Fundamentación bíblico teológica

de los Derechos Humanos

Eduardo Frades, cmf,

(RELAT)

1. Antiguo Testamento

 

1.1.- El Dios de la liberación de los oprimidos.

 

La experiencia fundante y fundamental de la fe bíblica veterotestamentaria es la del Dios Libertador del Exodo. El relato presenta a un Dios que ve la opresión del pueblo, escucha su clamor ante los opresores y conoce sus sufrimientos. Y decide bajar a liberarlo; pero no lo hará sino humana e históricamente, por medio de Moisés y los que crean en este Dios y su plan liberador. Y aquí comienzan a multiplicarse las objecciones del enviado: ¿quién soy yo para tanto? ¿Quién es la garantía última y válida? ¿Quién me va a creer? ¿Cómo voy a convencerlos, si no tengo don de palabra? Si no me creen ni los míos, ¿cómo me van a creer los poderosos? y, finalmente: "Por favor, ¡envía a otro!" (Ex 3,1-4,17). Pero el milagro de la Gracia se produce y Moisés se fió de Dios, el pueblo se fió de Moisés, y la Liberación tuvo lugar en la historia: nació el Pueblo de Dios ligado al Dios del Pueblo. El Dios que aquí se automanifiesta es un Dios que escucha los gritos de los oprimidos y un Dios que lucha contra la opresión. El hombre que conoce y cree en este Dios recibe como don y tarea la misión de colaborar para que esa liberación acontezca.

 

1.2.- El Dios de la solidaridad igualitaria entre los hombres.

 

Un Pueblo liberado de la esclavitud, un pueblo que se fía de un Dios que quiere y busca hacer efectiva en la historia la liberación de los oprimidos, es un Pueblo dispuesto a escuchar una Ley de libertad y justicia, de igualdad y solidaridad. Recordándole primero su gesta libertadora, Dios le va a exigir al Pueblo que no se haga otra idea, otra imagen, de Dios que la del hombre mismo, hecho a "imagen y semejanza" de Dios. Por eso va a ligar los actos cultuales con las reglas de convivencia interhumana fundamentales: el sábado de la alabanza al Dios que lo ha hecho a su imagen es el sábado del descanso para todos: el hijo y la esclava, el ganado y el forastero. "Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te sacó de allí" (Dt 5,15; Ex 22,20 y 23,9). Dios quiere un pueblo justo y solidario; y si aparece el rostro del pobre u oprimido entre ellos, Él escucha su clamor y defiende su causa una y otra vez (Ex 22,20-26; 23,1-9) por medio de los jueces del pueblo. Elemento irrenunciable de la vida del pueblo es no torcer el Derecho ni juzgar por soborno. "Justicia, sólo justicia has de buscar, para que vivas y poseas la tierra que Yahveh tu Dios te da" (Dt 16,20 y 4,1; 5,33; 30,15-20).

 

Este ideal igualitario se mantuvo tal vez dos siglos en vigencia. Todavía Samuel es presentado como el último juez justo de Israel, incapaz de hacer injusticia alguna (1 Sa 12,1-5). Pero bien pronto se fue sofocando ese ideal de una sociedad igualitaria y justa y apareció la estratificación y la opresión de los débiles por los poderosos. La Ley intenta salir al paso de mil modos (con el Año Sabático del Dt 15,1-18 o con el Año Jubilar del Lv 25,8-17 y otras) y los Profetas serán la Voz del Dios que sale en defensa de las víctimas y clama por la justicia. Lo mismo Natán ante el doble delito de David (2 Sa 12,1-15) que Elías ante el de Ajab y Jezabel contra Nabot (1 Re 21,1-24). No se trata de derechos liberales de lujo, sino del elemental derecho a la vida y a la propiedad familiar, al respeto a la esposa y a la honra del marido; pero aún estamos en ambiente cortesano. Más adelante casi todos los Profetas se distanciarán del rey y de las élites para defender los Derechos de los débiles y pobres ("el pobre, el huérfano y la viuda", nuestras mayorías pobres, las minorías étnicas despreciadas, los niños de la calle, la mujer doblemente oprimida) ante el atropello de parte del rey y los ricos y poderosos opresores. Los testimonios de esto son tan numerosos en los libros proféticos que se impone aquí una breve selección.

 

1.3.- El Dios a favor de los pobres del pueblo.

 

Amós, el pastor de Técoa en los aledaños del desierto de Judá, descubre la podredumbre que se oculta bajo la capa de prosperidad en el reinado de Jeroboam II, a mediados del siglo VIII a.C. Amenaza el castigo de Dios sobre los crímenes inhumanos de los pueblos no israelitas ni cometidos contra Israel; pues los valores que promueve el Dios de los Profetas son Derechos humanos válidos para todos. Pero ciertamente es más grave el pecado en el Pueblo de Dios, que conoce más claramente su sed de justicia y su opción por los oprimidos (1,3-2,8). Lo que este campesino ve en el transfondo verdadero de los palacios de los ricos y en sus fiestas orgiásticas y hasta en sus cultos solemnes es "violencia y robo", quinto y séptimo preceptos quebrantados, y hasta Poder y Riquezas idolatrados en realidad : "Me dan asco sus fiestas" y "No me busquen en Betel y no vayan a Guilgal...por más que eso sea lo que les gusta, Israelitas!". De lo que se trata es de restablecer la justicia en las relaciones sociales, especialmente en acabar con todo el atropello y la explotación de los pobres (3,10-4,1; 5,7-15.21-25; 8,1-6).

 

1.4.- El Dios defensor de los campesinos explotados.

 

No es menos severo el juicio de Dios sobre Jerusalén, en boca del profeta Miqueas, el campesino de Moréset, uno de tantos pueblitos explotado por la creciente burocracia, militarización y lujo de la capital en tiempos de Jotam, Ajaz y Ezequías: "Ay de aquellos que... codician campos y los roban, casas y las usurpan, hacen violencia al hombre y a su familia". "Escuchen, jefes de Jacob y líderes de la casa de Israel:...Ustedes, que han comido la carne de mi pueblo y han desollado su piel y quebrado sus huesos...Ustedes, que abominan la Justicia y tuercen el Derecho, que edifican a Sión con sangre y a Jerusalén con crímenes. Su jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes enseñan por sueldo, sus profetas vaticinan por dinero" (2,1-2.8-10; 3,1-12). Lo mismo deben escuchar los ricos de Samaría o cualquier otra clase de Ciudad explotadora:"¿Tendré Yo por justa la balanza con trampas y los pesos y medidas fraudulentos? ¡Sus ricos están llenos de violencia y sus gobernantes hablan falsedad!". Aunque la catástrofe afecte a todos, los responsables son claramente las élites explotadoras. Sus amenazas no se cumplieron, pero el pueblo guardó memoria de ellas por generaciones (Jr 26,16-19)

 

1.5.- El Dios de las víctimas de los poderosos.

 

A pesar del castigo ejemplar de Samaría y de las amenazas de Miqueas contra Jerusalén, más de un siglo después las cosas están tan mal como antes. Sólo del rey Josías llega a afirmar Jeremías que "practicó la Justicia y el Derecho... Juzgó la causa del pobre y del indigente... Y eso sí es conocerme! -oráculo de Yahveh-". En contraste, su hijo Yoyaquín es apostrofado así: "¡Ay del que edifica su palacio sin Justicia y sus galerías sin Derecho! De su prójimo se sirve de balde y no le paga su trabajo... Tus ojos y tu corazón no están más que para el lucro, para derramar sangre inocente, para el abuso y la opresión !". Todo ello en lugar de practicar el Derecho y la Justicia y "salvar al oprimido de la mano del opresor y no atropellar al forastero, al huérfano y a la viuda; ni hacer violencia ni derramar sangre inocente" como era el oficio regio según la Ley de Dios (22,1-3.13-19). Pues sólo "si realmente hacen Justicia y no oprimen al forastero, al huérfano y a la viuda y no vierten sangre inocente... entonces Yo me quedaré con ustedes en este lugar". Dios no está presente en ningún culto que no provenga de relaciones fraternas y promueva el Derecho y la Justicia. Tal es el mensaje reiterado de los Profetas (5,1-5.26-31; 7,1-15).

 

1.6.- El Dios de los solidarios con los pobres.

 

La escuela profética que nos legó el libro de Isaías bien puede servir de broche de oro a esta breve síntesis. Del Isaías histórico del siglo VIII y de sus discípulos posteriores recibimos sustancialmente el mismo mensaje en este punto: El Dios Santo de Israel, su Rey y su Go'el, están por la Justicia y el Derecho, especialmente la causa del huérfano y la viuda, el derecho del pobre y del oprimido. Esa es la responsabilidad primordial de los líderes según Dios (1,15-28; 5,7-24; 32,1-7.15-20) pues sólo puede haber Paz si es fruto de la Justicia. La función del jefe ideal es establecer esa Justicia y defender el Derecho de los débiles y la causa de los pobres de la tierra (9,1-6; 11,1-5). Más adelante se dirá que ésa es la tarea de todo Siervo de Dios: "implantar en la tierra el Derecho" y hacer lealmente Justicia, la única que permanecerá por siempre (42,1-9; 51,4-8; 53,1-12; 54,11-17) El ayuno agradable a Dios es "partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en tu casa... sacar de las cárceles injustas, dar libertad a los oprimidos y arrancar todo cepo"(58,1-10; 59,9-20). Todo el que tiene el Espíritu del Señor anunciará una Buena Noticia a los pobres y pregonará a los cautivos la Liberación; pues el Señor que ama el Derecho y hace germinar la Justicia elige a sus Siervos para esa tarea (61,1-3.8-11; 62,1-2).

 

1.7.- El Dios defensor de toda vida amenazada.

 

Desde la experiencia histórica del Exodo, mantenida siempre viva por la Ley y más por la Palabra situada y concreta de los Profetas, el Pueblo de Dios supo también reflexionar más allá de ello y acercarse al misterio insondable de un Dios Creador y Providente por encima de la oscuridad y el pecado de la historia humana. Lo ve como un Dios cuyo Espíritu es capaz de poner en pie los huesos quebrantados y cuya Palabra da vida a la hierba seca del hombre y de los pueblos. Aquí confluyen sabios y profetas, orantes y poetas del Pueblo de Dios (Is 40,6-8; 55,6-11; Ez 33,10-11; 37,1-14; Sal 51,10-19; 19,8-15; 119). Este Creador que hace a la pareja humana "a su imagen y semejanza" y les pone ley de vida y amor desde el origen, es el que escucha el grito de la sangre derramada del hermano, y obliga al asesino a situarse ante Él y ante el hermano para seguir viviendo (Gn 1,26-28; 2,18-25; 4,1-16; 6,5-13; 9,5-6). Abomina la violencia y odia la iniquidad, pero tiene paciencia y misericordia eternas; porque, en definitiva es un Dios "amigo de la vida... que ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha creado" (Ex 34,6-7; Sal 103,8ss; 145,7-9; Jon 4,2; Sab 1,6-14; 11,23-12,2).

 

1.8.- El Dios que no quiere la muerte antes de tiempo.

 

Si algo saca de quicio a este Dios Vivo es la muerte prematura de las víctimas, los gritos de dolor del oprimido, el llanto inconsolable del huérfano y la viuda. Ya nos lo decían la Ley y los Profetas (Gn 4,10; 6,13; Ex 2,23; 3,7-9; 22,20-26; Is 5,7; 10,1-4; Jr 5,26-29; 23,1-8; Hab 2,6-14 y tantos otros textos); pero más claro y firme nos lo dicen los Sabios y Orantes: Dios "no olvida el grito de los desdichados... No queda olvidado el pobre eternamente / no se pierde para siempre la esperanza de los desdichados. El deseo de los humillados escuchas Tú, Yahveh / su corazón confortas, alargas tus oídos / para hacer Justicia al huérfano, al vejado!" (Sal 9,13.19; 10,17-18) Si la autoridad, llamada a realizar en la historia esa justicia (Sal 72 y 101), no la cumple, el hombre justo saldrá siempre por ella (Sal 119,121ss; Prv 14,31; 21,3; 24,11). Queda bien claro que el Dios revelado a lo largo y ancho del Antiguo Testamento es un Dios solidario con el dolor del pobre y oprimido, y un Dios que llama a solidarizarse con su deseo de liberación. Lo que no va a entender fácilmente el justo sabio, ni el orante sediento de justicia, es el porqué del sufrimiento injusto; y que la solidaridad con el pobre y la sed de justicia le acarreen inevitables conflictos y dolores o hasta la misma muerte . Si Is 52,13-53,12 levantan la punta de ese misterio, el libro entero de Job nos grita su impaciencia (leer al menos Job 31,1-40) y el Sal 22 nos muestra la hondura del conflicto y de la queja orante:"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

 

1.9.- El Dios de la "memoria subversiva" de las víctimas.

 

Tal vez uno de los textos más impresionantes, especialmente para los que nos acercamos demasiado obviamente a Dios en la oración y el culto, sea el de Eclo 34,18-26 y 35,11-24 cuya primera parte motivó la "conversión" de Fray Bartolomé de Las Casas y cuya segunda sección resume muy bien en aquella hermosa frase sobre el Dios "que del más chequito e del más olvidado tiene Él la memoria muy reciente e muy viva."(Carta al Consejo de Indias, desde Haití, el 20 de enero de 1531. BAE,110, p.44,b). La lucha por la Justicia y los Derechos de los oprimidos tiene hondas raíces bíblicas y tuvo buenos inicios en lo mejor de nuestra iglesia fundante, obra abrumadoramente de religiosos y laicos misioneros. Esta tarea no es libre, si vamos a ser fieles al Dios de la revelación bíblica; pues "la cuestión no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca donde Él dijo que estaba" (J.Porfirio Miranda). Pero, naturalmente, nuestros padres en la fe, bebieron más aún de la revelación de Dios aparecida en Jesús de Nazaret, inserto entre los pobres desde Belén, y solidariamente clavado con todos los crucificados de la historia en la hora decisiva de su paso al Padre. Todo cristiano verdadero tendrá que repetir con Pablo que "no quiere saber sino a Jesucristo y éste Crucificado" (1 Co 2,2). ¡No hay otro!

 

2. Jesús

 

2.1 - El rostro de Dios revelado en Jesús.

 

"La mejor manera de eludir la Palabra de Dios es estudiar la Palabra de Dios", decía J.L. Sicre en su prólogo al libro sobre la justicia social en los Profetas, que tituló "Con los pobres de la tierra". La frase la repite Jon Sobrino, al inicio de su Cristología más reciente ("Jesucristo, Liberador",p 14). Ciertamente hay maneras peores; pero no deja de ser un peligro constante, el quedarnos en el estudio, el esperar nuevos estudios aclaratorios, el apoyarnos en los resultados divergentes de los estudios para, en definitiva, no ponernos nunca a caminar en la dirección que la Palabra de Dios nos posibilita y pide. Si esto vale del AT, es indudablemente más claro en el caso de Jesus de Nazaret, el Cristo de nuestra fe. Como nos recordaba J.P. Miranda: "Ninguna autoridad puede hacer que todo esté permitido; la justicia y la explotación no son tan indiscernibles como eso, y Cristo murió para que se sepa que no todo está permitido" (en el prólogo a "EL ser y el Mesías", Salamanca, 1973). El hombre, y el bautizado y religioso por tanto, pueden intentar tergiversarlo todo, incluso inconscientemente; pero la Persona y el Mensaje de Jesús no se dejan manipular tan fácilmente. Si nos dejamos llevar por el Espíritu de Jesús, más bien se nos "guiará hasta la Verdad completa", más allá de lo que Jesús histórico nos podía comunicar (Jn 14,26 y 16,13-15).

 

2.2.- Jesús acoge a los marginados y come con ellos.

 

Dejando de lado los "Evangelios de la Infancia", no por su falta de historicidad, sino por su peculiar impronta teológica (pre-)lucana y mateana, el rasgo primero del Jesús histórico es su bautismo por Juan en el Jordán. Ahí aparece su solidaridad con la cadena de los hombres que buscan el cambio personal y social; y con el mensaje de ética y esperanza mesiánica del Bautista. No se distancia de los "pecadores" y carga con "el pecado del mundo". Se hace solidario con los marginados de aquella sociedad dominada ideológicamente por los Fariseos, y con su propia cercanía trata de borrar de su conciencia esa marginación, mostrándoles la cercanía de Dios en su acogida y misericordia. Este gesto inicial se va a repetir cada vez que Jesús "acoge a los pecadores y come con ellos" (Lc 15,2; 5,29-32; Mc 2,15-17; Mt 9,10-13. En adelante omitiré los pasajes paralelos). Cuando esos marginados son leprosos y paganos o mujeres "pecadoras", o simplemente mujeres y niños, tenemos ya algo enormemente revulsivo del "orden establecido" por el fariseismo. Y Jesús reiteradamente hace esta provocación de Dios en favor de los débiles y marginados de su sociedad. La dignidad, el valor de todo hombre, especialmente de aquellos en los que esa dignidad está social y religiosamente negada, son reivindicados con la constante práctica de cercanía y acogida por Jesús.

 

2.3.- Jesús va en ayuda del pobre y del que sufre.

 

Junto a la lucha contra marginación socio-religiosa, otro rasgo saliente del Jesús de la historia es su misericordia para con el sufrimiento del pueblo: su hambre y sus enfermedades, sus sufrimientos psíquicos y sus alienaciones. Puede haber subrayado algo este rasgo el afán curandero del mundo mediterraneo y en general la búsqueda de lo milagroso en el medio popular. Pero es algo muy central de Jesús el entender su actuación taumatúrgica, sobre todo ante la "posesión" por malos espíritus, como una victoria del Dios de la Vida contra los señores de este mundo, que mantienen al pueblo oprimido y alienado ( Mc 3,22-30) y como una señal de la cercanía del Reino de Dios en medio de la historia de limitaciones y sufrimientos ( Mt 11,1-15). El Reino de Dios que Jesús anuncia y cuyos signos históricos realiza aparece especialmente con fuerza en esta cercanía solidaria y liberadora del dolor y sufrimiento de los hombres. El hambre de las multitudes y las enfermedades de los pobres encuentran eco siempre en las entrañas de misericordia de Jesús; pues todo lo que disminuye la vida de los hombres va contra los planes del Dios de Vida que en él se nos acerca.

 

2.4.- Jesús alza su voz contra los opresores.

 

Estrechamente unido a los dos rasgos anteriores está otra práctica de Jesús que la visión cristiana "religiosa" y devota tiende a edulcorar, cuando no a omitir completamente. Jesús es también un profeta denunciador de todos los opresores del pueblo; y en definitiva, si murió crucificado, fué también y primordialmente por esta su función crítica, que socababa las bases del sistema social imperante. Marcos nos lo presenta ya desde el principio de su actividad pública enzarzado en mortal disputa con las autoridades judías que moldeaban la conciencia de marginación del pueblo e impedían su apertura a la liberación (Mc 2,1-3,6); y cierra su actuación histórica en el Templo de Jerusalén en desafío a las autoridades más altas de su nación, que, como nos dice más claramente Juan, deciden deshacerse de él para mantener el sistema vigente: "Ustedes no entienden nada; ni calculan que antes que perezca la nación entera conviene que uno muera por el pueblo" (Mc 11,1-12,44 y Jn 11,45-54).

 

2.5.- Jesús vive y muere para que el hombre tenga vida.

 

Que Jesús acabe siendo el Crucificado no es fruto de un error histórico o un accidente fortuito. Sus gestos y palabras, tal vez especialmente sus parábolas del Reino, fueron claramente denunciadoras del sistema injusto establecido. Las leyes,aun las más sagradas, las pone Jesús al servicio del bien de los hombres; y rechaza toda norma humana que tergiverse la Ley humanizante de Dios (Mc 2,28; 3,4; 7,1-23; 12,40). Los líderes del pueblo se han vuelto guías ciegos que le cierran los caminos de acceso al Dios bíblico, más presente que nunca en la práctica de Jesús (Mt 21,23-32; 21,33-46; 23,1-12; 23,13-32; Jn 9,1-41). Pero, sobre todo, justifica su actuación a favor de los pobres y enfermos, y su acogida de los "pecadores" y marginados, como manifestación de un Dios de misericordia, de Gracia desbordante, que se muestra así en las obras de Jesús porque es así en su intimidad de Padre suyo y de todos los hombres (Mt 5,43-48; 6,25-34; 7,7-23;9,10-13; Lc 10, 25-37; 15,1-32; 19,1-10; Jn 10,1-18; 1O,22-38; 14,1-21).

 

2.6.- Jesús pone toda su autoridad al servicio de la vida.

 

Junto a esa nueva imagen de Dios, Jesús muestra también otra figura del poder: no se trata de dominar a los demás -y encima hacerse llamar benefactor-, sino de poner las capacidades propias al servicio de los demás, especialmente de los más pequeños, que puede llevar incluso a dar la vida, como suprema muestra de amor (Mc 8,34-38; 10,35-45; 14,22-25; Mt 18,1-14; Lc 22,24-27; Jn 3,14-17; 10,10-18; 13,1-17, 15,9-17). Aquí hay una lectura postpascual de lo que significó de veras Jesús para los discípulos, y de lo que ellos mismos experimentaron como don y fuerza del Espíritu del Resucitado; pero está apoyada en la visión más honda que logran tras la pascua de lo que fue la vida entregada de Jesús como fuente de vida para los demás. Un poder que se use como dominio y explotación de unos hombres por otros, y pretenda defender incluso inquisiciones y conquistas en nombre de Dios, no tiene que ver con el Dios que se nos acercó en Jesús; su Reino no es de este mundo, no tiene la figura que el poder suele tomar en nuestra historia de verdugos y víctimas.

 

2.7.- Jesús desenmascara la raiz del "Antirreino".

 

Tal vez al fondo de todo esté la inseguridad y angustia de los hombres y su búsqueda ansiosa de seguridad a como dé lugar, que lleva a confiar en los bienes de este mundo, la Riqueza que Jesús denuncia como la alternativa mayor a Dios Padre, el Mammón idolatrado. Por eso proclamará desde el inicio que el Reino de Dios es de los pobres, que la Buena Noticia de su cercanía en gracia liberadora es primordialmente para los pobres y oprimidos (Lc 1,46-55; 4,18-19; 6,20-26; 14,15-24 y 25-33; 16,1-15 y 19-31). Y tal vez también la causa última de su muerte es su denuncia de la sed de riqueza de los dirigentes -y de todos los hombres-; especialmente su gesto profético contra la conversión de la Casa del Padre en cueva de ladrones (Mc 10,17-27; 11,15-33; 12,1-17 y 38-44; Lc 16,14 y 19-31; 23,1-2;Jn 2,13-22; 11,45-54;12,1-7; 19,12-16). Incluso a la comunidad de los seguidores les costó y cuesta siempre entender y más aún practicar y vivir ese desprendimiento de los bienes y esa puesta en común de los mismos; y muy especialmente su puesta al servicio de los pobres y pequeños. Se ha dejado para las cosas opcionales de unos grupos de cristianos "selectos"; y aún así con muchas restricciones y "prudencias".

 

2.8.- Jesús convoca a proseguir su Causa a los discípulos.

 

Y sin embargo, el Reino de Dios, que Jesús anunció y anticipó ya en sus signos, y el Dios del Reino, Padre de la vida y vida en abundancia para todos que él manifestó, posibilitan y piden necesariamente una correspondencia y colaboración de todos los seguidores de Jesús en su misma Causa. Para eso entrega él su Espíritu y lo derrama sobre sus discípulos y sobre la humanidad entera (Jn 1,33; 7,37-39; 14,16.26; 16,7-15; 19,30; 20,22; Hch 1,4-5; 2,1-39; Rm 5,1-11; 8,1-27). El proseguimiento de la Causa de Jesús lleva a denunciar y luchar contra el Antirreino que sigue actuando en todas las cruces de la historia; y a sentir como un criterio necesario y privilegiado de la fidelidad al Reino y al Padre la "persecución por causa de la Justicia" (Mt 5,6 y 10; 10,24-36; 23,29-37; Jn 13,16; 15,20; 1 Te 2,13-15; 1 Pe 3,14-17). En todo caso, la solidaridad con todo prójimo herido al borde del camino, y el compartir la casa y el pan, el tiempo y el sufrimiento con los hambrientos y desnudos, enfermos y encarcelados, y ayudar a bajar de la cruz a todos los crucificados de nuestra historia (Lc 10, 29-37; Mt 25,31-45; Mc 14,3-9; 15,42-47) forma parte de la nueva condición de "hijos del Padre celestial"(Mt 5,43-48; 27,39-44; 1 Jn 3,14-18; 4,7-21).

 

3. Nuevo Testamento

 

3.1 - Acoger el Reino, rechazando el "Antirreino".

 

"Acoger el Reinado de Dios es negarse a aceptar un mundo que promueve o tolera la muerte temprana e injusta del pobre, es rechazar la hipocresía de una sociedad que se pretende democrática y que viola los más elementales Derechos de los pobres"(G.Gutiérrez,"El Dios de la vida", p.203). "Buscar el Reino significa ser sacramento de Vida en medio de la muerte que se hace hoy presente entre nosotros a través de la persistente violencia estructural, la violencia terrorista de distintos signos y la violencia represiva indiscriminada" (Ibid., p.212). El signo mayor del Antirreino es, hoy como ayer, pero más agigantado, la miseria de las mayorías. Ese es el pecado mayor del mundo, la "injusticia institucionalizada"(Md 1,1.2;2,1.16;14,1;15,1; Pb 16.43.452.495.509.562), que despoja y pauperiza a las masas, asesina por hambre o con represión cruel cuando se siente atacada. Más aún: justifica hipócritamente o con auténtica ceguedad satánica su opresión y sus crímenes; y tacha de subversivo y anticristiano al que denuncia o se oponga de algún modo ("Me llamarán subversivo/ Y yo les diré: lo soy/ Por mi pueblo en lucha, vivo / Con mi pueblo en marcha, voy... / Incito a la subversión/ contra el poder y el dinero./ Quiero subvertir la ley / que pervierte al pueblo en grey / y al gobierno en carnicero". P. Casaldáliga).

 

3.2.- El ídolo de muerte se ve desde sus víctimas.

 

Pero esta mirada tan objetiva y casi obvia sobre el mundo, esta "honradez con la realidad", este ver que el mundo no es el Reino de Dios, no parece asequible sino al que está situado en el lugar adecuado. La verdad del pecado del mundo y la mentira de ignorarlo, manipularlo o encubrirlo; y hasta la "ceguedad" y obstinación de tergiversar la verdad y hacer pasar el mal por bien son esa tiniebla o autoengaño más grave del propio pecado humano, el "pecado contra el Espíritu"(Mc 3,29). Sólo el que tiene ojos para ver, podrá luego esforzarse por trasformar este mundo en la dirección del Reino y cargar con el sufrimiento que ello le pueda ocasionar. Por más claro que esté dicho en el Evangelio y más encarnado en la vida entera de Jesús que culmina en la Cruz, sólo se ve así con los ojos de la fe, con la gracia del amor, con la sed esperanzada de justicia. La importancia decisiva de la "inserción" en el mundo de los pobres, y de la opción radical por ellos, aparece aquí en toda su fuerza. Sólo desde ahí se escuchan los gritos de los oprimidos y se oye la Palabra de Dios que llama a liberarlos. Sólo desde ahí se entra en el Misterio del Amor que nos sale al paso en todos los necesitados, como rostros concretos del Señor (Pb 31-39, Santo Domingo 178.179 y Mensaje 17).

 

3.3.- Presencia de Dios en los pequeños y los solidarios.

 

No se trata aquí de puras doctrinas; ni tampoco de meras exigencias éticas. Más bien estamos ante el Misterio más hondo de la Revelación de un Dios que no sólo oye el clamor de los oprimidos y llama a sus siervos a liberarlos y establecer el Reinado de Dios y su justicia; sino que El mismo, en Jesús de Nazaret, se hace solidario con los pobres desde Belén, comparte los sufrimientos de su pueblo y lucha contra sus opresores, y acaba entregado al poder de la violencia injusta, que le quita la vida antes de tiempo y pretende enterrar su "memoria subversiva". Ante esta misteriosa identificación de Dios con todas las víctimas de la historia, ante esta locura de amor entregado a nosotros sin reservas, todos los "muertos antes de tiempo" (B. de Las Casas) encuentran un motivo de Esperanza y una fe en la Justicia trascendente, más allá de la muerte temporal. Es una esperanza que "no distancia de los hechos presentes ni de la solidaridad" (P. Trigo, Creación e historia..., p.296); porque ha logrado entender y vivir la vida no como un botín a aferrar, sino como un don para ofrecer (Fil 2,6ss; Mc 8,34s; 10,44s). El cristiano sabe ya que "Morir siempre es vencer / desde que un día / Alguien murió por todos, como todos / matado, como muchos..."(P. Casaldáliga).

 

3.4.- La gracia del amor de Dios que actúa por nuestras manos.

 

Por ser obra de Dios, don de su gracia, esto "ocurre, cuando ocurre" nos dice J. Sobrino; no es previsible ni deducible; no es programable ni producible. En este preciso sentido, que supera la verdad intelectual y la exigencia moral, estamos ante esa gracia mucho más como receptores que como agentes o constructores: hay que dejarse hacer "hijos de Dios" por su Amor gratuito. Y la alegría que experimentamos cuando algo de amor parece brotar de nuestras manos, no es otra que la de sabernos sumergidos ya, de algún modo, en ese Amor previo, primero y sin condiciones que Jesús nos reveló más plenamente ( Jn 3,16s; 12,44-50; 1 Jn 4,7-10.19; Rm 8,31s; 2 Co 5,19). Si en nuestras iglesias latinoamericanas, y también en nuestra vida religiosa, han ido brotando flores martiriales, esto es un don de Dios; y una señal auténtica de que estamos en el camino de Jesús, de que proseguimos su Causa y por ello nos toca "beber sus cáliz"(Mc 10,38; 14,36; Jn 3,14; 18,11), en la esperanza de beberlo nuevo en el Banquete del Reino(Mc 14,25; Lc 2,18). La cercanía solidaria con los pobres nos hará próximos a ese don de Dios; no en vano se trata de sus predilectos. ¡El hizo la opción primero!

 

3.5.- Llamados a dar vida, entregando nuestra vida.

 

Sin entrar en el misterio teologal del sufrimiento en su relación con Dios, lo cierto para nosotros cristianos, es su presencia abrumadora en nuestros hermanos pobres y marginados, mayorías de nuestras barriadas y campos. Y ello como signo mayor de que este mundo no es la Creación tal como Dios la quiere, no es el Reinado de Dios en nuestra historia. Además de indicarnos la tarea de luchar contra la pobreza y la injusticia que la mantiene y acrecienta, la revelación de Dios en Jesús nos señala su identificación misteriosa con las víctimas, su presencia oculta en los rostros de los pobres y pequeños, en todos los crucificados de la historia. Si la lucha por su causa nos comporta identificación con su misma pobreza y sus cruces, más que un fracaso histórico, estamos ante una señal privilegiada de fidelidad al Dios que nos mostró su rostro en Jesucristo, pobre solidario, profeta liberador y Crucificado resucitado. Es en virtud de esta Resurrección, de la presencia continuada de la luz y la fuerza del Espíritu de Jesús en nuestra historia, por la que el Amor que se manifestó en plenitud humana en Jesús se nos ha hecho accesible, nos libra del temor, nos hace capaces de dar vida y dar la vida como él.

 

3.6.- Defender hoy y aquí la vida de los pobres.

 

Porque eso es en definitiva la obra de su gracia en nosotros: hacernos afines a Dios, constituirnos sus hijos adoptivos, sus herederos y colaboradores en la construcción del Reino dentro de los avatares de este mundo siempre dominado por el poder del Antirreino, y siempre también definitivamente vencido ya por el Amor de Dios, "más fuerte que la muerte" y más sobreabundante que todos los pecados (Ct 8,6; Rm 5,15-19; 11,32; 1 J 4,10-18; 1 Pe 4,8). Si siempre la caridad ha tenido una dimensión social, humanizante del hombre y de su actividad, hoy día más claramente se exige esta dimensión política del amor, esta "macrocaridad", esta búsqueda de las causas sociopolíticas del hambre y la violencia que se abaten sobre las mayorías pobres de nuestro mundo, y esta lucha solidaria por erradicarlas. Esta es la tarea a la que los cristianos está llamada en esta hora a realizar, en pro de los Derechos humanos de los pobres, en búsqueda de la Paz, fruto de la Justicia, paso primero y previo del Amor. Lo que hayamos sembrado de amor en esta vida, será lo que Dios vivificará para siempre. "Al final del camino me dirán:/ ¿Has vivido? ¿Has amado?/ Y yo, sin decir nada/ abriré el corazón lleno de nombres" (P. Casaldáliga).

------------------------------------------------------------------------