LA VIOLENCIA LEGAL, VIOLENCIA INSTITUCIONALIZADA, LA QUE SE COMETE CREYENDO SERVIR A DIOS

Jorge Pixley,

REVISTA DE INTERPRETACIÓN BIBLICA LATINOAMERICANA Nº 18 (1994) 7-12

Dedico estas reflexiones bíblicas a Franz J. Hinkelammert, en gratitud por su genial: “La fe de Abraham, el Edipo occidental”, y en celebración de su amistad.

De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? De ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mi la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.  Rom 7,12‑13

Os expulsarán de las sinagogas, y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensara que rinde culto (latreia) a Dios. Jn. 16,2

Este ensayo es una reflexión sobre la tensión entre la fe y la ley tal como se revela en el sacrificio de Isaac (Gen. 22) y en el de Jesús, que fue tematizado sistemáticamente por el apóstol Pablo. 'Abraham, el padre de la fe, no sacrificó a su hijo. Esto lo hizo una figura inútil como fundador de una nación e hizo necesaria la relectura de la historia para hacerla una prueba de obediencia La ejecución legal de Jesús se convirtió en la historia fundante de la iglesia que, según Pablo, no acepta la imposición de leyes que exigen sacrificios. Esto no llega a ser anarquismo por la acción del Espíritu en la comunidad

Introducción

El 14 de setiembre de 1992 en el Estadio Nacional Rigoberto López Pérez, las fuerzas antimotines de la recién reorganizada Policía Nacional atacaron a garrotazos a algunos estudiantes y lisiados que pacíficamente: portaban mantas con sus consignas contestatarias. Es cierto que en el ambiente de celebración de la independencia, con sus discursos y desfiles de jóvenes lindas en uniformes vistosos, las mantas, que llamaban al público a no olvidar la realidad de una nación herida por la división que se refleja en la educación como en todas las fases de la vida, eran una interrupción que deslucía de la festividad de la ocasión. Pero la violencia de la reacción pareció a quienes la observarnos por televisión, fuera de proporción con la provocación.

Para mayor sorpresa, ante interrogatorios de la prensa después del evento, la Presidenta Violeta Barrios de Chamorro asumió personal y alegremente la responsabilidad por la violencia, señalando (correctamente) que no hubo muertos ni detenidos. Era evidente que con la golpiza había logrado un objetivo que le daba suma satisfacción, afirmar la autoridad de reprimir a los disidentes, cosa que hizo sin provocar mártires que pudieran crearle problemas políticos: ¡La policía cumplió cabalmente sus órdenes! ¡Se había dado a los estudiantes y a la población en general una lección de respeto a Dios y a la Patria!

El incidente da que pensar. Doña Violeta se precia de no ser represora. De ser cristiana. De gobernar en nombre de la reconciliación de toda la familia nicaragüense. Sin embargo necesita sentar la legitimidad de la violencia del Estado en la defensa de los fines que para el gobierno son sagrados, como son Dios y la bandera nacional. Habiendo realizado un trabajo arduo para desmantelar las fuerzas militares que estaban en conflicto, ahora siente la necesidad de afirmar su derecho al uso de la "violencia legítima".

No es mi propósito dramatizar un incidente que no tiene mayor trascendencia, sino introducir con él nuestro tema, la violencia institucional. La violencia institucional no se ve, no obstante, para legitimarse necesita poder usar la violencia abierta y visible para remachar ante la sociedad su autoridad.

Pablo dice que la ley es santa y buena, pero que el pecado se sirve de la ley para matar. Toda institución necesita para defenderse tener un recurso a la violencia que socialmente es vista como legítima El padre requiere del "derecho" de pegarle a su hijo rebelde y, en la legalidad de muchas sociedades, hasta de matarlo si lo considerase necesario o conveniente. El Estado exige casi siempre el derecho de la pena de muerte, siquiera para los traidores. La abolición moderna de la pena de muerte parece siempre un logro popular frágil, pues cuando el Estado se siente amenazado lo busca revertir mediante su control de los medios de comunicación.

Que la violencia de la "autoridad" es legitima, se consigna en los mitos fundantes de muchas sociedades: Agamenón, el rey que jefeaba la excursión punitiva de los griegos. Contra Troya, ofreció a su propia hija Ifigenia en sacrificio a petición de la diosa Artemisa Con ello confirmó su autoridad, logró vientos propicios para partir de Aulide a Troya, y pudo con el auxilio de los dioses derrotar a las fuerzas del enemigo. En algunas versiones del mito la misma Ifigenia se entrega voluntaria a la muerte en bien de la patria

Layo, rey de Tebas, presionado por una plaga e incitado por los malos augurios de los agoreros; mató (así lo pensó) a su hijo Edipo para espantar los males. Su acción no se consideró condenable, sino un ejercicio legitimo de la autoridad que tenia como rey y como padre. Sin embargo cuando Edipo, rescatado por la misericordia de un pastor, volvió a Tebas y mató a su padre, sin saber que lo fuera, fue un trastorno antinatural que metió a la sociedad en una profunda crisis. No es lo mismo que el padre mate al hijo que lo inverso. Que la autoridad mate se puede justificar en nombre del bien social, que el hijo mate al padre es una rebelión que requiere más muerte para restaurar el equilibrio social.

En nuestro tiempo el filósofo René Girard es quien más ha explorado esta necesidad par parte  la autoridad  social del mito sacrificial[1]. Con base en muchas exploraciones antropológicas, afirma Girard que en el fondo de la unidad social en todas partes hay un sacrificio humano. Para superar la "crisis sacrificial", donde reina  la violencia de todos contra todos  la sociedad se pone de acuerdo en sacrificar un chivo expiatorio. No obstante agrega Girard, lo nuevo de los evangelios es que confrontan al sacrificio del chivo expiatorio tomando la perspectiva de la víctima En Jesús la autoridad se descalifica cuando mata a una víctima que los evangelios declaran como inocente. Y Pablo sistematiza esta experiencia afirmando que la "ley", - ley judía, ley romana, ley divina o ley humana -, puede ser muy buena pero siempre el pecado se sirve de ella para matar. Porque quien mata en nombre de la ley y de la autoridad legitima cree que rinde culto a Dios, no tiene conciencia de culpa sino todo lo contrario.

1 Los mitos anti violentos de la Biblia

Pablo es quien sistematiza la perspectiva anti-autoritaria y anti-violenta de la Biblia, sin embargo él mismo reconoce que construye sobre un fundamento ya puesto. Para Pablo este fundamento que revela el carácter oculto de toda ley, incluyendo la ley santa y buena revelada por Dios, es la cruz de Jesucristo. La ley de Dios maldijo y condenó a Jesús, no obstante Dios en el Espíritu lo absolvió al resucitarle de los muertos. Y para Pablo el prototipo bíblico de Jesús no fue Moisés, quien dio la ley, sino Abraham, quien recibió la justificación sin ley por la fe (Rom 4). La justicia social no es, pues, fruto de una ley buena sino del Espíritu (Gál. 5) obrando por la fe, la fe de Abraham (Rom. 4), la fe de Jesús (Rom. 3, 26 y la fe de los santos.

Pablo señala como ejemplo de la fe de Abraham su aceptación de la promesa de hijos por el vientre de Sara, su mujer anciana (Rom. 4, 18-22). Pero hay otra historia que sirve mejor para el contraste con los mitos sacrificiales. Abraham ante la exigencia/ley de Dios de sacrificar a su hijo primogénito Isaac (Gen. 22), Abraham, quien como padre tiene la autoridad para matar a su hijo, no lo hace. Bajan Abraham e Isaac del Monte Moriah como hermanos, amigos, y no como autoridad-padre y súbdito-hijo. Isaac no tiene que matar al padre, como Edipo, porque el padre no le ha matado a él. Isaac no tiene que dedicarse a vengarse de los hebreos, como Ifigenia de los griegos en Táuride, porque Abraham no le ha sacrificado.

En el relato de Gen. 22, Dios aparece en dos papeles contradictorios. Por un lado, exige como garante de la autoridad que Abraham mate a su hijo; este es el papel tradicional de los dioses en cualquier sociedad estructurada. Sin embargo, por el otro lado, avala la fe de Abraham que rehusa matar a su hijo.

Al dejar de matar a su hijo, Abraham no puede servir como modelo para la autoridad. No se afirma la autoridad dejando de matar, sino matando sin que le tiemble el pulso en la confianza de que es lo mejor para todos. Sin que Ifigenia muera, Grecia no puede juntarse en un ejército poderoso para derrotar a Troya. Sin que Edipo muera, Tebas no puede sacudir la plaga que la arrasa. Abraham, al dejar de matar a su primogénito, no puede servir como fundador mítico de la sociedad.

Esta fe de que se puede vivir con el hijo sin pegarle, reprimirle o matarle, fue un problema cuando se impuso en Israel la ley, simbolizada en la persona de Moisés. De manera que la historia del sacrificio de Isaac se tuvo que reformular como la historia de una "prueba" que Dios le hace a Abraham[2]. Dios manda  matar a su hijo y Abraham, aunque no lo mata, muestra su plena disposición de hacerlo y con ello "pasa" la prueba y es premiado con la promesa de una amplia descendencia y una rica bendición (vv. 15‑18)" ¡Sin embargo, Abraham no mata al niño!. ¡No puede servir como ejemplo adecuado para la autoridad que reprime sin que le tiemble la mano!

El problema: de la Biblia para la autoridad es mucho más serio, y no se resuelve con "derechizar" la historia de cómo Abraham no mató a su hijo, como en efecto la derechizaron los redactores... En el corazón del Antiguo Testamento está la historia de como Dios condujo una rebelión de esclavos contra sus amos Y en el corazón del Nuevo Testamento esta la historia de cómo Dios estaba presente en la persona del chivo expiatorio con el cual las autoridades del Templo y del Imperio quisieron conjurar la rebelión de las clases populares de Palestina ¡Estos son huesos más difíciles de tragar!

Yavé, el Dios de Israel, se reveló como un Dios que toma partido por los esclavos en una sociedad como la egipcia (y la cananea), donde los campesinos  eran esclavos que trabajaban tierras  que les "cedía" el rey. Yavé al optar por los pobres se declara enemigo a muerte de Baal, el dios de los reyes de Canaán y de Faraón, el Dios humano de  Egipto.  Es un Dios subversivo que incita a los pobres a sublevarse contra sus señores. ¡El éxodo es un mito fundante anti-legal! ¡Un mito fundante anti-institucional!

¡Esto no se pudo tolerar! En la corte de Salomón, y probablemente ya en la corte de David, se trabajaron las historias del éxodo para hacerlas potables para los reyes en Jerusalén. Y en la épica yavista se plasmó el resultado: Yavé sacó de Egipto a la nación Israel que estaba de forma ilegal sometida a opresión allí. (Es decir, el éxodo no dice ahora que Faraón no tuviera derecho a someter a servidumbre a los campesinos egipcios, sino solamente que se excedió cuando sometió también a los extranjeros residentes, que eran los descendientes de Jacob). Ahora puede convertirse en una base para la celebración de las fiestas patrias de Israel, su independencia de Egipto. Ahora ya no echa sombra sobre los escuadrones de trabajo de  Adoniram, el ministro de obras de Salomón quien los reclutaba entre las tribus de Israel. Pero no se pudo borrar  de la memoria popular el sentido subversivo del éxodo, ni impedir que profetas como Oseas y Miqueas lo proclamaran en las plazas frente a los templos.

Pasa algo similar con el relato de Jesús que se preserva en los evangelios Es una historia totalmente inservible para la autoridad. ¿Cómo se puede usar una oración que dice: “perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores?”  Un cristiano no puede entonces ser banquero. Ni político. Ni comerciante. Por lo menos si se toma literalmente lo que este Salvador enseña acerca de un Dios que perdona de forma gratuita. Un Dios que es como un señor que no reprime al mayordomo que cambió las facturas para poder sobrevivir cuando él, el amo, había aceptado las calumnias que le hicieron sus enemigos (houtos dieblethe auto: "este fue calumniado ante él" Lc 16.1, mal traducido "fue acusado" por Reina Valera) (Lc. 16, 1-13). Y un Salvador que olímpicamente suspende la ley del sábado para que sus discípulos satisfagan su hambre (Mc. 2, 23-28), o para sanar a uno con la mano seca  (Mc 3, 1-6). Y, ¿cómo aceptar como Salvador a un reo condenado a la pena máxima por subvertir el orden con sus: enseñanzas y sus demostraciones públicas en la capital?

Ya en el evangelio de Marcos comienza a asomar de manera tímida el trabajo de quienes quieren domesticar la historia de Jesús.  En Mc. 8 31 Jesús dice que "es necesario (dei) que el Hijo del Hombre sufra mucho y sea rechazado por los ancianos... y sea muerto''. El dei parece señalar hacia una voluntad divina, como si la muerte del Cristo fuera determinada por Dios y no apenas por las autoridades, y que fuera, por lo tanto, legitima no sólo legal sino moralmente. Esta línea de interpretación no se desarrolló en los escritos del Nuevo Testamento.

Mientras los seguidores de Jesús continuaron siendo un grupo marginal perseguido por las autoridades, el Salvador crucificado por ellas era un relato fundante coherente con la experiencia cristiana. Cuando en tiempos del Emperador Constantino (siglo IV) la Iglesia se convirtió en la religión oficial del imperio, esto se hizo insoportable. Ahora se desarrolla y elabora la idea de que el Hijo se sacrificó de forma voluntaria para salvar a la humanidad, una especie de Isaac que acepta gustoso que su padre le mate. La cruz deja de ser un crimen cometido por las autoridades en uso de su poder, la ejemplificación máxima de la violencia de la ley, para convertirse en un sacrificio deseado por Dios para preservar su autoridad cuestionada por la rebelión de los humanos[3].

2. El evangelio excluye una civilización cristiana

Con el advenimiento del cristianismo imperial el evangelio deja de ser un relato que desenmascara la violencia oculta en la ley, para convertirse en un texto potable para autoridades que se dicen cristianas. Se convierte en la base de la "civilización occidental y cristiana". ¡Alquimia maldita! El auténtico sentido anti-autoritario del evangelio se preserva ahora solamente en grupos cristianos disidentes como los franciscanos en la Edad Media y los anabautistas en el período de la Reforma.

De los escritores de Nuevo Testamento, Pablo es quien sistematiza la carga anti institucional del evangelio cristiano. Para él, los cristianos tienen a  Abraham como padre; haciendo paréntesis del largo período de la historia de la salvación que está dominado por la ley de Moisés (Rom. 4). La ley es santa y, buena, asegura Pablo más adelante en su Carta a los Romanos (Rom. 7). Es decir, Pablo no condena la ley. No es anarquista. No cree que la espontaneidad vital es buena en sí, y que los humanos vivirían bien únicamente si no estuvieran impedidos por los controles de las autoridades. Esta sería una interpretación anarquista del evangelio. 

Pero la ley es incapaz de conducirnos a la justicia, aun cuando es ley buena. El pecado se sirve de la ley para alcanzar su perfecta pecaminosidad. El problema no es sólo que no seamos capaces de cumplir a cabalidad la ley santa de Dios. Esto es cierto. No obstante el problema más grave de la ley, (=las autoridades, las instituciones) es que permite matar sin conciencia de culpa. Agamenón mata a su hija Ifigenia creyendo adorar a la diosa Artemisa Las autoridades de Jerusalén matan a Esteban creyendo servir al Dios de Moisés y defender la ley de Moisés (Hech. 7).

Si Pablo está en lo cierto, pareciera que los cristianos quedamos en un vacío, sin "doctrina social". No podemos avalar la autoridad con su uso legítimo de la violencia policial, ni podemos asumir la anarquía con su celebración de la pura espontaneidad. La respuesta paulina se da en la experiencia del Espíritu, y donde Pablo más la elabora es en su Carta a los Gálatas.

Los gálatas que siendo gentiles, se circunciden y busquen salvarse mediante la ley están "cayendo de la gracia" (Gál 5, 2-4). Y no es que propugne por la libertad de los instintos; La libre espontaneidad para Pablo lleva al desenfreno que él designa "carne", cuyos frutos son

fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría; hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas (Gal 5, 2-21).

La salvación social no está pues en suprimir la autoridad. La ley es necesaria para controlar el desenfreno de la "carne", pero es incapaz de lograr su objetivo de dar vida. Ella se cumpliría plenamente en la palabra: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", que sin embargo impide que la autoridad mate sin escrúpulos al malhechor.

¿Qué solución ofrece el evangelio de la cruz? Para Pablo, la solución está en la libertad del Espíritu:

Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud (Gál. 5, 1).

Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne Pero si sois guiados por el Espíritu, no estéis bajo la ley (Gál 5,16. 18).

El Espíritu da libertad sin caer en el desenfreno de la espontaneidad. El Espíritu permite vivir en paz y amor en la comunidad, lo que no puede hacer la ley. La ley sigue siendo necesaria, no obstante no son buenas las leyes, sino el Espíritu que supera la ley y permite que haya una sociedad cristiana.

Si ésta es la interpretación correcta del evangelio de Jesús, ¿cómo hemos de entender el Reino de Dios por cuyo anuncio Jesús fue ejecutado por las autoridades que hacían cumplir la ley? Según la lectura paulina de la cruz de Cristo, jamás podrá haber autoridades cristianas. Ser seguidor de Jesús es vivir por el Espíritu, y el que vive por el Espíritu no puede ser siempre sumiso a la ley, y mucho menos puede ser un magistrado encargado de hacer cumplir la ley. Para el que vive por el Espíritu, el amor a la vida del prójimo cancela cualquier ley. Por eso perdona las deudas que no se pueden pagar en vez de cobrarlas. ¡No puede ser banquero! Pero entonces parece absurdo hablar de un Reino de Dios, que como todo reino  supone una sociedad regido por leyes.

3. ¿Que podemos aportar los cristianos a la sociedad, a la luz de esta crítica de la ley

El problema es muy serio: el ordenamiento social necesita de leyes' y las autoridades necesitan poder recurrir al uso  legítimo de la violencia contra sus transgresores. El evangelio se apoya, por el contrario en et rechazo de la ejecución legal de Jesús, y, además, propone a Cristo crucificado como meta de la historia, "aspira a reunir en Cristo todas las cosas" (Ef. 1, 10). La reunión de todas las cosas se propone en solidaridad con la víctima, pues Dios estaba haciendo la paz en Cristo; quien derribó la pared que dividía a las naciones, uniendo en su sangre a los que estaban lejos y a los que estaban cerca (Ef. 2, 13‑15). El evangelio de la cruz es que la salvación se da desde abajo, desde la unión de los crucificados, judíos y gentiles, hombres y mujeres, esclavos y libres (Gál. 3. 28). ¡Pero esto no puede ser un reino, ni siquiera de Dios! Todo reino descansa sobre leyes que se imponen, con violencia cuando ésta sea necesaria, por las autoridades desde arriba. ¡Que Dios sea esa autoridad no altera la lógica de la ley, que es contraria a la vida y a la libertad!

Propongo, entonces, que el Reino de Dios debe entenderse, no como una sociedad real del futuro, sino como una utopía, una idea  de la perfección social que no tiene posibilidad de realizarse. No sé si Jesús lo entendió así, sin embargo no veo otra manera de concebirlo. Si el Reino de Dios se hiciera realidad, se impondría la lógica maldita de la ley que sirve de medio para que el pecado haga su obra de muerte. El propósito de la utopía no es dar un plan de salvación social, sino servir de regla con que se miden los atentados del orden vigente contra la vida, de acicate para la formulación de sociedades más humanas (¡pero nunca perfectas!).

Volvamos ahora a la realidad concreta de América Latina en 1994. Las autoridades buscan imponer las leyes del mercado. La violencia que ejercen estas leyes no reside tanto en la represión policial que exigen contra los obreros que se toman las fábricas, sino en las muertes silenciosas por desempleo; el desempleo que exigen esas leyes para que la producción se torne eficiente"

El Mercado Total se va imponiendo por  la presión  de la Deuda Externa. El buen  crédito exige que sigue pagando la deuda, y para pagarla tiene que haber un tío rico que ayude con nuevos préstamos. No obstante, para que vengan los donativos y los préstamos los gobiernos necesitan “sanear” su administración.  Lo cual significa reducir los gastos sociales de servicios de salud y educación que le son improductivos al mercado, aunque vitales para la población. De modo que la ley de la Deuda Externa mata sin conciencia de culpa mediante la destrucción del aparato de apoyo social para la salud. Son, dicen, los sacrificios necesarios para que funcione eficientemente el mercado. Abraham mata a Isaac, para que puedan un día vivir en una sociedad ordenada los descendientes de Abraham, es decir, en una sociedad donde la autoridad tenga la potestad de reprimir cuando lo crea necesario o conveniente.

Pero, ¿existen alternativas a la sociedad dominada por las leyes del mercado? Los economistas neoliberales dicen que no. Y hemos reconocido que el Reino de Dios no es una alternativa histórica; es más bien la utopía que guía la confección de proyectos históricos y que inspira a realizarlos en pro de la vida de las mayorías pobres.

Sin embargo, el evangelio exige que haya alternativas viables que defiendan la vida. El proyecto alternativo de las mayorías se llama, desde que existe el capitalismo, socialismo. Este nombre honroso se ve hoy empañado por la experiencia lamentable del socialismo autoritario que se implantó en la antigua URSS. El Estado, controlado por un partido, el Partido Comunista, exigió obediencia a las mayorías en cuyo nombre pretendía interpretar las "leyes de la historia".  En vez de la democracia económica y política que soñaron los socialistas del siglo XIX, el esfuerzo del partido que dijo ser el único partido socialista en el poder en el siglo XX manifestó ser aún menos democrático que las "democracias burguesas".

El socialismo no científico, el socialismo democrático, de Marx en su lado no determinista, y de los otros próceres de la lucha obrera buscar hoy echar de sí la imagen negativa del Partido Comunista de la URSS. Hoy más que nunca necesitamos un socialismo que busque estructuras plenamente democráticas, no sólo en la selección de los administradores de la economía, que también lo hacen las democracias burguesas sino en la práctica de  la dirección de la economía. Aprendamos de los fracasos autoritarios del siglo XX a construir un socialismo democrático para el siglo XXI.

Pero la implementación del socialismo no podrá escapar a la maldición de la ley. Requerirá, como cualquier sociedad, de leyes. Y el pecado se servirá de estas leyes para matar. Si se sirvió de la ley del Dios del éxodo, igualmente se servirá de las leyes socialistas. Los cristianos solidarios con los movimientos populares tenemos que ser socialistas sin ilusiones.

El movimiento popular tiene que luchar por  una sociedad transparente. Tiene que luchar por estructuras sociales y económicas que pongan la vida de las mayorías por encima del funcionamiento "eficiente" de los negocios. Los cristianos participaremos sabiendo que no estamos literalmente construyendo, como a veces decimos, el  Reino de Dios. Sabemos que en la sociedad sin clases donde la vida de las mayorías sea la máxima prioridad, también la autoridad ejercerá violencia.

El mismo Carlos Marx, en ciertos momentos, reconoció un elemento de imposición en el socialismo:

La riqueza real de la sociedad y la posibilidad de ampliar constantemente su proceso de reproducción no depende, pues, de la duración del trabajo sobrante, sino de su productividad y de las condiciones más o menos abundantes de producción en que se  realice. En efecto, el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos. Queda, pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá dé la órbita de la verdadera producción material. Así corno el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y bajo todos los posibles sistemas de producción (incluyendo entonces el socialismo)[4].

Para Marx (y para nosotros), nunca, bajo ningún sistema social, dejará de haber coacción. En el mundo del trabajo se impone por necesidad la coacción, y lo que Marx llama el Reino de la Libertad, se limita al tiempo disponible fuera de la producción. ¡Aun en la sociedad socialista por la que luchan los proletarios!

Tampoco el socialismo moderno puede rebasar los limites que para Pablo reveló la cruz de Cristo. La ley, por más buena y santa que fuere, la ley de una sociedad revolucionaria y popular, la ley de la sociedad democrática y socialista, la ley del Reino de Dios, toda ley, mata. La violencia es connatural a la ley y a la organización social.

Y ya que la cruz de Cristo desenmascara el potencial anti vida de toda ley, pues fue por la ley que fue muerto nuestro Salvador, no podemos en buena fe cristiana pensar en crear una "civilización cristiana" ni una sociedad que sea el Reino de Dios.

Esto quiere decir que no puede haber un Estado cristiano. Hay unos gobiernos mejores y otros peores. Hay sistemas sociales mortíferos, y ninguno más que el Mercado Total. Los cristianos, que somos hijos de Abraham, debemos rechazarlos. Y hay sistemas más humanos. Los cristianos hemos de solidarizarnos con quienes buscan establecerlos.

Conclusión

Abraham es el padre de la fe, el modelo de la autoridad que cree poder ser hermano de sus súbditos. Jesús encamó el compromiso con la fe de Abraham en una sociedad que, como las nuestras, creía rendir culto a Dios cuando mataba a los rebeldes Nuestra vocación como cristianos en una sociedad dominada por la ley mortífera del Mercado Total, es solidarizamos con el movimiento popular que buscar crear estructuras que defiendan la vida de las mayorías.

 

Jorge Pixley

Seminario Teológico Bautista Apartado 2555

Managua, Nicaragua

 


 

[1]   René Girard, La violencia y lo sagrado. Barcelona, Anagrama, 1983 (original francés de 1972). Existe un libro del DEI, editado por Hugo Assmann, que trata de un encuentro de teólogos de la liberación con Girardi, en Brasil en 1990: Sobre  ídolos y sacrificios. René Girard con teólogos de la liberación. San José, DEI, 1991.

[2]   Ver Claus Westermann, Genesis. Neukirchener Verlag, 1981. vol. II págs. 434-436. Westermann señala que cuando Dios es el sujeto del verbo probar (nissah), el objeto, con la excepción de este texto, es siempre Israel (Ex. 15, 15; 16, 4; D'. 8, 2.16; 13, 4; 33, 8; Juec. 2, 22; 3,1.4; Sal. 26, 2; 2Cron. 32, 31). Concluye que los redactores de Gen. 22 toman a Abraham como modelo de Israel, que debe disponerse incluso a matar en obediencia a Dios [lo cual equivale a vivir por la ley, añadimos nosotros]. O sea, que la redacción que interpreta el conflicto entre los dos roles de Dios como resultado de una prueba, busca reducir el potencial anti-institucional del relato.

[3]   Es la famosa teoría elaborada por Anselmo en el siglo XI en su Cur deus homo, si bien existen tentativas similares con anterioridad. Véase Jorge Pixley, "¿Se encarnó el Hijo de Dios para morir? Diálogo crítico con San Anselmo", en Xilotl (CEETS, Managua). (1988), 65‑74.

[4]   Carlos Marx, El capital, libro III, capítulo 48: "La fórmula trinitaria" (en la traducción de Wenceslao Roces, edición del Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1946, tomo III, pág. 759).