaron por decenas de millares.

LOS POBRES DE LOMBARDIA

1 - Hacia la fusión.

En Lombardía, y especialmente en Milán, las disidencias eran numerosas; nos limitaremos a recordar las dos principales, y que tienen mayor afinidad con los Pobres de Lyon: los Arnaldistas y los Humillados. 

Había también el partido de los Patarinos, así llamados de un barrio de Milán conocido por la "Pattaria" (cambalache). Se remontaba al siglo X y había surgido para combatir al alto clero con el fin de reformarlo. Los Cátaros fácilmente se unieron a los Patarinos, y de tal modo parecieron aliados que muchas veces eran llamados Catarini.

Los Arnaldistas ya sabemos quienes eran: los discípulos de Arnaldo de Brescia, llamados también "los Lombardos". Eran quizás, entre todos los disidentes, los que acentuaban mayormente su independencia de la Iglesia Romana, firmes en este principio: que tan sólo quien lleva vida conforme a la de los apóstoles, puede apacentar las almas y administrar los Sacramentos".

Los Humillados formaban una cofradía de nobles lombardos, quienes, durante su cautiverio en Alemania, a principio del siglo XII, habían hecho voto de asociarse al volver a la patria, viviendo con humildad y en la pobreza; trabajaban como tejedores de lana e iban vestidos con túnicas blancas o grises. La orden estaba compuesta primeramente de laicos, pero acogió más tarde sacerdotes; estos últimos terminaron por someterse al papa, el que prohibió categóricamente a los laicos celebrar reuniones y predicar en público. La prohibición papal no tuvo otro efecto que separarlos definitivamente de la Iglesia y empujarlos a la fusión con los Arnaldistas.

La afinidad de estos elementos lombardos con los Pobres de Lyon era, pues, grandísima; posiblemente Valdo mismo los visitó durante su viaje a Roma; de cualquier modo, cuando, hacia 1175, los Pobres de Lyon comenzaron a bajar a Lombardía, debieron fácilmente entenderse con los Humillados, tanto que en 1183 el Concilio de Verona identificaba los unos con los otros, condenando a "los Humillados o Pobres de Lyon".

Después de esta excomunión, que ya sabemos como apuró la dispersión de los secuaces de Valdo, los prófugos arribaron en gran número a Milán, y entonces la comunidad, en su conjunto, tomó el nombre de Pobres de Lombardía, dejando caer en desuso los otros nombres, especialmente el de Arnaldistas.

Nótese que los adherentes a estos movimientos evangélicos eran contrarios a toda denominación personal, excepto la que deriva del nombre de Cristo. Por esto duró mucho tiempo, por voluntad de Valdo y de ellos, el nombre de Pobres; el de Valdenses, que prevaleció después, fue acuñado y divulgado por sus adversarios.

2-Coloquio y fusión definitiva.

La unión estaba, pues, bien encaminada, y destinada a hacer de Milán la sede de una misión que llegó a ser, en verdad, una gloria purísima en el movimiento evangélico de la Edad Media. Sólo que surgieron algunas discordias por divergencia de opiniones sobre argumentos de importancia secundaria. La disensión más grave se produjo en 1205, sobre la cuestión de la regla de vida y especialmente del trabajo; un grupo de milaneses se apartaron de sus hermanos venidos de allende los Alpes, eligiéndose un "prepósito" vitalicio. Pedro Valdo, quien era el rector general por elección hecha regularmente varias veces, censuró abiertamente ese paso de los Lombardos, y rehusó reconocer a su prepósito Juan de Ronco, diciendo: "Nunca admitiré que se elija en nuestra comunidad prepósitos vitalicios, ni entre nosotros ni en Lombardía" (1).

Tales discordias tuvieron el efecto de empujar a un cierto número de nuestros pobres a volver al seno de la Iglesia Romana, uniéndose al movimiento retrógado que - como ya hemos visto - Durando de Huesca promovía en Francia, después de la discusión de Pamiers. En 1210 trataron con el papa Inocencio III y, de allí a poco, su reingreso se efectuaba; desaparecieron en las filas de los Eremitas Agustinos. mientras surgía San Francisco de Asís, imitador de Cristo y... de Pedro Valdo. Y gran ventura fue ésta para la Iglesia de Roma, que vio así tornarse, en su defensa, la idea que tanto prestigio había dado a la misión de los Pobres de Lyon y de Lombardía.

Entretanto, hacia 1217, Pedro Valdo moría, probablemente en Bohemia, donde se había trasladado en compañía de su fiel colaborador Vivet.

En aquella hora de luto, se reanudaron las tentativas de reconciliación entre los hermanos del otro lado de los Alpes y los de Lombardía, y en Mayo de 1218 tuvo lugar un coloquio cerca de Bérgamo, con la participación de doce delegados, seis por cada parte. El acuerdo completo no puede decirse que haya sido alcanzado entonces, por causa de los resentimientos personales en los que se envolvía aún la memoria de Valdo; existía también disensión en lo tocante al sacramento de la Eucaristía, que algunos tenían por ineficaz cuando era celebrado por un sacerdote indigno y que otros afirmaban ser siempre eficaz, en virtud de las palabras sacramentales.

La comunidad lombarda, que contaba con elementos más radicales, continuó su vida independiente, cerca de un siglo y medio, manteniéndose siempre en las más cordiales relaciones fraternales con las otras comunidades, al punto que las asambleas generales anuales de los Valdenses se realizaron a menudo en Lombardía. En Milán tenía su asiento una escuela, floreciente aún a mediados del siglo XIV, de la que salían los celosos propangadistas que extendieron maravillosamente el campo de la misión en toda la Europa Central, de Alsacia a Hungría, hasta Polonia y Pomerania, encontrando terreno muy favorable en Bohemia y en Moravia.

La unión de los Valdenses de Provenza y de Lombardía se cumplirá, definitivamente cuando la persecución los obligue, tanto a los unos como a los otros, a refugiarse en los Alpes. Es lo que nos proponemos narrar; pero conviene primeramente exponer, de un modo somero, cuál era la vida religiosa de los Valdenses primitivos, y cómo se desenvolvía su actividad misionera.

V

LA VIDA RELIGIOSA Y MISIONERA

El principio fundamental. - Desde los primeros tiempos, los Valdenses, de ambas vertientes de los Alpes, constituyeron no una cofradía religiosa propiamente dicha, semejante a las muchas que entonces se formaban, sino una comunidad que llevaba en sí la irresistible tendencia de emanciparse del yugo de la Iglesia Romana, en virtud de su propia regla de fe. Afirmaban explícitamente la autoridad soberana de las Sagradas Escrituras, el deber y el derecho de apelar de la autoridad eclesiástica a la Palabra de Dios, como regla única de fe, y el consiguiente deber de difundir esa palabra, por medio de la lectura y de la predicación. El principio fundamental fue, pues, el apostólico: "obedecer a Dios antes que a los hombres"; el que debía fatalmente significar: "desobedecer a la Iglesia para seguir a Cristo y para atraer nuevamente a El los creyentes, por la libre predicación del Evangelio

Bien comprendió Roma, cuán amenazador era para ella este principio, y se apresuró por tanto a desencadenar contra los Valdenses las dos órdenes mendicantes que se habían constituido a su imitación. En efecto, "imitando a los Pobres de Lyon surgieron los Pobres de Asís o hermanos menores, e imitando a los predicadores valdenses nacieron los frailes predicadores".

La comunidad.- ¿Cuál era su constitución?

Se componía de ministros, llamados en término bíblico "las perfectos", y de laicos, o sea "creyentes".

Los ministros se distinguían, por graduación sucesiva, en diáconos, presbíteros y obispos. Se ingresaba en la comunidad como diáconos, tras una prueba más bien larga y un serio examen. Los nuevos diáconos estudiaban algunos años la Biblia en la escuela de Milán o junto a algún presbítero, acompañándolo en sus viajes misioneros; luego de recibir la consagración de un obispo, se encargaban del cuidado de los intereses materiales de la comunidad. Los presbíteros, que tenían la facultad de recibir la confesión y predicar, eran consagrados por un obispo y por los demás presbíteros presentes.

Los obispos, en fin, eran elegidos y consagrados por un obispo y por todos los presbíteros y diáconos presentes. Para la dirección general se nombraba un jefe, elegido entre los obispos, llamado maioralis; este presidía el capítulo general - llamado "sínodo" a partir del siglo XVI - el que se reunía por lo menos una vez al año, durante la cuaresma, en las ciudades principales y en ocasión de alguna solemnidad religiosa, para que los congregados no fuesen advertidos por la población. En el siglo XIII los capítulos se convocaban preferentemente en Lombardía, región menos peligrosa que Provenza. A estas asambleas participaban diversos "perfectos", así como los rectores de los Hospicios, quienes presentaban sus informes.

¿Qué eran los Hospicios?

El Hospicio era una institución característica de los primeros Valdenses: consistía en una casa, y algunas veces en una humilde estancia, que servía de albergue y de punto de reunión en todos los pequeños centros de la misión visitados por los ministros itinerantes, que viajaban de dos en dos. Existían muchos, de estos hospicios, en todos los países de la Europa Central. En ellos habitaban el rector, algún hermano y mujeres ancianas, para el servicio. El rector o - cuando estaban presentes los misioneros - uno de éstos, presidía la cena, invocando la bendición: "Dios que bendijo los cinco panes y los dos peces para los discípulos en el desierto, bendiga esta mesa y lo que ella nos ofrece". Y, al levantarse de la mesa, daba gracias diciendo: "Dios recompense a todos los que hacen el bien, y, después de habernos dado el pan material, nos conceda el alimento espiritual. ¡Viva El con nosotros para siempre!".

Después de esto se celebraba el culto propiamente dicho, el que consistía en la lectura de una porción de la Palabra de Dios, alternada con explicaciones, y en la oración, que era principalmente el Padre Nuestro. Himnos no se acostumbraban, por la sencilla razón de no despertar la atención del vecindario y ser descubiertos. La repetida lectura y el estudio de la Biblia ocupaban tanto lugar en estas reuniones de los Hospicios, que éstos se llamaban "escuelas", y. en verdad, los oyentes terminaban por aprender de memoria trozos larguísimos de la Sagrada Escritura. Un inquisidor declara haber visto "laicos que sabían de memoria casi todo el Evangelio de San Mateo y de San Lucas, y sobre todo los discursos del Seriar" (Esteban de Borbón, Anécdotas Históricas, pág. 348.). Otro inquisidor dice: "He oído yo mismo a un aldeano que sabía de memoria el libro de Job, y he conocido a otros más, que podían recitar perfectamente todo el Nuevo Testamento ("Et plures alios, qui N. T. totum sciverunt perfecta". Anónimo inquisidor de Passau.).

Los ritos. - Los ministros recibían la confesión espontánea de los fieles, pero no daban la absolución directamente; dejando para Dios el juicio, decían: "Dios te absuelva de tus pecados; te conjuro en Su nombre a que te arrepientas y sometas a la penitencia que voy a prescribirte" (Gui, Práctica, III.a parte, cap. 85). Y esta penitencia consistía tan sólo en ayunos y oraciones. Practicaban el bautismo por aspersión, administrado a los niños. El sacramento de la eucaristía lo celebraban de pie, recibiendo del ministro el pan y el vino consagrados.

La moral. - Hacían consistir la moral en la práctica fiel de los preceptos evangélicos, a la luz del ejemplo de Jesucristo y de los Apóstoles. Aborrecían la mentira: "la mentira mata el alma" (2) decían, y tal escrúpulo debía ser muy apreciado por los inquisidores que los sometieron a la prueba de la tortura. Condenaban también toda suerte de juramento, la pena de muerte, la venganza; en suma, toda violación a la ley expuesta por Jesús, en el Sermón del Monte y en sus otras enseñanzas.

Las doctrinas. - Referente al dogma, los primeros Valdenses no se habían propuesto reformarlo, pero, no obstante, no nos sorprenderá que ellos, remontándose a la enseñanza del Evangelio, hayan refutado diversas doctrinas enseñadas y profesadas por la Iglesia. No admitían, por ejemplo, la del purgatorio; decían que hay "dos caminos", el de la vida eterna y el de la muerte; el purgatorio está en esta vida, y no existe otro; vanas son, pues, las misas por los difuntos, las indulgencias, los sufragios. Ilusoria la invocación de los Santos. Y, asimismo, la Virgen debe ser venerada e imitada, pero no adorada, pues el culto se debe a Dios únicamente; y jamás una palabra que no fuera reverente hacia la madre de Jesús escapó a los Valdenses, aun cuando era invocada contra ellos por sus perseguidores.

De hospicio en hospicio iban, pues, los ministros itinerantes, evangelizando así a los pobres como a los ricos. Era menester que a un atrevimiento maravilloso se uniese mucha prudencia; de donde provenía que simulasen algún oficio, lo más de las veces el de mercader ambulante. Este oficio marcó el tipo más característico en el que se personifica la misión valdense en el siglo XIII.

Es muy interesante repetir como un inquisidor describe, hacia 126o, una de estas visitas.

"El mercader llega al castillo; después de haber exhibido a las damas anillos, velos y otros adornos, y al personal de servicio, sus mercaderías más ordinarias, agrega: "Tendría, además, joyas bellísimas y muy preciosas... pero ¡no habrá que traicionarme!" Tranquilizado, prosigue: "Tengo una perla tan brillante, que por su virtud todo hombre llega a conocer a Dios. Y tengo también otra tan fulgente que enciende el amor de Dios en todo aquel que la posee. Yo hablo así, en lenguaje figurado, pero lo que digo es la purísima verdad". Y allí, ante un auditorio atento y vivamente interesado, nuestro mercader se pone a recitar sentencias del Evangelio, entre las cuáles, estos apóstrofes de Jesús: "¡Ay de vosotras, escribas y fariseos hipócritas, porque cerráis el Reino de los Cielos ante los hombres; no entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren entrar (Mt XXIII 13). - "¿A quién pensáis que sean dirigidas?" pregunta una voz. - "¿Y quién no lo adivina? ¡ Son dirigidas a los curas y a los frailes!" Y sigue exponiendo y comentando otras palabras; luego termina: "Ahora bien, nosotros estarnos con Cristo; por eso los fariseos nos persiguen. Dicen y no hacen; enseñan mandamientos y tradiciones de hombres. Nos alegramos de ser instrumentos para persuadir a las gentes a observar la doctrina de Cristo y de los Apóstoles. Las sendas son dos : una espaciosa y conduce a la perdición; la otra estrecha, pero recta, y lleva a la vida eterna... ¿Por qué no eligiríais ésta?" (Relación de un inquisidor de Passau, ap. Max. Bibl. P. P., XXV, col. 273. Esta página ha suministrado al poeta americano Witthier el argumento para una de sus baladas, traducidas al francés por De Felice y al italiano por Juan Nicolini, y por Enque Meilie, titulada "El Colportor Valdense". El término "colportor" es quizás muy moderno e inexacto.

El testimonio de un Inquisidor.-Los elogios tributados a los Valdenses por los inquisidores, son de un valor inestimable y constituyen una preciosa confesión, apta para disipar muchas calumnias. Terminemos, pues, este capítulo transcribiendo el testimonio siguiente, conciso y completo al mismo tiempo :

"Se les puede conocer por sus costumbres y conversación. Ordenados, modestos, sencillos en sus vestidos, que son de paño, ni lujoso, ni burdo. No comercian por no exponerse a mentir, jurar o engañar. Viven del trabajo de sus manos; sus "maestros" mismos son tejedores o zapateros; se conforman con lo necesario. Son castos, sobrios, no frecuentan las tabernas, ni los bailes, porque no les agrada tales frivolidades. Asiduos al trabajo, encuentran sin embargo tiempo para estudiar y enseñar. Se conocen hasta en sus conversaciones, precisas y modestas; rehuyen toda calumnia y hablar chancero, ocioso, como también la mentira. No juran; ni siquiera dicen "en verdad" o "ciertamente", porque, para ellos, eso sería lo mismo que jurar". (Inquisidor de Passau, obra citada, col. 263 y 272)

Para comprender como un inquisidor, pudiese escribir de esta manera, es necesario tener presente que su relación no estaba destinada al público, sino tan solo a los demás agentes de la policía eclesiástica.

VI
REFUGIO DE LOS ALPES

Los Valdenses obligados, pues, por la necesidad imperiosa de seguridad e independencia, no tardaron en levantar los ojos a los montes buscando allí refugio y protección; oyeron como una voz providencial que los llamaba a los valles de !as dos vertientes de los Alpes Cocianos, entre aquellas montañas severas, donde - como dice Michelet - "la naturaleza es de una grandeza tal, capaz de aniquilarlo todo, excepto la verdad. Todo templo es pequeño y ridículo, comparado con aquel prodigioso templo debido a la mano de Dios... Allí está el nido de los Valdenses, la incomparable flor que se esconde cerca de las surgentes del Po" ( Michelet "Historia de Francia", 1855VIII, 16).

No nos sorprende que los prófugos de las llanuras de Provenza y de Lombardía se hayan dirigido hacia esas regiones de los Alpes Cocianos, que de hecha parecían providencialmente preparadas para convertirse en su refugio.

Ante todo, por su misma configuración, constituyen un magnífico baluarte natural. Se trata, en efecto, de la formidable cadena alpina, limitada al sur por el Monte Viso y al norte por la garganta de Monginevro. En la vertiente occidental se extiende el valle de Queyras, adonde se llega de la parte de Italia por las gargantas de la Cruz y de Abríes; y, más al norte, bajando del Monginevro hacia Francia por Briancon y a lo largo del Duranza, se abren, a nuestra derecha, tres valles que conviene recordar : Val Luisa, Val Argentiera, Val Freissiniére. Luego, si de la garganta de Monginevro volvemos al oriente, vemos que la vía, bajando por la vertiente italiana, se divide en dos: a la izquierda, sigue la Doria Riparia y conduce a Susa y a Turín; a la derecha, traspasa la garganta de Sestriéres y entra en el Valle del Clusón. Este, en su parte superior se llama Val Pragelato, de la aldea del mismo nombre, y, en la parte inferior, Val Perosa, de la pequeña ciudad cerca de la cual desemboca el Valle lateral de San Martín, atravesado por el torrente Germanasca. El Clusón más adelante de Pinerolo, corre entonces en la llanura y no taro da en echarse al Pellice, el que a su vez, algunos kilómetros adelante, desemboca en el Pó. El Péllice d.C. su nombre al valle, conocido también por Luserna, y recibe en Torre Pellice las aguas de su afluente de la izquierda, el Angroña. Pinerolo puede considerarse, pues, como el vértice de un triángulo cuya base es la línea de la cadena fronteriza, desde Monteviso al Monginevro; en Pinerolo convergen y desembocan los dos valles principales: el del Pellice o de Luserna (con el valle lateral de Angroña) y el del Clusón, llamado Val Pragelato en la parte superior, de Fenestrelle arriba, y Val Perosa en la parte inferior (con el valle lateral de San Martín, que a su vez se bifurca en los pequeños valles de la Balsilla y Prali).

Nótese - con referencia siempre a la configuración - que la vertiente italiana no sólo declina mucho más rápida que la francesa y resulta por consiguiente menos accesible a los asaltos desde la llanura, sino que aquella tiene sus valles ligados en lo alto por medio de pasos difíciles pero practicables; los valles franceses, por el contrario, descienden dulcemente, paralelos e independientes los unos de los otros. Esto explica el porque los Valdenses, que en los primeros tiempos fueron más numerosos en la vertiente occidental, a medida que las persecuciones los hostigaban, terminaron por habitar los valles de la parte italiana.

Aún bajo el punto del cultivo, se comprende que esta región haya sido preferida por los prófugos valdenses. Especialmente los valles italianos recrean la vista por la frescura, riqueza y variedad de su vegetación, en sorprendente contraste con la monótona esterilidad que predomina en la parte francesa. Únicamente las crestas de los montes, en la parte italiana, han escapado a la mano del cultivador. Cierto es que, en los tiempos de que nos ocupamos, esos valles debían estar más bien agotados y desiertos, a causa de la invasión de los Sarracenos, que habían permanecido allí unos treinta años, en el siglo décimo, más tal situación, en lugar de ser un obstáculo, debía constituir un motivo de atracción, pues los señores de aquellas tierras tenían mucho interés en favorecer la inmigración de cultivadores. Y así sucedió en efecto.

Quienes eran los señores de esos valles? La vertiente occidental y el valle del Clusón hasta Perosa estaban, en tiempos de Valdo, bajo el dominio de los condes de Albón, delfines del Vienesado. Pero los señores locales. duros y tiránicos, eran, para el valle del Duranza, los arzobispos de Embrún, y para el alto valle del ,Clusón, los prebostes de Oulx. En la vertiente italiana, los valles de Perosa y de San Martín estaban sujetos a la abadía de Pinerolo, dependiente de la S. Sede, y los valles del Pellice y de Angroña a los influyentes condes de Luserna. Más tarde - o sea en la primera mitad del siglo XIII - tanto la Abadía de Pinerolo como los señores de Luserna debieron sujetarse a los Duques de Saboya. Como se sabe, la Casa de Saboya había principiado a extenderse a la parte oriental de los Alpes hacia 1037, con Humberto 1." Blancamano, hijo de Otón Guillermo, conde de Borgoña, a quien el emperador Conrado el Sálico, había asignado el Marquesado de Ivea con el valle de Aosta; y el hijo de Humberto, Odón, debido a su matrimonio con Adelaida, hija y heredera de Olderico Manfredo III, conde de Turín y marqués de Italia, obtuvo el condado de Turín, que desde Asti se extendía hasta Monginevro.

La población, más bien escasa, era muy sencilla, con esa simplicidad que inspiran las soledades alpestres. No hay razón para dudar que profesase, en su mayor parte, la religión católica, pero estaba más inmune que los habitantes de la llanura a las prácticas supersticiosas y a los ritos idolátricos. Puede muy bien creerse que esto fuese consecuencia de la obra reformista del obispo Claudio de Turín; de cualquier modo, no debe excluirse la posibilidad de que, antes de la inmigración de los Valdenses, los Alpes Cocianos hayan albergado otros disidentes perseguidos (Petrobrusianos y Cátaros) los cuales habrían así abierto el camino a los prófugos de Lyon y de Lombardía y les habrían preparado el ambiente en este nido alpino, así como en tantas otras regiones de Europa.

No hay que imaginarse que la inmigración de los Valdenses en los valles de los Alpes Cocianos se haya efectuado en una sola vez o en pocas veces. Los fugitivos no llegaron en masa, sino a la desbandada.

¿Cuándo? Los primeros grupos llegaron probablemente a fines de 1184, o sea inmediatamente después de la excomunión de Lucio III y la expulsión de Lyon, pero, sin duda alguna, las más numerosas bandas de fugitivos partieron, unas tras otras, hacia el asilo de los Alpes, bajo la presión de aquella terrible cruzada de 1208 que había segado más de sesenta mil víctimas en la Francia meridional. Mezclados a los Albigenses, varios Valdenses habían buscado su salvación en la huida; atravesando el Delfinado, habían alcanzado el valle del Alto Duranza, y, transpuesto el Monginevro, que no constituía entonces una frontera política., se habían diseminado en los valles de Pragelato, Perosa, San Martín y Luserna. Los primeros prófugos provenían, pues, principalmente de Francia[11].

Se considera muy probable, casi podría afirmarse, que a esos se hayan agregado no pocos elementos lombardos y piamonteses.

Todos fueron acogidos bien por los señores locales, y especialmente por los condes de Luserna, no ya por generosidad de sentimientos o por simpatía religiosa, sino únicamente por interés : ¿cómo no habrían sido bienvenidos, estos simples y robustos trabajadores en un país que los Sarracenos habían dejado inculto y poco menos que despoblado?

La primer huella cierta de la presencia de los Valdenses en aquellas comarcas se echa de ver en una ornen del emperador Otón IV al obispo de Turín, de "expulsar de toda la diócesis de Turín a los herejes Valdenses" (1210). En 1220, un artículo de los estatutos de la ciudad de Pinerolo contiene esta prohibición : "Cualquiera que hospede a sabiendas a un valdense o una valdense, pagará, por cada vez, una multa de diez sueldos" (Según Carutti (Storia di Pinerolo), el "soldo" vienés, entonces en curso, valía liras 2,54; la multa, pues, sería de liras 25,40). Estas primeras medidas pueden considerarse como iniciación de una hostilidad que en el curso del siglo XIII fue agravándose a medida que la casa de Saboya imponía su dominio a los señores de Pinerolo, favoreciendo la obra de la Inquisición en Val Peresa. Así es que en 1297 vemos que el príncipe de Acaya[12] Felipe de Saboya, sobrino de Amadeo V, contrata un inquisidor para la búsqueda de los valdenses, al qua hace partícipe de la mitad del botín de aquella obra de represión.

VII

PERSECUCIONES EN LOS SIGLOS
XIV y XV.

1 - En el siglo XIV.

Las medidas de represión, de que se ha hecho mención en el capítulo precedente, se convirtieron en abierta y feroz persecución. El primer suplicio que se recuerda es el de una mujer, acusada de "valdesía." y quemada viva en Pinerolo en 1312, siempre en virtud del contrato estipulado entre los príncipes de Acaya y la Inquisición.

En Val Luserna, en 1332, apareció el primer inquisidor, el domínico Alberto Castellazzo, a quien el papa Juan XX había señalado a un eficacísimo predicador itinerante, más cátaro que valdense, Martín Pastre, quien, por más de veinte años, con fervor y coraje poco comunes, había recorrido el Delfinado, la Provenza y el Piamonte hasta Pinerolo y Saluzzo, presidiendo reuniones extraordinariamente numerosas. Sucedió, pues, que Pastre cayó entre las garras de la policía de. la inquisición, en Provenza, precisamente en tiempos en que Castellazzo se encontraba en desempeño de su misión en el Valle de Angrofia; los angroñinos, noticiosos del arresto de Pastre, se sublevaron exasperados y amenazaron seriamente al inquisidor, el que tuvo que batirse en precipitada fuga. Apenas en lugar seguro, Castellazzo se apresuró a quejarse al papa y al príncipe de Acaya, no sólo por la poca docilidad de los Valdenses, sino también por el poco empeño que los condes de Luserna manifestaban en perseguir a sus súbditos.

No se crea, empero, que haya durado mucho tiempo esta protección, por lo demás muy interesada, de los señores de Luserna hacia los laboriosos cultivadores de sus tierras: en efecto, ya en 1354 se plegaron a la orden de arrestar unos 15 Valdenses, los que probablemente fueron enviados a la hoguera, y en 1377 establecieron por contrato que en los trabajos de las minas fuesen excluidos "los traidores religiosos, rebeldes a los condes de Saboya, a los príncipes de Acaya y a los señores de Luserna"[13] .

Entretanto, el papa Gregorio XI no se cansaba de incitar a Amadeo VI de Saboya, el famoso Conde Verde, a combatir a los herejes como si fuesen turcos.

Aún más violenta y general se ensañaba la persecución en el valle de Pragelato y en el Delfinado. El último delfín, Humberto II, y el arzobispo de Embrún aprovecharon la ocasión para enriquecerse vergonzosamente con los bienes confiscados a los míseros habitantes de los valles Freissiniére, Argentiére y Val Luisa, cuya herejía parecía ofrecerse a ellos como una abundante mina para explotar. Ni la situación mejoró, cuando en 1349, el Delfinado con los valles de Oulx y de Pragelato, fue cedido por el Delfín al rey de Francia; los suplicios se multiplicaron rápidamente y de 1376 a 1393 la persecución, dirigida por el inquisidor Francisco Borelli, monje de Gap, fue espantosa; el frenesí fanático llegó a tal punto que, por último, se desenterraba a los muertos para quemarlos !

Para formarse una idea de la ferocidad de Borelli, basta recordar el siguiente episodio de su persecución en Val Pragelato (i). En el invierno de 1386 había pasado con sus esbirros la garganta de Sestrieres y como una fiera sedienta de sangre se había arrojado sobre las aldeas de este risueño valle, masacrando e incendiándolo todo. Los habitantes, escapados al estrago, huyeron aterrorizados, retirándose al monte Albergián, posiblemente con la intención de refugiarse en Val San Martín; pero la nieve era mucha y el viento soplaba glacial en, aquellas alturas, que alcanzan a 3000 metros; los fugitivos pasaron la noche al descampado, sin abrigo, al punto que no menos de 80 niños murieron helados en los brazos de sus madres! Era la noche de Navidad! Mientras que allá en el valle, sus perseguidores se holgaban!...

A fines del siglo XIV tuvo lugar, en los valles de Luserna y de Perosa, una investigación. por el padre Séptimo de Savillano, quien implantó el tribunal del Santo Oficio en la iglesia de San Donato en Pinerolo; también en Chieri este inquisidor descubrió un centro de herejía, que fue creída valdense; pero se trataba de cátaros.

2 - El siglo XV

Comienza con la visita de un insigne predicador, Vicente Ferreri, quien desplegó una misión pacificadora en los valles de las dos vertientes, sin efecto práctico alguno. Lo más interesante a recordarse es la noticia que él recogió acerca de las predicaciones periódicas que los Valdenses recibían de ministros itinerantes, que provenían de Romaña y de las Apulias.

Se sucedió luego, por algunos años, un período de calma y de relativa tolerancia, porque el primer duque de Saboya, Amadeo VIII, que fue papa al final de su vida con el nombre de Félix V, trató de mitigar los rigores de la inquisición.

Pero en 1448 vemos llegar nuevamente un inquisidor, Santiago de Buronzo, a Luserna, con motivo de un tumulto de los habitantes de Angroña, y citar a toda la población del contorno ante su tribunal. Lo afrontó valientemente, en la plaza misma ¡de Luserna, el barba[14] Claudio Pastre, discutiendo sobre la fe. El inquisidor, falto de argumentos, se retiró lanzando sobre todo el valle un interdicto, que produjo poca impresión y que fue revocado cinco años después.

A esta época corresponde un proceso muy interesante que tuvo lugar en Pinerolo contra un tal Felipe Regis, de Val San Martín: interesante, a causa de la confesión que hizo de ser reemplazante de los ministros itinerantes durante los intervalos, más o menos prolongados, de sus visitas.

Nos queda por mencionar un último inquisidor, G. A. Acquapendente, quien, en 1475, se planta en Luserna y, habiendo constatado que los Valdenses se alejaban cada vez más de la Iglesia Romana, pretende proceder contra ellos con medidas severísimas, que los condes de Luserna se rehúsan aplicar. Irritado por esa resistencia, el inquisidor recurre a la regente, duquesa Yolanda, hermana del rey Luis XI de Francia y viuda del duque de Saboya, Amadeo IX, obteniendo de ella, el 23 de Enero de 1476, un edicto que obligaba al potentado de Luserna, Antonio Rorengo, a hacer lugar a los requerimientos del inquisidor.

El silencio que siguió hace suponer que el potentado no se haya demorado en presentar sus disculpas. El hecho es que, los señores de Luserna, que antes se habían mostrado más o menos refractarios en perseguir a los Valdenses - sea o no por motivos de interés -, desde ese momento, no titubearon más en convertirse en sus opresores.

3-La guerra de 1484 en Val Luserna.

Los señores de Luserna, al convertirse en opresores de los Valdenses, los vejaron de tal modo, que en 1483, los habitantes de Angroña, Villar y Bobbio Pellice terminaron por rebelarse: esos desgraciados se vieron en lo sucesivo obligados a defender, además de su libertad religiosa, la libertad económica y por fin el derecho de propiedad! Apenas tuvo noticia de esta resistencia a mano armada, el duque de Saboya, Carlos 1º, hijo de la duquesa Yolanda, aún imberbe pero ya conocido por "el guerrero", decidió domar a los revoltosos. Reunió sus tropas en Pinerolo, en abril de 1484, y les dio órdenes de invadir el valle, desalojando a los Valdenses[15].

Las tropas regulares del duque sumaban cerca de 1800 hombres, pero estaban reforzadas por un considerable número de voluntarios seducidos por la esperanza del saqueo. Los Valdenses tenían por únicas armas, arcos y hondas, corazas de pieles y escudos de madera.

Hubo un triple asalto.

El primero, fue dirigido contra Rocciamaneot, localidad situada en las alturas entre San Juan y Angroña, desde la que se domina el valle de Luserna. Aquí los Valdenses esperan a pié firme a los asaltantes que suben penosamente la pendiente; las mujeres y los niños están a espaldas de los combatientes para elegir y alcanzarles las piedras, y, en última fila, los ancianos y los inválidos en actitud de oración. El ataque violentísimo parece irresistible por la superioridad del número y de las armas de los asaltantes. Ya varios defensores han caído dejando descubierto un costado, que el enemigo se apresura a ocupar, arrastrándose por entre las rocas. Las familias, de rodillas, aterrorizadas, unen a la gritería salvaje de los combatientes el grito por el cual se exprime la extrema esperanza de la angustia humana. "¡Oh Dios, ayúdanos !" En aquel instante, uno de los capitanes enemigos, especie de Hércules de cara bronceada, llamado "El Negro de Mondoví" se adelanta altanero, gritando ferozmente : "I miei, i miei faranno la passada!" (Expresión intraducible. Puede comprenderse así : i Los míos os repicarán el toque de agonía!) ; y, al mismo tiempo, descaradamente se levanta la visera del yelmo. No había terminado su bravata, que silba una flecha disparada por el joven Pedrito Revel y hiere en la frente al nuevo Goliat, dejándolo muerto. La suerte de la batalla cambia de improviso; exaltados por la caída de aquel coloso, los Valdenses se lanzan con ímpetu contra aquellos nuevos Filisteos, que en seguida vuelven las espaldas y luego huyen precipitadamente por las pendientes del monte.

El segundo asalto, mejor preparado y más poderoso. tiene como objetivo Pra del Torno, en el corazón del Valle de Angroña. Rechazadas de las alturas de Rocciamaneot, las soldadescas ducales se disponen a escalar por el fondo del valle; y en efecto, sin encontrar resistencia. llegan hasta la Rocciaglia. Es éste un formidable baluarte de rocas que atraviesa la vía en el punto mismo en que el valle se cierra tanto que no permite pasar más que el torrente y el sendero, adosado a las paredes inferiores de inmensos peñascos. La vanguardia de los asaltantes se ha aventurado apenas en el estrechísimo paso, cuando una repentina neblina la envuelve; y es tan densa que casi no se alcanza a ver a dos metros de distancia. Es el momento esperado por los Valdenses, apostados tras de las rocas. Flechas y proyectiles de toda clase silban siniestramente entre la niebla. piedras enormes ruedan con fragor, triturando y barriendo todo cuanta encuentran a su paso. Los soldados desorientados, aterrados, bien quisieran retirarse, pero sus compañeros por detrás cierran el angosto sendero; la confusión aumenta, un temor pánico les invade y la retirada se cambia bien pronto en la más desastrosa de las derrotas. Locos de ira y de terror, despavoridos en medio de aquel laberinto, que los Valdenses conocen paso por paso, aún entre la niebla, muchos imprecando, blasfemando y golpeándose entre ellos, ruedan en el torrente, que sienten rugir siniestramente a sus pies. Tal fue el caso de cierto capitán Sacchetti, de Polonghera, quien, poco antes, se había jactado que haría pedazos a todos los habitantes del valle; herido de una pedrada que le fue arrojada - dice la leyenda - por un pobre rengo, rodó al Angroña y se ahogó en un remanso profundo que aún hoy día es conocido, en el dialecto del país, "tumpi Sachét".

Así, más desastroso aún que el primero, terminó este segundo asalto. Entre los capitanes de las derrotadas tropas ducales debe recordarse a Godofredo Varaglia, de Busca, quien no perdió la vida como los otros dos que hemos nombrado, sino parece más bien que se haya enriquecido con los despojos de los perseguidos. Lo recordamos por el hecho de haber dejado un hijo, del mismo nombre, pero muy distinto a su padre, puesto que llegó a ser un pastor y glorioso mártir valdense.

El tercer episodio, finalmente, de esta expedición nos transporta a Prali. Una compañía armada había tentado una sorpresa en el alto valle de San Martín: cayendo de improviso sobre el caserío de Pommiers. Ávidos de saqueo y pensando, con motivo de la fuga de los habitantes, creerse ya dueños del valle, se habían desbandado imprudentemente para servirse a gusto ; pero los pralinos, reuniéndose en un fuerte grupo, asaltaron a los invasores, exterminándolos a todos.

En vista de la tenaz y victoriosa resistencia encontrada por sus tropas, Carlos 1° pensó oportuno entablar negociaciones de paz. En su castillo de Pinerolo invitó y acogió cordialmente a una diputación de Valdenses para firmar una especie de compromiso, que, a la larga, terminó por descontentar a todos, pero que, por lo pronto, impidió que la paz fuese turbada por algunos años, en los valles sujetos a la Casa de Saboya.

Parece que, en esa circunstancia, el joven Duque haya dirigido a los delegados valdenses algunas preguntas asaz pueriles e ingenuas, tales como ésta : si era cierto que sus hijos nacían con cuatro hileras de dientes peludos y con un ojo en medio de la frente. En efecto se había corrido esta estúpida voz, pero es muy extraño que el duque le prestase fe; de cualquier modo, durante el coloquio pudo cerciorarse del fundamento que tendría. Y los Valdenses, por su parte, se dieron cuenta - y no debía ser la última vez - que sus soberanos estaban muy mal informados acerca de ellos.

4 - La cruzada de 1488.

La narración que vamos a hacer nos conduce a los valles sujetos al rey de Francia, vale decir a los del Delfinado.

Después de las cruentas persecuciones del inquisidor Borelli y las inútiles prédicas de Vicente Ferreri, los pobres Valdenses no habían tenido reposo ; el arzobispo de Embrún, Juan Baile, continuaba exprimiéndoles lágrimas, sangre... y dinero. Cierto es que el rey de Francia, Luis XI, protegía a sus súbditos disidentes, de quienes conocía la pureza de vida; pero el rey residía muy lejos y estaba muy ocupado en asuntos de otra naturaleza.

Muerto Luis XI, en 1483, no fue difícil inducir a su joven hijo, Carlos VIII, a autorizar una verdadera y formal cruzada; y aún más fácil le fue al arzobispo Baile decidir al papa Inocencio VIII a proclamarla. Este - que, para quien no lo sepa, era el repugnante y desvergonzado J. B. Cibo - lanzó, el 27 de abril de 1487, una bula por la que confería al arcediano de Cremona, Alberto Cattáneo, nuncio y comisario apostólico en los Estados del duque de Saboya y del Delfín del Vienesado, amplios poderes para proceder con las armas contra los Valdenses, "hijos de iniquidad" y todos los demás herejes.

Carlos 1º. de Saboya, que poco antes había firmado en Pinerolo el tratado que siguió a la expedición de 1484, rehusó asociarse a esta cruzada. Así que la actividad de Cattáneo quedó circunscripta al Delfinado, que comprendía entonces también el alto Clusón.

Y la inicua empresa debía empezar precisamente por Val Pragelato. El 6 de marzo de 1488, algunos miles de cruzados a las órdenes de Ugo de la Palú, a quien Cattáneo había confiado el mando militar, se encontraban en Cesana, prontos a trasponer la garganta de Sestriéres. A tal noticia, los habitantes de Mentoules, Fenestrelle y de otras aldeas de Val Pragelato se retiraron a las alturas y enviaron dos parlamentarios a Cattáneo, portadores de una carta de protesta, de la que entresacamos las líneas siguientes:

"Nosotros somos súbditos fieles y verdaderos cristianos. Nuestros maestros, preclaros por doctrina y santidad de vida, están prontos a probar que nuestro sentir en materia de fe cristiana es recto y que merecemos elogios más bien que persecuciones. No queremos seguir a aquellos que quebrantan la ley evangélica y se alejan de la tradición de los Apóstoles... Las riquezas, el lujo, la sed de dominio que tanto aman los que nos persiguen, son despreciadas por nosotros... Nosotros confiamos en Dios; nos esforzamos en agradarle a El, antes que a. los hombres ; y no tememos a los que pueden matar el cuerpo pero no el alma..." (Alb. Cattanei, Historias Regum, etc.)

El arcediano respondió que tenía encargo de reprimir y no de discutir. Los cruzados se pusieron en marcha. Fue, ante todo, asaltada por sorpresa "la balma" o caverna, de La Tronchea, donde se habían refugiado unos sesenta valdenses, entre hombres y mujeres, que se entregaron a discreción; al segundo día fue expugnada una gruta en el flanco de la montaña de Fressa, cuyos defensores se hicieron matar todos, antes que rendirse; en los días siguientes, después de encarnizadas combates, fueron capturados cerca de 220 Valdenses que se habían escondido en la "balma" de la Rodiera. Conducidos a Mentoulles, esos desgraciados prisioneros, escribe el inquisidor, "fueron restituidos a la unidad católica", pero dos de ellos sufrieron el suplicio.

No parecerá extraño que, pasado el peligro, aquellos a quienes la abjuración había sido impuesta por el terror, se hayan vuelto, arrepentidos y humillados, a su primera fe. Varios habitantes del Pragelato habían conseguido cruzar los montes, refugiándose en Val San Martín.

De ahí a pocos días, La Palú tomó el camino de Briancon, y, el 5 de abril, comenzó la caza al hambre en el valle de Freissiniére. Después de una encarnizada y breve lucha, un primer grupo fue capturado el día de Pascua y muy pronto todos los otros Valdenses del valle cayeron en manos de los cruzados ; arrastrados a Embrún, fueron obligados a abjurar ante la catedral y a llevar una cruz amarilla en el pecho y otra en las espaldas, en se)al de penitencia. Cuatro hombres y dos mujeres fueron llevados a la hoguera.

En el vecino Valle Argentiére, los Valdenses estaban en su mayor parte, escondidos en la espaciosa "balma" de Oréac, pero ellos también tuvieron que capitular. Los de Val Luisa terminaron por sufrir la misma suerte; algunos centenares resistieron más aún, en la "balma" Chapelue, pero, sólo para ser, más tarde, masacrados o despeñados en los precipicios por los furibundos cruzados, a causa de su obstinada defensa.

La odiosa tragedia terminó en julio de 1488. Alberto Cattáneo fue a alegrar al pontífice Inocencio VIII con la relación de sus hazañas, mientras que los capitanejos de la cruzada se repartían los bienes de las pobres víctimas. Los Valdenses no pudieron entrar más en posesión de sus bienes en Val Luisa y Argentiére; pero consiguieron repoblar poco a poco el Valle de Freissiniére.

VIII

LA VIDA RELIGIOSA EN LOS VALLES VALDENSES ANTES DE LA REFORMA

Mientras que en los desolados valles del Delfinado los señores, en competencia con los monseñores, se lanzaban sobre los bienes de los herejes e, igual que hienas y cuervos, se disputaban la presa, en los valles piamonteses la llama de la fe comenzaba a languidecer.

¿Cómo así? Esto sucedió en gran parte porque, por el compromiso, impuesto por el duque Carlos 1.° después de la guerra de 1484. parece ser que los Valdenses se hubiesen empeñado en no profesar abiertamente sus creencias; por otra parte no podían ya viajar para sus asuntos en los Estados ducales sin un pasaporte firmado por el párroco. Esta y otras vejaciones los impulsaban a la simulación, tanto que muchos iban de cuando en cuando a misa para obtener la bula pascual, no sin un resentimiento interno que los impelía a murmurar, al entrar en la iglesia: "i Cueva de ladrones, Dios te confunda!"

Después, a sus barbas, que venían a escondidas a visitarlos, se confesaban culpables de semejante proceder que los envilecía ante sus propias conciencias; y aquellos, ora los confortaban, ora los reprendían, ora los excomulgaban, según los casos. Pero no podía esperarse que las visitas de los barbas, muy poco frecuentes, pudiesen vencer la influencia de la iglesia dominante y mejorar gran cosa las condiciones espirituales de sus hermanos durante ese período asaz crítico.

Ya es tiempo que nos detengamos un instante para precisar quiénes eran esos barbas.

El nombre "barba" es antiquísimo; deriva del latín de la decadencia y corresponde exactamente al vocablo "barbanus" adoptado en el sentido de tío en la lengua de la Edad Media, sentido que ha conservado hasta hoy en el norte de Italia, y particularmente en Piamonte y en el Véneto, donde, lo mismo que en Grecia, designa sobre todo al tío materno. Susceptible, luego, de un significado moral, se convierte por extensión en un título de honor destinado a todo (hombre respetable y de autoridad. Ahora bien, el "barba" valdense, en virtud del carácter religioso que reviste, constituye algo más que una variedad en la clase : es el Barba por excelencia. Y los Valdenses fueron inducidos a dar tal apelativo a sus ministros, ya sea para expresar el afecto preferente que abrigaban por ellos, ya por ocultar, en aquellos tiempos de persecución, su condición de ministros ; pero, sobre todo, porque querían distinguirse de los católicos romanos y obedecer al Evangelio, no dándoles el nombre de Padres ("No llaméis a nadie en la tierra vuestro Padre". Evang. San Mateo XXIII, 9.). Por esto los llamaban "tíos".

En cuanto a la institución de este ministerio, parece provenir ,de los tiempos relativamente obscuros que siguieron al establecimiento de los Pobres de Lyon y de Lombardía en los Alpes Cocianos ; substituyó a la triple orden jerárquica (obispos, presbíteros, diáconos) de que hablamos en el capítulo V y que es muy probable no haya sido nunca practicada en los Valles.

La misión principal de los Barbas era la de los primitivos ministros : instruir en et Evangelio, exhortar y aconsejar espiritualmente a los fieles, entre los que gozaban de grandísima autoridad.

La Escuela de los Barbas recuerda esencialmente la de Milán, pero no debe confundirse con ella. Por el contrario, es muy probable que no se pueda hablar de una escuela local fija, sede central de la misión; la dispersión de los Barbas y su vida itinerante no consentía la centralización. Creemos pues que hayan habido diversas escuelas, dirigidas ocasionalmente o a turno por los Barbas más autorizados, en localidades distantes unas de otras, y que en Pra del Torno, en el corazón del valle de Angroña, haya existido una por algún tiempo. Aquellos que deseaban hacerse ministros, al cumplir los 25 ó 30 años, frecuentaban estas escuelas durante los meses de invierno, por tres o cuatro años, en los que estudiaban y aprendían de memoria gran parte de los escritos del Nuevo Testamento. Luego, tras un año pasado en el hospicio, eran consagrados para el ministerio y colocados bajo la dirección de un Barba más anciano; y así de dos en dos (el más anciano, "el regidor", tenía mucha autoridad sobre el joven, el "coadyutor") recorrían Italia, Francia y parte de Alemania, según las instrucciones que recibían de los capítulos o sínodos, confirmando a los hermanos en la fe, instruyéndolos en la Palabra de Dios, recibiendo la confesión de sus pecados, pero sin la fórmula de la absolución directa. No administraban el bautismo, teniendo por válido el de la Iglesia Romana ; no tenían templos, porque doquiera estaban prohibidos, y por tanto convocaban a los fieles en las casas particulares, en los bosques o en las cavernas. Por regla general, los Barbas no se casaban: "Inter nos nemo ducit uxorem", dice el barba Moret en su exposición a los reformadores Bucero y Ecolampadio, la que suministra diversos detalles sobre la vida de los barbas.

Hemos visto como a principios del siglo XV fue notorio a Vicente Ferreri que ciertos Barbas provenientes de Italia Meridional acostumbraban visitar periódicamente a los Valdenses de los Alpes Cocianos ; y también liemos visto que en los albores del siglo XVI, estas visitas trataban de reavivar la llama religiosa que la opresión de un clero romano, en su mayoría ignorante, ocioso y corrompido, amenazaba extinguir.

Y ahora, referente a la condición espiritual de los Valdenses en los Valles, mientras estaba por surgir en el horizonte el astro de la Reforma, es sobremanera interesante conocer el resultado de la encuesta hecha por el Arzobispo de Turín en 1517.

En aquel año el nuevo arzobispo, Claudio de Seyssel, había celebrado su primer misa pontifical, el 24 de junio.

Dos campesinos de Val Pragelato, presentes a la ceremonia, encandilados por su esplendor, pidieron hablarle; y. sin más, abjuraron. Este hecho insólito inspiró al arzobispo el deseo de trasladarse a aquel remoto valle, en los confines de su diócesis, para volver al redil a las ovejas descarriadas. Y fue, escribiendo luego una memoria de su visita, la que nos queda como un precioso testimonio (Seyssel, Adv. errores et sectam Waldensium tractatus. París, 1620.).

La visita tuvo lugar en otoño, en la fecha misma en que Martín Lutero estaba por exponer sus tesis en la puerta de la catedral de Witemberg. El alto prelado, se jacta de la acogida que le hicieron aquellas poblaciones y de la atención respetuosa con que escucharon sus prédicas. No obstante, no puede menos que admitir que no le fue posible removerlos en su fe, y que esta su fe los ayuda a llevar una vida innegablemente más pura que la de los otros cristianos ("Ferme puriorem, quam caeteros chístianos, vitam apere"). Critica a los predicadores católicos que lo precedieron en ese valle y que, según él, no comprendieron cuales argumentas deben emplearse para persuadir a los Valdenses : "Yo fui el primero en dejar de lado las vanas disputas para no apoyarme más que en la Biblia. Tienen en efecto más penetración que los católicos y no creen más que en el Evangelio; pero lo explican muy literalmente y no quieren saber nada de nuestra interpretación oficial". Trató de vender indulgencias a favor de la basílica de San Pedro, quizás sin meter tanto ruido corno Tetzel, mas los Valdenses le replicaron: "No sabemos qué hacer del perdón del papa. ¡ Cristo nos basta !"

En suma, no obstante la conciencia que tenía de su propia superioridad sobre sus predecesores, la visita de Seyssel no tuvo ningún éxito; su voz resonó en Val Pragelato como en un desierto. No fue su voz para aquellas humildes montañeses el aullido del lobo, pero tampoco la tornaron por la voz del buen pastar; tanto que ninguno siguió el ejemplo de aquellos dos que habían abjurado en Turín. Por lo que nuestro arzobispo trató de consolarse condensando en un tratado, en latín, la substancia de sus prédicas inútiles para el Val Pragelato; y, en vista de haber perdido su latín con los Valdenses... lo confió a la imprenta, en París, tres años más tarde.

 

IX

LOS VALDENSES FUERA DE LOS
ALPES COCIANOS, DESDE EL SIGLO
XIII HASTA LA REFORMA

 

El lector recordará ciertamente, como, desde fines del siglo XII, los Valdenses se dispersaron en gran parte de Europa, ya arrojados \por el vendaval de las persecuciones, ya movidos por un ardiente espíritu misionero. En el presente capítulo nos proponemos dirigir una rápida mirada a los distintos países, en que se establecieron durante el período que precedió a la gran Reforma del siglo XVI; naturalmente, el carácter popular de nuestra narración nos obliga a dejar a un lado aquellas noticias que no sean de primer importancia y que encontrarían su lugar en una exposición más científica y detallada.

Bohemia

Esta fue una de las regiones más propicias para la propaganda valdense. Visitada por Pedro Valdo mismo, quien según la tradición murió allí en 1217, ya, hacia mediados del siglo, contaba más de 4o localidades ocupadas por Valdenses y citadas por un inquisidor de Passau en su relación que ya conocemos; no tardaron en asolar las persecuciones, de las que la principal fue la del inquisidor Gallo, en 1335. Pero en Bohemia el movimiento valdense no debía tardar en ser absorbido por el despertar religioso que toma nombre de otro gran precursor de la Reforma: Juan Huss. Este no recibió ninguna influencia directa de Pedro Valdo, pero puede suponerse que indirectamente su protesta se eslabona a la suya, por cuanto Huss fue en Bohemia el secuaz del reformador inglés Juan Wicleff, quien a su vez habría estado en relación con los discípulos de Valdo, que habían pasado a Inglaterra[16]. Hacia 1430 los Valdenses se unieron a los Husitas y principalmente al partido de los Taboritas ; entre los hombres más eminentes que tuvieron en aquella época y que se esforzaron por la unión, es de recordarse Federico Reiser, muerto mártir, en 1458, en Estrasburgo, donde había ido a visitar a los hermanos valdenses. Los valdenses bohemios constituyeron en 1467 Los Hermanos Unidos (de los que derivó la Iglesia Morava), cuyo primer obispo fue consagrado por Esteban, venerado obispo taborita que debía subir a la hoguera en Viena, en aquel mismo año. Ellos mandaron en 1498 una diputación a sus hermanos Valdenses de Italia.

Austria y aun más Alemania fueron en estos tres siglos recorridas en todos sentidos por los propagandistas valdenses, tanto que ya en el siglo XIII "no había comarca en la que esta secta no tuviese adherentes" ("Fere nulla est terra in qua haec secta non ait". Bibl. Max. Patr. XXV, 264) Pero la Inquisición se puso a la obra: llenó las prisiones, confiscó los bienes, levantó centenares de hogueras, hasta sofocar a los disidentes. ¿Mas quién se atreverá a. decir que estos hayan desaparecido sin haber antes ejercido en Alemania una providencial influencia de preparación para la Reforma Luterana? De cualquier modo, esparcieron antes que Lutero el conocimiento y el amor a la Biblia.

De España diremos sólo que desde fines del siglo XII, algunos valdenses se establecieron en las provincias septentrionales; pero concilios y reyes trabajaron tanto para destruirlos que lo alcanzaron por completo en menos de un siglo.

No puede decirse lo mismo por lo que respecta a Provenza. Aunque se calculen en cerca de cien mil el número de los Albigenses y Valdenses muertos durante la gran cruzada que, lanzada por Inocencio III en 1208, duró no menos de veinte años, y aunque muchísimos hayan buscado su salvación en el destierro, sin embargo, en aquel desolado país quedó siempre algún núcleo de Valdenses, que resistieron heroicamente a todos los tormentos que la Inquisición sabía inventar. Eran pocos, relativamente, pero en el curso del siglo XIV y a principios del XV, sus comunidades se engrosaron notablemente por la llegada sucesiva de varios grupos de colonos provenientes de los valles piamonteses. Contra ellos se arrojará, más pavoroso que nunca, el furor de la persecución en el siglo XVI, como será narrado más adelante.

***

En cuanto a Italia, ya hemos dicho la importancia que tuvieron las comunidades valdenses de Lombardía y la Escuela de Milán y porque no tenemos ya noticias precisas después de 1368. Será interesante ahora saber como surgieron las florecientes colonias valdenses en la Italia Meridional y cual era la situación en la llanura piamontesa. La Italia Meridional se solía llamar en la Edad Media con el nombre genérico de Apulias, incluyéndose la Calabria propiamente dicha. Aquí, como en casi todas partes, el camino les fue abierto a los Valdenses por precursores, entre ellos los Cátaros o Albigenses escapados de Provenza. Sabemos, por ejemplo, que hacia la mitad del siglo XIII, un obispo albigense de Tolosa se había retirado a un castillo de las Apulias, junto con otros perfectos también sabemos que Pobres de Lombardía se habían esparcido por el mediodía y que un noble milanés se había establecido cerca de Fuscaldo en Calabria ¿Sería quizás absurdo suponer que a estos inmigrados una puerta les hubiese sido entreabierta, sino del todo abierta, por la protesta del abad Joaquín[17].

Referente a la llegada de los primeros colonos o Cabria, un historiador valdense del siglo XVII, Pedro Gilles[18], nos suministra los siguientes datos. Un noble calabrés en 1315 se encontró casualmente en Turín con algunos jóvenes valdenses[19] ; y habiéndoles oído hablar de la necesidad de emigrar de sus Valles porque la población era ya demasiado densa, les propuso conseguirles tierras en Calabria. Conocido este ofrecimiento en los Valles, fueron enviadas algunas personas para examinar el país. Las noticias que éstos trajeron fueron muy favorables. Tratábase de opimos y fértiles terrenos en llanura y colinas.

Concluido el contrato muy ventajoso, pues mediante un arrendamiento anual podían cultivar las tierras a su gusto, con plena libertad de administrarse por sí mismos, varias familias fueren a establecerse cerca de Montalto, en provincia de Cosenza, edificando una aldea que tomó el nombre de Borgo de los Ultramontanos.

Los colonos crecieron y se multiplicaron, aun por el arribo de otro grupo de emigrados de les Valles, al punto que cincuenta años más tarde, o sea en 1365, se levantaron en los alrededores otras aldeas, entre las que San Sixto, fue la principal, Vaccarizzo, Argentina. Por fin, el marqués Spinelli los acogió en sus dominios, donde levantaron la ciudadela de Guardia, que aun hoy existe y lleva el nombre de Guardia Piamontesa.

Hacia el año 1400, siempre según Gines, Valdenses provenientes de Provenza se establecieron en aquella parte de las Apulias que corresponde a la actual provincia de Foggia, dando origen a los burgos de Monteleone, Montauto, Faeto, La Celia, La Roccay y; hacia 1500, cierto número de 1fugitivos de los valles del Delfinado, devastados por Cattáneo, vinieron a poblar Vulturara, en Capitanata.

¿Ahora bien, ¿ cómo es posible que durante cerca de dos siglos y medio los Valdenses de Calabria no tuviesen que sufrir persecuciones? ¿ Debemos creer que la Casa de Anjou, de la que eran súbditos, les habría concedido esa benévola protección que sus hermanos, ,quedados allá en los Alpes, invocaban en vano de los reyes de Francia y de Saboya? No; para explicarnos este hecho, basta tener presente que su suerte dependía no tanto de los príncipes reinantes como de los señores locales, con los que habían estipulado pactos,. y que estos señores, por interés-como en un tiempo los señores de Luserna-estaban dispuestos a cerrar los ojos acerca de las creencias religiosas de sus colonos. Naturalmente estas se daban cuenta que no era el caso de romper abiertamente con la Iglesia Romana; por eso había que redoblar la prudencia para no provocar represiones. Y por esto cultivaban a escondidas su fe y acogían en secreto, pero con indecible alegría, a sus "barbas", que les traían noticias del país natal y mensajes de los hermanos, no deteniéndose más que el tiempo estrictamente necesario para reavivar el fuego sagrado mediante la predicación del Evangelio.

En toda la Italia Meridional las comunidades valdenses eran pues tan numerosas y prósperas, que muchos de los Barbas principales provenían de las Apulias y de los Abruzos.

Piamonte.

En la llanura piamontesa, al pie de los Alpes Cocianos y Marítimos, se formaron aquí y allá numerosos y florecientes núcleos de Valdenses, a los que la persecución debía tarde o temprano terminar por disolver.

Nos limitaremos a recordar, y muy someramente, los acontecimientos en el Valle del Po.

En la boca de este valle, en los alrededores de Paesana, se había establecido un discreto número de Valdenses, probablemente atraídos por los señores locales; y durante la Edad Media parece que no fueron molestados. Pero las cosas cambiaron enteramente en 1509, cuando la viuda del marqués Luis II°. de Saluzzo, Margarita de Foix, comenzó a perseguirles. Era ésta una mujer intrigante, despótica y santurrona, "toda del papa", como reza una crónica del lugar ; la que agrega, que todos los años la marquesa mandaba al papa Julio II una buena cantidad de botellas de cierto vino que, parece, no le desagradaba. Para sus súbditos valdenses, amontonaba leña, para quemarlos.

Encargó al domínico Ángel Ricciardino citarlos a juicio, pero ninguno compareció ; entonces largó sus esbirros y mandó un pelotón de doscientos soldados con órdenes de arrestar y conducir a las cárceles de Saluzzo a todos los herejes.

Advertidos a tiempo, los habitantes de Pravillelm de Bietoné y de Oncino huyeron a Barge que estaba en los dominios del duque de Saboya. Algunos, sin embargo, fueron capturados y condenados a la hoguera. Pero el día fijado para el suplicio, el 25 de Marzo de 1510, nevaba tanto, que la ejecución fue postergada para el día siguiente; pero tampoco pudo ejecutarse, porque durante la noche los condenados lograron evadirse y ponerse en salvo en Barge.

Fuera de sí por la ira, el inquisidor hizo entonces subir a la hoguera, ya lista, a tres Valdenses confesos, a los que había prometido la vida. A otros hizo castigar y arrojar fuera de los confines; las propiedades de todos fueron confiscadas, en gran parte en beneficio de la señora marquesa; el hermoso edificio en que se efectuaban las reuniones fue demolido, y, por último, la aldea de Pravillelm fue bautizada con el nombre San Lorenzo.

Los fugitivos entre tanto, habían pasada a Val Luserna, en Rorá y hasta en Angroña y Bobbio. En vano suplicaron a la fanática y cruel Margarita de Foix que les permitiera volver a su país. Finalmente en 1512, organizados bajo el mando de un valiente, cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros, pero que la leyenda describe armado de una espada de dos filos, se reimpatriaron por sí mismos, y tanto hicieron, que por fin consiguieron nuevamente sus bienes. Pero tuvieron que pagar a la implacable marquesa sumas exageradas, muy superiores al valor de las tierras que ella les había sustraído ¡Fanatismo, crueldad y amor al dinero, siempre han sido buenos aliados!

LA LITERATURA VALDENSE ANTERIOR A LA REFORMA

1 - Consideraciones preliminares.

Los manuscritos que contienen la literatura valdense, anterior a la Reforma del siglo XVI, se hallan principalmente en tres colecciones conservadas en las bibliotecas de Ginebra, Dublín y Cambridge[20]. Muchos otros están esparcidos en las de París, Grenoble, Carpentras, Dijón, Estrasburgo y Zurich. Forman, en conjunto, unos treinta manuscritos, provenientes en su mayor parte de los Valles Valdenses.

La existencia de estos manuscritos permaneció por mucho tiempo olvidada y luego ignorada, debido a que los archivistas de las bibliotecas los consideraban, a lo más, como documentos españoles! Así que fueron descubiertos, se convirtieron en objeto de estudios, cada vez más interesantes, de parte de insignes críticos y de estudiosos competentes de las lenguas neolatinas.

En cuanto a la fecha, los manuscritos existentes son de los siglos XV y XVI, pero algunas de las obras que en ellos se reproducen remontan indudablemente al siglo XIII.

2 - Los escritos en prosa.

Tenemos ante todo la vulgarización de las Sagradas Escrituras. Traducir y difundir las Escrituras, y especialmente el Nuevo Testamento, en lengua vulgar, fue una santa pasión de los Valdenses, que comienza por Valdo mismo. Nada se sabe de la versión que éste había confiado a dos sacerdotes, en Lyon, y que fue presentada al Concilio de Letrán; igualmente se perdió la que circulaba en Metz a fines del siglo XII, probablemente destruidas por el obispo según órdenes de Inocencio III.

De las versiones existentes recordarnos :

1.) La del Nuevo Testamento conservada en Lyon, donde fue traída desde Nimes. Remonta al siglo XIII; se duda que sea de proveniencia albigense, pero es difícil negar que los primeros valdenses se hayan servido mucho de ella.

2.) La versión del Nuevo Testamento contenida en un manuscrito de París, algo defectuosa y mutilada, se remonta a la primer mitad del siglo XIV. Tiene esto de característico : que están señalados en el margen los pasajes que los Barbas acostumbraban citar con más frecuencia.

3.) La versión de los Evangelios, según otro manuscrito de París, es también del siglo XIV. Confrontado con un fragmento que se encontró en Pugetville, (Tolón), induce a pensar ,que proviene de una versión hecha en el siglo XIII en el departamento del Var.

4.) La versión del Nuevo Testamento y de algunos libros del Antiguo, según el manuscrito de Carpentras, en Provenza, es del siglo XIV, y está reproducida con algunas alteraciones en la de Dublín.

5.) La versión del nuevo Testamento y de algunos de los libros del Antiguo, según el manuscrito de Grenoble ; se le asigna al sigo XIV, y de ella hay una copia defectuosa conservada en Cambridge. Muy interesante es el hecho de que, del capítulo XVI de los Hechos de Apóstoles hasta el fin, el traductor cambia de estilo y se asimila la versión italiana atribuida al domínico toscano Domingo Cavalca, de Vicopisano.

6.) La versión del Nuevo Testamento, según un manuscrito de Zurich, si bien pertenece a la Edad Media, fue revisada en el siglo XVI, de acuerdo al texto griego publicado por Erasmo[21].

Las versiones en provenzal fueron sin duda conocidas y utilizadas por el que hizo la primer versión en italiano, que algunos atribuyen a tres dominicos (Jacobo da Vorágine, Jacobo Passavanti y Domingo Cavalca)[22] (2).

Y ¿quién pretenderá excluir que los Valdenses no hayan tenido parte en la vulgarización tudesca de las Sagradas Escrituras, en vista del desarrollo que sus misiones tuvieron al otro lado del Rin y en Bohemia? Es notorio en efecto que, cuando Martín. Lutero emprendió la traducción de la Biblia a su idioma, se valió de las traducciones

 

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anteriores ; no menos de diez y ocho ediciones de versiones bíblicas habían sido puestas en circulación en Alemania, y no puede admitirse que los Valdenses no hayan también contribuido a ello, colocándose así, aún bajo este aspecto, como precursores de la Reforma.

Las otros escritas en prosa son, en parangón con los demás, insignificantes y en gran parte espurios. Son tratados de edificación y sermones, monótonos y pesados, especialmente aquellos que son simples traducciones, sin originalidad ni vida, y de inspiración más bien católico romana que valdense.

3-Los escritos poéticos.

Se cuentan siete de ellos.

1) "El Desprecio del mundo" (Lo Despreczi del Mont" en 115 versos decasílabos ; trata de la vanidad de la vida y de los bienes perecederos.

2) "El Padre Eterno" (Lo Payre Eternal, en 156 versos, divididos en 52 estrofas) ; es la menos interesante y original de estas poesías.

3) "El Evangelio de las cuatro simientes" (LEvangeli de li quatre semenez, 300 versos en 75 estrofas en cuartetos) es una paráfrasis sobria e ingenua, no polémica, de la parábola del sembrador.

4) "El Nuevo Consuelo" (Novel Confort, 30o versos en 75 estrofas en cuartetos) exhorta a poner toda confianza en la ley de Cristo.

5) "El Nuevo Sermón" (Novel Sermon, 408 versos en 21 estrofas desiguales) describe las vías falaces del mundo y la necesidad de servir al Señor.

6) "La Barca" (La Barca. 360 versos en 65 estrofas de seis alejandrinos) parangona la vida a una harca en viaje hacia el puerto celestial. La terminación del poema y ciertas expresiones triviales han inducido a algunos historiadores a suponer que sea más bien monástico que valdense.

7) `"La Noble Lección" (La Nobla Lerczon, 479 versos alejandrinos).

Este último poemita, que ese asigna al final del siglo XIII, es incuestionablemente valdense y netamente superior a los demás por su valor poético y, más aun, por el religioso.

No obstante sus imperfecciones, debe considerarse como una joya de la antigua literatura valdense. El autor, con estilo vigoroso y pintoresco, dentro de su sencillez, con acentos vibrantes de sinceridad y de fe pura, expone a sus hermanos "una noble lección", esto es, una edificante enseñanza sacada de la Biblia. Advierte que el mundo está próximo a su fin, porque se ha rebelado sucesivamente a las tres leyes dadas por Dios: la ley natural, la ley de Moisés, la ley de Cristo. Esta última es ley perfecta y los justos que en todo tiempo la han querido seguir fueron siempre perseguidos. Aunque los malvados sean alabados y absueltos por los confesores mercenarios, ¿qué importa? Perecerán igualmente, pues solo Dios perdona. Los justos en cambio tienen una confesión sincera y rigurosa; quien quiera seguir a Jesucristo debe practicar estas tres virtudes: la pobreza espiritual, la castidad y la humildad. Tal es la ley permanente en la que se trata de caminar con vigilancia, evitando las seducciones del Anticristo; tanto más, que el fin está próximo y el juicio es inminente.

Esto es, en substancia, el contenido del corto poema. El punto luminoso, que hay que subrayar en él, es la autoridad soberana atribuida a las Sagradas Escrituras.

Y en verdad es éste el principio característico de los antiguos escritores valdenses ; cuando este principio falta, puede decirse que ellos pierden la sal que constituye su verdadero valor.

SEGUNDA PARTE

DE LA REFORMA Al GLORIOSO RETORNO

I

LOS VALDENSES Y LA REFORMA

De todo lo que ha sido expuesto hasta aquí resulta evidente que los Valdenses han sido, por muchos motivos,. los precursores de la gran Reforma del siglo XVI. Aunque hubiesen conservado algunos elementos del catolicismo romano, no obstante, su principio esencial y característico que consistía en no admitir ninguna, autoridad
superior a la del Evangelio-los había inducido a rechazar los errores y los abusos de la Iglesia Romana, a medida que los iban descubriendo, aun a costa de perder la paz, los bienes y la vida misma. Ellos creían, después de todo, mantener y defender el verdadero catolicismo, heredero de las santas tradiciones de la Iglesia cristiana primitiva, comprometido y amenazado por las continuas y crecientes desviaciones, de las que era responsable el papado.

Con este principio de la autoridad soberana  de las Sagradas Escrituras en materia de fe, los Valdenses naturalmente preparados para adherirse al movimiento reformador que se propagaba por toda Europa, dispuestos aún a sacrificar algo de sus características especiales y de sus tradiciones.    

1 - Una visita de los Barbas a los Reformadores.

El eco de la poderosa voz que Martín Lutero en Alemania y Ulrico Zuinglio en Suiza levantaron para protestar contra el tráfico de las indulgencias e iniciar reformas saludables, no tardó en llegar al Piamonte; y ya puede imaginarse con que íntimo regocijo acogieron los Valdenses las noticias de los rápidos progresos de aquellas ideas, que ellos habían sido, hasta entonces, los únicos en sostener heroicamente. Decidieron, pues, entrar en relación con los Reformadores.

Primeramente, en 1526, el barba Martín Gonin había sido enviado junto con un joven colega, Cuido de Calabria, para tomar informes en Suiza y en Alemania; y, después de un viaje, del que no tenemos mayores noticias, volvió trayendo abundantes noticias y numerosos escritos, los que circularon bien pronto entre las comunidades valdenses.

Cuatro años más tarde, los Valdenses de Provenza sintieron la necesidad de entrar en relaciones personales con los reformadores más próximos, consultándolos formalmente sobre algunos puntos especiales de doctrina, de culto y de organización eclesiástica. De tan importante misión encargaron a los barbas Jorge Morel, de Freissiniére y Pedro Masson, de Borgoña, a quienes confiaron para el caso una confesión de fe en forma de cuestionario[23]. Los dos mensajeros se abocaron primeramente en Neufchatel con el ardiente reformador francés Guillermo Farel, que había tenido que refugiarse en Suiza y a quien encontraremos dentro. de poco en nuestros Valles ; de ahí, después de saludar a Haller en Berna, pasaron a Basilea, donde querían conferenciar detenidamente con Ecolampadio, y luego a Estrasburgo para consultar a Martín Bucero. Por estos dos reformadores fueron acogidos fraternalmente y recibieron todas las explicaciones que deseaban. Además, una respuesta escrita a la confesión cuestionario de que eran portadores. Se trataba de aclaraciones referentes a la Trinidad, a la predestinación, a los Sacramentos, al matrimonio y otros puntos sobre los cuales no encontraron diferencias substanciales entre su modo de ver y el de sus hermanos valdenses: "Demos gracias a Dios porque, no obstante las densas tinieblas que os circundan, habéis guardado el conocimiento y el amor a la verdad. Nosotros reconocemos ciertamente que Cristo está en vosotros, y por eso os amamos como a hermanos". Tanto Ecolampadio como Bucero insistieron particularmente en la necesidad imperiosa y en el deber absoluto de separarse resueltamente de la Iglesia romana : "No es posible servir con el disimulo al Dios de la verdad... Vuestros padres pusieron mano al arado ; no os es lícito mirar hacia atrás !"

Los dos barbas emprendieron el camino de regreso a fines de ese mismo año 1530. Pero desgraciadamente uno de ellos, Masson, no debía volver a ver más a sus hermanos: descubierto y arrestado en Dijón, fue ejecutado por luterano. Pero Morel logró escapar y llegar a Provenza con todos los documentos. Ante una asamblea convocada en Mérindol, dio cuenta de su misión, leyó las respuestas de los teólogos reformados de Basilea y de Estrasburgo, opinando que éstos tenían plena razón sobre todos los puntos consultados.

La gran mayoría aprobó las conclusiones de Morel, pero algunos hicieron reservas y hasta se dispusieron a oponerse. Poco a poco los ánimos se impresionaron y agitaron a tal punto, que el eco de esta conmoción llegó al Delfinado, Piamonte y hasta Calabria. Entonces se decidió convocar un Sínodo general para tratar el asunto a fondo, e invitar algunos teólogos reformados de Suiza tomar parte en él.

2 - El Sínodo de Chanforán.

Este Sínodo que debía decidir el trascendental asunto de la adhesión de los Valdenses a la Reforma, fue convocado para el 12 de Septiembre de 1532, en Chanforán, pequeña localidad del Valle de Angroña.

El duque de Saboya el débil e indeciso Carlos III, denominado "el Bueno" quizás por su misma debilidad de carácter[24], quien trataba de navegar lo mejor posible entre su prepotente cuñado, el emperador Carlos V, y su no menos arrogante sobrino, el rey de Francia, Francisco I ; como es sabido, el primero se esforzaba en matar la Reforma y el segundo, por fines particulares favorecía más o menos directamente a los protestantes. Pariente de ambos formidables antagonistas, el "buen" Carlos no sabía que política seguir. De todos modos, no debe atribuirse a su bondad de ánimo el hecho de que el Sínodo de Chanforán pudiese celebrarse sin molestia

Además de los Barbas en su totalidad, concurrieron en tan gran número los fieles, aun de muy lejos, que la imponente asamblea tuvo que reunirse al aire libre, a la sombra de los magníficos castaños. Tres delegados habían venido de Suiza: Guillermo Farel, oriundo de una familia noble y muy católica, de Gap, en el Delfinado, donde había abrazado el Evangelio e iniciado una obra de Reforma, por lo que tuvo que huir a Suiza; Antonio Saunier, oriundo también del Delfinado y entonces pastor de Payerne; Pedro Robert, llamado Olivetán, de Noyon, primo del reformador Juan Calvino.

Las sesiones se prolongaron por seis días consecutivos y fueron en gran parte ocupadas por el examen de las principales proposiciones hechas por Ecolampadio y Bucero, las que pueden resumirse así:

1.a) Institución de un culto público, en vez de las reuniones secretas realizadas hasta entonces.

2.a Condena explícita y absoluta de la simulación, por la cual algunos creían poder asistir al culto romano, aunque reprobándolo.

3.a) Adhesión a las ideas de los reformados sobre los siguientes artículos: la predestinación, las buenas obras, el juramento, la confesión hecha ,a Dios únicamente, el reposo dominical, el ayuno no obligatorio, el matrimonio lícito para todos, los dos sacramentos.

La discusión, viva y sostenida, fue dirigida y dominada par Farel, hombre en la plenitud de sus facultades, moreno, enérgico, de mirada de fuego y voz tonante, de palabra clara e imaginativa, vehemente como los torrentes de sus Alpes. Contribuyó de manera decisiva a hacer aceptar, por la gran mayoría, las proposiciones de los reformadores, las que fueron formuladas en otros tantos artículos de una declaración de fe. Hubo sí, una minoría de Barbas que estimaron innecesarias tales innovaciones; pero, después de la votación, estos conservadores terminaron por plegarse ante el parecer de la mayoría, desistiendo de toda oposición; a excepción de dos, como se dirá en el próximo párrafo.

El Sínodo de Chanforán tomó, además, la importante decisión de imprimir una nueva versión francesa de la Biblia. Las traducciones en lengua vulgar, que hasta entonces estaban en uso entre las Valdenses, eran insuficientes, ya sea porque siendo manuscritas servían para pocos, ya porque habían tenido por base la Vulgata latina. Farel y Saunier persuadieron, sin muchas dificultades, a los Barbas de que en lo sucesivo les era indispensable tener una Biblia revisada, según los textos hebreo y griego. Y en el acto contrajeron un compromiso: aquello; propusieron hacer una revisión de la reciente traducción francesa de Lefebre dEtaples, y los Valdenses por su parte ofrecieron los recursos para la impresión, juntando inmediatamente mil quinientos escudos de oro.

Así, en el histórico Sínodo de 1532, fue votada la adhesión de los Valdenses a la Reforma.

Dice magistralmente Teófilo Gay, en su "Histoire des Vaudois", que se equivocan por igual los que afirman que los Valdenses, en el pasado poco distantes de la Iglesia Romana, hayan sido radicalmente reformados por el Sínodo de Chanforán, y aquellos que descubren en los Valdenses antes de la Reforma todos los caracteres de una Iglesia Reformada. Estas dos opiniones son igualmente exageradas. No eran casi católicos, ni tampoco protestantes del tipo calvinista o luterano o anglicano; ellos representaban un cuarto tipo, el tipo valdense. "El tipo calvinista tiene por principio no retener de la Iglesia Católica sino lo que la Biblia manda expresamente. El tipo valdense, con la misma doctrina fundamental, tenía por principio no rechazar de la Iglesia Católica sino lo que la Biblia expresamente condena. El tipo valdense tiene pues mayor afinidad con el tipo anglicano ; era el tipo más conservador, mientras el tipo adoptado por la Reforma en Suiza era el más radical...

¿Por lo demás puede decirse con seguridad que los Valdenses hayan adoptado la Reforma calvinista? No, ciertamente; y por la simple razón que, en 1532, el calvinismo propiamente dicho no existía aún ; y también porque, aún adhiriéndose a la Reforma suiza en sus líneas más salientes, los Valdenses han conservado su independencia y sus características peculiares en más de un punto.

¿Débese lamentar acaso que los Valdenses hayan perdido ,un poco de su primitiva fisonomía al aliarse a los Reformados? ¿Quién se atrevería a afirmarlo, recordarlo la condición en que se hallaban, obligados por imperiosa necesidad a tender la mano hacia los más próximos hermanos en la fe? Esta alianza con los Reformados fue para los Valdenses una fuente de grandes bendiciones" (pág. 50).

3-Una breve oposición. Los Hermanos de Bohemia.

El partido conservador, que se obstinaba en su oposición a las decisiones del Sínodo de Chanforán, no era muy numeroso; lo representaban dos Barbas del Delfinado: Daniel de Valencia y Juan de Molines. Estos intransigentes partieron, llevando consigo diversos manuscritos preciosos que desgraciadamente se perdieron y se dirigieron a Bohemia para solicitar el apoyo de aquellos Hermanas con el fin de conseguir la revocación de las innovaciones que tanto los habían afectado.

Entre los Hermanos de Bohemia se propiciaba la unión con la Reforma alemana, pero también aquí, existía un grupo de conservadores extremistas. A éstos se dirigieron los dos Barbas presentándose falsamente como diputados enviados por los Valdenses de los Alpes, y refirieron a su modo los sucesos acontecidos en el Sínodo de Angroña. Fueron muy bien acogidos ; varios pastores de Bohemia y de Moravia, no sabiendo con exactitud como se habían desarrollado los acontecimientos, creyeron las versiones que les refirieron estos dos y escribieron por consiguiente a los hermanos Valdenses de los Alpes una carta, reprochándoles su infidelidad y conjurándolas a remediar el error que habían cometido adhiriéndose con ligereza a las novedades propuestas "por gente cuya buena fe no está aún demostrada"; una carta, en fin, que no obstante los sentimientos fraternales que la habían dictado, dejaba traslucir más de un malentendido y un celo no exento de prejuicios.

Con esta carta, Daniel de Valencia y Juan de Molina, volvieron a los Valles del Piamonte se presentaron al Sínodo de Prali, en Agosto de 1533. El Sínodo leyó la carta de los Hermanos de Bohemia y, reconsiderada atentamente toda la cuestión, confirmo las decisiones del Sínodo de Chanforán y respondió a los pastores de Bohemia restableciendo la verdad de los hechos. Entonces los Barbas intransigentes se separaron y la discordia terminó allí.

4 - La Biblia de Olivetán.

Después del Sínodo de Chanforán, Farol, Saunier y Olivetán habían vuelto a Suiza; pero estas dos últimos se quedaron allí poco tiempo, pues a fines de ese mismo año, los vemos de nuevo ¡en los Valles del Piamonte ocupados en predicar y enseñar al pueblo y a filos pastores.

¿Cómo marchaba, entre tanto, la traducción de la Biblia resuelta en Chanforán? Farel, que con Viret había recibido el encargo de revisar la de Lefévre dEtaples, no encontraba tiempo para ese trabajo, que requería mucha tranquilidad y disposiciones especiales ; y Farel era, más que erudito, predicador popular y hombre de acción. El hecho es que el impresor de Neuchate! estaba listo pero esperaba en vano el manuscrito, y los Valdenses que habían suministrado el importe para los gastos de imprenta, empezaban a quejarse por ese retardo.

Entonces el encargo pasó al primo de Juan Calvino, Pedro Rabert, llamado Olivetán, hombre de sólida cultura y gran modestia[25], quien, abandonando la idea de una simple revisión. pensó hacer una verdadera y propia traducción del texto original.

Para esta obra importantísima se consagró desde 1533 a 1535, en la quietud de una remota aldea de los Valles, donde enseñaba. La dedicación en efecto está fechada en los Alpes, 12 de febrero, 1535. En el conmovedor prefacio, dirigiéndose a la Iglesia Evangélica en general, Olivetán se expresa así: "El pueblo que te dona este presente ha sido puesto al margen por más de trescientos años e incomunicado de ti. Ha sido reputado el peor malvado que jamás haya existido. Las gentes se sirven aún de su nombre como vituperio. No obstante, ese es el pueblo verdadero, paciente, que con fe y caridad vence en silencio todo ataque. ¿No le reconoces? Es tu hermano que, como José, no puede más resistir a la tentación de darse a conocer".

Así los Valdenses fueron, no deudores, sino más bien dadores de la primer Biblia a los Reformados de lengua francesa.

El 4 de Junio del mismo año la impresión estaba terminada, y, Olivetán, que había ido a Neufelhatel para corregir las pruebas, tuvo el gran placer de poder ofrecer, al segundo sínodo de Chanforán (Septiembre 1535), las primeras copias del precioso volumen. No menos grande fue la satisfacción de los Valdenses. En cuanto al mundo protestante en general, acogió esta traducción con tanto favor, que antes de terminar el siglo, se imprimieron no menos de cincuenta ediciones. Calvino la elogió mucho y la hubiese elogiado más aún, si el traductor no hubiese sido pariente suyo[26].

En la primavera del año siguiente, Olivetán fue llamado a ocupar una cátedra en el Colegio de Ginebra; pero volvió bien pronto a Italia, visitando a la duquesa Renata en Ferrara y llegándose hasta Roma. La muerte

 

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lo alcanzó en 1538, sin que podamos precisar con certidumbre donde si en Ferrara o en Roma.

5 - El culto público. Gran impulso misionero.

Hemos visto que, entre las deliberaciones tomadas por el primer Sínodo de Chanforán, figuraba la de sustituir un culto público regular, a las reuniones secretas realizadas ocasionalmente por los Barbas. Pero, para que este proyecto pudiese efectuarse, era necesario un cierto número de años de preparación; el pueblo, ante todo, debía comprender bien la necesidad de las reuniones públicas, y a esto lo preparaba la progresiva difusión de la Biblia recientemente traducida y publicada; los ministros, después, debían ser diligentemente preparados en vista de la predicación y de la obra pastoral de carácter estable, que venía a agregarse y a substituirse gradualmente a la misión itinerante de los Barbas.

Con el objeto de proveer a tales necesidades, el barba Martín Gonin se puso una vez más en viaje y se trasladó a Ginebra para conferenciar con Farel y demás ministros de la ciudad. Y Ginebra vino a ser el semillero de la misión reformada en Italia; en su Colegio acogía y preparaba a los !estudiantes, y mandaba continuamente pastores, maestros y colportores, tanto a los Valles Valdenses como al resto de la península, doquiera se manifestaba más urgente da necesidad. La dirección .de esta misión fue asumida por Calvino en persona ; no mencionamos aquí los obstáculos que se hubieron de vencer para las comunicaciones, si bien la persecución en Piamonte tuvo un período de calma de veinte y tres años, durante la ocupación francesa. Finalmente, en 1555, el culto público pudo ser inaugurado en el valle de Angroña, y he aquí cómo. El 15 de Agosto de aquel año los que habían concurrido a oír la predicación del Evangelio eran tan numerosos que el que presidía, el provenzal Juan de Broc, no titubeó en conducir a la asamblea fuera del patio en que estaba reunida, y a celebrar el culto al aire libre, en un prado vecino. Entonces, la población de Angraña, sin más, emprendió la construcción de dos templos; uno en Serre y el otro en San Lorenzo ; un tercero fue levantado en el Chabás, para los hermanos de San Juan; y un cuarto en los Copiers, para los de Torre Pellice. El ejemplo fue seguido por las otras localidades más importantes del Valle de Luserna, de Perosa y de San Martín, de modo que, en 1557, había no menos de doce pastores radicados en los Valles Valdenses, cuyos nombres nos han sido conservados[27].

Este período de gradual aplicación de los principios votados por el sínodo de Chanforán, se cierra con la adopción de una disciplina eclesiástica conforme, en sus grandes lineamientos, a la de las Iglesias Reformadas de Suiza (1558).

La adhesión a la Reforma era un hecho consumado.

Este período fue también de intensa actividad misionera.. En los Valles y en algunas localidades del marquesado de Saluzzo se contaban más de treinta pastores y cerca de cuarenta mil fieles; y, si se agregan los del Delfinado, de Provenza, de las Apulias y Calabria, su número sube a más de cincuenta mil, a pesar de las grandes pérdidas sufridas en Francia con motivo de las recientes persecuciones.

No nos es posible hablar de las comunidades reformadas que se multiplicaban en la llanura piamontesa

Turín tuvo dos, una de habla italiana y la otra de habla francesa, y un ministro que evangelizaba de casa en casa. Las había en Chieri, viejo nido de disidentes, donde los reformados eran tan numerosos que se la consideraba como una pequeña Ginebra; en Busca, en Racconigi, en Cúneo, en Dronero, los prosélitos realizaban cultos con regularidad. Y así, más allá, hasta el extremo de la península, la buena simiente se iba esparciendo por numerosos y grandes reformados italianos que, prófugos en Ginebra, lo más de las veces, volvían a su patria para evangelizarla. No pocos de estos fervientes y nobles cristianos sabían que iban al encuentro del martirio, pero nada podía detenerlos. "Es increíble el ímpetu y el celo con que nuestros jóvenes se consagran al progreso del Evangelio - escribía Calvino. Piden alistarse al servicio de la iglesia bajo la cruz con la misma avidez que arrastra a otros a solicitar beneficios del papa..." [28].

 

XII

LAS PERSECUCIONES EN LA PRIMER MITAD DEL SIGLO XVI

La adhesión de los Valdenses a la Reforma, lejos de asegurarles una pera de paz, fue para ellos el principio de grandes persecuciones que, con breves períodos de pausa, los martirizaron poco menos de dos siglos.

De 1528 a 1561 estallaron tres espantosas persecuciones: la primera en Provenza bajo el reinado de Francisco 1.º, la segunda en los Valles del Piamonte, en tiempos del duque Manuel Filiberto, la tercera en Calabria por obra de la alianza del solio de Roma con el trono de España.

En el presente capítulo narraremos los estragos de Provenza y mencionaremos los principales mártires cuyas hogueras arrojaron siniestras llamaradas en nuestros Alpes, durante los veinte y tres años de la ocupación francesa.

1- Las matanzas en Provenza.

Ya hemos dicho que la infortunada Provenza, devastada al principio del siglo XIII por la cruzada desatada por el papa Inocencio III y ferozmente dirigida por Simón de Monfort, había acogido en los 300 años que se siguieron, varios grupos de colonos Valdenses, los que no pedían nada más, que poder vivir una vida tranquila y laboriosa. En efecto, su ejemplar laboriosidad había poco a poco transformado el suelo abandonado en campos fertilísimos, en medio de los que surgieron gran cantidad de aldeas risueñas y prósperas, que hacían las veces de corona a los pueblos más importantes : Mérindol y Cabrieres.

Como era natural, al extenderse la Reforma en Francia, se había redoblado el celo de los Valdenses de Provenza aumentando consiguientemente su número, a punto que en los años de que venimos hablando, se contaban allí no menos de diez mil familias valdenses o reformadas, atendidas por más de veinte Barbas. Pero era también natural que el surgir lleno de promesas de la Reforma debiese determinar una nueva y más encarnizada represión.

El primer protagonista fue el inquisidor Juan de Roma, quien principió en 1528 a buscar y torturar a los desgraciados presuntos herejes; y durante cinco años dio pruebas de inaudita ferocidad. A las pobres víctimas que caían en su tribunal las obligaba o imponía cualquier deposición que a él le gustase, con medios como el siguiente, que era su especialidad preferida : las ataba boca arriba sobre una tabla, calzadas con botines untados de grasa y apoyados sobre un brasero ardiendo. ¡Así "les calentaba los pies", decía, y los obligaba a declarar ! Tales y tantas fueron las inenarrables crueldades de este siniestro domínico, que el rey Francisco 1.°, ordenó una encuesta, gracias quizás a la influencia de Margarita de Navarra. Del proceso resultaron patentes su avidez, sus pésimas costumbres, sus excesos sanguinarios; pero éste, lejos de confesarse culpable, elogiaba su propia conducta y exhortaba a los jueces a imitarlo, porque, decía, "la inquisición ha procedido, hasta ahora, con demasiada misericordia y excesiva tolerancia" (Proceso en Arch. Nac. de París. Véase Herminjard, Corr. dea Réform. VII, 405 y sig.). Fue condenado, pero sólo a abandonar el país ; se retiró a Aviñón.

Pero había sido lanzada la chispa destinada a provocar un incendio terrible. En efecto, los obispos y la corte ,de Aix se dieron a martirizar a los Valdenses y a confiscar sus bienes, pero ostentando seguir las vías legales. Las cárceles rebosaban de víctimas ; y como entre éstas se encontraban no pocos piamonteses, el arzobispo de Turín, no bien informado de lo que pasaba, mandó, en 1534, a Pantaleón Bersore. señor de Roccapiatta, con el encargo de asistir a los procesos en calidad de comisario del duque Carlos III y de anotar el nombre de las familias y de las personas que profesaban en Piamonte las doctrinas de la Reforma. Veremos como Bersore, al repasar los confines, no tardase en seguir el ejemplo de los perseguidores de Provenza.

Mientras las violencias locales se sucedían, aumentando el número de los condenados, la situación continuaba empeorando gradualmente en toda Francia en perjuicio de la Reforma, especialmente después del hecho conocido del cartel fijado en la puerta de la cámara de Francisco 1°, en Blois, contra la misa[29]. Indignado, el rey ordena proceder contra todos los herejes en general. En vano los reformadores se esforzaron en conjurar la inminente calamidad; en vano Calvino, en la noble dedicación de su "Institución Cristiana" trató de "apaciguar el corazón y obtener la gracia" del irritado monarca.

El 18 de noviembre de 1540, el Parlamento de Aix emanó un edicto, por el que se ordenaba fuesen arrasadas las ciudades y las aldeas de los Valdenses, abatidos los bosques que pudiesen servirles de refugio, condena

 

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dos a muerte sus jefes y desterrados a perpetuidad todos, inclusive las mujeres y los niños. La impresión de horror que ala noticia de este bárbaro edicto produjo en todas partes hizo titubear a Francisco I quien mandó suspender su ejecución y dio a su ministro Du Bellay el encargo de iniciar una encuesta, la que resultó muy favorable a nuestros campesinos.

Así, entre ansiedades y esperanzas, pasó algún tiempo, durante el que los Valdenses estuvieron en relaciones con el arzobispo de Carpentras, el cardenal Sadoleto, mucho más tolerante pero no por eso menos peligroso que sus colegas. Este tenía frecuentes coloquios con los Valdenses y abrigaba la esperanza de atraerlos al regazo de la Iglesia por las vías de la persuasión, haciéndoles comprender que aún él admitía la necesidad de algunas reformas. Pero terminó por no ocuparse más del asunto.

Entre tanto los implacables enemigos de los Valdenses consiguieron, el 13 de Enero de 1545, sorprender al rey, en aquel entonces débil a causa de su enfermedad y en manos de pésimos consejeros, y hacerle firmar el decreto que ordenaba al Parlamento de Aix, la ejecución del infame edicto emanado cinco años antes. Para mayor desventura, era entonces presidente del Parlamento y debía por tanto dirigir la ejecución de la sentencia, el barón Juan Menier, de Oppede, enemigo jurado de los Valdenses y ávido de sus bienes. Concentradas en secreto las tropas necesarias, éste, el 15 de abril, se puso al frente de sus hordas y las lanzó al exterminio y al saqueo. En una quincena de días fueron masacrados cuatro mil valdenses, sus mujeres fueron secuestradas v vendidas, seiscientos prisioneros fueron a las galeras y doscientos cincuenta a la hoguera. De Cabriéres, de Mérindol y de otros veinte lugares no quedó piedra sobre piedra. Todo derruido ! ¡ Todo incendiado ! Los fugitivos, que, después de mil penurias, consiguieron pasar la frontera, encontraron refugio, una parte en Ginebra y otra parte en los Valles del Piamonte, donde fueron recibidos con los brazos abiertos.

Un grito de indignación y de horror se elevó en toda la Europa protestante al tener conocimiento de los espantosos estragos. Margarita, hermana primogénita de Francisco I, estalló en llanto. El rey primeramente no manifestó ninguna pena; pero, en su lecho de muerte (1547) 105 remordimientos lo indujeron a suplicar a su hijo Enrique II que ordenase la revisión del proceso de los Valdenses.

Esta revisión fue cumplida y reveló, una vez más, la inocencia de los pobres oprimidos y la perfidia de aquellos que se habían aprovechado del monarca, mal informado, para hacerle firmar el edicto de persecución. Pero, con todo eso, los verdugos fueron escandalosamente absueltos, y Juan Menier, barón de Oppede, volvió a Provenza entre las aclamaciones de los que se habían enriquecido con el saqueo y del clero que lo saludaba ,como defensor de la fe, entonando el ¡Te Deum!

La sentencia de París (1550) permitió a los prófugos volver a sus propiedades devastadas. Después de haber sufrido otra masacre en 1562, se adhirieron a la Iglesia Reformada de Francia, perdiendo así el nombre de Valdenses. Un sigilo más tarde, la revocación del edicto de Nantes (1685) obligó a muchos de ellos a emigrar; se dirigieron en gran parte al África Austral y se unieron a los Boers de origen holandés.

2 - Los mártires valdenses en tiempo de la ocupación francesa (1536-1559).

Si de Provenza pasamos ahora al Delfinado y al Piamonte, encontramos no una matanza sino una serie ininterrumpida de mártires.

En primera línea, en 1536, el valiente y excelentísimo barba Martín Bonin, que por sus frecuentes viajes entre los Valles Valdenses y Suiza, bien puede llamarse el colportor de la Reforma. Precisamente al volver de Ginebra, es arrestado como espía en la garganta de Orsiére, y estaba a punto de ser absuelto cuando el carcelero de la prisión de Grenoble, le encontró, cocidas en el forro de sus vestidos, algunas cartas de protestantes ginebrinos, por ¡lo que fue procesado y condenado a muerte por (herejía. Fue estrangulado y arrojado al Isére. Tenía treinta y seis años.

Atroz fue el suplicio de Esteban Brun, simple agricultor y padre de numerosa familia, quemado vivo en Embrún. La muerte libertadora se hizo esperar, pero él la afrontó con maravillosa firmeza. A sus jueces les había dicho : ¿ "Y qué queréis hacer de mí? ¿ Condenarme a muerte? ¡ Os engañáis : me dáis (la vida !"

Dejando, por brevedad, de mencionar otros gloriosos mártires del Delfinado, traspongamos la frontera para observar lo que aconteció en Piamonte, antes y después de la ocupación francesa.

En primer término, encontramos aquí en plena tarea a aquel señor de Roccapiatta, P. Bersore, a quien el duque Carlos III había mandado a Provenza a recoger nombres y datos de los Valdenses que tuviesen parientes en Piamonte.

En el verano de 1535, precisamente durante la realización del segundo Sínodo de Chanforán, Bersore había dispuesto sus esbirros a la entrada de los Valles y había capturado varios Valdenses, entre los cuales algunos centinelas del Sínodo, y habría arrestado aún más si los de Angroña no lo hubiesen repelido en un victorioso ataque al pie del valle. Desgraciadamente cayó entre sus manos el pastor Antonio Saunier, y ya la situación del prisionero parecía desesperada, cuando Ginebra, en represalias arrestó cierto fraile saboyardo. Entonces Carlos III aceptó el cambio de las prisioneros, y, así, Saunier pudo verse libre.

No se salvó, por el contrario, Catalano Girardet, de San Juan, que subió a la hoguera en Revello, cerca de Saluzzo, confesando con admirable firmeza su fe.

Afortunadamente, la persecución que el duque Carlos III, el así llamado "Bueno" había encargado a Bersore, fue interrumpida por la ocupación francesa. En efecto, en 1536, Francisco I, por motivos de la guerra contra el emperador Carlos V, pensó bien ocupar el Piamonte, sin tantos miramientos hacia el duque Carlos, su tío, que debió retirarse a Vercelli.

Este período de la ocupación francesa, que se prolongó hasta 1559, puede decirse que concedió una tregua relativa a los habitantes de los Valles[30]. Pero si estos pudieron recibir ministros extranjeros y construir templos, difundiendo las ideas de la Reforma, lo debieron, no ya a la tolerancia de sus enemigos, (hemos visto en Provenza la tolerancia de que era capaz Francisco 1°), sino más bien a las complicaciones políticas que aconsejaban temperamentos de favor hacia las poblaciones de las fronteras.

Por otra parte, si bien es cierto que los gobernadores fueron a veces muy liberales hubo también uno de ideas francamente reformadas (El conde Guillermo de Furstemberg, en 1537) sin embargo no debe creerse que la paz haya reinado hasta el fin de la dominación. En efecto, en 1556, el Parlamento de Turín envió una delegación a Angrona para intimar la suspensión del culto público, inaugurado el año anterior. Los Valdenses rehusaron obedecer, respondiendo: "Si toleráis a los Hebreos y los Sarracenos que son los enemigos del nombre de Cristo, dejadnos vivir en paz en nuestros montes, tanto más que debéis convenir en que adoramos a Dios y creemos en el Redentor". Los dos comisarios replicaron bruscamente : "Eso no viene al caso. Os ordenamos entregarnos vuestros ministros y vuestros maestros". Siguió, como era de suponer, una nueva y terminante negativa de los Vaideuses; entonces el presidente de San Giuliano se retiró, saliéndose del apuro con una frase muy chistosa: "Pues bien, os los dejamos en custodia". (Gilles, obra cit. 1, 99)

Pero, fuera de la segura custodia de los Valles, los caminos eran muy peligrosos para los ministros. Así, en 1555, cinco de ellos, entre los cuales Juan Vernou, al venir de Ginebra para establecerse como pastor en los Valles, fueron arrestados en Saboya y quemados vivos en Ohambery. Dos años después tocábale el turno al joven Nicolás Sartorio, de 27 años, quemado vivo en Aosta, hijo de Leonardo Sartorio, muerto de frío en 1556, en el fondo de la cárcel de Turín.

Mencionaremos aún a dos héroes que afrontaron el suplicio por el nombre de Cristo, en la capital del Piamonte: un colportor francés y un pastor piamontés. El primero, Bartolomé Héctor, de Poitiers, había venido al través del Delfinado a sembrar, en los Valles de la vertiente italiana, Biblias, Salterios, la Institución Cristiana de Calvino y libros de piedad. Un día, en el verano de 1555, al descender de las alturas de Angroña hacia el Valle de San Martín, fue arrestado en Riclareto por los tiranuelos de esa localidad, los Truccetti. Del proceso, iniciado en Pinerolio y terminado en Turín, resultó claramente que este modesto colportor conocía su Biblia mucho mejor que los predicadores que lo juzgaban. Subió con firmeza a la hoguera en Plaza Castello, el 20 de Junio de 1556.

El pastor piamontés que, en la misma plaza, sufrió igual suplicio, dos años después, fue Godofredo Varaglia, el mártir más ilustre de este período y ante el cual es nuestro deber detenernos un instante con sentimientos de reverencia.

Nacido en Busca en 1508, era hijo de uno de dos capitanes que habían dirigido el asalto contra los Valdenses en 1448. A dos veinte años entraba en la orden de los Capuchinos, donde tuvo por vicario general al célebre Bernardino Ochino, de Siena. Godofredo era muy elocuente, por lo que se le confió la misión de predicar en toda Italia contra "las herejías de los protestantes". Pero a medida que estudiaba más de cerca esas pretendidas herejías, nacía y se consolidaba en él la convicción de que ellas encerraban, por el contrario, la verdad cristiana. Y ¡cuántos otros honestos buscadores de la verdad hicieron da misma experiencia ! La predicación de Varaglia traicionó, sin lugar a duda, el cambio que se efectuaba en su alma, puesto que por sospecha fue sometido, en Roma, a cinco años de vigilancia especial. Más tarde fue capellán ante el nuncio apostólico en París, hasta que en 1556, sintió que no podía más resistir a los estímulos de su conciencia; por esto decidió abrazar abiertamente la fe evangélica. Y, sin más, se trasladó a Ginebra.

Calvino lo tuvo en grande estima, tanto que no titubeó en mandarlo, en Mayo de 1557, junto al pastor Noel, en Angroña, con el encargo de predicar en italiano en el templo del Chabás, recientemente edificado por los fieles de San Juan, quienes acababan de pedir el envío de un predicador. Durante cinco meses Godofredo Varaglia anunció el Evangelio con gran eficacia en aquel templo que domina la llanura, y aún de muy lejos la gente acudía a oírlo. Pero sucedió desgraciadamente que, un día de noviembre de ese mismo año, mientras se volvía de Busca, su pueblo nativo, donde había sido invitado para exponer las doctrinas de la Reforma, pasando por Dronero, fue arrestado cerca de Barge.

Conducido a Turín, estuvo durante cuatro meses en el fondo de un oscuro calabozo, de donde escribió a sus hermanos de los Valles dos preciosas cartas[31] para exhortarlos y consolarlos. "Fui llevado a un antro subterráneo y encerrado allí, aherrojados los pies en cadenas de sesenta libras, donde a causa de la humedad pronto se me hinchó la cabeza. Pero Dios, Padre de misericordias, no se alejó de mí, sino estuvo conmigo día y noche, proporcionándome tan íntimo consuelo que nada o poco sentía del mal exterior". La actitud y las palabras del prisionero impresionaron profundamente a cuantos lo oyeron ; pero su suerte estaba ya decidida "por haberlo pedido el pontífice al rey de Francia"[32].  Amonestó a sus jueces que se manchaban inútilmente con su sangre, pues, agregaba, "faltará primero la leña antes que los ministros de Cristo dejen de predicar el Evangelio"[33].

La hoguera, preparada en plaza Castello, había atraído una multitud inmensa. La cárcel se abrió y apareció el mártir. Contaba cincuenta años y parecía sereno y tranquilo como quien sabe tener ante sí, no la muerte, sino la vida imperecedera. Pero dejemos hablar a un testigo ocular: "Marchó de la cárcel al suplicio con tanta firmeza y serenidad, habló con tanta alegría, que no creo ya que los apóstoles y los mártires marchasen más seguros y con mayor coraje a la cruz y a la muerte. No cesaba de enseñar a los presentes, exhortándolos a leer las Sagradas Escrituras. Ya en la hoguera, expuso, en presencia de diez mil personas el motivo de su muerte, justificó su fe y proclamó su esperanza en la vida eterna por Jesucristo. Después de haber hablado durante una hora del reino de Dios y de da fe, y orado por todos los presentes, sin excluir a sus perseguidores, fue estrangulado y quemado por la causa de Cristo, recibiendo así la corona del martirio; y mucha gente atraída a la luz por su muerte, se convirtió a la fe cristiana"[34].  Era el 29 de Marzo de 1558.

En Ginebra se dieron gracias a Dios que, por medio de Godofredo Varaglia, el Evangelio fuese así glorificado. Y en verdad, la muerte de aquellos héroes de la fe era un triunfo, como en los primeros siglos, tanto que se podía repetir el célebre dicho de Tertuliano: "¡La sangre de los mártires es semilla de cristianos!"

XIII

GUERRA DE COSTA DE LA TRINIDAD
(1560-1561)

1 - El edicto de Manuel Filiberto.

A Carlos III, muerto en Vercelli en Agosto de 1553, había sucedido su hijo Manuel Filiberto, que bien hubiese podido ser denominado "sin tierra". Por sus testarudez fue en cambio llamado "Testafierro", y se le puede, con mucha razón, considerar como el segundo fundador de la casa de Saboya. Sus miras fueron pronto conocidas : rendir a España servicios tales que la indujeran a hacerle restituir los dominios paternos ocupados por los franceses; por esto había combatido al frente de los ejércitos de su tío, Carlos V. Vencedor en San Quintín (lo de Agosto de 1557), obtuvo la deseada recompensa: en virtud del tratado de Cateau Cambrésis (3 de Abril de 1559), el rey Enrique II ,de Francia se vio obligado a devolverle la Saboya y el Piamonte[35]. Y la paz fue sellada por un doble ,matrimonio : el de Felipe II de España con Isabel., hija del rey de Francia, y el de Manuel Filiberto con Margarita de Valois, 1hermana del mismo rey, Enrique II.

Los tres contrayentes se habían obligado, además, por un artículo secreto, a extirpar la fe evangélica en sus Estados. Por esto Manuel Filiberto, si bien su esposo había manifestado simpatías por la Reforma y debía llegar a ser la natural protectora de los Valdenses, se apresuró a lanzar desde Niza, su primer residencia, el terrible edicto del 15 de Febrero 1560, por el que prohíba absolutamente llegarse a oír la predicación de los reformados, bajo pena de cien escudos por la primera vez, y, por la segunda, las galeras para toda la vida, destinando a los delatores la mitad de las penas pecuniarias.

La ejecución de este edicto, y de otras severas disposiciones que lo siguieron, fue confiada a Felipe de Saboya, conde de Racconigi, primo del Duque; a Jorge Costa, conde de la Trinidad, y al inquisidor Giacomelli.

En la llanura, la represión dio principio inmediatamente, desde el mes de Marzo. En Cariñán fueron quemados el francés Maturín, su heroica esposa Juana, que espontáneamente había querido compartir su suerte, y un tal Juan de Cartiñán. El pastor de Meana de Susa, fue quemado a fuego lento, y, del mismo modo, en Pinerolo, el pastor de San Germán, Juan Lauversat. Los que no subieron a la hoguera fueron echados a las galeras ; algunas abjuraron, muchos huyeron a Suiza; a todos les fueron confiscados sus bienes.

Los Valdenses veían pues estrecharse gradualmente en torno a sus Valles el cerco terrible. El edicto comenzó a entrar en vigor en los Valles de San Martín y de Clusón, y se procuraba hacerlo observar en los de Luserna y de Angroña; los sellares locales (especialmente Guillermo Rorengo, en Val Luserna, y los Truccetti, en Val San Martín) estaban impacientes por enriquecerse con los despojos de las víctimas, a excepción del cunde Carlos de Luserna, quien dio en cambio pruebas de verdadera humanidad en favor de la población amenazada.

Para advertirles el inminente peligro y sugerirles algún medio que pudiese evitarlo, subió a San Juan, en el mes de Abril, el conde de Racconigi, bien dispuesto en favor de los Valdenses. Asistió respetuosamente al culto en el templo del Chabás, y conversó luego con los pastores, ofreciéndose para remitir al Duque una confesión y apología de su fe, que el pastor Escipión Léntolo se apresuró a redactar[36].

Ya habían confiado al conde de Luserna tres cartas dirigidas al Duque, a la Duquesa y al consejo de ministros, firmadas. "Los cristianos de la verdadera Iglesia Católica Reformada de todo el Piamonte y de los demás Estados de Su Alteza"[37].

En Julio llegó de Roma la respuesta del papa, a quien Manuel Filiberto había trasmitido la apología valdense : Pío IV hacía saber ser su voluntad que con los Valdenses no se discutiese, pero que se obrase enérgicamente.

Aún quiso discutir el jesuita Antonio Possevino, el 26 de Julio, en el templo del Chabás, para convertir a los Valdenses en un debate público. Fingiendo conocer el hebreo, el jesuita se imaginó que podía hacer entender a aquella buena gente que la palabra "Misa" es una expresión hebraica y que se encuentra, por consiguiente, en el texto original del Antiguo Testamento. Pero el pastor E. Léntolo le respondió como merecía, por lo que Possevino se retiró furioso.

2 - La guerra.

Ya las hostilidades estaban por dar principio y debían durar siete meses. El mando de la expedición estaba a cargo del conde de la Trinidad, quien, el 1.° de Noviembre, acampó en Biliaria con un ejército de más de cuatro mil hombres[38].

Fracasado un primer ataque contra Angroña, Costa se acuarteló en Torre, donde hacía reconstruir el castillo desmantelado ; luego suspendió las operaciones y tentó vencer con la astucia. Más bien que astucia, la suya fue falsedad, de la que dio repetidas pruebas durante la guerra. Propuso pues a los Valdenses mandar una diputación al Duque, que se encontraba en Vercelli, dejando entrever que alcanzarían una solución favorable. Partieron treinta y cuatro de los principales jefes de familia, para prometer leal obediencia en cambio de la libertad de culto; en el entretanto el conde de la Trinidad prevenía al Duque la llegada de los diputados, escribiéndole :

"Se los mando con el lazo al cuello", y cuatro días después se declaraba pronto el exterminio : "Si queréis que los desbande a todos o que los reduzca a unos pocos, lo haré, porque ahora tengo los pasos abiertos y están bajo mis manos y el tiempo nos favorece"[39].

Mientras en Vercelli los diputados estaban detenidos como rehenes y hasta presionados para que abjurasen, en los Valles los habitantes, que se mantienen a la defensiva para salvar a los rehenes, sufren toda clase de vejámenes: deponen las armas, alejan los ministros, que se retiran al Val Pragelato, desembolsan fuertes sumas para pagar los gastos de manutención de la soldadesca. ¡ Si a lo menos ésta dejase de robar ! Pero no; sus brutalidades llegaron a tal punto que "algunos papistas de Torre llevaron a sus hijas a las montañas y las pusieron bajo custodia de los Valdenses"[40], temiendo la violencia de aquella canalla. ¡ Y pensar que los católicos de Torre se habían alegrado tanto al arribo de las tropas, que habrían destruido a los barbetos[41] ¡ los que se habían convertido ahora en defensor del honor de sus mujeres!

Al volver finalmente, en Enero 1561, la diputación de Vercelli y descubierto el pérfido juego del señor conde, los Valdenses no titubean más : deciden la resistencia a todo trance. Piden ayuda a los hermanos del Delfinado y de Pragelato, que acuden solícitos junto con los ministros y en una solemne reunión que tuvo lugar en Bobbio el 22 de Enero, juraron permanecer todos unidos hasta la muerte para defenderse recíprocamente.

De este tiempo data la institución de la famosa "compañía volante", compuesta por un centenar de arcabuceros, ágiles y robustos que acudían con rapidez fantástica a través .de los montes a los puntos más amenazados ; esta compañía tuvo parte muy importante más tarde en la defensa de los Valles.

Los Valdenses tomaron la ofensiva apoderándose del fuerte del Villar ; Costa, por su parte, subiendo de Luserna, asaltaba Rorá y habría acabado con los habitantes, si no hubiera llegado a tiempo la compañía volante para proteger su retirada al Villar.

Pero el objetivo que el conde de Trinidad se proponía alcanzar, lo antes posible, era la conquista del Pra del Torno. Por leo que, habiendo reforzado sus tropas con diversos contingentes franceses, lanzó, en el mes de Febrero, repetidos asaltos en el valle de Angroña; particularmente violento fue el del día 14, pero, al igual que los precedentes, fue rechazado con graves pérdidas : perecieron también los capitanes Carlos Truccetti y Luis de Montiglio.

Después de otros fracasos en la parte del Villar, el 3 de Marzo fue tentado nuevamente el asalto contra Pra del Torno con numerosas fuerzas de refresco, divididas en tres columnas: una seguía el fondo del valle, a lo largo del torrente, y las otras dos avanzaban siguiendo las alturas. La acción fue estratégicamente más hábil y sostenida con gran energía y tanto más grave fue por consiguiente la derrota que la siguió; Costa, en su relato, reconoció haber perdido una decena de oficiales y 400 soldados, sin contar las heridas, mientras que las pérdidas valdenses no alcanzaron a más de catorce hombres. Los asaltantes quedaron totalmente aturdidos y se decían unos a otros, desmoralizados: "¡Dios combate por éstos!"

Después de una tregua, durante la cual el conde de la Trinidad había organizado una expedición al Val San Martín para recuperar el fuerte de Perrero, hélo nuevamente de vuelta, más obstinada que nunca, para tentar un último esfuerzo. Para asegurarlo, recurre una vez más al engaño. El 28 de Abril, simulando reanudar las negociaciones, manda una compañía de soldados a cierto lugar situado en las faldas del monte Vandalino, llamado Tallaret; los habitantes, que cometieron la torpeza de confiar en su palabra de paz, son pasados a filo de espada, sin combatir; de ese modo, por ese lado el camino está abierto para Pra del Torno, mientras el grueso de las tropas ataca Rocciaglia, tan famosa desde 1484 en adelante. Pero la compañía volante vigila, acude fulmínea a un pasaje angosto, resiste heroicamente, da la alarma a todo el valle, donde entra en acción la artillería valdense, o sea enormes masas de piedra que precipitan con fragor y estallidos pavorosos; y los asaltantes, una vez más, vuelven las espaldas, perseguidos hasta las puertas de Torre Pellice.

Esa misma noche, d comandante en jefe de las tropas ducales, Jorge Costa, conde de la Trinidad, se trasladaba de Torre a Cavour, aduciendo razones de salud.

La guerra estaba terminada; los soldados se desbandaron y no querían absolutamente saber nada de atacar "a los barbetos". Los partidarios de la paz, especialmente Felipe de Racconigi y la Duquesa, terminaron por persuadir a Manuel Filiberto que le convenía, aunque eso lastimara su orgullo, entrar en negociaciones con estos súbditos, cuyos representantes habían sido tratados tan indignamente en Vercelli apenas hacía seis meses.

Los Valdenses fueron, pues, invitados a enviar sus diputados y, después de un mes de negociaciones, la paz fue firmada en Cavour, el 5 de Junio de 1561. Por ella se aseguraba la tolerancia del culto valdense, limitado sin embargo a las localidades de montaña, o sea vedado en la llanura de Torre y en el territorio de Luserna y de San Segundo. El culto católico, en cambio, era libre en todas partes; en cualquier comuna los curas podían celebrar la misa.

Así la existencia de la Iglesia Valdense en Piamonte estaba oficialmente reconocida. Los acontecimientos que siguieron dirán si los pactos fueron luego escrupulosamente observados; sin embargo, cierto es que, sin los bueno oficios de la duquesa Margarita y la lealtad de Manuel Filiberto, el tratado hubiese sido desde el principio letra muerta. Baste decir que el Duque "Testafierro" debió resistir al papa Pío IV, quien le reprochó haber firmado la paz con los herejes, después de haberle hecho gastar tanto dinero en la guerra, y no haber obrado con el rigor ejemplar usado por Felipe II en destruir la colonia de Calabria. "Pues bien -replicó el Duque de Saboya- yo (hago diferencia entre mis súbditos Valdenses y los súbditos del rey de España. Por lo demás, la paz es necesaria para el bienestar de mis Estados". Y se mantuvo firme.

 

XIV

DESTRUCCION DE LA COLONIA DE CALABRIA (15601561)

Para narrar las últimas vicisitudes sangrientas de la colonia valdense en Calabria, debemos retroceder en nuestra narración, pues a fines del mes mismo en que se firmaba el tratado de Cavour, su destrucción era un hecho ya cumplido.

Hemos visto, en el capítulo IX, cuáles fueron los orígenes ele esa colonia y hemos señalado también la necesidad por la que los Valdenses de Calabria se veían obligados a ocultar, hasta cierto punto, sus creencias, recibiendo sin embargo con la mayor alegría la periódica visita de los Barbas, quienes solían visitar primero la vertiente del Mediterráneo, para recorrer, a su regreso, la del Adriático.

La situación religiosa cambió en el siglo XVI, cuando los ecos lejanos de la Reforma alcanzaron a despertarlos, y especialmente cuando les llegó la noticia de que en los Valles del Piamonte sus hermanos se habían decidido a instituir el culto público y luego a construir templos (1555). ¿ Por qué no seguiríamos su ejemplo? se preguntaron los Valdenses de Calabria. Y cuanto más pensaban en ello, tanto más ardientemente deseaban terminar con esa su situación penosa, de la que se avergonzaban como de una hipocresía y de una cobardía. Es muy cierto que el barba Gilles de Gilli trató de moderar su impaciencia y no dejó de exhortarlas a fin de esperar con fe tiempos mejores, haciéndoles observar que su rey Felipe II, ya daba principio a su cruel reacción en España; no era ciertamente el momento de provocarlo con audaces innovaciones: ¡preferible era que vendiesen sus propiedades, retirándose a regiones más seguras ! Pero bien pocos quisieron seguir sus consejos de prudencia y alejarse de aquellas regiones, a las que su trabajo había vuelto tan fértiles. Sin embargo, los acontecimientos no debían tardar en demostrar cuán fundadas eran las aprensiones del viejo barba y cuán oportunas sus amonestaciones.

De vuelta Gilles a los Valles, donde quedó como pastor de Villar, fue a visitarlos, en su reemplazo, el barba Esteban Negrin. Y nuestros colonos, decididos a no demorar más, en 1557, encargaron al joven Marcos Uscegli, denominado "Margwito", que volvía entonces a Ginebra con el ministro itinerante Santiago Bonelli, piamontés, solicitase el envío de algunos pastores para establecer un ministerio regular en Calabria.

La Iglesia Italiana de Ginebra les envió dos: Bonelli mismo y Juan Luis Pascale. Este último fue una personalidad tal que no podemos limitarnos a una simple mención sobre su vida y apostolado.

1 - Juan Luis Pascale.

Era nativo de Cúneo. Dedicado a la carrera de las armas, se encontraba de guarnición en Niza, cuando tuvo ocasión de leer por primera vez el Evangelio y conocerlas doctrinas de la Reforma. Su ánimo ardiente fue conquistado de inmediato, al punto que, sin más, dejó el ejército del Duque de Saboya para convertirse en soldado de Jesucristo. Con ese objeto se trasladó a Ginebra, donde cursó los estudios necesarios, prosiguiéndolos luego en la Academia de Lausana, en la que enseñaban Pedro Viret y Teodoro de Beza; como prueba de su esmerada preparación y sólida cultura nos queda un Nuevo Testamento en italiano, traducido por él, para uso de los refugiados en Suiza. Había apenas terminado los estudios y acababa de comprometerse con una joven piamontesa, Camila Guarina, de Dronero, también ella refugiada por su fe evangélica, cuando fue designado para la misión en Calabria. Partió sin titubear ; su novia podía desde ya vestir de luto, porque Pascale no debía volver más !

Los dos pastores, pues, acompañados por dos maestros, se pusieron en viaje en 1558 y visitaron los varios núcleos valdenses esparcidos en la Italia Meridional, predicando abiertamente el Evangelio. Santiago Bonelli pasó luego a Sicilia, donde había varios grupos de reformados, y, arrestado de ahí a poco tiempo, sufrió el martirio en Palermo[42].

Pascale quedó en Calabria prosiguiendo con fervor de apóstol su obra, especialmente en San Sixto y La Guardia. Sucedió que, en Mayo 1559, el marqués Salvador Spinelli, de Fuscaldo, siguiendo instrucciones recibidas del S. Oficio, intimó a algunos valdenses influyentes que compareciesen a su presencia para darles informaciones sobre el movimiento religioso que se intensificaba en aquellas regiones. Pascale, aunque no citado, quiso acompañarlos al castillo de Fuscaldo. Este generoso impulso le costó la libertad, pues Spinelli lo retuvo prisionero junto con Marcos Uscegli, para hacer cosa grata al S. Oficio.

Así dio principio su cautiverio que se prolongó por quince meses y medio; ocho en Fuscaldo, tres en Cosenza, uno en Nápoles y tres y medio en Roma. Durante este largo período, el intrépido prisionero escribió gran número de cartas, veinte de ellas conservadas por Escipión Léntolo, todas ellas de inestimable valor por las minuciosas noticias que nos suministran sobre los continuos interrogatorios y los rigores y amenazas a que fue sometido el mártir, y son también altamente conmovedoras por el celo y !la fe y la calma triunfante que revelan, por el consuelo y la esperanza cristiana que tratan de infundir en las personas a quienes iban dirigidas.

Después de su prisión en el castillo de Fuscaldo donde tuvo que sostener debates con "ese hipócrita cura de La Guardia", y con el vicario Pansa de Cosenza, que fue a entrevistarlo, después de haber cenado muy bien y de haber bebido mejor[43]. Pascale fue conducido, en Enero de 156o, a las cárceles de Cosenza, junto con Marcos Uscegli. Y sin más se inició contra ellos el proceso por orden de la Inquisición.

No nos detendremos en describir los tormentos físicos y morales sufridos por los dos prisioneros, mientras el proceso tiende a prolongarse indefinidamente. Los frailes esperan vencer su resistencia e inducirlos finalmente a abjurar. ¡Vana esperanza ! El valiente Marcos Uscegli no se deja conmover ni aún por las horribles torturas y, a pesar de no ser tan elocuente como su compañero, da, sin embargo, admirables pruebas de firmeza, y, hasta el fin, demostrará que no se equivocaba Pascale al escribir .a los amigos de Ginebra : "¡Espero que Marquito me acompañará hasta el Cielo !"[44] .

En cuanto a él, el secreto de su heroísmo es el secreto del heroísmo de todos los mártires cristianos : "El amor que nos ha demostrado Jesucristo es tal que deberíamos exponer alegremente mil vidas, si tantas tuviese cada uno de nosotros, para glorificarlo"[45]. A los amigos de Suiza les escribe para darles noticias de las luchas que tiene que sostener, para que no temiesen por su propia fidelidad y para pedirles que rogasen al Señor lo asista hasta el último momento, "a fin de que El sea glorificado por nosotros y a su vez edificada su atribulada Iglesia".

A los hermanos de Calabria les escribe exhortándolos, reanimándolos, confortándolos: "Si alguno no se siente con fuerza para morir por Jesucristo y teme ser vencido combatiendo, busque la victoria huyendo. El huir os es lícito, pero doblar la rodilla ante Baal, nunca, jamás !".

Continúa : "Cuanto más cercana entreveo la hora de ser sacrificado a mi Señor Jesús, tanto más rebosa mi corazón de gozo y de alegría" ; y termina : "A Dios, a Dios os recomiendo, rogándoos no pongáis vuestra felicidad en las cosas de la tierra, sino por el contrario viváis, de modo tal, que presto podamos volvernos a ver en el Cielo"[46].

A su prometida escribe cartas que llenan los ojos de lágrimas y el corazón de admiración profunda, tan delicados y nobles son los sentimientos que las perfuman : los prometidos esposos no se verán más aquí, pero "no os aflijáis por mi prematura partida, sino alegraos por la esperanza cierta de alcanzarme en el Cielo donde yo os voy a esperar". Por lo demás, "Jesucristo será vuestro querido y bondadoso esposo, el que os proveerá de todo lo que os será necesario, pues no abandona a ninguno de Tos que en él confían". Agradece a Dios por todos sus beneficios; habla, para consolarla, de los "goces" de su cautiverio a pesar de su extrema dureza; confiesa sentirse indigno, él, humilde soldado, "de haber sido elegido para defender el honor de un capitán tan ilustre, coma lo es Jesucristo" ; y, por fin, se despide : "Mi querida esposa, rogad al Señor por mí y consolaos en El"[47].

Al día siguiente de haber escrito estas últimas líneas, el 15 de Abril, Pascale fue traído encadenado a Nápoles con otros veinte condenados a galeras; fue un viaje desastroso, por la dureza del carcelero español, que lo trataba "con la mayor crueldad", buscando sacarle los últimos céntimos que le quedaban.

Después de un mes de estada en Nápoles, siguiendo por mar, Pascale llega a Roma, el 15 de Mayo.

En la fúnebre cárcel de Tor de Nona, recibió bien pronto la visita de su hermano Bartolomé, venido expresamente de Cúneo. Este, como buen católico y hermano suyo, no escatimó súplicas y lágrimas para conmoverlo; y así el mártir tuvo que apurar el dolor de resistir no sólo a sus implacables jueces, sino también a su amante hermano y por último a su madre. Ciertamente, ésta había muerto hacía poco, pero su hermano, al principio, le ocultó la noticia para hacerle creer que ella se desesperaba por no verle regresar, "por lo cual se contristó mucho". Pero se mantuvo inconmovible. Por fin, movido a compasión, el hermano le confesó la verdad, conjurándolo aún a retractarse, ofreciéndole la mitad de sus bienes.

A este ofrecimiento, el prisionero se enterneció y lloró, escribe el hermano a su hijo Carlos[48], "viéndome tan aferrado a la tierra y sin preocupación ninguna por el cielo".

En la misma carta, el hermano Bartolomé agrega que, después de él, un fraile volvió a la carga para inducirle a abjurar. Pero el mártir le interrumpió: "Sé muy bien cual es vuestra intención, pero Dios me da una fuerza tal que yo jamás me separaré de él. Y lo que he dicho, lo he dicho".-" ¡ Si queréis reventar, reventad !", replicó el religioso visitador.

El fin, tan ansiosamente deseado por este admirable confesor de Cristo, llegó antes del otoño. En la mañana del 16 de Septiembre, Lunes, la hoguera estaba preparada en la plaza del puente, en frente al Castillo San Ángel[49] .

Juan Luis Pascale se dirigió a ella con paso firme y comenzó a hablar al pueblo, explicando que no era reo de ningún delito, pero que sufría el suplicio porque defendía la verdadera doctrina de Aquél de quien el papa no es vicario, sino más bien el peor enemigo. Entonces se dio orden al verdugo de apresurarse, para que esa importuna voz callase. Y el mártir cayó en las llamas, allá en la ribera del Tíber, como Arnaldo de Brescia.

"Y he aquí como este heraldo del Santo Evangelio de Jesucristo fue tratado en la ciudad de Roma, y como Dios lo recibió en su reino feliz para hacerle gozar inmortalidad gloriosa"[50].

2 -  La cruzada de exterminio.

Cerca de dos meses después del martirio de Pascale, el inquisidor Valerio Malvicino llega a Cosenza (13 de Noviembre) y pasa el invierno visitando repetidas veces a los colonos de San Sixto y de Guardia, tentando inútilmente de convertirlos. Entonces, en los primeros meses de 1561, piensa recurrir a las amenazas seguidas de cerca por la violencia. Los habitantes de San Sixto, alarmadísimos, huyen a los bosques, habiéndose negado decididamente a abjurar, y su ejemplo no tarda en ser seguido por los de Guardia. ¿Qué hacer, ante semejante actitud? El inquisidor lanzó un bando de cruzada con el consentimiento y apoyo del virrey de Calabria ; todos los malhechores más famosos de la provincia acuden a enrolarse, con la promesa de completa absolución de sus fechorías, y a estas hordas se juntan día a día infinidad de individuos atraídos de las tierras vecinas, como hienas y chacales a la presa.

En el mes de Mayo da principio la cruzada a banderas desplegadas y redobles de tambor, en la que figuran buen número de perros adiestrados en América para la caza al hombre. Primeramente los Valdenses resisten en los bosques rechazando victoriosamente los asaltos, en uno de los cuales cayó el gobernador español Castañeto; mas pronto su repugnancia en esparcir sangre los induce a no defenderse más con la violencia, de modo que una gran parte termina por entregarse prisionera. San Sixto ha sido incendiado y el 5 de Junio también los de Guardia caen en un lazo que les fue tendido por el marqués Spinelli. Entre los prisioneros se encuentra el barba Esteban Negrin, quien poco después muere en los calabozos de Cosenza, de resultas de los bárbaros tratamientos sufridos.

Los horribles episodios, que acompañaron y siguieron a la captura de los valdenses de Calabria, recuerdan las páginas más atroces de los estragos de Provenza. Más de sesenta personas fueron desplomadas desde lo alto de las torres; otras fueron embetunadas con pez o untadas con trementina y luego quemadas a fuego le ato renovándose el espectáculo de las atrocidades humanas del tiempo de Nerón; muchas mujeres de San Sixto, arrastradas a Cosenza, estuvieron atadas tanto tiempo y con tanta fuerza, que las sogas, penetrando en las carnes, les produjeron heridas sanguinolentas en las que los gusanos se multiplicaban, aumentando el espasmo; algunas de ellas fueron despedazadas, otras quemadas, otras - que habían abjurado - eran despedidas entre desprecios con el hábito amarillo que llevaba una cruz roja delante y otro detrás; las más jóvenes y bonitas fueron destinadas a la trata, y vendidos gran número de chicos.

La espantosa matanza de prisioneros que tuvo lugar en Montalto, el día 11 de Junio, está descrita ,del siguiente tenor por un testigo ocular, católico : "Hoy, a primer hora, se reanudó el horrendo juicio de estos luteranos, que sólo pensarlo horroriza. Estaban todos encerrados en una casa y venía el verdugo, los tomaba uno por uno, les ataba una venda delante de los ojos y luego los llevaba a un sitio espacioso poco distante de la casa, los hacía arrodillar, y con un cuchillo les cortaba la garganta y los dejaba así; luego tomaba esa venda así ensangrentada y con el cuchillo humeando volvía a buscar otro y hacía lo mismo. Siguió de esta manera hasta el número ochenta y ocho...

Se han repartido las órdenes, y ya están aquí los carros, y todos serán descuartizados y esparcidos de trecho en trecho a todo do largo del camino recorrido por el estafetero hasta los confines de Calabria... Se ha dado orden de hacer venir hoy cien mujeres de las más ancianas apara someterlas al tormento y ajusticiarlas también para que la mezcla sea completa..." [51]

Pocas horas después, la misma mano escribía las siguientes líneas : "En once días se han ejecutado dos mil personas; y están prisioneros, mil seiscientos condenados y se ha hecho justicia a más de cien, muertos en la campaña..."[52]

Así fue consumada una de las mayores iniquidades que hayan manchado a Italia. "Recorriendo los relatos modernos, - escribe De Boni[53] - cuando se pesan todas las circunstancias, no se encuentra hecatombe más injusta, más bárbara, más diabólica en sus formas. Aun la noche de San Bartolomé y los estragos de los Husitas de Bohemia, que hasta cierto punto se explican por motivos políticos e influencias económicas, victorias y resistencias desesperadas, palidecen ante las matanzas de Montalto. No se lee nada semejante -observa Ampéresino en la historia romana. Craso, después de la derrota de Espartaco, hizo colgar seis mil esclavos en las cruces, a lo largo de la Vía Appia, de Nápoles a Capua. Pero ninguno cuenta que Craso haya torturado y despedazado no ya muchas mujeres, mas ni una sola. Además Craso no crucificaba en nombre de Dios, y no era cristiano".

De los prisioneros que escaparon a la carnicería, los hombres más robustos fueron a las galeras de España, las mujeres y los niños más fuertes, vendidos como esclavos.

La colonia valdense en Calabria estaba pues enteramente destruida, a fines de Junio de 1561. Más tarde, los pocos que habían abjurado y los huérfanos que no habían sido vendidos, fueron reunidos en La Guardia y sus alrededores, y allí estrechamente vigilados. Así que entre los habitantes actuales de aquel país, aún se encuentra algún nombre valdense, alguna reliquia del dialecto de los Alpes; pero, de la antigua fe evangélica, no queda la menor señal: fue sofocada para siempre, como se apagó en Pragelato, en Luca, en Valtelina, en Espafa, doquiera se desbordó ala lava mortífera de la reacción.

XV

A LAS PREPOTENCIAS DE UN TIRANO
SIGUEN LOS HORRORES DE LA PESTE
(1561-1630)

 

Después del tratado de Cavour, los Valdenses no gozaron la paz que les había sido prometida; por el contrario fueron víctimas de desventuras y flagelos de varias clases. Primeramente, el gobierno de un pícaro Don Rodrigo, luego una invasión de frailes, después la peste, y por último, vejaciones, guerrillas, que culminaron en el gran estrago organizado por la Congregación "de propaganda fide".

En este largo período calamitoso, el pobre pueblo perseguido continuó escribiendo con lágrimas y en caracteres de sangre la historia de su fidelidad a Dios, quien asimismo, fielmente lo sostuvo, suscitando en su seno pastores y capitanes, héroes admirables.

1 - El gobierno de Castrocaro. (15651582).

Los Valdenses del Piamonte habían salido vencedores pero extremados por la tremenda lucha, y su pobreza aumentaba por el arribo de los prófugos que afluían de Francia, y, aunque menos numerosos, de Calabria. Pero los hermanos reformados, de Suiza especialmente, que habían sufrido y rogado con ellos en la hora trágica del peligro, acudieron tan generosamente en su ayuda, que el reducido pueblo comenzaba de nuevo a respirar y a gustar un poco de relativa tranquilidad. Mas he ahí el primer flagelo los alcanza.

Sebastián Grazioli, llamado Castrocaro por el pueblo de la Romaña toscana en que había nacido, había tomado parte en calidad de coronel en la campaña del conde de la Trinidad. Hecho prisionero por los Valdenses, había sido tratado por ellos con todo miramiento y luego puesto en libertad porque se había dado a conocer como gentilhombre de ala duquesa Margarita. Después de la paz de Cavour, este toscano astuto y amoral consiguió inspirar una fe casi ciega en la Duquesa a la que prometía proteger a los Valdenses, y cautivarse el favor del arzobispo a quien se declaraba completamente dispuesto a vejarlos; y así, jugando con dos cartas, obtuvo y conservó por largos años el cargo de gobernador de los Valdenses, para mayor desgracia de éstos, a quienes antes de su elección, había cautivado con fáciles promesas.

Aquellas poblaciones sinceras y leales creían natural e ingenuamente en la sinceridad y la lealtad ; pero apenas Castrocaro se estableció en el castillo de Torre (Abril 1565) se dieron cuenta de que se trataba de un alma malvada, hipócrita y venal.

Está demás recordar prolijamente todas sus vejaciones. Entre otras cosas se empeñó en molestar a los ministros del valle, comenzando por el pastor de San Juan, Escipión Léntolo, quien atraía a sus cultos en el templo del Chabás, gran número de reformados de la llanura, entre los cuales Ana de Saboya, condesa de Cardé, y varios gentiles hombres, como Luis Bersore, hijo de aquel Pantaleón de no feliz memoria. Y tanto hizo Castrocaro, que, en 1566, el pastor Léntolo fue expulsado por no ser súbdito del Duque (era en efecto napolitano) y tuvo que retirarse a los Grisones a dirigir por unos treinta años la iglesia de Chiavenna.

Entonces el inicuo gobernador se volvió en contra del pastor de Torre, Gilles de Gilli, quien, sin embargo se había mostrado generoso con él cinco años antes, cuando había caído prisionero de los Valdenses ; llevó su innoble audacia hasta denunciarlo como reo de traición, acusándolo de ir de cuando en cuando a Ginebra para urdir conjuraciones políticas contra el Duque de Saboya, cuando sólo iba por asuntos de orden eclesiástico. Lo hizo conducir preso a Turín y quien sabe como hubiesen terminado las cosas si el embajador del rey de Sajonia no hubiese intervenido en su favor. Y así el fiel y autorizado pastor pudo volver de nuevo a su puesto[54].

Ahora, cabe preguntar : ¿ cómo Castrocaro creía lícito cometer éstas y otras muchas extralimitaciones? Pensamos que debía sentirse alentado en esa vía par los decretos de represión que Manuel Filiberto había estado emanando contra los reformados fuera de los Valles Valdenses, y particularmente por el edicto del lo de Junio de 1565, con el que se asignaba a los disidentes diez días para decidirse a volver, dentro de dos meses, a la Iglesia Romana, o salir de los Estados.

El duque "Testaferro" sabía pues someterse a las exigencias papales, mientras éstas no perjudicaban sus intereses. Ciertamente, difería ,de Felipe II de España y de Carlos IX de Francia, por cuanto no puede decirse que favoreciese u ordenase la intolerancia por gusto perverso de crueldad o por fanatismo religioso; era intolerante cuando le parecía políticamente oportuno serlo, pero, cuando en cambio no le convenía, sabía muy bien levantar la voz contra las insolencias de la Curia, y decir : "Soportaré hasta donde pueda ; pero, al fin, si su Santidad pretende que yo haga más de lo que conviene, tengo también yo manos y brazos y amigos en Italia y afuera, con los que podré contar"[55]. Por lo que concierne a su actitud frente a la cuestión religiosa, no merece, pues, sobrada admiración. Sí no recurrió más a menudo a la violencia y al engaño, se debe a que su cabeza razonaba, teniendo en vista el interés, y no ya porque su corazón se conmoviese ; también debemos creer que sobre él ejercíase una saludable influencia, aun cuando no preponderante, su excelente consorte.

Como quiera que sea, estos edictos que promulgaba contra los reformados justamente cuando en Francia Catalina de Médicis y el Duque de Alba atentaban en Bayona contra los Hugonotes - no se referían a sus súbditos Valdenses.

No obstante, a Castrocaro le parecía bien hacerlos extensivos a los Valdenses, aprovechando ese general despertar de fanatismo que la elección al pontificado del gran inquisidor Miguel Ghislieri (Pío V) debía acentuar; y lo disfrutaba maltratando de cien modos distintos a la población de su dependencia : ya sea haciendo construir en Bobbio el fuerte de Mirabouc, ya tratando de destruir el templo de Bobbio, ya secuestrando personas e imponiendo fuertes multas por cualquier pretexto. La soldadesca, siguiendo el ejemplo del gobernador y de su innoble hijo Andrés, cometía prepotencias y crueldades sin número, a punto que parecían haber vuelto los desventurados tiempos en que la guarnición del conde de la Trinidad había invernado en Torre. Pero el cínico tirano tuvo finalmente el castigo que merecía.

Un año después de la muerte de la duquesa Margarita, que en su ingenua bondad lo había protegido siempre, un nuevo delito determinó la sublevación de todos los enojos y especialmente el de los señores de Luserna, contra él y contra su digno hijo. Citado por el duque Carlos Manuel 1º, que en 1580 había sucedido a su padre Manuel Filiberto, nuestro Don Rodrigo no se dio por aludido. El conde de Luserna, entonces, recibió órdenes de echarlo, lo que hizo a viva fuerza y con no menos viva satisfacción de los vecinos, en la mañana del 13 de Junio 1582. Conducidos a Turín, los dos rebeldes, padre e hijo, terminaron sus días en la cárcel.

¿ Qué había sucedido, durante estos años, en Val Perosa? Lo diremos en dos palabras.

Val Perosa, aun bajo el dominio francés, no estaba gobernada por Castrocaro sino por Ludovico y Carlos Birago, residentes en Pinerolo. Este último, después de la gran matanza de los Hugonotes, llevada a cabo en Francia en Agosto de 1572 y conocida con el nombre de San Bartolomé, se propuso extender la feroz represión también en ese valle. Con tal motivo hubo una corta guerra, llamada de la Radde, del nombre del capitán de las tropas francesas; fue breve porque los Valdenses de los valles de Luserna y de Angroña, a despecho de las prohibiciones de Castrocaro, corrieron en defensa de sus hermanos, y, guiados por Pedro Frache, derrotaron a los franceses en San Germán (Julio 22 de 1573). Siguió en Septiembre un acuerdo firmado en Pinerolo, por el cual se hacían extensivos a los Valdenses de Val Perosa los pactos de la paz de Cavour. Pero al año siguiente, después de la muerte del rey de Francia, Carlos IX, su hermano y sucesor Enrique III restituía esos territorios a Manuel Filiberto.

La herejía no fue pues extirpada en Val Perosa durante esa campaña ; más justamente entonces toda la población católica de Pramol se adhirió a la Iglesia Valdense. Y he aquí como sucedió esto, según la narración de un capuchino[56]  quien refiere testimonios oculares.

Un día de fiesta el pastor de San Germán, Francisco Garino[57], fue a visitar la poblada aldea de Pramol y llegó justamente cuando todos los habitantes estaban en la iglesia para oír misa. Entró él también. Una vez terminada la misa, dijo al cura:

- Señor, ¿ habéis celebrado misa?

-Sí señor, respondió el cura.

Quid est missa?, preguntó el ministro, en latín. El cura no supo responder palabra. El pastor volvió a preguntarle en lengua vulgar, pues, quizás, el pobre cura no entendía latín :

-¡ Oh, señor! ¿qué es la misa?

Tampoco supo responder. Entonces el pastor subió al púlpito y empezó a predicar contra la misa y contra el papa y entre otras cosas decía : "i Oh, pobre gente ! ¿ sabéis que tenéis aquí un hombre que no sabe lo que hace? Todos los días dice misa y no sabe lo que es misa ! Hace una cosa que ni vosotros ni él entiende. Ved aquí la Biblia, oíd la Palabra de Dios"... Y fue tanta su parlería que pervirtió todo aquel lugar y hoy día no hay más allí ni cura ni misa".

Esto que el capuchino llama "parlería" era la predicación del Evangelio, que los de Pramol no tardaron en oír regularmente, porque pidieron y obtuvieron organizarse en parroquia valdense.

2 - Los tiempos de Carlos Manuel 1º (1580-1630).

Durante su largo reinado, el duque Carlos Manuel 1.°[58]  persiguió con menos celo a los Valdenses que a los Reformados de Val de Susa, del territorio de Cúneo y del marquesado de Saluzzo. ¿Y por qué? Simplemente porque, casi siempre en contiendas con Francia, tenía interés en conservar bien dispuestos en su favor aquellos súbditos de la frontera. Por otra parte, si no hubieron persecuciones organizadas, no se debe creer que a los Valdenses les fuesen ahorrado abusos y vejámenes de todo género.

Al flagelo que representó para ellos el gobierno del infame Castrocaro, le siguieron otros varios.

Ante todo una invasión de las tropas del rey de Francia, Enrique IV, guiadas por el capitán Lesdiguiéres. Los Valdenses las habían combatido lealmente, pero en el otoño de 1592, pasando con hábil estrategia por Perosa, los franceses lograron ocupar Briquerasio, las fuertes de Torre y de Mirabouc. ¿ Qué podían hacer los habitantes de los Valles? No había más solución que someterse, firmando un acuerdo con Lesdigwiéres, quien era afortunadamente hugonote y les concedió completa libertad religiosa durante los dos años de su gobierno. Pero, cuando en 1594, Carlos Manuel reconquistó todo el Val Luserna, los adversarios de los Valdenses no dejaron escapar la ocasión de acusarlos por rebeldes y traidores. El Duque, sin embargo, reconoció que la acusación era infundada, pues también los católicos y los mismos señores del valle se !habían sometido a los franceses; más aún, luego de haberse asegurado personalmente que aquellos se habían portado con la mayor lealtad, dirigió a una delegación, que lo entrevistó en Villar, estas memorables palabras: "Sedme fieles y os seré buen príncipe, y aún más, buen padre; en cuanto a vuestra libertad de conciencia y al ejercicio de vuestro culto, no quiero innovar nada que los perjudique; y si alguno pensase en molestaros, venid a mí y yo proveeré"[59]. Por desgracia, tanto Carlos Manuel como sus sucesores, desmentirán a menudo con los hechos éstas y otras hermosas palabras semejantes.

Después de la invasión de las tropas francesas, he aquí otra mucho más molesta: la invasión de los frailes.

Duró mucho más tiempo y provocó ante todo numerosos debates públicos con los pastores, debates que no surtieron otro efecto que hostigar el ánimo de los jesuitas y capuchinos, a quienes los argumentos claros e irrefragables de sus adversarios cerraban la boca. Así, hubieron debates del jesuita Rossetti con el pastor Ahanforán en la aldea de los Appia (1596) ; del capuchino Ribotti con el pastor D. Rostain, en San Germán (1598) ; del jesuita Marchesi con el pastor Agustín Grosso, en Appia (1602) ; del fraile Bartolomé de Niza con el pastor Valerio Grosso, en Perrero (1615) ; del fraile Simeoni con el pastor Appia, en Bibiana (1618) ; del fraile Octavio Sandigliano con el pastor Pedro Gilles en Torre (1619).

La actividad de estos frailes misioneros no se limitaba a los debates públicos ; ellos denunciaban, calumniaban, arrestaban, dominaban con la violencia y artes diabólicos, robaban niños y llegaron hasta a obtener gracia para condenados a muerte por delitos comunes, para luego imponerlos como concejales y aún intendentes a las comunas. Hacían pues que la vida fuese insoportable.

Otro Flagelo : las hazañas de los llamados "bandidos". Estos eran jóvenes que habían sido condenados injustamente y expatriados a causa de su religión, y que vivían aislados en los montes, de donde descendían de cuando en cuando, para cometer actos de represalia y para aprovisionarse por la rapiña. Fue todo un hecho deplorable ; las gentes estaban sobreexcitadas, y los pastores no dejaban de exhortar y reprender severamente a esos jóvenes desesperados.

Pero naturalmente, los implacables enemigos de los Valdenses se apresuraron a invocar severas medidas contra toda la población, como si ella pudiese ser responsable de los excesos de aquellos exaltados.

Es justo reconocer, sin embargo, que para estas violencias no faltaron las provocaciones. Sin hablar de las extralimitaciones de los frailes, apuntadas anteriormente, es necesario saber que, por su parte, los soldados, a las órdenes de un cierto capitán Gallina, cometían violencias y asesinatos (entre otros, el del capitán P. Frache), e imponían cargas intolerables, secundando así a los frailes.

Pero el grupo de los bandidos se disolvió poco a poco para rehacerse otra vez cuando la ocasión lo exigía; y se disolvió antes que hubiesen cesado las provocaciones que explican, ya que no legitiman, su razón de ser.

Bien pronto se presentó otro motivo o pretexto para nuevas represiones. Respondiendo a las crecientes exigencias espirituales de sus comunidades que se extendían cada vez más en la llanura, los Valdenses se habían construido templos fuera de los límites fijados por el tratado de Cavour: dos de San Juan poseían uno en la localidad llamada Maianot, y otros seis nuevos contaba el Val Perosa. Los frailes, demás está decirlo, se pusieron a gritar, denunciando estas infracciones a los edictos ducales, a punto que, ¡después de muchas peripecias y fuertes multas, los numerosos Valdenses de San Juan tuvieron que resignarse a cerrar su templo y, volver nuevamente para el culto, al del Chabás edificado en el límite extremo del territorio de Angroña. Pero dos seis templos del Valle de Perosa fueron, en cambio, tan valientemente defendidos por la población contra las tropas enviadas en 1624 para demolerlos, que se pudo seguir celebrando en ellos los cultos.

Otra forma de represión tuvo lugar en 1627 por obra del senador J. C. Barberi, encargado por el joven heredero del trono, Víctor Amedeo, de obligar a los Valdenses de la llanura a volver "a los límites" ; mas apareció evidente que todas estas medidas ocultaban el fin de despojar a los propietarios de sus bienes; tan cierto es que, el mismo Barberi, terminó por ser procesado y sus agentes condenados por ladrones y falsarios.

Pero no era tan fácil recurrir a las vías legales para desembarazarse de los frailes que, zorros y lobos a un tiempo, se hacían cada vez más odiosos e insoportables. ¿Cómo echarlos, si a los hombres les estaba severamente prohibido tocarlos? De esto se hicieron cargo las robustas campesinas de Rorá y del Villar, las que, para terminar, de una vez, sin dar motivo a que se creyesen víctimas de malos tratos, se los echaron al hombro y los llevaron en peso, fuera del país, donde su presencia era tan placentera y deseable como la peste.

Pero la peste vino de verdad.

3 - La peste . (1630-1631).

Después de los frailes, una gran carestía; después de la carestía, una espantosa inundación, después de la inundación de 1629, he aquí la peste.

Esta terrible calamidad, que en 1630 causó víctimas innumerables en toda la Italia Septentrional[60], hizo su aparición en el mes de Mayo, a la entrada del Val Perosa, traída por las victoriosas milicias de Luis XIII, o mejor dicho, del verdadero dueño de Francia: el cardenal Ridhekeu. De San Germán, la epidemia se propagó rapidísima por las montañas, con una mortandad tan elevada que, en el transcurso del verano, excepcionalmente cálido, perecieron trece pastores de los diez y seis que dirigían entonces las parroquias ; y la población moría en proporción casi igual ! Por lo que los tres pastores sobrevivientes, Pedro Gines, Valeria Grosso y Juan Barthélemy, con veinte y cinco diputados de las iglesias, tuvieron un coloquio el 7 de Octubre en Angroña, para tomar urgentemente las providencias que la hora trágica imponía.

Gilles fue encargado de solicitar de los correligionarios del Delfinado y de Ginebra el envío de nuevos pastores; escribió también a Constantinopla al pastor Antonio Leger, capellán en aquella embajada de los Países Bajos. De ahí a poco llegó de Suiza el primer pastor, Luis Brunet, anunciando el arribo de otros en la primavera.

Así los cuatro pastores atendieron, como les fue posible, a todas las iglesias durante el invierno, cuyo rigor disminuyó el curso de la epidemia. Pero, en Abril siguiente, volvió a acentuarse de nuevo y uno de los primeros en caer fue el pastor de San Juan, Barthélemy. Renunciamos a describir el terror de aquella desgraciada gente; las condiciones de los enfermos abandonados, pues los pocos médicos habían sido, como los pastores, los primeros en sucumbir ; las escenas de angustia y también de egoísmo feroz por el terror del contagio; el espectáculo de los campos desiertos, de las aldeas en las que reinaba un silencio de tumba, el hedor de los cadáveres insepultos...

Por fin, en Julio, el flagelo cesó. Se hizo entonces el lúgubre inventario de las pérdidas : ¡no menos de diez mil valdenses habían muerto! Varias familias habían desaparecido enteramente, y todas, sin excepción, vestían de luto.

El héroe entre los héroes de este trágico episodio es el que nos ha trasmitido los horripilantes detalles del mismo: el pastor e historiador Pedro Gilles. Frisaba en los sesenta, cuando vio caer, uno a uno sus cuatro hijos; él no cayó. La providencia lo sostuvo, firme como la torre de la que tomaba nombre su parroquia, demostró entre tanta desolación un vigor maravilloso, una energía indomable. Estuvo en verdad a la altura de la misión que el angustioso momento le exigía: se prodigó en el ejercicio del ministerio cristiano, se consagró enteramente a su Dios y al pueblo de los Valles, cuya existencia religiosa estaba seriamente comprometida; y, a su grito de alarma, acudieron de Francia y aun más de Ginebra, generosos pastores, movidos por un elevadísimo espíritu de solidaridad cristiana.

Uno de los efectos imprevistos de la peste, y del consiguiente arribo de tantos pastores de allende los Alpes, fue la implantación del idioma francés en los cultos. Ya un centenar de años antes, seguidamente a su adhesión a la Reforma y a la publicación de la Biblia de Olivetán, los Valdenses se habían vuelto un pueblo bilingüe, empleando simultáneamente el italiano y el francés ; luego, por la gradual substitución de sus propios pastores a los extranjeros, el italiano se había impuesto así en los cultos como en los sínodos, hasta el de 1629, cuyos actos habían sido redactados todavía en idioma italiano. Cerca de doscientos años, prevaleció el idioma francés, hasta que, a mediados del siglo XIX, el italiano volvió a ser el idioma oficial de la Iglesia Valdense.

XVI

CONTROVERSIAS E INJUSTICIAS
LA CONGREGACION
"DE PROPAGANDA FIDE". (1630-1655).

Al duque Carlos Manuel 1º, fallecido en 1630, sucedió su ¡hijo Víctor Amadeo 1.°, quien, para resistir a la arrogancia española tuvo que resignarse a sufrir la arrogancia francesa. A Francia cedió, después de la paz de Cherasco (1(31), Pinerolo y el Valle de Perosa ; y del rey de Francia, Luis XIII, obtuvo, en matrimonio, su hermana María Cristina. Pero, en 1637, moría, dejando dos niños de tierna edad; por lo que la viuda, duquesa Cristina, asumió la regencia del Estado y la retuvo oficialmente hasta que Carlos Manuel II.°, fue declarado mayor de edad a los 14 años (1648) ; pero, en realidad, Madama Real, como se acostumbraba llamarla, continuó gobernando hasta su muerte (1663). Ahora bien, durante los tiempos de Víctor Amadeo I.° y de la regencia de María Cristina, los Valdenses se vieron cada vez más amenazados en sus libertades, ya muy limitadas. Y en todo este período, que va del año tristemente famoso de la peste al no menos tristemente famoso .de las Pascuas piamontesas, se nos presenta, ante todo, una serie de interminables controversias y odiosas injusticias (1630-1650), y, a continuación, la obra ruin e inicua de la recién creada "Congregación de propaganda fide", la que terminará por organizar la matanza (1650-1654).

1 - Controversias e injusticias.

Los Valdenses no podían esperar mucha liberalidad por parte del duque Víctor Amedeo 1º, quien desde príncipe heredero, había protegido, si no abiertamente instigado, las hazañas del senador Barberi, como recordarán los lectores. En efecto, no dejó le ordenar una especie de encuesta sobre la eterna cuestión de los límites dentro los que debían permanecer encerrados los Valdenses, y de proteger a los frailes que, llevados en hombros por las campesinas, habían vuelto a intrigar más atenaces que antes.

En aquellos veinte años tomó desarrollo sin precedentes la controversia escrita, produciéndose, de ambas partes, notables publicaciones.

Entre los jesuitas se perfila, como figura principal, su prior Marcos Aurelio Rorengo, de Luserna. Este comenzó, en 1632, a publicar, a invitación del Duque, una "Breve narrazione dell introduzione degli eretici nelle valli del Piemonte", llena de calumnias contra los Valdenses. A refutar este escrito fue designado el pastor Valerio Grosso, pero los comisarios ducales, que acababan de llegar a Torre para terminar la encuesta, disuadieron a los Valdenses, rogándoles no dieran importancia a la relación del prior de Luserna. La respuesta valdense quedó por consiguiente inédita.

Rorengo entonces, en colaboración con el fraile T. Belvedere, imprimió las "Lettere apologetiche", a las que respondió victoriosamente Pedro Gilles en sus "Considerazioni sopra le lettere apologetiche". El pastor de Torre había llegado a los 65 años, después de un ministerio fiel, durante el cual había prodigado sus fuerzas ; no obstante. dio principio, precisamente entonces, a su notable actividad literaria, que prosiguió durante diez años más. Respondió a la "Torre contra Damasco" y a la "Lucerna della Christiana Veritá" de Belvedere y Rorengo, con "La Torre evangélica", tratado la polémica de 48 capítulos, al que los frailes de Luserna creyeron bien no replicar. Gilles escribió, en 1637, un último libro de controversia : "Refutazione della relazione al Consiglio di propaganda fide", de Belvedere; y luego, en 1644, publicó en Ginebra "I Salmi di Davide tradotti in rime", y, por fin, poco antes de morir, su obra principal: la Historia de los Valdenses [61].

Entre las injusticias y las odiosas medidas que tuvieron que sufrir los Valdenses en aquellos tiempos, baste recordar la de que fue víctima principal el pastor Antonio Leger.

Este, como hemos visto ya, había pasado algunos años en Constantinopla corno capellán de la embajada holandesa y había tenido relaciones con el célebre patriarca Cirilo Lucaris. Llamado por Gilles al terminar la peste, en 1637 pudo volver a los Valles. Había nacido en 1594, en Villaseca, donde también habla sido pastor. para dirigir la iglesia de San Juan, y aceptar el cargo de moderador. ¿ Cómo podía el prior de Luserna resistir a la tentación de hacerle algún daño? No titubeó en obrar del modo más indigno y jesuítico, denunciándolo como rebelde y conspirador contra la Regente y el joven duque, y como partidario de sus .dos cuñados, Tomás y Mauricio, que se habían sublevado para apoderarse del trono. La verdad era, en cambio, que los Valdenses en una solemne asamblea, en San Juan, presidida por el moderador Antonio Leger, habían decidido declararse en favor de la Regencia, a pesar de que algunos de los señores de Luserna le fuesen contrarios. Pero María Cristina creyó al fanático Rorengo y recompensó la rectitud y lealtad de Antonio Leger, citándolo a Turín y condenándolo luego a muerte por contumacia. Por lo cual, en 1641, se vio obligado a huir a Ginebra, donde fue nombrado profesor de griego en aquella Academia.

2 - La obra de la Congregación "De Propaganda fide".

Esta recrudescencia de celo en la persecución, que se hacía cada vez más alarmante, debe conectarse con la "Congregación para la propagación de la fe", fundada en Roma, el 21 de Junio de 1622, por el papa jesuita Gregorio XV. Esa sociedad dio un poderoso impulso, misionero entre los paganos, de reacción contra los disidentes ; para la segunda parte de su programa era natural que se sirviese a menudo de la Inquisición. En 1650, añadiendo a su nombre "y para la extirpación de los herejes"[62], estableció en Turín una importante agencia, compuesta por un doble consejo, uno de hombres y otro de señoras : el primero presidido por el arzobispo, el segundo pos la marquesa de Pianezza.

Bien se comprende que los primeros en enrolarse en tal organización fueron los enemigos más encarnizados de los Valdenses, entre ellos el prior Rorengo, el conde Cristóbal de Luserna, el delegado Andrés Gastaldo, y, no menos entusiasta, el marqués de Pianezza, de quien se dice que su esposa, al morir, dejó donaciones especiales destinadas para la conversión de los Valdenses; conversión a filo de espada, se entiende.

La "Sociedad de Propaganda" se puso inmediatamente a la obra; se trataba de crear ocasiones que justificasen las represiones violentas, y para esto los frailes se hicieron más arrogantes que nunca y los jesuitas esparcieron, entre los Valdenses, sus agentes para provocarlos y excitarlos.

Dos episodios particularmente típicos merecen ser recordados. El primero fue el incendio del convento del Villar. En Marzo de 1653, algunos habitantes de esa localidad, engañados pérfidamente por un emisario de Pianezza que había fingido haberse convertido, decidieron echar a los frailes. El pastor Manget advertido por su esposa, la que, según parece, participaba en el complot, creyó oportuno referir el asunto en un coloquio de pastores, donde el proyecto temerario fue enérgicamente desaprobado. Pero antes que Manget estuviese de vuelta, un espía anunció falsamente a los conjurados que los pastores estaban de acuerdo con ellos, por lo que, sin más, metieron fuego al convento. Los frailes no corrieron ningún peligro porque, advertidos por el mismo espía, ya se habían puesto en salvo, pero la noticia fue expresamente exagerada, al punto que el Consejo de Propaganda ostentó ver en ello un grave provocación.

Juntó seiscientos soldados que, bajo las órdenes del conde Tedesco, se trasladaron al Villar; y, quien sabe lo que habría sucedido, si un fuerte chaparrón y la firme actitud de los pobladores del Villar, no los hubiesen obligado a detenerse. Entretanto, el moderador Juan Leger intervino eficazmente, consiguiendo arreglar el asunto; el Duque prometió perdón, exigiendo la expulsión de los esposos Manget y que se les diese otra casa a los frailes. Y así fue hecho.

Otro episodio, tan elocuente como el mencionado, sucedió en Enero de 1654, originado por la presencia de un regimiento francés. La Duquesa Cristina había autorizado a esas tropas para invernar en Val Luserna, pero, al mismo tiempo, sus emisarios esparcieron entre los Valdenses la voz que cualquiera de ellos que las acogiese sería considerado por el Duque como rebelde. Por esto, cuando el mariscal de Grance y llegó con su regimienta a Torre, encontró el pueblo en armas, y se habría producido una lucha sangrienta, si Juan Leger, presentándose valientemente al oficial francés, no lo hubiese puesto al tanto del equívoco, fruto de las maniobras jesuíticas de "La Propaganda". Fue pedida una orden escrita y firmada por la Duquesa, autorizando a las tropas a alojarse en el Valle, y apenas esta orden les fue exhibida, los Valdenses depusieron toda resistencia.

Al terminar este capítulo, advertimos que Juan Leger, cuya sagacidad y autoridad ya comenzaron a afirmarse en los dos episodios narrados y que fue luego el historiador de todo este sangriento período, era sobrino de Antonio Leger. Nacido en Villaseca (Val San Martín) en 1E15, había estudiado en Ginebra, pastor en Prali, desde 1639 a 1643, fue llamado a suceder a su tío en la dirección de la Iglesia de San Juan. Sus excepcionales dotes le valieron, cuando aun era joven, el encargo de escribir la continuación de la Historia de Gilles, y la confianza de sus colegas lo llevó al puesto de moderador.

XVII
LA GRAN PERSECUCION DE 1655

El año 1655 recordaba el primer centenario de la institución del culto público en los Valles; hubiera podido ser un año de grata conmemoración, pero debía, en cambio, señalar una fecha entre las más lúgubres que la historia valdense registre.

La "Sociedad de Propaganda" parecía renunciar. ya a sus artes tortuosas para acudir abiertamente a la violencia. En el corazón del rígido invierno, el 25 de Enero, el comisario ducal Andrés Gastaldo intimó a todos los Valdenses residentes en el territorio de San Juan y en la llanura a abjurar o bien retirarse, en el término de tres días, a las montañas cubiertas de nieve, dentro de los límites fijados por el tratado de Cavour para la predicación pública. A tal intimación, inicua y cruel, los Valdenses en masa respondieron refugiándose en Rorá, Bobbio y en el Valle de Angroña, dejando sus casas en manos de los saqueadores ; ni uno pensó en renegar su fe.

Durante un par de meses presentaron, repetidas veces, por escrito, sus respetuosos reclamos al Duque y a Madama Cristina; pero siempre en vano. Entonces se decidieron a enviar una diputación. Llegados a Turín, los diputados fueron entretenidos allí por algún tiempo con fingidas promesas y con toda clase de pretextos, hasta que les fue fijada una audiencia., con el ministro del Duque, marqués de Pianezza, para el 17 de Abril. ¡Pérfido engaño ! Ese mismo ,día, Pianezza invadía el Valle de Luserna y ocupaba Torre con una vanguardia de unos 700 hombres, que a sus espaldas tenían un cuerpo de expedición no menor de 15.000 soldados piamonteses, bávaros, irlandeses y franceses.

1 - Las Pascuas Piamontesas.

Bajo este nombre son conocidos los horrores que siguieron.

El 18 de Abril era Domingo de Ramos; la soldadesca de Pianezza saludó la Semana Santa con el grito : ¡ Viva la Santa Iglesia Romana ! Guay de los Barbetos ! Habiéndose armado precipitadamente los Valdenses, bajo la dirección del capitán Bartolomé Jahier, rechazaron, en varias escaramuzas, los primeros asaltos; pero Pianezza tenía sus planes y no entendía combatir de ese modo. El miércoles, en efecto, convocaba en Torre algunos de los principales Valdenses que bien pronto se dejaron persuadir, no obstante el parecer contrario y las sabias advertencias de Juan Leger, en alojar en sus casas las tropas ducales, por algunos días. ¡ Pobres ingenuos montañeses, siempre tan fáciles en creer en la buena fe de sus despiadados perseguidores !

Los soldados se esparcieron, pues, en las aldeas circunvecinas, hasta Bobbio y Angroña, albergándose junto a las familias, que, temblorosas, los recibieron bajo sus techos, pero algo tranquilizadas por las declaraciones del marqués de Pianezza, quien prometía solemnemente que, en recompensa de tan evidentes pruebas de confianza y devoción al Duque, la vida y propiedad de todos serían escrupulosamente respetadas.

Más ¡ que despertar espantoso fue el del 24 de Abril !

Era la víspera de Pascua. Poco antes que aclarase el alba, una gran fogata encendida sobre las ruinas del fuerte de Torre, dio la señal convenida para el horrendo estrago que con justicia fue llamado "La San Bartolomé Valdense". ¿Cómo describir los detalles de aquella matanza en la que la más monstruosa ferocidad tuvo libre desahogo? Nos los dan las narraciones de Juan Leger y de Samuel Moriland, las que fueron naturalmente tachadas de exageración por los interesados en atenuar la gravedad de dos actos criminales, pero que están confirmadas por numerosísimos testimonios, de fuente no valdense.

Desgraciadamente la rigurosa exactitud de aquellos hechos no puede ser honestamente refutada; pertenecen a la historia, que no se puede borrar: hombres inermes mutilados, despellejados, descuartizados; enfermos y ancianos duramente martirizados; criaturas arrancadas de los brazos maternos y estrelladas contra las rocas; jovencitas y mujeres ultrajadas y luego despeñadas en los precipicios, cuando no decapitadas o ahorcadas a lo largo del camino o enterradas vivas... La pluma se le caería de la mano al que quisiera describir o tan sólo recordar minuciosamente estas escenas de barbarie, a las que no es posible pensar sin estremecerse de horror y sin sentirse invadido por un profundo sentimiento de indignación y de humillación a la vez : ¡ es muy cierto que la ferocidad de las fieras no iguala a la del hombre, que es capaz de infamias que lo degradan aun ante los brutos!

Las pobres víctimas de aquellas crueldades espantosas sumaron, en los primeros días, más de un millar de muertos en el valle de Luserna; no contamos todos aquellos que, echados en las cárceles, perecieron allí tras prolongada agonía, ni los ,que cayeron en los varios combates sucesivos. Es superfluo agregar que a la matanza de la población acompañaban el saqueo e incendio de las casas, la devastación de toda propiedad, la destrucción de los lugares de culto. Los niños, escapados a la matanza, eran raptados y distribuidos, por todo el Piamonte, entre las familias que debían educarlos en la religión de aquellos que los habían hecho huérfanos.

2 - Juan Leger; Josué Janavel; Bartolomé Jahier.

La historia de los trágicos acontecimientos, que se desarrollaron entre los estragos de las Pascuas y la cesación de las hostilidades en Agosto, está estrechamente ligada con la gesta maravillosa de tres héroes, a quienes se debe que el pueblo valdense no haya sido enteramente destruido.

El moderador Juan Leger había podido retirarse a tiempo, con los fugitivos del Valle de Angroña, a la ribera izquierda del Clusón, o sea en tierra de Francia. El 28 de Abril, con pronta y felicísima resolución, partió apresuradamente rumbo a París para denunciar a Europa entera las infamias que se estaban cometiendo contra el reducido pueblo valdense; y en efecto, apenas llegado a París, el 1.° de Mayo, Leger lanza un manifiesto a las naciones protestantes, suscitando inmediatamente una potente oleada de indignación contra los asesinos y al mismo tiempo manifestaciones de generosa solidaridad para con las víctimas. En Inglaterra, Oliverio Cromwell ordenó un ayuno nacional, abrió una suscripción pública, incitó a los gobiernos protestantes a interponerse; secretario particular de Cronwell era el gran poeta Milton, quien compuso un soneto que fue famoso y que tuvo bien pronto una gran difusión produciendo una sensación extraordinaria.

Comienza así:

¡ Venga a tus Santos, Señor, cuyos huesos blanquean fríos en la alpina cuesta, y que pura guardaron tu fe selecta!

Suiza había proclamado también un ayuno federal y lanzado un llamado en favor de los Valdenses. Hasta los príncipes católicos, como Luis XIV, sintieron vergüenza por aquellas Pascuas de sangre, tanto que el cardenal Mazarino, no obstante las sugestiones de Madama Cristina, no prohibió a los perseguidos refugiarse en Francia.

Fácil es imaginar la confusión y la irritación que, frente a esa actitud, debió probar el gobierno ducal. Como era de esperarse, se descargó inmediatamente contra el moderador Leger, tentando desmentir sus denuncias y acusándolo de haber exagerado los hechos y ¡casi casi, de haberlos inventado llanamente ! Poco faltó para que los apologistas católicos no transformasen el estrago en un mito ! Pero Leger había tenido la precaución de recoger deposiciones de testigos oculares, debidamente legalizadas, y, por tanto, toda insinuación calumniosa contra la substancia de sus narraciones, no podía y no puede sostenerse[63].

Desde el mes de Mayo la cabeza del moderador J. Leger fue puesta a precio, tasada en quinientos ducados. Por esto se veía obligado a permanecer en el extranjero, donde, sin embargo, continuaba cumpliendo una obra eficacísima en favor de sus míseros correligionarios.

En los Valles, entre tanto, la resistencia heroica estaba dirigida y casi personificada en una magnífica figura de caudillo : Josué Janavel, el león de Rorá.

La pequeña comuna de Rorá, que no había albergado a los soldados ducales, había escapado a los estragos del 24 de Abril; pero Pianezza no la había olvidado y quiso a toda costa apoderarse de ella. Con ese fin se vio obligado, durante cinco días consecutivos a lanzar al asalto sus tropas, siempre más numerosas, pero siempre rechazadas por un puñado de montañeses capitaneados por Janavel. Estaba, éste, entonces, en la plenitud de sus 38 años; hombre de piedad sencilla y franca, poseía en grado excepcional esa percepción segura, esa viril y rápida energía que forman las dotes esenciales de los grandes capitanes, al punto que, después de haber ejercido un ascendiente extraordinario y gozado de una grandísima autoridad entre sus contemporáneos, llegó a ser, en los siglos sucesivos, héroe legendario. En aquellas jornadas épicas, en las alturas de Rorá, renovó las hazañas de un Gedeón del antiguo Israel: diez y siete hombres agrupados en torno suyo y electrizados por su ejemplo, sintieran multiplicarse prodigiosamente sus fuerzas, tanto que, combatiendo desesperadamente con hábil táctica y audaces estratagemas, ocultando al enemigo su reducido número, consiguieron repeler, con graves pérdidas, regimientos enteros que, por diversos senderos subían el pequeño valle de Rorá.  ¡ A misa dentro de veinte y cuatro horas, o sino la muerte!, intimaba Pianezza, enfurecido por la obstinada resistencia.-" ¡Mil veces preferible la muerte, antes que la misa !", les respondían con altivez. Por fin el marqués reunió todas las tropas de que podía disponer : no menos de diez mil armados, y el 4 de Mayo, asaltó a Rorá por tres puntos a la vez. Mientras Janavel rechaza a una de las tres columnas, las otras dos alcanzan la localidad Rumer, donde estaba refugiada la población que no combatía, y allí hacen una terrible carnicería de mujeres, ancianos y niños. Más de doscientas personas perecieron así bárbaramente destrozadas, y otras fueron heridas y llevadas prisioneras, entre ellas la esposa y tres hijas de Janavel. De esta preciosa captura el marqués de Pianezza no dejó de sacar provecho, prometiendo al valiente capitán protección y riquezas si abjuraba, amenazándole, en caso contrario, con quemar viva su esposa y sus hijas y poner su cabeza a precio. Pero Janavel que era creyente pío, además de valiente capitán: "No hay tormento suficientemente atroz - respondió - ni muerte bastante cruel, que yo no prefiera antes que ser perjuro a mi religión, y todas las promesas y amenazas del Marqués no harán más que aumentar y fortificar mi fe. ¡ Si el Marqués hiciese pasar por las llamas a mis queridos deudos, no podrá hacer más que destruir su cuerpo; sus almas yo las encomiendo a Dios, como así también la mía, si por desgracia cayese un día entre las manos del Marqués !"

No le quedaba más que un hijito de ocho años; lo tomó consigo y lo llevó a Francia, en Val Queyras, acompañado por unos pocos fugitivos.

Pero, de ahí a pocas semanas, helo de vuelta en los Valles para correr en ayuda de otro valeroso capitán, Bartolomé Jahier, de Pramol, quien, por su parte e independientemente, había estado organizando la revancha con gran éxito en la vertiente derecha de los Valles de Perosa y San Martín, y en Valle ,de Angroña. Había conseguido reunir cerca de 500 hombres, dispuestos a barrer del Valle de Luserna a las tropas ducales, irlandeses y piamonteses en su mayor parte, que continuaban devastándolo. Jahier y Janavel, unidos, guiando un millar de valientes, reforzados de continuo por nuevos contingentes venidos de Queyrás y Pragelato, emprendieron una. violenta ofensiva, causando repetidas derrotas a los soldados de Pianezza, hasta que, el 15 de Junio, durante un furioso combate, cerca de Verné de Angroña, Janavel cayó gravemente herido. Transportado en una parihuela a Pinasca, en territorio francés, estuvo por algunos días entre la vida y la muerte; finalmente su robusta fibra triunfó. Pero, desgraciadamente, otra desventura, y ésta irreparable, cayó sobre los Valdenses la noche misma que siguió al combate del Verné; el audaz capitán Jahier, más temerario que avizor, olvidando el consejo expreso de Janavel de dar reposo a las cansadas tropas, no pudo resistir a la tentación de bajar a la llanura para sorprender al enemigo que allí se había retirado; un traidor lo atrajo a una emboscada, cerca de Osasco, donde, aplastado por el número de enemigos, cayó acribillado a balazos, combatiendo desesperadamente al frente de un puñado de héroes.

A consecuencia de la grave herida de Janavel y la muerte de Jahier, los Valdenses se encontraron, pues, privados de sus dos grandes capitanes. La situación se había vuelto asaz crítica. ¿ Qué debían hacer? No les quedaba sino retirarse a las alturas de la Vachera y estarse allí a la defensiva, esperando refuerzos. Y así lo hicieron.

Entre tanto, el moderador Juan Leger, agitando en el extranjero la opinión pública, por doquiera, apuraba la hora de la liberación. Mientras el papa Alejandro VII, felicitaba a la corte de Saboya por haber sabido exterminar tan gran número de herejes, todos los Estados europeos, y principalmente Suiza, Inglaterra y los Países Bajos, no titubearon en dirigir al duque Carlos Manuel II enérgicas reprobaciones por medio de cartas y embajadores: Suiza mandó a Turín, Gabriel Wyss, a perorar la causa de los Valdenses y Cromwell, por su parte, mandó a Samuel Morland, quien hizo obra eficacísima en favor de los perseguidos y publicó más tarde una narración de todos estos acontecimientos. Holanda se había unido a Inglaterra y a Suiza para enviar abundantes socorros financieros, y de Francia algunos hugonotes, oficiales y saldados, se disponían a ofrecerles su sangre en defensa de los santos principios conculcados de un modo tan atroz en los Valles; y no pocos habían cruzado ya la frontera. De modo que cuando, en el mes de Julio, Juan Leger - no obstante el precio fijado a su persona y una condena de muerte emanada contra él a raíz de una infame calumnia[64] - volvió al Valle de Angroña, pudo reanimar vivamente a los defensores. Lo acompañaban algunos oficiales, entre ellos él coronel Andrión. Este llegaba justamente a tiempo para dirigir, el 12 de Julio, la batalla del Casteleto dé la Vachera y el vigoroso contraataque que desbandó enteramente las tropas del general Maroles; viendo volver a los derrotados, el alcalde de Luserna no pudo contenerse y exclamó: "En otro tiempo, los lobos se comían a los barbetos ; ahora parece que los barbetos se comen a los lobos!"

Llegó también de Francia el general Descambies y se siguieron otros encuentros, y, por fin, un asalto a Torre, que por poco no fue reconquistada. Otras empresas se estaban preparando, cuando el Duque, debido a la presión que los embajadores suizos y Morland y hasta Luis XIV habían ejercido sobre él, se decidió a entablar negociaciones de paz.

3 - Las patentes de gracia.

Las negociaciones iniciadas en Pinerolo, a principios de Agosto, se prosiguieron en presencia de los embajadores suizos (el Duque no había querido esperar la llegada de los de Inglaterra y Países Bajos) durante un par de semanas. Actuaba de intermediario Servient, embajador de Luis XIV, y finalmente, el 18 de Agosto, fue firmado el tratado de paz, al que el Duque quiso dar el nombre de "Patentes de Gracia". En ellas se comenzaba por declarar que por haber tomado las armas contra su Soberano, los Valdenses merecían ser castigados ; pero que el Duque queriendo hacer notorio al mundo la ternura con que ama a sus pueblos, les hacía gracia y establecía : a) amnistía general; anulación, pues, de los decretos contra Leger, Janavel y otros capitanes. b) Permiso a los que habían abjurado en los últimos tiempos para volver a la fe de sus abuelos (se trataba de unos 40 desgraciados prisioneros a quienes había sido impuesta la abjuración en el Duomo de Turín). c) Permiso para habitar en la comuna de San Juan, pero sin celebrar en esa el culto público. d) Obligación de vender las propiedades de la ribera derecha ,del Pellice, de Luserna abajo, y prohibición de habitar allí. e) La celebración de la misa establecida en todas partes, sin obligación para los Valdenses de asistir a ella; f) Intercambio de prisioneros y restitución de los niños, que fuesen reclamados.

En base a esta última cláusula, fueron libertadas la esposa y las hijas de Janavel. En cuanto a los niños, ¿quién no Vd. que se prestaba a doble interpretación? ¿ Qué esperanza había de que fuesen recuperados tantos huérfanos raptados, dispersos y ocultados?

Por lo demás, como veremos, este tratado no debía ser cumplido.

XVIII
NUEVAS PERSECUCIONES Y GUERRILLAS. BREVES AÑOS DE RELATIVA
PAZ. (16551685)

Las así llamadas "Patentes de gracia" no aseguraron la paz a los Valdenses ; ante todo, porque ellas fueron repetidamente y en distintas formas violadas por las autoridades ducales.

Se comenzó, en efecto, por reconstruir - contrariamente a las estipulaciones - el Fuerte de Torre, sobre las ruinas del antiguo Castillo, y a restablecer una guarnición que no tardó en cometer de nuevo toda clase de vejámenes y de rapiñas, Luego, fueron condenados al destierro todos los pastores que no eran nativos de los Valles. Por otra parte, so pretexto de aplicar ciertas cláusulas del Tratado de Pinerolo, se cometieron atentados odiosos contra las propiedades y los jefes de familia, quienes eran citados a Turín y, si no comparecían, eran sin más condenados a muerte. Tal fue el caso de Janavel.

Pero especialmente Juan Leger fue objeto de la saña de sus implacables adversarios : se trató de fomentar discordias entre los mismos Valdenses, a propósito de los subsidios que las Iglesias Evangélicas del Extranjero habían generosamente recogido, y se recurrió al arma pérfida de la calumnia, insinuando que Leger no había distribuido todas las sumas recibidas. Este, naturalmente, no quiso permanecer un instante bajo el peso de semejante acusación; solicitó una encuesta y las cuentas, examinadas por una comisión nombrada por el Sínodo del Delfinado, fueron encontradas perfectamente justas.

Entonces, se pensó en atacar al Moderador abiertamente y sobre otro terreno. Como hemos dicho, uno de los artículos del tratado de Pinerolo prohibía el ejercicio del culto público en el territorio de San Juan; ahora bien, Léger, que se había establecido en esta parroquia, estaba cumpliendo allí verdadera obra de pastor, si no con predicaciones en un verdadero templo, con la enseñanza del catecismo en las escuelas v reuniones religiosas en un salón destinado al efecto. Informado de esto, el delegado Gastaldo renovó, en 1657, la prohibición de toda reunión en San Juan, pero sin resultado alguno. Intervino entonces la Corte de Turín, citando repetidas veces a Leger a que compareciese, junto con los miembros del Consistorio de la Iglesia de San Juan, bajo pena de destierro y confiscación de los bienes. Presentarse a Turín en semejantes condiciones no era nada prudente : ¿por qué no permitirle la defensa en Luserna como él lo pedía? Una instancia de sus colegas a Carlos Manuel no hizo más que irritar, aún más, a las Autoridades ducales, tanto que, el 12 de Enero de 1661, el Senado condenó por contumacia, a muerte a Leger, y a los miembros de su Consistorio a diez años de galeras. Habiéndose sustraído por algunos meses a los efectos de esta sentencia, en Diciembre de ese mismo año, el Moderador fue una vez más citado con la imputación de haber alimentado en el extranjero odio contra el Duque de Saboya, haciéndose culpable del delito de lesa majestad; fue reiterada la sentencia que lo condenaba a ser públicamente estrangulado y expuesta su cabeza sobre las ruinas de su propia casa. Y la columna fue alzada, pero sin la cabeza de Leger, quien había comprendido que ya era tiempo de ponerse en salvo. Obligado a abandonar su patria refugiase primeramente en Suiza, pasando luego a Holanda, donde en 1663, fue electo pastor en Leiden.

En este mismo año, recomenzaron en los Valles, más violentas que nunca, las guerrillas provocadas por las prepotencias del nuevo gobernador de Torre, conde Bartolomé de Bañolo, sobrino del conde Mario que había sucumbido durante un asalto a Rorá, en 1665. Este Castrocaro redivivo, no pensaba más que en atormentar y despojar a los pacíficos habitantes del valle y sus prepotencias alcanzaron a tanto, que aquéllos abandonaron sus casas para buscar refugio en los montes. Janavel, ya condenado a muerte, reunió un grupo de audaces compañeros suyos, llamados "los bandidos", y, por más de un año, supo tener en jaque a las tropas ducales, mandadas por el marqués Fleury, en una serie de escaramuzas, en las que continuó desplegando su hábil y audaz estrategia : finalmente, el 14 de Febrero de 1664, fue firmado otro tratado de paz, conocido con el nombre de "Patentes de Turín", que  puso término a las persecuciones de Bañolo.

Desgraciadamente, mientras se desarrollaban las negociaciones en Turín, los Valdenses no tenían más sostenedores que los embajadores suizos (en Inglaterra había muerto Cromwell y reinaban los Estuardos), y por tanto las condiciones del tratado no les fueron muy favorables; quedó prohibido absolutamente el culto en San Juan, y, de la amnistía general, fueron excluidos, además del moderador Leger, Josué Janavel y veinte y seis de sus fieles compañeros, los que tuvieron que emigrar a la hospitalaria Suiza.

Un par de años más tarde, el inicuo gobernador de Torre, conde de Bañolo, pagó en el patíbulo la cuenta de sus muchos deditos.

En cuanto a Juan Leger, no volvió a ver más a su patria; conoció en Holanda días dolorosos por desgracias de familia, pero, en general, sus últimos años transcurrieron en la paz de una labor intensa, gozando del afecto con que lo rodearon su segunda esposa y sus hijos. Lejos de olvidar a sus hermanos que habían quedado en los Valles nativos, no se cansó de perorar su causa hasta el último momento. En 1669, dio a la imprenta su célebre "Historia general de las Iglesias Valdenses", en la que, la parte que se refiere a los acontecimientos contemporáneos, es utilísima y verdaderamente preciosa. Y, en la primavera del año siguiente, contando sólo 55 años de edad, moría en Leiden, lejos de su pueblo, al que había rendido servicios admirables, según sus múltiples dones de pastor, administrador, diplomático y escritor.

Después de 1664, hubo en los Valles unos veinte años de relativa tranquilidad; y, en verdad, en cuanto a persecuciones, los Valdenses no conocieron sino las promovidas contra ellos por la pluma de algunos polemistas, como el fraile Faverot y el pastor apóstata Mateo Danna; las que supieron rebatir con la energía necesaria.

Quizás ese breve período de calma se debió en parte al hecho que, en 1663, había muerto María Cristina, por cierto no llorada por los Valdenses; en 1675 la siguió a la tumba el duque Carlos Manuel II. quien dejó a su hijo Víctor Amadeo II, a la edad de doce años.

La regencia se prolongó hasta 1683, bajo la madre del duque heredero, Juana de Nemours.

XIX
EL DESTIERRO (16861687)

Durante el siglo XVII los vientos de la reacción católica contra el protestantismo habían soplado de cuando en cuando en Francia, en ráfagas siempre más fuertes y amenazadoras, hasta que, en 1685, se desencadenó aquel terrible huracán devastador del que el pueblo francés salió empobrecido por la pérdida de tantos preciosísimos valores intelectuales y morales. El 18 de Octubre Luis XIV emanó el decreto fatal revocando el Edicto de Nantes que Enrique IV, en 1598, había declarado perpetuo e irrevocable. Fue un golpe terrible para la religión reformada. En todo el reino de Francia el culto evangélico quedaba rigurosamente prohibido; uno a uno fueron clausurados los templos y luego demolidos, y comenzaron las odiosas violencias conocidas con el nombre de "dragonadas"; por centenares de miles los hugonotes, que lograban escapar a la muerte y a las galeras pasaban las fronteras para profesar libremente su fe en tierra extranjera.

Sucedió así que, como efecto inmediato de la ejecución del decreto, ya antes de fines de 1685, no había más Iglesias Valdenses en los valles pertenecientes a Francia, esto es, en el Delfinado, Pragelato y Perosa. Solamente del Val Pragelato no menos de dos mil valdenses con tres pastores emigraron a Suiza, y fueron a constituir el primer núcleo de colonias en Alemania, como veremos más adelante. Pero muchos y muchos prófugos, aun de las lejanas provincias de Francia meridional, afluían a los valles del Piamonte. Esto no pedía agradarle mucho a Luis XIV, quien, repetidamente, invitó al Duque de Saboya, no solamente a no admitir en sus Estados a ningún protestante francés, sino, llanamente, a "aprovechar una oportunidad tan feliz para reconducir a sus súbditos a nuestra religión"[65].

Duque de Saboya era Víctor Amadeo II, muy joven, casado con Ana de Orleáns, sobrina del Rey. A la presión que sobre él ejercía su imperioso tío y poderoso monarca, el Duque trató de resistir algunos meses, mostrándose indeciso, por no decir refractario. "Mis predecesores se empeñaron repetidas veces en reprimir a los Valdenses, cosechando graves desórdenes." Pero Luis replicaba tenaz, y, a las exhortaciones, terminó por agregar veladas amenazas : que tomara una resolución, si apreciaba su amistad y si no quería que las milicias francesas marchasen por sí mismas contra los Valdenses, anexando luego los Valles al reino de Francia, por derecho de conquista.

Entonces Víctor Amadeo II bajó la cabeza ante las amenazas de Luis XIV, como éste había obedecido a las sugestiones de confesores y cortesanos fanáticos.

1 - El Edicto de Víctor Amadeo II.

El Duque, pues, cedió a las instancias de su prepotente vecino, y el 31 de Enero de 1686, lanzó un edicto, modelado sobre el de la Revocación. Por él se abolían los privilegios asegurados en los tratados anteriores; debían cesar las reuniones, destruirse los templos; los pastores y maestros, salir de los Estados o ingresar en la Iglesia Romana, en el término de quince días, si deseaban salvar la vida. A los demás, se les intimaba la abjuración sin discusión ni demora, so pena del destierro y confiscación de los bienes ; entretanto, entregarían sus niños al cura para ser bautizados, penándose a las madres con la flagelación pública y las galeras para los padres.

Aterrorizados por ese edicto atroz, los Valdenses tentaron enviar a Turín una diputación, pero ni el Duque ni sus ministros la quisieron recibir. La noticia conmovió la Europa protestante entera, y también esta vez los Cantones Suizos decidieron enviar inmediatamente a Turín algunos delegados, para que intercediesen ante el joven Duque en favor de los míseros, tan gravemente amenazados. Holanda estaba en guerra con Francia, y no podía, por tanto, intervenir; en cuanto a Inglaterra, reinaba entonces allí el rey católico Jacobo II

Los representantes suizos llegaron en Marzo y lograron conferenciar con Víctor Amadeo, encontrándolo poco dispuesto a atenderlos, y aún menos a tratar el asunto; cuando lo trató, fue para decir que el dado estaba ya. echado. "¿ Qué queréis? - exclamaba, lavándose las manos-; las ruedas grandes son las que hacen mover a las pequeñas ! Habiendo obtenido la autorización, los embajadores suizos partieron para los Valles, y, demostrando a los Valdenses que la situación era cada vez más crítica, les aconsejaron con insistencia que abandonasen, sin más dilación, la tierra nativa y emigrasen a Suiza.

Pasaron semanas de dolorosísima incertidumbre, durante las que tuvieron lugar varias asambleas generales : en Odins (aldea de Angroña, luego en el templo del Chabás y al fin en Serre de Angroña. Ante la cruel alternativa del destierro o de la guerra, se comprende que los Valdenses titubeasen un tanto. La mayoría parecía resignarse a la emigración, pero en Angroña, Bobbio, San Juan y una parte de Torre, prevalecía la tendencia a resistir ¡hasta la muerte; por lo que el acuerdo no pudo realizarse. En tanto, el Duque de Saboya hizo saber que no quería tratar con súbditos armados : primeramente, depusiesen las armas, luego pidiesen como gracia la libertad para expatriarse. Esta medida no hizo más que excitar los ánimos, reforzando el partido de la resistencia; y cuando, el 9 de Abril, salió un nuevo edicto a confirmar el de Enero, intimando la entrega inmediata de las armas a las autoridades y la deportación en masa de toda la población valdense, se levantó en los Valles un grito de protesta y de indignación. Aquel edicto fue juzgado no solamente bárbaro, sino insidioso-¡y los acontecimientos que siguieron lo demostraron !- por lo que fue rechazado en dos reuniones realizadas en Roccapiatta, en las que fue votada la resistencia a todo trance. Con esto terminaron las negociaciones, y en el día de Pascua, el 21 de Abril, los Valdenses celebraron solemnemente la comunión, preparándose a la extrema defensa.

Los pastores habían sido todos contrarios a la resistencia, excepto uno, que fue después el alma de la misma, y que debía llegar a ser el más grande caudillo que los Valdenses hayan jamás tenido.

Se llamaba Enrique Arnaud. Nacido en Embrún el 30 de Septiembre de 1641, de noble familia protestante, había tenido que pasar los confines, siendo aún muy joven, "por causa de religión". Radicado en Torre Pellice en 1656, estudió allí latín en los años del terror, llenos con el recuerdo del marqués de Pianezza, del heroico Janavel y del moderador Leger. Luego había pasado a Basilea y a Holanda, para los estudios superiores, y parece ser que en este último país entró en el ejército del príncipe de Orange, llegando al grado de capitán. Por último, estudió Teología en Ginebra; de allí volvió a los Valles, donde fue consagrado al ministerio pastoral en 1670 (año de la muerte de Leger), y dirigió sucesivamente las parroquias de Masel, Villar y Pinasca. Aquí le encontramos en 1685, año de la Revocación. En la hora del peligro, Arnaud está en la brecha. Tenía inclinación de soldado, atemperada un tanto por la vocación pastoral; era magnánimo, imperativo y no exento de ambición. No debemos extrañarnos, pues, que aun cuando tuviese el cargo de una familia, surgiese fieramente arrastrando al pueblo a seguir el partido de la más obstinada resistencia. Y como faltaban los medios, voló a Suiza en busca de ayuda, de consejos y de armas; en vano, sin embargo. Las instrucciones del veterano Janavel, desterrado en Ginebra, las tenía, sí ; pero, sin subsidios de hombres armados y de dinero, ¿cómo hacerlas valer? Además, por falta de unión y solidaridad, la resistencia no podía durar mucho tiempo.

Mientras tanto, el Lunes de Pascua, 22 de Abril, comenzaron las hostilidades.

2 - Guerra, Cautiverio. Los doscientos invencibles.

Los Valdenses podían contar con 2.500 combatientes en todo, pero, desgraciadamente, no ordenados bajo un único mando. El Duque Víctor Amadeo disponía de siete regimientos de infantería, además de la caballería, artillería y la soldadesca de Barge, Bañolo y Mendoví. Estaban además las milicias francesas -otros siete regimientos de infantería y mucha caballería- a las órdenes del general Catinat. Todas estas tropas fueron pasadas en revista en San Segondo, de donde partieron al asalto; las ducales -mandadas por Gabriel de Saboya, tío del Duque, y del marqués de Parella- a los Valles de Tusferna y de Angroña; y las francesas a los Valles de Perosa y de San Martín.

Arnaud se encontró entre los que se distinguieron en un primer combate en San Germán, donde Catinat fue rechazado. Pero este suceso no debía producir efecto alguno en la marcha de la desastrosa guerra: los habitantes del Valle de San Martín, faltando al pacto de unión, se habían entregado de inmediato, esperando ser tratados con demencia, en vista de su sumisión. ¡ En vano ! Fueron considerados como rebeldes, encarcelados y martirizados a la par de los demás, y su valle no escapó a la devastación. El 24 de Abril, los valdenses, que se defendían desesperadamente en Val de Angroña, cometieron el error de prestar fe a un billete firmado por el comandante de la expedición, Gabriel de Saboya, quien prometía a todos que serían tratados con clemencia si deponían las armas[66]. Apenas desarmados, esos pobres montañeses se convencieron una vez más que contra ellos era considerada legítima cualquier perfidia: fueron encadenados y arrastrados prisioneros a Luserna, mientras en las praderas de La Vadhera, donde estaban acampadas sus familias, se renovaban los horrores de 1655: desmanes, torturas, mutilaciones, violencias de todo género contra las mujeres, niños y ancianos. Al día siguiente, Catinat pasa del indefenso Valle de San Martín al de Pramol, y hace en Peumián otro destrozo de Valdenses, que, también aquí, habían depuesto las armas, confiando en sus falsas promesas.

Y así, en aquellos días terribles, mientras la población se entregaba en masa, continuaba allá en los montes, contra el puñado de renitentes, una cacería salvaje, hasta desalojarlos a todos, barriéndolos para siempre de los valles nativos. "Se trata de limpiarlos por completo- escribía la Duquesa-y no dejar un solo habitante"[67]. Como se ve, Ana de Orleáns hacía honor a su tío Luis, y hasta el Duque, en el fervor de su celo, perdía toda mesura e incitaba al general Catinat, refiriéndose a sus propios súbditos Valdenses : "Librad al país de ese escándalo[68]."

Catinat no tenía, ciertamente, necesidad de incitaciones, y superó, quizás, la expectativa de Víctor Amadeo; en efecto, de ahí a poco, después de haber "barrido" uno tras otro todos los Valles, escribía en su memoria al ministro De Louvois : "Este país está completamente desolado. No queda más nada, ni pueblo, ni ganados, porque no hay altura que no haya sido hurgada... El Duque de Saboya tiene prisioneras cerca de ocho mil personas. Lo que va a hacer de ellas, lo ignoro. Confío en que no dejaremos este país mientras la raza de los barbetos no haya sido enteramente destruida. He dado órdenes de usar un poco de crueldad... A los que arrestamos armados, si no son muertos en seguida, pasan a las manos del verdugo.[69]" Aquí, a lo menos, sabemos que "un poco de crueldad" estaba prescrita.

Los prisioneros alcanzaron pronto a no menos de doce mil; llevados primeramente a Luserna, de allí los trasladaban a Turín, Susa, Asti, Mondoví, Vercelli, etc., donde, amontonados en horribles cárceles, morían por docenas diariamente. Los pastores fueron capturados casi todos; Enrique Arnaud y otros dos, en vista de la marcha desastrosa que tomaban los acontecimientos, a causa de la defección de los de Val San Martín y de la desorganizada resistencia, se habían retirado, con la muerte en el alma, consiguiendo refugiarse en Suiza. El pastor de Prali, Leydet, descubierto en una caverna, mientras entonaba himnos, tuvo que sufrir prolongadas torturas en Luserna, y, por fin, el suplicio.

¡ Las condiciones de los míseros prisioneros eran tales, (que en pocos meses perecieron nueve mil ! Pero dejemos que el mismo general Catinat nos describa su suerte : "Están distribuidos en todas las ciudades del Piamonte y custodiados rigurosamente. Reciben pan en reducidas raciones, según la edad. Las enfermedades y las infecciones los azotan por doquiera. Morirán la mitad este verano... Duermen y comen mal ; apilados, sin orden alguno; las sanos tienen que respirar una atmósfera pestilente. Padecen de tristeza y de melancolía, y con sobrada razón, privados como están de sus bienes, inciertos sobre el fin de su cautiverio, y separados, quizás para siempre, de sus mujeres e hijos, que no han visto más y cuya suerte ignoran." [70]

A principio de Julia la guerra parecía terminada : se habían licenciado las tropas francesas, porque ya, como lo había declarado Catinat, el país estaba completamente desolado y no quedaba más nada, ni pueblo, ni ganado.

Los Valles estaban ya "purgados" y "barridos", según las elegantes expresiones ducales. Reinaba allí el silencio de los desiertos y de los cementerios; y los elogios del papa Inocencio XI habían llegado ya a Víctor Amadeo II.

Pero se engañaban todos ellos. Mientras los miles de prisioneros agonizaban en las cárceles del Piamonte y sus bienes, confiscados, se vendían en pública subasta, he aquí resurgir, inesperada y milagrosa, la resistencia. Quedaban aún Valdenses libres !

Fue algo prodigioso. Doscientos sobrevivientes, escapados aquí y allá, de un modo increíble a las más minuciosas pesquisas, escondidos en cavernas sólo por ellos conocidas, consiguieron juntarse en medio de las rocas de las montañas más altas e inaccesibles ; se alimentaban de hierbas, vivían de esperanza y de desesperación a un tiempo, una energía indomable los sostenía. De noche, en expediciones fulmíneas, bajaban a sembrar el terror entre los saboyardos y los bieleses que se habían establecida en sus tierras, y desbarataban a los soldados que el Duque se había visto obligado a juntar y mandar de nuevo a los Valles. La guerrilla se prolongó así por varios meses, hasta que Víctor Amadeo, preocupado por la perspectiva de una lucha cuya duración no podía calcular, entró en negociaciones con los doscientos héroes invencibles. Estos, aleccionados por la dura experiencia, declararon no fiarse en simples promesas ducales: pidieron y obtuvieron rehenes. Y después de una tregua de dos meses, durante la cual enviaron dos diputados a Ginebra para conocer la opinión de Janavel y de Enrique Arnaud el Duque les propuso la emigración en las condiciones y con todas las garantías que deseasen. El acuerdo fue estipulado en los siguientes términos a) Los doscientos recibirían todos los rehenes por ellos designados y los pasaportes para dirigirse a Suiza a pie libre y armados; b) Partirían en tres expediciones, con facultades para llevar con ellos a sus parientes que estuviesen entre los prisioneros; c) Apenas llegada la tercera expedición a Ginebra, todos los prisioneros valdenses serían libertados y conducidos a Suiza a expensas del gobierno ducal.

Este acuerdo fue bien pronto confirmado, el 17 de Octubre, en Lucerna, mediante un tratado del Duque con Suiza, la que prometía acoger a los Valdenses y velar para que no volviesen al Piamonte.

¡ Hay, pues, razones para creer que sin la inflexible energía de los doscientos invencibles, no se habría hablado nunca más de emigración y que, durante aquel invierno, los prisioneros habrían perecido todos en el fondo de sus cárceles ! No ya el destierro de los Valdenses había impuesto Luis XIV al Duque de Saboya, sino el exterminio; y si el exterminio total no se llevó a cabo, preciso es atribuirlo especialmente a la maravillosa resistencia de aquel puñado de héroes.

3 - Destierro.

Según los acuerdos estipulados, apenas llegada a Ginebra la tercera expedición de los doscientos, a fines de Diciembre, Víctor Manuel II, por su edicto del 3 de Enero de 1687, abrió las cárceles a los 3.000 Valdenses que habían sobrevivido a los horrores del cautiverio, y los encaminó, a través de la Saboya, hacia Ginebra. Sin embargo, no a todos los dejó partir. Nueve pastores prisioneros fueron detenidos junto con sus familias -en total, 47 personas- en varias fortalezas, en las que una buena parte perecieron; varios otros, aquí y allá, fueron "olvidados" en las cárceles ; por ejemplo, 80 en Asti, que quedaron reducidos a cinco, cuando fueron libertados, ¡tres años después !

En cuanto a los centenares y centenares de niños robados, ni se pensó en restituirlos : debían ser educados en la religión romana. Estuvo entonces de moda, en las casas patricias piamontesas, el tener un "pequeño catecúmeno", como se decía. "La gente bien los ostentaba y colocaba uno o dos detrás de las carrozas, cubiertos con un gorrito de forma particular, para que fuesen reconocidos y distinguidos.[71]" Suiza protestó contra estas violaciones al tratado de Lucerna, pero inútilmente. ¡En el camino mismo del destierro, no pocos niños fueron robados a los míseros prófugos!

Fue una vía dolorosísima[72]. Divididos en varias brigadas, arreados como majada, al través del Moncenisio y hasta la frontera ginebrina, aquellos desgraciados, consumidos por el hambre y los padecimientos, parecían espectros que salían de los sepulcros. Y se arrastraron así durante una quincena, acompañados por los insultos de la gente fanatizada, con un doble sentimiento: de alivio en dejar una patria que no les ofrecía sino cárcel o abjuración, y de desaliento infinito; se apagaba inexorablemente el último rayo de esperanza de rever los Valles nativos. Y muchos cayeron a lo largo del camino, extenuados. Especialmente entre los de la primera expedición, que efectuaron el duro viaje en pleno invierno, se contaron por centenares los que murieron helados entre las nieves del Moncenisio. Por esto, el número de los sobrevivientes no superaba en mucho a 2.500.

Pero apenas transpuesta la frontera, ¡ qué contraste ! Los habitantes de Ginebra venían al encuentro de los infelices prófugos y competían en rodear con toda clase de cuidados a los enfermos y afligidos, y en ofrecerles afectuosa hospitalidad a todos. El ejemplo de caridad cristiana de que dio prueba en aquellos días la capital moral del protestantismo fue tan sublime, que Michelet la elogia como "el mayor que nos ofrece la historia de la fraternidad humana"[73]. ¡Y pensar que Ginebra había recogido ya a miles de hugonotes que la Revocación había obligado a salir de Francia !

Cada columna que llegaba de Saboya (la primera llegó en Enero y la última en Agosto) permanecía por algunos días en Ginebra, donde recibía los primeros cuidados; luego, para hacer lugar a los otros que venían en viaje, los prófugos eran conducidos al centro de Suiza, y distribuidos entre los varios cantones protestantes (Berna, Zurich, Basilea, Schiaffusa, Neufichatel), los que no fueron menos que Ginebra en este conmovedor arranque de generosidad. Por otra parte, el Duque de Saboya había puesto para la liberación de los Valdenses la condición de que no permaneciesen cerca de los confines, sino qua¡ fuesen internados en Suiza y, posiblemente, conducidos aún más lejos. Y los Suizos sabían cumplir los pactos, aunque Víctor Amadeo, por su parte, se mostrase menos escrupuloso al respecto, reteniendo no pocos prisioneros, entre ellos los nueve pastores y todos los niños robados.

Por consiguiente, en aquel año fatal 1687, la brutal violencia había conseguido finalmente arrancar a un pequeño pueblo de su nido alpino. z Pero podía el Duque de Saboya hacerse la ilusión de arrancar también del corazón de los desterrados el amor al terruño de sus padres? ¿ Podían los leales Suizos impedirles que volviesen sus miradas hacia atrás y que las dirigiesen a sus hijitos desparramados por el Piamonte?

XX
EL GLORIOSO RETORNO (1688-1690)

Bien lejos de olvidar la patria, los desterrados sentían crecer diariamente el deseo y la esperanza de volver a ella. Víctor Amadeo II, preocupado, los hacía vigilar continuamente por sus agentes. Un espía, habiéndole preguntado a alguno de ellos por qué no emigraban más lejos, recibió esta respuesta: "Nosotros queremos morir en nuestra patria." Y de otras conversaciones había re., cogido lo suficiente para poder afirmar en su relación: "Esas gentes desean más bien hacerse descuartizar en su país, que vivir tranquilamente en otra parte.[74]" Se dolían por no haber seguido los consejos de Entique Arnaud y haber luchado por la libertad hasta la muerte, tanto les era insoportable la vida que llevaban ahora. Sobreexcitados, atormentados por la nostalgia ,de sus montes, se volvían fácilmente molestos.

Los Suizos, que habían esperado conducirlos al norte y habían obtenido buenas promesas del elector de Brandeburgo, del Duque de Wurtemberg y del elector Palatino, al ver a sus huéspedes irresolutos, poco dispuestos a secundarlos en sus proyectos, estaban descontentos y comenzaban a reprenderlos, algunas veces algo acerbamente. En verdad, algunos grupos de Valdenses se habían dejado persuadir a emigrar en Wurtemberg, en el Palatinato y en Brandeburgo, pero, por distintas razones, estas tentativas ,de colonización fracasaron, y nuestros emigrados no tardaron en regresar. Parecía que un sinnúmero de circunstancias providenciales concurriesen para impedir que los Valdenses se alejasen de Suiza, manteniéndolos en un estado de expectativa siempre más ansiosa.

Entre los que se empeñaban mayormente en alimentar en el corazón de los desterrados el deseo de la repatriación, estaban Enrique Arnaud, hospedado en Neufchatel, y Josué Janavel. El viejo capitán incitaba continuamente a sus hermanos a la audaz empresa, y no pudiendo pensar, por su avanzada edad, en dirigirla con su brazo, estaba escribiendo sus "Instrucciones", que debían serle más tarde muy preciosas a Arnaud. Dos tentativas de retorno a mano armada-la primera en 1687, independientemente de los dos caudillos, y la segunda, mejor organizada, a fines de Junio de 1688-habían sido ,frustradas por las autoridades suizas, y habían provocado la expulsión temporánea de Janavel, .de Ginebra, y de Arnaud, con los capitanes Plenc y Robert, de Neufchatel.

En cuanto a Víctor Amadeo, al tener conocimiento de estos complotes, creyó que la mejor solución sería hacer asesinar a Arnaud, cuya cabeza estaba ya, por lo demás, puesta a precio, y encargaba a su agente en Suiza, el conde Solaro de Govone, de comprar sicarios para ese fin. Y, aún, en Agosto de 1689, el Duque le escribía : "Vemos cómo consiguió el ministro Arnaud ir a Zurich sin caer en las redes que le habéis tendido y que esperáis sea para caer a su regreso a Coira, lo que sería un buen golpe"[75].

Pero el "buen golpe" lo estaba preparando Arnaud.

1861- El Retorno.

Para que la repatriación pudiese efectuarse se necesitaba un cambio en la situación política europea. Ya a fines del mes de Julio de 1686 se había formado una liga de varios Estados contra Luis XIV; tornaban parte en ella el Imperio y la casa de Austria, España, Holanda y Suecia. Más poderosa se hizo esta liga cuando, en 1689, sucedió Guillermo de Orange, estatúder de los Países Bajos, en el trono de Inglaterra, al católico Jacobo II; Guillermo III debía ser el protector del protestantismo contra el rey de Francia, defensor del papado.

Ya el año antes, Enrique Arnaud, acompañado por el capitán Besson, había ido a Holanda a hablar con Guillermo de Orange y había recibido muchos alientos y socorros financieros, y el consejo ,de esperar con paciencia el momento oportuno, que no podía tardar. Por esto, durante todo el invierno, Arnaud no había dejado de recorrer, a lo largo y a lo ancho, toda la Suiza, manteniéndose en contacto continuo con varios grupos de desterrados.

Y ahora que un generoso holandés, jefe de correos de Leiden, ha asegurado los fondos necesarios para la expedición; ahora que el viejo Janavel ha terminado de redactar sus "Instrucciones" [76] ; ahora que por él y por Arnaud y por Gabriel de Convenant, comisario de Guillermo de Orange, han sido cuidadosamente estudiados y discutidos el itinerario y los más minuciosos detalles de la expedición, basándose en las noticias traídas por tres exploradores valdenses que se habían aventurado audazmente hasta los Valles en observación; ahora, en fin, que el valeroso príncipe de Orange ha ceñido la corona de Inglaterra y se ha puesto al frente de la liga europea contra Luis XIV; ahora ya no hay razón para titubear, aunque el Duque de Saboya, bajo la presión de las tropas del general Catinat, no quiera decidirse a romper con Francia : ¡ el momento favorable ha llegado ! Esta tercer tentativa de repatriación no podrá fracasar.

Y así fue decidida esa maravillosa expedición, ese glorioso retorno, que fue objeto de la más viva admiración de Napoleón Bonaparte, y que con razón se coloca entre las empresas épicas más extraordinarias que la historia universal recuerde. De ella poseemos una narración redactada por el jefe mismo, Enrique Arnaud, basada en las relaciones de tres de sus compañeros: el capitán P. Robert, el lugarteniente Francisco Huc y el estudiante en Teología Pablo Reinaudín.

La cita había sido secretamente fijada para la noche del 15 al 16 de Agosto de 1689, en la playa desierta de Promentoux, en los lindes del bosque de Prangins y no lejos de Nyon, ciudadela situada en la ribera norte del lago Lemán [77]. Con las sombras de la tarde, empiezan a afluir silenciosamente los expatriados. Se esperaban más de mil, pero no todos respondieron al llamado : algunos fueron arrestados y encarcelados, mientras atravesaban los cantones católicos ; otros no llegaron a tiempo, como el capitán Bourgeois de Neufchatel, quien hubiese debido asumir el comando militar.

Entre tanto, han pasado las nueve, y aumenta rápidamente la afluencia de los curiosos, venidos en botes, quienes para saludar, quienes para espiar a nuestros guerreros ; si se espera aún más, se corre el peligro de llamar la atención de las autoridades suizas -las que, en verdad, parecen menos rigurosas y vigilantes que de ordinario -!y de comprometerlo todo. Entonces, del bosque, avanza un hombre de larga cabellera color castaño, de cara delgada y vivamente sonrosada, de ojos grandes y azules : es Enrique Arnaud. Ya en la ribera, y a una señal suya, todos doblan la rodilla; dirige, en alta voz, una ferviente plegaria a Dios; luego da la orden de partida. Los guerreros se levantan y comienza la travesía hacia la otra orilla en unos quince botes, que en parte habían sido contratados y en parte requisados a último momento a los curiosos que se habían juntado.

Desembarcados sin incidentes en la playa saboyarda, mandan inmediatamente atrás varios botes para transportar en un segundo viaje cerca de doscientos compañeros que han quedado en Prangins, pero el miedo aconseja a los boteros la retirada, no obstante las promesas y el dinero ya recibido, y así el cuerpo de expedición se reduce cada vez más.

La pequeña legión, compuesta en su mayor parte por Valdenses, aunque participaban en ella también un cierto número de refugiados franceses, ha, pues, arribado entre Yvoire y Nernier. Son cerca de novecientos. no desmerecen, comparados a los mil héroes de la camisa roja, que zarparán del escollo de Quarto.

No pocos visten el uniforme. Los más lo llevan de género gris o blancuzco; llevan coraza, grandes espadas de combate, pistolas y pesados arcabuces con bayoneta, más las municiones y víveres pata diez días. La carga de cada uno es de más de 50 kilogramos[78]. Los soldados han adornado el característico yelmo puntiagudo con ramas de roble o con escarapelas de color anaranjado, en honor al protector, príncipe de Orange; los oficiales, con elegante uniforme galoneado de oro y plata, llevan sombrero con plumas, a lo mosquetero.

En la mañana del 16, Arnaud los divide en 20 compañías. al mando de 20 capitanes, de los cuales 14 valdenses y seis franceses. Había tres pastores: E. Arnaud, J Moutoux, C. Chion; éste último fue capturado por los franceses, ese mismo día. En ausencia del capitán Bourgeois, que había quedado en tierra suiza [79], se ofreció el comando militar al capitán Turel, pero, en realidad, el jefe supremo era y fue Enrique Arnaud.

Y partieron.

En seis días de marcha forzada atravesaron la Saboya y alcanzaron el Moncenisio, sin encontrar seria resistencia de parte de las poblaciones, entre las cuales, siguiendo el consejo de Janavel, tenían el cuidado de escoger, en todas las aldeas, en calidad de rehenes, las personas más representativas, las que, naturalmente, tenían vivo interés en facilitar la rápida marcha de la legión. Pero fueron días penosísimos para nuestros legionarios, obligados a caminar, cargados como estaban, por senderos imposibles y aun sin senderos, por la cresta de las montañas, para evitar las emboscadas, con lluvias casi continuas, a través de la nieve y los ventisqueros. "Por algunos días -escribe el capitán Robert- caminamos casi sin descanso, dejando para el reposo apenas tres horas sobre veinticuatro.[80]" Especialmente la travesía del Moncenisio, que encontraron cubierto de nieve, es memorable por las inauditas peripecias y dolores que la acompañaron. ;Y pensar que, de tal modo rendidos, nuestros valientes debían, al otro día por la tarde, o sea el viernes 23 de Agosto, sostener el combate de Salbertrand contra las avanzadas de las milicias francesas! Fue un episodio de heroísmo de tal importancia, que no podemos dejar de narrarlo, aunque sucintamente.

En Salbertrand, pues, en la ribera del Dora Ripariahay una avanzada compuesta de 2.500 soldados, cuyo comandante, marqués de Larrey, ha sido informado del arribo de la pequeña columna de expatriados : ha tenido tiempo para prepararse a recibirla, haciendo venir otras tropas de Pinerolo, abundantemente provistas de cuerdas destinadas a maniatar a los prisioneros...

Un campesino, a quien los Valdenses rendidos y hambrientos, preguntaron si más adelante podrían procurarse víveres, respondió : "Seguid no más, que os darán cuanto querráis, y se os está preparando una buena cena !" ¡ Extrañas palabras, ferozmente irónicas! Ya sospechando, por el hecho de que algunas compañías de soldados de Exiles, con su comandante, los han dejado pasar sin dificultad, presienten un peligro inmediato, y cierran sus filas. ¿ Serán, acaso, sorprendidos entre dos fuegos ? Entre tanto, continúan descendiendo entre la niebla, y, ya es noche cerrada, cuando, a media legua de Salbertrand, cuentan treinta y seis fogones de vivac al otro lado del puente de .la Dora Riparia. Un cuarto de hora después, la vanguardia cae en una emboscada, perdiendo dos hambres.

¿ Qué hacer ? No queda lugar a duda, hay que combatir. En aquel momento supremo, los Valdenses, dándose cuenta de que es necesario vencer o morir, se recogen en oración. En seguida forman consejo : es urgente atacar inmediatamente (es casi media noche), antes de que salga la luna y que lleguen al enemigo otros refuerzos. Avanzan luego hacia el puente de madera, detrás del cual los soldados del marqués (de Larrey están atrincherados en una vasta pradera ; al "¿Quién vive ?" del centinela francés, sigue inmediatamente un terrible fuego nutrido, pero nuestros héroes, tirándose a tierra, dejan que las balas silben en la obscuridad por encima de sus cabezas. Ellos, a su vez, aprovechando la claridad producida por el tiroteo enemigo, pueden apuntar con cuidado y hacer a su vez tres descargas bien acertadas. En tanto, llegan a sus espaldas las tres compañías de Exiles, que los habían seguido de lejos: Arnaud, con rápido movimiento, se vuelve atrás, y, acompañado por dos o tres valientes, consigue detenerlos, mientras la vanguardia de los suyos se lanza con ímpetu formidable hacia el puente, gritando : "; El puente es nuestro !". Se empeña un combate encarnizado, cuerpo a cuerpo, en las tinieblas; por tres veces se renueva el asalto, puesto que los defensores (del puente resisten con furor y se dejan hacer pedazos antes que ceder. Finalmente, los batallones franceses, que creían encontrar gente exhausta y no ese admirable coraje y vigor, vacilan, retroceden y emprenden la fuga al grito de "; Sálvese quien pueda!". La consigna de los Valdenses : "Angroña", mal comprendida y pronunciada : "Groña"[81], por los que buscan pasar inadvertidos entre las filas de los asaltantes, costó la vida a más de doscientos enemigos. La derrota es completa y absoluta. El marqués de Larrey, herido en un brazo, exclama huyendo : "¿Será posible que yo pierda el combate y el honor?" La batalla ha durado dos horas; la luna, por fin, aparece e ilumina el campo abandonado por el enemigo, pero cubierto de muertos. Se calcula que éstos lleguen a seiscientos. Las pérdidas de los Valdenses alcanzan a unos veinte, entre muertos y heridos.

Pero, durante toda aquella larga y terrible jornada de marcha, habían perdido más de un centenar de hombres, caídos, extenuados y somnolientos, a lo largo del camino, y después capturados por el enemigo. Ni era prudente detenerse en el campo de la victoria; por lo que, tornando cuanto pudieron de las municiones abandonadas y destruyendo el resto, con un prodigioso esfuerzo de voluntad y luchando contra el cansancio y el sueño, emprendieron la marcha esa misma noche, y al alba del 24 de Agosto, los vencedores de Salbertrand, desde lo alto de la garganta de Cóteplane, saludaron el Valle del Clusón y reconocieron, entre lágrimas de alegría, sus rnnntañas, más allá de Pragelato. ¡ Qué ardientes acciones de gracia partieron de los corazones conmovidos hacia el Dios de sus padres, que los había reconducido a contemplar el país natal ! !

Pocas horas después bajaron al Valle de Pragelato, atravesaron el Clusón y pudieron descansar finalmente! Lloviznaba siempre.

Al otro día, la falange, que poco a poco se había reducido a unos 600 hombres[82], subió la garganta del Pis entre la niebla, encontrándola custodiada por 800 soldados del Duque de Saboya, los que, tras breve lucha, huyeron; y el lunes 26 de Agosto, después de diez días de camino, llenos de fatigas y peligros, los sobrevivientes tuvieran la alegría de acampar y descansar en la más alta de las aldeas del Valle San Martín : la Balsilla

Al día siguiente llegaron a Prali y encontraron que su templo no había sido destruido, pero que estaba lleno de imágenes. Hecha una limpieza, los 600 valerosos guerreros quisieron celebrar allí el culto: su coronel y pastor Enrique Arnaud, de pie sobre una mesa colocada a la entrada, hizo cantar ,dos salmos muy indicados para la solemne circunstancia[83], y predicó sobre estas palabras: Nuestro socorro, es en el nombre de Jehová, que hilo los cielos y la tierra[84]. Fue el primer sermón del Retorno.

Dos días después, siempre con la espada en la mano, la heroica columna valdense, trasponía la garganta Julián, donde dispersó algunas compañías del regimiento piamontés de las guardias, y llegó a Bobbio Pellir.

2 - El Juramento de Sibaud.

A diez minutos de camino de Bobbio, hay un hermoso monte de castaños, llamado Sibaud. Ahí, el 1.° de Septiembre, Domingo, los Valdenses se juntaron en torno a los dos únicos pastores de la legión, Arnaud y Montoux, y tuvo lugar un juramento de fidelidad y de unión, que ha quedado célebre en los anales de los Valdenses. Sobre una plataforma improvisada-una puerta colocada entre dos rocas-, el pastor Moutoux explicó estas palabras de Jesucristo: La ley y los profetas hasta Juan : desde entonces el Reino de Dios es anunciado, y quienquiera se esfuerza a entrar en él (I).

Después de la predicación, que Arnaud llama "bellísima", éste avanza y lee en alta voz la fórmula del juramento, de la que reproducirnos el principio y el fin:

"Dios, por su divina misericordia, habiéndonos conducido felizmente a la tierra de nuestros padres, para restablecer en ella el culto puro de nuestra santa religión, continuando y cumpliendo la gran empresa que este gran Dios de los ejércitos dirigió hasta aquí tan providencialmente en favor nuestro: nosotros, pastores, capitanes y demás oficiales, juramos y prometemos, ante Dios, so pena de la perdición de nuestras almas, de conservar entre nosotros la unión y el orden, de no dividirnos mientras Dios nos conserve la vida, y aun cuando, por desventura, nos viésemos reducidos a tres o cuatro... Y nosotros, soldados, prometemos y juramos hoy, delante de Dios, obedecer las órdenes de todos nuestros oficiales, y les juramos, con todo nuestro corazón, serles fieles hasta la última gota de nuestra sangre... Y a fin de que la unión, que es nuestra vida, sea entre nosotros inconmovible, los oficiales jurarán fidelidad a los soldados, y éstos a los oficiales, prometiendo, además de esto, todos juntos, a Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, arrancar, hasta donde nos sea posible, el resto de nuestros hermanos a la cruel Babilonia, para restablecer con ellos y mantener su reino hasta la muerte, observando durante toda nuestra vida y de buena fe, el presente reglamento." Todos juraron, levantando la mano.

3 - La lucha; el sitio de la Balsilla.

Aquel juramento de unión era oportuno como nunca. Si la discordia, que les fue fatal tres años antes, hubiese entrado de nuevo en las filas valdenses, su ruina hubiese sido inevitable y fatal. Durante los meses de Septiembre y Octubre lucharon continuamente contra las tropas ducales, a las órdenes del marqués de Parella, que ya en 1686 se había señalado como su implacable enemigo. El 3 de Septiembre, la pequeña falange, rechazada en un asalto al Villar (durante el cual fue hecho prisionero el pastor Moutoux), fue cortada en dos : los más volvieron a Bobbio, y los otros, con Arnaud, se refugiaron en Val de Angroña y Val San Martín. Estos dos destacamentos operaron por un par de meses cada uno por su cuenta, aunque Arnaud, pastor único de los Valles, después de la captura de Moutoux, pasase frecuentemente de uno a otro, predicando y administrando la Comunión. Quedó también cono único jefe militar, cuando, el 15 de Octubre, el capitán Turel con sus compatriotas se hubo retirado[85]. La situación entre tanto se agravaba, porque las tropas francesas acudían de nuevo numerosas, y Parella, confiándoles las operaciones en Val San Martín, se disponía a lanzar asaltos decisivos con todos sus soldados en Val Luserna. Entonces les fue forzoso abandonar los campamentos fortificados de la Gran Guglia[86]; ¿pero adónde retirarse? Los restos de la pequeña falange se recogieron en Rodoreto, en consejo; los pareceres eran diversos; quién sugería retirarse a Bobbio, quien a Angroña. Entonces se levantó Arnaud y, queriendo ante todo alejar la discordia, los invitó a solicitar el auxilio divino mediante la oración; luego, encareciéndoles la necesidad de la unión, y habiéndolos convencido de que era absolutamente indispensable, les demostró que ya no les quedaba otro refugio que la Balsilla. Arnaud se mostró así fiel intérprete de las instrucciones de Janavel, y obtuvo el aplauso unánime.

Más arriba de la aldea de la Babilla, en la extremidad septentrional del valle San Martín, se yergue el contrafuerte de los Cuatro Dientes: son cuatro enormes peñascos escalonados; sobre las plataformas de estos formidables bastiones naturales superpuestas unas a otras, los perseguidos trabajaron febrilmente en construir trincheras, caminos cubiertos, fosos, parapetos y ochenta barracas. Era una magnífica fortaleza natural, en la que Arnaud y sus 370 compañeros se propusieron, pues, pasar el invierno. Desde los primeros días de su llegada, los franceses habían tentado en vano tomarla por asalto; por lo que, al caer las primeras nieves, se habían retirado, gritando en son de amenaza : "i Nos veremos en Pascua !"

Los cinco meses de invierno transcurrieron lentamente, en medio de toda clase de privaciones. Para avituallarse, los Valdenses hacían pequeñas correrías por loa alrededores ; tuvieron el placer de poder recoger de los campos abandonados por los saboyardos fugitivos, el trigo, que había quedado intacto bajo el manto de nieve; así, el pan no les faltó durante el sitio.

Y no faltó tampoco la armonía, que Arnaud se esforzaba en mantener mediante frecuentes cultos, solícito siempre en prodigar exhortaciones, consejos, alientos, a aquella su familia de héroes, ya enteramente incomunicada con el mundo, escondida en su nido de águila, entre las nieves alpinas[87].

Por fin, con las primeras sonrisas de la primavera, nuestros asediados vieron descender de la garganta del Pis y subir por el Valle de Masel numerosas tropas francesas; las dirigía el famoso general Catinat, quien se había prometido reducir bien pronto a los "Barbetos" a su poder.

Fue éste el momento más trágico de la gloriosa epopeya.

El 2 de Mayo, 500 hombres escogidos subieron al asalto. Eran valientes, avezadas al combate, y decididos a desalojar a aquel puñado de montañeses; pero, tomados bajo un terrible fuego de arcabuces y contraatacados vigorosamente por los sitiados, tuvieron que batirle en retirada, dejando más de 200 muertos en las pendientes de la montaña y también algunos prisioneros. Y entre los prisioneros cayó su mismo comandante, coronel Parat, quien, por la mañana, al llevarlos al ataque, había exclamado : "¡Muchachos!, esta noche habrá que dormir allá arriba, en aquellas barracas." El durmió allí, en efecto, pero en condiciones muy distintas de las que esperaba.

De ahí a pocos días, el general Catinat, debiendo partir para Lombardía, confió al marqués De Feuquiéres la continuación de la empresa. Este dispuso pronto sus 4.000 soldados de manera que circundasen por todos lados, en un anillo de hierro y fuego, los Cuatro Dientes; luego logró hacer traer por centenares de campesinos dos cañones de Perosa, izándolos a fuerza de brazos y colocándolos en óptima posición. Pero, antes de iniciar la gran ofensiva, intimó una vez más a los Valdenses a que se rindiesen sin condiciones. Aunque la situación fuese muy crítica y humanamente desesperada, aquellos 300 héroes rehusaron enarbolar en la babilla la bandera blanca, y su jefe y pastor dio en su nombre esta altiva respuesta : "No somos súbditos del Rey de Francia, y vuestro monarca no es señor de este país ; por esto, no juzgamos lícito tratar con vosotros. Aquí estamos en el país que nuestros abuelos nos han dejado desde siglos en heredad, y en él, si nos asiste el Dios de los ejércitos, confiamos vivir y morir, aunque quedemos reducidos a diez únicamente. Vuestro cañón tirará, decís. Que tire. Lo oiremos y estas rocas no se conmoverán por ello." [88]

Entonces, en la mañana del 14 de Mayo, comenzó el fuego, intenso y violentísimo. Los dos cañones vomitaron tal tempestad de hierro contra las trincheras valdenses, que antes de mediodía los parapetos y las otras obras de defensa estaban desmanteladas. Terminada la acción de la artillería, los franceses, por tres lados, se lanzan al asalto de la parte inferior de las fortificaciones, llamada el Castillo, mientras otros logran penetrar hasta las trincheras superiores. Los defensores, luchando como leones, se vieron obligados a retirarse, subiendo de muro en muro y de roca en roca, hasta el gran peñasco central, llamado el pan de Azúcar, a causa de su forma característica. Allí, protegidos por una densa neblina que de improviso había bajado, se recogieron para deliberar lo que debía hacerse. No habían perdido más de media docena de hombres, pero se veían ya cercados de modo tal, que toda posibilidad de evasión debía desecharse, pues aquel su último refugio habría sido indudablemente ocupado al alba del día siguiente ; ¡ninguna esperanza, pues, de escapar al extremo suplicio que el enemigo, irritado por tan Obstinada resistencia, les había prometido ! (entre tanto había cerrado la noche, y los soldados franceses habían encendido aquí y allá sus fogones, formando como una corona luminosa en torno a la roca donde los combatientes valdenses se habían refugiado. Entonces, uno de éstas, el capitán Felipe Tron Poulat, uno de los doscientas invencibles de 1686, natural de la Balsílla, y que conocía esos lugares palmo a palmo, después de haber observado atentamente los fogones del vivac enemigo, se volvió a sus compañeros y dijo que quizás habría modo de pasar, a favor de las tinieblas, entre dos cuerpos de guardia, arrastrándose por sobre rocas muy inclinadas, bordeando un horrible precipicio. Era un camino peligrosísimo, pero no veía otro, y con la ayuda de Dios, podía ser el camino de la salvación. Decidieron seguir a Tron Poulat. Uno por uno, los 360, en fila india, silenciosos como sombras, salieron de su refugio, dejando encendidas muchas fogatas para engañar al enemigo. Era tanta la obscuridad de aquella noche, aumentada aún por una neblina providencial, que, para mayor seguridad y evitar el más mínimo rumor, caminaban descalzos, siguiendo a su intrépido guía. Al llegar al paso peligroso, donde debían arrastrarse de rodillas, agarrándose con las manos a las asperezas de las rocas, uno de ellos, sintiéndose atraído al abismo, dejó caer una caldera, la que dio a rodar, retumbando fragorosamente en el valle silencioso. "¿Quién va ?", gritó un centinela del cercano puesto de guardia. Los desgraciados permanecieron petrificados, reteniendo el aliento. Y tampoco la caldera - observa jocosamente Arnaud - respondió a la intimación francesa, porque no era de aquellas que, según las fábulas de los poetas, daban respuestas en el bosque de Dodona". Por lo que el centinela pensó: "Me habré engañado" ; y el silencio volvió a reinar soberano.

Con mil precauciones volvieron a emprender su marcha en la noche, por entre los precipicios, así que al venir el alba, cuando los clarines franceses dieron la señal de ataque al último reducto de la Balsilla, nuestros fugitivos estaban ya fuera del alcance de los dos cañones de De Feuquiéres y de las imprecaciones de sus soldados ; éstos, cuando llegaron a las trincheras desocupadas en que se habían precipitado, los divisaron trepando sobre las lejanas crestas nevadas de los montes que separan el valle de Ghinivert del de Salza, y no pudieron hacer más que amenazar con sus puños a los "Barbetos", tan milagrosamente escapados a su estrecho cerco... Claro está que trataron de alcanzarlos y los persiguieron encarnizadamente todo el día; pero en vano.

Era el 15 de Mayo[89]. Antes de anochecer, el comandante De Feuquiéres, quien, más precipitado que un periodista moderno, había ya, en la tarde anterior, anunciado como obtenida la capitulación de los Valdenses, tuvo que volver a escribir al ministro Louvois para explicarle cómo se había equivocado: "Estoy muy disgustado, Monseñor, pero la verdad es que no tengo la culpa. Debemos echársela a estas rocas... a esta neblina..." [90] Sus soldados, aturdidos, no dejaron de pensar que Arnaud era un mago y que había transportado a sus trescientos compañeros por sobre las nubes; "a excepción de la caldera", se habrá dicho entre sí cierto centinela. En cuanto a los Valdenses, tenían otra filosofía y los más repetían con el capitán Robert: "Lo que Dios custodia, está bien custodiado."

Precipitándose, dos días después, sobre Pramol, para aprovisionarse, la falange, escapada al sitio de la Balsilla, desbarató a una compañía de tropas piamontesas allí acampadas, y, por cuatro oficiales, que hicieron prisioneros, conocieron la noticia de que el general Catinat había trasmitido un ultimátum a Víctor Amadeo II, a fin de que se decidiese, dentro de tres días, entre la alianza con Francia o contra Francia, y que el Duque estaba por declarar guerra a Luis XIV.

¡ Era la salvación y la paz segura, pronta, inmediata !

4 - La paz.

Al día siguiente, domingo 18 de Mayo, la grande, increíble noticia fue confirmada. Nuestros héroes, transpuesta la Vachera, habían bajado a Pra del Torno, donde dos enviados del Duque los alcanzaron para anunciarles que Víctor Amadeo II, habiéndose adherido a la Liga formada contra Luis XIV por Inglaterra, Holanda, Austria y Alemania, estaba en guerra con Francia, y, por consiguiente, ofrecía la paz a los Valdenses. Y ya no hubo lugar a dudas, cuando a las palabras se siguieron los hechos, esto es, víveres y municiones, y se vieron retornar a los que habían sido hechos prisioneros, de 1686 en adelante.

El 4 de Junio de 169o, el Duque promulgaba un edicto, ordenando que los Valdenses podían volver libremente a sus valles, y que libremente fueran, asimismo, hospedados todos los reformados franceses que entre ellos buscasen refugio. Era evidente el motivo, no ciertamente desinteresado, que inducía a Víctor Amadeo a hacer la paz con sus súbditos Valdenses ; pero, entre tanto, la alegría de nuestros valientes llegó casi al delirio, y, acostumbrados como estaban en percibir, por sobre las humanas vicisitudes, la voluntad de Dios que rige el destino de los pueblos, a El daban gloria. Diligentes como nunca, se apresuraron a justificar con los hechos la confianza que el Duque ponía en ellos para la defensa de la frontera, y éste, por su parte, se disponía a aprovechar la primera ocasión para darles una prueba de su reconciliación. La ocasión se presentó a principios de Julio, cuando Arnaud fue a Moncallieri, con algunos de sus conmilitones, a rendirle homenaje. El Duque los recibió con todos los honores, y pronunció las memorables palabras: "Tenéis un solo Dios y un solo príncipe a quienes servir : servid a uno y a otro fielmente. Hasta ahora hemos sido enemigos; pero, de ahora en adelante, debemos ser buenos amigos. Otros fueron causa de vuestras desventuras. Pero si, como es vuestro deber, exponéis la vida a mi servicio, yo expondré la mía por vosotros, y mientras tenga un pedazo de pan, vosotros tendréis vuestra parte".

Hermosas palabras, que nos recuerdan otras no menos bellas, pronunciadas por Carlos Manuel I en Villar, pero que fueron pronto olvidadas por el Duque: no por los Valdenses.

Arnaud estaba muy contento y lleno de entusiasmo hacia el joven soberano; luego, volviendo hacia atrás la vista y mirando la grandiosa sucesión de los acontecimientos, exclamaba : "He sido juzgado temerario e imprudente, pero los hechos han demostrado ya que Dios dirigió nuestras cosas, y el pobre Arnaud se trata ahora con los generales, festejado por todos aquellos que, no hace mucho, lo habrían comido vivo. Esto es obra de Dios, ¡para El sólo sea la gloria!"

Y en el otoño de 1690 lo encontramos en Suiza, intentando organizar, junto con el conde Solaro de Govone - ¡el mismo que un año antes había sido encargada por el Duque de hacerlo asesinar! - la repatriación de todos los desterrados. Retornaron, en su mayor parte, antes de fin de año. No es posible precisar cuántos fueron los repatriados ; sabemos, sin embargo, que nueve años después, los Valles contaban seis mil habitantes, bien pocos aún, frente a los trece mil que existían a principios de 1686.

El hecho de la reintegración de los Valdenses a sus Valles, reconocido en 1690, fue luego legalizado por un edicto provisorio en 1692, y con un edicto definitivo el 23 de Mayo de 1694. Sobre este último edicto tendremos que volver más tarde, pero, por el momento, basta recordar que el hecho provocó las iras del papa Inocencio XII ya indignado por la liberación de los prisioneros valdenses. El Santo Padre, en su protesta, llegó hasta denunciar el edicto de referencia al Santo Oficio de la Inquisición y a intimar al clero que lo considerase como nulo. Vivamente herido, y vinculado además por los pactos, el Duque de Saboya se resintió y, a su vez, encargó al Senado de Turín de anular el decreto pontificio, prohibiendo su publicación en sus Estados.

TERCERA PARTE

DEL GLORIOSO RETORNO A NUESTROS DIAS (1690-1922)

XXI

NUEVAS OPRESIONES

En tiempos de Víctor Amadeo II

Como era natural, los primeros años que siguieron al retorno, fueron dedicados, en la medida consentida por las circunstancias, a la reconstrucción de la vida civil y eclesiástica en los desolados Valles. Se trataba de reedificar las casas, cultivar de nuevo los campos, reorganizar la población, restaurar la Iglesia, que estaba reducida a misérrimas condiciones financieras.

Para este último fin, el 18 de Abril de 1692, fue convocado en los Copiers, entonces cabeza de partido de Torre Pellice, un memorable sínodo. "Los pastores que Dios había librado y conservado, y otros que se unieron a ellos, deseando únicamente trabajar de todo corazón en esta viña que al Padre Celestial plugo plantar de nuevo, se dispusieron a restablecer las cosas a su orden primitivo.

Procedieron, en primer término, a la reelección de la Mesa [91] y señalaron ayunos y solemnes cultos públicos para implorar al Eterno una  paz duradera sobre Europa tan castigada por las guerras ; después de lo cual se i dispusieron a reorganizarlo todo, comenzando por las finanzas.

Mientras los pastores, junto con toda la población repatriada, estaban empeñados en esta lenta y paciente obra .de restauración, dos jóvenes valdenses respondían con entusiasmo al llamado del Duque, acudiendo numerosos a enrolarse. Su regimiento - con su bandera blanca cubierta de estrellas azules, que llevaba el lema sugestivo : Patientia laesa fit furor - combatió con mucho valor y se cubrió de gloria durante la guerra de la Liga de Absburgo (1690-1696), prestando preciosas servicios a Víctor Amadeo II. Pero, ¿cómo fueron recompensados estos generosos sacrificios de sangre? Desgraciadamente, a la lealtad de los Valdenses, no respondió por parte del Duque igual lealtad. Este, impresionado, quizás, por las repetidas victorias del mariscal Catinat sobre el ejército austropiamontés, había entablado negociaciones secretas con el rey de Francia, hasta empeñarse en hacerle una guerra tímida, profórmula, y declarar, en el edicto de restauración de 1694, que la tolerancia de culto, para los protestantes franceses refugiados en los Valles, debía cesar al terminar la guerra, a no ser que esta tolerancia fuese luego proclamada en su propia patria. ¡ Cuánto veneno en estas restricciones ! La actitud ambigua del Duque dejaba comprender que había, desgraciadamente, una espada de Damocles suspendida sobre la cabeza de tantos y tantos generosos defensores suyos, entre los cuales el mismo Enrique Arnaud, quien, como bien se recuerda, aun cuando fuese de sangre valdense, había nacido en Francia. Y la espada no tardó en caer, tronchando toda esperanza o ilusión respecto al Duque de Saboya, incapaz más que nunca de librar su política de las intrigas del clero y de Francia. En 1696, Víctor Amadeo II se apartó de sus aliados y convino un tratado de paz separada con Luis XIV, quien le cedía Pinerolo y Val Perosa; pero el Duque, por su parte, se comprometía, por una cláusula secreta, a no tolerar en los Valles a ningún refugiado francés de religión reformada y a expulsar a los Valdenses de Val Perosa.

¡ He aquí cómo se disponía a mantener las bellas promesas hechas seis años antes, a sus fieles súbditos!

1 - EL destierro de 1698.

Enrique Arnaud ocupaba entonces el cargo de Moderador cuando, el 1 de Julio de 1698, Víctor Amadeo hizo conocer la cláusula secreta del tratado con Francia, intimando a sus súbditos de origen (francés de repasad la frontera dentro de dos meses, bajo pena de muerte. Vanas fueron las apelaciones tendientes a modificar el rigor del inicuo decreto y sustraer a sus efectos al menos aquellos que, como Arnaud, contaban más de treinta años de residencia en los Valles. El Moderador de los Valdenses tuvo que renunciar su puesto, tomar nuevamente el camino del destierro con otros seis de los trece pastores que ejercían el ministerio en los Valles [92], y encabezar el doloroso éxodo de cerca de tres mil entre Valdenses del Val Perosa y residentes franceses, víctimas de la política egoísta y servil de un soberano por quien muchos de ellos habían expuesto su vida y derramado su sangre.

En los primeros días de Septiembre, los desterrados divididos en siete grupos, dirigidos cada uno por un pastor, fueron encaminados a Ginebra, atravesando la Saboya. El Duque había prometido abastecerlos con raciones de pan, pero apenas se hubieron puesto en camino, retiró también esta promesa. El había, sin embargo, dicho un día : "¡ Mientras tenga un pedazo de pan, vosotros. tendréis vuestra parte !"

La indignación que esto provocó en Enrique Arnaud le hacía prorrumpir, aun muchos años después, en estas palabras : "¡He ahí la inhumana recompensa obtenida de un gran príncipe, que expulsaba de sus Estados gente que había expulsado de ellos a sus enemigos, y a quienes debía, en parte, el no haber sido expulsado él mismo! Así tratan a los fieles de la Iglesia de Jesucristo: se sirven de su buena fe, de su fidelidad, de su vida mientras se lo dicta su interés; después se jactan de no tener en ellos ni fe ni palabra ; violan abiertamente una y otra, no respetando ni cielo ni tierra, y tratan a aquellos fieles como perros a los que se echan afuera después que se !tan afanado por servirlos... ¿Quién habría imaginado jamás que para ahorrar a un príncipe un poco de pan, se lo quitara aquellos que no habían ahorrado su sangre y su vida a su servicio?"[93]

2 - Las colonias valdenses en Alemania.

Ginebra y Suiza acogieron nuevamente, con cristiana generosidad, a aquellos desgraciados, desterrados por segunda vez, y los hospedaron hasta el verano de 1699, mientras sus jefes, y principalmente Arnaud, iniciaban, o mejor dicho, reanudaban los trámites para establecerlos como colonos en varias regiones de Alemania, donde ya algunas familias valdenses habían emigrado desde 1686. Los pasos no fueron fáciles ni breves, porque se debieron superar obstáculos de diversa naturaleza, provenientes, ya de la ,desconfianza de las poblaciones, ya de la intolerancia de los teólogos luteranos. Pero Arnaud se colocó, aún una vez más, a la altura de la situación : mediante nutrida correspondencia y viajes a Wurtemberg, Hesse, Holanda e Inglaterra, supo obtener apoyo y subsidios de los gobiernos de esos países, como también de los de Suecia y de Suiza, al punto que, en el verano de 1699, casi todos los desterrados pudieron establecerse en el Ducado de Wurternberg, en Baden y en Hesse. Se mantuvieron unidos en colonias compactas, haciéndose apreciar bien pronto como agricultores laboriosos y pacíficos; en medio de los campos que se les asignaron y que cultivaban con tanto éxito[94] se levantaron viviendas construidas primeramente en madera y luego en piedras, y las aldeas tomaron, en su mayoría, los nombres de las de la patria lejana: Perosa, Pinasca, Serre, Villar, Luserna, etc. Pero, con el andar del tiempo, los nombres valdenses de varias localidades, o se transformaron o fueron substituidos por otros alemanes.

Bajo el aspecto eclesiástico, su organización fue la de las Iglesias de los Valles. Se constituyeron dos circunscripciones, las que tenían cada una su propio sínodo: la de Wurtemberg y Baden, cuyo primer sínodo se reunió en Durrmenz, en 1701, y eligió para moderador al mismo Arnaud; y la de Hesse, cuyo primer sínodo se reunió en Francfort del Mein, en 1699.

Enrique Arnaud había fijado su residencia en Shónenberg, en el Wurtémberg; visitó aún los Valles Valdenses de 1703 a 1707, y estuve también varias veces en Inglaterra, siempre movido por los intereses de las colonias. Los últimos años de la vida del gran jefe transcurrieron serenos en la paz de Schónenberg, donde se durmió en el Señor el 8 de Septiembre de 1721, a la edad de ochenta años, rodeado por la veneración que el pueblo tiene por sus patriarcas. Sus cenizas reposan, celosamente custodiadas, en el gracioso templo de aquella aldea.

Estas colonias de Alemania mantuvieron el uso del idioma francés y su independencia eclesiástica cerca de un siglo, hasta que en 182o, las iglesias del Wurtemberg fueron incorporadas a la Iglesia luterana nacional; el uso del idioma alemán se generalizó desde entonces, como tenía fatalmente que suceder.

3-La extinción de la fe valdense en Val Pragelato.

Volvamos a los Valles del Piamonte, a los comienzos del siglo XVIII. Hacía furor entonces la desastrosa guerra de ,la sucesión de España (1700-1713), en la que Víctor Amadeo II fue primeramente aliado de Luis XIV (1701), y luego se ligó con Austria (1703), cuyos ejércitos, capitaneados por Eugenio de Saboya, batían a los mariscales Catinat y Villeroi en las llanuras lombardovenetas, El Duque dirigió un llamado vibrante a los Valdenses, quienes, olvidando su ingratitud, respondieron presurosos, acudiendo en gran número hasta de Suiza y de las colonias lejanas, a ofrecerle sus brazos en defensa de la patria.

Pero, al principio, la guerra no fue favorable a las banderas saboyanas : lento y escaso llegaba el auxilio de los austriacos, así que la mayor parte de las fortalezas del Piamonte no tardaron en caer en manos de los Franco-Españoles. Mas los Valdenses continuaron combatiendo fieles por su soberano, aunque sus valles hubiesen conocido muchas veces los horrores a que están sujetas las provincias que se encuentran en las fronteras, entre dos países beligerantes; así, el Valle de Luserna pudo ofrecer al Duque un asilo seguro durante el período más crítico de la guerra, cuando parecía inevitable la ruina de la monarquía de Saboya. Aconteció esto en el estío de 1706; Víctor Amadeo había perdido ya casi todos sus Estados, y la misma Turín, sitiada y bombardeada durante tres meses, resistía desesperadamlente : no debía ser salvada sino por el sacrificio de Pedro Mieca. En ese tiempo, el. Duque, para escapar al general francés La Feuillade, se retiró a Luserna, y durante un par de semanas, magníficamente defendido por las milicias valdenses, encontró seguro refugio precisamente en Rorá, en la montaña misma consagrada por la memoria de las épicas defensas de Janavel.

Luego los azares de la guerra cambiaron por completo : las fuerzas de Eugenio de Saboya, que avanzaban a marchas forzadas, se reunieron con las ducales y alcanzaron una resonante victoria sobre los franceses, que obligó a los Franco-Españoles a abandonar la Italia Septentrional, y cuyo recuerdo se perpetúa mediante la erección de la basílica de Superga, en la colina de Turín.

Pasado el peligro, el Duque volvió a recompensar, a su manera, a los que se habían sacrificado por él. Porel tratado de Utrecht, que en 1713 puso término a la guerra, el Duque recibió, además del virreinato de Sicilia - permutado cinco años más tarde por el de Cerdeña - todo el Valle de Pragelato. Pero este último territorio le fue restituido por Luis XIV con una condición: que extirpase de él a los Valdenses.

Aun esta vez, Víctor Amadeo se plegó, como ya tantas veces se había plegado, a aquel viejo implacable monarca. Cierto es que este prepotente monarca francés murió dos años después, pero la desaparición de aquél, sobre quien el Duque solía descargarse, como principal responsable de las propias culpas hacia los súbditos valdenses, no modificó en nada su actitud para con ellos; los recordaba en tiempo de guerra, para confiarles la defensa de los confines, para premiarlos después, en tiempo de paz, por su constante fidelidad, del modo que ya hemos visto.

Durante una quincena de años, ese dedicó a suprimir sistemáticamente el libre ejercicio de su fe, mediante medidas vejatorias de toda especie, y por fin quiso terminar su reinado con un edicto contra los Valdenses, como con un edicto análogo lo había inaugurado.

Víctor Amadeo lo promulgó el 20 de Junio de 1730 bajo forma de "Instrucciones al Senado para la observancia de los edictos concernientes a los Valdenses", las que, en substancia, decían : "Todos los habitantes del Val Pragelato deben profesar la religión católica, y no puede ser consentido ningún ejercicio ni público, ni privado, de la pretendida religión reformada."

Estas instrucciones, precedidas por tantos y tantos actos de rigor, dieron el golpe de gracia a las iglesias valdenses en aquel valle ; la emigración, iniciada ya tiempo antes, se efectuó entonces en masa, tanto que, antes que el año hubiese terminado, más de 800 personas, prefiriendo el destierro a la abjuración, habían partido para unirse a las colonias lejanas. El clero se encargó después de cauterizar rápidamente las conciencias, ya poco sensibles, de los contados que, a fin de permanecer en el país de sus abuelos, renegaron su fe; y así se extinguió la fe evangélica en Val Pragelato.

De ahí a pocas semanas, el 13 de Agosto, el viejo Duque, chocho ya, se casaba con la marquesa Spigno, y el 3 de Septiembre abdicaba.

XXXII

DESPUES DE LA ABDICACION DE VICTOR AMADEO II HASTA LA REVOLUCION FRANCESA (1730-1789)

Este período, que abarca la mayor parte del siglo XVIII y durante el cual reinaron en Piamonte Carlos Manuel III (17301773) y Víctor Amadeo III (17731796), no presenta acontecimientos de importancia extraordinaria, en lo que atañe a la historia valdense. Fue un período más bien descolorido, una época de transición entre un pasado de persecuciones sangrientas y un porvenir en que se empezará a entrever, en el horizonte lejano, los primeros albores de la libertad. Echaremos por tanto una rápida mirada por sobre esa época de transición, buscando y haciendo resaltar todo lo que ella contenga de interesante y más apto para iluminar la situación de los Valles Valdenses, bajo su doble aspecto civil y religioso.

Fidelidad a la Patria. - He aquí la primer nota característica, aunque no nueva por cierto.

Carlos Manuel III a principio de su largo reinado, se encontró envuelto en dos graves guerras; la de la sucesión de Polonia (17331735) y la de la sucesión de Austria (17401748) : en ambas le sonrió la victoria.

En la primera, el Duque de Saboya y Rey de Cerdeña está aliado con Francia contra Austria; un regimiento valdense, con un pastor como capellán, combatió al lado de las tropas piamontesas, enarbolando una bandera bordada con el antiguo emblema del candelero con las siete estrellas y el lema: "Lux lucet in tenebris".

En la segunda guerra, el Piamonte es aliado de Austria contra Francia, y, tuvieron lugar numerosos hechos de armas no muy lejos de los Valles; el regimiento valdense cooperó brillantemente en la defensa de Cúneo[95] y en 1747 se cubrió de gloria participando con arrojo y heroísmo maravillosos en la sangrienta batalla de la garganta de la Assieta, donde los austro-piamonteses consiguieron rechazar y poner en desastrosa fuga a los franceses cuatro veces más numerosos.

¿Y bien esta ejemplar fidelidad al Rey y estos sacrificios en aras de la patria, eran quizás reconocidos y apreciados por Carlos Manuel III mejor que por su predecesor?

Continuas opresiones. - ¡ Esta es la segunda nota característica, tampoco nueva, desgraciadamente ! Es muy cierto que con el año 1690 habían cesado para siempre las persecuciones armadas, las cruzadas contra los Valdenses, y que los sucesores de Víctor Amadeo II, no los recompensaron más con la cárcel y el destierro ; pero se complacieron, sí, en mantener, agravándolas, las leyes restrictivas y vejatorias emanadas con el tiempo contra estos súbditos suyos. ¡ En abrogarlas nadie pensó siquiera ! Así, muy característico es el hecho que, en 1740, el Senado de Turín creyó oportuno publicar un "Compendio de los edictos concernientes a los Valdenses", recomendando a los jueces residentes en los Valles, a quienes había querido refrescarles así la memoria, observarlos y aplicarlos rigurosamente.

Comprendía todos los antiguos edictos restrictivos emanados contra los "religionarios", desde 1596 en adelante, de los cuales entresacamos estas muestras : ningún culto, ni público ni privado, fuera de los límites tolerados; prohibición de erigir nuevos templos fuera de los existentes antes de 1686; prohibición a los religionarios de sepultar sus muertos en los cementerios católicos y rodear de muros o cercar sus propios cementerios; prohibición de acompañar a los difuntos, a la sepultura, en grupos mayores de seis personas ; prohibición de realizar sínodos sin la intervención de una persona delegada al efecto por S. M.; en las comunas cuya población no sea enteramente herética, el síndico y la mayoría de los consejales deben ser católicos; los hijos de los religionarios pueden serles quitados a sus padres con el fin de hacerles abrazar la religión católica, siempre que los varones no sean mayores de doce años y las mujeres de diez.

Ahora bien, no es difícil imaginar las arbitrarias interpretaciones que se podían fácilmente dar a semejantes edictos, que el Senado recomendaba a los jueces para que no fuesen letra muerta. ¡Los frailes y los clérigos no tenían ciertamente necesidad de estímulos para intensificar su celo y cometer abusos e iniquidades de todo género !

Baste decir que el rapto de los niños, menores o no[96], se multiplicaban de manera impresionante y tuvieron lugar casos de mucha resonancia[97]. Tales delitos eran en parte preparados y alentados por un hospicio que había sido fundado en 1769 en Turín con el nombre de "Refugio de la virtud", y que se trasladó a Pinerolo, en 1740, donde se le llamó "Hospicio de los catecúmenos valdenses". Era una institución mantenida en parte por el Estado, en la que se recogían por caridad, como se decía, o sea a precio de su conciencia, a hombres y mujeres obligados a abjurar por el hambre o por otras contingencias dolorosas, y a niños valdenses atraídos por infames artes o raptados abiertamente por la violencia. ¡ Este Hospicio tristemente famoso no fue suprimido hasta 1890!

Para trabajar mejor en la conversión de los Valdenses fue creado también, en 1748, el obispado de Pinerolo en lugar de la antigua abadía, y fue fundada aquella "Obra de los préstamos" que hoy día aún ayuda a los católicos a adquirir los terrenos en venta en los Valles.

Muy extenso, en verdad, sería enumerar todas las odiosidades que tuvieron que sufrir estos súbditos leales que se veían por ley segregados de los otros piamonteses y excluidos de las empleos públicos, y que, no obstante, estaban siempre prontos en dar a sus hijos, al rey y a la patria, pero no a los curas y a los obispos de Pinerolo. A pesar de ello eran gravados con fuertes impuestos, de los que, para colmo de injusticia, estaban exentos sus connacionales católicos ¡ ya eran pobres de por sí, pero el fisco los desangrada por completo !

La observación popular dice que una desgracia nunca viene sola; y en verdad los Valdenses de aquellos tiempos podían muy bien repetirlo, porque pasaron por aquella dolorosa experiencia. Su creciente miseria material estaba determinada no sólo por las guerras ruinosas y los impuestos exorbitantes, sino también por una serie de calamidades que enlutaron periódicamente los pobres Valles durante casi todo el siglo: carestías, sequías, granizadas, y sobre todo algunas espantosas inundaciones del Pellice, que devastaron los territorios de Villar y de Bobbio. ¿Qué habría sido de los infelices habitantes, objeto de tantas desventuras y reducidos a los extremos, si no los hubiesen sostenido las simpatías de sus correligionarios de Inglaterra, de Holanda y de Suiza?

La generosidad de los pueblos protestantes para con los Valdenses, fue, en efecto, magnífica y merece ser subrayada con profunda admiración. Movidos por un sentimiento vivísimo de solidaridad humana y cristiana, los evangélicos holandeses e ingleses, al tener conocimiento de las angustias en que se debatían sus correligionarios italianos, organizaron prestamente generosas colectas en favor de las familias más duramente probadas, y, en 1740, hicieron construir, en las proximidades de Bobbio, un gran dique para proteger al país de otras eventuales inundaciones.

En Inglaterra, la reina María, viuda de Guillermo III de Orange, había asignado en favor de los Valdenses, y precisamente para el honorario de sus pastores, el así llamado "Subsidio Real", a título de restitución del fondo reunido anteriormente por Cromwell y que había sido secuestrado por el católico Carlos II; pero, por la parte que le correspondió a la colonia del Wurtemberg, a instancia de Enrique Arnaud, ese subsidio se había reducido un tanto. Entonces, en 1768, Jorge III autorizó una nueva colecta general en el reino de la Gran Bretaña, y su producto se destinó a formar el "Subsidio Nacional", que la "Sociedad para la propagación del Evangelio" estuvo encargada de administrar.

Por su parte, los Estados Generales de Holanda fueron especialmente generosas para con el pueblo valdense. En 1735 se fundaba y celebraba su primera sesión, en Amsterdam, el venerable Comité Valón, el que tuvo a su cargo la administración de los fondos reunidos en las Iglesias holandesas en beneficio de los pastores y maestros, en particular; ese benemérito Comité se propuso mejorar la instrucción elemental que estaba muy descuidada, implantando 38 escuelas seccionales[98] y también una Escuela Latina, la. que debía proveer, hasta cierto punto, a la instrucción secundaria. E hicieron aún más, los amigos holandeses; no satisfechos en suministrar subsidios para la beneficencia y la instrucción, quisieron aún ocuparse de las condiciones morales y espirituales no muy halagüeñas en que había caído, por entonces, el pueblo de los Valles.

La i.e. y la Vida Religiosa, en efecto, languidecían y decaían de manera alarmante. ¿Cómo así? ¿Dónde debemos buscar las causas de esta creciente miseria espiritual? Las causas fueron varias, pero la principal se debía al espíritu que reinaba doquiera en el siglo XVIII; por todas partes corrupción y superstición, duda y escepticismo; en toda Europa el culto y las prácticas religiosas se reducían a estériles formalismos y el manto de la hipocresía trataba de ocultar, bien o mal, la relajación de las costumbres. ¿Cómo hubiera sido posible que el pequeño pueblo valdense se sustrajese por completo a esta influencia desmoralizadora? Sus estudiantes que frecuentaban las Academias teológicas de Basilea, de Lausana y de Ginebra, respiraban allí la atmósfera que por entonces envolvía cada vez más a Europa, asimilaban las nuevas ideas, y de vuelta a la patria, difundían una filosofía vulgar, de sabor volteriano. Y, con esta preparación, los pastores sólo acertaban a predicar una fría moral de conveniencia, una "Religión Natural", como se le solía llamar, en substitución al puro Evangelio, eternamente joven y poderoso para la salvación de las almas. ¿ Por qué maravillarse, entonces, que hasta en las poblaciones de los Valles comenzase a languidecer y amenazase extinguirse, la llama de la piedad?

Ahora bien, las personas piadosas y sin prejuicios que componían el Comité Valón, comprendieron el grave peligro y, con encomiable solicitud, acometieron la tarea de corregir errores y atemperar abusos, obteniendo, entre otras cosas, que los pastores, que no se sentían ya dispuestos a suscribir la Confesión de 1655 como expresión de su propia fe, redactasen, de común acuerdo, algunos artículos sobre puntos de doctrina de vital importancia; así fue preparado y redactado por los ministros valdenses un "Acto de conformidad", en 1767.

He aquí, pues, en que penosas condiciones civiles, morales y religiosas, se encontraba el pueblo valdense, cuando en Europa se desencadenó el huracán de la Revolución francesa, convulsionándolo todo.

XXIII
BAJO LA REPUBLICA Y EL IMPERIO (17891814)

¿ Podía acaso el pueblo valdense permanecer indiferente ante las ideas proclamadas por la Revolución francesa? Bastante tiempo y con mucha rudeza había soportado la prepotencia del antiguo régimen, para no acoger con entusiasmo la proclamación de los derechos del hombre y del ciudadano, haciéndose eco, jubiloso, del grito de libertad, de igualdad y de fraternidad que se levantaba poderoso allende los Alpes. Cierto es que las primeras conmociones se manifestaron tan siniestras y cargadas con tantas culpas, que, a primera vista, dejaron desconcertados a los Valdenses, enmudecidos por el estupor; al punto que no se atrevieron a corear al pastor David Mondón, cuando éste, en su discurso de apertura del Sínodo de 1791, no pudo contenerse en exaltar los grandes principios que estaban triunfando en Francia. Mondón fue pronto llamado al orden por la autoridad ducal y suspendido por seis meses en sus funciones. ¡Oh! cómo hubiesen deseado, algunos, detener el curso fatal de los acontecimientos, o, más bien aún, paralizar la marcha ascendente del progreso y de la civilización !

El hecho es que, cuando Víctor Amadeo III, lejos de acoger la invitación de Francia a aliarse con ella, o, por lo menos a permanecer neutral, le declaró en cambio la guerra, los Valdenses no desmintieron su tradicional fidelidad y devoción a la Casa de Saboya; y así, defendieron heroicamente las fronteras y tan bien, que, por esa parte, las milicias francesas no pudieron penetrar en el Piamonte. Sin embargo, a pesar de su leal actitud, un hecho muy grave hubo que deplorar en Mayo de 1794.

Mientras los soldados valdenses hacían guardia en los confines, sus eternos adversarios y denigradores, siempre listos a la venganza y ávidos de botín, urdieron a sus espaldas una infame conjuración; tramaron la matanza de todas las familias de Torre y de San Juan, cuyos hombres se encontraban bajo las armas, y el saqueo de sus casas. Los conjurados, en número de más de 700, después de concentrarse en Luserna, ya se habían ocultado en el convento, en la iglesia católica y en algunas casas de Torre, ultimando los preparativos para la matanza, cuando dos católicos de nobles sentimientos, el cura de Luserna, Don Brianza, y el capitán Odetti, en conocimiento del complot, trataron de hacerlo fracasar, advirtiendo urgentemente a los soldados valdenses. Estos, desde el campo de Malpertús, volvieron precipitadamente a Torre; pero, en aquella misma noche, los viles conjurados, husmeando el peligro, habían huido; sin embargo, fue encontrada la lista de los culpables en la iglesia católica. Y bien, ¿ quién lo creería? Víctor Amadeo III, a quien fueron denunciados inmediatamente los cabecillas, no solamente no quiso castigarlos, sino que pensó, en cambio, destituir temporalmente al general Gaudín, porque había concedido licencia a sus soldados valdenses para acudir en defensa de sus hogares, tan ruinmente amenazados. El valiente general no temió en replicar : "¡ Sire, aquél fue el día más hermoso de mi vida: logré impedir que se derramase sangre, y no tuve que verterla !"

Con tales disposiciones, no era de esperar que el Duque apreciara como merecían la lealtad y el valor de los combatientes valdenses ni que comprendiese la necesidad de conceder reformas; y así, a todas las solicitudes que se le presentaban no sabía responder sino con favores irrisorios[99] y con las acostumbradas promesas de concesiones más importantes al terminar la guerra.

Ni su hijo, Carlos Manuel IV, que le sucedió en 1796, quiso o supo asumir una actitud más simpática y honrada. Carecía de todas las cualidades que le hubieran sido necesarias para empuñar con mano firme el timón de un Estado, en aquellos procelosos tiempos ; de modo que, si alguna vez, dejaba escapar algún acto de justicia, más bien motivado por el gran temor que tenía a los franceses, se apresuraba luego a desmentir sus palabras en la forma más indigna, apenas le parecía que las circunstancias que se le volvían favorables. Hizo, pues, tanto para con los Valdenses como en su conducta política en general, un papel muy mezquino; pero no lo hizo por mucho tiempo, porque, el 9 de Diciembre de 1798, se retiró a Cerdeña (donde terminó por abdicar, en 1802), dejando libertad a sus súbditos para reconocer el, gobierno provisorio que la triunfante República Francesa estaba por instituir.

1 - Bajo la República (1798-1804).

Uno de los primeros decretos del Gobierno provisorio fue el de proclamar la libertad de cultos y la igualdad de todos los hombres ante la ley. "Considerando que la diferencia de culto no debe introducir entre los ciudadanos de un pueblo libre ninguna diferencia de derechos y de deberes, los protestantes son admitidos a gozar de las mismas prerrogativas concedidas a los católicos."[100] Abolida la inquisición; abolida la tortura; abolida la censura de imprenta... ¿Quién puede describir la delirante alegría de los Valdenses, mientras plantaban los árboles de la libertad en todas las Comunas de sus Valles? En Torre, la gran fiesta tuvo lugar el 20 de Enero de 1799. En derredor del árbol plantado frente al palacio del conde M. A. Rorengo, vinieron a prestar juramento de fidelidad a la Constitución las 15 compañías de la Guardia Nacional de Val Luserna; el juez de paz, Pablo Appia, pronunció un inspirado discurso, y la multitud entonó los nuevos cantos de la libertad, obligando al mismo conde Rorengo a bailar junto con todo el pueblo jubiloso, en torno a la fogata, en la que tuvo que arrojar sus títulos feudales.

Proclamada 4a anexión del Piamonte a la República francesa, los Valles fueron incorporados al Departamento de Po, administrado por una comisión central, de la que entró a formar parte el pastor de Torre y moderador Pedro Geymet.

Pero aquel año de 1799 no transcurrió tan sereno y tranquilo como en su comienzo se había pronosticado. La coalición austrorusa contra Francia se había realizado, y, mientras Napoleón combatía en Egipto, los generales franceses se replegaban en Italia ante el mariscal austriaco Melas y el mariscal Suvarow; la retirada se convirtió bien pronto en una verdadera fuga, frente a las hordas de los Cosacas. Estos avanzaban con tal rapidez, que para fines de Mayo se encontraban en Turín.

El Gobierno provisorio tuvo apenas tiempo para ponerse en salvó en Francia, protegido por los Valdenses, que supieron detener a los Cosacos en las gargantas del Malanaggio, cerca de San Germán. Y aún algunos centenares de soldados franceses, que se encontraban enfermos y heridos en Bobbio, fueron transportados con gran rapidez más allá de las fronteras por aquellos buenos montañeses, guiados por el pastor Manuel Rostán. Estos actos de humanidad y de misericordia, a que se sienten naturalmente inclinados todos aquellos que han sido duramente probados por las tribulaciones y no tienen cerrado el corazón a los sentimientos cristianos, podían ser fácilmente juzgados por los vencedores como pruebas de traición; y, en efecto, los Cosacos comenzaron por invadir el Valle de Luserna, saqueándolo, incitados a ello por las calumnias de los eternos fanáticos, los que no perdieron la oportunidad de valerse de ellos para hacer una cruzada contra los "Barbetos". Pero, gracias al valor de Pablo Appia y de otros cuatro diputados, que, atravesando las líneas de los austrorusos, se presentaron a parlamentar al Cuartel Militar en Pinerolo, las hostilidades cesaron. Y también, en Turín, el generalísimo Suvarow les aseguró que los Valles serían respetados si permanecían neutrales. Los diputados lo prometieron. Por consiguiente, salvo algunas alarmas, debidas ya a equívocos, ya a la persistente acción hostil a los Valdenses ejercitada por ciertos fanáticos piamonteses sobre los jefes de las tropas austrorusas, puede decirse que los habitantes de los Valles no tuvieron que sufrir mucho, por la presencia de estos huéspedes, más o menos deseados. Un destacamento cosaco de treinta hombres invernó en Torre, y permaneció de guarnición allí cerca de nueve meses[101].

Y así volvió la primavera, y con la primavera tornó Napoleón Bonaparte a Italia, quien, por entonces, había derrocado el Directorio y se había hecho nombrar primer Cónsul. Transpuesto el Gran San Bernardo, y entrado triunfalmente en Milán, el 1 de Julio de 1800, el Cónsul batía a los Austriacos, primeramente en Montebello - los Rusos se habían retirado de la Liga - y después, definitivamente, en Marengo (14 de Junio). La inmediata consecuencia de esta victoria fue el restablecimiento del régimen republicano; ya, antes de Marengo, cuando se había detenido en Milán, Napoleón había reconstituido la República Cisalpina, la que más tarde, a principio de 1802, tomó el nombre de Italiana, eligiéndole a él presidente.

Entre tanto, en los Valles, las condiciones de los pastores y de los maestros empeoraron siempre más, privados desde hacía más de un año del Subsidio Real, cuyo envío les había suspendido Inglaterra a partir del momento en que las convulsiones políticas los habían convertido en súbditos franceses. La Mesa Valdense no dejó de exponer esa dolorosa situación a la Comisión Ejecutiva del Gobierno Republicano, la que proveyó con el decreto del 19 de Noviembre de 1800, reduciendo las parroquias católicas de los Valles de 28 a 13, número más que suficiente por lo reducido de sus fieles, mientras que los Valdenses, diez veces más numerosos, no contaban más de 15; las rentas de aquellas parroquias suprimidas debían servir para el mantenimiento de los pastares. ¡ A la Mesa se le confiaba, además, la administración del famoso Hospicio de los catecúmenos de Pinerolo ! "El producto de aquellos bienes, rentas y arrendamientos, lo mismo que los de la casa y dependencias, serían destinados para los mismos usos a que eran destinados los subsidios suministrados por las potencias extranjeras."

El Sínodo valdense, reunido en San Germán, en Junio de 1801, presidido por Pedro Geymet, moderador aún, y en adelante subprefecto del circuito de Pinerolo, dejó constancia de las generosas disposiciones fijadas por aquel decreto, con las palabras siguientes : "La Asamblea, vivamente compenetrada por los beneficios con que fueron colmados los Valdenses por el Gobierno Republicano, le expresa su reconocimiento y vota una promesa de devoción inviolable a la sagrada causa de la libertad."[102]

El Gobierno Republicano decretó que el Valle de Luserna se llamase en lo sucesivo Valle del Pellice, y que su cabeza de partido no fuese ya la ciudadela de Luserna, católica, sino Torre, en su mayoría valdense ; y al Val San Martín puso el nombre de Val Babilla. Pero este último cambio, aun cuando feliz y genial, no llegó a penetrar en el uso de un modo permanente y definitivo.

El 2 de Diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte se hacía coronar solemnemente en París emperador, por Pío VII.

2 - Bajo el Imperio. (1804-1814).

Al volver a Italia, durante el mes de Mayo de 1805, para trasladarse a Monza, para ceñir la corona de hierro, el emperador se detuvo en Turín, y allí concedió una audiencia a la Mesa Valdense. En el curso de esta memorable entrevista, Napoleón departió afablemente con el moderador Peyrán, informándose de los orígenes de la Iglesia Valdense, y manifestando su gran admiración por el Glorioso Retorno; sabedor, después, que la Gran Bretaña había suspendido sus subsidios, invitó a la Mesa a presentar un proyecto con el fin de que la Iglesia de los Valles pudiese ser incorporada a la Iglesia Reformada de Francia, recién organizada. Al volver a los Valles, el moderador se apresuró a convocar a todos los pastores y síndicos en una gran asamblea, en los Bellonats de San Juan: el proyecto solicitado fue cuidadosamente preparado, y a él agregaron varios pedidos. De ahí a pocos meses, por decreto imperial, la Iglesia Valdense era dividida en tres circunscripciones consistoriales con sus respectivas sedes en Torre Pellice, Prarustín y Viillaseca; y, con esto, el honorario de los pastores y los recursos para la instrucción pública estaban asegurados por el Estado.

El domingo 6 de Octubre, en una solemne ceremonia que tuvo lugar en el templo de los Copiers, los pastores prestaron juramento de fidelidad en presencia del prefecto, que había venido expresamente desde Turín, y que pronunció palabras a las que ellos no estaban ciertamente habituados: "La libertad de conciencia es el más sagrado de los derechos humanos, y las aberraciones ocurridas al respecto no pueden ser consideradas sino como efecto de bárbara ignorancia. La religión será respetada siempre por los gobiernos cultos. Puesto que es vínculo entre Dios y los hombres, valdrá para unir a éstos en los mismos sentimientos de gratitud hacia su Creador, para brindar nuevas fuerzas en la práctica de las virtudes sociales que de ellos se exige y procurarles una vida pacífica y feliz. Los verdaderos cristianos no deben desviarse nunca de aquellos principios de humildad que el Evangelio prescribe. ¡Felices habitantes de los Valles! ¿ Esos principios no son, acaso, los que vosotros profesáis? Ojalá podáis custodiarlos siempre en vuestros corazones!"[103]

Por esa época, los fieles de San Juan gozaron tina satisfacción y una alegría vivísima; ellos, que por más de dos siglos habían deseado tanto, aunque siempre en vano, tener un templo en sus dominios - habiéndose visto obligados hasta entonces a concurrir al del Chabás, en los confines de Angroña, excepto las pocas veces que se servían de la sala comunal-, fueron finalmente autorizados para edificarlo. Reunieron fondos mediante una suscripción pública, y el 20 de Diciembre de 1807 el nuevo templo, que es el actual de los Bellonats, fue inaugurado con una ceremonia presidida por el pastor Josué Meille.

Desgraciadamente, a esa alegría espiritual siguió, a los pocos meses, una grave desventura : en la tarde del 2 de Abril de 1808, un terremoto violentísimo asoló los Valles del Pellice y del Clusón, derrumbando muchas casas y ocasionando al nuevo templo profundas lesiones, que requirieron muchas y costosas reparaciones. El Emperador, con notable prontitud y generosidad, contribuyó con medio millón de francos en favor de los damnificados por el desastre.

Los últimos años de la dominación francesa transcurrieron serenos y pacíficos; y, en conjunto, puede decirse que la dominación de Bonaparte -que terminó con su abdicación y retiro a la isla de Elba el Ir de Abril de 1814- fue más bien benéfica para el pueblo valdense, aunque en los últimos tiempos se volvió asaz gravosa a causa de los sacrificios en hombres que la conscripción imponía siempre más numerosos.

Ciertamente, los Valdenses no tardaron en lamentarlo en los años que se siguieron: años de restauración del reino de Cerdeña, y al mismo tiempo de reacción y de nuevas opresiones. Entre la efímera libertad francesa y la definitiva libertad italiana hubo un intervalo de treinta y cuatro años, período interesante e importante, porque cierra la historia del pueblo valdense, sujeta a leyes civiles excepcionales ; reina aún el crepúsculo, pero el crepúsculo que precede a la luz triunfante de la aurora.

XXIV

DESDE LA RESTAURACION A LA EMANCIPACION.

(18141848).

1 - Restauración y reacción.

Apenas Napoleón se retiró a la isla de Elba, el rey Víctor Manuel I, que sucedió en 1802 a su hermano Carlos Manuel IV, abandonó la Cerdeña a bordo de una fragata inglesa y desembarcó en Génova. Nadie se oponía ya a que entrase en posesión de todo su reino, que fue ampliado aún por el Congreso de Viena con el territorio de la antigua República genovesa. Afable y de corazón bondadoso, Víctor Manuel I era, empero, de mentalidad estrecha, y pronto manifestó su mediocridad de ingenio a la par que sus intenciones reaccionarias, mediante el edicto del 21 de Mayo, por el que abolía todo lo que había sido establecido después de 1798 y restauraba la Constitución de 1770, en pugna con los progresos alcanzados en el interregno. Basta decir que destituyó muchos profesores de la Universidad, desconoció los grados que los oficiales habían alcanzado al servicio del gobierno precedente, restituyó al clero y a la nobleza todos sus privilegios; redujo, en resumen, el Estado a lo que era antes de la Revolución, anulando toda buena institución que había germinado en los últimos cuarenta. años. ¡ Su estrechez de espíritu llegó hasta prescribir multas a los posaderos que hiciesen uso de grasa en día viernes !

Los Valdenses, alarmados, naturalmente, por estas tendencias del Soberano, se apresuraron a mandarle una diputación, la que fue recibida con afabilidad hasta por demás familiar (¡el rey llegó hasta exhibirles un traje remendado por su esposa, en Cerdeña!), pero sin ninguna declaración tranquilizadora. No había, pues, que hacerse ilusiones; y, en efecto, pronto se conocieron las previstas medidas represivas: suprimidos los bienes nacionales, enajenados en favor de la Mesa; restablecidas las parroquias católicas anteriores; prohibición de tener propiedades fuera de los antiguos confines; intimación de clausurar el nuevo templo de San Juan; deposición del subprefecto Geymet. Este se retiró modestamente a Torre Pellice, a dirigir, hasta su muerte, la Escuela Latina.

Pero como en su política general Víctor Manuel no tardó en darse cuenta que contra los tiempos no es prudente dar coces, asimismo terminó también por convencerse que convenía mitigar los excesivos rigores hacia los Valdenses ; y, por consiguiente, des restituyó una modesta asignación para los pastores, sacándola del impuesto mismo abonado por los Valdenses ; toleró, por vía de excepción y no como regla, que conservasen los bienes. adquiridos fuera de los antiguos confines; y en cuanto al templo de San Juan, concedió el permiso de reabrirlo, pero a condición de que se ocultase su fachada con una pared de madera, a fin de que el cura, desde su pequeña iglesia, que estaba precisamente en frente, no se sintiese ofendido al ver la gran puerta abierta y a los fieles que por ella entraban para rendir su culto. Esta ridícula empalizada, plantada en la hermosa plazoleta del templo, cayó por sí misma unos quince años más tarde, y ya nadie se acordó más de ella.

A los movimientos políticos de 1821, los Valdenses permanecieron completamente extraños. Corno es sabido, el rey Víctor Manuel I, empeñado con Austria en no cambiar la forma del Estado, en vez de conceder la Constitución reclamada por la parte más selecta del pueblo, prefirió abdicar en favor de su hermano Carlos Félix. Este subió al trono después de una breve regencia constitucional del príncipe Carlos Alberto de Cariñán, iniciando de inmediato una severa obra de represión ; se apresuró a desaprobar las concesiones hechas por el regente, y, castigados los principales promovedores de la abortada revolución, reinó durante diez años, siempre receloso y siempre adverso a la libertad. Y que el nuevo rey demostrase seguir la línea de conducta de su predecesor, bien se dieron cuenta los Valdenses, cuando, rehusando recibir a su diputación,. que en Noviembre de 1821 había acudido a rendirle homenaje, justificó con estas palabras su negativa : "i A vosotros sólo os falta una cosa : que os hagáis católicos !"[104]

¡En verdad, Carlos Félix nada hizo para captarse el afecto de estos sus súbditos, sino, por el contrario, se empeñó en excitarlos con toda clase de vejaciones mezquinas, y dio curso a no pocos abusos. De ahí que bajo su reinado, el cielo continuase opaco y tormentoso : sin tempestades, es cierto, pero sin que al través de las nubes sonriese tampoco un jirón de azul y brillase un rayo de sol.

No obstante, precisamente en aquellos años obscuros, en los que se esperaba en vano un poco de bonanza de la parte de Turín, de otros lados debía llegar una sonrisa del cielo a iluminar nuestros Valles : aludo a la palabra ferviente de un apóstol y a la inspirada generosidad de algunos benefactores.

2 - Despertamiento.

Hemos dejado constancia anteriormente de las deplorables condiciones espirituales en que se encontraba el pueblo valdense a fines del siglo XVIII. ¿Era de esperarse, acaso, que la Revolución las mejorase? Esta, desgraciadamente, a más de las vivificantes ideas de libertad, difundió por doquiera el veneno de la impiedad, el culto a la diosa Razón, el desprecio para toda fe religiosa. Y por esto, no nos extrañamos mayormente al constatar fique la apatía religiosa y el racionalismo reinasen incontrastables en los Valles durante toda una generación aún. Ni la iglesia tampoco daba muestras de querer sacudir este fatal sopor, pues ella misma parecía adormecida bajo el manto del formalismo; los pastores se contentaban con vigilar para que "el orden y el decoro" fuesen observados, a fin de que la Iglesia conservase su dignidad y "su encumbrada respetabilidad" ; los sermones y los catecismos se limitaban a inculcar los principios generales de la moral, refrenando los vicios más llamativos, y no trataban de provocar la conversión del corazón.

El más evangélico de los pastores de los Valles es, sin duda, el moderador Pedro Bert, pastor de Torre Pellice", escribía Félix Neff ; pero agregaba : "sería necesario destilar un centenar de sus discursos para obtener uno capaz de despertar las almas." En la vecina parroquia de San Juan era pastor un ágil y vivaz anciano, David Mondón[105]; entusiasta admirador de los filósofos de la antigüedad, hombre de grande erudición clásica y de excelente corazón, pero imbuido de racionalismo : bien distinto de su predecesor, el piadoso pastor emérito Josué Meille, quien veía transcurrir sus últimos días, humilde y tranquilo, en su villa de la Carda.

Y bien, precisamente en San Juan, estalló, en 1825 el incendio; pero no encendido por Meille, y mucho menos por Mondón, sino por la palabra ardiente de un joven de veintisiete años, que desde los más altos valles de Francia, había venido a hacer una rápida visita al Valle del Pellice. Lo hemos nombrado pocas líneas antes : Félix Neff.

Ginebrino de nacimiento, a los veinte años había abandonado la carrera militar para consagrarse con fervor a la conquista de las almas; después de haber evangelizado con potencia en varias localidades de Suiza y de Francia, había sentido el deber de responder al llamado que llegaba de los altos valles de Freissiniéne y del Queyrás, donde, a causa de las condiciones de vida tan penosas, por muchos años nadie había aceptado ejercer su ministerio allí. Pero Neff quiso hacerlo; quiso buscar y salvar las almas justamente allí, en medio de aquellas poblaciones, abandonadas a sí mismas cerca de un siglo, y reducidas entonces a la más deplorable miseria, tanto espiritual como material; y terminó por encontrar almas capaces de vibrar al anuncio del Evangelio de redención, y tuvo, el gozo de ver "aquel desierto florecer como la rosa" Ese gozo lo obtuvo al precio de fatigas inauditas, que minaron, en pocos años, su fibra gallarda y lo llevaron, a poco más de los treinta, a la tumba; pero cuando el "Apóstol de los Alpes", por efecto del celo que lo devoraba, logró sacudir el torpor del remoto Valle de Freissiniére, hasta la apartada aldea de Dormillouse, ¡ oh!, entonces, escribe él, "las rocas, los glaciares, todo se animó para mí; aquel país salvaje se me hizo atractivo y querido, desde el día en que lo Vd. habitado por hermanos".

Fue en la inauguración de un pequeño templo, erigido en Freissiniére, en aquellos años de despertar, que Neff se puso en contacto con los Valdenses de aquende los Alpes, y precisamente con el septuagenario pastor de San Juan, David Mondón, quien no había titubeado en trasponer los Alpes para participar en la jubilosa ceremonia, y con dos jóvenes, residentes también en San Juan: los hermanos Juan y Antonio Blanc. Insistentemente invitado por estos últimos, quienes, más que su anciano pastor, se habían sentido impresionados por las exhortaciones y fogosas discusiones oídas en aquella ocasión, el Misionero de los Alpes se decidió a hacer una breve visita a los Valles del Piamonte, en Julio de 1825.

Pasó la garganta de la Cruz y llegó a San Juan, donde se detuvo pocos días, predicando por la tarde del domingo sobre el texto : "Si alguno no tiene el espíritu de Cristo, el tal no es de él"[106], y al regresar a Francia, el domingo siguiente, predicó en Torre Pellice, escogiendo por argumento la visión de los huesos. Esos fogosos discursos y las pláticas que los acompañaron, produjeron una profunda impresión, a punto que bien pronto se organizaron reuniones de avivamiento, primero en casa del pastor jubilado Josué Meille, y luego en varias otras localidades del Valle. Contra los propagandistas del movimiento, entre los que debemos recordar las típicas figuras de Antonio Blanc y del anciano David Lantaret, no tardó en producirse una corriente de enconada oposición, encabezada por el viejo David Mondón, más vital que espiritual, a juicio de los disidentes. Decimos: disidentes, porque, por desgracia, estos elementos, ansiosos de una vida religiosa más intensa, se vieron obligados, por la actitud no muy feliz ni simpática del pastor Mondón, a separarse de la Iglesia. Y algunos de ellos, quizá, olvidaron que la fe más viva y sincera no puede estar reñida con la humildad y la caridad, sin degenerar en esa funestísima plaga que es el orgullo espiritual. Sus reuniones fueron a menudo blanco de las violencias de la muchachada, y también mal vistas por la autoridad política, la que se prestaba a reprimirlas, como focos de desorden y de reacción contra el estado de cosas existentes. Pero, afortunadamente, esta disidencia, tras algunos años, terminó por desaparecer. Gracias al fiel ministerio del digno J. P. Bonjour, sucesor de Mondón en San Juan, y de algunos otros pastores, que experimentaron en Suiza la saludable influencia de hombres piadosos como César Malán y L. Gaussen, los disidentes poco a poco volvieron a reavivar la Iglesia de sus antepasados.

En conclusión, si este despertar quedó limitado a un círculo más bien estrecho y no se propagó a la Iglesia

entera, se debe a dos causas: ante todo, él tuvo un carácter demasiado personal y local ; y luego, más bien, que un verdadero despertamiento de conciencias, el movimiento de 1825 fue particularmente doctrinal: una protesta laica contra ciertas deficiencias eclesiásticas de la época. la reacción del espíritu de fe contra el racionalismo v el formalismo imperante, Y esta reacción tuvo efectos benéficos, pues reanimó en los Valles el interés por las misiones entre los paganos, promovió la difusión de las Sagradas Escrituras y la Evangelización de todas las aldeas de casa en casa, dio nueva vida a la educación religiosa y especialmente a la Escuela Dominical. Agréguese que fueron los disidentes los que instituyeron en 1834 las reuniones religiosas populares del 15 de Agosto, al aire libre : se reunían en las alturas de Angroña. Desde 1853, esta fiesta se celebra anualmente por toda la población de los Valles : miles y miles de personas se congregan en ese día en amenas localidades de Val Pellice y de Val San Martín, para entonar himnos religiosos, oír la predicación de la Palabra de Dios y rememorar la gloriosa historia de sus padres.

3 - Benefactores.

Mientras el prestigio de la reaccionaria restauración política tendía a declinar, dejando presagiar ya inevitable y no lejano el derrumbe del viejo régimen, asistimos al comienzo y desarrollo providencial del resurgimiento valdense, merced a la generosidad amplia e iluminada de notabilísimos benefactores.

Recordaremos los tres principales.

El primero, cronológicamente, fue el conde Federico Luis de Waldburg Truchsess. Desde 1816 a 1844 fue ministro de Prusia ante la corte de Turín, y la encumbrada posición que ocupaba, volvió sumamente preciosa la solicitud verdaderamente paternal, que no se cansó nunca en manifestar para con la población valdense.

Protegió siempre con firmeza a los oprimidos habitantes de los Valles contra las sevicias legales e ilegales de la Corte y del clero, interponiendo sus buenos oficios para obtener justicia o solicitar favores. A él se debe la fundación, en Turín, en 1827, de la Capilla de las embajadas protestantes, que constituyó la primer base de la Parroquia Valdense en aquella ciudad: las legaciones prusiana, británica y holandesa, en acuerdo, nombraron para capellán a un pastor valdense, que fue, por cinco años, J. P. Bonjour, y luego, cuando éste fue electo pastor en San Juan, en 1832, Amadeo Bert, hijo del moderador y pastor de Torre Pellice. Aquel culto, que tenía lugar en el palacio mismo del embajador, era el único culto evangélico que se podía celebrar en Turín antes de 1848, y lo frecuentaban numerosos fieles de toda nacionalidad.

El conde de WaldburgTruchsess se interesó también por las escuelas de los Valles, pero su nombre está especialmente ligado a la fundación del hospital valdense de Torre Pellice. Este, que fue el primero de los institutos de beneficencia levantados en los Valles, había sido ideado por una dama: Carlota Geymet, la viuda del que fuera moderador, subprefecto y más tarde rector de la Escuela Latina. Desde cuando residía en Pinerolo, le eran notorias las vejaciones a que estaban expuestos los enfermos valdenses en los hospitales públicos. Pensó abrir para ellos, en 1821, un asilo; pero estaba apenas abierto cuando se vio que era demasiado reducido. Entretanto, su idea fue acogida y patrocinada por WaldburgTruchsess, quien pronto entregó una elevada contribución del zar Alejandro I, la que constituyó la base de una colecta en la que se suscribieron numerosos protestantes residentes en Piamonte y en el Exterior. Los planes y los reglamentos del nuevo hospital, habiendo sido aprobados por el rey Carlos Félix, en 1824, su erección fue bien pronto iniciada cerca de la aldea de Santa Margarita, al poniente de Torre Pellice. Un segundo hospital valdense fue abierto más tarde, en 1845, en Pomareto, Val Perosa, donde un nuevo templo había sido construido, gracias también al práctico interés del benéfico embajador.

El conde de WaldburgTruchsess murió en agosto de 1844, y sus cenizas reposan en el cementerio de Torre Pellice.

El segundo benefactor que merece ser particularmente recordado, es un pastor anglicano, Guillermo Esteban Gilly, canónigo de la catedral de Durham. Un día, en el invierno de 1822, en una sesión de una sociedad religiosa de Londres (1), oyó leer una carta del pastor de Pramol. Fernando Peyrán, hermano del moderador, a quien Napoleón había concedido audiencia en Turín. Vivamente interesado por esa lectura y deseoso de conocer de cerca a los Valdenses, pasó la Mancha y llegó a los Valles a principios de 1823.

No bien llegó, se convenció de que la cristiandad, incluso la Iglesia Anglicana, no podía sustraerse a sus deberes de solidaridad hacia la venerable Iglesia de los Alpes Cocianos, la que por su antigüedad se le aparecía corno un vínculo de unión entre la Iglesia Apostólica y la de la Reforma y como la luz de Dios predestinada a iluminar la Italia entera.

El Rev. Gilly, de seráfico candor, tenía un corazón de oro: las misérrimas condiciones financieras a que habían alegado las Iglesias y las escuelas lo conmovieron tanto, que, al volver a Inglaterra, se puso a narrar su visita, pintándola con los colores más vivos. El libro[107] que escribió con mucho cariño, dedicándolo al rey Jorge IV, tuvo mucha resonancia. Pero el Dr. Gilly no se limitó a escribir: con el apoyo del obispo de Cánterbury, constituyó en Londres un Comité que se ocupó activamente en reunir y enviar subsidios y proteger a los Valdenses por todos los medios legales, y su primer éxito fue obtener que se les remitiese de nuevo el Subsidio Real, suspendido desde 1797. A este respecto debemos observar que los pastores renunciaron a los intereses atrasados que les fueron ofrecidos, destinándolos a la creación de las dos nuevas parroquias de Rodoreto y de Masel, desprendidas respectivamente de las de Prali y de Manilla.

Así como el nombre del conde WaldburgTruchsess va asociado a la historia de la fundación del hospital de Torre Pellice, el del doctor Gilly recuerda principalmente el origen del Colegio. El fue su verdadero fundador. El primer proyecto acariciado por él, cuando en 1829 visitó por segunda vez los Valles, era muy vasto : había pensado crear un Instituto apto para preparar pastores, profesores de la Escuela Latina y maestros. Pero, más tarde, las líneas del grandioso proyecto se redujeron a proporciones más modestas y se habló de transformar la Escuela Latina existente, ya por entonces inadecuada para las necesidades de la época, en un bien montado Instituto de Segunda Enseñanza, Gimnasio y Liceo, donde la juventud valdense sería esmeradamente instruida, teniendo en vista principalmente el ministerio pastoral. En efecto, los jóvenes que deseaban llegar a ser predicadores del Evangelio, estaban obligados a dirigirse al extranjero, no sólo para frecuentar los cursos de las Academias teológicas, sino para completar los estudios secundarios de preparación ; y bien había comprendido Gilly los inconvenientes y peligros que, para la vocación pastoral, presentaba esta necesidad de expatriarse durante diez y hasta doce años.

Aprobado por la Mesa Valdense, el proyecto encontró algunos obstáculos de parte del Comité Valón, que había instituido y sostenía la Escuela Latina de Torre, y no quería oír hablar de transformación o de fusión; no obstante esto, se siguió adelante, con la fe de que las dificultades - como en efecto aconteció; se allanarían paulatinamente Así, pues, se comenzó por instituir una Escuela Latina en Pomareto, en 1830, para los habitantes del Valle San Martín, y el 1° de marzo del año siguiente, se abría, en Torre Pellice, el Colegio, cuyos comienzos fueron muy modestos : un sollo profesor y una casa particular.

Pero, apenas los tres días de clases, he aquí un nuevo contratiempo; la orden de parte de Carlos Félix de clausurar el Colegio "¡no debidamente autorizado !" Este fue el último acto hostil del retrógrado monarca, cuyo efecto duró poco tiempo, pues que moría un mes más tarde y, ya en mayo, el nuevo rey, Carlos Alberto, autorizaba la reanudación de los cursos. Y, como en el entretanto, se habían reunido los fondos necesarios, se puso manos sin más a la construcción del amplio edificio donde tiene actualmente su sede el Liceo Gimnasio de Torre Pellice. La inauguración tuvo lugar en Junio de 1837 y tomó parte también el Comité holandés, el que había resuelto, no sólo cerrar su propia Escuela Latina, sino asignar un subsidio anual al Colegio.

Hasta su muerte, acaecida en 1855, el Dr. Guillermo Esteban Gilly fue constante y afectuoso amigo del pueblo de los Vallas, Y entre los muchos títulos a que es acreedor, no cosita menos el de haber atraído la atención, sobre los Valdenses, de su tercer gran benefactor, suscitado por la Divina Providencia.

ESTE FUE EL GENERAL CARLOS BECKWITH

El obispo Charvaz, de quien nos ocuparemos en breve, bien pudo complacerse en llamarlo irónicamente "el aventurero de la pierna de palo", pero pocos hombres se vieron como él rodeados por el afecto reverente y grato de toda una población, a la que no sólo dedicó gran parte de sus haberes, sino que se consagro enteramente, viviendo treinta y cinco años en medio de ella y considerando los Valles Valdenses como su país de adopción.

Nacido el 2 de Octubre de 1789 en Haliifax, Nueva Escocia (Norte América), Carlos Beckwith había sido uno de los más brillantes oficiales del ejército británico y había combatido en no menos de veinte batallas, saliendo siempre ileso; pero, en la tarde de la formidable batalla de Waterlóo (18 de Junio de 1815), en la que participó como ayudante de campo del generalísimo Duque de Wellington, sufrió la fractura de la pierna izquierda por un obús francés. La fractura era tan grave y complicada, que fue indispensable la amputación; y así se tronchaba la carrera militar del valeroso oficial que, a los veintiséis años, había alcanzado ya el grado de coronel.

Obligado, pues, a dejar aquella carrera a la que se había sentido atraer por el amor a la gloria, el joven mutilado se dedicó, con la vivacidad de su versátil ingenio, a los estudios más variados. Historia, Teología, Economía Política, los problemas sociales y religiosos habían atraído toda su atención durante doce años, cuando he aquí que, en el verano de 1827, tuvo la ocasión de ver sobre una mesa de la antecámara del Duque de Wellington, a quien había ido a visitar, el reciente libro del Dr. Gilly sobre los Valdenses. Comenzó a ojearlo distraídamente, para engañar los minutos de la antesala, y bien pronto le interesó tanto, que decidió procurarse una copia, la que leyó ávidamente y con maravilla y entusiasmo crecientes. Y después de pocas semanas - como el mismo Gilly cuatro años antes - decidía sin más partir para conocer "de visu" ese pueblo.

Bien puede decirse que, sin aquella bala de cañón lanzada por un desconocido artillero de Napoleón y sin ese libro encontrado en la mesita de una antesala, toda la vida de Carlos Beckwith se habría orientado diversamente : no habría conocido en modo alguna a los Valdenses, y por tanto, no habría cumplido en los Valles su admirable misión. "¡ Misteriosa combinación del destino !", pensará todo aquel que no tenga el sentido de la providencia divina; pero el creyente que no puede atribuirlo a una fortuita combinación y al "Acaso" ciego, en semejantes circunstancias sabe distinguir y admirar las sabias disposiciones de Aquél que, como dice San Pablo, hace concurrir todas las cosas para bien de aquellos que Le aman (1).

Así, en el otoño de 1827, el coronel Beckwith puso el pie, por primera vez, en aquellos Valles que debían convertirse en su segunda patria. En los primeros años fue huésped de los pastores Pedro Bert y J. P. Bonjour, es decir, de los hombres entonces más influyentes y más calificados para informarlo sobre las condiciones y necesidades del pueblo valdense. Más tarde estableció su casa en Torre Pellice, fijando definitivamente allí su residencia, y, luego, se casó con una joven valdense de San Juan, la señorita Carolina Vela. Promovido al grado de mayor general, en 1846, murió en Torre Pellice, el 19 de Julio de 1862.

Desde el principio de su prolongada permanencia en los Valles, Carlos Beckwith se propuso estudiar a fondo el carácter y las verdaderas necesidades de los Valdenses. No era hombre de contentarse con las informaciones que le suministraban otros, aun cuando fuesen personas amigas y de su confianza como Bert y Bonjour: quería conocer por sí mismo. Y por esto, aun cuando mutilado, andaba continuamente en jira por las montañas, seguido por su fiel perro Azor, y recorría todos los Valles hasta las aldeas más remotas, trabando conversación con cuantos encontraba, atesorando todo lo que oía y todo aquello que con mucha perspicacia iba minuciosamente observando. De modo que, tras pocas años, la simpática y genial figura del "coronel" se había hecho popularísima.

Tan pronto tuvo conocimiento de la situación y se dio cuenta del camino a seguir, con tenacidad y práctica inteligencia se empeñó en llevar a cabo, sucesivamente, las varias empresas que, una tras otra, se le presentaban como más útiles y urgentes.

No haremos más que enumerar las principales. Ante todo, el coronel Beckwith dirigió su atención a la instrucción primaria, la que, si bien es cierto que en los Valles se mantenía en estado menos deplorable que en el resto del Piamonte, inclusive Turín, tenía, sin embargo, necesidad de ser sensiblemente mejorada. Las "escuelas seccionales" o vecinales de que hemos hecho mención, funcionaban en locales deficientísimos, y las más de las veces, en los establos; y bien, poco a poco, por iniciativa suya y en gran parte a sus expensas, surgieron en las aldeas, blancas casitas, sencillas, pero bonitas y aireadas, que, aún hoy, se llaman comúnmente "escuelas Beckwith". Construyó no menos de un centenar; pero dejemos que él mismo nos diga el espíritu que lo animaba en esa obra tan benéfica: "Si en la futura vida encontrase tan sólo una viejecita y dos niños a los que hayan sido útiles mis desvelos y afanes, me consideraré recompensado por toldos los sacrificios que he hecho en favor de aquellas universidades de cabritos, donde, lo poco que se enseña es absolutamente cierto y absolutamente bueno..." [108]

Luego se ocupó de las "escuelas parroquiales", más grandes e importantes, haciendo construir o refaccionar, en cala parroquia, un hermoso edificio, dotado, además, de un aula convenientemente montada en vista de la enseñanza, de un alojamiento decoroso para el maestro En cuanto a los maestros, se preocupó de aumentar, logrando la ayuda de las Comunas, el irrisorio sueldo[109], y aun más, quiso mandarlos a todos, y a sus propias expensas, a seguir un curso de perfeccionamiento en la Escuela Normal de Lausana.

Y, por último, dedicó su atención a la enseñanza secundaria. El Dr. Gilly pudo apreciar el gran valor de su cooperación en la erección del Colegio de TorrePellice ; es notorio, en efecto, que el arquitecto Roland había preparada el plano del edificio, "siguiendo las instrucciones del coronel Beckwith" y que éste mismo había trabajado tesoneramente con el fin de conseguir y organizar las contribuciones de las Comunas a favor del Instituto en construcción. Levantó en Pomareto un cómodo edificio para la Escuela Latina fundada por Gilly[110] y, más tarde, hizo edificar, en Torre Pellice, en las cercanías del Colegio, seis sencillas pero cómodas casitas para los profesores. Pero otro Instituto de educación, ideado y fundado por Beckwith, en 1837, le fue particularmente caro y se convirtió en objeto de sus más asiduas atenciones : el Pensionado para señoritas. Confiado a la dirección de una buena institutriz suiza, ejerció esa institución una saludable influencia educadora durante toda una generación. Desde la casa alquilada en que vivió sin primeros años, el Pensionado fue transferido, en 1814, a la sede que le hizo construir el coronel, donde tomó, más tarde, el nombre de "Escuela Femenina Superior" ; un nuevo y espacioso edificio (la recibió en 1883.

Tampoco olvidaba las obras de beneficencia, y especialmente el hospital de Torre Pellice, para cuyo mejoramiento hizo venir de Suiza la primer diaconisa (1845).

Tantas obras beneméritas terminaron por ser reconocidas aún por el Soberano, quien, en 1848, lo nombró caballero de la orden de los SS. Mauricio y Lázaro; algo extraordinario si se piensa que, diez años antes, le había prohibido asistir a los Sínodos de la Iglesia Valdense.

Carlos Beckwith hizo aún edificar el templo y la casa parroquial de Rodoreto (1845), el templo de Rora (1846), el templo de TorrePellice (1852), a cuyos habitantes no les era permitido, antes de 1849, celebrar el culto en su localidad, de modo que tenían que reunirse en el antiguo templo de los Copiers, que se encuentra a una distancia de media hora de marcha, en las pendientes del Vandalino. Y no olvidemos el templo de Turín (1853), que los Valdenses deben también al general Beckwtith y a su entusiasta colaborador, el banquero y diputado José Malán.

Tantos y tan diversos fueron sus beneficios - que sólo en parte hemos recordado - que fácilmente se comprende como su memoria sea particularmente bendecida entre los Valdenses, quienes le han erigido en sus corazones un monumento de gratitud, más duradero aún que del que le levantaron en el cementerio de Torre Pellice, donde, desde el 21 de Julio de 1862, reposan sus despojos mortales[111].

4 - Los últimos vejámenes.

Y ahora, después de habernos alegrado con la luz que emana de estas nobles personalidades cristianas, debemos entrar una vez más en la penumbra, desgraciadamente no disipada por el advenimiento de Carlos Alberto al trono, en 1831. Tendremos ocasión de volver, más adelante, sobre el carácter enigmático de este príncipe, en quien se habían encontrado las esperanzas de los liberales italianos, y sobre su actitud incierta y contradictoria hasta 1848; baste por ahora recordar que, en los primeros diez y siete años de su reinado, causó no pocas amargas desilusiones a sus súbditos Valdenses.

Sin embargo, los conocía bien, a los Valdenses, y sin duda no habría oído hablar mal de ellos al pastor evangélico de Ginebra, Vaucher, a cuyo cuidado el joven príncipe de Cariñán había sido confiado. Pero evidentemente, se sentía ligado a la formal promesa hecha a su tío Carlos Félix, de no cambiar para nada la organización política, y nadie sabrá nunca lo que haya sufrido, en la intimidad de su ánimo poco expansivo y sensibilísimo, por el incesante y trágico conflicto entre los opuestos sentimientos de devoción a la causa del papa y de amor por la independencia de la patria, entre los escrúpulos de una religiosidad que rozaba el fanatismo y los impulsos generosos de su corazón. El hecho es que, después de haber comenzado su reinado con un acto de liberalismo, cual fue la inmediata autorización a los Valdenses para reabrir su Colegio (Mayo 1831), y después de haber acogido con la mayor cordialidad una diputación asegurando al Moderador que "habría hecho todo lo que dependiese de él para hacerles felices" (Junio 1831), no tardó en dejarse presionar por el clero, siempre poderoso en la Corte Saboyana, y especialmente por monseñor Andrés Charvaz, obispo de Pinerolo.

Este prelado saboyano, que tuvo sobre el Rey un ascendiente excesivo por haber sido también preceptor de sus hijos, no bien se instaló en su diócesis, declaró abiertamente al Moderador, quien a principios de 1831. había ido cortésmente a visitarlo : "Mientras no sean abrogados los antiguos edictos concernientes a los Valdenses, haré todo lo que de mí dependa para que sean observados".

Esto, a lo menos era hablar claro.

Y mantuvo su palabra el obispo Charvaz : puso de nuevo en vigor, uno por uno, los edictos más antiguos y más inicuos, a punto que, en virtud de su celo fanático, la reacción volvió a revestir formas de verdadera persecución.

La primer víctima fue el joven pastor de Rodoreto, Alejo Mustón, que había publicado en París una tesis de historia valdense, en la que defendía las doctrinas evangélicas en forma atemperada y sin la más mínima ofensa para las autoridades. Desde Turín fue de improviso lanzada una orden de captura contra él, porque su libro, impreso en el extranjero, no había sido sometido a la censura piamontesa ! Advertido con tiempo por su amigo Amadeo Bert, capellán de las Legaciones protestantes, Mustón, que en esos días se encontraba en Bobbio en casa de su padre, pastor allí, huyó a Francia, pasando de noche (Enero 1835) la garganta de la Cruz, cubierta de nieve. Y estuvo desterrado no menos de diez años, antes que el decreto de su expulsión fuese revocado[112]. Entre tanto, el obispo de Pinerolo se servía de la imprenta, escudándose en la censura para atacar a los Valdenses con sus "Ricerche storiche" sobre sus orígenes y el carácter de sus doctrinas, y para publicar un voluminoso "Guida del catecumeno valdense", que ninguno leyó. Mudho más peligroso que estas publicaciones y causa de nuevas tribulaciones fue el Hospicio de Pinerolo, reabierto para recibir a los niños valdenses, aun en contra de la voluntad de sus padres "con tal que hubiesen alcanzado la edad de doce años los varones y diez años las niñas". El fanático Charvaz, en efecto, no había titubeado en poner en vigor también este infame edicto, por el que se renovaron en pleno siglo XIX, los odiosísimos usos de rapto de niños. Recordemos un solo ejemplo, el de la niña de once años, ciega, Enriqueta Arnaud, último descendiente del gran jefe del Glorioso Retorno : fue atraída al Hospicio a fin de que abjurase de su fe, y su padre no sólo no pudo obtener su libertad, sino que, para colmo de cruel ironía, se vio obligado a pagar a los raptores una suma anual a título de pensión!

Estas enormidades estaban autorizadas por antiguas leyes, que el clero arrogante había resucitado; y sin efecto quedaban todos los reclamos. Debía hacer la dolorosa experiencia el mismo embajador de Holanda ante la Corte de Turín, cuando invocó inútilmente la intervención del Rey para que le fuese restituida su propia hija de diez y siete años, que los curas habían encerrado en un convento. Las protestas del cuerpo diplomático de nada sirvieron, hasta que el infeliz padre salió del Piamonte angustiadísimo, pero no antes de devolver con desdén a Carlos Alberto la Gran Cruz de la Orden Mauriciana, declarando no poder engalanarse con las condecoraciones de un país en el que se cometían impunemente violaciones a los derechos más sagrados y en el que su rey se manifestaba incapaz de poner vallas a semejantes actos de barbarie[113].

Ahora bien, si tal cosa podía sucederle al embajador de una potencia extranjera, no hay motivo para maravillarse que lo mismo y aún peor aconteciese de cuando en cuando a los pobres súbditos valdenses, tomados por blanco por el intransigente monseñor saboyano. Este se ingeniaba en multiplicar sus vejámenes, y pensó poner en vigor ,entre otros, también el antiguo edicto de los confines - ¡ya por demás conocido! - a fin de que los Valdenses no pudiesen quedarse con las propiedades que habían venido adquiriendo fuera de los límites fijados siglos antes, y que, por entonces, eran ya demasiado reducidos[114].

Y en sus denuncias, el obispo Charvaz era tan obstinado y molesto, que se hizo insoportable para los mismos funcionarios del Ministerio de Gracia y Justicia. Por su parte, Carlos Alberto halló una medida, poco digna de un rey, pero índice de su buen corazón. Hizo ordenar al Prefecto de Pinerolo de suspender la ejecución de aquel edicto, "procurando hacer de modo que la Autoridad Eclesiástica no se diese cuenta de la suspensión", y, además, se declaró personalmente dispuesto "a atender los pedidos particulares que se le dirigiesen de todos aquellos que hubiesen obrado de buena fe, sin intenciones de eludir las órdenes del Gobierno".

Por un lado, pues, Carlos Alberto quería dejar intacto el edicto para complacer al partido clerical, y, por otra empeñábase en evitar su aplicación, porque en su íntimo lo juzgaba inicuo.

¡Siempre los acostumbrados medios términos y las acostumbradas contradicciones ! El que al promulgar su nuevo Código civil en 1837 no quiso renovar nada con respecto a las condiciones de los Valdenses y favoreció así prácticamente la reacción de Charvaz[115] ; él, que en 1838 la convocación de un Sínodo prohibió expresamente la asistencia de los extranjeros ( y con esa prohibición quería alcanzar a WaldburgTruchsess y a C. Beckwith), dejó empero, a veces, libre curso a su magnanimidad en hechos simpáticos, por ejemplo, cuando hizo trasladar a Torre Pellice los restos de un valdense, mayor del ejército, quien en Aosta había sido sepultado fuera del cementerio, o cuando concedió la exención de los gastos de Aduana para los libros provenientes del Exterior y destinados al Colegio, o cuando asignó al Hospital Valdense un subsidio, personal, correspondiente a una tasa que le había sido impuesta.

Pero la típica incoherencia de la actitud de Carlos Alberto hacia los Valdenses, se manifestó especialmente con motivo de la inauguración del priorato mauriciano de Torre Pellice. Esta misión, cuyo objeto era atraer al redil romano la población de los Valles, había sida fundada merced a un decreto real, previa aprobación del papa Gregorio XVI, y sus edificios, construidos a expensas de la Orden de los SS. Mauricio y Lázaro, de la que Carlos Alberto era Gran Maestre, fueron inaugurados el 24 de septiembre de 1844, con la intervención del Rey. Y bien, esta circunstancia, que los Valdenses habían mirado con muy comprensible aprensión, terminó por volvérseles favorable, porque el Soberano quedó talmente conmovido por las entusiastas demostraciones de afecto que le tributó el pueblo que había acudido de todas partes de los Va

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elles para aclamarlo, que despidió a sus carabineros, no queriendo escolta alguna "entre los fieles Valdenses"; recibió con mucha afabilidad a la Mesa y confirió luego la cruz de caballero de la Orden de los SS. Mauricio y Lázaro al síndico de Torre, Amigo Comba, un Valdense En pocas palabras, el obispo Charvaz y sus acólitos pasaron a segunda fila y la ceremonia inaugural de su Instituto se convirtió efectivamente en una fiesta valdense.

En recuerdo de aquella agradable visita, el Rey mismo -caso más bien único que raro en los anales de la historia - quiso erigir a sus súbditos un monumento, en la plaza del pueblo, una fuente en cuyo frontispicio se lee esta inscripción: "El Rey Carlos Alberto, al pueblo que lo acogiera con tanto afecto".

XXV
LA EMANCIPACION

(1848)

1 - Los pregoneros de la Emancipación.

Vicente Monti, con poético entusiasmo había saludado en el príncipe de Cariñán, "un sol que se levanta en nuestro horizonte"; si pudiéramos en verdad parangonarlo a un sol, deberíamos agregar que sus rayos tardaron un tanto en vencer la bruma en que estaba envuelto. Expresión más certera del estado de ánimo del rey Carlos Alberto y de toda su actitud, son las palabras que él mismo escogiera para divisa: "Espero mi estrella". Esperaba siempre, "eternamente triste", eternamente titubeante e incierto, llevado y traído de continuo por vientos contrarios. Y sin embargo, era precisamente él, el soberano destinado a brindar a sus Estados el Estatuto y a los Valdenses la Emancipación.

¿Cuáles fueron las fuerzas que finalmente vencieron sus vacilaciones? Una primer fuerza estribaba en el soplo mismo de libertad, que levantándose misteriosamente como el viento que "no se sabe de donde viene ni adonde va", soplaba siempre más poderoso y arrebatador sobre la Europa entera a medida que se aproximaba el fatídico 1848, despertando doquiera en Italia la conciencia nacional y provocando una fiebre maravillosa de patriótica exaltación : tanto que hasta el nuevo Pontífice, Pío IX, parecía querer anticiparse a Carlos Alberto en el caminó del liberalismo y estimularlo con el ejemplo a avanzar resueltamente en esa dirección, en que por escrúpulo religioso no se había atrevido a aventurarse. Y así, hacia fines de 1847, el Rey se había dejado persuadir a licenciar algunos consejeros reaccionarios como el conde Solaro Della Margherita, y en hacer preparar algunas reformas administrativas, las que empero no concernían en modo alguno a dos Valdenses.

Una segunda fuerza, que entonces surgía y que se afirmó pronto vigorosa y saludable, fue la prensa liberal de Turín. La representaban los siguientes diarios políticos. Il Messaggero Torinese, dirigido por Angel Brofferio; Il Risorgimento, fundado por César Balbó y dirigido por Camilo Cavour; La Concordia, fundada por Vicente Gioberti y en la que colaboraban entre otras, Roberto de Azeglio; LOpinione, de Jacobo Durando; Bianchi Giovini y Juan Lanza. Estos diarios, aunque pertenecientes a los distintos matices del liberalismo piamontés - desde la prudente moderación (Il Risorgimento) hasta la vivacidad progresiva (La Concordia) - estaban todos, unánimes, en combatir abiertamente por la emancipación de los Valdenses y de los Israelitas[116], sosteniendo, con óptimas argumentaciones (2), que en el nuevo orden constitucional que invocaban no se debían en modo alguno excluir las minorías disidentes por motivos religiosos.

Ya cinco años antes, el abad Vicente Gioberti, había escrito en su "Primato" palabras nobilísimas y muy dignas de él. "También los Valdenses fueron algunas veces muy cruelmente perseguidos, y justo es que nosotros, los católicos, lo confesemos abiertamente, para que nadie nos acuse de connivencia con los errores de los siglos transcurridos; justo es recordarlo y repetírnoslo a nosotros mismos, para animarnos a reparar, con creciente amor, los errores de nuestros abuelos para con ellos" (3). Y ahora, en su periódico "La Concordia", declaraba explícitamente : "Considero la causa de los Israelitas y de los Valdenses no sólo justa, sino sagrada". [117]

He aquí algunas muestras. "Como católicos, deseamos la libertad religiosa, la invocamos ardientemente en interés de la religión misma. La religión no debe temer a la libertad, pues ésta es su complemento, ya que la autoridad y la compresión engendran, bien es sabido, la simulación, las prácticas exteriores y no la obra viva que se crea tan sólo con el libre convencimiento del corazón". (La Concordia). "La intolerancia religiosa practicada en los países católicos no obtiene los fines que persigue, ya que, está demás decirlo, el culto a Dios deriva su valor únicamente de la libre voluntad del que lo profese, de modo que, donde ésta falte, ¿toda práctica externa no es acaso sino una impía simulación, una horrible hipocresía? (LOpinione). "Los hechos de la historia del pasado y contemporánea demuestran que la protección privilegiada de los Reyes de la tierra ha sido perjudicial más bien que útil a la Iglesia; bástele la protección del Rey del cielo..." (Il Risorgimento),

Principal colaborador del diario de Gioberti era el ministro de Estado, marqués Roberto de Azeglio, que se recuerda con particular admiración y gratitud como a quien quiso abrazar abiertamente la causa de los Valdenses, haciéndose su más férvido y eficaz sostenedor. En Noviembre de 1847, inmediatamente después del anuncio de las reformas administrativas, se había dirigido al pastor Amadeo Bert, para ofrecerle su apoyo, declarando que, si los Valdenses lo consentían, consideraría "como una misión" trabajar con todas sus fuerzas para su emancipación y la de los Israelitas. Y bien se comprende que el pastor de Turín se haya apresurado a aconsejar a la Mesa de no dar por el momento ningún paso por iniciativa propia, confiándose al generoso patrocinio de tan autorizado personaje, el que, con verdadera inspiración y fervor de apóstol, se entregó a su mi y no descansó hasta haber alcanzado el noble fin que se había propuesto.

Roberto de Azeglio supo agitar la opinión pública - otra fuerza poderosísima que influyó de modo decisivo en el desarrollo de los acontecimientos - y guiar sus manifestaciones, para que surtiesen la mayor eficacia. Sin desalentarse por las respuestas negativas de los doce obispos de los Estados Sardos, a quienes había preguntado si eran favorables a que "en nuestras relaciones civiles con los Protestantes y los Israelitas se aplique en verdad la máxima de amor que, desde 18 siglos y medio, había sido limitada sólo a la letra"[118], preparó una súplica al Rey, en la que, en términos decorosísimos y cristianos, intercedía "en pro de los infelices hermanos para quienes perdurarán aún inexorables los rigores y las interdicciones con que los castigaba la barbarie de los tiempos pasados" (1). Esta solicitud recogió, en breve, más de 600 firmas de profesores, abogados. miembros del clero, médicos, artistas, comerciantes y obreros, representantes, en fin, de todas las condiciones sociales; los tres primeros firmantes fueron Roberto de Azeglio, Camilo Cavour, César Balbo.

Entre tanto, el abogado general, conde Federico Sclopis, acentuaba cada vez más ese deber de reparación, afirmando, con el sufragio de cuidadosas indagaciones en los archivos del gobierno, que "ninguna otra población del Estado podía ser parangonada a la Valdense por lo que respecta a la moral y a las virtudes privadas"; y el abogado Audifredi, en el Teatro Social de Pinerolo, pronunciaba un aplaudido discurso, augurando con fervor que "la Patria sea madre y no ya madrastra de nuestros hermanos, quienes, sujetos a las mismas cargas, no gozan de los derechos de los demás ciudadanos", y prorrumpía en el grito: "¡Viva la emancipación de los Valdenses!"

Y por último, la Mesa Valdense no podía dejar de recurrir también ella al Soberano; recibida en audiencia particular, el 5 de Enero de 1848, presentó a Carlos Alberto un pedido en que declaraba que `"los Valdenses abrigan el íntimo convencimiento que el magnífico y augusto Monarca, que no hace mucho abolía toda jurisdicción excepcional, abrogará también los antiguos edictos restrictivos que, aunque muchas veces mitigados, nunca dejaron de pesar sobre ellos; y firmemente confían en ser llamados, en adelante, a gozar, sin restricción alguna, de los mismos derechos políticos y civiles de los demás ciudadanos, y, por consiguiente, de todas las preciosas reformas recientemente acordadas". Ya se había movido el Comité instituido en Londres por el Dr. Gilly, determinando al ministro inglés a intervenir con cautelosa prudencia ante el Rey de Cerdeña, por medio de su plenipotenciario Sir R. Abercromby; y, al mismo tiempo, el embajador prusiano, conde de Roedern, sostenía eficazmente, por su parte, la causa de la población de los Valles ante la Corte y los Ministros.

¿Cuál fue el efecto de las múltiples presiones que de todas partes se ejercían sobre Carlos Alberto, ya para decidirlo a conceder la Constitución, ya para llevarlo a acordar la emancipación de los Valdenses? Al ver subir la marea popular, el infeliz monarca se siente siempre más agitado y perseguido por el incubo incesante de las antiguas promesas, hechas antes de ascender al trono; pasa las noches insomne, en la más atormentada angustia y habla de abdicación. Se oponen a ello, enérgicamente, el príncipe Víctor Manuel y sus mejores consejeros.

Pero los acontecimientos se precipitan. Llega al Piamonte la noticia de la revolución estallada en Palermo, luego la de la Constitución prometida por el rey Fernando de Nápoles. Entonces, también en Turín se hacen grandes demostraciones, y, el 5 de Febrero, el mismo Cuerpo Decurional (1), reunido en solemne Asamblea, delibera pedir la Constitución, suscitando en la población la más intensa conmoción y un entusiasmo indescriptible. Entonces Carlos Alberto, después de haberse confesado y haber comulgado, abrió su corazón a monseñor de Angennes, arzobispo de Vercelli, quien, finalmente, consiguió vencer los escrúpulos religiosos que detenían al Rey, diciéndole abiertamente que "el juramento hecho por él de velar por la tranquilidad de su pueblo debía primar sobre todo lo demás"[119]. Y así la suerte fue echada.

2 - El Acta de la Emancipación.

En la mañana del lunes 7 de Febrero, siete Ministros y diez altos Oficiales del Estado son convocados al Palacio Real; es el así llamado Consejo de Conferencias que el Soberano reúne en casos de excepcional importancia. La sesión se prolonga hasta avanzadas horas de la tarde y fue reanudada al día siguiente, mientras toda la ciudad hierve en febril espera y la multitud silenciosa hormiguea en la plaza del frente. Por fin, en la tarde ¿el día 8, aparece la proclama real que anuncia la próxima publicación del Estatuto y señala sus líneas principales. Pero, dado que en ésta proclama se hablaba de la religión católica como religión del Estado, mientras los demás cultos se consideraban sólo tolerados, conforme a las leyes, sin la menor indicación de libertad religiosa o de igualdad civil, los que no estaban al corriente de lo que pasaba entre telones, quedaron desconcertados y del todo anonadados. El hecho es que, mientras todo el Piamonte se regocijaba, los Valdenses pasaron días de cruel ansiedad, tanto que el mismo pastor Amadeo Bert, no pudo contenerse y volcó sus aprehensiones en las columnas del Risorgimento[120].

De los procesos verbales del Consejo de la Corona resulta que, efectivamente, hubo discusión bastante animada sobre el problema de los Valdenses [121] en la cuarta o quinta sesión, del 12 al 15 de Febrero; no se trató sobre su profesión religiosa sino sobre su capacidad civil y política. Los argumentos en favor de la emancipación fueron desarrollados especialmente por el Ministro del Interior, Borelli y por el de Instrucción Pública, César Alfieri de Sostegno; y "tras todas estas reflexiones - dice el verbal de la sesión - Su Majestad se dignó determinar que, en un artículo especial, que se agregaría al proyecto de ley, se acordase a los Valdenses la facultad de posesión en todos los Estados, declarándose, en otro artículo, que los Valdenses quedan admitidos a gozar de todos los derechos civiles, inclusive el derecho a los títulos académicos".

Tales artículos, empero, no fueron agregados a ley alguna, más tomaron forma en las Lettere Patenti (Cartas Patentes) firmadas por el Rey en doble original, italiano y francés, el 17 de Febrero (Jueves) y publicadas en la "Gazzetta Ufficiale" sólo el 25, pues debieron ser antes sometidas, para su registro, a los tres abogados generales del Reino : el de Turín (Sclopis ), de Niza (Mari) y de Génova (Pinelli) .

Transcribimos, a continuación, este memorable Edicto :

CARLOS ALBERTO  POR LA GRACIA DE DIOS REY DE CERDEÑA, de CHIPRE y de JERUSALEN DUQUE DE SABOYA, de GENOVA, etc., etc. PRINCIPE DE PIAMONTE, etc., etc.

Considerando la fidelidad y los buenos sentimientos de la población Valdense, nuestros Reales Predecesores, con sucesivas providencias, han gradualmente abrogado, o moderado, las leyes que antiguamente restringían su capacidad civil. Y Nosotras mismos, siguiendo sus huellas hemos concedido a éstos nuestros súbditos, facilidades siempre mayores, acordándoles frecuentes y amplias dispensas en la observancia de las leyes mismas. Ahora, pues, no existiendo ya las causas que habían sugerido esas restricciones, puede cumplirse en su favor el sistema progresivamente ya adoptado. Nosotros de buen grado estamos resueltos en hacerles partícipes de todas las ventajas conciliables con las máximas generales de nuestra legislación.

Por consiguiente, por las presentes, con nuestra plena conciencia, Regia autoridad, obtenida el parecer de Nuestro Consejo, hemos ordenado y ordenamos lo que sigue:

Los Valdenses, son admitidos a gozar de todos los derechos civiles y políticos de nuestros súbditos; a frecuentar las escuelas dentro y fuera de las Universidades y a obtener los grados académicos.

Nada sin embargo es innovado referente al ejercicio de su culto y a las escuelas dirigidas por ellos.

Derogamos toda ley contraria a las presentes, las que, ordenamos a Nuestros Senados, a la Cámara de Cuentas, al Control General, registrarlas, y a todos los que corresponda, observarlas, y hacerlas observar, deseando que sean inscriptas en el Registro de las Actas del Gobierno, y que a las copias impresas en la Tipografía real, se preste fe como al original: tal es Nuestra voluntad.

Dadas en Turín, a los diez y siete días del mes de Febrero, del año del Señor mil ochocientos cuarenta y ocho y décimo octavo de Nuestro Reinado.

C. ALBERTO.

Reg. en el Control General V°. Avet

el 18 de Febrero 1848.

V°. di Revel Reg. 3 Edictos, perg. 307  

V°. Di Collegno T. Moreno, Jefe Div. Borelli

CARTAS PATENTES con las cuales V. M. ordena que los Valdenses sean admitidos a gozar de todos los derechos políticos de sus súbditos; a frecuentar las escuelas dentro y fuera de las Universidades, y a obtener los grados académicos.

3 - Manifestaciones de exultación.

Es más fácil imaginar que describir la alegría desbordante de aquellas radiantes "jornadas de nuestro rescate".

Como lo hemos dicho, las Cartas Patentes, firmadas por el Soberano el 17, no fueron promulgadas hasta el 25; pero, ya en la tarde del 24, se conoció oficialmente, la noticia en Turín, por el anuncio dado en "La Gazzetta Piemontese" que ésta publicaría el texto a la mañana siguiente. Entonces, de improviso, como por tácito acuerdo, miles de ciudadanos se juntaron y, guiados por los estudiantes que agitaban banderas, se dirigieron a la casa del pastor valdense Amadeo Bert, cantando, bajo sus ventanas, el himno de Mameli y aclamando, con frenético entusiasmo, el acto de justicia que se había cumplido.

A media noche, dos jóvenes[122] se ofrecen a Bert para llevar el fausto anuncio a los hermanos de los Valles. Parten a la carrera. A las tres llegan a Pinerolo, donde despiertan a un amigo que enviará inmediatamente mensajeros a los Valles de Perosa y de San Martín. Al alba llegan a San Juan, en casa del moderador J. S. Bonjour. La noticia se esparce rápida por Luserna y Torre, donde precisamente afluyen, en grupos, al mercado del Viernes, los habitantes de los Valles del Pellice y de Angroña. Pero, ¿quién puede pensar ya en los negocios, en ese momento? Todos, presa de gran agitación, se felicitan recíprocamente, se estrechan las manos, se abrazan, llorando de alegría; luego, cada uno se apresura a volver a su aldea. Y, de este modo, la gran noticia vuela de boca en boca, y, como un relámpago, se extiende a los más. remotos caseríos, provocando doquiera la misma inenarrable conmoción, arrancando de todos los pechos el mismo grito de júbilo. Todos los Valles están de fiesta y repercuten los ¡ viva ! Sin que nadie lo haya convocado, el pueblo se agolpa en los templos, donde se improvisan cultos solemnes de gratitud al Dios libertador ; y luego, durante todo el día, no cesan de resonar, en las campiñas y en las alturas, los cantos de libertad :

"Collazzurra coccarda sul petto, con italici palpiti in core..." [123] Valdenses y católicos se juntan en banquetes patrióticos, donde pastores y curas se sientan uno al lado del otro, brindando por la fraternidad. Y, por la tarde, se iluminan como por encanto las casas de las aldeas, mientras, en las pendientes nevadas de las montañas, centenares de fogatas de gozo alumbran de modo fantástico.

En tanto, en Turín, un Comité, presidido por el marqués Roberto de Azeglio, estaba organizando, para el Domingo 27 de Febrero, una grandiosa demostración nacional de gratitud hacia el Rey por el Estatuto que debía ser promulgado de ahí a pocos días. De todas partes de los Estados Sardos acudieron representaciones con banderas para participar en la solemne manifestación; y Carlos Alberto merecía en verdad el afecto de su pueblo porque, a diferencia de los otros príncipes, que prometían con restricciones mentales, él, una vez vencidas sus vacilaciones y puesto el pié en la avía constitucional, procedió siempre con la mayor lealtad.

También los Valdenses, por supuesto, fueron invitados y no podían faltar. Bajaron pues, numerosos, de los Valles, con diez pastores, y, apenas llegados a la capital, por espontáneo impulso del corazón, se reunieron en masa, en la tarde misma del Sábado 26, frente al palacio de Azeglio para aclamar a aquél que con tanta nobleza de sentimientos había perorado su causa, y que recibió, vivamente conmovido, la ovación de los emancipados[124]. El Domingo por la mañana celebraron un culto en la Capilla de las embajadas; luego se dirigieron al Campo de Marte, de donde debía partir el gran cortejo.

Eran cerca de 600 hombres, fuertes montañeses de cara tostada por el sol, alistados militarmente y divididos en varias compañías. Entre sus banderas, una magnífica, atraía todas las miradas : la habían confeccionado intencionalmente las señoras valdenses de Turín, en terciopelo azul, con el escudo saboyano bordado en plata y, debajo, la inscripción: "A CARLOS ALBERTOLOS VALDENSES RECONOCIDOS". Les precedía un pequeño grupo de niños, adornados con escarapelas y cintas tricolores.

Al aparecer en el Campo de Marte, la columna valdense suscitó aplausos delirantes. Todas las representaciones allí reunidas - ¡ y eran centenares, con más de treinta mil gallardetes! - la agasajaron a cual más; la diputación genovesa quiso dirigirle expresivas palabras de felicitación, y en cuanto a las aclamaciones de la corporación estudiantil, fueron francamente frenéticas. Se formó el cortejo; los puestos habían sido asignados por la suerte, pero el Comité organizador decidió que los Valdenses marchasen a la cabeza de las sesenta corporaciones de la capital. Y todos aprobaron, exclamando : "¡ Han sido bastante tiempo los últimos ; que sean esta vez los primeros !"

La selva de banderas se pone en movimiento, pasando por calle Po, entre dos hileras de pueblo que aplaude, y que, al desfilar los graves montañeses con su bandera que habla del reconocimiento de leales piamonteses, dichosos al sentirse por fin ciudadanos al par de los demás, prorrumpe en entusiasta ovación; en la calle se agitan sombreros y pañuelos desde las ventanas y balcones se arrojan flores, gritando: "¡Vivan nuestros hermanos Valdenses ! ¡ Viva la libertad de conciencia! ¡ Viva la libertad de culto !" Llegan a Plaza Castello, donde, en otro tiempo, la gritería de odio y de muerte había circundado la hoguera de Godofredo Varaglia y de otros mártires gloriosos. Ahora, desfilan ante el Rey, montado a caballo, con los príncipes a su lado y rodeado por sus generales y ministros, mientras los ¡ viva ! a los Valdenses y a la concedida emancipación llegan al delirio, y su emoción fue tan intensa que "las lágrimas de agradecimiento corrían por nuestras mejillas y la voz se ahogaba en la garganta... ¡ Tú no los vistes, oh gran Rey, nuestros latidos pero los habrás adivinado; y lo que pudo entonces acrecer nuestro delirio fue saber que tú eras feliz por habernos hecho felices a nosotros, felices sí, ingratos nunca!" [125]

Es cierto que, de tanta alegría fraternal, se abstuvieron los curas ; pero el gozo dominaba de tal manera los ánimos que, lejos de resentirse por ello, el pastor Bert escribía, al día siguiente, en el "Risorgimento" algunas frases que, si bien por su ingenuidad adquieren hoy un sabor más bien irónico, sin embargo leemos complacidos : "Si el clero faltó a la fiesta, si no pudo asistir a ella, no hay duda que durante ese tiempo rogaba por el augusto Monarca y por la patria; pero nosotros, entretanto, en medio de la universal fraternidad, no pudimos abrazar a los hermanos ausentes; y si un pesar sentimos en medio de tanto júbilo, no fue otro sino el de no haber podido, nosotros los ministros valdenses, estrechar las manos de los sacerdotes de Pío IX y cambiar el beso de recíproca tolerancia y de cristiana caridad" (Ibíd., pág. 343.).

Terminada la gran fiesta nacional, los Valdenses ofrecieron su bandera al Rey, que la agradeció ; se encuentra depositada en la Armería Real de Turín[126].

Todos los verdaderos liberales de Italia, se alegraron de la cumplida reconciliación de los Valdenses con la madre patria; así escribió Terencio Mamiani en la Rivista Contemporanea de Turín : "Gracias os sean dadas públicamente por toda Italia a vosotros, los Valdenses, que a vuestra antigua madre no habéis querido odiar ni desconocer nunca, hasta el día glorioso en que Dios coronó vuestra constancia, y un pacto común de libertad os reconciliaba con vuestros arrepentidos perseguidores". (Año 1855, página 13.).

En el primer sínodo siguiente, reunido en Torre Pellice, en Agosto, y al que asistió, por última vez, un Comisario real, fue resuelto que el 17 de Febrero fuese, en lo sucesivo, celebrado anualmente como Fiesta de la Emancipación.

4 - Significado e interpretación de las Cartas
Patentes y del Artículo 1°. del Estatuto.

Pasada la excitación jubilosa del primer momento, cierto sentimiento de desilusión y de vaga aprehensión comenzó a abrirse camino entre los ánimos de los Valdenses menos optimistas, apenas se pusieron a reflexionar con calma sobre el texto de las Cartas Patentes del 17 de Febrero. ¿Qué quería significar ese inciso: "Nada sin embargo es innovado referente al ejercicio de su culto y a las escuelas dirigidas por ellos?" El "sin embargo" parecía señalar una reserva : "¡maldita reserva !", repetían muchos con el vicemoderador J. P. Revel, sacudiendo la cabeza. Estaba claro que, en la letra del decreto, como en la mente de Carlos Alberto, se trataba únicamente de emancipación política y civil. ¿Y la emancipación religiosa? ¿Y el libre ejercicio del culto? "¡Nada es innovado!" Esta desdichada restricción reflejaba la incoherencia fundamental y los escrúpulos más eclesiásticos que religiosos del Soberano.

El 4 de Marzo, fue promulgado el Estatuto fundamental del Reino ; pero su primer artículo no explicaba ni aseguraba mayormente : "La Religión Católica Apostólica Romana es la única religión del Estado. Los demás cutos, ahora existentes, son tolerados conforme a las leyes".

¡ Así, pues, comentaban los Valdenses, seremos sólo "tolerados" y esto "conforme a las leyes" ¡ Pero ¿qué leyes? ¿Las vigentes u otras por venir?

Para darse cuenta de la manifiesta falta de liberalismo de este artículo, se necesita tener presente el Código Albertiano de 1837, del cual resume los tres primeros artículos[127], manteniendo inalterable la substancia, fruto de la intolerancia de otros tiempos, aunque tratando de mejorar la forma en homenaje a las tendencias liberales de los tiempos nuevos.

No obstante, lejos de dejarse impresionar con demasía, los Valdenses miraron el porvenir llenos de confianza en Dios y también en los legisladores, los que aplicarían ampliamente el principio de libertad que animaba todo el Estatuto, de tal modo, que el espíritu triunfaría de la letra que mata. Y no fueron vanas sus esperanzas.

En efecto, en el Estatuto mismo, para quien "todos los ciudadanos son iguales ante la ley, cualquiera que sea su título y grado" y que proclama la libertad de Imprenta y la libertad de Asociación, está encerrado el germen de aquella libertad religiosa, que, sin embargo, negaba la letra de su desgraciado primer artículo. "En la libertad de Imprenta - escribe el profesor David Jahier[128] - está proclamada la libertad de pensamiento : libre el pensamiento en literatura y en ciencia, en administración y en política, ¿ podría no serlo tan sólo en religión? En la libertad de Asociación está proclamado el derecho de constituirse en libres sociedades, dentro del derecho común: y podrían hacerlo las asociaciones literarias y científicas, civiles y políticas... a exclusión de las religiosas? En vano, afirmando la libertad de Imprenta y de Asociación, se pretende excluir la libertad de Cultos. La lógica de los principios se explica aún en contra de la voluntad de quien la quisiera restringir, y el Estatuto, que afirma las otras libertades, bien puede decirse que contiene el germen de la libertad religiosa. Para quien bien lo considere, resulta que el primer artículo del Estatuto está en abierta contradicción con el espíritu mismo del Estatuto : es como un elemento heterogéneo, introducido por fuerza en un organismo sano y vigoroso; el que, por ley fisiológica, tenderá necesariamente a eliminarlo, asimilando en su lugar otros elementos más afines.

Así se explica el curioso fenómeno de un artículo, iliberal en sí, que recibe aplicaciones progresivamente liberales, hasta asegurar a todos los cultos, indistintamente, la más perfecta libertad; de un artículo que se presta a las más variadas definiciones, según se le considere en la letra y en el espíritu de quien lo dictó, o bien se lo interprete liberalmente, en armonía con el espíritu mismo del Estatuto, del cuerpo de derecho, del que se le debe considerar como parte integrante".

Y su aplicación progresivamente liberal fue obra, ante todo, del gran Cavour, quien dio al nuevo Reino de Italia la fórmula "Iglesia Libre en el Estado libre". que, retocada de esta manera por Luis Luzzatti "Iglesias Libres en el Estado Soberano", quedó, en verdad, como la fórmula del porvenir. Toda una legislación, de Cavour en adelante, ha prácticamente reemplazado esta infeliz segunda parte del primer artículo del Estatuto y garante a la Iglesia Valdense la más absoluta libertad religiosa, como también a los demás cultos, no católicos, reconocidos más tarde,

Bien hicieron pues los Valdenses de 1848 en confiar en la liberalidad de los legisladores y en encaminarse sin demora por el camino abierto para la evangelización de Italia, a la que los impulsaba su fe, aquella "fe sincera y ardiente que debe inducir al proselitismo, si no es ilógica".

Como en los tiempos de las persecuciones, siguió repitiéndose siempre la divisa de Valdo o más bien de Simón Pedro: "Obedecer a Dios antes que a los hombres", así, en la conciencia de los emancipados, resonó el categórico imperativo que había transformado a Saulo de Tarso en el apóstol Pablo : "¡ Ay de mí si no evangelizo!"

XXVI

LA IGLESIA VALDENSE EN ITALIA
DESPUES DE 1848.

No bien fueron "admitidos a gozar de todos los derechos civiles y políticos" de los demás ciudadanos, los Valdenses, como era natural, se lanzaron en las varias carreras liberales, que hasta entonces les habían sido vedadas, y en todas dieron excelente prueba ; se distinguieron como profesionales, industriales, comerciantes, oficiales superiores del ejército, miembros de la administración comunal y provincial, aún fuera del Piamonte. Y así se esparcieron paulatinamente por toda Italia. De modo que, en estos últimos 75 años, no se nos ofrece ya la historia de un pequeño pueblo confinado en sus Valles nativos, en lucha incesante contra la intolerancia de los tiempos, pero tampoco se nos presenta únicamente la historia de su libre expansión en la vida civil de la nación : en 1848 comienza una época de intensa actividad religiosa que gradualmente se extiende a las varias provincias, a medida que éstas, rompiendo las seculares cadenas, se juntan al viejo y noble Piamonte para constituir la nueva Italia redenta.

Los Valdenses, pues, obedecieron a un impulso santo y generoso, y se consagraron a una misión en armonía con su glorioso pasado. Por esta razón el año 1848 no puso punto final a su historia.

El general Beckwith, previendo con profética mirada los acontecimientos, había declarado, en 1844: "Expuesta a los ataques exteriores y a individuales tentaciones, la Iglesia Valdense será, quizás, llamada a soportar pruebas en las que tendrá necesidad de toda su energía y de toda su fe... Ella está llamada a llevar adelante, a través de los siglos, la antorcha del Evangelio y a hacer brillar la luz en medio de las tinieblas. Apréstese, por tanto, a cumplir el inmenso cargo que Dios le ha impuesto. Nada ha de temer... Los acontecimientos caminan a pasos agigantados y, no tardará mucho, hablarán en alta voz"[129]. Y, precisamente en víspera de la Emancipación, agregaba: "Las cosas viejas han pasado; comienzan a vislumbrarse las nuevas. De hoy en adelante, o seréis misioneros o no seréis nada. No hay término medio : obrar eficazmente, luchar con tenacidad y alcanzar la meta, o ser dejados completamente de lado... Es menester tener la convicción de la propia causa y el ánimo presto a marchar derecho y adelante, en la senda de las libertades civiles y religiosas, sin segundos fines, con probidad y perseverancia, de otra manera seréis sobrepujados, eclipsados, tachados. O llegara ser una realidad o no ,ser más nada..."[130].

Estas graves palabras encontraron eco inmediato y profundo en la conciencia de los más autorizados dirigentes del pueblo valdense, porque eran la expresión de sus propios convencimientos y de sus sanos propósitos. Los Valdenses, exaltados a la dignidad de ciudadanos libres, se dieron cuenta cabalmente que, al proteger de modo tan maravilloso y durante tantos siglos a un pequeño pueblo, débil y tenazmente hostigado por los poderosos, la Divina Providencia no había tenido otro fin que hacer de ellos un testimonio viviente de la verdad evangélica y un instrumento en sus manos para la renovación espiritual y moral de la patria italiana. No olvidaron los tiempos en que sus Barbas, de dos en dos, recorrían la península, llevando a las almas famélicas y sedientas el alimento espiritual, el único que las podía saciar, y esparciendo por doquiera, entre mil penurias y peligros, el jubiloso anuncio del amor, de la justicia y de la salvación. También se sintieron comprometidos por el solemne juramento, pronunciado dos siglos antes, en Sibaud, por los restos del Glorioso Retorno : "arrancar el remanente de los hermanos a la cruel Babilonia, para restablecer con ellos y mantener el Reino de Cristo". Y recordaron que su insignia - un candelero colocado sobre la Santa Biblia y circundado por las siete estrellas simbólicas - reza una frase que es todo un programa y una admonición al mismo tiempo : LUX LUCET IN TENEBRIS[131] .

Comprendieron, pues, que habría sido una traición y un suicidio sustraerse a la misión, a la que, a gritos, la Historia y la voz de Dios los llamaba : anunciar el Evangelio a sus compatriotas. Ante ellos estaba "una puerta abierta, que nadie puede cerrar", y "aun teniendo poca fuerza" quisieron "conservar la palabra y no renegar el nombre de Aquel que abre y ninguno cierra"[132].

Fueron fieles al Dios fiel ; y así, como la divisa de José Mazzini era "Dios y Pueblo", la palabra de orden de los Valdenses debía ser : "El Evangelio de Cristo al pueblo Italiano".

En espera que algún historiador se disponga a narrar detallada e imparcialmente las vicisitudes de estos primeros 75 años de la obra evangelizadora cumplida en Italia por la Iglesia Valdense, nosotros debemos limitarnos, aquí, a una exposición algo somera, para evitar exagerado realce a acontecimientos que, por estar muy cerca de nosotros y muchos de ellos vividos por nosotros mismos, podrían aparecernos más importantes de lo que en realidad son.

En atención al orden y a la brevedad, distinguiremos tres períodos, que pasaremos, sucesivamente, en rápida reseña.

1 - Primer período (1848-1860).

En este período, después de las primeras pruebas en Toscana, se inició la obra de evangelización en el Piamonte y en Liguria; la Iglesia se dio una nueva Constitución y fundó la Facultad de Teología.

a) Primeras pruebas en Toscana.

En el invierno de 1848-1849, cuatro jóvenes pastores, profesores en Torre Pellice, Bart Malán, J. P. Meille, F. Gay y B. Trono habían sido enviados a Florencia con el propósito de aprender "el bello idioma" y el puro acento toscano. Y, junto a esto, muchas otras cosas aprendieron. Había entonces en Florencia, como en Pisa, un grupo de discípulos de Gioberti y un núcleo de evangélicos que, desde hacía algún tiempo, se juntaban en torno a la noble figura del conde Pedro Guicciardini (18o81886) y entre los cuales recordamos a Salvador Ferretti, Estanislo Bianchiardi, Enrique Mayer. Era muy natural que a éstos se acercaran los cuatro jóvenes ministros valdenses y que participasen en sus reuniones privadas de meditación bíblica y de oración, a las que concurría, de cuando en cuando, desde Pisa, el abogado Tito Chiesi (18051886), trayendo noticias de las reuniones evangélicas que, en su ciudad, se realizaban en casa de la ginebrina Matilde Calandrini y en la de Carlos Eynard, con la asistencia ocasional de José Montanelli. Y no sólo noticias traía Chiesi de Pisa, sino también Biblias y Evangelios, proveídos principalmente por el pastor escocés de Liorna, Dr. Roberto W. Stewart, al que ya comenzaban acudir los evangélicos de Toscana y que se convirtió bien pronto en gran amigó y benefactor de la Iglesia Valdense.

Nuestra pequeña brigada, ,pues, al tiempo que atesoraba cuanto la ciudad del Dante podía ofrecer al intelecto, no se aislaba espiritualmente en la sociedad florentina; tocóle, así, muchas veces, a Bartolomé Malan, la ocasión de subir al púlpito de la Iglesia Evangélica Reformada[133] a predicar en italiano a los Suizos del cantón de los Grisones.

Luego que los cuatro ministros volvieron al Piamonte, en la primavera de 1849, el grupo de evangélicos florentinos tuvo, en el verano de ese mismo año, la visita de un estudiante de teología, Pablo Geymonat (18271907), que se había puesto en viaje desde Ginebra con la esperanza de poder evangelizar en Roma, mientras Pío IX se encontraba en Gaeta ; pero, llegado a Toscana cuando las tropas francesas estaban asediando a Roma para restaurar allí el poder temporal del papa, se vio obligado a detenerse en Florencia.

Geymonat volvió al año siguiente (Diciembre 1850), como auxiliar de Bartolomé Malán, enviado pocos meses antes por la Mesa como evangelista. Este halló la tarea facilitada por el pastor suizo, que lo encargaba de predicar dos veces al mes en italiano en su Capilla, situada entonces en la calle Serragli, 17; y no es de maravillarse que, además de los parroquianos grisones, y más fervientes que éstos, acudiesen los toscanos evangélicos o simpatizantes, y, entre los más asiduos, el conde Pedro Guicciardini, quien tenía a Malán en grande estima. Al mismo tiempo se multiplicaban las reuniones privadas, al punto que la misión parecía anunciarse muy prometedora.

Pero toda esperanza debía ser brutalmente tronchada al nacer. La situación era muy distinta a la del invierno de 1848! En aquel año, tan infausto para Italia, 1849, el gran duque Leopoldo (había vuelto de Gaeta bajo apariencias benévolas pero con uniforme de general austriaco. La reacción se enconó y bien se apercibieron de ello nuestros evangelizadores.

La policía intervino en el culto dominical de los Suizos, y el 26 de Enero de 1851, la predicación en italiano debió suspenderse. Pocas semanas después, el 16 de Marzo, los gendarmes sorprendieron a Geymonat en flagrante delito de explicar el Evangelio a una quincena de personas en una casa particular del barrio de Santa María Novella; citado junto con Bartolomé Malán a comparecer, el 22 de Marzo, ante el comisario, después de un largo interrogatorio, Malán recibió la orden de salir de Toscana, dentro de tres días, y Geymonat fue echado en la cárcel de Bargello; de ahí conducido a Luca y a Pietrasanta, siempre maniatado como un malhechor fue finalmente expulsado del gran ducado y confinado a Sarzana.

En cuanto al conde Guicciardini, que no había acatado las órdenes de las autoridades de no frecuentar más la capilla, y que fue sorprendido, a principios de Mayo leyendo, con otras seis personas, un capítulo del Evangelio de San Juan, tuvo que sufrir un proceso, que terminó con su destierro a Volterra por seis meses. Más tarde fueron procesados y sufrieron amarga prisión los esposos Francisco y Rosa Madiai, por quienes toda la opinión pública europea se conmovió, determinando la enérgica, intervención de los gobiernos de Prusia y de Inglaterra ante el Gran Duque.

Tal fue el resultado ,de las primeras pruebas que los Valdenses tentaron en Toscana.

b) Los comienzos de la obra en Piamonte y Liguria.

Empecemos por Turín.

Hemos visto que existía aquí, desde unos veinte años antes, una pequeña comunidad evangélica, tolerada por el Gobierno Sardo porque se había constituido y se reunía bajo la égida de las Embajadas protestantes. Esta congregación no tardó en unirse, en el verano de 1849, a la Iglesia Valdense, de la que fue así la decimasexta parroquia. Inmediatamente después, la Mesa pensó valerse de las nuevas libertades concedidas por el Estatuto, organizando, en Turín, predicaciones regulares en lengua italiana. Primeramente envió desde Torre Pellice, una vez al mes, uno de los jóvenes pastores vueltos de Toscana; pero, habiéndose bien pronto manifestado insuficientes esas predicaciones mensuales, el 1 de Noviembre de 185o, fue enviado, como evangelista, uno de los más distinguidos predicadores, Juan Pedro Meille (1887). Este tuvo, como primeros auxiliares, a Pablo Geymonat y al doctor Luis Desanctis (18o81869), ya párroco de la Magdalena, en Roma, teólogo insigne, cuyas publicaciones de carácter polémico han sido tan útiles y apreciadas en el campo evangélico. La afluencia de oyentes a las cultos de la tarde del domingo fue creciendo de modo notabilísimo, participando en gran número los emigrados políticos italianos, que acudían a Turín de todas partes de la Península, los que constituían un terreno de los más propicios para la germinación del Evangelio; de ahí que, entre los primeros adeptos, se contasen hombres tales como. Buenaventura Mazzarella, de Apulias (18151882), más tarde profesor universitario y diputado al Parlamento ; los calabreses Albarella de Afflitto y otros ciudadanos, que se adhirieron a la Iglesia Valdense, firmando esta declaración : "Declaramos abandonar desde hoy, exteriormente, como ya la hemos abandonado espiritualmente, a la Iglesia de la que éramos miembros por nacimiento, para volver a la Iglesia de Jesucristo y de los Apóstoles, a la Iglesia del Evangelio, y hacernos miembros de la fracción de aquella Iglesia llamada Valdense, cuyas doctrinas y disciplinas aceptamos sin restricción."

Entre tanto, en el otoño de 1851, había sido puesta solemnemente la piedra fundamental del templo de la Avenida de Víctor Manuel; el acontecimiento, que atrajo la atención general, en Italia y al exterior, había, naturalmente, suscitado la violenta oposición del partido clerical[134]. El terreno fue adquirido por dos hombres generosos : el general Carlos Beckwith, cuyos desprendimientos son bien conocidos, y el banquero José Malán (1810-1886). Este último, miembro de la Mesa Valdense y diputado al Parlamento subalpino desde 185o a 186o, es una de las más hermosas personalidades de que pueda enorgullecerse el pueblo valdense. Hombre de fuerte inteligencia y de tenaz acción, de escrupulosa honestidad y de rara lealtad, era tenido en gran consideración, tanto en el mundo de los negocios como en las altas esferas administrativas y políticas. Bajo la áspera corteza de su natural franco, escondía, además de un carácter diamantino, un corazón de oro, inagotablemente generoso para todas las obras buenas y para su querida Iglesia Valdense, hacia la que profesó siempre un vivísimo y ejemplar interés. Sus donaciones más valiosas eran generalmente anónimas ; se ha calculado que alcanzaron a más de 630.000 liras[135].

Pero volvamos al templo que se estaba construyendo en Turín. Los trabajos duraron un par de años, y, finalmente, el magnífico edificio, imponente y severo, de estilo gótico, fue inaugurado el 15 de Diciembre de 1853, con gran júbilo de los Valdenses y de sus amigos de todas partes, inclusive los dos poetas desterrados, Gabriel Rossetti y Camilo Mapei, quienes, con lírica inspiración, expresaron los sentimientos que embargaban sus corazones.

Los progresos de la obra evangelizadora continuaron afirmándose en los años siguientes, no obstante ciertas discordias y separaciones que hubo de lamentar entre los neófitos. Y de Turín el movimiento se extendía al Piamonte : a Ivrea, Courmayeur, Aosta, Casale, Alejandría, etc., hasta Niza, que aún formaba parte de los Estados Sardos, y donde la obra fue organizada de tal modo que, ya en 1856, pudo inaugurarse un hermosísimo templo.

Pasemos ahora a Génova.

Aquí encontramos, en la primavera de 1851, a los dos evangelistas expulsados de Toscana, Pablo Geymonat y Bartolomé Malán. Celebraban sus primeras reuniones en casa del almirante inglés Packenlham, que habían conocido ya en Florencia, de donde él mismo había sido alejado por excesivo celo religioso. De ahí a un par de años, estando la obra bien encaminada-la dirigían Geymonat y Mazzarella-se sintió la necesidad de adquirir un local de culto grande y decoroso. Consiguió el cajero de la Mesa Valdense, José Malán, obtener el templo católico de la Gran Madre de Dios, por entonces clausurado y reducido, por el fisco, en depósito de pintura; pero, desgraciadamente, era arzobispo de Génova, entonces, un viejo y nada simpático conocido de los Valdenses: aquel saboyardo Oharvaz, que con tan fanática intransigencia había ocupado la sede episcopal de Pinerolo. ¡Es de figurarse cómo quedaría apenas tuvo conocimiento del gravísimo peligro ! ¡ Ábrete, tierra ! ¿ Que un santuario ya dedicado a la Gran Madre de Dios sea convertido en un depósito de pintura, pase; pero que se convierta en una fragua de la negra herejía valdense, y esto justamente en la ciudad de María Santísima, ¿cómo podría tolerarlo el viejo Charvaz? Y de tal modo supo darse maña en la corte de Turín, conjurando a las dos reinas a prevenir el escándalo, que el diputado José Malán, tras una vivísima discusión con Cavour, reputó cosa sabia y prudente transigir; por lo demás, el rey negaba el decreto de sanción. De donde el templo, que por otra parte no estaba muy bien ubicado, fue abandonado.

¡ Y bien, éste fue el motivo, o más bien el pretexto ilógico de la separación de Mazzarella, quien, en su apasionamiento, acusó a la Iglesia Valdense de debilidad, de infidelidad y abiertamente de complicidad en la restauración del culto idolátrico en una iglesia católica ! Con su ejemplo arrastró consigo a Luis Desanctis, el que, sin embargo, después de algún tiempo, volvió a las filas valdenses, y aún fue profesor en su Facultad de Teología desde 1865 a 1869, año de su muerte.

Entre tanto se adquirió un terreno en la calle Azzarotti y se puso mano a la construcción del templo, que fue inaugurado en 1858.

c) Sínodo constituyente.

Los sínodos, que en el siglo XVIII tenían lugar normalmente cada tres años, no se reunieron, después de la restauración, sino cada cinco años, con la presencia siempre de un Comisario real. Los presidía el Comité administrativo, compuesto por tres pastores : el Moderador, el Vicemoderador y el Secretario, los que tomaban asiento en torno a la mesa de la Santa Cena -de ahí el nombre de Mesa- del templo en el que el sínodo celebraba sus sesiones. La Mesa duraba en sus funciones hasta el sínodo siguiente. En 1823 fueron agregados a la Mesa dos miembros laicos. Después de 1848, el Sínodo, no presidido ya por la Mesa, sino por una Comisión especial (Seggio), que se elegía en su primer sesión y funcionaba hasta terminar los asuntos a tratarse, se reunió en 1851 y en 1854. Desde entonces sus reuniones se celebran anualmente.

El Sínodo de 1855 merece ser recordado por su particular importancia, pues, luego de haber sancionado, sin modificación alguna, la Confesión de fe de 1655, discutió ampliamente y aprobó el proyecto de una nueva Constitución preparado por un Comité y del que era redactor J. P. Meille. En virtud de esta Constitución, el Sínodo se reunió anualmente el tercer martes de Mayo (por lo general, en los templos de Torre Pellice, (Copiers, San Juan, y una que otra vez en Pomareto), y en él tomaron parte también dos diputados laicos por cada parroquia. Desde 1855 en adelante, los actos del Sínodo fueron impresos todas los años, como asimismo un breve resumen de los verbales de sus sesiones.

d). Fundación de la Facultad de Teología.

En ese mismo año se funda en Torre Pellice la Facultad de Teología, que fue parte integrante del Colegio (según la idea concebida por W. S. Gilly, unos treinta años antes). Los dos primeros profesores fueron J. P. Revel y Pablo Geymonat.

e) Publicaciones.

Apenas concedida la libertad de imprenta, vemos aparecer en Torre Pellice, el 13 de Julio de 1848, el primer número de un periódico mensual, "L'Echo des Vallées", que vivió un par de años dirigido por J. P. Meille. Y cuando este distinguido predicador pasó, como hemos visto, a Turín, a hacer obra de evangelista, no tardó en fundar allí un excelente periódico semanal, llamado "La Buona Novella". Naturalmente, no nos detendremos ahora a recordar los libros y opúsculos de propaganda evangélica impresos en aquel primer período y en los siguientes, pero no podemos menos que mencionar el modesto "Amico di Casa", almanaque popular muy difundido, pues, nacido en Turín en el otoño de 1853, tuvo una difusión extraordinaria y existe aún. Tampoco dejaremos de mencionar los orígenes de "La Societa delle Pubblicazioni Evangeliche Italiane", que se remontan a 1855. Fue fundada en Turín por algunos pastores valdenses, con el generoso patrocinio del Dr. R. W. Stewart.y con el nombre de "Societá di trattati religiosi per Italia". A principios de Enero de 1858, esta Sociedad pudo servirse de una tipografía regalada por algunas señoras irlandesas, la que tomó el nombre de "Claudiana", en memoria del obispo Claudio, precursor del movimiento valdense. En 1861, la Sociedad con su tipografía pasó a Florencia, instalándose en el Palacio Salviati, del que hablaremos más adelante, y allí se hizo editora de una grande y variada cantidad de obras evangélicas : tratados de historia, de exégesis bíblica, de polémica, de edificación, cuentos recreativos, en parte originales y en parte traducidos del francés o del inglés, de diverso valor, pero, en conjunto, grandemente apreciados por las iglesias evangélicas, las que durante unos sesenta años encontraron en esta Sociedad un precioso auxiliar y una colaboración indispensable. En 1913 la tipografía fue vendida, pero la "Libreria Editrice Claudiana" subsiste y, a más del mencionado "Amico di Casa", continúa publicando, desde 1869, el periódico "LAmico dei fanciulli".

2 - Segundo período. (1860-1915).

Fue éste el período de extensivo desarrollo de la obra de evangelización en toda Italia. Y aquí nuestra exposición, más que sumaria, tiene que hacerse francamente esquemática, pues por poco que entrásemos en detalles, este capítulo asumiría las proporciones de un volumen.

a) La Obra del Comité de Evangelización.

Al Sínodo de 186o, de Pomareto, debemos señalarlo entre los más importantes de todo el siglo, por la naturaleza de las deliberaciones que se tomaron : una primera innovación fue la de traspasar la dirección de la obra de evangelización, hasta entonces a cargo de la Mesa, a un Comité especial elegido por el Sínodo y, por lo tanto, independiente de la Mesa misma. Esta deliberación fue tomada por mayoría, y después de un largo debate, pues varios pastores, si bien sentían la necesidad de dar un fuerte impulso a la misión que Dios confiara a la Iglesia, habría preferido que se dejara intacta la unidad en la administración[136].

De todos modos, la formación de ese Comité demostró que la Iglesia era consciente de su alta responsabilidad, y señaló el principio de una nueva era.

Fue su primer presidente, hasta 1871, el enérgico Juan Pedro Revel.

En Lombardía, unida al reino de Cerdeña, después de la campaña de 1859, se lanzaron los primeros pioneros: a Milán, Bérgamo, Como, Pavía y Brescia.

La Toscana, después de la expulsión del gran duque Leopoldo, que se retiró entre los aplausos de los florentinos, era gobernada con firmeza por el ,dictador liberal Betino Ricásoli, y pronto pedía su anexión al Piamonte. Así, en Liorna, el batallador Juan Ribet pudo iniciar con notable éxito la predicación del Evangelio, y en Florencia renació con vigor la obra interrumpida diez años antes. Bien pronto floreció, gracias también a la valiosa ayuda que le prestó el traslado a las riberas del Arno, en el otoño de 1860, de la Facultad de Teología. La comunidad se reunía en una gran sala, en la calle Viña Nuera, hasta la inauguración del templo de calle Serragli (Marzo 1863). Contemporáneamente, la misión se extendió a la isla de Elba y a larca, y no tardó en consolidarse en Pisa, merced a la actividad del joven evangelista Mateo Prochet.

No bien los mil camisas rojas de Garibaldi hubieron libertado a Sicilia y expulsado de Nápoles. a los Borbones, llega a Palermo el ardiente evangelista Jorge Appia (Marzo 1861), quien funda allí la primera iglesia evangélica siciliana; luego pasa a Nápoles, y también aquí trabaja asiduamente para hacer surgir la comunidad valdense de Santo Tomás de Aquino.

El Véneto, por fin, se abre a la propaganda evangélica, después de la guerra de 1866. A Venecia acude el pastor de Milán, J. D. Turín, a quien sigue el joven Emilio ¡Comba, que ya ha hecho sus primeras pruebas en Perusa, polemizando con el arzobispo y futuro papa Joaquín Pecci, y cuya actividad fue coronada por singular éxito en la reina del Adriático, donde, en 1867, se constituyó oficialmente una numerosa iglesia, la que, en Navidad del año siguiente, tuvo el gran placer de alabar a Dios en el templo del palacio Cavagnis.

Entre tanto, desde los centros ya ocupados, el Evangelio continuaba irradiando hacia otras localidades en Lombardía en Liguria, en los Abruzos, en las Apulias, en Sicilia (donde surgieron las iglesias de Catania y de Mesina), ora encendiendo magníficos entusiasmos, ora encontrando hostilidades encarnizadas y provocando violentas persecuciones en los ambientes donde imperaban el fanatismo y la superstición. Fueron también los años en que el cólera, que diezmó tantas víctimas en Italia, arrebató a la Iglesia Valdense dos jóvenes evangelistas que mucho prometían : Julio Jalla, en Génova, y Joaquín Gregori, en Catania.

Con el 1870, le llega el turno a Roma.

Inmediatamente después del 20 de Septiembre entró en ella el pastor de Génova y miembro del Comité de Evangelización, Mateo Prochet, quien presidió, el 9 de Octubre, en un departamento del Hotel del Universo, el primer culto evangélico que se haya celebrado en la intangible capital de Italia[137]. En seguida comenzaron las reuniones en un local de la calle Gregoriana, y continuaron muy concurridas en la calle de los Pontífices.

El mismo Mateo Prochet, fue electo el año siguiente presidente del Comité de Evangelización, y ocupó el puesto con gran distinción por unos 35 años, es decir, hasta 1906, mereciendo la gratitud general de la Iglesia y el afecto de los pastores y de los evangelistas por su administración sabia, animosa y paternal. Durante este largo transcurso de tiempo se acentuó el movimiento extensivo de la misión, cuyo campo se divide en cinco grandes distritos; a las iglesias y estaciones existentes se agregaron nuevas, unas tras otras (Coazze, Casale, San Remo, Siena, Chieti, Borello, Corato, Bari, Brindisi, Táranto, Reggio Calabria, Riesi, Victoria, Caltaniseta, Grote, Siracusa, Pachino, etc.), cuyos dirigentes solían reunirse en conferencias generales y en conferencias anuales de distritos; estas últimas demostraron muy pronto ser de grande utilidad práctica.

En 1881, en Milán, la antigua basílica de San Juan en Conca, monumento nacional, fue dedicado al culto de la Iglesia Valdense tras oportunas mejoras y construcción de la nueva fachada; y, en 1833, tuvo lugar, en Roma, la inauguración del hermoso templo de la calle Nacional (hoy calle 4 de Noviembre).

En 1906, el Sínodo eligió al pastor Arturo Mustón, para sustituir a Mateo Prochet en la presidencia del Comité de Evangelización. La segunda Iglesia de Milán, que se había adherido a la Iglesia Valdense en 18q5. tuvo su templo en la calle Fabbri (1909), y así también las iglesias de Liorna y de Corato fueron dotadas de nuevos templos. Finalmente, en la capital, un segundo templo, mucho más vasto que el primero y realmente grandioso, pudo construirse, gracias a la munificencia de una insigne benefactora de los Valdenses, Mrs. John Stewart Kennedy; se yergue frente a la plaza Cavour, no lejos del puente San Angel, donde se había levantado la hoguera del mártir valdense J. L. Pascale, y fue inaugurado el 8 de Febrero de 1914, pocos meses antes de estallar la guerra europea.

Después de los siete años reglamentarios, el seña: Arturo Mustón tuvo por sucesor al pastor Ernesto Giampiccoli (1913), cuarto y último presidente de ese Comité, que dejó de existir en 1915.

b) Institutos de enseñanza.

La obra de evangelización dio nacimiento a no menos de treinta "Escuelas elementales" en toda la península y en Sicilia, las que aportaron su valiosa contribución a la instrucción y educación de las clases populares, en tiempos y regiones en que la instrucción pública primaria des jaba bastante que desear. Esas escuelas, que por una larga serie de años permanecieron abiertas aún en las grandes ciudades (por ejemplo, Turín, Génova, Liorna Pisa, Florencia, etc.), luego se sostuvieron tan sólo en las localidades donde su utilidad se demostró más necesaria. Así, en Sicilia, son muy apreciadas y .cumplen una Ira altamente benéfica en favor de miles de alumno que las frecuentan: en Palermo,. en Pachino, Victoria, Grote, Riesi. En este último punto, en el centro mismo de la isla, aún hoy, el número de inscritos en las escuelas valdenses supera el millar, término medio.

En cuanto a las "Escuelas primarias de los Valles valdenses", que habían sido objeto de tan asiduas atenciones por el general Beckwith, y luego por las parroquias, continuaron desarrollándose y prosperando baje la responsabilidad directa de la Iglesia, hasta 1910; en este año las escuelas pasaron, por ley, a depender de las Comunas, y, luego, en 1915, del Consejo Escolar Provincial.

Vamos a tratar ahora de los Institutos de Enseñanza secundaria.

En Torre Pellice fue abierta una "Escuela Normal", en 1852; y el "Pensionado" para señoritas, fundado por Beckwith, después de ser reorganizado en 1854, fue, algunos años más tarde (1863), convertido en "Escuela Femenina Superior", para la cual se construyó un nuevo edificio, inaugurado en 1883, el año mismo en que se cerraba la Escuela Normal.

En 1890, el "Gimnasio" y en 1898, el "Liceo", fueron habilitados ; lo que contribuyó ciertamente a aumentar el prestigio del "Colegio", y, por consiguiente, el número de los estudiantes.

Por fin, después de una tentativa hecha en 1904 para reabrir la Escuela Normal Femenina, fue fundada en 1913 una Escuela Normal Mixta, habilitada, que está desarrollándose hoy de manera halagadora. [138]

El Instituto de Estudios Superiores de la Iglesia Valdense es la "Facultad de Teología", de cuya fundación, en Torre Pellice, en 1855, ya hemos hecho mención. En 186o, por deliberación de aquel Sínodo de Pomareto, que instituyó el Comité de Evangelización, la Facultad fue trasladada a Florencia. En ésta, a principios de 1861, algunos amigos de la Iglesia Valdense, debido a la feliz mediación del Dr. R. W. Stewart[139], adquirieron de los Ricásoli el palacio Salviati, en la calle Serragli -entonces calle Chiara- y lo donaron a la Iglesia, para que lo destinase a Facultad Teológica, a escuelas, a la predicación de Evangelio. En esos locales espaciosos, que dan a un magnífico jardín, la Facultad vivió y prosperó durante 62 años[140] ; de ella salieron, además de los pastores de la Iglesia Valdense, varios ministros de otras iglesias evangélicas de Italia y del Exterior, y también algunos misioneros entre los paganos. Debemos recordar, además, que, desde que fueron suprimidas, en 1872, las diez Facultades Teológicas, que languidecían anexas a las Universidades italianas, este Instituto es el único en Italia que cultiva los estudios religiosos con criterio científico. Los méritos de doctos auténticos y de estudiosos geniales, como Alberto Revel, en el terreno de los estudios bíblicos, y Emilio Comba, en el de la historia religiosa, pudieron ser desconocidos tan sólo por la increíble ignorancia que reinó soberana en Italia para todo lo que a la religión se refiere.

e) Institutos de beneficencia.

Sólo enumeraremos los Institutos de beneficencia, después de recordar que a ellos van agregados los dos hospitales de Torre Pellice y de Pomareto, cuyos orígenes, anteriores a 1848, ya hemos mencionado.

" Orfanatorio Femenino de Torre Pellice ", fundado en 1854; la casa en que está instalado, fue inaugurada en 1858.

"Instituto de Artes y Oficios (Artigianelli)", para jóvenes valdenses, fundado en Turín en 1856, y para el que fue construido, en la calle Berthollet, un edificio inaugurado en 1864.

"Hospital Valdense de Turín", cuyos pabellones, espaciosos y atrayentes, están contiguos al anterior. Inaugurado en 1871.

"Orfanatorio Femenino Evangélico de Vallecrosia", donado, en 1891, por Mrs. Boyce a la Iglesia Valdense.

"Orfanatorio para Varones" (Instituto Gould), fundado en Roma, en 1871, por Mrs. Emily Bliss Gould. Dirigido durante muchos años por un Comité presidido por el pastor escocés Dr. James Gordon Gray, fue cedido, en 1896, a la Iglesia Valdense.

"Asilo para Ancianos", inaugurado en San Germán en 1894. Da testimonio de la actividad y liberalidad de su fundador, el pastor Carlos Alberto Tron.

"Asilo para Ancianos", en los Bellonats de San Juan. Fue abierto en 1895.

"Refugio Rey Carlos Alberto", para los desahuciados pobres. Esta honrosa y benéfica institución, fundada por el pastor Guillermo Meille, fue inaugurada en 1898 (25 de Febrero) en la colina de San Juan.

d) Prensa periódica.

L’Echo des Vallées", periódico mensual fundado en Torre Pellice, en 1848, no vivió más que dos años. Renació en 1866, sin sufrir más interrupciones; en 1869 se (hizo semanal y en 1875 se llamó "Le Témoin", para vol. ver a llamarse, en 1897, con su primitivo nombre, bajo el que aún subsiste. Este periódico, en 1924, ha entrado, pues, en su 6o. aniversario.

Por el contrario, los periódicos en lengua italiana cambiaron a menudo de nombre y de lugar. He aquí la lista de los semanales :

"La Buoná Novella", de 1851 a 1866, en Turín. "LEco della Veritá", de 1863 a 1874, en Florencia. "La Famiglia Cristiana", de 1875 a 1880, en Florencia. "Il Cristiano Evangelico", de 1875 a 1880, en Florencia, en Roma y en Génova.

"L'Italia Evangelica", de 1881 a 1907, en Florencia.

Los dos periódicos precedentes dejaron de publicarse para dar vida a este último, que se presentaba como el periódico único para todas las Iglesias Evangélicas de Italia. Pero, como apenas seis meses después, resurgían los órganos particulares de las otras Iglesias, nació en 1883 "I1 Bolletino della chiesa Valdese", que vivió unos veinte años.

"Il Rinnovamento", de 1903 a 1907, en Roma.

"La Luce", que vio la luz en Roma, en 1908, por fusión de "Italia Evangelica" y "Rinnovamento" y que aún se publica.

Recordemos, además, "Il Bollettino della Societá di Storia Valdese"[141], publicación de mucho valor para los estudiosos de historia. El primer número apareció en 1884; en 1922 se publicó el número 44.

Y, finalmente, muy apreciada fue la publicación mensual "Rivista Cristiana", fundada en Florencia en 1873 por Emilio Comba, quien la dirigió durante quince años, o sea hasta 1887, año en que dejó de publicarse. De 1899 a 1913 apareció la segunda serie de la "Rivista Cristiana" dirigida por los tres profesores de la Facultad de Teología.

e) Los Sínodos.

A partir de 1872 se celebraron siempre en el templo de Torre Pellice, no ya en Mayo, sino en la primer semana de Septiembre. En el Sínodo de 1887 tomaron parte, por primera vez, los delegados electos de las iglesias de la misión, y el de 1889 se reunió en la Casa Valdense de Torre Pellice, inaugurada solemnemente en ocasión del segundo centenario del Glorioso Retorno. En la planta baja de este hermoso edificio, están el Aula sinodal y la Biblioteca, la que posee más de 25.000 volúmenes; en el primer piso las Oficinas de la Mesa y en el segundo el Museo Valdense.

Los sínodos 18971904 se ocuparon de una prolija revisión de la Constitución. El trabajo procedió más bien con lentitud, debido a un conjunto de dificultades que se oponían al restablecimiento de una administración central única; y las dificultades eran tales que la gran cuestión fundamental de la fusión de la Mesa y del Comité de Evangelización quedó, por entonces, en suspenso. Pero en 1910 volvió a presentarse el proyecto de formar una Administración única y, después ,de prolongadas discusiones fue finalmente aprobado en 1912. La Constitución así modificada [142] entró en vigor en 1915.

3 - Tercer período: después de 1915.

La Iglesia Valdense -dirigida, pues, por una sola Administración Central, de la que fue primer Moderador Ernesto Giampiccoli, fallecido en 1921, hombre de vasto y versátil ingenio, cuya pérdida prematura ha sido vivamente sentida- ha entrado en un período que puede definirse: período de consolidación y de nueva orientación, de valorización de sus propias fuerzas y de revisión de sus métodos. Esto deberá ser necesariamente preludio de mayores conquistas y de una vigorosa manifestación de renovadas energías en el cumplimiento fiel de la misión asignada por Dios a los Valdenses en la patria italiana. Con tal fin se efectuó el traslado, en 1922, de la Facultad de Teología. de Florencia a Roma, en la bellísima sede que, cerca del templo de Plaza Cavour, fue inaugurada en los días 5 y 6 de Noviembre[143].

En el presente capítulo hemos aludido repetidas veces a la "patria italiana" ; ahora, antes de terminar, no será, quizás, inoportuno hacer resaltar intencionalmente el hecho que, los Valdenses, así como se mantuvieron siempre súbditos leales hasta 1848, no obstante las duras pruebas sufridas, así también, después de 1849, en múltiples ocasiones, se han demostrado francamente italianos.

Hemos visto ya cómo Terencio Mamiani los elogiara públicamente porque "a la antigua madre jamás desconocieron". Escuchemos ahora a Edmundo De Amicis : "A pesar de miles persecuciones y guerras despiadadas y prolongados destierros, que hubiesen tenido que romper todo lazo de unión y sofocar en sus corazones todo afecto que no fuese el amor por sus propias montañas y el orgullo de su propia historia, se mantuvieron siempre italianos de corazón, y, como lo fueron para el viejo Piamonte, siguen siendo una de las provincias más noblemente patrióticas de la nueva Italia" [144].

Y en verdad, el pueblo Valdense demostró su patriotismo en todas las fases sucesivas del Resurgimiento nacional, y en la última gran guerra (19151918) sus hijos combatieron como héroes, ofreciendo a la Patria, con admirables pruebas de valor, generosos sacrificios de sangre.

Fueron particularmente numerosos en los batallones de los fuertes alpinos, pero en todas las armas del ejército y también en la R. Marina, se encontraron soldados y oficiales valdenses, que, doquiera, se destacaron por la calma y firmeza demostradas en el cumplimiento del arduo deber[145]. Por esto, entre los combatientes valdenses es muy elevado el porcentaje de los condecorados por su valor-y valga, por todos, la mención del heroico mayor Juan Ribet, caído en el Carso, condecorado con una medalla de oro y cuatro de plata-y no menos elevado el porcentaje de los mutilados, inválidos y caídos.

En memoria de estos últimos, hasta en la más modesta Comuna de los Valles, se ha levantado un monumento; pero la Iglesia Valdense quiso recordarlos a todos juntos mediante la erección de dos Convitti (Hogares para Estudiantes), uno en Torre Pellice y otro en Pomareto, que fuesen piadoso recuerdo de una fuerte juventud heroicamente inmolada y al mismo tiempo fuente de inspiración para la nueva generación, encaminándola hacia un ideal de verdad, de justicia y de bondad[146].

El amor por la patria no se le demuestra tan sólo en tiempos de guerra y en los campos de batalla. Los Valdenses aman sinceramente a Italia y por esto la desean grande y fuerte; pero saben muy bien que la verdadera grandeza de una nación es grandeza moral y espiritual: tan sólo aquí estriba la garantía y el secreto de toda fuerza no ilusoria y de todo progreso real. Por esto los Valdenses no aspiran sino a cooperar, según sus propias posibilidades, al despertar espiritual del pueblo italiano y a su educación moral, mediante la difusión del Evangelio de Cristo.

Su propaganda nada tiene de común con el proselitismo mezquino y vulgar, ni con la estrechez de la competencia confesional: es noble lucha de ideas y de principios, para la consecución de altos ideales. Los fines que se proponen son siempre los mismos por los que lucharon y murieron sus padres, y pueden resumirse así: restaurar la sencillez y pureza del Cristianismo primitivo; separar la religión de los elementos políticos que la hacen degenerar en clericalismo; demostrar que todo progreso legítimo de la vida civil es no tan sólo compatible, sino que está indisolublemente ligado con el Cristianismo genuino y verdadero; ofrecer hospitalidad a las almas que, emancipadas de la tiranía sacerdotal, buscan la comunión fraternal con otros creyentes en Cristo; unir estos creyentes en haces vigorosos, para combatir toda manifestación del mal, haciendo penetrar la levadura del Evangelio en el alma italiana.

Los Valdenses, en pocas palabras, sienten el deber y tienen la ambición de ayudar a sus compatriotas, continuamente oscilantes entre la supina credulidad y el indiferentismo escéptico, a conquistarse runa fe fuerte, iluminada, viviente y una conciencia realmente cristiana.

XXVII
EMIGRACION Y COLONIAS

En tiempos de las grandes persecuciones e inicuas leyes restrictivas, las que prohibían a los Valdenses poseer terrenos fuera del estrecho círculo de los valles más elevados, no pocos millares de ellos se habían decidido a emigrar, yendo a fundar - como hemos visto - importantes colonias, desde los siglos XIV y XV, en Provenza. en Calabria, en las Apulias y, entre el XVII y el XVIII, en Alemania (1).

También en la primer mitad del siglo XIX muchos habían tenido que emigrar en busca de trabajo, de tal manera que, en una estadística de 1844 figuran 1.080 valdenses, sobre un total de 22.458 almas, establecidos fuera de los Valles, en su mayoría en la Francia Meridional. Pero habían ido allí a la desbandada y con la esperanza de volver tarde o temprano a la patria; no se trataba, pues, de emigración organizada y definitiva.

A partir de 1848 ninguna restricción legal impedía ya a los Valdenses extenderse a las Comunas por ellos ocupadas otrora en la llanura; mas, para que tal facultad pudiese dar un desahogo adecuado a la exhuberancia de la población, era menester que, ante todo, las familias dispusieran de las sumas necesarias para la compra de los terrenos. Ahora bien, precisamente desde 185o a 1854 hubo una serie de malas cosechas, por lo que la crisis se agravó de tal manera que hizo imperiosa y urgente la necesidad de resolverla mediante la emigración.

EN EL URUGUAY Y LA ARGENTINA

A fines del año 1856 tres familias del Villar, once personas en total, partieron rumbo a la República Oriental del Uruguay. Desembarcadas, después de tres meses de viaje, en Montevideo, fueron al Norte, en el Departato de Florida, y allí compraron un campo.

Cuando llegó a los Valles la noticia de que aquellos primeros emigrantes habían hallado un terreno apto para la colonización y que había lugar para muchos y muchos más, se organizó una segunda expedición de 73 personas, que salió en Junio de 1857, y luego una tercera de 136 personas, que zarpó de Génova en Noviembre de ese mismo año, siendo asistida, hasta el último momento, por el pastor J. D. Carbonnier. El Moderador Bartolomé Malán tuvo la feliz idea de darles una carta de recomendación para el Rev. F. H. Snow Pendleton, capellán de la Legación Británica en Montevideo, quien, en efecto, como veremos, se interesó vivamente por la suerte de los colonos.

A las pocas semanas de llegar el tercer grupo de emigrados al Departamento de Florida, la población del lugar, azuzada por los jesuitas, se dio a molestarlos, atentando repetidamente contra el libre ejercicio de su culto. Estas hostilidades eran poco tranquilizadoras para el porvenir. Pareció, pues, prudente no persistir en quedar allí, sino buscar otro lugar mejor; y, en efecto, siguiendo las indicaciones del Rev. Pendleton, una delegación de los Valdenses entró en negociaciones con una Sociedad de accionistas que se había constituido con el objeto de colonizar la región situada al oriente del arroyo Rosario, en el Departamento de Colonia. De ahí a poco era firmado un contrato con aquella Sociedad, la que cedía en condiciones ventajosas varios lotes de terrenos.

Esta vez los colonos se vieron acogidos muy cordialmente por los habitantes del  pueblo más cercano, Rosario, por lo cual, animados, se pusieron a construir los "ranchos" y a roturar el terreno con tanto entusiasmo que, antes de fines del año 1859, quedaba fundada aquella primer colonia en América, la que se llamó más tarde Colonia Valdense.

Pendleton, dejando su puesto en Montevideo, no pensó sino en organizar de una manera estable la nueva colonia. Se trasladó a Europa, se presentó ante el Sínodo de 1859 para exponerle sus proyectos, y emprendió sin más una jira de colectas en Europa, recogiendo el capital necesario para asegurar un ministerio pastoral estable, la apertura de una escuela y la construcción de un templo.

El primer pastor que se estableció entre los colonos fue Miguel Morel, de Rorá; llegó a principios de 186o con otro grupo de emigrantes, y en seguida organizó la Iglesia. Al año siguiente, con la llegada del maestro Costabel, se abrió la primer escuela. Así la Colonia, legalmente reconocida por el Gobierno, empezaba a consolidarse y crecía rápidamente, debido también a las sucesivas y frecuentes inmigraciones. Pero, por desgracia, surgieron disensiones entre los colonos, motivadas por la elección del sitio en que debía construirse el templo. Algunos, con Morel, lo querían en el pueblo de La Paz, al NO. de la región, y se apresuraron a poner allí los cimientos ;otros, apoyados por Pendleton, de vuelta de Europa, sostenían que había que levantarlo en sitio más céntrico Estas y otras dificultades, además de atrasar e interrumpir por varios años la erección del templo, turbaron un tanto la paz de los ánimos.

En 1870 Morel se retiró y fue reemplazado por el pastor J. P. Salomón, quien, empero, después de cinco años, considerando que la tarea fuese superior a sus fuerzas, dejó el Uruguay, dirigiéndose, con algunas pocas familias, hacia Estados Unidos de Norte América, donde fundó la pequeña colonia de Monett, en el Misuri.

Finalmente, en 1877, salió de los Valles el joven pastor Daniel Armand Ugón, quien pronto se reveló dotado de gran energía y no de comunes aptitudes de organización. Bajo su guía se fue restableciendo paulatinamente la armonía y la colonia volvió a prosperar; a la verdad, los progresos alcanzados por ella desde entonces se deben, en gran parte, a la actividad inagotable que en su seno desplegó durante más de cuarenta años el pastor Armand Ugón, venerado allí como un patriarca. A más de varias escuelas elementales, abiertas en distintas localidades, fue inaugurado un Instituto de Segunda Enseñanza, el "Liceo", habilitado (1888). En 1893 tuvo lugar la inauguración del templo de La Paz y en 1898 la de otro gran templo en el centro de Colonia Valdense. En 1903, apareció el periódico mensual en lengua castellana `La Unión Valdense", sustituido más tarde por el actual "Mensajero Valdense", quincenal.

De ésta, que fue la primer colonia, se determinó - desde 1876 - un movimiento de expansión que dio origen a otras colonias valdenses en el Uruguay y en la República Argentina.

En el Uruguay encontramos otros seis grupos principales : Cosmopolita, al oeste de Colonia Valdense, de la que está dividida por el arroyo Rosario ; Artilleros, aun más a occidente ; Riachuelo, al oeste de Colonia Artilleros y del arroyo del mismo nombre, hasta la ciudad de Colonia, cabeza del Departamento. Ahora bien, las colonias Valdense, Cosmopolita, Artilleros, Riachuelo, se encuentran las unas al lado de las otras, en el orden indicado desde oriente a occidente, limitadas al sur por el Río de la Plata ; Tarariras y San Pedro, al lado de Artilleros y Riachuelo, pero más al norte de éstas, en el interior del país. Bastante más lejos, al límite septentrional del Departamento de Colonia, se encuentran los grupos de Ombúes de Lavalle y de Miguelete; y, más lejos todavía, hacia NO., a 15o kilómetros, en el Departamento de Soriano, el grupo de Cañada de Nieto, o de San Salvador, a orillas del riachuelo del mismo nombre.

En la República Argentina nuestros colonos ocupan territorios aún más extensos que en el Uruguay y puede decirse que están diseminados desde La Pampa al Chaco Recordemos tan sólo Colonia Belgrano, en la provincia de Santa Fe, y Colonia Iris, en los confines de la provincia de Buenos Aires con la Pampa Central, extendiéndose también en esta Gobernación.

Estas colonias del Uruguay y de la Argentina - que cuentan con unos quince mil Valdenses - constituyen otras tantas vastas parroquias, con templos y pastores propios, y han permanecido unidas con la Iglesia Valdense madre, de la que forman el V Distrito, llamado Distrito de la Región Platense, a partir del año 1922; cada año se reúnen en Conferencia y nombran sus delegados al Sínodo de Torre Pellice, el cual se interesa siempre vivamente en la suerte de aquellas lejanas Iglesias.

De cuando en cuando un representante de la Mesa ha ido a visitarlas : el Moderador Pedro Lantaret, en 1869; el Presidente del Comité de Evangelización, Mate,. Prochet, en 1894; el Vicemoderador, Enrique Tron, en 1899. El Vicemoderador Bartolomé Léger, en T908, con motivo del Cincuentenario de la fundación de Colonia Valdense, les consagró varios meses, visitándolas a todas.

Desgraciadamente no fue posible enviar de Italia un número de pastores correspondientes a las necesidades, y algunas de las colonias de la Argentina se han visto privadas de un ministerio pastoral valdense: por ejemplo, Colonia Alejandra, en la provincia de Santa Fe, y el fuerte grupo de Rosario Tala, en la de Entre Ríos. Además. los grupos de Las Garzas y de Saín Gustavo, que se encuentran en las mismas provincias, respectivamente, no gozan de un ministerio pastoral estable.

Como fatalmente debía acontecer, los colonos han olvidado poco a poco el italiano; y aun el francés se ve gradualmente sustituido por el castellano, el que, siendo la lengua oficial del país, se impone y ya es el único hablado corrientemente por la nueva generación nacida en tierra americana.

El movimiento de emigración de los Valles del Piamonte se ha dirigido también, aunque en proporciones más reducidas, hacia otros países, y especialmente hacia los Estados Unidas de Norte América.

Pero advertimos, desde luego, que las condiciones son aquí algo distintas de las de la Región Río Platense. En efecto, debido a sus ocupaciones (son en su mayoría operarios, empleados, profesionales), los Valdenses en los Estados Unidos no se han reunido en colonias más a menos compactas y aisladas del resto de la población, com.) aconteció a los agricultores del Sud América, sino tienen continuos contactos con los habitantes del país, se mezclan con ellos, adoptan rápidamente sus costumbres y su lengua, tanto más porque profesan la misma religión evangélica. De ahí que, a los pocos años de residencia en el país, adquieran la ciudadanía americana y se adhieran a las iglesias locales.

Debemos, sin embargo, recordar dos colonias agrícolas que hacen excepción a la regla general.

La más antigua es la de Monett, en el Misuri, que fue fundada en 1875 por el pastor J. F. Salomón, proveniente, como hemos dicho, del Uruguay, con algunas familias Su número alcanzó a más de treinta y constituyen una pequeña comunidad unida a la Iglesia Presbiteriana.

Más importante es la colonia fundada en 1893 e t la Carolina del Norte y llamada Valdese. El pastor Carlos Alberto Tron acompañó allí a los emigrantes, que provenían en su mayor parte del Valle de San Martín, y repartió entre ellos el terreno. Los comienzo.., fueron algo duros, pero poco a poco la colonia, que en 1905 contaba más de trescientas personas, se ha desarrollado y goza de notable prosperidad. No es exclusivamente agrícola, pues florecen allí algunas industrias. ,En 1898, durante el ministerio del pastor Bartolomé Soulier, fue inaugurado su bonito templo.

La colonia de Valdese fue visitada, en 1905, por el barón Mayor des Planches, embajador italiano en Washington, quien escribió, alabándola, en "Nueva Antología". (Véase número del 16 de Febrero de 1906) .

Terminamos aludiendo a otra clase de emigración: a la emigración voluntaria de aquellos que dejan su patria para llevar la luz del Evangelio a los pueblos paganos.

Los Valdenses, aun sintiendo que su deber inmediato era de ser testigos de la verdad cristiana en Italia. no se han por ello desinteresado de la Obra de las Misiones. No solamente han enviado sus contribuciones regulares a varias Sociedades Misioneras, especialmente a la de País[147], sino que han ofrecido también sus hijos y sus hijas a aquella santa causa. Después de 1883, año en que partió el primer misionero valdense para el Lessouto (África del Sur), varios han ido a evangelizar en las orillas del río Zambeze, en el corazón del África Austral, otros a China, otros, y no ha mucho, a Madagascar y en Colonia Eritrea.

 

APENDICE

FECHAS PRINCIPALES HASTA 1848

1140 Pedro de Bruys es quemado vivo en San Giles. 115o Enrique de Cluny muere en la cárcel.

1100-1155. Arnaldo de Brescia.

1140 (aproximadamente). Nascimento de Pedro Valdo. 1173 Conversión de Pedro Valdo.

1179 Los Pobres de Lyon ante el Concilio de Letrán. Papa Alejandro III.

1183 El Concilio de Verona condena a los Valdenses. Papa Lucio III.

1208 Cruzada decretada por Inocencio III en Provenza contra los Albigenses y los Valdenses.

1210 Otón IV ordena al obispo de Turín expulsar a los Valdenses de su diócesis.

1217 Muerte de Pedro Valdo, probablemente en Bohemia.

1218 Coloquio de Bérgamo.

1220 LOS Estatutos de Pinerolo imponen una multa a quien hospede a un valdense.

1220 Martín Pastre predica en Val Luserna por más de veinte años.

1312 Una mujer es quemada viva en Pinerolo por "valdesía".

1315/1393 Persecución por el inquisidor Francisco Borelli.

1430 Los Valdenses de Bohemia se unen con los Taboritas.

1448 El inquisidor Santiago de Buronzo arrostrado por Claudio Pastre, en Luserna.

1476 La duquesa Yolanda impone al podestá de Luserna la ejecución de los decretos inquisitoriales contra los Valdenses.

1484, Guerra del duque Carlos I en Val Lusern1. 148& Cruzada de Cattáneo. Papa Inocencio VIII.

1498 Los Valdenses de Bohemia envían una diputación

a sus hermanos de Italia.

1509-1510. Persecución por Margarita de Foix, en el Valle del Po.

Encuesta por el arzobispo Claudio de Seyssel en Val Pragelato.

Los barbas Martín Gonin y Guido enviados para informarse a Suiza y a Alemania. Los barbas Jorge Morel y Pedro Massón visitan a Farel, Ecolampadio y Bucero.

El Sínodo de Chanforán (12 de Septiembre). La Biblia de Olivetán.

1545 Las matanzas en Provenza.

Institución del culto público en los Valles. Erección de los templos de Angroña, del Chabás, de los Copiers.

1558 Martirio de Godofredo Varaglia (28 de Marzo). 1560 Edicto de Manuel Filiberto (15 de Febrero). 156v1561 La guerra dirigida por Costa de la Trinidad. 1560 Martirio de Juan Luis Pascale (Septiembre 16). 1561 Paz de Cavour (5 de Junio).

1561 Destrucción de las colonias de Calabria (Mayo. Junio).

1565-1582 Vejámenes del gobernador Castrocaro. 158o163o Reinado de Carlos Manuel I.

1630 La peste.

1637-1663 La duquesa Cristina.

1644 Pedro Gilles publica su Histoire ecclésiastique. . 1644 Antonio Leger huye a Ginebra. Le sucede en San Juan su sobrino Juan Leger.

1650 La Congregación De Propaganda fide se establece en Turín.

1653 Incendio del convento del Villar.

1655 Las Pascuas Piamontesas (24 de Abril).

1655 Las Patentes de gracia (18 de Agosto).

1661 El moderador Juan Leger, condenado a muerte, se refugia en Suiza y en Holanda.

1668 Juan Leger publica en Leiden su Histoire Générale des Eglises Vaudoises.

1670 Juan Leger muere en Leiden, a los 55 años de edad. 1670 Consagración de Enrique Arnaud al ministerio pastoral.

1685 Revocación del Edicto de Nantes (18 de Octubre). 1686 Edicto de Víctor Amadeo II (31 de Enero). 1686 El 22 de Abril empieza la guerra.

1687 El destierro.

1689 El Glorioso Retorno (1516 de Agosto).

1689 Domingo 1.° de Septiembre: el juramento de Sibaud 1690 Muerte de Josué Janavel, en Ginebra (5 de Marzo). 1690 Los Valdenses logran evadir de la Balsilla (1415 de Mayo).

1690 Víctor Amadeo ofrece la paz (18 de Mayo). IC92 Sínodo de los Copiers ( 18 de Abril).

1694 Edicto de reintegración.

1698 Destierro de los Valdenses de Val Perosa y de los protestantes franceses residentes en los Valles. 1699 Los desterrados, guiados por Arnaud, se radican en Alemania.

1706 Víctor Amadeo busca refugio en Rorá.

1721 Muerte de Enrique Arnaud en Schónenberg (8 de Septiembre.

1730 Ultimo Edicto de Víctor Amadeo II contra los Valdenses de Val Pragelato.

1730-1773 Carlos Manuel 111 de Saboya.

1735 Fundación del Comité Valón, en Amsterdam. 1740 El Senado de Turín publica el "Compendia de los edictos concernientes a los Valdenses".

1740 El Hospicio de los catecúmenos valdenses, en Pinerolo.

1747 El regimiento valdense se cubre de gloria en la batalla de la garganta de Assietta.

1748 Creación del obispado de Pinerolo. "La Obra de los préstamos".

1769 El Comité Valón funda una "Escuela Latina" en Torre Pellice.

1773-1796 Víctor Amadeo III de Saboya.

1798 Abdicación de Carlos Manuel IV. La República. 1799 El árbol de la libertad plantado en Torre Pellice. 1799 !LOS Austro Rusos en Val Luserna.

1800 El régimen republicano restablecido por el Cónsul Bonaparte, después de la victoria de Marengo (14 de Junio).

1801-1814 Pedro Geymet, Subprefecto de Pinerolo.

1802 Víctor Manuel 1.° sucede en Cerdeña a Carlos Manuel IV.

Napoleón es coronado emperador.

Audiencia concedida por Napoleón al moderador R. Peyrán.

1805 Decretos imperiales concernientes a las parroquias valdenses.

1807 Inauguración del templo de San Juan. 1814 Abdicación ,de Napoleón (1º de Abril).

1814 Víctor Manuel 1.° vuelve a Piamonte (Mayo). 1821 Movimientos revolucionarios. Carlos Félix. 1823 Primer visita del Dr. Gilly a los Valles.

1825 Visita de Félix Neff en Val Pellice.

1827 WaldburgTruehsess funda en Turín la Capilla de las Embajadas Protestantes.

1827 Primer visita del coronel Beckwith a los Valles. 183o Fundación de la Escuela Latina de Pomareto. 1831 Fundación del Colegio de Torre Pellice.

1831 Carlos Alberto.

1834 Primera fiesta del 15 de Agosto, realizada por los disidentes. Después de 1853 es celebrada por toda la población valdense.

1837 Inauguración del edificio del Colegio.

1837 Fundación del Pensionado. 1837 El Código Albertiano.

1844 Carlos Alberto visita a Torre Pellice.

1844 Primer edificio del Pensionado, hecho construir por el coronel Beckwith.

1847 30 de Octubre. Reformas administrativas concedidas por Carlos Alberto.

1847 23 de Diciembre. Petición de Roberto de. Azeglio al Rey, firmada por 600 ciudadanos.

1848 5 de Enero. La Mesa Valdense recibida por el Rey.

1848 5 de Febrero. La Municipalidad de Turín pide a Carlos Alberto la Constitución.

1848 8 de Febrero. Anuncio de la próxima publicación del Estatuto.

1848 17 de Febrero, Jueves. Las "Cartas Patentes" (Edicto de Emancipación) son firmadas por Carlos Alberto.

1848 25 de Febrero. Publicación oficial de las "Cartas Patentes".

1848 27 de Febrero. Gran demostración nacional en Turín.

1848 4 de Marzo. Promulgación del Estatuto.

1848 14 de Agosto. El Sínodo delibera que el 17 de Febrero sea celebrado anualmente corno "Fiesta de la Emancipación".

FECHA DE INAUGURACION DE LOS TEMPLOS Y OTROS EDIFICIOS DESPUES DEL AÑO 1848

Esta lista no es completa, pues menciona tan sólo los edificios que se han levantado en los principales centros. Hacemos observar, además, que la fecha de inauguración da un templo es por lo general siempre posterior algunos años a la fundación de la iglesia, aún más, en ciertos casos (por ejemplo en Catania, Nápoles, Bréeselas), es posterior 20, 30 y hasta 50 años, puesto que, aquí, son recordados algunos de los templos ahora existentes, y no los locales de culto que los han precedido.

1852       Templo de Torre Pellice (Junio 17).

1853       Templo de Turín, Avenida Víctor Manuel II (15 de Diciembre).

1856       Templo de Niza, calle Godofredo.

1857       Templo de Aosta, frente a la columna conmemorativa de la así llamada "huida de Calvino".

1858       Templo de Génova, calle Assarotti (14 de Octubre). Reconstruido en los años 19081910. 1858 Orfanatorio femenino de Torre Pellice.

1860       Templo de Pinerolo (Junio 29).

1861       El Palacio Salviati, en Florencia, destinado a la Facultad de Teología, a Escuelas y al culto público. Templo de Florencia, calle Serragli (Marzo 19). Templo de Río Marina.

Instituto de Artes y Oficios (Artigianelli Yaldesi) para jóvenes valdenses, en Turín (calle Berthollet).

1866       La Escuela Latina, en Pomareto.

1868       Templo de Venecia, palacio Cavagnis (25 de Diciembre).

1868       Templo de Pisa.

1871       Hospital valdense de Turín, calle Berthollet.

1874       Templo de Mesina (22 de Febrero). Fue destruido por el terremoto en el año 1908.

1878       Templo de Coazze (6 de Enero).

1878       Templo ,de Vallecrosia (Ascención).

1880       Templo de Verona (6 de Enero).

1881       Templo de Milán, Plaza San Juan en Conca (8 de Mayo).

1882       Templo de Florencia, calle Manzoni (22 de Febrero).

1883       Edificio de la Escuela Femenina Superior (luego Escuela Normal) en Torre Pellice.

1883       Templo de Roma, calle Nacional, ahora calle 4 de Noviembre (25 de Nov.).

1885       Templo de Nápoles (Marzo 25).

1887       Templo de Victoria, Sicilia (17 de Marzo).

1889       Casa Valdense, Torre Pellice (2 de Septiembre).

1890       Templo de Catania (12 de Enero).

1894       Asilo para Ancianos, San Germán.

1895       Asilo para Ancianos, San Juan.

1898       Templo de Riesi, Sicilia (5 de Julio).

1898       Refugio Rey Carlos Alberto para desahuciados, San Juan.

1906       Templo de Como (6 de Mayo).

1907       Templo de San Remo (Noviembre)

1909       Templo de Milán, calle Fabbri (Junio 6).

1911       Nuevo templo valdense de Liorna, antes escocés, calle José Verdi (Mayo). El primer templo había sido inaugurado en 1861.

1913       Nuevo templo de Corato (21 de Diciembre). 1914 Templo de Roma, Plaza Cavour (8 de Febrero). 1915 Templo de Brescia (11 de Abril).

1922       Hogar para estudiantes (Convitto) de Torre Pellice, en memoria de los caídos en la gran guerra (4 de Septiembre).

1922       Hogar para Estudiantes de Pomareto, en memoria de los caídos de la gran guerra (8 de Octubre). 1922 Palacio de la Facultad de Teología en Roma, calle Pedro Cossa (56 de Noviembre).

MODERADORES DE LA IGLESIA VALDENSE
después de 1848.

Hasta Agosto 1848  J. S. Bonjour

1848-1857  J. P. Revel

1857-1859  B. Malán

1859-1860  J. P. Revel

1860-1863  B. Malán

1863-1874  P. Lantaret

1874-1880  J. D. Charbonnier

1880-1887  P. Lantaret

1887-1909  J. P. Pons

1909-1915  Bartolomé Leger

1915-1921  Ernesto Giampiccoli

1921      Bartolomé Leger

PRESIDENTES DEL COMITE DE EVANGELIZACION
(18601915)

1860-1871  J. P. Revel;

1871-1906  Mateo Prochet

1906-1913  Arturo Mustón

1913-1915  Ernesto Giampiccoli

PROFESORES DE LA FACULTAD VALDENSE DE TEOLOGIA (18551923)

1855-1871 J. P. Revel (Teol. Histórica).

1855-1902 Pablo Geymonat (Teol. Exegética y luego Sistemática).

1863-1865 Jacob Ehni (Suplente de Teol. Exegética).

1865-1869 Luis Desanctis (Teol. Apologética y Polémica)

1866-1868 Jorge Appia (Teología Exegética)

1870-1888 Alberto Revel (Teología Exegética)

1872-1904 Emilio Comba (Teol. Histórica)

1889-1913 Enrique Bosio (Teol. Exegética)

1902      Juan Luzzi (Teología Sistemática)

1905      Juan Rostagno (Teol. Histórica)

1913      Ernesto Cohiba (Teol. Exegética.

 

 


 

[1] Por ejemplo, la teología de Claudio era esencialmente agustiniana, mientras que la de los Valdenses, antes de la Reforma, no le fue nunca.

 

[2] El único escritor que da informaciones atendibles sobre él es Pedro el Venerable, abad de Cluny, quien escribió, hacia 1138 y 1143. un tratado Adversus Petrobusianos haereticos. Abelardo no hace más que mencionar a Pedro de Bruys en su Introductio ad Theologiam (1121), llamándolo "presbyter" y clasificándolo entre los herejes.

[3] No está del todo probado que Arnaldo haya sido vuelto a Roma y ajusticiado en el Castillo de San Angel. Parece muLcho más probable que haya sido ejecutado en Civita Castellana, sobre el Tíber, donde era prisionero del prefecto ; tanto más que en Roma no estaba quizás aun enteramente calmada la revolución.

[4] En aquella época los intereses, de cualquier tasa, eran condenalos como usura, porque reinaba el viejo concepto escolástico de que el dinero no rinde nada. Tal prejuicio desapareció después de la Edad Media, con el adelanto de la Economía Política.

[5] En los actos de ese concilio, que lanzó el anatema contra los Cátaros albigenses, no se encuentra mención de los Pobres de Lyon. Lo que se explica muy bien, si se tiene en cuenta el hecho de que su causa no fue definida ni fueron tomadas sanciones contra ellos. Pero que su diputación compareció ante el Concilio, resulta indudable por el testimonio del fraile Map.

[6] "Valdesios... a primate ipsorum Valde dictos, qui fuerat civis Lugduni super Rodanum". W. Map., De nugis curialium; Ed. Wright, 1850.

[7] Para comprender la razón de esa viva hilaridad de aquellos prelados es necesario saber que, según la terminología escolástica, la expresión "creer en" podía aplicarse tan sólo a lag personas de la Trinidad, no a las criaturas.

[8] "Inhibens eidem ne vel ipse aut socií sui praediracionl uPticium praesumerent, nisi rogantibus sacerdotibus". Chron. Laud.

[9] Se les llamó así en el acta de la polémica, redactada hacia 1190 por Bernardo, prior de Fontcaude. Algunos han supuesto que el nombre Vallenses era la forma primitiva de Valdenses ; se derivaría de Vallis, nombre latino de la ciudadela de Lavaúr, en Languedo,e, de donde habían venido los disidentes que se presentaron a la polémica de Narbona. Tal suposición no nos persuade. Recuérdese que en 1179, Map, que habla hecho permanencia en aquellas regiones al dirigirse al Concilio de Letrán, los llama Vaidesii a primate ipsorum Valde.

[10] El apodo de "Insabattati" les fue dado por las sandalias o suecos que llevaban ordinariamente. El sábado no tiene nada que ver aquí.

[11] En un documento de 1232, que contiene el nombre de las familias residentes entonces en el valle de Angroña, encontramos varios de origen provenzal (Bonnet, Buffa, Hugón, Jouve, Monastler, Revel, Rivoire, Stallé, etc.).

[12] Hacia 1260 la rama menor de la casa de Saboya había constituido un pequeño Estado, con Pinerolo por capital, que fue el Principado de Acaya.

[13] La fecha de este episodio según diversos historiadores seria el año 1440. Ellos no mencionan a Borelli. Pero los historiadores modernos se inclinan por una fecha anterior a 1387, confundiendo la masacre con la obra de aquél.

[14] Como se explicará más adelante, antes de la Reforma, los ministros o pastores solían llamarse "barbas", estos es, "tíos".

[15] Existe incertidumbre entre los historiadores referente a la fecha y a los elementos legendarios de esta primer guerra en Val Luserna, la que sin embargo no debe confundirse con la cruzada de Cattáneo. Creemos no equivocarnos asignando a la expedición de Carlos 1º estos tres episodios que figuran entre los más populares de las tradiciones valdenses.

[16] En efecto, el proemiurn de la Confesión latina atribuida a Cépola y Rüdinger (157173), contiene una alusión a la influencia valdense ejercida en Wicleff. Véase sobre el particular: Emilio Comba: Storia del Valdesi, 1. p., pág. 617 y sig.

[17] Véase: Em. Comba, 1 nostri Protestanti, Vol 1.9 259297.

[18] Pedro Giles, Histoire Ecclésiastique des Eglises Vaudoises (1644), cap. III.

[19] M. A. Rorengo (Memorie historiche), pág. 77, dice haber oído de Gilles que dicho encuentro tuvo lugar en una fonda.

[20] Los cinco manuscritos de Ginebra habían sido confiados temporalmente por el moderador e historiador valdense Juan Leger a esa república, en 1662, en nombre de las Iglesias de los Valles, "a fin de que los conservase", y fueron tan bien conservados que nunca más se habló de su devolución al pueblo valdense.

Los manuscritos de Dublín habían sido recogidos en Val Pragolato. Después de haber pasado por las manos del historiador J. P. Perrin, a principio del siglo XVII, fueron adquiridos por el arzobispo Nesher de Dublin, que los depositó en la biblioteca de aquella Universidad.

Los seis manuscritos conservados en Cambridge fueron recogidos en los Valles Valdenses, con la ayuda de Juan Leger, por sir Samuel Morland, que en 1655 había sido enviado por Cromwell ante el Duque de Saboya, para interceder en favor del pequefio pueblo perseguido.

[21] No debe olvidarse que todas las versiones antes mencionadas fueron hechas de la Vulgata latina, que entonces reinaba soberana.

[22] S. Berger, La Bible Italienne au moyen laye, ap. Rornania XXIII, p. 62. 64, Salvador Minocchi la atribuye a los Patarinos toscanos. El hecho de que aquella versión italiana fue tan difundida por los Dominicos y Franciscanos en los siglos XIV y XV, no quita que ella pueda haber sido en su origen obra de loa Valdenses.

[23] Parece ser que este importante escrito, conservado en la Biblioteca de Dublín fue redactado por Morel mismo ; de todos modos fue traducido por él, del provenzal al latín, como también las respuestas de Ecolampadio y de Bucero.

[24] "No sé porqué se le llama "el Bueno", como no fuese para significar "bueno para nada". Ernesto Masi, "La Monarchia di Savoia", 1895. pág.

[25] Parece que el apelativo Olivetán le fue dado para indicar. quizás, la dulzura y unción de su carácter, o bien su gran amor al estudio, por el que gastaba mucho aceite en su lámpara.

[26] Un autorizado crítico del siglo XIX, Ed. Reuss, no ha titubeado en declarar: "El Antiguo Testamento de Olivetán es, más que una obra de erudición y de mérito, una verdadera obra maestra, parangonándola, se entiende, con los ensayos anteriores". Revue de Theologie, Estrasburgo, 1865. En cuanto al Nuevo Testamento, la traducción presenta menos originalidad, porque no fue más que una revisión de la de Lefévre.

[27] Recordamos entre otros : en Angrofia, Esteban Noel ; en Villar, Gilles de Gilli, uno de los últimos barbas, que de vuelta de una jira misionera había traído consigo a Noel; en Rora, Melchior di Dio, y en San Juan, Godofredo Varaglia, ambos salidos del catolicismo, y este último, hijo de su homónimo, el capitán que había participado en la expedición de 1484.

[28] Véase: Juan Jalla; "Storia Bella Riforma in Piemonte" (15171580), Florencia, Librería Claudiana, 1914.

[29] A tal bravata de algún insensato, Francisco 1º habla respondido de inmediato ordenando una solemne procesión de expiación, a la que él mismo quiso participar ; y fue visto dirigirse a pie con la cabeza descubierta y una vela en la mano, a contemplar el espectáculo de seis mártires protestantes, lentamente asados vivos en un ingenioso aparato que, moviéndose a guisa de hamaca, de pronto los metía entre las llamas y luego los le vantaba para volverlos a tostar.

[30] Durante aquellos afros los franceses demolieron los principales castillos feudales, entre ellos la famosa Torre de los Rorengo, de donde tomó el nombre la pequeña ciudad de Torre Pellica.

[31] Conservadas en la Historia de Escipión Léntolo, escrita no mucho después de 1567, inédita en la Biblioteca de Berna, donde fue descubierta por Emilio Comba en 1897, y luego copiada y publicada por Teofilo Gay en 1906.

[32] Carta de Alosianus, médico de Busca, publicada en el 7. Boleta de la Sociedad de Historia Valdense.

[33] Crespin, "Histoire des Martyrs", f. 423 vuelta.

[34] Carta de Alosianus.

[35] Retuvo sin embargo hasta 1562 Turín, Chieri, Chiyasse, Villanova de Asti, y, hasta 1574, Pinerolo y Val Perosa.

[36] Tradujo la que había sido redactada en 1559 por los Reformados de Francia. Encuéntrase en las páginas 126145 de su ya citada historia escrita hacia 1562. Historia delle grandi e crudeli persecutioni fatti al tempi nostri.

[37] Véase Gilles, Ob. cit. 1.°, 125-138.

[38] No es posible precisar el número de soldados de que disponía Costa ; éste fue aumentanlo durante el curso de las operaciones.

[39] Mise. Patria, mss. f. 31 en la Biblioteca Real de Turín, N.4 154. En sus cartas al Duque. Costa no se cansa de pedir dinero, dinero y dinero. Hasta Marzo presenta a la empresa como cosa de liquidarse en pocos días... apenas hubiese recibido plata. Pero, después del 3 de Marzo, el tono cambia...

[40] E. Léntolo, Historia, etc., pág. 183.

[41] Los católicos piamonteses para despreciar a los Valdenses, inventaron la expresión "barbet" porque éstos llamaban "barba" a sus ministros.

[42] E. Léntolo, Historia, etc. pág. 227.

[43] Estos debates nos han sido minuciosamente referidos en las cartas de Pascale escritas desde Fuscaldo

[44] Carta del 26 de Febrero, E. Léntolo, Hist. pág. 276.

[45] Ib., pág. 282.

[46] Ib., págs. 289, 282 y 283

[47] Ib., págs. 280, 281, 304-06.

[48] Ib., pág. 313.

[49] Léntolo, Crespin y la mayoría le los historiadores que siguieron, dicen que el día 8 tuvo lugar la ceremonia le la lectura pública del proceso y de la sentencia en el convento dominico de la Minerva, y dan como fecha del suplicio la mañana siguiente, Lunes 9 de Septiembre. Pero se han equivocado de una semana, pues el registro de S. Juan Degollado en Roma, habla claramente de la mañana del 16.

[50] E. Léntolo ,obra citada, página 315.

[51] Archivio Storico Italiano, IX, Lett. sui riformati di Calabria, p., 193-195.

[52] Ib. Lett. III.

[53] L Inquisisione e i Calabro Valdesi, pág. 113.

[54] Murió en 1588. Uno de sus hijos fue el historiador Pedro Gilles (15711644). Otro hijo le fue raptado en 1581 por el jesuita J. B. Vanini; educado en un convento fue enviado luego a las Indias como misionero católico.

[55] En sus relaciones con Pio IV, al embajador véneto Boldú, nelac. 460.

[56] Fraile Agustín de Casiellamonte. Relazione storica dedo stato delle 1alli di Perosa e di San Martino sirca la Religione. Ms. en la Biblioteca obispale Pinerolo.

[57] De Dronero. Era hermano de la prometida de J. L. Fascale

[58] Que se casó, en 1585, con Catalina hija de Felipe II, rey de España.

[59] P. Gines, Hist. Eccl., II, 56.

[60] Fue la descrita por Manzoni en "Los Novios".

[61] Histoire ecclésiastique des Eglises Vaudoises de Van 1160 av, 1643. Ha sido reimpresa en 1655 y luego en 1881. En esta historia Gilles trabajó largos años, pues el sínolo de Pramol le había confiado el encargo en 1620, y la escribió primeramente en italiano, idioma que prevalecía entonces en los Valles. Cuando, después de la peste, volvió a emprender su trabajo, la escribió de nuevo en francés, porque ya entonces el uso de este idioma se había familiarizado. Es una obra histórica muy estimada por su prolijidad, imparcialidad y moderación. Puesta por el papa en el Indice en 1645, y bien pronto traducida al inglés, fue refutada por el prior Rorengo, en 1648, con el libro venenoso "Le Memoria Historiche" que tiene valor solamente por los documentos que encierra ; la publicación de Rorengo, sirve para realzar, por contraste, la simpática figura de Pedro Gilles y su probidad como escritor.

[62] Congregatio de propaganda fide et extirpandis haereticis.

[63] Baste este testimonio de un capitán francés perteneciente al regimiento de Gransey, du Petitbourg, quien, por las horrendas escenas presenciadas, se retiró para salvar su propio honor de gentilhombre y de soldado, junto con otros oficiales : "Fui testigo de espantosos incendios y de violencias y de crueldades inauditas, cometidas a los Valdenses de toda edad y sexo y condiciones, a quienes los he visto masacrar, despedazar, ahorcar, vilolentar 7 quemar... Hiciesen o no resistencia, fueron todos inhumanamente tratados... Los prisioneros conducidos al marqués Pianezza eran ejecutados, y yo vi las órdenes"... (Carta de fecha. 27 de Noviembre de 1655, ea Pinerolo).

[64] Había sido acusado y condenado a muerte por contumacia, por la deposición del asesino de un cura de Fenile, que aseguraba haber sido encargado para cometer ese delito por Legen :Quedó luego probado que el instigador había sido el mismo prefecto Ressano, el que había denunciado a Leger !

[65] A. de Rachas dAiglum, Les Vallées Vaudoises, pág. 102.

[66] "Deponer prontamente las armas. Entregarse a la clemencia de S. A. R. Mediante esto se aseguran sus vidas y la de sus familias. Don Gabriel de Saboga, en nombre de S. A. R." Este billete auténtico fue una de las más viles asechanzas que tuvieron que sufrir los Valdenses.

[67] Carta a Madama de I.afayette, 4 de Mayo 1686, ap. Rochas, p. 160.

[68] Carta del 2 de Mayo 1686, Ibid., pág. 159.

[69] Carta del 9 de Mayo 1686, IbId., pág. 163.

[70] Carta escrita desde Casale a De Louvois, 29 de junio 1686, Ibíd., pág. 172.

[71] Caruttl, Storia del Regno di Vittorio Amedeo II, 1863.

[72] Muchas informaciones sobre el cautiverio y el destierro nos han sido suministradas por las preciosas "Memorie" del capitán Bart. Salvagiot.

[73] Histoire de France, XIII, 367.

[74] Marikoter, Hist. des réfupiés, etc., 1878, p. 357.

[75] Dom. Perrero, Il rimpatrio dei Valdesi, 1889, pág. 41.

[76] Este documento, que fue programa y gula para el Retorno, es un documento insigne de ciencia militar y de piedad cristiana. Fue publicado varias veces. Janavel da instrucciones minuciosas y precisas acerca de los rehenes, vituallas, oraciones para la mañana y la tarde, formación de las compañías, el orden de la marcha, los altos, los campamentos, las mejores posiciones de los Valles y la manera de ocuparlas y conservarlas. Recomienda particularmente la Balsilla. "No ahorréis ni trabajos ni fatigas para fortillcar esa posición que será vuestra fortaleza más sólida"... Termina así: "Si os confiáis en el Señor, podéis estar seguros que El nunca os abandonará, y que su espada os rodeará como muralla de fuego en contra de vuestros enemigos".

[77] Ocurre precisar que esta fecha (1516 de Agosto) es según el Calendario juliano en uso todavía entonces entre los protestantes, mientras según el Calendario gregoriano, adoptado ya por los católicos, la fecha seria el 2526 de Agosto. La diferencia entre los dos calendarios era en efecto, en 1689, de diez días.

La introducción del nuevo Calendario se produjo, como es sabido por bula del papa Gregorio en 1582, la que estableció que al 4 de Octubre le siguiese no el 5, sino el 15 de Octubre. Los suizos católicos adoptaron la reforma del calendario en 1583; los protestantes, por el contrario, lo adoptaron sólo en 1700, ordenando que al 18 de Febrero siguiese no el 19, sino el 1.. de Marzo. En 1689. el 15 de Agosto del calendario antiguo (o sea el 25 del nuevo) era un Jueves.

[78] Según los cálculos del coronel Gallet, citado por el coronel F. Cocito, Le Guerre Vatde" 1891, pág. 7374.

[79] Bourgeois quiso organizar, después, una expedición, que no tuvo éxito.

[80] Bochas, Ob. cit., pág. 188.

[81] En francés: Grogne!

[82] Las mayores pérdidas se debieron a la deserción de los franceses los que, fácilmente se comprende, poco a poco abandonaron a sus compañeros Valdenses, no siendo como éstos estimulados por el deseo de volver a entrar en los Valles.

[83] El 74 y el 129.

[84] Salmo 124, versículo 8.

[85] El capitán Turel no tardó en ser arrestado en Francia y fue ajusticiado en Grenoble.

[86] El enemigo encontró allí, el 26 de Octubre, el diario relación escrito por el joven Renaudín hasta el día 17 de ese mes; un oficial se apresuró a mandarlo a Turín y, de mano en mano, este manuscrito pasó a Ginebra y pudo ser leíldo por el viejo Tanavel aún, con profunda emoción, pocos dilas antes de su muerte, que ocurrió el 5 de Marzo de 1690.

[87] De la vida íntima que llevaban en el baluarte solitario, se encuentran interesantes detalles en la Relación del capitán Robert.

[88] E. Arnaud, Hist. de la Glorieuse Rentrée, pág. 284.

[89] Repetimos que estas fechas del Retorno las computamos, como Arnaud, según el Calendario antiguo ; el 15 corresponde, pues, al 25 del Calendario gregoriano.

[90] Rochas, Ob. cit., pág. 250.

[91] Ya antes del destierro se daba el nombre de Mesa a la autoridad que presidía el Sínodo valdense, porque sus componentes se sentaban alrededor de la mesa de la presidencia. Dicha autoridad se componía de tres ministros, o sea: Moderador, Vicepresidente y Secretario. Luego se le llamó Comité (Seggio), con atribuciones limitadas a la duracin de las sesiones, y entonces el nombre de Mesa fue tomado por la Administración superior entre dos Sínodos. Así el Moderador, presidente de la Mesa, no es ya para los Valdenses el presidente del Sínodo como lo es entre las otras Iglesias Reformadas.

El nombre de Mesa corresponde al término Board de los países anglosajones, entre los que tiene también el doble significado de

Mesa y de Comité (Seggio)

[92] Entre los seis pastores desterrados estaba Moutoux, el mismo que había acompañado a Arnaud en el Glorioso Retorno

[93] Prefacio de su Histoire de la Glorieuse Rentrée.

[94] Introdujeron el cultivo de la morera y de la papa, desconocido aún en Alemania.

[95] Comandante de los defensores de Cúneo era un general protestante, el valiente barón Federico de Leutrum, que murió en 1755 y fue sepultado en el templo del Chabás.

[96] Una niña de diez años y un día era considerada mayor de edad, en la elección de religión, y, por tanto, libre de sustraerse a la autoridad de su familia ! Es de suponer las artes diabólicas adoptadas para inducir a los niños de esa edad a la rebelión contra sus padres.

[97] Pocos ejemplos documentados: en 1735 el cura de Perrero rapta dos hijos de Juan Richard, de Prali ; en 1747 Pedro Roche reclama inútilmente la restitución de uno de sus hijos; más tarde es raptada la hija de Felipe Planche, de Manilla, y la rica heredera Juana Constantino, de San Germán, es arrebatada a su familia y luego obligada a desposar un católico. Mucho ruido hizo el caso de la niña de ocho años, Isabel Coucourde, de Pomareto, secuestrada en un convento de Novara en 1775, no obstante las protestas del padre que en vano recurre a las autoridades y al Rey mismo ; fue abadesa en Vercelli, donde murió en 1804.

[98] Son así llamadas las escuelas de las aldeas en que se fraccionan las Comunas (Ecoles de quartier).

[99] Por ejemplo: ¡la autorización de ejercer la medicina entre sus correligionarios, la promesa de hacer terminar los abusos del fisco y no permitir el rapto de los niños antes de la edad prescripta !

[100] Decreto del 31 de Diciembre de 1798.

[101] A título de curiosidad recordamos que su mantenimiento costó cerca de 30 mil liras a la Comuna de Torre, comprendidas 247 liras de velas consumidas para alumbrado y para... condimento de la sopa.

[102] Actos Sinodales.

[103] Véase el Courrier de Turín, 17 de Vendimiario, Año XIV, 9 de Octubre 1805.

[104] Monastier, Hist. de lEglise Vaudoise, 1847, Vol. II, p. 209

[105] El mismo que en 1791 había sido suspendido en sus funriones a causa de un discurso sinodal favorable a la Revolución.

[106] Ep. a los Romanos, VIII, 9. Por la mañana habla predicsalo el pastor Andrés Blanc, hermano de Juan y Antonio quien había sido colega de Neff en Mens y participaba con entusiasmo en su campaña de despertamiento.

[107] "Narrative of an excursion to the Valleys of Piedmont". En 1830 publicó otro libro : "Waldensian Researches".

[108] Carta del 24 de Marzo 1834 al pastor Mustón, de Bobbio, referente a una de estas pequeñas escuelas. Estas palabras se hallan esculpidas en el momento que cubre su tumba, en el cementerio de Torre Pellice.

[109] Una lira diaria para los maestros de las escuelas parroquiales y treinta centésimos para los de las escuelas seccionales (Ecoles de quartier).

[110] No respondiendo ya a su fin ese edificio, otro insigne benefactor, el pastor escocés, doctor Stewart, hizo erigir, en 1866, el actual de la Escuela Latina, y la casa donada por el coronel Reekwith se destinó entonces para el alojamiento del Director.

[111] A propósito de sus múltiples beneficios, recordamos como Beckwith, con cristiana sabiduría, adoptó y siguió siempre el método de asociar la población beneficiada a su obra. La suya no era limosna que, o envilece o favorece la apatía : era un enérgico reto a la colaboración. Comúnmente, hacía ésto: iniciaba una empresa, supliendo los primeros gastos; luego, cuando había provocado el sentimiento de la necesidad de la obra comenzada, decía: continuaré, si vosotros coadyuváis. Así que un día, rememorando todo lo que le había sido posible obtener, dijo, con su acostumbrado buen humor : "¡Ah! si los Valdenses hubiesen sospechado, cuando llegué aquí por primera vez, que yo les habría con el tiempo arrancado tanto dinero, creo que en vez de acogerme como lo hicieron, me habrían recibido a palos!" El hecho es que la genialidad y nobleza de carácter del gran filántropo se destacaron aún en ésto : que, mediante su propia liberalidad, supo acostumbrar a los Valdenses a dar más que a recibir, y quiso encaminarlos a bastarse a sí mismos sin esperarlo todo de la generosidad ajena.

[112] Alejo Mustón fue pastor en Bourdeaux (Dróme) hasta su muerte, acaecida en 1888. Publicó en París una gran Historia Valdense en 4 volúmenes, titulada "LIsral des Alpes".

[113] Amadeo Bert, I VALDESI, (Bocetos históricos), Turín, 1849, pág. 288.

[114] En estas circunstancias el rey de Prusia y los Boers del Transvaal, hicieron a los Valdenses propuestas de emigración, ofreciéndoles fraternal hospitalidad; pero los descendientes de los héroes del Retorno supieron resistir a aquellos atractivos.

[115] El Código Albertiano, promulgado en Junio 1837, fue una gran desilusión para los Valdenses, porque no contenía ninguna reforma en su favor, por lo contrario, los confirmaba en sus antiguas incapacidades civiles y políticas. He aquí sus primeros artículos : "1.° La Religión Católica Apostólica Romana es la única religión del Estado. 2.° El Rey se gloria en ser protector de la Iglesia... 3.° Los otros cultos actualmente existentes en el Estado son simplemente tolerados, según los usos y los reglamentos especiales que los atañen". Nótese que este tercer articulo era susceptible de ser interpretado, o bien en el sentido de benévola protección o bien en el sentido de severa represión, según se hiciese hincapié en los usos o bien en los reglamentos especiales. El legislador no se atrevió a reconocer la situación de hecho ni a sancionar la condición de derecho, y mantuvo por lo tanto un estado de cosas anormal.

[116] Los Israelitas se encontraban en condiciones legales análcgas a las de los Valdenses; sumaban entonces cerca de seis mil y el número de los Valdenses alcanzaba a veintidós mil. A la emancipación de los Israelitas se proveyó, poco después de la de los Valdenses, mediante algunos decretos reales y merced a la intervención del Parlamento.

[117] Il Primato civile e morale degli Italiani, I, 453.

[118] Tres obispos, que habían respondido más bien favorablemente, pronto se retractaron. Véase en A. Bert, I Valdesi, pág. 462479, la carta circular del marqués de Azeglio y las respuestas de los obispos de Biella, Pinerolo, Ivrea y Albenga.

[119] Molinari, Storia d Italia, pág. 239.

[120] Artículo escrito el 9 y publicado el 15.

[121] Verbal número 8, párrafo 14, y número 9, párrafo 1.0.

[122] El candidato en teología J. S. Parander, auxiliar del pastor Bert, y su amigo Esteban Maln.

[123] "Con la azulada escarapela en el pecho, con itálicos latidos en el corazón".

[124] Así escribía a su esposa : "Si bien es cierto que tuve la oportunidad de contribuir a su emancipación, me testimoniaron su reconocimiento de manera tan conmovedora que perdí el uso de la palabra. Ciertamente pagaron con usura y sin medida mi buena voluntad en pro de su causa". Carta del 28 de Febrero de 1848 en los "Souvenirs historiques de la marquise Constante d Axeglio, 1884".

[125] Artículo de A. Bert en el "Risorgimento" número 58 y en "Valdesi", pág. 344.

[126] Un facsímil se conserva en el Museo de la Casa Valdense, en Torre Pellice.

[127] Los hemos transcripto en nota anteriormente. (Pág. 85. Nota 1.=. )

[128] La Condizione giuridica delle Chiese Evangeliche in Italia, 1921, pág. 10. Para este estudio magistral, el mejor sobre el asunto, dirigirse al autor, profesor del LiceoGimnasio de Torre Pellice y Presidente de la Sociedad de Historia Valdense.

[129] Cartas del 10 de Abril y del 24 de Octubre de 1844.

[130] Carta del 4 de Enero de 1848 al ViceModerador P. Lantaret.

[131] "La luz resplandece en las tinieblas". Evangelio de San Juan, Cap. I.0, vera. 5.

[132] Libro del Apocalipsis, Cap. III, 711.

[133] La que existía desde 1826 para los protestantes extranjeros residentes en Florencia.

[134] El anciano conde Solaro de la Margherita se hizo conducir a presencia del rey Víctor Manuel II y le suplicó en estos términos: "Majestad, después de haber servido fielmente a vuestra dinastía y antes de dejar este mundo, pido una gracia, quizás la última! ¡Oh, no se permita que la buena y leal ciudad de Turín sufra la vergüenza de ver, entre sus muros, un edificio consagrado a la predicación de la herejía!"

[135] W. Meille: "Un Vaudois de la viene roche Souvenirs de Joseph Malan". Turín, 1889. Pág. 173.

[136] Véase "La Buona Novella", año 1860, pág. 149-150.

[137] Predicó sobre la Epístola a los Romanos, Cap. I, vers. 16.

[138] Debido a la reorganización de la instrucción pública en Italia, la Escuela Normal Mixta ha tenido que cerrar sus clases, últimamente. - N. DE LOS TRADUCTORES.

[139] A la generosidad de este incansable benefactor, muerto en 1887, débese también el templo de Calle Nacional, en Roma.

[140] Véase en el Apéndice el elenco de los profesores.

[141] La "Societá di Storia Valdese" fue fundada en Torre Pehicce en 1881.

[142] Según la Constitución y los Reglamentos orgánicos actualmente en vigor, la Mesa, o sea la Autoridad representativa Y administrativa de la Iglesia Evangélica Valdense, se compone de nueve miembros, de los cuales seis son pastores y tres laicos. El Sínodo, que es la suprema Asamblea legislativa, se compone de ministros y laicos en número igual. El pastor de cada iglesia en particular está secundado por un Consistorio, elegido por la Asamblea de los fieles y (compuesto por un determinado número de miembros que llevan los nombres de "ancianos" y "diáconos". Los distintos grupos de iglesias forman cinco grandes "Distritos". La organización de la Iglesia Valdense es de carácter eminentemente democrático y responde a los conceptos más modernos de administración.

[143] También este palacio se debe a la munificencia de la insigne benefactora, Mrs. John Stewart Kennedy.

[144] "Alle porte dItalia" página 164. No menos de cien páginas de este libro magnífico tratan de los Valdenses ; son los capítulos titulados "La Ginevra Italiana" y "Le Termopili Valdesi". Como prueba de gratitud, el 20 de Septiembre de 1922, en la plaza de la estación de la "Ginevra Italiana", esto es Torre Pellice, fue erigido un busto de Edmundo de Amicis, modelado por Leonardo Bistolft.

[145] Siete pastores fueron nombrados Capellanes por las Autoridades militares, al servicio de los varios Cuerpos de Ejército, y tres fueron nombrados Capellanes para los prisioneros de guerra en Italia.

Recordamos, sobre el particular, la obra verdaderamente encomiable llevada a cabo por el "Comitato per l’assistenza morale e spirituale del militara evangelici", con residencia en Turín.

[146] En el atrio del "Convitto de Torre Pellice, inaugurado solemnemente el 4 de Septiembre de 1922 en presencia de S. E. el Presidente del Consejo de Ministros y de numerosas autoridades civiles y militares, están grabados los nombres de los 500 valdenses caídos, y se leen estas dos inscripciones ; la primera : "A la floreciente juventud Valdense-caída-en la gran guerra-por la Patria-en recuerdo perenne"; la segunda: "A la nueva juventud-que se levanta-para integrar en la paz-la obra de la guerra-como estímulo perenne".

Este Instituto de educación, anexo al renombrado LiceoGimFnasio y a la reciente Escuela Normal habilitada, aunque esté bajo el alto control de la Mesa Valdense, no reviste un carácter puramente confesional y acoge jóvenes de todas las regiones de Italia, los que así se forman en un ambiente física y moralmente sano y francamente liberal.

[147] Desde 1883 existe en Torre Pellica una floreciente Sociedad misionera, la "Pro del Torno"; sus miembros son jóvenes estudiantes del LiceoGimnasio, los que fomentan entre la población el interés por la obra de las Misiones, efectuando reuniones y recogiendo colectas.