HISTORIA DE LA IGLESIA EN BRASIL

Período colonial

Joao Rezende

 

 

PRESENTACIÓN

 

La novedad de esta Historia de la Iglesia, que Maria Valéria Rezende ha escrito, aparece, con un impacto de entrada, en el propio título del libro: «No se puede servir a dos señores».

Esas palabras serían normales tal vez en un sermón, en una meditación o en un comentario bíblico.

Aquí son el título y el espíritu de un libro de Historia. Un título evangélicamente dialéctico, que responde a la «señal de contradicción» que el propio Jesucristo es, y que debe ser -si es cristiana- la Iglesia de Jesucristo.

La providencial y perseguida Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en América Latina, CEHILA, nos presta con este libro un favor impagable. Por primera vez se escribe, entre nosotros, popularmente, la historia de todo ese período de esclavitud bautizada. Y se escribe con la verdad y la libertad que la Historia y el Evangelio requieren.

Sin agresividades innecesarias, con muchas referencias estimulantes. Pero desadulterando la memoria.

La simple lectura del índice equivale a una regeneración mental. La verdad libera, decía Jesús. La verdad histórica de este libro es un espléndido servicio a la caminar de liberación de nuestra Iglesia.

El lenguaje utilizado es muy comunicativo.

Se trata de una «versión popular», lo que no significa que sea menos científicamente precisa. Porque es «popular», es clara y realista, sin eufemismos, contando la verdad como el pueblo la sabe contar.

Este manual, vivo y directo como un relato, puede devolver al pueblo críticamente sus orígenes cristianos. Sacudirá a muchos, como la memoria desnuda de un pasado que debe ser corregido. Leer este libro con fe lleva a comprometerse renovadamente con el servicio del Reino.

Muchas gracias, Valéria. Muchas gracias, CEHILA.

El pueblo de Dios de nuestras comunidades sabrá agradecer, con la práctica evangélica de una Historia nueva, este esclarecimiento sorprendente de la vieja Historia.

Dom Pedro Casaldáliga,

obispo de São Félix do Araguaia, Mato Grosso, Brasil.

 

 

 

ÍNDICE

 

1. Cómo era Brasil antes de 1500.

2. Cómo vivían los indios.

3. Educación y religión de los indios.

4. Cómo llegó el Evangelio a Brasil.

5. Los portugueses querían ser misioneros.

6. El Papa encargó al Rey que evangelizara a los pueblos.

7. Los portugueses querían aumentar su imperio.

8. Cómo entró el Evangelio en nuestro país en los primeros tiempos.

9. La riqueza de la tierra atrajo a otros extranjeros.

10. Los portugueses querían aprovecharse ellos solos.

11. La caña de azúcar.

12. Los portugueses necesitaban mano de obra.

13. Lo que los portugueses pensaban de los indios.

14. Los portugueses trajeron misioneros.

15. Cómo entendían los colonizadores la evangelización.

16. Los descendimientos.

17. Lo que los misioneros hacían en las aldeas.

18. La vida y la evangelización de las aldeas.

19. Los colegios de los jesuitas.

20. La colonia sólo podía ser esclavista.

21. Los misioneros y la esclavitud.

22. La guerra «justa».

23. Los conflictos entre misioneros y colonos.

24. El caso de Paraíba.

25. Cómo reaccionaban los indios ante la esclavitud.

26. Cóo veían los indios la religión de los blancos.

27. El fracaso de las primeras aldeas.

28. La experiencia hace cambiar la forma de pensar.

29. El rey dominaba la Iglesia.

30. Las nuevas aldeas.

31. Las aldeas del interior nordestino.

32. Más persecuciones contra indios y misioneros.

33. Cambian los poderosos pero no cambia la opresión.

34. Las misiones de Paraguay.

35. La codicia de los paulistas contra la comunidad de los guaraníes.

36. La fraternidad realizada de las comunidades guaraníes.

37. No había necesitados entre ellos.

38. La libertad de las reducciones tenía enemigos.

39. El Evangelio vivido en las reducciones de Paraguay.

40. Una república libre pero perseguida.

41. El lucro acaba por destruir la obra del Evangelio.

42. Los cristianos llegan a Maranhão.

43. Nuevas aldeas. La lucha por la libertad de los indios.

44. Persecución y expulsión de los jesuitas.

45. La esclavitud de los africanos.

46. La Iglesia y la esclavitud de los africanos.

47. La vida en los ingenios azucareros.

48. El catolicismo en los ingenios.

49. Cómo veían los esclavos la religión de los blancos.

50. La lucha entre señores y esclavos.

51. La religión en los palenques (quilombos).

52. Dificultades de la Iglesia en tiempo de esclavitud.

53. Tentaciones de la Iglesia colonial.

54. Era obligatorio ser católico en Brasil.

55. Las misiones ambulantes y las «desobrigas».

56. Los grandes misioneros.

57. La Iglesia en la religión de las minas.

58. Los ermitaños.

59. Las hermandades y cofradías: una Iglesia de laicos.

60. Las hermandades: asociaciones de seres humanos iguales.

61. Las hermandades de los pobres.

62. La religión de los ricos.

63. La religión de los pobres.

64. La herencia de la Iglesia colonial.

Para una utilización pedagógica de este libro.

Bibliografía.

 

 

 

APRECIACIÓN

 

Una de las mayores tristezas que afligen al pueblo es la falta casi absoluta de memoria respecto de su pasado. Por donde pasaron los europeos, y después los norteamericanos, desde el siglo XVI en adelante, destruyeron el recuerdo del pasado, quemando las casas y los cultivos de los indígenas, transportando africanos por el océano Atlántico, desplazando poblaciones enteras, matando la cultura incluso antes de matar los cuerpos.

El resultado está ahí: el pueblo, no conoce su pasado sino de manera adulterada. Es víctima de una importación cultural a través de la televisión. También a través de las iglesias y de la escuela.

Los libros didácticos sobre la historia de Brasil no enseñan sino hechos interpretados por los poderosos y los ricos: una visión que margina y humilla a los pequeños y a los humildes.

Sólo la tradición bíblica es capaz de sacarnos de este terrible "desenraizamiento" en que nos encontramos. Sólo ella nos hace valorar el pasado como medio para formar un proyecto diferente para el futuro, pues "un pueblo que desconoce su pasado está condenado a repetirlo". El pasado es nuestro "gran maestro de la vida".

Este trabajo muestra que el conocimiento de la historia puede ayudar mucho a nuestra pastoral de hoy, pues la historia revela las raíces de los principales problemas con los que nos enfrentamos hoy. La historia no es una simple presentación de hechos pasados: es una excelente orientadora de nuestros trabajos presentes.

Eduardo Hoornaert,

CEHILA

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

Este folleto ha sido escrito con una intención pastoral, no académica. Además, como no podría ser de otra forma, ha procurado ser fiel a la verdad de la Historia de Brasil y de la Iglesia, según la línea de interpretación propuesta por la CEHILA (Comisión de Historia de la Iglesia Latinoamericana).

Esperamos que este texto sirva sobre todo a las comunidades populares de base, a sus miembros más interesados en la vida eclesial, que asumen tareas pastorales. Creemos que es muy educativo para los cristianos de hoy conocer las raíces de las formas como vivimos hoy -correcta o falsamente- el Evangelio en nuestra tierra. Muchas de esas raíces las podemos encontrar en la historia de la implantación del cristianismo en Brasil. Esperamos que ello nos, ayude a comprender mejor, la realidad que tenemos hoy, así como a descubrir cómo convertirla cada vez más en verdadera realidad evangélica. Creemos que esta tarea compete principalmente a los pobres. Por eso, este texto ha sido escrito en un lenguaje sencillo, para que sea accesible a todos, sin dar por supuesto un determinado grado de escolarización, que es privilegio de pocos.

Dedicarnos este texto a los cristianos que hoy día luchan por la liberación, con la esperanza de conseguirla íntegra y perfecta en el futuro. Deseamos que el pasado de la Iglesia, de sus misioneros y de sus fieles, pueda ser para nosotros un espejo que nos ayude a ver mejor el peligro que corremos hoy de salirnos de los caminos del Evangelio. La fe, la caridad, las dificultades y persecuciones, incluso las infidelidades de los cristianos del pasado ayudan a ver con claridad mayor lo que el Evangelio nos pide en la vida de hoy.

 

 

 

1.- CÓMO ERA BRASIL ANTES DE 1500

 

Todo brasileño que haya frecuentado la escuela primaria se habrá acostumbrado a pensar en Brasil como una realidad que comenzó en el año 1500. "¿Quién descubrió Brasil? Fue Pedro Álvares Cabral el 22 de abril de 1500".

Esta pregunta, con su respuesta, es la primera cosa y a veces la única que aprendemos de la Historia de Brasil. Uno tiene la impresión de que antes de eso no había nada... sólo indios. Esto quiere decir que tenemos la impresión de que los indios no eran nada, no valían nada. Aquí, en Brasil, no pasaba nada antes de que llegara Cabral. A medida que vayamos leyendo este texto vamos a comprender mejor por qué nos hemos quedado con esa idea de Brasil y de los indios.

El hecho que nos interesa subrayar ahora es que antes del año 1500, antes de que llegara Cabral, había ya muchas cosas aquí. Esa inmensa tierra que llamamos Brasil existía ya, con sus selvas, montañas, ríos, campos y playas, muchos años antes de que Pedro Álvares Cabral desembarcara en una de esas playas. Y lo que es más importante: en esas tierras vivía mucha gente.

En las tierras brasileñas vivían muchos pueblos, de gente como nosotros, personas humanas, hijos de Dios, que aquí nacían, vivían, trabajaban, sufrían y se alegraban, festejaban y rezaban, como hacen todos los pueblos en su propia tierra.

Esos primeros habitantes de Brasil formaban varios pueblos diferentes, cada uno con su lengua, sus costumbres y sus territorios, y con su propio nombre. Fueron los portugueses, cuando llegaron aquí, quienes les pusieron el nombre de 'indios". Como eran muchos pueblos y, por tanto, muchos nombres diferentes, por facilidad, también nosotros vamos a llamarlos "indios".

En aquel tiempo, las costas de nuestra tierra estaban casi enteramente cubiertas de selvas tupidas, con mucha caza y muchos frutos. En esas selvas del litoral, de norte a sur de Brasil, había gran número de habitantes, pueblos o naciones indígenas diferentes. Existían también otros indios que vivían más hacia el interior, sobre todo en las selvas de la Amazonia. Todos esos pueblos ya habían "descubierto" el Brasil muchos millares de años antes que los portugueses.

 

 

 

2.- CÓMO VIVÍAN LOS INDIOS

"Todos los que creían, pensaban y sentían del mismo modo. Nadie decía que las cosas que poseía eran solamente suyas, sino que todos repartían con los demás todo lo que tenían. No había entre ellos ningún necesitado..." (Hechos 4,32 y 34).

 

Los distintos pueblos indígenas que vivían en las tierras brasileñas vivían distribuidos en tribus, y cada tribu estaba dividida en varios grupos o aldeas.

La tierra pertenecía al conjunto de los miembros de la tribu, y no había propiedad particular de la tierra.

Para alimentarse, los indios dependían de la caza, de la pesca, de la recolección de frutos en las selvas, y de los cultivos de maíz, mandioca y otras plantas que cultivaban. Estas tareas eran repartidas equitativamente entre todos los adultos de la tribu. En general los hombres se ocupaban de la caza y de la pesca, y las mujeres cuidaban de los cultivos y de la recogida de frutos.

Todo este trabajo era realizado en grupos y el producto del trabajo era repartido entre toda la tribu o toda la aldea, de forma que nunca ocurría que unos pasaran hambre mientras que en casa de otros sobrara comida.

Tampoco ocurría que personas adultas, con buena salud, viviesen sin trabajar, a costa del trabajo de los demás.

Todos trabajaban, y todos recibían su parte en la distribución de los productos del trabajo.

Los indios no conocían todavía el Evangelio, pero, en la forma de organizar su sociedad, tenían mucho del ideal evangélico de la igualdad, de la justicia y de la fraternidad: todos eran iguales y vivían de la colaboración y participación de todos.

También tenían su política. Cada tribu o cada aldea tenía su jefe, o cacique, que tenía la responsabilidad de organizar la distribución de los trabajos y de los productos. Debía cuidar de que todos diesen su colaboración a la comunidad y de que recibiesen también su parte con justicia. Debía también organizar la defensa de la tribu en caso de peligro o de guerra.

El cacique no tenía nada de parecido a un rey o presidente que se queda en el palacio dando órdenes, mientras el pueblo trabaja. El cacique participaba en el trabajo como todos, vivía en una casa de paja como la de los demás, quizá un poco mayor, y en caso de guerra era él quien iba al frente de todos.

Por todo ello, el cacique era escogido entre los más fuertes, entre los que podían producir más para el bien de la tribu, entre los más valerosos y respetados por toda la tribu. Tenía que superar varias pruebas de coraje y de resistencia para ser aceptado como cacique. La función del cacique era servir al bien de su pueblo, y no ser servido por él. En esto también vemos que los indios, aún sin saberlo, estaban próximos al ideal del Evangelio que dice "que aquél que gobierna sea como el que sirve" (Lc 22,26).

El jefe no gobernaba en solitario. Todas las decisiones importantes para la tribu eran tomadas por los jefes junto con todos los hombres adultos de la tribu, que acostumbraban a reunirse todas las noches en torno a la hoguera para discutir los problemas y los hechos de la vida de la tribu. La palabra de los más ancianos tenía una importancia especial, pues los indios veían en ellos gente que tenía más experiencia y más sabiduría, y nunca eran dejados de lado.

Todo esto no quiere decir que los indios viviesen en un paraíso sin ningún mal. Tenían sus problemas, sufrían enfermedades y peligros en las selvas, tenían guerras entre ellos mismos, tenían también enemistades y defectos propios de las personas humanas. Pero el modo co­mo ellos organizaban su sociedad, normalmente, garantizaba una igualdad y una justicia básica para todos. No estaba basado en la explotación de una clase de oprimidos por una clase de poderosos.

 

 

 

3.- EDUCACIÓN Y RELIGIÓN DE LOS INDIOS

 

Como los ancianos, también los niños tenían mucha importancia en la vida de los indios, y eran respetados. Eran criados con mucho cariño por los padres y por todos los adultos. Nunca había niños abandonados, pues cada niño era considerado hijo no sólo de sus padres, sino de toda la tribu. Los indios no pegaban ni castigaban a los niños, que tenían libertad para ir participando del trabajo y de todas las actividades de los adultos. Ésa era la escuela ‑la vida misma‑ en la que aprendían todo lo que era necesario para ocupar bien su lugar en la vida de la comunidad tribal. Ningún niño quedaba sin esa escuela.

Los niños eran considerados la gran riqueza de la tribu. Y ésa es la razón por la que para los indios ninguna mujer debía quedar soltera, sino que debía siempre casarse y dar hijos para la tribu. Por ello, cuando había más mujeres que hombres en una tribu, un hombre podía tomar más de una esposa, y era normal una familia de un marido y muchas mujeres, que vivían en armonía. Esto se llama poligamia y era practicado normalmente en muchas tribus. Cuando la tierra ocupada por una tribu ya no daba el sustento necesario para todos, por falta de caza, mala cosecha, falta de pescado, sequía o cualquier otra razón, la tribu se iba en busca de otras tierras. Entonces podía ocurrir que una tribu invadiese la tierra de otra, y en ese caso surgían las guerras.

Algunas tribus tenían una costumbre que se llama canibalismo, o antropofagia: cuando apresaban a un guerrero intrépido y fuerte de otra tribu, lo mataban y repartían su carne para que todos los de la tribu comieran. Creían que así todos recibirían un poco de las cualidades de fuerza y coraje del guerrero muerto. No se trataba de comer a alguien para calmar el hambre, como se come la carne de los animales, sino de una forma de alimentarse de las buenas cualidades del otro, y era algo que sólo se hacía muy rara vez.

Los indios tenían también su religión. Practicaban el culto de las tradiciones y de los antepasados, de quien habían recibido las enseñanzas sobre la vida, las técnicas para construir sus casas, sembrar los campos, curar enfermedades, fabricar objetos de madera, barro, piedras, paja, tejer ropas de fibras y plumas de animales, fabricar las armas para la caza, la pesca y la guerra.

Tenían su vida muy ligada a la naturaleza. Veían en los seres de la naturaleza ‑animales, plantas, ríos o astros del cielo‑ espíritus buenos que los protegían. Los indios respetaban, rezaban y daban culto a los espíritus en que creían.

Cada tribu tenía una especie de sacerdotes, encargados de velar para que fuesen observadas las tradiciones de la tribu, para que no se perdiesen las enseñanzas y la sabiduría transmitida por los antepasados, y encargados de cuidarse del culto a los espíritus y del respeto a la naturaleza.

Como vivían en un clima caliente, los indios iban prácticamente desnudos, apenas adornados con collares, pulseras, tangas de plumas de aves. No venían en ello ninguna maldad. Para ellos era normal.

Como podemos ver, la vida de los indios estaba bien organizada, y sus costumbres tenían una razón de ser para la supervivencia y la paz de la comunidad tribal.

Se calcula en cerca de cinco millones los indios que vivían en Brasil en el momento de la llegada de los primeros blancos, esparcidos principalmente en las regiones de las grandes florestas, es decir, en el litoral y en la Amazonia.

Hasta el año 1500, los indios vivieron su vida, a su modo, sin saber que existían seres humanos blancos y negros, sin saber que existían otras tierras y otros pueblos del otro lado del océano.

 

 

 

4.‑ CÓMO LLEGÓ EL EVANGELIO A BRASIL

 

Como sabemos, la Palabra de Dios fue revelada primero al pueblo hebreo. Fue en medio de ese pueblo donde Jesús nació y predicó el Evangelio. Partiendo de Palestina, los cristianos fueron esparciendo el Evangelio hacia otras partes del mundo. Asia, África y Europa tenían comunicación por los navíos. Por eso fue posible que el Evangelio se extendiese en aquellos continentes.

Pero existe un gran continente, América, que está separado de los otros por dos grandes océanos. Durante casi 1500 años, desde el nacimiento de Jesús, no había comunicación posible entre América y los otros continentes donde ya se conocía el Evangelio. Era preciso atravesar el océano, y para eso eran necesarias embarcaciones grandes y fuertes que los pueblos de aquel tiempo todavía no eran capaces de construir. Brasil está en América.

Sólo por el año 1450, es decir, 1450 años después del nacimiento de Jesucristo, los europeos, principalmente los portugueses, consiguieron perfeccionar sus navíos y sus conocimientos de navegación hasta el punto de que fueran posibles aventuras mayores por los océanos.

Los portugueses, en aquel tiempo, eran grandes comerciantes. Procuraban llegar a tierras lejanas donde pudiesen recoger mercancías y venderlas a otros países de Europa, con bastante ganancia. Así, fueron conquistando puntos diversos de África, dieron la vuelta por el sur de África y llegaron al otro lado, a la India, ya en Asia.

En marzo de 1500, Pedro Álvares Cabral salió de Portugal, enviado por el rey portugués Don Manuel, para uno de esos viajes a la India, con una flota de varios navíos, movidos a vela.

Muchos libros dicen que en el viaje, a causa de la falta de viento, Cabral y su flota se perdieron y vinieron a parar, sin querer, aquí, a las playas de Brasil. Pero parece que lo cierto es que los portugueses ya sabían de la existencia de estas tierras, y que el rey mandó que Cabral, dirigiéndose hacia la India, diera una vuelta por el lado de poniente y viniese aquí a tomar posesión de la tierra en nombre suyo.

Y así fue. Los portugueses llegaron, desembarcaron en una playa donde hoy está Bahía, y luego trataron de tomar posesión de la tierra para el rey de Portugal. Como señal de esa posesión construyeron en seguida sobre la tierra un mojón de piedra que tenía grabadas las señales del rey y de la cruz. A partir de entonces la tierra, según entendían los portugueses, pertenecía al rey de Portugal.

Al desembarcar, los portugueses ya encontraron en la playa muchos indios, que los recibieron muy bien, alegres y amistosos, y que incluso les ayudaron a cargar agua y leña para los navíos y les obsequiaron con frutos de la tierra. Los indios no comprendían las intenciones de los portugueses ni sus señales de propiedad. Y los portugueses tomaron posesión de la tierra para el rey, sin pedir licencia a los indios.

Como eran cristianos, los portugueses llevaban siempre capellanes en sus barcos, y un momento de la toma de posesión de la nueva tierra fue la celebración de la primera misa en tierras de Brasil, por Fray Enrique de Coimbra. A la nueva tierra encontrada los Portugueses le dieron el nombre de tierra de Santa Cruz, y continuaron su viaje hacia la India.

Así fue como se abrió el camino para la llegada del Evangelio de Jesús a las tierras brasileñas.

 

 

 

5.‑ LOS PORTUGUESES QUERÍAN SER MISIONEROS

"¡Hipócritas, Isaías estaba en lo cierto cuando dijo de ustedes: Este pueblo ‑dice Dios‑ me honra con sus palabras pero, en la verdad de su corazón, está lejos de mí. No sirve de nada que me adoren, porque enseñan doctrinas humanas como si fuesen mandamientos de Dios."(Mt 15,7‑9)

 

Los indios todavía no conocían el Evangelio de Jesús, pero los portugueses, por el contrario, eran todos cristianos. Para comprender bien lo que pasó aquí en Brasil necesitamos saber cómo entendían los portugueses el cristianismo, y la situación de la Iglesia en Portugal en aquel tiempo.

Sabemos que, en sus primeros tiempos, la Iglesia de Jesucristo fue una Iglesia de pobres y perseguidos, como se puede leer en los Hechos de los Apóstoles. Así, en los primeros siglos de vida cristiana, sólo se hacía cristiano aquel que tenía fe en la palabra de Jesús y estaba dispuesto a ser perseguido a causa de la fe, a cambiar de vida para seguir el Evangelio de Jesús. En aquellos tiempos, ser cristiano no daba a nadie ventajas, ni riqueza, ni poder.

Así fue hasta que los poderosos, principalmente el emperador de Roma, Constantino, comenzaron a aceptar el cristianismo y a hacer de él la religión oficial e incluso obligatoria en sus reinos. A partir de entonces, los reyes pasaron a dar privilegios y ventajas a la Iglesia y a los cristianos, de modo que para poder vivir bien en la sociedad todo el mundo se veía obligado a hacerse cristiano. Esto ocurrió principalmente en Europa.

La Iglesia de Jesús dejó de ser una Iglesia de pobres y pasó a ser una Iglesia dominada por los poderosos y a la que todo el pueblo estaba obligado a pertenecer. Y como los poderosos no estaban dispuestos a dejar sus riquezas y su poder, la forma que encontraron para ser cristianos fue ir cambiando o perdiendo el verdadero sentido del Evangelio.

Cuando los portugueses llegaron a Brasil, todo esto había ocurrido también en Portugal, hacía ya muchos siglos.

En Portugal, todo el pueblo, así como el rey y los poderosos, estaban bautizados y pertenecían a la Iglesia católica, y no podían ni siquiera pensar en otra cosa. Entendían que Portugal era un país cristiano, que sus leyes, sus costumbres, su manera de vivir... era el cristianismo mismo. No hacían distinción entre las verdaderas enseñanzas del Evangelio, que se dirigen igualmente a todos los seres humanos y a todos los pueblos, y aquello que eran las costumbres del pueblo portugués, la forma portuguesa de entender las cosas, los intereses de los portugueses. Para ellos, ser cristiano era ser como ellos en todo. Toda costumbre, toda forma de ser de otro pueblo, que no fuese como la de ellos, era mirada como algo diabólico que era preciso destruir.

Y por ello pensaban que era misión del pueblo portugués ir a conquistar a los otros pueblos que no eran cristianos, para salvarlos. Pensaban que Dios había escogido a Portugal para convertir a todo el mundo a la fe cristiana.

 

 

 

6.‑ EL PAPA ENCARGÓ AL REY QUE CRISTIANIZARA A LOS PUEBLOS

 

El Papa mismo hizo un trato con el rey de Portugal, encargándole descubrir otras tierras y otros pueblos, para convertirlos al cristianismo. En la mentalidad de los pueblos católicos de Europa, el Papa tenía derecho a entregar a los reyes católicos cualquier tierra que no fuese de cristianos, para convertirla, ya que el mundo pertenecía a Dios Creador y el Papa era su representante. Por eso, los reyes tenían el derecho de conquistar, dominar y adueñarse de dichas tierras. Los pueblos no cristianos, llamados de infieles, no tenían derecho sobre sus tierras, y debían someterse al dominio de los cristianos. Todos los portugueses debían ser misioneros. El rey debía enviar sus navíos y soldados a conquistar pueblos para la fe cristiana. Por orden del Papa, el rey de Portugal, por ser el jefe de los portugueses, se convertía también en jefe de la acción misionera y de la Iglesia en Portugal.

Cada vez que partían con sus navíos para conquistar otras tierras, los portugueses pensaban que estaban partiendo como misioneros, para salvar a otros pueblos, haciéndoles aceptar la fe cristiana, aunque fuese a la fuerza.

Por eso es por lo que al llegar a un nuevo territorio, la primera cosa que hacían los portugueses era celebrar la misa y construir un mojón de piedra con el escudo del Rey enlazado con una cruz. Ésta era la señal de que el Rey de Portugal tomaba posesión de aquella tierra para convertirla a Cristo.

 

 

 

7.‑ LOS PORTUGUESES QUERÍAN AUMENTAR SU IMPERIO

"No atesoren riquezas en este mundo, donde la polilla y el óxido lo corroen todo, y donde los ladrones roban. No, atesoren riquezas en el cielo... Pues el corazón de ustedes estará donde estén las riquezas de ustedes" (Mt 6,19‑21).

 

Muchos portugueses podían crecer sinceramente que conquistaban tierras de otros pueblos solamente por salvarlos del infierno. Pero cuando llegamos a conocer los verdaderos acontecimientos descubrimos que, detrás de aquella intención tan buena, se escondía otra intención, otro interés.

Portugal es un país pequeño. Con poca tierra, y no muy buena para la agricultura, no podía enriquecerse mucho sólo con su propia producción.

Los portugueses se dedicaron mucho al arte de la navegación y a la construcción de embarcaciones, y consiguieron hacerse los mejores navegantes, aventajando en este punto a los demás países de Europa.

Al ser capaces de largos viajes, los portugueses se convirtieron en unos grandes comerciantes. Partían para tierras de África y de Asia, conquistaban puertos, y allí, por medio de intercambios libres, o por la fuerza, llenaban sus navíos con mercancías desconocidas en Europa. Después vendían dichas mercancías en Europa, con grandes beneficios. Como sus barcos eran más fuertes y veloces, conseguían evitar que los comerciantes de otras naciones llegasen hasta donde ellos estaban.

Con la protección de las órdenes del Papa para evangelizar a los pueblos infieles, lo que los portugueses hacían era aumentar su poder, sus tierras y sus riquezas. Lo que Portugal buscaba era aumentar su imperio en otras tierras, para enriquecerse con sus riquezas.

Ése era el verdadero interés de Portugal cuando vino a conquistar las tierras de Brasil: dominar y enriquecerse, aunque el rey declarase: "la principal causa que me llevó a poblar Brasil fue que la gente de Brasil se convirtiese a nuestra santa fe católica".

Una cosa son las palabras y las intenciones y otra cosa son las acciones. Vamos a ver que las acciones de los portugueses en Brasil muestran que su verdadero objetivo era el enriquecimiento y el poder para el reino portugués y no la verdadera evangelización. Vamos a ver que lo que el rey de Portugal quería realmente era garantizar su dominio sobre nuestras tierras para que los comerciantes pudiesen sacar de aquí el mayor lucro posible.

Cuando llegaron aquí encontraron el "pau‑brasil" (palo‑brasil, madera‑brasil), una madera roja que proporciona un tinte muy apreciado para teñir tejidos. Los tejidos eran fabricados en gran cantidad en otros países europeos. Los portugueses trataron de dominar el litoral de Brasil para llevarse de aquí todo el pau‑brasil que pudiesen. Esa era la principal riqueza que sacaban de Brasil en los primeros tiempos, y de ahí vino el nombre de nuestro país.

 

 

 

8.‑ CÓMO ENTRÓ EL EVANGELIO EN NUESTRO PAÍS EN LOS PRIMEROS TREINTA AÑOS

 

Como hemos visto, los indios sólo cultivaban y cazaban lo necesario para alimentarse cada día.

Los indios no practicaban ninguna clase de comercio, y por eso no tenían costumbre de cultivar nada más que lo necesario. Los indios no tenían mercancías para comerciar con los portugueses. Aparte de eso, las cosas que los indios cultivaban no tenían valor en los mercados de Europa. Por el contrario, el pau‑brasil, para los indios, no tenía ningún valor especial. Las selvas del litoral estaban llenas de esa madera.

Los indios, de buena voluntad, cortaban y cargaban el pau‑brasil para los barcos portugueses, a cambio de algunos objetos que no conocían, como cuchillos y machetes de hierro, espejos, cuentas de colores y otras cosas de poco valor que los portugueses les daban. En los primeros tiempos las relaciones fueron pacíficas y amistosas, al menos por parte de los indios.

Aparte del pau‑brasil, los portugueses llevaban como mercancía también araras y papagayos u otros animales desconocidos en Europa y, especialmente, a los indios mismos. Engañados, invitados a conocer la tierra de los portugueses, los indios embarcaban en los navíos y llegados a Europa eran vendidos como esclavos. A la amistad de los indios los blancos respondían con la traición.

Lo que interesaba a los portugueses era el pau‑brasil, y esto lo conseguían fácilmente con la ayuda de los indios.

En los primeros tiempos los portugueses no se interesaron por ocupar realmente la tierra, por venir a vivir aquí o cultivar la tierra. Les bastaba traer en sus barcos algunos objetos para agradar a los indios, y ellos llenaban de madera las bodegas de sus navíos.

En los primeros treinta años después de su llegada pocos portugueses se afincaron en Brasil. Sólo algunos pocos, para organizar la tala de la madera y el cargamento de los navíos. Y otros que habían sido condenados por algún crimen en Portugal y eran desterrados aquí, como castigo.

Por eso, también en los primeros 50 años, el rey no mandó misioneros hacia acá, ni se hizo nada organizado para evangelizar a los indios. Esto ayuda a ver cómo, a decir verdad, la intención de los portugueses era mucho más la de ganar dinero que la de extender la fe en Cristo.

Fue casi por casualidad como durante aquellos primeros cincuenta años algunos frailes franciscanos, muy pocos, desembarcaron aquí y procuraron por algún tiempo evangelizar a los indios. Pero no eran misioneros que habían venido con esa intención. En general eran capellanes de barcos que habían fondeado y que tenían que permanecer aquí por algún tiempo en espera de otro medio de transporte, o que desembarcaban por enfermedad o por alguna otra causa.

Podemos decir que en esos años la evangelización fue prácticamente nula. A lo más, podemos decir que los indios, ciertamente, veían y escuchaban espantados la celebración de la misa y los rezos de los portugueses sin comprender qué era aquello.

 

 

 

9.‑ LA RIQUEZA DE LA TIERRA ATRAJO A OTROS EXTRANJEROS

 

Durante muchos años, sólo los portugueses fueron capaces de atravesar el océano para venir a buscar pau‑brasil a nuestra tierra.

También los españoles eran ya capaces de navegar tan lejos. Pero el rey de España había hecho un trato con el rey de Portugal. Ese trato se llamó Tratado de Tordesillas, y fue confirmado por el Papa. Por ese tratado, Portugal y España se repartían entre los dos todas las tierras de los infieles ya descubiertas y por descubrir. Por eso, los españoles no se metían en estas tierras que habían sido adjudicadas a Portugal.

Pero pasó el tiempo y los marineros de otros países, como Inglaterra, Francia y Holanda, aprendieron a navegar como los portugueses, y se hicieron capaces de venir hasta Brasil.

Estos países eran los clientes que acostumbraban a comprar el pau‑brasil de los portugueses. Estos vendían la madera muy cara, pues querían ganar mucho. Entonces los otros países pensaron que sería más provechoso para ellos mandar sus propios barcos aquí para buscar también madera, a cambio de casi nada, como hacían los portugueses.

Así, comenzaron a llegar a las playas brasileñas navíos franceses, ingleses y holandeses. Hacían lo mismo que los portugueses: daban a los indios algunos regalos sin valor y llenaban sus bodegas de pau‑brasil.

Para los indios, todos los extranjeros eran iguales: hombres blancos y barbudos, que vestían ropas extrañas, que viajaban en grandes barcos y querían cambiar cuchillos y adornos por madera.

Brasil es muy grande y aquí había muy pocos portugueses, y era muy fácil para un navío extranjero fondear en una playa cualquiera y quedarse allí todo el tiempo necesario para cargar, sin ser encontrado por los portugueses.

Los indios ayudaban a unos y otros. Para ellos todos eran iguales.

Comenzó entonces a haber competencia para los portugueses. Ya no era tan fácil vender el pau‑brasil tan caro. Si aquello continuaba así los portugueses iban a perder la clientela. Los antiguos clientes venían ellos mismos a tomar la madera aquí. Esto destruía los planes de Portugal.

 

 

 

10.‑ LOS PORTUGUESES QUIEREN APROVECHARSE ELLOS SOLOS

"Cuidado con los falsos profetas. Vienen disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos salvajes. Los conocerán por lo que hacen. Las zarzas no dan uvas, ni los espinos dan higos" (Mt 7,15‑17).

 

Viendo amenazados sus intereses comerciales, el nuevo Rey de Portugal, Don Juan III, resolvió tomar otras providencias.

El propio Papa había concedido a Portugal el derecho de ser el único explotador de las riquezas de Brasil, porque había encargado a los portugueses cristianizar nuestra tierra.

Pero los demás países no quisieron obedecer esta orden. Si los portugueses no ocupaban todo el litoral brasileño no conseguirían controlar e impedir que otros llegaran aquí y cargaran pau‑brasil. Entonces el rey decidió poblar Brasil, es decir, enviar muchos portugueses para que habitaran aquí y controlaran la tierra, garantizando que el provecho de la misma beneficiara solamente a los portugueses.

Fue entonces cuando dijo el Rey: "La principal causa que me llevó a poblar Brasil fue que los habitantes de Brasil se convirtiesen a la santa fe católica". Pero, si era verdad que esa era la principal causa para poblar Brasil, ¿por qué el rey sólo se preocupó de este poblamiento cuando vio su riqueza amenazada por los extranjeros? ¿Por qué dejó pasar más de treinta años hasta que envió portugueses cristianos para que se instalaran aquí y misioneros para los indios? ¿Por qué, al principio, los portugueses sólo venían aquí a buscar madera y ninguno quería quedarse para evangelizar a los indios?

Estos hechos le hacen a uno comprender que la búsqueda de riquezas tenía mucha más importancia para el reino de Portugal que la evangelización de los indios.

En fin, para poder tener quien tomase posesión de Brasil en favor de Portugal, el rey resolvió repartir las tierras de Brasil entre hombres portugueses ricos, que deberían venir para acá y traer trabajadores y soldados para cultivar la tierra, de modo que el litoral no quedase abandonado.

El rey pensaba que la tierra era de él y no de los indios. No pidió ningún permiso a los indios: comenzó a repartir su tierra.

La tierra brasileña fue dividida en 15 partes. Cada una de ellas arrancaba desde el litoral hacia el interior. Fueron llamadas Capitanías Hereditarias. Cada capitanía fue dada a un donatario. El donatario era una especie de gobernador que quedaba encargado de organizar la vida en la capitanía, de garantizar el orden y defender la tierra contra los extranjeros.

El donatario debía también repartir la tierra a otros portugueses, dando a cada uno un lote para que lo guardara y cultivara. Esos lotes, dentro de cada capitanía, eran llamados sesmarias, y eran enormes extensiones de tierra. Al propio donatario le estaba concedido quedarse una sesmaria de 10 leguas de litoral y con tanta profundidad hacia el interior como quisiese

Al serle otorgada la donación de la sesmaria, cada donatario quedaba obligado a cultivar la tierra y defenderla contra los extranjeros. Está claro, pues, que solamente un hombre muy rico podía recibir una sesmaria, ya que debía tener medios para pagar a soldados, para la defensa, y a gente que cultivara una finca tan grande. Si en cinco años la tierra no era cultivada, o si el dueño de la sesmaria no construía fuertes para defender la tierra, perdía el derecho a la sesmaria, que podía ser otorgada a otro. Así es como sólo los muy ricos se afincaron como dueños de la tierra de Brasil.

Así fue como comenzaron a venir portugueses para establecerse definitivamente aquí, poblando la gente blanca la tierra que hasta entonces solamente estaba habitada por indios de piel morena.

 

 

 

11.‑ LA CAÑA DE AZÚCAR

 

Los portugueses que venían a Brasil venían sólo con la intención de enriquecerse, y mucho. Sólo querían sesmarias si era posible obtener con ellas mucho lucro. Para ello era preciso que cultivaran la tierra con alguna cosa que pudiese ser vendida cara en Europa.

No podían enriquecerse con pau‑brasil porque el rey, aunque daba capitanías y sesmarias, tenía reservado para él mismo el derecho de explotación de todo el pau‑brasil que hubiera en las selvas. Los comerciantes que venían con los navíos a buscarla sólo podían quedarse con un porcentaje de la ganancia, mientras que el resto, la mayor parte, era para el rey. Y así continuó siendo mucho tiempo.

Pero había otra mercancía que tenía mucho valor en los mercados de Europa de aquel tiempo: el azúcar. Las tierras y el clima de Europa no sirven para la caña de azúcar. El azúcar era una mercancía difícil y cara, pues tenía que ser traído de otros continentes. Había tan poco azúcar y era tan caro que sólo era vendido en las farmacias, en pequeñas cantidades y recetado para los enfermos.

Los portugueses descubrieron que la tierra de Brasil, cuando se talaba la selva, era muy buena para plantar caña. Trajeron de otros continentes simiente de caña que no había aquí. Decidieron entonces plantar caña en sus sesmarias y montar ingenios azucareros para después venderlo en el extranjero.

Para realizar esos proyectos, era necesaria una primera cosa: acabar con las selvas y expulsar de allí a los indios que habitaban en ellas, dejando la tierra limpia para la caña de azúcar.

Montar un ingenio azucarero también era una cosa que exigía mucho dinero, y esa era una razón más por la que sólo los ricos podían acometer esa empresa.

El enriquecimiento de los portugueses con el azúcar también interesó mucho al rey. Todos los cristianos de aquel tiempo tenían la obligación de pagar el diezmo, es decir, tenían que pagar una décima parte de su producción para la Iglesia. Ese diezmo debía servir para el sustento de los sacerdotes y religiosos, para construir iglesias y conventos, para los gastos del culto. Como el Papa había encargado al rey el velar por la evangelización de Brasil, el rey era el verdadero jefe de la Iglesia en Portugal y en las tierras que dominaba. Por eso, era el rey quien percibía el diezmo.

El diezmo, en realidad, se convirtió en una especie de enorme impuesto que se pagaba al rey. Por eso, cuanto mayor fuese la producción, mayor era el diezmo, y mayor la ganancia del rey, que disponía de ella según su voluntad.

Entonces el rey comenzó a dar muchas facilidades a todos aquellos que quisieran plantar caña, enviando incluso sus propios soldados para alejar a los indios de las tierras. Esta tarea era muy fácil para los portugueses, ya que poseían armas de fuego, mientras los indios no estaban acostumbrados a la guerra y poseían sólo arcos, flechas y lanzas de madera.

Con estos hechos, desapareció la falsa amistad que parecía haber entre los portugueses y los indios en los primeros años.

 

 

 

12.‑ LOS PORTUGUESES NECESITABAN MANO DE OBRA

 

La tierra por sí misma no produce. Era preciso el trabajo, los trabajadores. Y la caña de azúcar exige mucha mano de obra.

Los portugueses que venían para acá, o eran ricos, o venían queriendo enriquecerse deprisa por la explotación de la nueva colonia, o bien eran soldados. Ninguno de ellos quería trabajos duros ni poco rentables. Además, eran muy pocos para cultivar tanta tierra.

Sin trabajadores no se produce riqueza. Los portugueses necesitaban trabajadores que produjesen lo más posible y costasen lo menos posible. Por eso trataron de utilizar a los indios como trabajadores para sus plantaciones.

Pero esta solución no se podía implantar pacíficamente. Para expulsar a los indios de las tierras los portugueses ya habían hecho guerra contra ellos y habían matado muchos. Por otra parte, los indios, que no conocían ni comprendían el comercio ni el dinero, no iban a trabajar más de lo que estaban habituados para su subsistencia. Los indios, aunque se les pagara por trabajar, no se interesaban por acumular dinero. Y, por otro lado, los portugueses no querían pagar trabajadores. Solamente a la fuerza, presos y esclavizados, es como los portugueses podían obligar a los indios a trabajar para ellos.

Se extendió por todo el litoral la guerra de los portugueses contra los indios para ocupar sus tierras y para hacer prisioneros y esclavizarlos.

Otro modo que los portugueses encontraron para aumentar sus trabajadores fue tener hijos con mujeres indias. Estos hijos de indias con portugueses se llamaban mamelucos. En la mentalidad de los indios los hijos pertenecían al padre y, así, los mamelucos, aún siendo en parte indios, pasaban a servir a los intereses de sus padres, esto es, a los intereses de los portugueses contra los indios, y eran educados al estilo portugués.

Los indios, por su parte, luchaban con todas sus fuerzas para escapar de la esclavitud, y solamente por la violencia o con engaños y traición conseguían los portugueses hacerlos esclavos.

 

 

 

13.‑ LO QUE LOS PORTUGUESES PENSABAN DE LOS INDIOS

"¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves el trozo de madera que hay en el tuyo?. . . ¡Hipócrita! Saca Primero el trozo de madera que tienes en tu ojo y entonces podrás ver bien Para sacar la paja que tiene el ojo de tu hermano" (Lc 6, 41‑42).

 

Por todos estos hechos ya podemos ver que los portugueses no tenían ningún respeto hacia los indios. Para ellos los indios eran como animales salvajes, ignorantes, malvados.

Los blancos pensaban que no tenían nada que aprender de los indios y que sólo tenía valor el modo portugués de vivir. No intentaban comprender ni apreciar la sabiduría, los conocimientos, la cultura propia de los indios.

Esta mentalidad se veía reforzada por el hecho de que los portugueses eran cristianos y los indios no conocían el evangelio. Los blancos pensaban que los indios eran gente del demonio y no merecían respeto mientras no fuesen cristianizados. Para ellos, cristianizar era acabar completamente con las costumbres de los indios, hacer que los indios entraran en el sistema portugués, que vivieran como los portugueses y, principalmente, que trabajaran para los portugueses. Cristianizar, para ellos, era lo mismo que «aportuguesar».

Pensaban que el natural de los indios era ruin y que por sí mismos nunca desearían nada bueno.

Decían que los indios eran perezosos porque trabajaban simplemente lo suficiente para vivir cada día, sin preocuparse por acumular riquezas, y porque no querían aceptar ser esclavos en las plantaciones de los blancos.

Pensaban que los indios eran malvados y estaban dominados por el demonio porque practicaban el canibalismo.

Decían que si los indios continuaban viviendo al estilo indio irían todos al fuego del infierno, condenados. Por eso, los portugueses pensaban que incluso estaban haciendo un beneficio a los indios cuando los esclavizaban, pues así los sacaban de aquella vida «de pecado» y los obligaban a vivir como portugueses cristianos, ganando la salvación aunque fuese a la fuerza.

En realidad, lo que más contaba para los portugueses era el lucro que iban a obtener con el azúcar. Pero tranquilizaban sus conciencias diciendo que toda la crueldad que cometían contra los indios era para salvarlos del infierno.

Como vemos, a los ojos de los portugueses, los indios no eran más que paganos que debían ser dominados, explotados y convertidos a toda costa.

 

 

 

14.‑ LOS PORTUGUESES TRAJERON MISIONEROS

 

Ya en 1531 vino la primera leva de gente con intención de establecerse aquí para colonizar Brasil. Fue la expedición de Martín Alfonso de Sousa, que se estableció en São Vicente. En 1534 el rey distribuyó las capitanías y comenzaron a llegar los pobladores. Hasta entonces, en esos años, todavía no habían venido misioneros para los indios. Al principio venía apenas algún sacerdote, como capellán de navío, o para atender las necesidades religiosas de los nuevos colonos portugueses que llegaban.

No en todas las capitanías dieron buenos resultados. Fuera de Pernambuco y São Vicente, en las demás capitanías los colonizadores tuvieron mucha dificultad en cumplir los objetivos determinados por el rey. Mucho contribuyó a ello la resistencia de los indios que, no queriendo ver sus tierras invadidas o su pueblo esclavizado, hacían guerra cerrada a los invasores. Algunas capitanías llegaron a quedar completamente abandonadas.

Viendo que los donatarios no daban cuentas de la tarea, el rey decidió nombrar un Gobernador General que se encargase de supervisar todo y cuidar de que los donatarios y los sesmeiros cumpliesen sus compromisos. Como capital del Gobierno General fue escogida Bahia. El primer Gobernador General, Tomé de Souza, llegó en marzo de 1549, y con él vinieron los primeros misioneros enviados especialmente para evangelizar a los indios. Eran seis padres jesuitas, dirigidos por el padre Manuel da Nóbrega, y venían para quedarse, para establecer misiones.

Los jesuitas eran miembros de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola, hacía pocos años. Eran hombres llenos de amor a Jesús y al Evangelio, y deseaban sinceramente evangelizar a los indios. Venían realmente con intención misionera, comprendida al estilo de aquel tiempo.

En la mente del rey y del Gobernador General y sus colonizadores portugueses, sin embargo, la principal función de los misioneros era otra: ayudar a la tarea de la colonización, del poblamiento y del establecimiento del sistema portugués de explotación de la tierra brasileña.

Los colonizadores ya habían percibido que no podían dominar a los indios a la fuerza, pues ellos resistían y hacían la guerra contra los blancos, y eso hacía difícil la ocupación de la tierra con la caña de azúcar y los ingenios azucareros. Entonces pensaron que el mejor modo de dominar a los indios sería convencerlos con la palabra, cambiar la mentalidad de los indios, hacerlos dejar de pensar y sentir como indios, para que se sometiesen a los deseos de los blancos. Tomé de Sousa llegó a recibir una orden del rey para prohibir la violencia contra los indios, a no ser que fuese una «causa justa», esto es, si los indios hacían la guerra a los portugueses.

¿Quiénes serían las personas mejor preparadas para llevar adelante ese trabajo de atraer y convencer a los indios? En las intenciones del poder colonizador, esa debía ser justamente la tarea de los misioneros. Los colonizadores querían que los misioneros catequizaran a los indios haciéndoles creer que debían abandonar su vida en la tribu, que era una vida de «pecado» y condenación, y aceptar la vida que los portugueses les ofrecían, con la que serían más felices y salvarían sus almas. Aparte de eso, claro, deberían trabajar para los portugueses, que obtendrían así mayor lucro.

Había una diferencia en la forma de ver la misión por parte de los jesuitas y por parte de los colonizadores laicos. Los jesuitas estaban interesados ante todo en salvar las almas de los indios, mientras que los colonizadores querían ante todo progresar en sus negocios y ganar más dinero.

Por otra parte, los sacerdotes, siendo misioneros, no dejaban de ser portugueses. También ellos participaban de la forma común como los blancos miraban a los indios: paganos, ignorantes, inmorales y dominados por el demonio. También los misioneros pensaban que los indios no podían salvarse viviendo como indios. Pensaban que para ser cristianos los indios debían abandonar todo lo que era costumbre indígena y vida libre en las selvas. Los misioneros, a fin de cuentas, también pensaban que evangelizar era aportuguesar y no encontraban diferencia entre el verdadero modo evangélico de vida y las costumbres portuguesas. No hacían una crítica del modo de vida y de acción de los portugueses, tomando como base el Evangelio de Jesús. Daban por supuesto que todos los portugueses, por el mero hecho de serlo, ya estaban evangelizados y que todo lo que hacían, en general, era cristiano. Sólo pensaban que algunos podían cometer pecados individuales, abusos de crueldad o inmoralidad. Pero no hallaban nada censurable en el modo como los portugueses tomaron Brasil y querían organizar su explotación.

Los misioneros querían atraer a los indios hacia los portugueses, porque pensaban que sólo así podrían ser cristianos. Los colonizadores, los señores de los ingenios, pensaban que era preciso evangelizar a los indios y atraerlos hacia la fe, porque sólo así iban a aceptar trabajar para los blancos y cederles sus tierras. En la práctica, como proyecto de acción, era casi lo mismo. Pero esa diferencia de enfoque en la forma de ver las cosas iba a provocar muchos conflictos entre los misioneros y los poderosos colonos portugueses.

 

 

 

15.‑ CÓMO ENTENDÍAN LOS COLONIZADORES LA EVANGELIZACIÓN

 

Hoy, cuando oímos hablar de evangelización, pensamos enseguida en todo ese movimiento de comunidades que se reúnen para conocer y vivir mejor el evangelio de Jesús, en la unión, en la oración y en la lucha por una vida mejor para el pueblo. Pero en aquellos primeros tiempos de la colonización portuguesa en Brasil, no era así.

Los colonizadores portugueses no pensaban que anunciar el Evangelio de Jesús fuera convertir el corazón de las personas para que tuviesen fe y cambiasen libremente su vida para seguir a Jesús. Para los colonizadores, más importante que el corazón era el exterior, las apariencias. Evangelizar era hacer que las personas aprendieran de corazón las palabras de la doctrina cristiana, que fueran bautizadas y frecuentaran los sacramentos, que no hicieran acciones consideradas como pecado por los cristianos de aquel tiempo y, principalmente, que se aviniesen a vivir en la sociedad portuguesa, que era considerada una sociedad cristiana. Evangelizar era hacer que las personas se comportasen de aquel modo, aunque fuese a la fuerza, por miedo, sin comprenderlo, o sin fe.

Incluso los misioneros, muchas veces, pensaban de esa forma, y eso influyó bastante en el modo de llevar adelante su trabajo de misión

 

 

 

16.‑ LOS DESCENDIMIENTOS

 

Los jesuitas que vinieron para evangelizar a los indios no pensaban ir a vivir con ellos en sus tribus. Por el contrario, su primer trabajo era el ir a buscar a los indios y, por medio de la predicación, convencerlos a dejar sus aldeas indígenas, en las selvas, para que vinieran al litoral a vivir en las misiones o aldeas cristianas. Para eso era necesario conocer las lenguas de los indios, y tuvieron gran importancia los misioneros que conocían bien esas lenguas y podían hablar directamente con ellos. Los jesuitas portugueses que no sabían la lengua indígena tenían que hablar a los indios con ayuda de intérpretes.

Los misioneros, llegando a las aldeas de los indios, trataban de convencerlos de que debían dejar sus aldeas y sus tierras, para librarse de la condenación y de todos los males, y venirse con ellos a las aldeas cristianas, para vivir allí una vida de salvación y de felicidad.

Había dos factores que ayudaban a los misioneros a convencer a los indios. Uno era una leyenda que existía en muchas tribus indígenas, que decía que un día los dioses enviarían a la tribu hombres santos que iban a enseñarles el camino de una tierra y una vida más feliz. Así, viendo que los misioneros hablaban una lengua diferente, condenaban sus costumbres y les prometían una vida mejor, muchos jefes indígenas creyeron que eran los enviados que estaban esperando e hicieron que toda la tribu abandonara sus tierras y acompañara a los misioneros a la costa.

Aparte de eso, otro factor ayudaba a los misioneros a convencer a los indígenas de que su vida en las selvas debía acabar. Los indios, cuando vivían sin ningún contacto con los blancos, no tenían enfermedades infecciosas. Muchas de las enfermedades que estamos acostumbrados hoy a ver por todas partes no existían en Brasil antes de la llegada de los portugueses, como, por ejemplo, la gripe, el sarampión, las paperas, la tuberculosis, la viruela y otras muchas. Los microbios causantes de esas enfermedades fueron traídos por los portugueses. Estos ya estaban acostumbrados a convivir con estas enfermedades, y tenían más resistencia a los microbios. Pero los indios no resistían. Se ponían enfermos enseguida y morían. Cuando los misioneros y sus compañeros portugueses llegaban a una aldea indígena, muchos indios comenzaban enseguida a enfermar gravemente. Sin saber que eran los blancos los que estaban trayendo estas enfermedades, pensaban los indios que era la tierra en la que estaban la que se había puesto enferma, y que era mejor ir con los misioneros a otro lugar. De hecho, lo que ocurría era que cuanto más se acercaban a los blancos más enfermaban y morían, de forma que al final del viaje ya estaba muy mermado el número de los indios.

Cuando los indios aceptaban salir de sus tierras y partir hacia la costa, los misioneros les daban ropas para que se vistiesen, y mandaban quemar las casas y los cultivos de su aldea para que luego no tuvieran la tentación de desistir y volver atrás.

Otro modo utilizado también para atraer a los indios era el dar obsequios y prometer ventajas al jefe, para que éste ordenase a toda la aldea o tribu marchar con los misioneros.

Esas expediciones al interior para atraer a los indios hacia el litoral se llamaban "descendimientos", pues se trataba de hacer que los indios descendieran del interior hasta la costa del mar.

Vemos pues que los misioneros no tenían problema en utilizar el engaño o el miedo para atraer a los indios, con el fin de poder cristianizarlos, transformarlos de indios libres en trabajadores para los portugueses, aunque eso costase la muerte de muchos de ellos, pues pensaban que así por lo menos salvarían sus almas. Morían los indios, pero morían bautizados, lo cual, para los cristianos, era mejor que vivir paganos.

Una vez "amansados", es decir, dominados, los indios iban a ser evangelizados. El resultado de esto era también volver a los indios "civilizados", o sea, imitadores de los portugueses, viviendo dentro del sistema portugués, pero no como señores, claro está, sino como trabajadores dominados.

El éxito de estos "descendimientos" comportaba grandes ventajas a los colonizadores, pues los indios abandonaban sin resistencia sus tierras, que quedaban así libres para que los blancos se aposentaran y establecieran sus plantaciones de azúcar. Y todo ello, sin el problema de la guerra, pues los indios eran convencidos, por la predicación que recibían, de que solamente así se salvarían.

 

 

 

17.‑ LO QUE LOS MISIONEROS PRETENDÍAN EN LAS ALDEAS

 

Como resultado de estos descendimientos, surgieron las primeras aldeas de indios dirigidas por los misioneros, que al principio eran casi sólo jesuitas.

Los jesuitas deseaban realmente cristianizar a los indios y formar con ellos comunidades cristianas. Querían hacer una "Iglesia nueva", una cristiandad con el pueblo de las tierras brasileñas reunido en sus aldeas.

Para conseguir esto deseaban poder convivir en paz con los indios organizados en comunidades libres de esclavitud y dirigidos por los misioneros. Querían hacer esas aldeas fuera de los muros de las poblaciones de los portugueses, pero el gobierno general no lo permitió. Así, las primeras aldeas misioneras fueron construidas junto a las poblaciones de los blancos.

Entre los misioneros que más trabajaron en ese periodo estaban el Padre Manuel de Nóbrega y el Padre José de Anchieta. Eran entregados y sinceros, pero creían que la esclavitud podía ser un medio bueno para atraer a los indios a la vida cristiana, cuando no había otro recurso. Decían también que los indígenas sólo se convertían por miedo, ante "la espada y la vara de hierro", y no con razones ni con palabras y predicación.

Por otro lado, también percibían que la opresión contra los indios era un impedimento para la cristianización, pues el propio Anchieta también dijo: "lo que más espanta a los indios y los hace huir de los portugueses y por tanto de las iglesias, es la violencia que se usa con ellos, obligándolos a servir toda su vida como esclavos..."

Los misioneros, ante esta situación nueva que se encontraban en Brasil, quedaban bastante desconcertados, con ideas contradictorias, con dificultades para saber cómo reaccionar y qué hacer.

Los jesuitas se tomaron en serio la orden del rey que decía que no se permitía esclavizar a los indios libres. Les parecía que no podían aceptar que los cristianos tomasen inocentes para la esclavitud. Pero para los colonizadores, ricos, comerciantes y dueños de los ingenios, esa orden no tenía valor. Necesitaban esclavos para hacer que sus tierras rindiesen. Desobedeciendo las órdenes del rey, entraban en el interior, provocaban una guerra con los indios y traían prisioneros aquellos que no morían en la lucha. Los misioneros, por su parte, se esforzaban en reunir en sus aldeas a la mayoría de los indios, pensando así protegerlos de los cazadores de esclavos y poder educarlos para la vida cristiana.

Las primeras aldeas ya comenzaron en el año 1553 y se fueron extendiendo en los años siguientes. Estaban localizadas en el litoral de Bahia, del actual estado de São Paulo, que era la Capitanía de São Vicente, en el nordeste, desde Alagoas hasta Ceará, y más tarde en Rio de Janeiro.

 

 

 

18.‑ LA VIDA Y LA EVANGELIZACIÓN EN LAS ALDEAS

 

Reunidos los indios en las aldeas, los misioneros trataban de hacerlos cristianos y de civilizarlos, o sea, hacerlos dejar de ser indios, "amansarlos".

Era más fácil atraer y conquistar a los niños. Por eso los misioneros comenzaban por ellos. Como los indios tenían gran amor a sus hijos, los misioneros esperaban, por medio de los niños, convencer también a sus padres.

La evangelización en las aldeas se realizaba especialmente en tres frentes:

1.‑ El adoctrinamiento: se trataba de enseñar la doctrina del catecismo a los indios y de hacerles aprender las oraciones. Esto se hacía a base de repetir muchas veces las palabras hasta que los indios las aprendían de memoria y eran capaces de responder correctamente a las preguntas y de recitar las oraciones. Lo importante era que supieran repetir correctamente las palabras, aunque no comprendieran lo que decían.

2.‑ La moralización: hacer que los indios aprendieran a vivir al estilo portugués y conforme a la moral cristiana. Los indios debían ir vestidos, reorganizar las familias con una sola mujer, aprender a trabajar como los blancos y respetar la propiedad privada que era algo que los indios no conocían hasta entonces.

3.‑ La sacramentalización: preparar a los indios para el bautismo, lo más deprisa posible, enseñarles a frecuentar los sacramentos, a casarse religiosamente, a asistir a la misa, a confesarse y, sólo en los casos de indios ya completamente "civilizados", a recibir la eucaristía.

Debían abandonar también sus costumbres de fiestas y adornos, pues eso era visto como cosa de paganos.

Cada aldea tenía su propia tierra de cultivo. Los indios debían trabajar allí, no a su modo -sólo lo necesario para su alimentación-, sino al estilo portugués, todo el día, produciendo más de lo necesario, para vender después mercancías a la población y proporcionar recursos a la misión.

Los misioneros respetaron la lengua de los indios. Los misioneros jesuitas se esforzaron mucho para aprender las lenguas de los indios y poder enseñarles mejor. Hubo jesuitas que fueron grandes conocedores de las lenguas indígenas, y escribieron catecismos y libros de oraciones, de poemas y cánticos en esas lenguas para uso de los indios.

Como había pequeñas diferencias entre la lengua de una tribu y de otra, los misioneros trataron de que todos los indios pasaran a hablar una misma lengua, que resultó ser una adaptación de las primeras. Esa "lengua general" creada por los jesuitas llegó a ser la lengua más hablada en Brasil, por indios, mamelucos e incluso blancos y negros, hasta el año 1760, cuando los jesuitas fueron expulsados de Brasil y la lengua portuguesa pasó a ser obligatoria.

Viendo también el gusto de los indios por la música y la danza, los misioneros utilizaron también eso para atraer y para catequizar. En este punto también los misioneros respetaron alguna cosa de la cultura de los indios, intentando comprenderlos y permitir que rezasen a su modo. Así, todo se hacía con mucho canto y danza, incluso en la liturgia de la misa.

Algunos misioneros, principalmente el famoso Padre Anchieta, compusieron piezas de teatro que trasmitían el mensaje cristiano y eran representadas con mucho gusto por los indios.

Por medio de todo esto, los misioneros procuraban también enseñar a los indios algunas virtudes cristianas, como la humildad, la paciencia, la aceptación del sufrimiento y la obediencia. Esas eran precisamente las cualidades que los colonizadores blancos querían ver en los indios, pues esas cualidades los hacían disponibles para ser explotados por los ricos sin protestar ni rebelarse. Queriendo o sin querer, los misioneros estaban ayudando a los colonizadores a establecer en Brasil su sistema de explotación de los trabajadores.

 

 

 

19.‑ LOS COLEGIOS DE LOS JESUITAS

 

Para los primeros jesuitas que llegaron aquí, la tarea más importante era la salvación de los indios por medio de la evangelización en las aldeas.

Como apoyo para esa misión en las aldeas, crearon colegios donde recibían niños huérfanos enviados desde Portugal, o hijos de portugueses que los padres querían educar para que fueran también misioneros. Por otra parte el colegio sería como lugar de preparación o de reposo y de recuperación para los misioneros que vivían en el interior, a la búsqueda de los indios, o en las aldeas. Lo importante era la misión. El colegio existía para ayudar a la misión.

Pero, con el tiempo, el entusiasmo de los sacerdotes por la misión en favor de los indios fue decayendo. Los colegios fueron perdiendo su primer sentido y se convirtieron en institutos para dar una educación privilegiada a los hijos de los ricos colonos portugueses. Muchos jesuitas comenzaron a quedarse ya sólo en los colegios, sin pensar en ir a trabajar con los indios.

Durante mucho tiempo los colegios de los jesuitas fueron las únicas escuelas que existían en Brasil. Se dedicaron especialmente a educar a los hijos de los poderosos portugueses de la colonia, creyendo que con ello podrían convertir el corazón de los grandes y colaborar para que se estableciese una sociedad cristiana,

Los colegios servían también para formar los futuros jesuitas, y como seminarios que impartían la formación de todos los candidatos al sacerdocio en la colonia.

 

 

 

20.‑ LA COLONIA SÓLO PODÍA SER ESCLAVISTA

 

Como ya vimos, los jesuitas querían defender la vida y la libertad de los indios contra los colonos blancos que querían invadir sus tierras y esclavizarlos. Pero, ¿estaban los misioneros contra cualquier forma de esclavitud?

Hay una cosa que es necesario comprender bien, para poder entender los graves problemas de la evangelización en Brasil, en el tiempo de la colonia portuguesa: la importancia de la esclavitud en el establecimiento de la colonia. El hecho es el siguiente: no podía haber colonia portuguesa en Brasil sin la esclavitud.

Fijémonos: el principal interés de los portugueses en Brasil era el lucro. A Portugal le interesaba dominar otras tierras para enriquecerse. Podía haber misioneros santos que no tenían ningún interés económico, que querían solamente predicar el evangelio a los indios. Pero ellos, por sí mismos, no tenían ni siquiera cómo llegar hasta aquí. Los dueños de los navíos eran los ricos comerciantes, los portugueses poderosos apoyados por el rey. Ellos sí que tenían los medios para hacer aquellos viajes y para dominar la situación en los nuevos territorios.

Todo comerciante, para enriquecerse, necesita tener clientela para su mercancía. Y si no tiene clientela o si hay muchos otros comerciantes que venden lo mismo que él, los precios bajan, y no se puede enriquecer tanto.

Para conseguir la exclusiva en la venta del pau‑brasil era necesario hacer inaccesibles las playas de Brasil a los extranjeros. Y para eso era necesario poblar Brasil con portugueses, fieles a su país.

Ningún portugués venía para acá libremente, si no era para enriquecerse, y mucho. Entonces comenzó la producción de azúcar. Pero sin trabajadores no hay producción. ¿Quién había de trabajar para producir? Los portugueses que venían aquí forzados, condenados por algún crimen, eran muy pocos y sólo trabajarían si se les retribuía. Siendo pocos podían pedir salarios altos. Los indios no se sujetaban a trabajar libremente, aunque fuesen pagados.

Sin trabajadores que explotar, sin medios de enriquecerse, no había portugués que quisiese quedarse aquí, lejos de su tierra. Si no se establecían aquí, los comerciantes de otros países volverían a buscar el pau‑brasil impidiendo el enriquecimiento de Portugal. Sólo había para Portugal una forma de mantener la colonia y sacar provecho de Brasil: la esclavitud. Sólo consiguiendo trabajadores cautivos, que trabajaban forzados, era posible a los portugueses enriquecerse en Brasil. Sólo así podían establecerse aquí, garantizando el dominio sobre la tierra.

Si no hubiera habido esclavitud, los portugueses hubieran tenido que abandonar la colonia, perdiendo así grandes ganancias.

 

 

 

21.‑ LOS MISIONEROS Y LA ESCLAVITUD

"Nadie Puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará a otro, o será fiel a uno y despreciará a otro. Ustedes tampoco pueden servir a la vez a Dios y al dinero" (Lc 16, 13).

 

Está claro que la esclavitud de los indios remordía la conciencia de los cristianos portugueses. Pero tenían que elegir entre su conciencia y el lucro. Jesús dice en el Evangelio que "nadie puede servir a dos señores, no se puede servir a Dios y al dinero". Pero los portugueses cristianos de aquel tiempo pensaron que podían encontrar una solución.

Los blancos comenzaron a decir que sólo estaba mal esclavizar a los inocentes que vivían libres y en paz. Pero añadían que no sería pecado comprar a los paganos personas que ya estuviesen esclavizadas por ellos. Decían que así incluso hacían un beneficio a los esclavos, pues al pasar a ser esclavos de señores cristianos, serían evangelizados y salvarían sus almas. Decían que era mejor ser esclavo cristiano que esclavo pagano. Salían entonces en busca de tribus indígenas que tuviesen esclavos o prisioneros de guerra de otra tribu y capturaban los esclavos para que trabajasen para ellos.

Otra astucia que inventaron los cristianos para tener esclavos y quedar con la conciencia tranquila fue decir que no estaba mal esclavizar a los indios que fuesen enemigos de los portugueses, que atacasen a los blancos. Les parecía que, en ese caso, la guerra contra los indios era una "guerra justa". En las "guerras justas" los indios que caían prisioneros podían ser también esclavos, como castigo por su maldad y como forma de convertirlos al Evangelio.

Pero los indios esclavizados preferían muchas veces morir, incluso negándose a comer, antes que trabajar para los blancos. La sola esclavización de los indios no bastaba para enriquecer a los portugueses. Entonces comenzaron a comprar esclavos en África y traerlos para acá.

Y ¿qué pensaban los misioneros? Querían quedarse en Brasil para evangelizar a los indios. Y veían que la única forma de quedarse era que aquella tierra fuese colonia portuguesa. Por eso, los misioneros acababan aceptando las disculpas aducidas por los otros colonizadores y pensando lo mismo que ellos respecto a la esclavitud: era justo comprar gente que ya era esclava o esclavizar a los indios enemigos, hechos presos durante tales "guerras justas".

Así, los misioneros defendían la libertad de los indios que viviesen pacíficamente en sus tribus, principalmente de aquellas que aceptaban ir a vivir a las aldeas de los misioneros. Pero se conformaban ante la esclavitud de los demás indios, de los rebeldes o rebelados contra la invasión portuguesa, y aceptaban también la esclavitud de los africanos. Con el tiempo, los misioneros acababan teniendo incluso sus propios esclavos en sus colegios, conventos y haciendas.

 

 

 

22.‑ LA GUERRA "JUSTA"

 

Es preciso decir que la idea de "guerra justa", o de guerra santa, no fue solamente de los portugueses. Los demás pueblos cristianos de Europa también tenían esa idea de que era justo hacer la guerra contra los pueblos que no aceptasen la religión cristiana. Pensaban que tenían el derecho de aumentar la sociedad cristiana y, para ello, de aumentar los imperios de los reyes cristianos, aunque fuese por la fuerza. Fue con esa idea como algunos siglos antes de la colonización de Brasil, los cristianos de Europa hicieron las famosas Cruzadas, que fueron guerras contra los árabes de religión musulmana, para conquistar la Tierra Santa, Palestina.

La guerra contra los indios que no aceptaban el poder de los invasores blancos era también vista como una cruzada, una guerra santa, para arrancar de la mano de los paganos la tierra brasileña y hacer de ella una tierra cristiana. Esa era la forma de pensar de los cristianos de aquel tiempo, hace más de quinientos años.

Aquí, en Brasil, esa "guerra justa" tenía otra utilidad: la de adquirir esclavos para los dueños de los ingenios. Por eso, cuantas más guerras justas hubiese, mejor para los colonizadores. Los blancos casi siempre llevaban ventaja en esas guerras, pues tenían armas mucho más poderosas que las flechas de los indios.

Queriendo aumentar sus tierras y esclavos, los colonizadores, por cualquier motivo, por cualquier pequeña cosa que los indios hicieran, ya se consideraban con derecho de hacer "guerra justa" contra ellos.

En el caso de las "guerras justas" los misioneros no protestaban. Muchas veces, incluso ayudaban a los blancos. Frecuentemente eran los misioneros los que daban motivos para la guerra, pues iban por los campos tratando de traer indios a las aldeas, y muchas veces caían prisioneros o muertos a manos de los indios, que sólo veían en ellos la figura de los invasores blancos. Esos ataques a los misioneros proporcionaban un óptimo motivo para la guerra. Hubo incluso casos en los que los misioneros llevaron los indios "amansados" de las aldeas cristianas a combatir por los portugueses, contra los indios "bravos".

Otro hecho que servía a los portugueses de buena disculpa para hacer guerra contra los indios era que éstos ayudaban a cualquier extranjero que llegase a Brasil y lo trataban bien, dándole presentes. Ayudaban a los franceses, ingleses, holandeses. Precisamente en aquel tiempo apareció en Europa el protestantismo. Muchos de los europeos que venían a buscar pau‑brasil ya no eran cristianos católicos, sino cristianos protestantes, considerados como herejes por los portugueses. El indio que ayudase a un francés protestante estaba aliándose con un hereje, traidor a la Iglesia católica. Motivo suficiente para hacer guerra santa contra él.

Ese modo de ver la guerra como una Cruzada, al servicio de Dios, hacía que los portugueses tuvieran mucha devoción a los santos soldados o guerreros, como san Jorge, san Martín, san Sebastián, san Miguel. Trajeron aquí esa devoción que hasta hoy día se da en muchas regiones de Brasil.

El hecho es que, durante los primeros tiempos de la colonización, mientras hubo indios en las tierras próximas a los lugares ocupados por los portugueses, hubo guerra, de tal manera que de los millones de indios que había en Brasil en 1500, después de cien años no quedaba casi nada. La colonia portuguesa en Brasil se estableció a costa de una horrible matanza de indios.

 

 

 

23.‑ LOS CONFLICTOS ENTRE MISIONEROS Y COLONOS

"Acuérdense de que dije: "el empleado no es más importante que el patrón. Si me han perseguido a mí, también les perseguirán a ustedes..." (Jn 16,20).

 

A pesar de todo, los colonos no se contentaban con los esclavos que adquirían mediante la "guerra justa". Los indígenas no servían para el trabajo. Se negaban a trabajar. Se dejaban morir. Enfermaban fácilmente. Huían. No sabían trabajar al estilo de los portugueses. No había esclavo indígena que llegase a enriquecer a los colonizadores.

Muchas veces, los blancos ni siquiera esperaban un motivo para hacer guerra, sino que partían al interior para "cazar" indios. Ni los mismos indios traídos a las aldeas de las misiones eran respetados. Por ejemplo, en la guerra de los colonizadores contra los caetés en Pernambuco, los portugueses arrasaron las aldeas de misión de Bom Jesús, Santo Antônio, São Pedro y Santo André. De los quince mil indios que vivían en esas misiones sobrevivieron apenas mil. En Ceará llegaron a existir sesenta aldeas misioneras que en 1647 habían desaparecido, destruidas todas por estas guerras.

Ante estos hechos, los misioneros protestaban y entraban en conflicto con los colonizadores. Los jesuitas fueron los que más lucharon para defender la libertad de los indios. Pero cuando entraban en juego los intereses económicos del imperio portugués, los poderosos no querían ni oír a los misioneros. Cuando los misioneros creaban problemas a causa de la esclavitud de los indios, eran acusados como subversivos y eran expulsados de la región por el gobierno colonial.

A causa de estas disputas, los jesuitas fueron expulsados muchas veces: en 1593 fueron expulsados de Paraíba. En 1640 fueron expulsados de São Paulo y Santos, por 13 años, y amenazados también con ser expulsados de Rio de Janeiro. En 1661 fueron expulsados de Maranhão y de Pará. Finalmente fueron expulsados de Brasil todos, en 1759.

En 1558 los jesuitas intentaron hacer, en Bahia, una "huelga de los confesionarios". Se negaron a confesar a los blancos que poseyesen esclavos indígenas. Pero los sacerdotes que no eran jesuitas no tenían la misma opinión, y aceptaban la confesión de los dueños de esclavos, de modo que, en la práctica, la protesta de los jesuitas no consiguió cambiar las cosas. Pero esto muestra que muchos misioneros no se resignaban ante la injusticia cometida contra los indios y trataban de luchar contra ella.

Se dio incluso el caso de dos jesuitas, Gonçalo Leite y Miguel García, que no aguantaban ver tanta crueldad contra los indios y negros, no podían aceptar de ningún modo la esclavitud, y por eso se fueron de Brasil. Ya que no conseguían cambiar la situación, tampoco consintieron en establecerse aquí asistiendo a aquella violencia.

 

 

 

24.‑ EL CASO DE PARAÍBA

 

[Respetamos siempre la grafía de los nombres em portugués, que no coincide en su acentuación con la castellana; en el caso de «Paraiba», que en portugués no lleva acento, la acentuamos gráficamente, españolizando la palabra, para facilitar su correcta pronunciación].

El caso de la conquista de Paraíba es un buen ejemplo del conflicto entre los conquistadores y los misioneros. La conquista de las tierras de Paraíba fue muy difícil para los portugueses. Los valientes indios Potiguares, aliados con los comerciantes franceses que iban allí a buscar madera, resistían fuertemente contra la ocupación de sus tierras. El rey de Portugal envió entonces una flota de navíos y soldados para combatir a los franceses y a los potiguares y conquistar Paraíba. Siendo la guerra contra los franceses herejes, hasta los jesuitas la encontraron "justa", y al principio fueron favorables, bendiciendo a las tropas portuguesas, llevando la cruz al frente de los soldados, celebrando la misa diariamente para ellos... Cuando los franceses fueron expulsados, los jesuitas ayudaron a hacer las paces con los indios, porque sabían hablar la lengua indígena.

Los indios potiguares, vencidos en Paraíba, fueron integrados en las aldeas por los jesuitas en 1585. La aldea iba bien. Los potiguares aceptaban la evangelización de los jesuitas. En 1592 se registraron en la aldea 300 confesiones de indios, 29 matrimonios, 54 bautismos.

Pero el comandante portugués, Fructuoso Barbosa, comenzó a desconfiar de los jesuitas. Quería que las aldeas sirviesen a su intención de establecer allí la explotación de la caña de azúcar. Quería que las aldeas de indios "amansados" sirviesen como guardianes para las tierras de sus ingenios. Pero los jesuitas querían simplemente hacer comunidades cristianas con los indios, y no servir a los intereses de Fructuoso Barbosa. Entonces, dicho comandante, usando el poder que el rey le había dado para conquistar Paraíba, expulsó de allí a los jesuitas y entregó las aldeas de las misiones a los franciscanos, en 1593. En 1619 también los franciscanos acabaron siendo expulsados de esas misiones, porque tampoco ellos se sometieron a los deseos de los colonizadores. Las aldeas fueron entregadas finalmente a los sacerdotes seculares. Ello provocó una enorme fuga de indios.

Como vemos, no sólo los jesuitas, sino cualquier misionero que quisiese sinceramente evangelizar a los indios acababa entrando en conflicto con los poderosos portugueses, que querían las tierras y el trabajo esclavo de los indios. Así fue durante todo el tiempo de la colonia portuguesa en Brasil.

 

 

 

25.‑ CÓMO REACCIONABAN LOS INDIOS ANTE LA ESCLAVITUD

 

Por todo lo que ya hemos contado, podemos percibir que los indios no aceptaban tranquilamente la invasión de sus tierras y la esclavización de su pueblo por los blancos.

Ante la amenaza de esclavización muchas tribus se resistían, luchaban valientemente para defenderse y preferían morir en la lucha antes que entregarse al cautiverio.

Otras tribus, no pudiendo enfrentarse a las armas más fuertes de los portugueses, huían hacia el interior. Muchos indios abandonaron las selvas del litoral y fueron a refugiarse en las tierras del interior, donde la vida era mucho más difícil, y la tierra mala y seca. Perdían sus tierras, abrazaban una vida dura, pero preferían salvar su libertad.

Los que eran forzados al cautiverio tampoco aceptaban la situación. Cuando no conseguían huir se negaban a trabajar o incluso a comer. Muchos acababan muriendo a causa de los castigos y del hambre.

Había también algunos que se acomodaban, que obedecían a los blancos e intentaban así sobrevivir a pesar de la cautividad. Esperaban que agradando a los portugueses volverían a recibir de ellos ventajas y regalos, como en los primeros tiempos. Pero esa conducta llevaba solamente a la sujeción.

A decir verdad, desde el establecimiento de la colonia portuguesa en Brasil, a los indios se les volvió la vida casi imposible. Lo que aquello supuso para los indios fue la muerte, en la guerra, en la esclavitud, o por las enfermedades trasmitidas por los blancos, o una vida de sufrimiento, en el interior o en la esclavitud. Fueron muy pocos los que consiguieron sobrevivir en una vida un poco más humana en las aldeas misioneras.

A los cien años de colonia, ya no había casi ningún indio libre en las tierras próximas al mar. Estaban todos muertos, eran esclavos o habían huido al interior.

 

 

 

26.‑ CÓMO VEÍAN LOS INDIOS LA RELIGIÓN DE LOS BLANCOS

 

Como ya hemos visto, la predicación del Evangelio a los indios venía mezclada con la imposición de la forma de ver de los portugueses, y muchas veces incluso con la esclavitud y grandes sufrimientos.

Esto hacía que fuese muy difícil a los indios el comprender realmente el Evangelio de Jesús, que enseña el amor verdadero a todos los seres humanos. El Evangelio decía una cosa y los cristianos blancos hacían otra. Por eso, los indios comprendían y veían la religión de los blancos a su forma.

Muchos rechazaban la religión cristiana, por ser la religión de los invasores. Los sacerdotes indios que eran los encargados de hacer que la tribu respetara las tradiciones de los antepasados, veían que la predicación religiosa de los blancos quería destruir todas las costumbres, las tradiciones, la vida propia de los indios. Veían la nueva religión como una traición a la enseñanza de los antepasados, una traición a los pueblos indígenas. Por eso, rechazaban el cristianismo e intentaban hacer que toda la tribu lo rechazase. Muchos de estos sacerdotes indios intentaron defender la cultura de los indios contra la imposición de la cultura de los blancos.

Otros veían que aquella era la religión de hombres que parecían mucho más fuertes que ellos, más ricos, que poseían armas de fuego. Tenían miedo a los portugueses. Pensaban que el Dios de los portugueses era más poderoso que los dioses de los indios. Temían a los blancos y a su Dios, y aceptaban por eso hacerse cristianos y seguir a los blancos.

Otras veces se hacían cristianos por interés, y no por fe. Los misioneros les hacían obsequios para atraerlos a las aldeas. Les daban cosas que los indios no podían fabricar y que les gustaban mucho, como cuchillos y machetes, espejos, ropas coloreadas, adornos de cuentas brillantes, Los misioneros les prometían otros regalos y otras ventajas a los que quisieran ser cristianos. Así, muchos aceptaban el bautismo pensando en agradar a los portugueses y recibir todavía más.

Esa conversión por interés era intentada sobre todo con los caciques. Muchos caciques quedaban seducidos por los regalos que recibían de los misioneros y usaban la autoridad que tenían sobre los demás para agradar a los misioneros. Muchos caciques ordenaron a sus tribus que acompañasen a los misioneros, incluso sin saber por qué ni hacia dónde iban.

Había también indios que conseguían mantenerse libres e iban a vivir junto a los portugueses, procurando imitarlos y agradarlos para poder tener un lugar en la sociedad de los blancos. Veían que el poder de los portugueses era mayor que el de los indios, y preferían acomodarse e intentar "subir en la vida", más que luchar junto con sus hermanos por la libertad.

Para ser aceptado en la sociedad de los blancos era preciso ser cristiano. Muchos se hacían cristianos y veían la religión como medio para promoverse en la sociedad.

Así, muchos indios se hacían exteriormente cristianos, pero continuaban cultivando las creencias de su religión indígena.

Apenas una parte de los indios, los que estaban en las aldeas de los misioneros más entregados, llegaban a convertirse verdaderamente a la fe y a comprender alguna cosa del Evangelio de Jesús.

Para la mayoría de los indios, la religión cristiana que prometía la vida eterna después de la muerte llegó a ser el único consuelo para todas las desgracias traídas por los blancos. Caló muy fuertemente en ellos la idea de que esas desgracias, la sujeción, las enfermedades, las injusticias... era Dios quien las enviaba, pues fue Dios el que envió a los portugueses para acá. Todavía hoy día hay muchos brasileños pobres que piensan así.

 

 

 

27.‑ EL FRACASO DE LAS PRIMERAS ALDEAS

 

En aquella situación que reinaba en la colonia, las primeras aldeas de los jesuitas, construidas junto a las poblaciones portuguesas del litoral, resultaron ser un gran fracaso.

Al final de los primeros cincuenta años de esa experiencia, ya casi no había aldeas que sobreviviesen.

Un gran número de las aldeas había sido destruido por los ataques de los cazadores de esclavos. Cuando no atacaban directamente a la aldea, los blancos tomaban presos a los indios que encontraban trabajando fuera de la aldea, sin querer saber si eran o no habitantes de la misma.

La proximidad de los portugueses hacía que sus enfermedades se contagiasen a los indígenas provocando epidemias en las que morían cientos de ellos, quedando despobladas las misiones.

Aparte de eso, por la reglamentación vigente en esos primeros tiempos, después de "amansar" y cristianizar a los indios, los misioneros debían distribuirlos entre los colonos portugueses de la vecindad para que les sirvieran. Por ley, esos indios no serían esclavos; serían considerados libres y no podrían ser vendidos a otros. Pero de hecho eran forzados a servir a los portugueses, sin ser retribuidos, a cambio solamente de la alimentación. En la práctica esto era igual que la esclavitud. Los blancos no respetaban a los indios cristianos más que a cualquier otro esclavo. Mataban a los indios a base de exceso de trabajo, mala alimentación y castigos. Los que no morían, huían y no volvían a la aldea, sino que se refugiaban en las selvas, abandonando la vida cristiana.

A la vista de todo esto, muchos de los indios que llegaban a las aldeas, por miedo a los descendimientos y a la predicación de los misioneros, trataban de huir, antes de que murieran por enfermedad o por los sufrimientos de la esclavitud.

 

 

 

28.‑ LA EXPERIENCIA HACE CAMBIAR LA FORMA DE PENSAR

 

Todos estos acontecimientos, poco a poco, hicieron que los misioneros fueran cambiando sus ideas respecto a la misión y a la esclavitud.

La violencia de los blancos sobre los indígenas, el fracaso de las aldeas... fueron haciendo que los misioneros comprendieran mejor la realidad. Los jesuitas fueron los primeros que comenzaron a descubrir que no había forma de "servir a dos señores".

Muchos misioneros, que antes habían pensado que la esclavitud podía incluso ser un buen medio para salvar las almas de los indios, iban descubriendo que eso era imposible. Poco a poco fueron viendo que la esclavitud es como una infección que contamina y pudre toda la sociedad.

Iba quedando cada vez más claro que la evangelización no era compatible con la esclavitud. Los blancos no querían disminuir sus ganancias respecto a los esclavos cristianos, y no dejaban de tratarlos con crueldad. Y así resultaba imposible hacer que los indios creyeran en Jesús que enseña que todos los seres humanos son hermanos, hijos de Dios. Los hechos de los portugueses mostraban lo contrario.

Los dueños de los esclavos no se preocupaban de la vida cristiana de sus esclavos: dificultaban que fueran a la iglesia, separaban las familias cristianas formadas por los misioneros, provocaban la muerte o la fuga de indios que apenas habían comenzado a ser evangelizados. De esta forma, todo el esfuerzo de los misioneros por atraer a los indígenas a la fe cristiana acababa siendo inútil.

Viendo que no podían continuar su obra misionera si se quedaban cerca de los blancos, los misioneros comenzaron nuevas experiencias.

Ese cambio en la forma de pensar su misión se fue dando poco a poco en los misioneros, y las nuevas aldeas creadas fueron caminando cada vez más en busca de independencia y de libertad.

 

 

 

29.‑ EL REY DOMINABA LA IGLESIA

 

Para los misioneros en Brasil no era nada fácil hacer su trabajo de forma independiente. Era prácticamente imposible escapar del poder de los colonizadores e ir contra los voluntad de los poderosos. Era casi imposible mirar más por los intereses de los indios que por los intereses del imperio portugués.

La situación resultaba especialmente difícil porque la Iglesia de la colonia era totalmente dependiente del rey de Portugal, del gobierno portugués.

Esa dependencia venía del trato hecho por el Papa con los reyes de Portugal. Siendo los reyes de Portugal muy católicos y dispuestos a imponer la fe católica a los demás pueblos, el Papa hizo al rey jefe de las misiones y, al final, jefe de toda la Iglesia en el imperio portugués. Fijémonos bien que el encargo de la misión fue dado al rey, y no directamente a los religiosos.

Por eso, era el rey el que escogía y enviaba a los misioneros a Brasil, y era él quien tomaba las decisiones más importantes, quien hacía las leyes y los reglamentos que los misioneros debían obedecer. Todos los sacerdotes y obispos para Brasil eran escogidos por el Rey. Los obispos de Brasil no podían escribir cartas directamente al Papa. Todo tenía que pasar directamente por las manos del rey de Portugal. También los misioneros religiosos, o sea, los que pertenecían a las órdenes o congregaciones religiosas, sólo podían venir y quedarse en Brasil con permiso del rey. Los religiosos que no eran portugueses tenían que pasar antes por Portugal, para poder embarcar hacia Brasil.

Había en Portugal una repartición del gobierno, llamada «Mesa de Conciencia y Órdenes», que era una especie de ministerio encargado de dirigir las cosas de la Iglesia y de la religión en las colonias. Esa Mesa era la que nombraba o expulsaba a sacerdotes, religiosos y obispos, y la que mandaba en la Iglesia. Así, quien no fuese del agrado del rey, quien no estuviese dispuesto a defender, antes que nada, los intereses de Portugal, difícilmente conseguía ser misionero en Brasil. No era posible viajar hacia acá sin licencia del rey, pues hasta aquí sólo venían los navíos portugueses, y todos eran controlados por el gobierno portugués.

Había todavía otro aspecto de la dependencia de la Iglesia respecto al rey. Era la dependencia económica.

Todos los cristianos estaban obligados a pagar el diezmo, es decir, la décima parte de toda su producción de mercancías, para mantenimiento de la Iglesia. Pero, por orden del Papa, en el imperio portugués no era la Iglesia directamente quien recibía ese diezmo. Lo recibía directamente el rey. Era como un impuesto cobrado directamente por las autoridades del gobierno portugués y después distribuido a los misioneros para su sustento y para el sostenimiento del culto y de las misiones. El dinero iba todo a Portugal, y después apenas una pequeña parte repercutía en los gastos de la Iglesia, como si fuese un favor que el rey estaba haciendo a los misioneros y al pueblo. Ese diezmo era una gran fuente de enriquecimiento para el rey y la corte de Portugal.

Está claro que el rey intentaba guardar la mayor parte de esa riqueza para sí mismo, y normalmente ya era poco lo que llegaba a las misiones, y le costaba llegar. Los encargados del pago se demoraban, y también sisaban su parte. Cuando se trataba de un misionero que no hacía las cosas tal como a los colonizadores les gustaba, la situación empeoraba. De esta forma resultaba fácil para el gobierno controlar y sujetar a los misioneros: bastaba cortarles el pago y se quedaban sin medios para vivir y continuar su trabajo.

Es claro que la mayoría de los sacerdotes que venían para acá, así como los obispos, escogidos por el rey, eran aquellos que estaban dispuestos a defender los negocios de Portugal más que el bien de los indios. Incluso entre los misioneros de las congregaciones religiosas, que eran un poco más independientes que los otros sacerdotes, no todos estaban dispuestos a enfrentarse con los poderosos. Una gran parte de los misioneros se acomodaba a la situación y trataba de no crear problemas con los portugueses ricos a causa de los esclavos.

Este sistema de dependencia de la Iglesia para con el rey se llamaba «Derecho de Patronato». Este sistema de Patronato fue una de las cosas que hizo más difícil la evangelización en Brasil, pues hacía prevalecer el afán de lucro de los blancos sobre la verdadera acción misionera.

 

 

 

30.‑ LAS NUEVAS ALDEAS

 

Los misioneros más sinceros veían que, en esa situación, no era posible ser fiel al Evangelio y evangelizar realmente a los indios.

Comenzaron entonces a intentar construir sus misiones lejos, donde los demás portugueses no habían llegado todavía. Buscaban la forma de hacer también que las aldeas fueran independientes económicamente para no tener que vivir con el dinero enviado por el rey, y tener así más libertad para defender a los indios.

Muchos misioneros llegaban a querer crear para los indios cristianos un mundo enteramente separado del de los colonizadores blancos.

El objetivo de estas aldeas aisladas era defender la vida de los indios contra los cazadores de esclavos y contra las enfermedades trasmitidas por los blancos. Querían también defender a los indios del mal ejemplo de los malos cristianos portugueses y construir en las aldeas una comunidad cristiana modelo. Querían también poder respetar las tradiciones y el modo de ser de los indios.

Estas experiencias de aldeas separadas de los blancos fueron iniciadas por los jesuitas, pero en seguida fueron imitadas por otros misioneros, como los franciscanos, los capuchinos y los oratorianos.

Las nuevas aldeas se desarrollaron principalmente en tres regiones: en el interior del nordeste, desde Bahia hasta Ceará y el sur del Piauí; también en la Amazonia, que en aquel tiempo era llamada toda ella Maranhão, lindando con los actuales estados de Maranhão y Amazonas; y también en el sur del Brasil de hoy, parte en el Paraná y parte en Rio Grande do Sul.

Para ser económicamente independientes, los misioneros organizaban el trabajo de los indios, tanto para la supervivencia de toda la aldea como de cara a producir algunas mercancías que fuesen vendidas a los blancos.

Todo este deseo de independencia, escapando a los proyectos de explotación de los colonizadores, no podía sino desagradar a los poderosos, y acabó provocando la destrucción de estas experiencias.

 

 

 

31.‑ LAS ALDEAS DEL INTERIOR NORDESTINO

 

Los primeros intentos de aldeas lejos del litoral fueron iniciados en las orillas del río São Francisco, entrando por el interior de los actuales estados de Serpige, Alagoas, Pernambuco y Bahia, a partir del año 1600.

Hacia allí fueron los jesuitas, y los capuchinos, los franciscanos y los oratorianos, todos tratando de formar las aldeas con los indios y evangelizarlos.

Entrando hacia el interior los misioneros fueron fundando nuevas aldeas en Alabaos, Pernambuco, Paraíba, Rio Grande de Norte y Ceará. Como sabemos, procuraban huir de la codicia de los colonizadores, queriendo mantener sus aldeas libres y aisladas de los blancos. Pero no pasó mucho tiempo hasta que la codicia del poder colonizador metió sus manos también en la región de las nuevas aldeas del interior. Sólo que ahora ya no era el dueño del ingenio quien venía en busca de tierra y de esclavos, pues apareció entre los ricos y poderosos portugueses una nueva figura: el fazendeiro (dueño de una hacienda o «fazenda») de ganado.

La tierra del interior no servía para la caña, pero era buena para criar ganado. El gran desarrollo de la producción de azúcar, el enriquecimiento de los propietarios, sobre todo en el nordeste de Brasil, estaba provocando que se desarrollasen también otros tipos de producción. Una de las cosas que más crecía y que podría dar mayores lucros era la cría de ganado. La carne era necesaria para la alimentación de la población portuguesa, que crecía, y el cuero también era muy utilizado. Por otra parte, todo el transporte de carga y los ingenios eran movidos por animales.

Partiendo principalmente de Bahia, los colonizadores avanzaban hacia el interior para conquistar tierra para sus rebaños y hacer de los indios esclavos en sus haciendas,

Otro motivo que hacía también que los colonos invadieran el interior era la esperanza de encontrar minas de oro. Los moradores de São Paulo, especialmente, organizaban sus expediciones, llamadas "bandeiras", para buscar oro por el interior, sin dejar de "cazar" indígenas para el cautiverio. Los famosos "bandeirantes" eran casi todos mamelucos que intentaban enriquecerse sirviendo al poder colonial portugués contra los indios.

Así, después de un cierto tiempo de calma, volvieron a comenzar los problemas en las aldeas distantes, problemas y conflictos entre los misioneros e indios por una parte y los fazendeiros y bandeirantes de otra. Dichos conflictos se dieron principalmente en las márgenes del río São Francisco, que ofrecía sus aguas como una verdadera carretera para penetrar en el interior, y por eso era muy importante y codiciado por los blancos.

Aunque con conflictos, problemas, luchas... estas aldeas tuvieron más éxito y vida más larga que las primeras, las del litoral. Sólo desaparecieron completamente en 1760, cuando fueron expulsados los últimos misioneros que defendían la libertad de los indios.

Pero ya antes de esto, la experiencia de las aldeas del interior empezaba a decaer. El aislamiento que al principio permitía que las aldeas se desarrollasen, ya no existía. Los blancos habían invadido ya toda la región con su ganado. Los colonizadores estaban ya otra vez demasiado cerca y se repetían los mismos hechos.

Los indios fueron expulsados también de esas tierras. Muchos murieron resistiendo contra los blancos. Otros fueron esclavizados. Se hicieron vaqueros, trabajadores para los fazendeiros.

Con las dificultades, muchos misioneros se fueron desanimando, perdiendo el entusiasmo e incluso resignándose. Ya en 1700 había antiguos misioneros que incluso comenzaban a tener sus propias haciendas de ganado y, con ello, también esclavos. Ya se sabe que quien tenía propiedades de tierra en Brasil acababa siempre teniendo esclavos, pues no había otra forma de sacar ganancia de la tierra. Los sacerdotes que se hacían propietarios tampoco escapaban de esa necesidad.

 

 

 

32.‑ MÁS PERSECUCIONES CONTRA INDIOS Y MISIONEROS

"Y Jesús añadió: ‑Se lo digo para que no se desanimen. Les expulsarán de las casas de oración, y llegará el tiempo en que cualquiera que les mate pensará que está haciendo la voluntad de Dios. Harán eso porque no conocen ni al Padre ni a mí (Lc 16, 1‑3).

 

Entre los misioneros que construyeron las aldeas en las orillas del río São Francisco, los que más destacaron fueron los capuchinos franceses. Con la llegada de los capuchinos aparece algo nuevo en la evangelización de Brasil: la presencia de misioneros más independientes del rey de Portugal.

Los capuchinos no pertenecían al Patronato portugués. No eran enviados ni estaban pagados por el rey, como los demás misioneros. Eran enviados y mantenidos directamente por Roma, por la Congregación de Propaganda Fide. Esta fue creada por el Papa en 1622, precisamente para poder enviar misioneros más libres, independientes de los gobiernos, para evangelizar a los pueblos paganos. También el Papa estaba ya descubriendo que la dependencia de la Iglesia respecto a los poderosos de este mundo impedía que se diese el testimonio del Evangelio verdadero.

Los nuevos misioneros, como no recibían dinero del gobierno portugués ni estaban sujetos al rey, tenían más libertad para arriesgarse a desagradar a los poderosos colonizadores. Por otro lado, tenían la protección del Papa.

Los primeros que llegaron eran franceses. En esa época, en 1646, Portugal ya había hecho las paces con Francia, y aceptó a los misioneros franceses en su colonia.

El más entregado fue fray Martín de Nantes. El y sus compañeros partieron de Olinda hacia el interior del São Francisco y comenzaron construyendo las aldeas con los indios cariris en las islas del río. Con constancia consiguieron construir aldeas en los interiores de Alagoas, Pernambuco, Paraíba, Rio Grande do Norte y Ceará. Pero su trabajo más importante fue realizado en la margen derecha del río São Francisco, por la parte de Bahia.

En las ciudades grandes de la costa los capuchinos fundaban "hospicios", una especie de asilos u hospitales para servir de apoyo a las misiones, como los colegios de los jesuitas. De hecho esos hospicios funcionaban muy bien como ayuda a las aldeas, garantizando el sustento de los misioneros y de su trabajo en varias aldeas. Los hospicios de los capuchinos cumplieron su función mucho mejor que los colegios de los jesuitas.

Pero enseguida surgieron los problemas en las márgenes del río São Francisco. Una poderosa familia de ricos propietarios de Bahia, la familia Dias d'Ávila, no contentándose con toda la riqueza que ya poseía, envió sus soldados para arrebatar a los indios y a los misioneros las márgenes del gran río. Los Dias d'Avila querían la tierra para el ganado, y el río como camino para buscar oro más hacia el interior, y otras riquezas de la región. Hicieron una verdadera guerra contra los indios, que duró decenas de años. Mandaban a sus hombres para desocupar las tierras por la fuerza y para esclavizar a los indios.

En 1680 los indios se rebelaron contra la persecución y pasaron a atacar también a los hombres de Dias d'Ávila. Los colonizadores enviaron entonces contra los indios verdaderos ejércitos, bien armados, con orden de arrasar todo. Fueron destruidas decenas de aldeas de los misioneros.

Fray Martín de Nantes, valientemente, no abandonaba a los indios, sino que quedaba a su lado y escribía al Rey, a las autoridades, al Papa, denunciando las matanzas causadas por los Dias d'Ávila. Otros misioneros, como los jesuitas que trabajaban en la otra margen del río, también protestaban contra los fazendeiros que mataban indios y destruían iglesias, y denunciaban a algunos sacerdotes que se ponían del lado de esos fazendeiros, avergonzando a la Iglesia y traicionando el Evangelio.

Esa lucha continuó hasta que en 1698 el rey de Portugal rompió su amistad con el rey de Francia y mandó expulsar a los capuchinos franceses de Brasil.

En 1705 llegan los capuchinos italianos, que retomaron las mismas aldeas y prosiguieron el trabajo de sus hermanos franceses. Pero tampoco ahora iba a faltar la persecución. En 1758 las aldeas perdieron sus derechos especiales y fueron transformadas en villas y poblados sujetos a la autoridad de los funcionarios del gobierno colonial.

Las misiones fueron acusadas de estarse haciendo demasiado ricas, porque se negaban a pagar los impuestos al rey. En realidad los misioneros habían creado en las misiones un sistema de sostenimiento independiente, que desagradaba a los colonos, pues estos deseaban explotar el trabajo de los indígenas y la riqueza de la tierra.

Otra acusación que se hacía a los misioneros era que ellos y los indios de sus aldeas no obedecían la autoridad del gobierno, ni tampoco al obispo ni a los sacerdotes seculares. Decían también que los misioneros entrenaban a los indios para la guerra contra los blancos y que los indios estaban muy unidos a los misioneros, siendo así un peligro para los blancos. La verdad era que los colonizadores no podían soportar el ver, en medio de su colonia, regiones enteras que ellos no conseguían dominar, sujetar y explotar. Los misioneros acabaron siendo expulsados, o tuvieron que retirarse porque, por orden del Marqués de Pombal, las aldeas deberían convertirse en parroquias y los misioneros capuchinos no podrían ser párrocos.

 

 

 

33.‑ CAMBIAN LOS PODEROSOS, PERO NO CAMBIA LA OPRESIÓN

 

Ya sabemos que no eran sólo portugueses quienes andaban conquistando tierras aquí por América del Sur. También los españoles habían establecido sus colonias a este lado del Océano Atlántico. Ya habían ocupado Méjico y habían avanzado hacia el sur, por América Central hacia América del Sur, por el oeste, en la vertiente de otro océano, el océano Pacífico. Desde allá habían entrado también hacia el interior, hasta llegar casi a las fronteras de las tierras ocupadas por los portugueses, principalmente al sur de Brasil.

Según aquel tratado hecho entre los reyes de Portugal y España, las tierras que hoy forman los estados de Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul pertenecían a España.

También en las colonias españolas, el lucro de los colonizadores destruía y esclavizaba a los pueblos indígenas. También en los dominios del Rey de España reinaba el Patronato regio sobre la Iglesia, y los misioneros encontraban los mismos problemas para evangelizar a los indios. Todo ocurría de forma muy semejante.

En 1580 el rey de España pasó a ser también rey de Portugal, porque el rey portugués, Don Sebastián, había muerto en una batalla, sin dejar hijos. Felipe II de España era su primo y heredero de su corona. Esta situación duró hasta 1640, cuando los portugueses consiguieron colocar otra vez un rey portugués en su trono.

La situación de las colonias de España y Portugal era tan semejante que ese cambio no repercutió en los pueblos indígenas, perseguidos y esclavizados. Que el rey viviese en Lisboa o en Madrid, que el rey hablase portugués o español... la dominación y la explotación de las tierras de los indios y la violencia de los colonizadores era la misma.

Ocurre que, por otra parte, esa unión de los dos reinos bajo la corona del mismo rey, hizo que el tratado entre las dos naciones quedara olvidado por algún tiempo. Los colonizadores portugueses y mamelucos comenzaron a avanzar más hacia el interior, entrando incluso en tierras que pertenecían a España, sin que el rey tomara serias medidas contra ellos. A fin de cuentas avanzaban para buscar oro y cazar indios, y eso interesaba también a los colonizadores españoles. En el fondo, los colonizadores blancos, fuesen portugueses o españoles, tenían los mismos intereses: dominar a los indios, arrebatar sus tierras, prenderlos en cautiverio.

 

 

 

34‑ LAS MISIONES DE PARAGUAY

 

También en las colonias españolas estaban los misioneros jesuitas. También allí los jesuitas, que deseaban evangelizar a los indios, descubrían que no era posible hacer comunidades indígenas cristianas con la amenaza de la esclavitud. Afrontaban, dentro del sistema español, los mismos problemas y persecuciones que los jesuitas portugueses de Brasil.

De sufrimientos semejantes nacieron también acciones semejantes. Los jesuitas españoles reunían a los indígenas en nuevas aldeas, lejos de los españoles. La misión de los jesuitas españoles se realizó principalmente con los indígenas de la nación guaraní, que habitaban toda la parte sur de nuestro continente, donde hoy se encuentra el sur de Brasil, Argentina y Paraguay. En aquel tiempo, toda esa región era llamada Paraguay.

Fue justamente en el tiempo de la unión entre los reinos de Portugal y España cuando los jesuitas comenzaron sus misiones en Paraguay.

La nación guaraní era numerosa y estaba esparcida por casi la mitad de América del Sur. Los documentos antiguos dicen que había varios millones de guaraníes en el momento de la llegada de los colonizadores.

También ellos fueron considerados por los españoles como salvajes, ignorantes e hijos del demonio. Ello, como ya sabemos, servía para tranquilizar la conciencia de los colonizadores ante la crueldad que estaban cometiendo contra los indígenas.

Sólo en la región de Paraguay, había un millón de guaraníes, pero, en 1797 sólo quedaban ocho mil doscientos, no contando a los que habían quedado protegidos en las misiones de los jesuitas.

Creían en un solo Dios, pero no tenían costumbre de rendirle culto. No tenían propiamente sacerdotes, sino más bien consejeros y curanderos.

Vivían en grupos. Cada uno con su cacique. No tenían morada fija. Cambiaban frecuentemente de tierras, buscando mejor caza y mejor pesca, y plantando nuevos cultivos.

Los jesuitas comenzaron haciendo misiones ambulantes. Pero pronto vieron que no podrían cristianizar a los guaraníes sin reunirlos y hacerlos permanecer en un mismo lugar. Cambiando siempre de lugar, los misioneros no conseguían contactar con una tribu un tiempo suficiente para evangelizarla. Trataron entonces de atraer a los indios para que se quedaran en las aldeas misioneras, llamadas "reducciones".

Pero viendo que los colonos estaban llevando a los indios a la esclavitud, decidieron hacer sus aldeas lejos de los blancos. En las ciudades españolas de Paraguay había conflictos entre los misioneros y los colonizadores a causa de la esclavización de los guaraníes. Muchas veces, los jesuitas fueron expulsados de la ciudad, o se les prohibía la entrada, porque censuraban a los dueños de esclavos.

Los guaraníes, por su parte, también luchaban y resistían a los cazadores de esclavos. Había muchas tierras en las que los españoles no conseguían entrar, pues perdían las batallas contra los valientes guaraníes. Así aconteció en la región de Guaíra, hoy estado de Paraná, donde vivían cerca de 150.000 guaraníes libres, que los españoles no consiguieron dominar.

Después de mucha lucha, los guaraníes consiguieron una orden del rey que garantizaba la libertad para los guaraníes y el derecho de los jesuitas de ir a fundar reducciones a la región de Guaíra. Pero, como siempre, las órdenes iban a quedar sólo en el papel, si hubieran dependido de la voluntad de los colonizadores blancos. Sólo la protección y el trabajo de los misioneros podrían garantizar un poco de paz para los guaraníes. Si no hubiera sido por eso, hubieran tenido que continuar defendiéndose de los españoles en una guerra en la que muchos de ellos perdían la vida.

Los colonos hicieron todo lo posible para impedir la fundación de las reducciones, pero tuvieron que aceptarlas ante la perseverancia de los jesuitas y las órdenes del rey.

Ocurre que el establecimiento de esas reducciones también interesaba al gobierno colonial español. El gobierno deseaba y esperaba que las misiones españolas sirviesen como guardianes de las fronteras contra sus vecinos portugueses, garantizando las tierras para España.

Los misioneros consiguieron del rey la promesa de que no sería permitida la esclavitud de los indígenas de las misiones y de las tierras de Guaíra. Consiguieron también una orden por la que serían sólo ellos, los jesuitas, los responsables de la organización y del gobierno de las reducciones. A cualquier otro blanco, incluso al obispo o al gobernador de la colonia, les estaba prohibida la entrada en el territorio de las misiones sin orden expresa del rey.

En 1610 fue fundada la primera reducción, próxima al río Iguaçú, en lo que hoy es Paraná. Prometiendo a los indios protección contra los colonos españoles, los misioneros consiguieron atraer a muchos de ellos, que aceptaron dejar la vida ambulante por las selvas y se vinieron a vivir a las aldeas.

Muchos otros indios vieron que, realmente, aquellos que estaban en las reducciones tenían más seguridad que los que todavía vivían en las selvas y los campos. En seguida, la población de la primera reducción creció demasiado. Uno de los caciques guaraníes, llamado Atycaya, sugirió que se repartiese la población y se fundase otra aldea a legua y media de distancia. Rápidamente fueron fundadas otras reducciones. El trabajo había sido iniciado por sólo dos misioneros, que enseguida necesitaban de otros, pues crecía mucho el número de indios de la aldea

Jamás utilizaron los jesuitas la ayuda de soldados o de cualquier otro blanco para forzar a los indios a venir a las reducciones. Venían libremente, en busca de seguridad, amenazados por los cazadores de esclavos.

Crecían las aldeas, con la iglesia construida en el centro de una gran plaza, calles de casas para las familias guaraníes, escuelas y talleres. En poco tiempo, las reducciones ya parecían verdaderas ciudades, rodeadas de campos cultivados y grandes haciendas de ganado, perteneciente todo ello a la comunidad.

Los misioneros se dedicaban a organizar la vida material de los guaraníes, y también a la evangelización. Así, daban testimonio del Evangelio, por la acción y por la palabra. Cuidaban de las almas y de los cuerpos.

Más tarde. en las márgenes del río Paraná, otros jesuitas comenzaron nuevas reducciones que también se desarrollaron mucho.

Había problemas con los colonos blancos de Paraguay, que intentaban apresar y esclavizar a los indios que encontraban trabajando solos en los campos, fuera de las aldeas de la reducción. Pero, generalmente, las reducciones se desarrollaban, florecían, comenzaban a dar frutos y la experiencia parecía todo un éxito.

En 1630 ya había 24 reducciones en Guaíra, que contaban casi cien mil moradores, todos guaraníes, y con unos pocos misioneros. Más al sur, en la Sierra del Tape, otras doce reducciones, y otras cuatro en el valle del río Paraná.

 

 

 

35.‑ LA CODICIA DE LOS PAULISTAS CONTRA LA COMUNIDAD DE LOS GUARANÍES

"Les aseguro que cuando hicieron eso al más humilde de mis hermanos, de hecho fue a mí a quien lo hicieron" (Mt 25, 40).

 

Los misioneros habían procurado hacer las reducciones lo más lejos posible, para escapar al peligro de los colonos españoles. Pero, sin saberlo, se habían colocado al alcance de nuevos enemigos: los bandeirantes paulistas, de la parte de Brasil. [En  el portugués actual, «paulista» hace referencia al Estado de São Paulo, mientras que «paulistano» hace referencia a la ciudad de São Paulo].

La Vila de São Paulo de Piratininga, que hoy es la gran ciudad de São Paulo, estaba habitada en su mayor parte por mamelucos muy comprometidos con la empresa colonial. Las tierras de la Capitanía de São Vicente, donde queda São Paulo, no eran tan buenas para la caña de azúcar y, aparte de eso, el azúcar producido en sus ingenios era más difícil de exportar para Europa, pues quedaba bastante más lejos, al sur, haciéndose más caro el transporte. Los vicentinos y paulistas no podían enriquecerse con el azúcar tanto como los colonos del nordeste de Brasil. Por eso mismo tenían dificultades para comprar esclavos africanos, que allí eran más caros, y seguían dependiendo mucho más de los esclavos indígenas.

La forma que encontraron los paulistas para conseguir más lucro fue buscar minas de oro y piedras preciosas y, sobre todo, "cazar" indios y hacerlos esclavos.

Descendiendo con sus canoas por el río Tietê, o por el Paranapanema, que desembocan en el río Paraná, llegaban fácilmente hasta las reducciones de Guaíra y otras reducciones del Paraguay. Y allí encontraban a los guaraníes reunidos en las misiones, blanco fácil para sus ataques.

Ya desde 1618 comenzaron los ataques de los paulistas a las reducciones de los guaraníes. Primero con pequeñas expediciones que mataban o se llevaban presos a muchos indios. A partir de 1628 empezaron a llegar con verdaderos ejércitos de millares de hombres arrasando las aldeas, masacrando ancianos y niños que no podían aguantar el viaje de vuelta por la selva, y llevando cautivos centenares de hombres y mujeres guaraníes.

Los misioneros no se desanimaban. Volvían a comenzar partiendo de cero. Y los mamelucos paulistas volvían y continuaban su destrucción.

Los indios no podían defenderse, pues no tenían permiso para poseer armas de fuego, y sus flechas poco podían contra la pólvora y el plomo de los bandeirantes.

Quince mil guaraníes llegaron a ser llevados de una vez como esclavos a São Paulo, aparte de millares de muertos. Las reducciones de Guaíra estaban destruidas.

Dos de los jesuitas, desesperados, siguieron a los bandeirantes y guaraníes presos y consiguieron llegar hasta São Paulo, muertos de hambre y de cansancio. Allá fueron también apresados, pero acabaron siendo puestos en libertad gracias a la intervención de los jesuitas de São Paulo. Consiguieron después llegar a Rio y enviar al Papa su protesta por la masacre realizada por los mamelucos contra los cristianos guaraníes y contra todas las órdenes del rey y de la Iglesia.

Ante las reclamaciones de los misioneros, las autoridades les daban siempre la razón. Reconocían que aquello era un abuso, pero todo quedaba en palabras. No tomaban ninguna medida contra los paulistas. Los quince mil guaraníes ya habían sido vendidos en diferentes puertos a muchos dueños de esclavos, y era imposible recuperarlos y liberarlos. Los jesuitas consiguieron encontrar apenas a doce de ellos en Río de Janeiro y llevarlos de vuelta a Guaíra.

En realidad, las autoridades coloniales incluso favorecían a los paulistas, pues los explotadores blancos no podían tolerar la existencia de un territorio que escapaba a su dominio, poblado por millares de indios libres. Los colonizadores querían tierras y esclavos.

Los ataques y masacres se reproducían cada vez que los misioneros y los guaraníes intentaban reconstruir sus aldeas. Algunas veces, pequeños ejércitos de guaraníes, armados de lanzas y flechas de madera, conseguían resistir y detener el avance de los mamelucos, pero éstos insistían una y otra vez, cada vez más numerosos y mejor armados.

Finalmente los jesuitas consiguieron un decreto del Papa que declaraba excomulgados a todos los cristianos que atacasen las misiones o que esclavizasen a los indios de las reducciones. Esto provocó el rechazo de los paulistas, que acabaron expulsando de la Capitanía de São Vicente a todos los jesuitas, que sólo pudieron volver trece años después. También en Rio de Janeiro asaltaron el colegio y la iglesia de los jesuitas, queriendo expulsarlos. Sólo se calmó la situación cuando las autoridades prometieron a los colonos que tratarían de buscar ante el Papa un arreglo a la situación.

Ni decretos del Papa ni órdenes del rey: nada resultaba efectivo contra la codicia de los paulistas. Las destrucciones continuaban. La única forma que los misioneros encontraron para salvar a los guaraníes que todavía quedaban fue la de trasladarse todos hacia el sur, siguiendo el río Paraná, alejándose de los paulistas. Y, así, hicieron un verdadero éxodo: todo un pueblo que abandonaba sus tierras cultivadas y todo lo que ya había construido para salvar sus vidas y su libertad, en busca de una tierra de paz.

En 1631 se trasladaron dos mil quinientas familias, viajando a pie o en canoa, perseguidos por los mamelucos. Consiguieron salvarse de los paulistas y llegar a una nueva tierra segura pasando al otro lado de las grandes cataratas de Foz do Iguaçú.

Pero, después de algún tiempo, también allí llegaron los mamelucos. Nuevos ataques, nuevas muertes y prisiones. La única solución era huir de nuevo, irse todavía más al sur. Y así lo hicieron, llegando a la región de Entrerríos, en Argentina, y a Rio Grande do Sul, después de meses de cansancio, hambre y enfermedades.

Al final, de los cien mil guaraníes que había en las reducciones de Guaíra, sólo quedaban doce mil. Pero otras nuevas tribus se juntaron a los guaraníes cristianos. Llegaron a juntarse en la nueva tierra más de cincuenta mil personas dispuestas a comenzar todo de nuevo.

Finalmente, en el año 1639, los jesuitas consiguieron del rey licencia para que los guaraníes se armasen también con armas de fuego. Ahora cambiaba la situación.

Los mamelucos no desistieron: persiguieron a los guaraníes en sus nuevas tierras. Pero esta vez se encontraron con un ejército guaraní bien armado y entrenado que venció a los invasores, en 1641. Desde entonces, los bandeirantes se vieron obligados a dejar en paz a los guaraníes.

Esta paz duró unos cien años, permitiendo un extraordinario desarrollo de las reducciones guaraníes, situadas muchas de ellas en el actual Estado de Rio Grande do Sul. En ese período, sólo las epidemias, siempre mortales para los indígenas, o las crisis de hambre por causas naturales atacaron a las reducciones, que no dejaron de desarrollarse.

 

 

 

36.‑ LA FRATERNIDAD REALIZADA EN LAS COMUNIDADES GUARANÍES

 

Cuando fundaban una nueva reducción, los jesuitas del Paraguay trataban de organizar enseguida la vida de la comunidad de modo que los indígenas que habían venido pudiesen vivir lo mejor posible.

Mientras se iba organizando la vida material, los misioneros iniciaban la evangelización de los moradores de la misión. La evangelización se realizaba poco a poco. Los misioneros sabían que la mayoría de los indios habían venido a la reducción no por el deseo de conocer la fe cristiana, sino en busca de protección contra los españoles esclavistas. Aunque no dejaban de tratar de llevar a los indios a la conversión, los jesuitas no lo hacían por la fuerza física.

Sólo uno o dos misioneros se encargaban de iniciar cada nueva reducción, y a veces más de una al mismo tiempo, sin ayuda de ningún otro blanco, y mucho menos de ningún soldado. No podrían forzar a los indios a base de violencia. Era por la fuerza de la predicación, del ejemplo y de la caridad como los jesuitas conquistaban la confianza, la colaboración y la conversión de los guaraníes. Al poco tiempo, todos iban aceptando la fe cristiana. Aquellos que todavía no se habían convertido tenían derecho a vivir en la reducción y a beneficiarse de ella, pero los ya convertidos tenían privilegios y mejores condiciones; también eso influía para que los indios aceptaran ser cristianos.

Muy pronto los misioneros consiguieron crear con los guaraníes una nueva sociedad, un verdadero mundo nuevo, que en nada se parecía al mundo colonial de los españoles.

Los jesuitas tomaron como modelo la comunidad de los primeros cristianos, tal como está descrita en los Hechos de los Apóstoles: los primeros cristianos ponían todo en común, repartían lo que poseían conforme a las necesidades de cada uno y no había necesitados entre ellos. Siguiendo ese modelo, los misioneros querían construir con los nuevos cristianos guaraníes una sociedad en la que todos fueran hermanos e iguales en la realidad, en el modo de organizar la vida, la producción y la distribución de las riquezas, y no sólo en las palabras.

Los guaraníes y los misioneros consiguieron organizar su vida de una forma tan extraordinaria que llenaba de admiración a todas las personas de buena voluntad que los visitaban. A los que no gustaba todo aquello era a los codiciosos colonizadores españoles y portugueses.

 

 

 

37.‑ NO HABÍA NECESITADOS ENTRE ELLOS

 

En las reducciones, como ya era costumbre de los indígenas, no había propiedad privada de ninguno de los medios de producción, es decir de las cosas necesarias para producir los bienes necesarios para vivir. Tierras, ganado, plantaciones, talleres y herramientas, todo pertenecía por igual a toda la comunidad.

Cada familia recibía de la comunidad una casa para toda su vida, sin que tuviera que comprarla ni pagar nada por ella, pero no podía dejarla en herencia para los hijos. Por otra parte, la herencia tampoco era necesaria, porque cada joven que se casaba recibía igualmente una casa para toda su vida.

Toda la producción de las plantaciones y de los talleres era entregada en el almacén de la comunidad. Los encargados de los almacenes, todos guaraníes, anotaban todo lo que entraba y cuál había sido la producción de cada persona. Semanalmente, los encargados de los almacenes entregaban a los jefes de sector lo necesario para las familias de su sector. Los jefes entonces lo distribuían según el número de personas de cada casa.

Conforme aprendían a trabajar y aumentaban la producción, aumentaba la abundancia en la mesa de todos los guaraníes, por igual.

Cuando un padre de familia deseaba otras cosas producidas por la comunidad, aparte de lo repartido, podía obtenerlas en el almacén comunitario, según el valor de lo que él había producido con su trabajo. Todo estaba contado y anotado, de forma que los avariciosos no podían aprovecharse ni vivir a costa de los demás.

El valor de los productos venía dado por el tiempo de trabajo necesario para producirlos.

Los niños, los ancianos y los enfermos recibían también de la comunidad todo lo necesario para vivir. Había casas especiales para las viudas y hospitales para los enfermos. Las muchachas tomaban a su cargo a los niños que aún no iban a la escuela, para que las madres quedasen libres para los servicios de la casa.

En las reducciones no circulaba el dinero, que no era necesario. Tampoco había comerciantes. Toda la producción pertenecía a todos y era distribuida conforme a las necesidades de cada uno.

Todos debían trabajar en la producción o en servicios necesarios para la vida de la reducción. Incluso los niños, fuera del horario de escuela, debían colaborar en el trabajo. Las mujeres cuidaban de la casa y también de hilar y tejer el algodón y la lana, haciendo tejidos para vestir a la población . Trabajaban en casa.

Todos los demás tipos de trabajo, en los campos o en los talleres, eran realizados en grupos, bajo la dirección de un jefe también guaraní, elegido por los compañeros. El jefe no estaba dispensado de trabajar en la producción.

Como todos trabajaban y ninguno vivía a costa de los otros, bastaban seis horas de trabajo por día para que la comunidad produjese todo lo que necesitaba para vivir e incluso para vender a los españoles. Sólo en los tiempos de siembra o de recolección aumentaba el trabajo hasta ocho horas por jornada. En todo el resto del mundo, los pobres esclavos y trabajadores eran obligados a trabajar más de doce horas por día, sin descanso, y sin ninguna ley laboral.

La parte de la producción que no era necesaria para el pueblo de la reducción era vendida fuera de la misma, por dinero.

El dinero era necesario sólo para pagar los impuestos debidos al rey, o para comprar las cosas que la reducción no podía producir por sí sola, sobre todo el hierro para fundir y fabricar herramientas y otros objetos. Eran también los propios guaraníes, escogidos por la comunidad, los que iban, en ciertas épocas del año, a las ciudades coloniales para hacer ese comercio en nombre de toda la población de las reducciones, sin obtener con ello ninguna ventaja individual.

Algunas reducciones llegaron a tener más de veinte mil habitantes, pero cuando la población crecía demasiado, una parte de la misma salía a fundar una nueva aldea.

Con este sistema las reducciones progresaban muy rápidamente. Su producción crecía, y enseguida había más abundancia en las reducciones que en los territorios dominados por los colonizadores. Es evidente que esto causaba envidia, desprecio, problemas.

 

 

 

38.‑ LA LIBERTAD DE LAS REDUCCIONES TENÍA ENEMIGOS

 

Los colonizadores, enemigos de las misiones, estaban furiosos porque no podían explotar y sacar provecho de las tierras de las reducciones y del trabajo de los guaraníes. Sólo los propios indígenas se beneficiaban de su trabajo.

Los blancos comenzaron entonces a acusar a los misioneros de que estaban esclavizando a los indios para enriquecerse a costa de ellos. Pero era una acusación calumniosa. ¿Cómo un puñado de misioneros sin armas, sin soldados, iban a poder dominar y explotar a una multitud de indios, que llegaron a ser más de trescientos mil en los tiempos de mayor prosperidad de las reducciones? Si los indios aceptaban vivir en las reducciones, era porque veían que el sistema de vida de allí les beneficiaba, aunque fuese verdad que los misioneros mantenían una disciplina bien rígida, hasta con castigos físicos.

Aun así, para librarse de la acusación de ser comunistas, los misioneros intentaron transformar la tierra en propiedades particulares, dando un lote para cada familia. Pero los guaraníes no quisieron aceptar este cambio de ningún modo. Veían que podían vivir mucho mejor teniendo todo en comunidad, pues así no había enemistades, disputas de propiedad, y quedaba garantizado el sustento de todos por igual. La tierra comunitaria era llamada "Tupamba": "tierra de Dios".

En los talleres, que también eran comunitarios, llegaron a producir con perfección todos los objetos que eran conocidos en aquel tiempo: muebles, instrumentos musicales, herramientas, barcos, objetos de cuero y hasta relojes. Eran excelentes artistas, en la música, en la pintura, escultura, teatro y danza. Sus ciudades eran mucho más bonitas, aseadas y confortables que las ciudades de los colonizadores, sus campos y ganados mucho mejor tratados, y sus iglesias mucho mayores, más bellas y mejor cuidadas que las iglesias de los cristianos blancos.

 

 

 

39.‑ EL EVANGELIO VIVIDO EN LAS REDUCCIONES DE PARAGUAY

 

Los documentos y cartas de los visitantes también hablan con admiración de la gran fe y devoción que veían entre los guaraníes cristianos. De hecho, la organización de la vida en las misiones, donde todos vivían realmente como hermanos, facilitaba mucho más la comprensión del Evangelio de Jesús, que se basa en la fraternidad y en el amor. Allí los indígenas podían comprender la verdad del Evangelio, cosa que no ocurría con los indios esclavizados.

Por la mañana, todos los niños iban al catecismo. Todos asistían a las oraciones de la mañana, en la plaza frente a la iglesia, y a la oración del rosario, al atardecer. La misa era obligatoria sólo los domingos y días festivos para los guaraníes ya convertidos y bautizados, pero muchos iban a misa todos los días. Está claro, por otra parte, que los más piadosos eran mejor mirados por los misioneros y recibían algún privilegio.

No se iniciaba el trabajo hasta las nueve de la mañana, y terminaba a las cuatro o cinco de la tarde, de modo que todos tenían bastante tiempo para dedicarse a la oración y a la diversión y convivencia con la familia y con los compañeros.

Las fiestas religiosas eran muy frecuentes, y hasta en las misas se rezaba siempre con mucha música, cantos y danzas, muy al gusto de los indígenas. A esas fiestas eran invitadas las reducciones vecinas.

Los propios guaraníes se dedicaban al apostolado entre los paganos. Salían en expediciones por las selvas, en busca de los hermanos todavía desconocedores del Evangelio, para predicar la Palabra de Dios e invitarlos a venir a las reducciones. Incluso donde faltaban los misioneros, esos apóstoles guaraníes conseguían convertir a otros. Muchos de ellos perdieron la vida como mártires al servicio del Evangelio.

Los grupos de trabajadores, cuando salían para los campos, por la mañana, y cuando volvían, por la tarde, iban en procesión, cantando y llevando la imagen de san Isidro, patrono de los agricultores.

Muchos visitantes consideraban ejemplar la vida cristiana de los convertidos guaraníes.

A pesar de todo, nunca se permitió que un indígena de las reducciones fuese ordenado sacerdote. Podemos ver que los propios jesuitas, a pesar de su amor por los guaraníes, todavía llevaban mucho de aquella mentalidad de los blancos europeos: pensaban que los indios eran inferiores en muchas cosas e incapaces de ser buenos sacerdotes. Pensaban que no tenían suficiente inteligencia, y que no serían capaces de guardar la castidad. Pero los hechos probaron que los guaraníes tenían una cabeza y un alma tan buena como las de los blancos, y fue sólo un prejuicio de los blancos lo que impidió su crecimiento y desarrollo.

 

 

 

40.- UNA REPÚBLICA LIBRE Y PERSEGUIDA

 

El conjunto de las reducciones guaraníes formaba una verdadera república, una nación libre e independiente en la práctica, aunque en el papel fuesen considerados súbditos del rey de España

Los misioneros aceptaban un acuerdo con el rey de España para poder garantizar la libertad de las reducciones.

Por ese acuerdo, los guaraníes deberían servir al rey, pagando impuestos. Pero los misioneros y los indígenas se las arreglaban para no pagar los tales impuestos. Los indios sabían bien que nada debían al rey, pues ellos eran los verdaderos dueños de la tierra, y los blancos eran los invasores. Tenían claro que no eran deudores de los españoles. Al contrario, eran los españoles los que eran deudores de los guaraníes.

Se comprometían también a prestar ayuda militar al rey cuando fuesen convocados, pero evitaban entrar en guerra, a no ser cuando estaba amenazada la seguridad de las reducciones. Así, las milicias guaraníes combatieron al lado de las tropas del rey español, contra los portugueses en la colonia de Sacramento, y contra una rebelión de los moradores de la ciudad colonial de Asunción, en Paraguay.

Todos los hombres de las reducciones recibían entrenamiento militar y se hacían óptimos soldados. No había ejército profesional. Todos continuaban trabajando en la producción.

Tenían bien armado su ejército. Llegaron a fabricar sus propias armas de fuego, incluso cañones, y contaban con batallones de arqueros y lanceros, y centenares de carros de combate. Necesitaban estar siempre alertas para defender su libertad. Las fronteras estaban guardadas por hombres armados. Ningún blanco entraba en el territorio sin permiso.

Cada reducción estaba gobernada por un Corregidor guaraní y un Consejo, todos elegidos por el pueblo, para un período de un año. Todos los demás cargos de la administración y de la dirección de los servicios públicos también eran designados por elección y renovados de tiempo en tiempo.

Los gobernantes no disfrutaban ningún privilegio que no tuvieran los simples moradores. Debían continuar trabajando en la producción y recibían lo mismo que los demás en el reparto. No había una clase privilegiada de políticos y poderosos.

Las reducciones tenían sus propias leyes y reglamentaciones. Aquel que faltase a alguna ley era juzgado por el consejo, y castigado. No había pena de muerte, que era común en todos los demás países del mundo. El castigo era simplemente una prisión o en los casos más graves, los azotes, pero en número limitado y moderado.

El Corregidor y el Consejo, con el sacerdote de la reducción, eran los que tomaban juntos las decisiones que influían en la vida general del pueblo.

 

 

 

41.- EL LUCRO ACABA POR DESTRUIR LA OBRA DEL EVANGELIO

 

Ocurre por otra parte que ninguna decisión ni elección hecha por el pueblo podía ser puesta en práctica sin la aprobación de los sacerdotes. También el gobierno del conjunto de las reducciones quedaba en manos del Superior Jesuita y nunca fue confiado directamente a los guaraníes, ni se celebraba asamblea de los Corregidores.

Éste parece haber sido el principal error de los misioneros: haber sido demasiado paternalistas con los guaraníes. Nunca llegaron a confiar enteramente en su capacidad para gobernarse ellos mismos, para asumir completamente toda la responsabilidad de su república. Los misioneros consideraban siempre a los guaraníes como si fueran niños grandes que necesitaban que los misioneros estuvieran siempre cuidando de ellos. Veremos que este hecho, más tarde, fue una de las causas de la destrucción de la República Guaraní del Paraguay.

Ante esta descripción de la vida de la República Guaraní, podemos fácilmente imaginar el odio que despertaba en los colonizadores blancos. Aquella sociedad de indios donde reinaba la fraternidad y la igualdad, la abundancia y la riqueza comunitaria, y sobre todo la libertad y la posesión de tierras extensas y fértiles, atizaba la codicia del sistema colonial en el resto de América. Crecía la codicia de los colonizadores. Buscaban un modo de acabar con todo aquello.

Finalmente, llegó el día de la desgracia definitiva para los guaraníes. En 1750, Portugal y España ya eran de nuevo, hacía mucho tiempo, dos reinos separados. Los portugueses poseían la Colonia de Sacramento, en las márgenes del Río de la Plata. Los españoles querían para sí la Colonia de Sacramento. Los portugueses, por su parte, deseaban la posesión de las tierras que quedaban en la margen derecha del río Uruguay, hoy Estado de Rio Grande do Sul.

Los dos reyes hicieron entonces un nuevo trato, llamado Tratado de Límites, por el que hacían un cambio: Portugal cedía a España la Colonia de Sacramento, y España entregaba las tierras de Rio Grande do Sul, donde existían siete reducciones de guaraníes, de las más pobladas y ricas.

Los misioneros y los indios recibieron la orden de abandonar sus ciudades y tierras y llevarse sólo sus bienes muebles y el ganado, y trasladarse a la parte española, del otro lado del río Uruguay.

Al principio, todos los jesuitas de las misiones intentaron convencer a los indios de que obedecieran al rey. Pero los guaraníes, conscientes de sus derechos a la tierra y a las riquezas que habían construido con su trabajo, y no iban a entregarlo por un tratado que el rey había hecho sin siquiera consultarles. Para los guaraníes, por derecho, el rey no podía tomar ninguna decisión sobre ellos y sobre sus tierras.

Dirigidos por el Corregidor de la reducción de São Luis, Miguel Javat, los guaraníes se armaron e iniciaron la resistencia a las tropas españolas y portuguesas que venían a hacer cumplir el tratado. Luego fueron seguidos por los guaraníes de la reducción de São Miguel, dirigidos por el Corregidor Sepé Tiarajú. Ante el comandante español, Sepé Tiarajú declaró: "la tierra que queréis tomar sólo pertenece a Dios y a São Miguel. Y yo sólo obedezco las órdenes del Padre Superior y del párroco".

Los colonizadores pasaron entonces a acusar a los jesuitas de estar incitando a los guaraníes a la desobediencia. En realidad, lo que ocurrió fue muy diferente. Muchos jesuitas continuaban esforzándose para convencer a los indios a que se sometieran. Pero la resistencia libre y decidida de los indígenas fue lo que hizo que algunos misioneros, no todos, decidiesen no abandonarlos, quedarse con ellos, y ayudarlos en la lucha de defensa contra los invasores, como por ejemplo los padres Lorenzo Balda, Adolfo Skall, Tadeo Hennis y Miguel Sotto.

Las demás reducciones del territorio amenazado también se organizaron para defender sus tierras. Sepé Tiarajú dirigía toda la lucha con un coraje enorme. Tenía la certeza de que la lucha para la defensa de la libertad de su pueblo era la voluntad de Dios. Sepé murió en una de las batallas, y el pueblo de esa región guardó su memoria como la de un santo que murió como un mártir. Existe incluso, en Rio Grande do Sul, una ciudad que se llama São Sepé. Nicolau Languiru, Corregidor de la reducción de Concepción, sustituyó a Sepé, continuando la lucha.

La guerra de los guaraníes duró cuatro años, de 1752 a 1756, y, por fin, las tropas portuguesas y españolas, juntas, muy numerosas, consiguieron vencer. Los supervivientes huyeron a la otra margen del río, dejando destruidas y abandonadas las siete ciudades de sus reducciones.

Pero la victoria de los colonizadores sólo fue posible porque participaron en la lucha sólo las reducciones de la margen izquierda del Uruguay, las que se veían afectadas por el tratado. Como no había un gobierno general de los guaraníes gestionado por ellos mismos, no tuvieron medios para organizar ellos mismos la defensa de su propia república, con la participación de los ejércitos de todas las reducciones. De no haber sido así, las tropas de los blancos tal vez no hubieran podido vencer a todos los guaraníes, y la república se hubiera mantenido libre. Pero en cada reducción los guaraníes continuaban dependiendo de las órdenes del misionero que la dirigía, y los misioneros no tuvieron el coraje de permitir la participación de las otras reducciones en una guerra general de resistencia y defensa de la República contra los colonizadores.

Después de estos hechos, el destino de las reducciones ya estaba trazado. Todos los jesuitas fueron acusados como traidores a España, a causa de aquellos que se pusieron del lado de los guaraníes de la resistencia. Muchos de los jesuitas no eran españoles, sino franceses, alemanes, y de otras naciones europeas. La persecución, el odio contra ellos continuaba y aumentaba mientras seguían trabajando en las reducciones de la parte española.

En 1767, el rey de España, Carlos III, firmó un decreto expulsando a los jesuitas de España y de sus colonias. Los jesuitas del Paraguay, tanto los de los colegios como los de las reducciones, fueron apresados, maltratados, durante meses y hasta durante años. Ningún habitante de la colonia podía ni siquiera hablar con un jesuita preso, bajo pena de muerte. Finalmente fueron enviados a España.

Entonces las reducciones fueron entregadas a la administración de los funcionarios coloniales, las fronteras fueron abiertas a los comerciantes, al dinero, al lucro de los blancos, al alcohol y a la explotación. Los guaraníes perdieron sus tierras, y acabaron convertidos en miserables trabajadores, casi esclavos, explotados por el poder colonial.

Las nuevas leyes dictadas por el rey decían que ahora los guaraníes eran ciudadanos de España, con todos los derechos de los españoles, pudiendo incluso ser elegidos para el gobierno, en la colonia o en España. Pero, como sucede muchas veces, la ley de los poderosos era apenas un papel...

En pocos años, no quedaron sino ruina y pueblos oprimidos, donde antes había vivido una feliz y floreciente sociedad de hermanos libres e iguales. La crueldad y la ambición habían derrotado a la justicia y a la fraternidad.

Así, las tierras del Paraná y de Rio Grande do Sul, ya sabemos, fueron regadas por la sangre de centenares, tal vez millares de guaraníes que perdieron la vida porque creían que la tierra fue dada por Dios para todos los seres humanos, para aquellos que en ella trabajaban, porque creían que Dios quiere que seamos todos iguales y que vivamos como hermanos verdaderos, sin aceptar una sociedad de injusticia y opresión.

 

 

 

42.- LOS CRISTIANOS LLEGAN A MARANHÃO

 

También al norte de nuestro país, donde hoy están situados los Estados de Maranhão, Pará y Amazonas, los misioneros jesuitas intentaron hacer algo parecido a la República de los Guaraníes, contrariando los deseos del poder colonial. De la misma forma, su experiencia fue destruida violentamente.

Durante el tiempo de la colonia portuguesa, toda aquella región del norte era llamada Maranhão, y era una colonia separada y distinta de la llamada colonia de Brasil. La colonia de Maranhão tenía un gobierno general colonial, y la colonia de Brasil tenía otro. Cada una de las dos colonias dependía directamente de Lisboa, de la corona portuguesa, y toda la administración era distinta y separada. Así, cuando ahora hablamos aquí de Maranhão nos referimos a toda la región que va desde el actual estado de Maranhão hasta el actual estado del Amazonas.

La colonia de Maranhão tenía una inmensa población indígena, esparcida por las selvas y organizada en numerosos pueblos diferentes.

La selva amazónica, que cubría casi toda la colonia, era rica en productos de diversos tipos que interesaban mucho a los portugueses para comerciar en Europa. Recoger dichos productos en la selva era un trabajo duro, y exigía conocer la selva. De hecho, sólo los indios eran capaces de hacer ese trabajo. Por eso, también en esta colonia, los portugueses sólo podían enriquecerse esclavizando a los indígenas.

Y fue con el fin de esclavizar a los indios como los colonizadores avanzaron todo lo que pudieron por la región que llamaban Maranhão.

Los portugueses tenían también otro interés en ocupar el Maranhão: garantizar para Portugal la posesión de tierras más extensas, defender sus fronteras contra los avances de los franceses y holandeses que entraban por el norte, y defenderse de los españoles que venían del lado de poniente.

Ya en las primeras incursiones por aquella región los colonizadores portugueses venían acompañados de misioneros, para catequizar y llevar a las aldeas a los indios. En la intención de los colonizadores, como siempre, el papel de los misioneros era "amansar" a los indios para hacer que se aviniesen a trabajar para los portugueses, mediante las aldeas construidas al lado de las poblaciones de los colonos. Pero querían también que se construyesen aldeas en las regiones más apartadas, para que sirvieran de protección de fronteras contra los demás extranjeros.

En esas primeras incursiones participaron principalmente misioneros carmelitas y franciscanos, que se sometieron más o menos a los deseos de los colonizadores. Sólo algunos misioneros aislados rechazaron el servir a los intereses de los explotadores.

El resultado de ese avance de los colonizadores fue semejante a lo que acontecía en el resto de Brasil: matanza y esclavización de los indios. Del mismo modo, los indios morían, fuera por la violencia de las guerras, o fuera por la dureza de la vida de cautividad, o por las epidemias de enfermedades transmitidas por los blancos.

La mayoría de los misioneros, al principio, no captaba el horror que se cometía contra los indios, y cumplía los deseos de los colonizadores. Pensaban que así estaban salvando las almas de los indios, aunque para ello los indios tuviesen que perder la vida. Así era el pensamiento de la mayoría de los cristianos de aquel tiempo: sólo el alma tenía valor; el cuerpo de los hijos de Dios podía ser maltratado, sufrir esclavitud o incluso morir, con tal que fuese bautizado, para que su alma se salvase.

 

43.- NUEVAS ALDEAS. LA LUCHA POR LA LIBERTAD DE LOS INDIOS

"He recibido todo el Poder en el cielo y en la tierra. Vayan a todos los pueblos y háganlos discípulos míos. Bautízenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado". (Mt 28, 19-20).

 

Pero algunos misioneros comenzaron a ver las cosas de diferente modo. El misionero Luis Figueira, jesuita, hizo un viaje por el interior del Maranhão y quedó admirado de la numerosa población indígena que allí habitaba. En 1626, en la ciudad de São Luis do Maranhão, dijo en un sermón que se debía crear una "Iglesia nueva" con los indios de aquella región. Pensaba él en comunidades cristianas de indios libres, y no en la esclavitud que querían los colonos blancos.

Animado con su proyecto misionero, el P. Figueira fue a Portugal, y de allá volvió con otros varios jesuitas, entusiasmados también con la misión. Pero el intento de Figueira, al principio, fracasó, pues en una expedición misionera que hizo en 1643 él mismo y otros dieciséis compañeros murieron a manos de los indios.

En 1653 llegaron otros quince misioneros más, venidos de Portugal y dispuestos a recomenzar la obra del P. Figueira. Con ellos venía el P. Antonio Vieira, que sería el líder de los jesuitas del Maranhão. Siendo amigo del rey de Portugal, Vieira, viendo el modo como los indios eran esclavizados y masacrados por los blancos, consiguió del rey leyes que prohibían la esclavitud indígena y reconocían el derecho de que los misioneros con los indios construyeron las aldeas libremente, sin tener que sujetarse al poder del gobernador de la colonia. De esa forma, sólo los jesuitas tenían el gobierno de sus aldeas misioneras, y las autoridades coloniales no podían interferirse.

Los jesuitas del Maranhão, conociendo la experiencia que se estaba realizando en Paraguay, procuraron organizar las cosas de la misma forma. Estimulaban a los indios a plantar y a trabajar para obtener su sustento, produciendo primero aquello que la comunidad precisaba para vivir, y no las cosas que servían para exportar a Europa, como querían los portugueses. Ello implicaba que los indios debían tener la propiedad de las tierras que ocupaban, no permitiendo la entrada a los colonizadores.

Los misioneros hacían todo lo que podían para impedir los encuentros entre los indios de las aldeas y los colonizadores portugueses, para evitar las malas influencias, la crueldad y las enfermedades de los blancos.

Como era necesario el dinero para ciertas cosas que no se podían producir en la propia misión, los indios también vendían algunos productos en los puertos de los blancos. Para ese comercio los misioneros tenían almacenes en las ciudades de los portugueses y personas encargadas de vender la mercancía.

Los misioneros de las aldeas se preocupaban de preparar a fondo para el bautismo a los indios que ya mostraban haber aceptado la fe cristiana. Y sólo se celebraban matrimonios cuando había certeza de que la familia iba a continuar unida.

Las misiones nuevas comenzaron a crecer y a prosperar, extendiéndose por el Maranhão, hasta bien dentro de la selva amazónica.

 

 

 

44.- PERSECUCIÓN Y EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS

 

La actividad de los misioneros jesuitas no podía sino despertar el odio de los colonos portugueses.

Desde que llegó al Maranhão, el P. Vieira hablaba contra la esclavitud y la explotación de los indios en sus sermones en las iglesias de los portugueses. Vieira consideraba ese el mayor pecado que se cometía en el Maranhão.

Según las leyes que Vieira consiguió del rey, los jesuitas debían controlar todas las entradas que los portugueses hicieran hacia el interior, y no permitirían la esclavización de los indios También deberían ser ellos quienes escogieran dónde se habían de establecer las nuevas aldeas indígenas, y quiénes debían tener toda la autoridad sobre dichas aldeas, sin permitir que los colonos se llevasen de allí indios para hacerles trabajar para ellos.

Incluso cuando los portugueses compraban a alguna tribu prisioneros de guerra que ya estaban condenados a muerte, sólo se podían quedar con esos indios después que los jesuitas hubieran examinado el caso para ver si era cierto o no. Y aún así, según la ley, el permiso que daban los jesuitas era para que el indio fuese esclavo sólo cinco años, debiendo ser liberado al final de ese plazo.

Con todo ello, los colonos blancos no conseguían tener tantos indios esclavos como necesitaban. Crecía el odio de los colonos hacia los jesuitas.

La importación de los esclavos africanos hacia el Maranhão era muy difícil y muy cara. Los portugueses de la colonia decían que estaban quedando en la miseria por falta de esclavos para trabajar, y decían que los jesuitas eran los culpables de su situación.

Los colonos intentaban por todas formas engañar a los misioneros y esclavizar a los indígenas. Pero los jesuitas, al tener la ley de su parte, iban dominando la situación.

Durante algún tiempo los jesuitas consiguieron defender de hecho la libertad de los indios, y las misiones crecían. Pero los colonos blancos no se iban a conformar con la situación. Por fin, en 1661, un grupo de colonizadores decidió reunir a los demás disconformes y expulsar a los jesuitas de la colonia de Maranhão.

En poco tiempo consiguieron revolver a la población blanca de São Luis do Maranhão y de Belém do Pará, prendieron a los jesuitas y los enviaron a Portugal para que fueran juzgados, acompañados por un representante del pueblo de la colonia para la acusación. De dicha expulsión sólo se libraron dos misioneros jesuitas que estaban en viaje de misión, muy lejos, en el río Amazonas.

Al año siguiente, el gobierno de Portugal envió un nuevo gobernador para resolver la cuestión. El nuevo gobernador consiguió que los colonos aceptasen la vuelta de los jesuitas. A cambio de dicha aceptación, el gobernador prometía facilitar el comercio de esclavos africanos en el Maranhão. Habría también otro cambio: el poder de gobernar las misiones, que antes era de los jesuitas, quedaba en suspenso hasta una nueva decisión del rey. Los misioneros ahora sólo podrían ocuparse de la parte espiritual.

El resultado fue que enseguida volvieron a aparecer los abusos y la persecución por parte de los colonos contra los indios. Algunos años más tarde cambió el rey de Portugal, y el nuevo rey dio otra ley que permitía la esclavitud.

El nuevo obispo que llegó al Maranhão escribió al rey protestando también sobre la terrible situación de los indígenas. Salió entonces una nueva ley prohibiendo la esclavitud, en 1680.

Los colonizadores portugueses se rebelaron otra vez. Aparte de la ley contra la esclavitud estaban descontentos porque no había sido cumplida la promesa de que iban a disminuir los impuestos sobre los esclavos africanos en el Maranhão.

Surgió una revuelta capitaneada por un colono llamado Beckmann, conocido como Bequimão. Los revoltosos querían dos cosas: cambiar el sistema de comercio con Portugal, y expulsar a los jesuitas, que eran acusados de defender la libertad de los indios. Los jesuitas fueron nuevamente apresados y expulsados.

Vino un nuevo gobernador, derrotó a los revoltosos e hizo volver a los jesuitas. Pero la lucha entre los colonos, que querían esclavos, y los jesuitas, que querían la libertad de los indios, iba a continuar durante mucho tiempo.

Los blancos acusaban a los misioneros de que querían que los indios trabajasen sólo para ellos. Decían que los misioneros esclavizaban a los indios y se estaban enriqueciendo a su costa. Para probarlo mostraban los almacenes que las misiones tenían en las ciudades, llenos de las mercancías que se vendían a los portugueses.

La verdad es que, como en todo el Brasil, los colonizadores querían esclavos y no podían aceptar que los misioneros defendiesen la libertad y el derecho de los indios a tener su propia tierra.

La oposición entre los colonos y los misioneros jesuitas y algunos franciscanos continuó hasta que en 1759 todos los jesuitas fueron expulsados de Brasil y de Maranhão. También algunos franciscanos fueron expulsados. Otros tuvieron que dejar sus aldeas misioneras, que fueron transformadas en villas-parroquias. Esta expulsión fue llevada a cabo por orden del Marqués de Pombal, que gobernaba Portugal y sus colonias en aquel tiempo, como ministro del rey.

Los jesuitas habían valorado y conservado las lenguas de los indios, escribiendo libros, gramáticas, y haciendo toda la catequesis en la lengua indígena. Aunque los misioneros no hubieran respetado otras costumbres de los indios, la lengua propia les ayudaba a los indios a continuar sintiéndose diferentes de los portugueses, y recordando que ellos eran los primeros moradores y dueños de esta tierra. Pombal prohibió que se continuase usando las lenguas indígenas, y obligó a todos los indios de las aldeas a que hablaran portugués.

Pombal decretó también que los indios ya no necesitaban de ninguna protección especial de los misioneros, y que no serían esclavos, sino ciudadanos iguales a los blancos. Según las leyes de Pombal podrían incluso ser elegidos para los cargos del gobierno colonial.

Pero, en la práctica, sin la protección de los misioneros, y entregados al gobierno de los colonizadores, para los indios no hubo sino esclavitud, muerte, y huida a la selva cuando conseguían escapar. Como siempre, la ley de los poderosos quedó en el papel, y sirvió solamente para engañar conciencias.

Algunas aldeas sobrevivieron, dominadas por los blancos, explotados, y sin ninguna acción verdaderamente misionera y evangelizadora, hasta el año de 1870. En esos lugares el pueblo descendiente de los indios de las misiones continuó practicando a su modo la religión aprendida de los misioneros.

La transformación por ley de la aldea en parroquia ponía el gobierno de la población en las manos de los colonos blancos y la autoridad religiosa en las manos de un sacerdote secular que tenía una mentalidad semejante a la de los colonos.

Una vez más vemos que siempre que los cristianos se colocan al lado de los pobres y oprimidos, contrariando a los poderosos que quieren explotar y enriquecerse, llega enseguida la persecución.

 

Hasta ahora hemos hablado mucho de los misioneros que trataban de defender a los débiles y oprimidos en el tiempo de la colonia. Por desgracia no fue así siempre, ni en todos los lugares de la colonia. Fueron pocos los que supieron ver la injusticia y tuvieron coraje de luchar contra ella. Muchos cristianos eran ciegos ante la realidad, aceptaban la explotación, e incluso sacaban provecho de ella, como traidores al Evangelio.

 

 

 

45.- LA ESCLAVITUD DE LOS AFRICANOS

 

Hasta ahora hemos hablado más de lo que ocurrió con los indios y de los esfuerzos hechos por algunos misioneros para evangelizarlos y para defender su libertad.

Pero ya sabemos que los indios no fueron los únicos esclavos en Brasil. También sabemos por qué los portugueses querían tantos esclavos y por qué no podían enriquecerse sin ellos. Podemos comprender que la dificultad de esclavizar a los indios fue haciendo que la esclavización de los africanos fuese cada vez más importante en la colonia portuguesa. Si no era posible enriquecerse sólo con el trabajo de los indios, la solución que los portugueses encontraron fue traer aquí a millones de esclavos africanos.

Para comerciar con esclavos se formaron grandes compañías, propietarias de muchos barcos, que se hicieron muy poderosas en poco tiempo. Incluso, muchas veces, las mismas leyes del gobierno portugués que prohibían la esclavización de los indios fueron dictadas por influencia de los mercaderes de esclavos africanos que querían quedar libres de la competencia de los "cazadores" de indios que vendían esclavos mucho más baratos.

Los portugueses, ingleses y holandeses ya habían ocupado y dominado varios lugares en la costa africana. De esos puertos africanos es de donde los europeos traerían millares de negros cada año para trabajar en las tierras de Brasil y de toda América.

La población africana vivía en diversas tribus o pueblos que ya practicaban la esclavitud entre ellas mismas. Había guerras entre los pueblos africanos para apresar miembros de otras tribus y esclavizarlos. Esos esclavos eran vendidos a los blancos, que venían luego a venderlos a su vez aquí. Los europeos incitaban a los africanos a que guerrearan entre sí para que tuvieran más cautivos. A falta de esclavos ofrecidos por los propios africanos, atacaban las aldeas y apresaban a los africanos libres.

Centenares de negros eran transportados en cada barco, amontonados en las bodegas como si fuesen animales, casi sin aire, agua ni alimentación, atados con cadenas de hierro En esas condiciones, muchos de ellos morían ya durante el viaje, y los cadáveres eran arrojados al mar.

Los que conseguían sobrevivir, encontraban aquí un destino igualmente cruel. Vendidos a los dueños de los ingenios y a los grandes propietarios, pasaban a ser propiedad de sus señores, como un animal de carga a quien su dueño podía explotar, castigar, vender e incluso matar como quisiese. El negro que huyese era "cazado" por una especie de policías especiales, llamados "capitâes do mato".

Los africanos, en su tierra, conocían una agricultura más adelantada, y también otras técnicas de trabajo, como la fundición del hierro, y varios tipos de artesanías. Esto hacía que ellos fuesen mucho mejores para el trabajo, para el sistema portugués, que los esclavos indios. Así con el tiempo, los portugueses ricos fueron desistiendo de esclavizar indios, y organizaron toda la explotación de la tierra brasileña basada en el trabajo de los esclavos africanos.

En los primeros siglos de la colonia, la mayoría de los esclavos negros era utilizada en las plantaciones y en los ingenios azucareros, mientras unos pocos eran reservados para los trabajos domésticos, en las grandes casas de los ingenios y en las ciudades, o para fabricar objetos que necesitaban sus señores. Cuando la esclavitud negra se estableció completamente en Brasil, no había ningún trabajo manual que no fuese realizado por esclavos. La población toda de la colonia se redujo a sólo dos clases de personas: los ricos propietarios señores de esclavos y la gran multitud de pobres esclavos.

 

 

 

46.- LA IGLESIA Y LA ESCLAVITUD DE LOS AFRICANOS

"Tenía hambre y no me dieron comida, estaba sediento y no me dieron agua. Era extranjero y no me recibieron en sus casas. Estaba desnudo y no me vistieron. Estaba enfermo y en la prisión y no se preocuparon de mí" (Mt 25, 42.43).

 

Si bien hubo un esfuerzo de una parte de la Iglesia de la colonia para evangelizar y defender la libertad de los indios, no se puede decir que hubo la misma dedicación para con los esclavos africanos.

Prácticamente no hubo misioneros dedicados especialmente a los africanos, ni un proyecto de evangelización para ellos. La esclavitud de los negros fue aceptada y también aprovechada por la Iglesia. Durante la historia de la esclavitud de los africanos en Brasil, casi nunca hubo protestas de la Iglesia ni de los misioneros contra aquella injusticia.

La verdad es que la Iglesia, sacerdotes y católicos en general, vivieron y se enriquecieron explotando el trabajo de los esclavos negros.

Después de algunos años en Brasil, no había sacerdote, u obispo, o convento de religiosos que no poseyese sus propiedades con numerosos esclavos.

Los mismos jesuitas, que defendían la libertad de los indios contra la persecución de los colonos, tenían un comportamiento contrario hacia los negros. Para mantener sus colegios y sus haciendas, que ayudaban a sustentar las aldeas indígenas, también los jesuitas hacían venir de África centenares de esclavos, y lo mismo hacían otras ordenes religiosas.

Los padres jesuitas se habían establecido también en las colonias portuguesas de África, como Angola, Guinea y otros lugares. Se sabe que los jesuitas de Angola, cuando tenían alguna deuda con los jesuitas de Brasil, pagaban enviando esclavos para los misioneros de aquí. Así, los mismos misioneros acababan tomando parte en el comercio de esclavos.

Los esclavos de los religiosos eran explotados igual que los demás. La única diferencia es que eran considerados "esclavos de los Santos", una cuestión sólo de palabras, y que no podían ser vendidos a otros dueños. Tal vez los castigos fuesen un poco menos crueles, pero sabemos que la vida de estos esclavos era también de gran sufrimiento, pues, cuando podían, huían tanto de los conventos como de los ingenios.

Aparte de aprovechar también el trabajo de los esclavos, la Iglesia tuvo otra función importante en el sistema de esclavitud: eran los sacerdotes que predicaban las ideas que justificaban la esclavitud de los africanos, ayudando así a los colonizadores a arrancar hasta la última gota de sudor y sangre de los negros sin quedar con remordimiento de conciencia.

Hasta el mismo jesuita Antonio Vieira, el mismo que fue expulsado de Maranhão porque defendía la libertad de los indios, fue uno de los más importantes predicadores de ideas que apoyaban la esclavitud de los negros.

Los misioneros decían que la esclavitud de los africanos estaba permitida, incluso querida por Dios, para salvar las almas de los negros. Decían que si se quedaban allá en Africa, libres o esclavos de otros paganos, continuarían practicando religiones paganas y no podrían salvarse. Pensaban que los negros sólo se salvarían siendo traídos a una sociedad cristiana, que ellos pensaban era la colonia portuguesa de Brasil. Está claro que esto sólo ocurría con los negros cuando eran apresados y cautivos. Pero la esclavitud, de esa forma, no parecía un mal, según entendían los portugueses, pues hacía posible que los africanos fueran bautizados y, aunque murieran a causa de los malos tratos, podrían ir al cielo.

Era así como, sin ningún remordimiento, los cristianos portugueses basaban todo el sistema de sus colonias en la esclavitud, contando con toda la colaboración y la participación de aquellos que, por misión, debían vivir y enseñar el Evangelio de la justicia, de la igualdad y del amor.

Esa colaboración entre la Iglesia y el poder colonial para mantener la esclavitud apareció desde el momento mismo del embarque de los negros cautivos en los barcos que los traían hacia acá. En los puertos africanos había siempre sacerdotes, o incluso obispos, que bautizaban a los negros que iban a partir, al lado del funcionario del gobierno que cobraba el impuesto debido al rey por cada esclavo que entraba en este comercio. Los comerciantes pagaban el impuesto y, como señal de pago, cada esclavo era marcado con un hierro al rojo vivo con la marca de la colonia portuguesa, tal como se marca el ganado. Así, al llegar aquí, se sabía, por esa marca sobre la carne, qué esclavos ya habían sido bautizados. Los esclavos que habían sido objeto de contrabando, por los que no se había pagado impuesto, llegaban aquí sin la marca y sin el bautismo, y eran bautizados al llegar acá.

Había sacerdotes que se ocupaban en esperar en los puertos brasileños a los barcos negreros para bautizar los esclavos paganos y asegurar así su salvación. Esa prisa por bautizar se explica, pues gran parte de los esclavos llegaban tan enfermos del viaje que morían enseguida. Incluso los que aún eran capaces de trabajar no resistían en general más que unos pocos años, por los malos tratos que sufrían.

 

 

 

47.- LA VIDA EN LOS INGENIOS AZUCAREROS

 

La gran mayoría de los esclavos africanos iba a parar a los ingenios azucareros, rodeados de inmensas plantaciones de caña.

Apartado de las ciudades del litoral, con las dificultades de transporte de aquellos tiempos, cada ingenio era como un mundo cerrado, que vivía sin comunicación con el resto de la colonia, a no ser para el comercio del azúcar que salía y de algunas pocas mercancías que entraban, entre ellas, esclavos.

En las tierras propias del ingenio, utilizando el trabajo de los esclavos, se producía todo lo que el ingenio necesitaba para vivir: los alimentos, los muebles de madera, los carros, el algodón y los tejidos burdos para vestir a los esclavos, y otros objetos de uso doméstico para la casa-grande. De fuera venían los vinos y otros artículos de lujo para el señor del ingenio y su familia.

En medio del terreno principal del ingenio estaba siempre la «Casa Grande», morada del señor del ingenio y de su familia, la capilla, y la «senzala», lugar donde los esclavos eran encerrados por la noche.

Aquellos eran los lugares donde el propietario tenía un poder absoluto. Había otro espacio, pequeño y escondido, terreno de los esclavos, donde ellos realizaban sus cultos religiosos africanos, sus batuques, donde ciertamente se comunicaban los unos con los otros, recordando cosas de África, soñando con la libertad, proyectando fugas. Allí, a su forma, como podían, los esclavos se defendían del dominio de su señor.

En los ingenios más ricos había siempre un sacerdote que vivía allí como capellán. La función de los capellanes de los ingenios en general, era enseñar a los hijos del propietario, celebrar la misa y dirigir las oraciones en la capilla del ingenio, y también hacer la catequesis de los esclavos. Conviviendo en la casa grande y comiendo a la mesa del señor del ingenio, está claro que esos sacerdotes estaban comprometidos con sus patronos y no iban a pensar defender a los esclavos. Algunos esclavos eran utilizados para los servicios domésticos, gozaban de ciertos privilegios y tenían un trabajo más suave. La gran mayoría de los negros trabajaban en los cañaverales y en el ingenio, sin descanso, con una pésima alimentación, sufriendo castigos violentos, prisión, malos tratos.

Había también algunos trabajadores que no eran esclavos y que recibían salarios, como los que dirigían el trabajo del ingenio, o los que vigilaban a los esclavos. En algunos ingenios, la parte de tierra que no servía para la caña podía ser arrendada a algún agricultor pobre para la producción de alimentos.

En ese mundo cerrado del ingenio, el propietario reinaba con un poder casi total sobre los que dependían de él, hasta de vida o muerte.

La religión también era vivida con independencia: cada ingenio hacía su propia catequesis, su culto, sus rezos, sus costumbres. Todo bajo el poder del propietario.

 

 

 

48.- EL CATOLICISMO EN LOS INGENIOS

 

Así como el rey era el jefe de la iglesia portuguesa, dentro del ingenio el propietario era el verdadero jefe religioso. El capellán estaba totalmente sujeto al señor del ingenio, y dentro de la propiedad no hacía nada que no fuese conforme a los deseos del dueño.

A causa de este aislamiento, el catolicismo de los ingenios casi no recibió ninguna influencia de los misioneros. La religión que allí se enseñaba y vivía era aquella que interesaba al propietario y era transmitida por el capellán, por los vigilantes de los esclavos y por la señora del ingenio, la dueña de la «casa grande». A veces pasaban por los ingenios párrocos o algunos misioneros ambulantes, pero sólo para una visita y alguna predicación. Ellos también se hospedaban confortablemente en la casa del dueño y estaban por tanto comprometidos con él, defendiendo sus intereses. No había sacerdote que entrase en los ingenios independientemente de la voluntad del señor.

Está claro que los señores del ingenio y todos los que defendían sus intereses no podían vivir ni enseñar el Evangelio de la fraternidad. Por eso, la religión de los ingenios se limitaba a las fiestas religiosas, a la repetición de las oraciones, a la misa, los sacramentos, la devoción a los santos.

Los esclavos eran bautizados a la fuerza, ya antes de llegar al ingenio. En el ingenio eran forzados a comportarse como católicos, asistiendo a las celebraciones en la capilla y siendo obligados a confesarse en los días señalados. No se trataba de convertir a los esclavos a la fe en Jesús, sino simplemente de que se comportasen, de cara a fuera, como si tuviesen fe.

La catequesis de los esclavos, en general, se reducía a hacerles aprender las oraciones y los mandamientos de Dios y de la Iglesia. La predicación de los sacerdotes y las enseñanzas de los señores decían a los esclavos que se debían sentir felices de ser esclavos de cristianos, pues así podían salvarse. Querían que los esclavos creyesen que había sido la providencia de Dios la que los llevó a la cautividad, para que así pudiesen ganar la vida eterna. De esa forma se fue formando en la mentalidad de los pobres la idea de que la providencia de Dios está de parte de los ricos y quiere la pobreza y la opresión de los más débiles.

No se enseñaba a los esclavos la fraternidad, la lucha por la justicia y por la libertad, ni la unidad, la fe y la esperanza. La predicación decía a los esclavos que las mayores virtudes del cristiano eran la obediencia, la humildad, la sumisión a la voluntad del propietario, porque eso era la «voluntad de Dios». Ser cristiano, según decían los colonizadores, no era luchar por un mundo mejor, donde el Evangelio fuese la ley, sino conformarse con la vida de sufrimiento en la esclavitud, para poder «merecer el cielo». Los sufrimientos y las injusticias eran presentados como voluntad de Dios.

Como todos los demás, el P. Vieira, que era defensor de los indios también predicaba así cuando hablaba a los esclavos. He aquí un fragmento de un sermón del P. Antonio Vieira a los esclavos:

"No hay trabajo ni género de vida en el mundo más parecido a la Cruz y a la Pasión de Cristo que el de ustedes en uno de esos ingenios. Bienaventurados ustedes si llegan a conocer la fortuna de su estado... En un ingenio ustedes son imitadores de Cristo crucificado, porque padecen de un modo muy semejante al que el mismo Señor Jesús padeció. . . Los hierros, las prisiones, los azotes, los insultos, de todo eso se compone la imitación de ustedes, que, si va acompañada de paciencia, también tendrá su merecimiento de martirio"

Todo esto era dicho no para animar a los esclavos a luchar por la liberación, sino para que se conformaran con la esclavitud, pues el P. Vieira también decía:

"Cuando sirven ustedes a sus señores, no les sirvan como quien sirve a hombres, sino como quien sirve a Dios..."

La falta de sacerdotes en muchos ingenios y, por tanto, la falta de misa, así como la imposibilidad de predicar el Evangelio, fueron dando mayor importancia a otros tipos de práctica religiosa, como rezos, novenas, fiestas, promesas y procesiones.

No era muy diferente el modo como el cristianismo fue presentado a los esclavos en las ciudades. Sólo en alguno de los principales puertos hubo ciertos misioneros que se preocuparon de realizar una evangelización más completa de los negros. Hubo sacerdotes que procuraron aprender las lenguas africanas, y recorrían las casas y las calles de la ciudad intentando evangelizar a los esclavos. Pero esos misioneros verdaderos fueron pocos, y veían siempre dificultada su acción por el poder de los señores de los esclavos.

En realidad, era imposible evangelizar de verdad dentro de una sociedad esclavista: para ser fieles al Evangelio los señores tenían que dejar de tener esclavos, y no querían. Preferían borrar la Palabra de Dios. Por otra parte, ¿cómo podían los esclavos creer en el Evangelio de Jesús, si eran explotados y maltratados por los propios cristianos?

 

 

 

49.- COMO VEÍAN LOS ESCLAVOS LA RELIGIÓN DE LOS BLANCOS

 

Ciertamente, todos los esclavos africanos y sus descendientes acabaron aceptando practicar el catolicismo conforme les estaba siendo presentado. En realidad, no tenían otra opción. U obedecían, o eran entregados a castigos violentos, incluso a la muerte. El negro que no quisiese ser católico, según los colonizadores, estaba negando a Dios y escogiendo al demonio, y por eso no merecía ningún respeto, sino un castigo.

En esa situación, el miedo al castigo hacía que los negros se sometiesen, al menos de boca para fuera. Mientras, sin verdadera evangelización, en el fondo de sus corazones, los esclavos seguían creyendo en sus dioses africanos.

Así fue como los esclavos encontraron una forma de conservar sus religiones africanas sin sufrir los castigos de los blancos: pasaron a dar culto a los dioses africanos revestidos con los nombres y las formas de los santos católicos que los blancos les imponían. Con el tiempo, en la conciencia religiosa de los esclavos, los santos católicos se fueron mezclando en los espíritus africanos. Esa mezcla se llama hoy sincretismo.

Los nombres de muchos santos católicos, como san Jorge, santa Bárbara, Nuestra Señora de la Concepción, san Sebastián, y muchos otros, acababan siendo para los negros nuevos nombres de sus antiguos espíritus africanos, como ocurre también hoy en la Umbanda y el Candomblé. Cuando los esclavos participaban del culto a Nuestra Señora de la Concepción, en realidad, sus corazones estaban venerando a Yemanjá. La novena de santa Bárbara era la fiesta de Iansã, y así sucesivamente.

Pero ocurría que no siempre les era fácil conservar el recuerdo de las religiones de África. Había diferencias en las creencias de los diversos grupos africanos. Aquí los esclavos eran separados de sus tribus o naciones y en los ingenios acababan mezclados con africanos de otras tribus y otras creencias. Esas diferencias podían hacer olvidar los dioses de África e ir aceptando el catolicismo impuesto por los blancos.

Gran parte de los esclavos acababa siendo católica, al estilo de aquel tiempo. En su condición de cautivos, en medio de tanto sufrimiento, que parecía sin salida, la promesa de la vida eterna después de la muerte y de la recompensa eterna por los sufrimientos acababa siendo el único consuelo de los oprimidos. Se encomendaban entonces a los santos mártires, a Jesús crucificado, y vivían su condición de esclavos como la penitencia necesaria para la salvación.

Había también esclavos que ciertamente procuraban ser católicos fieles para conseguir favores de aprobación por parte de los blancos y sufrir menos. Uno de los favores era el ser elegidos para los servicios domésticos en la «casa grande», donde la vida era menos dura que en los cañaverales.

Había otra ventaja también en ser católicos: los rezos, la misa, las fiestas religiosas, a las que todos los esclavos debían asistir, eran los únicos momentos de reposo y de fiesta que tenían.

Es preciso también tener en cuenta que si bien la religión era enseñada de un modo que favorecía a los blancos colonizadores, podía acabar sirviendo también a la lucha de los esclavos por la libertad. El hecho es que la cristianización de los africanos en Brasil, al hacer que olvidasen sus religiones africanas, podía contribuir a hacerlos olvidar también las diferencias y enemistades entre las diferentes naciones de su tierra y comenzaran a unirse para liberarse de la esclavitud. En ese caso, la religión católica, que era igual para todos, ya fuesen de Angola, de Guinea o del Congo, podía ser un medio de unión ante la situación común de esclavitud.

 

 

 

50.- LA LUCHA ENTRE SEÑORES Y ESCLAVOS

"Si alguien dice: "amo a Dios" y odia a su hermano, es un mentiroso. Porque nadie puede amar a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve". (1 Jn 4, 20).

 

Las relaciones entre esclavos y señores fueron siempre de lucha, durante todo el tiempo de la colonia también más tarde, en el imperio.

Los señores sólo podían mantener la esclavitud usando la fuerza y la persecución constante. Temían una rebelión de los esclavos y estaban siempre vigilantes, tratando de encontrar nuevas formas para dominarlos.

Los esclavos, por su parte, no aceptaban la opresión y luchaban para liberarse. Es cierto que los cautivos, viviendo aislados, encerrados en los ingenios, sin ninguna información sobre lo que ocurría fuera, y mantenidos en la ignorancia, no podían tener una visión de conjunto de la sociedad colonial, ni podían organizarse con el proyecto de transformar la sociedad y acabar de una vez con la esclavitud. Pero no por eso se sometían los esclavos; buscaban la libertad por medio de la fuga, individual o en grupos.

No es verdad, como estamos viendo, que la historia de Brasil haya sido de paz y cordialidad. Los señores se mostraban bondadosos para con los esclavos que se sometiesen y se humillasen. Los demás eran tratados con gran crueldad.

El principal medio utilizado para dominar a los negros era la violencia directa: la prisión, las torturas de todo tipo, los grilletes de hierro en los pies y en las manos. Cualquier indisciplina era castigada con crueldad, pero los peores castigos eran para los que intentaban huir. Era difícil tener éxito en la huida, pues los "capitães do mato" (los capitales de la selva) tenían caballos y armas y casi siempre conseguían capturar al fugitivo, que era bárbaramente castigado ante todos sus compañeros, para servir de escarmiento y amenaza a los demás.

Ante esto, la actitud de la Iglesia era casi siempre favorable al señor de los esclavos fugitivos. Los sacerdotes tenían por pecadores a los esclavos que huían.

La Iglesia tampoco condenaba los castigos infringidos a los esclavos. Aceptaba el castigo, lo creía incluso necesario para corregir moralmente a los esclavos "pecadores". La Iglesia protestó muchas veces sólo contra los abusos de crueldad de muchos señores al castigar a sus esclavos. La Iglesia, que no había olvidado enteramente el Evangelio de Jesús, recomendaba que los señores fuesen bondadosos y tratasen a sus esclavos lo mejor posible. Pero en realidad esas recomendaciones no servían de nada. Ya hemos visto cómo se intentaba hacer también de la religión un medio de dominación.

Otro medio utilizado por los señores para impedir la lucha de los esclavos por la libertad era el de provocar divisiones y enemistades entre los cautivos. Lo conseguían concediendo beneficios a unos y negándoselos a otros. Los esclavos beneficiados espiaban a los demás, para delatar a los que pensaban huir.

También para impedir la unión de los esclavos trataban de mantener las enemistades entre los negros de diferentes naciones africanas. Por eso, aunque obligaban a los esclavos a que pareciesen católicos, cerraban los ojos cuando los esclavos de cada tribu, escondidos, celebraban sus cultos y batuques africanos. Permitiendo que cada grupo de esclavos conservase una parte de sus costumbres y de sus religiones africanas conseguían que no olvidasen las divisiones y enemistades entre las tribus. La Iglesia protestaba contra esa tolerancia, pero no porque quisiese ver a los cautivos unidos contra los señores, sino porque quería que la religión católica fuese la única. Cuando la Iglesia hacía esto, podía sin saberlo estar ayudando a los negros a olvidar sus desavenencias y a reconocer que eran todos hermanos en el mismo cautiverio.

La opresión de los esclavos por parte de los señores tenía otras armas también. Con el tiempo, muchos señores dejaron de proporcionar alimentación a los esclavos, pero les daban un pedazo de tierra donde ellos podían hacer sus plantaciones para alimentarse. De esa forma, los esclavos, que tenían que trabajar para el propietario durante todo el día, quedaban apenas con las noches de luna y el domingo para cultivar plantaciones y no morir de hambre. Eso hacía difícil organizar la huida, pues no tenían tiempo para encontrarse y estaban agotados de trabajo.

La Iglesia también estaba contra esa medida, porque impedía a los esclavos guardar el domingo y los días santos y cumplir la obligación de la misa dominical.

Los castigos violentos, los batuques, y el trabajo de los domingos fueron causa de constantes conflictos entre los sacerdotes y los señores de esclavos. Pero las protestas de la Iglesia consiguieron bien poco ante la ambición y los intereses de los ricos propietarios.

Otra cuestión que provocaba conflictos entre los misioneros y los señores de esclavos era la cuestión del casamiento de los esclavos.

Los señores no querían que los negros se casasen para que no se establecieran lazos de familia que pudieran fortalecer una unión entre ellos. Por otro lado, los señores acostumbraban a tomar mujeres esclavas y tener hijos con ellas, porque ello aumentaba el número de sus esclavos. Incluso cuando los esclavos estaban casados, con el sacramento, los señores frecuentemente separaban al marido de la mujer, o los padres de los hijos, vendiendo a unos y conservando a los otros en su poder. Las protestas de los sacerdotes contra estos abusos, contra esta inmoralidad, en defensa de la familia del esclavo, casi no servían de nada. El resultado era que los esclavos, aunque obligados a asistir a las misas, en general no eran admitidos a la comunión, porque su vida sexual y familiar no estaba de acuerdo con las leyes de la Iglesia y no eran considerados enteramente cristianos.

 

 

 

51.- LA RELIGIÓN EN LOS QUILOMBOS

 

[La traducción exacta de la palabra «quilombo» es «palenque»; no obstante «quilombo» tiene tal fuerza en la tradición afrobrasileira que prácticamente ha sido aceptada en el resto de América Latina como palabra hispana].

A pesar de toda esa represión, siempre había negros que conseguían huir. Cuando tenían éxito en la fuga, se organizaban en comunidades libres, en las selvas vírgenes, que se llamaban «quilombos», palenques. Algunos quilombos conseguirían conservar su libertad muchos años. Pero acababan siendo destruidos por los ejércitos de los blancos. El mayor quilombo que se conoce, que duró casi cien años, fue el de Palmares, en el nordeste de Brasil. Apenas era destruido un quilombo, enseguida surgía otro, en otro lugar. Así, durante todo el tiempo de la esclavitud.

La Iglesia nunca dio asistencia religiosa a los «quilómbolas», que así se llamaban los negros libres que habitaban en los quilombos.

Pero, en general, en los quilombos, los negros conservaban la religión católica y hasta prohibían las religiones africanas para impedir que se creasen divisiones y enemistades de tribus dentro del quilombo: para conservar la libertad, la unión era indispensable. A veces, los quilómbolas secuestraban un sacerdote y lo llevaban a celebrar misa y administrar los sacramentos en los quilombos.

Una vez, un jesuita italiano, misionero en Brasil, pidió permiso para ir al quilombo de los Palmares, libremente, para dar asistencia a los negros. Estaba preocupado por la situación de aquellos cristianos que no tenían apoyo ni asistencia de la Iglesia. Recibió permiso del Papa para ir, pero su superior, que era el mismo P. Antonio Vieira, no le dejó que fuese. Vieira decía que aquellos esclavos, al haberse rebelado y haber huido, estaban en pecado mortal y por eso no tenían derecho a los sacramentos, mientras no volvieran a sus dueños.

El P. Vieira también decía que la única solución sería que los señores concedieran la libertad a los negros del quilombo, pero pensaba que eso no era posible, pues si así fuera aparecerían enseguida numerosos Palmares, y eso iba a poner en peligro el sistema de esclavitud. Vieira veía muy claro que toda la colonia y el poder de Portugal se apoyaban en la esclavitud, y que "sin esclavos no había Brasil". Como él quería que la colonia siguiese existiendo no podía estar contra la esclavitud.

Ese fue el drama de la Iglesia en el Brasil colonial y esclavista: o aceptar la esclavitud, o desistir de establecerse en Brasil. Pero, aceptando la esclavitud, aceptaba, tal vez sin darse cuenta, la traición al Evangelio de Jesús.

 

 

 

 

 

 

52.‑ DIFICULTADES DE LA IGLESIA EN TIERRA DE ESCLAVITUD

"El sembrador salió a sembrar... pero una parte de la simiente cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la sofocaron" (Mt 13, 1.7).

 

Con todo lo que ya conocemos de la historia de la Iglesia en los primeros tiempos de su presencia en nuestra tierra, ya podemos ver que aquellos que deseaban realmente evangelizar tenían que afrontar gran número de dificultades y tentaciones.

Hemos visto también que gran parte de la Iglesia no fue capaz de ser verdaderamente misionera y de dar testimonio del Evangelio. Pero no podemos pensar que todo eso aconteciese por maldad y falta de sinceridad de todos los cristianos portugueses que llegaron aquí.

No podemos dudar de la sinceridad misionera de muchos religiosos que arriesgaban sus vidas viajando a pie, solos, por el interior, tratando de formar aldeas con los indios para catequizarlos. Muchos encontraron la muerte a manos de los mismos indios o a causa de las enfermedades y del hambre. Incluso cuando procuraban hacer que los esclavos se resignaran ante la esclavitud y esperaran la liberación sólo después de la muerte, muchos estaban intentando sinceramente hacer el bien.

Hoy, que tenemos una visión diferente del mundo y del Evangelio, vemos que estaban colaborando con la injusticia. Pero, para quien vivía en aquel tiempo, dentro de aquella situación, no era posible comprender estas cosas con la misma claridad que tenemos hoy.

No podemos olvidar que los sacerdotes y los misioneros eran educados como todos los europeos, con la idea de que ellos eran superiores a los demás pueblos, y que los indios y africanos eran gente inferior, bruta e ignorante. También pensaban que la civilización de Europa y su cultura eran las mejores, y totalmente cristianas. Además, el reino portugués, que buscaba enriquecerse y aumentar su poder, justificaba siempre su acción en nombre de Dios.

Una mentalidad así, principalmente cuando sirve para apoyar los intereses y ventajas de un pueblo o de una clase sobre las demás, es como un velo ante los ojos, que deja a las personas ciegas ante muchos datos. Los misioneros de aquél tiempo tenían la mentalidad de la época y eran, así, incapaces de descubrir muchas cosas. Actuaban sinceramente, según la visión que tenían.

Aparte de la mentalidad que llevaban dentro de sí, los misioneros encontraban otras dificultades, como el poder del rey y de los funcionarios del gobierno sobre la Iglesia. Recordamos que, en la colonia, todo dependía de las órdenes de la corona portuguesa. Hacia aquí sólo venían y sólo podían quedarse los sacerdotes que eran aprobados por el rey y estaban dispuestos a hacer la voluntad de los poderosos. Muchos aceptaban ese compromiso porque era la única manera de poder venir y llevar el Evangelio a la nueva tierra.

Como ya sabemos, la esclavitud era indispensable para que los portugueses mantuvieran su colonia y su poder en Brasil. Aunque quisieran, los sacerdotes no tenían fuerza para impedir la esclavitud. Los que intentaron acabar con la esclavitud de los indios fracasaron. Dependían en todo, hasta para poder comer, del dinero pagado por el rey. Para quedarse aquí, aceptaban y hasta colaboraban con la esclavitud.

En esta situación de esclavitud, donde era imposible que los seres humanos fueran todos hermanos, ¿cómo se podría vivir enteramente el Evangelio? ¿Cómo podría el esclavo vivir la fraternidad con otro cristiano que lo explotaba y castigaba? La organización de la sociedad brasileña de la colonia era, desde su misma raíz, contraria a la fraternidad. Y, por eso, la semilla del Evangelio no encontraba fuerza suficiente para crecer. Sobrevivía a duras penas, escondida y sofocada por los espinos de la esclavitud.

 

 

 

53 TENTACIONES DE LA IGLESIA COLONIAL

 

La situación de colonia traía no sólo dificultades para el Evangelio, sino muchas tentaciones para sus misioneros.

Una gran parte de los sacerdotes que venían aquí, en realidad, no eran misioneros sinceros. Era frecuente en aquel tiempo que los padres encaminaran a los hijos hacia el sacerdocio sólo para garantizarles un puesto cómodo y de prestigio en la sociedad. Se buscaba el sacerdocio no por amor al Evangelio y por entusiasmo misionero, sino para tener garantías y ventajas en la vida, igual que se buscan las profesiones ventajosas. Esos sacerdotes que sólo querían enriquecerse y vivir bien formaban una gran parte del clero de la colonia. Este era un buen lugar para quien quería enriquecerse, si no le importaba explotar el trabajo de los esclavos. Estos sacerdotes muchas veces se convertían en dueños de ingenios y de haciendas, vivían unidos con los poderosos, formaban parte de su grupo, y no querían saber de los sufrimientos de los pobres.

Esta situación era una tentación incluso para los sacerdotes que venían como misioneros sinceros. Muchos de ellos, después de las primeras dificultades y fracasos en la misión, acababan cayendo en la tentación, y se acomodaban, adulando a los poderosos y buscando también la comodidad y la riqueza fácil.

De este modo, las ciudades ricas, los puertos, estaban llenos de sacerdotes, principalmente seculares, que no pertenecen a ninguna orden religiosa, sino que dependen directamente del obispo. Por el contrario, las poblaciones del interior, de los ingenios y haciendas, de las aldeas, sufrían la falta de misioneros y de asistencia religiosa.

La acción pastoral de estos sacerdotes era solamente la de celebrar las misas en las numerosas iglesias de las ciudades, oír confesiones, salir al frente de las procesiones, y embellecer con oro y obras de arte sus iglesias. El mucho dinero que corría por las manos de los poderosos hacía que fuesen mucho más ricas las iglesias de las ciudades. Muchas iglesias fueron incluso construidas y ornamentadas con las ganancias provenientes del comercio de esclavos africanos, principalmente en Bahia.

La posibilidad de enriquecerse fácilmente aquí, la falta de control moral que había en la colonia, donde se pensaba que era natural que hasta los sacerdotes, como los demás colonos, tuviesen mujeres indias o africanas, todo esto atraía hacia Brasil a la peor parte del clero de Portugal, aquellos que no eran bien vistos en su tierra natal, los que sólo buscaban ventajas personales.

Por otra parte, los brasileños de sangre indígena o africana, por muy convertidos que estuviesen a Jesucristo, no eran aceptados para el sacerdocio. Los obispos, en Brasil, por orden del rey, sólo podían ordenar jóvenes blancos, hijos de portugueses, y estaba prohibido ordenar a mulatos y mamelucos. Muchas familias tenían interés por tener un hijo sacerdote, para probar que eran de pura raza blanca. De esta forma, el clero estaba formado por gente que venía del ambiente de los colonizadores, que compartía sus intereses y quedaría siempre del lado de los poderosos. Los pobres, indios y negros, nunca podrían tener sus propios sacerdotes, salidos de su propio ambiente, comprometidos con los intereses de los pobres, durante el periodo colonial.

Podemos ahora valorar mejor cuánto heroísmo tuvieron los humildes y verdaderos misioneros que resistieron a esas tentaciones y procuraron evangelizar sinceramente, aunque en muchos puntos estuviesen engañados por la mentalidad de colonizadores y no fuesen capaces de ver las injusticias. Por todo esto también se comprende cómo se enriqueció la Iglesia en Brasil. Hasta los misioneros verdaderos, que luchaban por la libertad de los indios, acababan contribuyendo el enriquecimiento de la Iglesia. Como era imposible tener libertad e independencia ante el poder colonial en cuanto que dependían del dinero enviado por el rey, dentro del sistema del Patronato, los misioneros buscaban otros medios para sostener sus misiones. El modo que encontraron fue pedir sesmarias de tierras para formar también haciendas e ingenios que pudiesen sustentar a los sacerdotes y a las misiones. Pero, ¿cómo iban a sacar beneficio de esas propiedades sin trabajadores? Como los únicos trabajadores que había en la colonia eran los esclavos, los misioneros acabaron teniendo también grandes propiedades con numerosos esclavos trabajando para ellos.

En ese terreno tan pedregoso y lleno de hierbas dañinas, fue sólo gracias a los cuidado de algunos cristianos con más coraje, y sobre todo de los pobres y humildes, como la pequeña simiente del Evangelio sobrevivió, acosada, esperando el momento en que pudiese florecer y dar frutos en el corazón del pueblo,

 

 

 

54.- ERA OBLIGATORIO SER CATÓLICO EN BRASIL

 

Según las leyes de Portugal, no estaba permitido a nadie, ni en el reino ni en la colonia, profesar otra religión o dejar de practicar la religión católica. Pero la fe es algo que sale del interior, del corazón de cada persona, y no se puede obligar a nadie a tener fe. Por eso, las leyes sólo podrían obligar a las personas a mostrar, a base de apariencias, que eran católicas, pues no hay medio para ver el interior de nadie.

Aquel que era sospechoso de ser hereje, es decir, de creer en una doctrina diferente de la doctrina de la Iglesia católica o de practicar cultos que no fuesen los de la Iglesia, era considerado criminal. La herejía no era considerada sólo como un pecado contra Dios, sino también como un crimen contra las leyes del Reino de Portugal. El hereje podía ser castigado con la prisión, la tortura o incluso la pena de muerte, según las leyes portuguesas, aparte de ser privado de los sacramentos, según la ley de la Iglesia.

Era considerado hereje todo aquel que practicase o simplemente mostrase simpatía por la religión de los judíos, o aquél que dijese algo contra la Iglesia, quien blasfemase o practicase alguna clase de fetichismo. Las religiones de los africanos y de los indígenas eran consideradas como fetichismo.

La religión protestante había surgido justamente en la época del inicio de la colonización de Brasil, y era la religión mayoritaria de los ingleses, holandeses y franceses que querían también fundar colonias en Brasil, enemigos políticos y competencia comercial de Portugal. Aunque el rey dijese que perseguía a los herejes por amor a la fe católica, en realidad también tenía miedo de que, si hubiera protestantes aquí, se aliasen con los protestantes extranjeros y perjudicasen a los intereses de Portugal.

Había también, en Portugal y en Brasil, numerosos "cristianos nuevos", tal como eran llamados los judíos que habían sido bautizados a la fuerza y obligados a hacerse católicos. Estaban vigilados constantemente, para ver si practicaban a escondidas su antigua religión.

Así, judíos, africanos e indios, que habían sido cristianizados a la fuerza, sin verdadera conversión, y podían haber conservado en el interior de su alma sus antiguas creencias, eran siempre sospechosos de herejía. Esta sospecha representaba un peligro de prisión, tortura y condenación, o, por lo menos, de desprecio y dificultades en la vida real.

Había incluso un tribunal de la Iglesia, el Tribunal del Santo Oficio, que se llamó también de la Inquisición, que se encargaba de juzgar si los sospechosos eran herejes, antes de entregarlos al gobierno para que fueran castigados.

El miedo a la Inquisición y a las persecuciones hacía que todas las personas se esforzasen por mostrar muy bien que eran católicos fervorosos. La forma de mostrarlo era aparentar lo más posible su devoción a la Iglesia y a los santos, dar dinero para embellecer las iglesias, hacer fiestas de mucho lujo para los patronos, frecuentar las procesiones y las celebraciones, procurando ocupar los primeros lugares, para que todos les viesen su devoción. Así fue como la población se acostumbró a practicar la religión mucho más por apariencias, para ser bien vistos en la sociedad y conseguir ventajas por parte de las autoridades coloniales, y no por verdadera fe. Esto influyó también para que las fiestas de la Iglesia y las mismas iglesias se convirtieran en monumentos y lugares de despilfarro y ostentación de la riqueza.

Podemos comprender mejor por qué el rey era tan riguroso en la persecución de los no católicos, si recordamos que él era el verdadero jefe de la Iglesia en Portugal y sus colonias, y por eso tenía el privilegio de cobrar el diezmo de todos los católicos.

Siendo el rey el jefe de la Iglesia, cualquier grupo que se formase de seguidores de otra religión representaba un peligro político que amenazaba a su autoridad y su poder de rey. Por otra parte, el diezmo era contribución que los católicos debían pagar, conforme a la ley de la Iglesia, para mantener el culto católico y al clero. Si el rey permitía que sus súbditos practicasen otras religiones, tendría que dispensarlos del pago de los diezmos, que era una obligación de los católicos. Si así fuese, mucha gente se cambiaría de religión para no tener que pagar el diezmo, y los ingresos del rey disminuirían mucho. Para que la Corona portuguesa continuara enriqueciéndose a costa de la colonia brasileña era obligatorio que todos fuesen católicos.

La Iglesia, el clero, colaboraban con esa represión del gobierno contra los no católicos, en parte por interés, en parte pensando que así estaban haciendo un bien, defendiendo la verdadera fe. Nadie parecía comprender que la verdadera fe florece en la libertad.

Ni siquiera los ricos escapaban de esa persecución religiosa. Al contrario: aquel que fuese condenado como hereje vería confiscadas todas sus riquezas, que pasarían a los tesoros del rey. Los judíos ricos, por eso, se convertían en los blancos preferidos para las sospechas de herejía. Así fue como los poderosos se acostumbraron a ostentar mucha devoción en la Iglesia, aunque desconociesen el Evangelio y oprimiesen a los pobres.

 

 

 

55.‑ LAS MISIONES AMBULANTES Y LAS "DESOBRIGAS"

 

Desde el comienzo de la colonización hubo en Brasil misioneros que no se quedaban en un lugar, en una población, sino que recorrían largos caminos predicando misiones en las aldeas indígenas, en los ingenios y haciendas, o en las poblaciones del interior.

La mayoría de los sacerdotes de la colonia no quería vivir en los lugares pobres o apartados, sino que prefería la comodidad de las ciudades del litoral, entre los portugueses ricos.

Eran pocos los verdaderos misioneros, y muchos de ellos estaban ocupados en las aldeas de las que eran responsables.

Así, gran parte de la población quedaba sin asistencia religiosa, sin predicación y sin sacramentos, durante casi todo el año. Practicaban las devociones que podían, sin la presencia del sacerdote, y las novenas, promesas y procesiones acababan teniendo para ellos más importancia que la eucaristía y los sacramentos.

Para atender a toda esa población se hacían las misiones ambulantes. Y aprovechando el momento de la misión se hacía la "desobriga" (palabra que viene de desobligar, cumplir y quedar libre de obligaciones). La "desobriga" consistía en arreglar la situación de aquellos que estaban viviendo de forma irregular para un católico, a causa de la falta de sacerdotes. Era el momento en que se celebraban los matrimonios religiosos de los que ya vivían juntos, se bautizaban los niños y los esclavos, y todos tenían que cumplir la obligación de la confesión anual y de la comunión.

Quien rechazase recibir los sacramentos obligatorios, durante la misión, era castigado como malhechor.

Los misioneros también intentaban imponer la moral católica sobre las costumbres bastante relajadas de la población colonial. Las predicaciones, varias por día, llegaban a durar muchas horas, cosa normal en aquel tiempo.

Algunos de estos misioneros peregrinos iban solos, y buscaban sobre todo las aldeas indígenas, para convertir. Pero la mayoría de ellos iba a los ingenios, haciendas y ciudades, convidados por las autoridades y por los señores blancos, que deseaban la ayuda del misionero para mejor controlar y sujetar a sus esclavos y empleados. Esos predicadores se hospedaban en las casas de los poderosos del lugar y recibían de ellos favores, y la paga por su trabajo y predicación.

Durante siglos, y hasta nuestros días, para muchos brasileños, esa fue la única forma de pastoral que la Iglesia les pudo ofrecer. Su objetivo, en la práctica, era apenas intentar moralizar las costumbres y hacer cumplir las leyes de la Iglesia.

Con el fracaso de las aldeas misioneras, con la expulsión de los jesuitas y de otros religiosos, las misiones ambulantes se convirtieron en la forma principal de acción misionera.

 

 

 

56.‑ LOS GRANDES MISIONEROS

"Jesús llamó a los doce discípulos y los envió de dos en dos... Dio órdenes para que no llevaran nada por el camino, a no ser un bastón para apoyarse. No debían llevar comida, ni alforja, ni dinero" (Mc 6, 7.8).

 

Ente los misioneros ambulantes de los tiempos coloniales, hubo algunos que tenían un gran amor por el pueblo y por el Evangelio, hasta el punto de arriesgar por ellos su vida.

Estos misioneros consideraban sus caminatas como una romería de penitencia, e iban siempre a pie o en canoa por los ríos, solos o con uno o dos compañeros o, a veces, con la compañía solamente de un perro.

Aunque los caminos fuesen largos y duros, nunca permitían que se les llevase en la red, a hombros, como hacían los colonos. Según la recomendación del P. Anchieta, pensaban que "es el pastor quien debe cargar las ovejas" y no las ovejas las que lleven a cuestas el pastor".

Muchos de ellos perdieron la vida en esos viajes, muertos a manos de los indios o por accidentes y enfermedades.

Uno de esos grandes misioneros fue el jesuita Gabriel Malagrida, nacido en 1689, que se hizo jesuita a los 22 años. Recorrió más de una vez, a pie o en canoa, todo el nordeste de Brasil, desde Bahia hasta Maranhão. Por toda la región fundó seminarios para los muchachos, lugares de acogida para las muchachas que querían entregarse a la vida religiosa, y casas de oración. Sólo se dedicaba a los pobres, y no fue comprendido por la Iglesia de su época. Cuando fue expulsado de Brasil las obras que había fundado fueron desapareciendo por falta de apoyo.

De vuelta a Portugal el P. Malagrida acabó siendo martirizado en Lisboa, condenado por la Inquisición y por la persecución del Marqués de Pombal. Murió en la hoguera.

Un gran misionero fue también Fray Antonio de Extremo, franciscano que predicó durante trece años por Goiás, Minas Gerais, Mato Grosso, São Paulo y el sur del país. Viajaba a pie, llevando sólo un gorro, un único par de sandalias, un bastón para apoyarse y su libro de oraciones.

Entre esos sinceros predicadores encontramos también a los capuchinos. Fray Carlos José Spezia recorrió Pernambuco durante cuarenta años, y decía: "deseo morir predicando". Fray Clemente de Adorno predicó en Minas Gerais veintitrés años, lo mandaron a Bahía para dirigir el hospicio de San Salvador, pero quiso volver a Minas, para morir junto a sus indígenas.

El principal predicador capuchino en la colonia fue Fray Apolonio de Todi, que predicaba la penitencia y la pasión de Cristo. Su acción se desarrolló en Bahía y en las márgenes del río São Francisco. En la sierra de Piquaraçá, transformó un monte en un calvario, con capillas que representaban los pasos de la Pasión, donde pasaba cuatro meses cada año rezando y predicando. Volvía siempre a las ciudades que había visitado, para continuar su trabajo de evangelización de los habitantes. Predicó en una época en la que las antiguas aldeas misioneras ya habían sido destruidas y los indígenas estaban totalmente sometidos a los blancos. Murió en 1820.

 

 

 

57.‑ LA IGLESIA EN LA REGIÓN DE MINAS

 

En los primeros tiempos de la colonia, cuando existieron las aldeas misioneras, la principal actividad económica en Brasil era la producción de azúcar, algodón, la agricultura en general, el ganado, y la recogida de productos de la floresta.

Pero entre los años de 1690 y 1700 fueron descubiertas grandes minas de oro en las montañas de Minas Gerais, cosa que iba a modificar mucho la vida de la colonia de Brasil.

La noticia del descubrimiento del oro atrajo a mucha población hacia Minas Gerais, viniendo de otras regiones de la colonia y hasta de Portugal. Casi un tercio de la población portuguesa de la época se trasladó a Brasil en busca de un enriquecimiento fácil. Aumentó también la importación de esclavos africanos para el duro trabajo de las minas. Algunos años después se descubrieron también diamantes.

Por orden de la corona portuguesa, todo el oro debía ser enviado a Rio de Janeiro y de allí a Portugal. Rio de Janeiro se convirtió en una ciudad muy poblada y rica, y el gobierno general de la colonia acabó siendo trasladado desde Bahía a Rio.

El gobierno de la colonia repartía las tierras de Minas entre aquellos que querían buscar oro. Los explotadores de las minas deberían entregar una quinta parte del oro encontrado para el rey. Aún con ese alto impuesto, el enriquecimiento era posible, e incluso fácil.

Hubo grandes explotadores de minas, con numerosos esclavos, que formaban enormes fortunas. Hubo también pequeños explotadores, que trabajaban solos o con pocos esclavos.

Se concentró así una gran población en la región de las minas que, en unos pocos años, pasó a ser zona de mucha riqueza y lujo. Casi no se producía allí otra cosa que oro y diamantes. Todo ese enriquecimiento se hacía a costa del trabajo y de la vida de millares de esclavos.

Hubo varias revueltas de los explotadores mineros contra el cobro del impuesto del oro por el gobierno portugués. Las más conocidas de ellas fue la capitaneada por Tiradentes.

La fiebre del oro se extendió por toda la población. Sólo se pensaba en enriquecerse a cualquier precio.

El rey tomó una serie de medidas para garantizar su dominio sobre las minas de oro. Formó un ejército especial, los "Dragones", para asegurar su poder frente a los explotadores mineros. Entre esas medidas figuraba una que prohibía la entrada de misioneros de congregaciones religiosas en la región de Minas Gerais. Allí sólo podían entrar los sacerdotes seculares, que eran mucho más obedientes al rey, que se aliaban con los poderosos y también querían enriquecerse.

Así, la mayoría del clero de las minas estaba formada por hombres que llevaban el título de sacerdotes, pero que se preocupaban mucho más del oro y del lujo que de la vida espiritual del pueblo. Los sacerdotes se hicieron también explotadores mineros, dueños de esclavos, aventureros que en nada se diferenciaban de los demás buscadores de oro que allí llegaban.

En tal situación, la religión en las minas dependió mucho de la iniciativa de los laicos, libres o esclavos, que la practicaban y organizaban a su modo.

 

 

 

58.‑ LOS ERMITAÑOS

"Jesús lo miró con cariño y le dijo: Sólo una cosa te falta. Ve, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres, y así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme" (Mc 10,20).

 

En realidad, desde los comienzos de la colonización, gran parte de la vida espiritual en Brasil dependió mucho más de los laicos que de los sacerdotes.

Entre los laicos que asumían una acción misionera hay que destacar a los ermitaños. Los ermitaños eran hombres de fe que, disgustados con el mundo en que vivían, con las injusticias, la inmoralidad y la falta de verdadera fe en la sociedad colonial, decidían apartarse de todo ello y dedicarse a la oración. Ese era su modo de afirmar su fe en el Evangelio y su forma de protestar contra el desorden de la sociedad colonial.

Los ermitaños partían hacia lugares desiertos y aislados, construían una capilla pequeña, una ermita, y se dedicaban a rezar, a acoger y consolar a los pobres y a promover el culto. Esas ermitas se convertían luego en centros de romería, y allí era donde se vivía la verdadera fe y la religión de los pobres.

Viviendo de limosnas, en extrema pobreza, los ermitaños eran independientes del poder colonial, y por eso no eran bien vistos sino por los pobres. El gobierno y el clero siempre hicieron todo lo que pudieron para controlar esos centros religiosos y hacer que los ermitaños se sometiesen a la autoridad. Pero la fe de los ermitaños y del pueblo oprimido siempre resistió como pudo a las prohibiciones de los grandes, y esos centros se conservaron, algunos incluso hasta hoy, como lugar de peregrinación y de oración de los pobres.

De 1558 a 1570, el español Pedro Palacios vivió como ermitaño en una gruta cerca de Vila Velha, en el Estado de Espirito Santo, rezando y haciendo penitencia. De allí sólo salía para pedir limosna en las calles de Vila Velha, para su sustento y el de los pobres que amparaba, para enseñar el catecismo a los niños y principalmente para rezar con los indios aimorés. De su trabajo misionero nació el santuario de Penha de Vila Velha, lugar de romería y de fe popular hasta hoy.

El santuario de Bom Jesús de Lapa, en las orillas del río São Francisco, nació del influjo de otro ermitaño laico, Francisco de Mendoça Mar, portugués que se convirtió, dio libertad a sus esclavos, distribuyó sus posesiones a los pobres y fue por las haciendas, llevando la Cruz y la imagen de Nuestra Señora, hasta llegar a São Francisco y establecer su ermita. Su fe y devoción atraían a la gruta del Bom Jesús un gran número de pobres, despreciados por la sociedad colonial.

La vida de explotación y lujo, la vanidad y la ostentación de la población de Minas en el tiempo del oro, dejando olvidadas las cosas de Dios, escandalizaba a muchos hombres y muchas mujeres de fe, que rechazaban aquel mundo y se hacían ermitaños. Fueron ellos los únicos verdaderos misioneros en las tierras del oro.

El más famoso ermitaño de esa época fue el hermano Lorenzo de Nuestra Señora, que había sido buscador de diamantes, pero que se convirtió y dejó todo para dedicarse a la devoción de Nuestra Señora. Se retiró a la sierra de Caraça y construyó allí una ermita y un lugar recogido donde reunió una comunidad de hermanos en la fe, todos gente pobre. Pero lo que más deseaba era llevar allí sacerdotes misioneros para evangelizar al pueblo de las minas. Murió en 1819 sin ver realizado su sueño.

También el santuario del Senhor Bom Jesús de Matosinhos, en Cogonhas do Campo, gran centro de romería de las minas, tuvo origen en la conversión de un laico, Feliciano Mendes, que dio todo el oro que tenía para la construcción de esa iglesia.

El Evangelio dice que "no se puede servir a Dios y al dinero". Los ermitaños fueron hombres que lo comprendieron, en el Brasil colonial, y optaron por ponerse de parte de Dios rechazando completamente el mundo del dinero y de los poderosos. Por eso su vida atraía a los más pobres y sus ermitas eran lugares donde los oprimidos se sentían libres para vivir su fe lejos de la humillación de los poderosos.

 

 

 

59.‑ LAS HERMANDADES Y COFRADÍAS: UNA IGLESIA DE LAICOS

 

Podemos afirmar que la mayor parte de la vida religiosa de la Colonia no dependía de la acción del clero, sino de la del propio pueblo, de los mismos laicos. El pueblo organizó sus hermandades, cofradías y órdenes terceras.

Esas asociaciones religiosas de laicos eran las principales responsables del culto religioso, de mantener las devociones a los santos e incluso de la misma promoción de la vida sacramental.

Las órdenes terceras estaban ligadas a las grandes órdenes religiosas que tenían sus conventos en Brasil. Había órdenes terceras de san Francisco, del Carmen, de San Benito...

Pero las hermandades o cofradías eran independientes del clero y dirigidas únicamente por los propios laicos, que se reunían con el fin de promover la devoción de algún santo o para hacer obras de caridad.

Para poder funcionar la hermandad o cofradía tenía que ser aprobada por el rey.

Las hermandades se desarrollaron sobre todo en las grandes ciudades. Era prácticamente indispensable formar parte de una cofradía o hermandad para poder ocupar un lugar en la sociedad colonial. En la sociedad colonial, donde el rey era el jefe de la Iglesia, no había separación entre la vida civil y la vida religiosa de las personas. Todos los momentos más importantes de la vida sólo podían realizarse en la Iglesia: el certificado de bautismo era el certificado de nacimiento, el único matrimonio que había era el matrimonio religioso, y solamente en la Iglesia se tramitaba la sepultura para los muertos. La propia necesidad que todo pueblo tiene de hacer fiesta sólo podía realizarse en la Iglesia, pues no había casi ningún otro tipo de fiesta, sobre todo para las mujeres y para los esclavos. Las hermandades se encargaban de organizar y ofrecer a sus miembros todos los aspectos de la vida social y religiosa.

Aparte de las actividades religiosas, las hermandades funcionaban también como asociaciones de ayuda mutua. Tenían siempre una caja común para auxiliar a los hermanos que se encontrasen en dificultades, y todos los hermanos tenían obligación de visitar a los compañeros enfermos, prestarles asistencia, y, en caso de muerte, acompañar el entierro, cosa que tenía enorme importancia en aquel tiempo. Era el número de personas que asistían al entierro lo que mostraba el prestigio que una persona había tenido en la vida.

Cada hermandad quería tener su propia iglesia, y buena parte de la actividad de los asociados era para conseguir medios para construir y adornar su iglesia, lo más ricamente posible. El prestigio de una hermandad dependía de la riqueza de sus iglesias, ornamentos, vasos sagrados y otros adornos. Había verdadera rivalidad entre las hermandades en ese afán por hacer más bellas sus iglesias.

Los miembros de la hermandad estaban obligados a asistir a las reuniones de los hermanos, a pagar una mensualidad y a frecuentar la misa de la hermandad, las procesiones y las fiestas.

Prácticamente, todas las personas, incluso los esclavos, formaban parte de alguna hermandad, pero no de cualquiera. En realidad, las hermandades correspondían a la división social que reinaba en la colonia. Había hermandades de los blancos ricos, que exigían que los hermanos tuviesen "sangre pura", que era una forma de decir que no tuvieran sangre judía, negra o indígena. Entre ellas estaban las hermandades de la Misericordia, que mantenían hospitales y otras "obras" de caridad para los pobres, aparte de atender también a los intereses de sus ricos socios. Otra hermandad de las más importantes, que también reunía a los ricos y no permitía la presencia de pobres y mestizos, era la hermandad del Santísimo Rosario.

Al no ser aceptados en las hermandades de los blancos, los hombres de color fundaron sus propias hermandades: la hermandad de Nuestra Señora del Rosario, de los negros, fuesen libres o esclavos, y las hermandades de los hombres pardos, es decir, de los mestizos, sobre todo mulatos, como las hermandades de la Merced, del Amparo, de la Purificación, de los Remedios, etc. Los negros y pardos tenían prohibido pertenecer a las hermandades de los blancos, pero por su parte no podían prohibir a los blancos que pertenecieran a sus hermandades.

En realidad, en esa división social que había entre las hermandades, aparecía con claridad un hecho importante en la vida de los cristianos de la colonia: la separación de los cristianos en hermandades de pobres y ricos, de blancos, negros y mulatos mostraba muy bien que en la sociedad colonial y esclavista que los seres humanos no podían ser todos hermanos. Cada uno podía ser "hermano" de aquellos que fuesen de su misma clase, de su misma raza, de la misma categoría social, pero la fraternidad era imposible entre todos los seres humanos.

Las hermandades se desarrollaron y desempeñaron un papel importante en la vida de las ciudades coloniales de la costa, pero fue en la región de las minas de oro y diamantes donde tuvieron mayor riqueza e importancia. Eso se explica porque la falta de asistencia religiosa fue mayor en esa región: el clero secular se dedicaba poco al trabajo pastoral y los misioneros religiosos tenían prohibido entrar. Así, el pueblo tenía más razones para organizarse en hermandades, pues ésa era la única manera de poder garantizar una asistencia religiosa.

 

 

 

60.‑ LAS HERMANDADES, ASOCIACIONES DE SERES HUMANOS IGUALES

 

Si es verdad que la división de los habitantes de la colonia en diferentes hermandades reflejaba la desigualdad social existente, en el interior de cada hermandad, por el contrario, todos los hermanos eran considerados iguales, con los mismos derechos.

Cada hermandad estaba dirigida por una Mesa (dirección), elegida democráticamente por todos los hermanos. Todos los hermanos tenían las mismas obligaciones y los mismos derechos dentro de su hermandad.

Al reunir a personas de la misma clase, raza o categoría social, se encontraban frecuentemente, discutían sus problemas y tenían intereses iguales, las hermandades podrían convertirse en asociaciones más o menos semejantes a "sindicatos", donde cada clase o categoría social pensase y preparase la defensa de sus intereses contra las otras clases o contra el gobierno colonial.

Los propios ricos, que gozaban de todas las ventajas en la vida colonial, también tenían intereses para defender frente al gobierno, principalmente contra los fuertes impuestos que cobraba el rey, o contra las leyes que pudiesen limitar su enriquecimiento. Las hermandades de esclavos, por su parte, podrían convertirse en focos de revuelta de los esclavos contra sus señores.

Para evitar que todo esto ocurriese, el gobierno tenía una gran preocupación por controlar las hermandades de los negros y los pardos, para evitar que se convirtiesen en organizaciones de lucha. Por eso es por lo que los estatutos de las hermandades de los negros, que sólo podían funcionar con aprobación del rey, no podían impedir la entrada de los blancos. Era necesario que en las hermandades de los pobres hubiese siempre algunos blancos para espiarlos.

Todos los actos importantes de las hermandades, hasta el aumento o disminución de las cuotas, necesitaban una orden del rey para que se llevaran a cabo. Los libros de cuentas y las actas de trabajos eran minuciosamente examinadas por un funcionario real, un Inspector especialmente designado para eso. También las autoridades religiosas intentaban controlar lo que pasaba en las hermandades, por medio de visitadores, ayudando a las autoridades coloniales a impedir que las cofradías se convirtieran en focos de revuelta. Entretanto, el mayor poder sobre las hermandades quedó en manos del rey personalmente.

Cada hermandad, por su parte, trataba de guardar su libertad. Con todo, nunca llegaron a ser verdaderas asociaciones de defensa de los derechos de las clases contra el poder colonial.

El gobierno colonial tenía miedo de la independencia de las hermandades, pero nunca pensó en prohibir su existencia, porque también comportaban sus ventajas para el reino portugués.

De hecho, para controlar la población de la colonia, era mejor para el Rey que estuviese toda dividida y organizada en asociaciones donde resultaba más fácil controlarla. Como prácticamente nadie podía quedar fuera de todas las hermandades, nadie escapaba de los oídos y de la mirada del fiscal del rey.

El hecho tenía incluso ventajas financieras. Como hemos visto, la suma de los diezmos era enviada a Portugal, y después debía volver de allá para sostener el culto y la vida religiosa de la colonia. Pero esa vuelta nunca se daba satisfactoriamente. El dinero del diezmo para los gastos religiosos volvía muy menguado. La mayor parte se quedaba en las manos del rey. Aparte de eso, llegaba siempre con retraso respecto a las necesidades.

Ante esto, las hermandades se cansaban de esperar y construían sus iglesias con sus propios medios, con las contribuciones de los hermanos y con campañas de recogida de fondos entre los moradores de la colonia. Otras veces, el rey procuraba "comprar" la fidelidad de las hermandades concediéndoles favores y auxilios para las construcciones.

Con el pago a los sacerdotes ocurría una cosa semejante: el rey sólo pagaba las "congruas". Era poco y llegaba tarde. Los demás sacerdotes debían sustentarse de otro modo. Muchos se dedicaban a la minería en la región del oro, y tenían esclavos que trabajaban para ellos. Les estaba permitido a estos sacerdotes cobrar de los fieles una tasa para la administración de los sacramentos, la celebración de la misa, la oración por los difuntos. Esas tasas se llamaban "conhecenças" o "pés‑de altar". Los sacerdotes, que como todos los blancos de la colonia querían enriquecerse, cobraban caro. Por eso, para disminuir esos gastos, las hermandades contrataban sacerdotes como capellanes suyos. Así, el sacerdote era un funcionario de la hermandad que no tenía ninguna autoridad sobre los demás asuntos de la asociación y estaba sometido a la autoridad de la Mesa, formada por laicos, que podía despedirlo cuando no estaba contenta.

Las autoridades de la Iglesia no estaban nada contentas con esa situación de independencia de los laicos en cosas de religión. Tampoco aceptaban que fuese el rey y no el obispo quien debiera aprobar o no la fundación de las hermandades. Los párrocos intentaban introducirse y controlar las hermandades. Pero, como respondían a los intereses del rey, éste apoyaba la independencia de las hermandades ante la jerarquía de la Iglesia, y los sacerdotes terminaban sujetándose a la autoridad de los laicos.

Era sobre todo la riqueza lo que garantizaba la independencia de una hermandad. Todas ellas se esforzaban por conseguirla. Trataban de constituir un patrimonio que diese rentas a la hermandad. Casi todas tenían casas y esclavos para alquilar. Las hermandades de los blancos ricos funcionaban como bancos, prestando dinero a interés incluso a la misma Administración Colonial. Esta riqueza era ostentada orgullosamente por la hermandad en sus fiestas y procesiones, procurando cada una aparentar más que las otras.

Los estatutos de las hermandades eran muy exigentes en cuanto a las costumbres y al comportamiento de los hermanos. Todo el que llevara una vida escandalosa debería ser expulsado. Ser expulsado de una hermandad era un castigo muy grande en aquel tiempo, pues colocaba a la persona fuera de la vida social, mal vista por todos. De esa forma las hermandades contribuían a imponer un cierto orden moral en la vida relajada de la Colonia, aunque esos estatutos no fuesen cumplidos con rigor y se cerrasen los ojos ante muchos abusos por parte de los hermanos. También esta función de las hermandades interesaba al rey.

Otra influencia importante de estas asociaciones religiosas fue el desarrollo del arte en la colonia. Su deseo de ornamentar ricamente sus iglesias y de hacer más brillantes sus fiestas hizo que se formaran grandes artistas, escultores, pintores y músicos cuyos servicios contrataban las hermandades, principalmente en Minas Gerais. Esto propició la aparición de una clase social de trabajadores que no eran ni ricos propietarios ni esclavos, compuesta por los artistas y artesanos, sobre todo mulatos y negros liberados de la esclavitud.

Con el tiempo, la mayoría de las hermandades fue entrando en decadencia, dejando de lado las actividades religiosas, la preocupación espiritual y la ayuda mutua entre los hermanos, pasando a ocuparse solamente de las rivalidades y ostentación de riqueza en las procesiones y fiestas. Esto hizo que mucha gente se desinteresase y abandonase las asociaciones. Y cuando las minas comenzaron a dar menos oro y diamantes, también la riqueza de las hermandades comenzó a decaer.

 

 

 

61.‑ LAS HERMANDADES DE LOS POBRES

 

Naturalmente, los blancos ricos no podían aceptar formar hermandades junto con los negros, principalmente con los esclavos. No podían aceptar a los negros como hermanos suyos e iguales a ellos. Para justificar la dominación y la injusticia que hacían contra los seres humanos de color, los blancos decían que los demás eran inferiores a ellos, ignorantes, sin inteligencia, sin moral, en fin, una raza "inferior" que debía someterse a la raza "superior" de los blancos. Querían que pensasen así incluso los propios negros, para facilitar la explotación de su trabajo. Aceptar hermanos negros en las hermandades de los blancos supondría sembrar ideas de igualdad en la cabeza de los negros y eso perjudicaría los intereses de los blancos. No, los negros tenían que quedar fuera, separados y debajo de los blancos.

Pero ya que los negros también estaban obligados a ser católicos y a frecuentar la misa y los sacramentos, los señores acababan por desear que sus esclavos también estuviesen en una cofradía o hermandad. Esto era importante, porque todos los actos religiosos, como bautismo, matrimonio, la confesión y la comunión anuales obligatorias, tenían que ser pagados. El señor tenía la obligación de pagar por sus esclavos y le resultaba mucho más barato si pertenecían a una hermandad. Por otra parte, la mayoría de los señores creían, a su manera, en Dios y en el cielo, y tenían miedo del infierno, y por eso se preocupaban de la vida espiritual de sus esclavos, para asegurar su propia salvación. Todos los esclavos pertenecían a cofradías. Las cuotas las pagaba el señor. A veces hacía grandes donativos en nombre del esclavo, que era otra forma de ostentar riqueza y "comprar" la salvación.

La principal hermandad de los negros, que existía en casi todas las ciudades de la Colonia, era la de Nuestra Señora del Rosario. Reunía a negros y mulatos, esclavos o libertos. Dentro de la hermandad no se hacía ninguna diferencia entre los esclavos y los libres. Allí eran realmente hermanos, iguales. Cualquier hermano, incluso esclavo, podía ocupar los cargos más importantes de la hermandad, por elección.

Aparte de Nuestra Señora del Rosario y de la Merced, los negros tenían gran predilección y devoción por los santos también negros y morenos como San Antonio de Catagerona, Santa Efigenia, San Benedicto, San Gonzalo, San Onofre. Existían también hermandades especiales de devoción a cada uno de estos santos, que reunían a cristianos negros o pardos. Pero la hermandades del Rosario eran las más importantes y más esparcidas por toda la colonia.

Lo que más atraía a los hombres de color hacia las hermandades era la libertad y el respeto que disfrutaban dentro de la asociación y el auxilio que se prestaba a sus miembros.

De hecho, era dentro de su hermandad donde el hombre de color, despreciado y oprimido por la sociedad de los blancos era tratado como persona. Como miembro de la hermandad, era respetado, tenía derechos y era apoyado, y con ocasión de las fiestas y procesiones salía con sus hermanos, bien vestido, cargando andas, cruces y luminarias que rivalizaban en belleza y riqueza con las de los señores blancos. Aprovechando aquella ocasión, el negro mostraba que, ante Dios, en las cosas de la religión, el blanco no podía ser más que él. La hermandad era el terreno donde podían florecer los sentimientos de dignidad y de igualdad de los hombres de color, aunque los blancos lo quisiesen impedir.

El auxilio que un hermano podía recibir de la asociación en los momentos de dificultad también era de enorme importancia para los pobres negros y mulatos, esclavos o libres. Los negros y mulatos libres eran mal vistos y perseguidos por la sociedad de los blancos. Eran demasiado pobres como para tener con qué trabajar por cuenta propia, y los señores de esclavos no contrataban trabajadores asalariados. Vivían casi en la miseria y quedaban abandonados en la enfermedad y en la vejez.

Los esclavos, por su parte, estaban siempre expuestos a ser abandonados por el señor cuando se volviesen inválidos o viejos. Cuando un esclavo ya no servía para trabajar ni para ser vendido, muchos señores sencillamente los despedían, dándoles una libertad que entonces sólo servía para morir de hambre en la calle. Incluso cuando aún podían trabajar, muchos negros pasaban necesidad, pues los señores no les daban lo suficiente para su sustento, obligándoles a trabajar por su cuenta los domingos y las noches de luna para no morir de hambre.

Así, la hermandad, que construía asilos para acoger a los hermanos desamparados y ayudaba a los que estaban en la miseria, representaba la salvación para los pobres.

Reuniendo negros de varias naciones africanas diferentes, las hermandades fueron también una forma de hacer que olvidaran las diferencias tribales y se unieran, como hermano unidos por el mismo color y la misma situación social. Allí se juntaban y se defendían de los sufrimientos y de las injusticias contando solamente con sus propios recursos y tomando ellos mismos decisiones.

Las hermandades de negros, sin embargo, nunca llegaron a ser organizaciones que llevasen la defensa de sus miembros hasta el punto de luchar abiertamente contra la institución de la esclavitud. Su unidad no llegaba a ser completa. Surgían a veces rivalidades personales entre hermanos, o entre los negros africanos y los criollos, ya criados en Brasil. La rivalidad podía aparecer también entre los negros y los mulatos cuando, siguiendo el ejemplo de los blancos, los hombres de color tornaban el color de la piel como señal de superioridad de unos sobre otros. Esas rivalidades casi siempre terminaban con la salida de una parte de los hermanos de la cofradía para fundar otra, bajo otro patronazgo.

Las hermandades del Rosario tampoco consiguieron ser asociaciones únicamente de hombres de color. Según sus propios estatutos, por exigencia de los blancos que debían aprobarlos, el tesorero de las cofradías de negros debía ser un blanco. Los pobres no eran considerados capaces de llevar cuentas de sus propias finanzas. Siempre había además algunos blancos que formaban parte de las hermandades del Rosario, para controlarlas, para saber lo que pasaba, y también porque participar en varias cofradías era señal de riqueza y daba prestigio. Pero, fuera del cargo de tesorero, los blancos no podían ocupar otros cargos. La dirección de la hermandad quedaba reservada solamente a los negros y el voto de cada hermano tenía el mismo valor, independientemente del color de la piel.

Pero todo eso no impedía que las hermandades de esclavos tomasen medidas para aliviar el peso de la esclavitud de sus hermanos. No luchaban contra la esclavitud como un todo, pero protestaban y denunciaban a los dueños malvados que maltrataban a los hermanos esclavos: ayudaban a los hermanos a comprar su libertad cuando su esclavitud era especialmente dura y procuraban la liberación individual de la esclavitud, pero no la abolición de la esclavitud: las mismas hermandades de negros llegaban a tener sus propios esclavos, aunque poco numerosos.

La hermandad también significaba para los esclavos la posibilidad de tener momentos de libertad, pues los señores no podían impedir que sus esclavos participasen en las reuniones, celebraciones y fiestas obligatorias de la hermandad. Sobre todo en la región de las minas, los esclavos conseguían obtener un cierto respeto por parte de los señores, pues éstos tenían miedo de que los esclavos los denunciasen como contrabandistas de oro o diamantes. Como todos procuraban eludir los impuestos y el gobierno colonial intentaba controlar las minas por todos los medios, cualquier persona podía denunciar el contrabando, incluso los esclavos, y esto acarreaba un riguroso castigo. Por su parte los esclavos también hacían su contrabando, y probablemente, de ahí provenía una buena parte de los recursos de las hermandades de los negros. Esto es lo que explica que también las hermandades de esclavos consiguieran construir iglesias y ornamentarlas con riqueza, aunque no consiguieran igualar el derroche de las hermandades de los blancos.

Aparte de los cargos de administración, la hermandad del Rosario de los negros elegía también su rey y su reina, que gozaban de gran prestigio y tenían la función no de dominar sino de proteger y representar a los hermanos de su cofradía. Casi siempre recibían el título de reyes del Congo, pero podían ser de cualquier nación africana. Tal vez incluso algunos de ellos fueran escogidos entre los descendientes de los que habían sido jefes o reyes en África. Aunque esos reyes sólo "reinasen" dentro de las hermandades, todo esto era la forma como los negros expresaban su rechazo de la autoridad dominadora e impuesta de los blancos y afirmaban su deseo de libertad, escogiendo, mediante el voto, sus propias autoridades. Las coronaciones de los reyes y reinas eran ocasión de grandes fiestas, con parte religiosa y parte popular, fuera de la iglesia. Ahí se conservó parte de las tradiciones africanas.

Al formar hermandades separadas de los blancos, los pobres estaban sometiéndose a las exigencias de la división social que reinaba en la colonia. Pero, a la vez, con ello tomaban conciencia más claramente de esa división y de la injusticia que representaba. Pasado el tiempo de la colonia portuguesa, ya en tiempo del imperio, en los últimos años de la esclavitud, las hermandades de los negros van a tener una participación en el movimiento por la abolición de la misma.

 

 

 

62.‑ LA RELIGIÓN DE LOS RICOS

 

"Ay deustedes, fariseos, que pagan el diezmo de todas las legumbres, hasta de la menta y de la ruda, y desprecian la justicia y el amor a Dios. Debían hacer aquello, sin despreciar esto. Ay de ustedes, fariseos, que les gustan los mejores puestos en las casas de oración…" (Lc 11,42.43).

 

Los hechos narrados aquí ocurrieron en los tres primeros siglos del domiinio portugués en Brasil. En el año de 1822, con la proclamación de la independencia, acababa el poder de Portugal sobre nuestra tierra, y el príncipe Don Pedro, hijo del rey, se convirtió en el emperador de Brasil. A partir de entonces, otras cosas van a cambiar y a influir también en la vida de la Iglesia. Pero muchas cosas de las que habían sido implantadas en los primeros trescientos años continuarían enraizadas en la vida de los católicos brasileños.

Ya sabemos que la tierra que recibió la semilla del Evangelio en Brasil no era igual por todas partes: la vida y el corazón de los pobres era bien diferente de la vida y del corazón de los ricos. La semilla creció, fue sofocada o creció torcida según la tierra en que cayó. En el Brasil colonial, prácticamente, sólo estaban los ricos propietarios, por un lado, y los muy pobres, por otro, esclavos en su gran mayoría. Quien no era esclavo, o trabajador pobre, era señor de esclavos. La situación todavía continuó así por largos años. La fe y la vida religiosa tomaron su rumbo propio según la clase a que pertenecían las personas. Tanto los ricos como los pobres oprimidos mezclaron con la fe cristiana sus propias ideas, sus experiencias, sus intereses. Fue así como la religión de los poderosos tomó un matiz diferente de la religión de los pobres.

Los ricos se mostraban muy católicos, frecuentando las celebraciones y los sacramentos de la Iglesia, procurando estar siempre en un lugar muy visible para ser bien vistos por la sociedad. Durante mucho tiempo, los ricos tuvieron incluso lugar reservado en las iglesias, así como había, en el fondo de la iglesia, un lugar marcado para los esclavos y demás pobres.

Los poderosos conservaron también la creencia en el poder de Dios y en el cielo, la devoción a los santos y el miedo a la condenación eterna. Pero pensaban que podían agradar a Dios simplemente cumpliendo las leyes de la iglesia, y que podían comprar la salvación con donativos hechos a la iglesia. Los católicos de clase rica no aprendieron que oprimir y explotar a los hermanos es la mayor ofensa hecha a Dios; continuaron pensando que la caridad consistía apenas en compensar con una limosna, dada en días especiales, la injusticia cometida todos los días.

Brasil dejó de ser colonia de Portugal. Los ricos ya no tenían que pagar impuestos a Portugal. Pero la organización de la sociedad brasileña continuó siendo la misma por dentro: pocos blancos ricos, propietarios de casi todo, explotando el trabajo de la mayoría de la población, esclavizada todavía durante mucho tiempo y, más tarde, explotando a los obreros y empleados. Igual que habían pensado y dicho los reyes de Portugal, también los ricos continuaron pensando y diciendo que ese ordenamiento injusto de la sociedad era voluntad de Dios. Continuaban dando nombres de santos a sus haciendas y propiedades, llamando a los sacerdotes para bendecir sus casas‑grandes, sus fábricas, sus bancos, como si Dios estuviese de acuerdo con todo eso. Continuaron pensando que la sociedad brasileña, esclavista, injusta y desigual, era una sociedad cristiana, un modo de realizar el Reino de Dios, y que ellos eran todos buenos católicos.

Los blancos ricos pensaban que las personas de otras razas eran inferiores, por su misma naturaleza, hechos así por el mismo Dios para que sirvieran y obedecieran a los blancos. Pensaban que sus riquezas les habían sido dadas por la Providencia de Dios, y continuaron dando grandes donativos a la Iglesia para agradecer a Dios y a los santos la "gracia" de haber hecho un gran negocio, sin sentir ningún remordimiento por explotar el trabajo de los pobres.

Igual que ocurría en tiempo de la colonia, los poderosos pensaban también ahora que los sacerdotes, los obispos, la Iglesia debían estar de su parte, apoyando su poder y ayudando a mantener al pueblo sujeto y resignado ante el sufrimiento. Cuando un misionero quería defender a los pobres contra la opresión de los ricos, éstos lo tachaban de subversivo, decían que no era un verdadero cristiano, y trataban enseguida de prenderlo, perseguirlo, expulsarlo. Por eso, continuaron procurando agradar a las autoridades de la Iglesia, queriendo tener seguro su apoyo.

 

 

 

63.‑ LA RELIGIÓN DE LOS POBRES

 

"Jesús se puso muy alegre, y dijo: ‑Padre, Señor del cielo y de la tierra. Te agradezco que hayas mostrado a los sencillos lo que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, esto ha sido así por tu propia opción y voluntad".

 

De acuerdo con la predicación y la catequesis que había recibido, la gran mayoría de los pobres creyó que la forma injusta como estaba organizada la sociedad era natural, que no podía ser de otro modo, y que conformarse con la pobreza y el sufrimiento era aceptar la voluntad de Dios.

Pero, a pesar de todo esto, los pobres comprendieron y confiaron en la bondad de Dios. Las promesas, y la petición de gracias a Dios y a los santos, cosas que habían pasado a ocupar tan importante lugar en la religión de los pobres, expresaban la fe de los oprimidos en la misericordia del Padre. Expresaban también el deseo de los pobres de una vida mejor, de la que Dios era la única esperanza, ya que nada podían esperar de los poderosos de este mundo.

Privados durante mucho tiempo de los sacramentos, por falta de misioneros que se dedicasen a ellos, o por no ser considerados dignos, los oprimidos se acostumbraron a expresar su fe y a buscar su unión con Dios a través de otras prácticas: las oraciones, novenas, procesiones y romerías, el rosario, las fiestas y las penitencias, cosas que no dependían de la presencia del sacerdote o del apoyo de las autoridades religiosas.

La religión de los pobres también evolucionó como una religión de personas humildes, que no se consideraban buenos católicos que ya tenían la salvación asegurada, sino que se consideraban pecadores que sólo se salvarían por la misericordia de Dios. Por eso, daban gran valor a la penitencia y a los sacrificios, a las romerías largas y sufridas, al Via Crucis y a muchas mortificaciones.

Viviendo una vida de constante sufrimiento, dolores y humillación, los pobres guardaron una gran devoción a la Pasión de Jesús, al Señor Muerto, a Nuestra Señora de los Dolores, a los santos mártires, como san Sebastián, todo lo cual era consuelo y ejemplo para soportar su propio sufrimiento. Pero, no habiendo recibido una evangelización completa, habiendo quedado privados de la lectura de la Biblia, de la esperanza de la liberación, los pobres no pudieron desplegar la alegría de la resurrección en la vida cotidiana ni una lucha colectiva por la liberación de los oprimidos, animada por la fe. El Viernes Santo resultó finalmente más importante que el Domingo de Pascua, en la religión de los pobres.

Pero no sólo de tristezas está hecha la religión de los pobres. Conservaron también una gran afición a las fiestas religiosas, momentos de alegría en los que se olvidaban las desgracias de esta vida, se huía de la opresión y demostraba que delante de Dios, somos todos iguales. Fiestas que eran un anticipo del cielo aquí en la tierra.

También la caridad de los pobres resultó diferente de la caridad de los ricos: no consistía en dar dinero, que los pobres no tenían, sino en repartir con el hermano tan necesitado como ellos lo poco que tenían, y en acoger a los hermanos sufrientes como enviados de Dios.

Los pobres también adquirieron y conservaron la costumbre de reunirse entre sí para rezar en sus casas, en pequeñas capillas pobres, en sus lugares de romería, lejos de las ricas iglesias de los blancos, y lejos de las autoridades de la Iglesia. Continuaron buscando a los ermitaños, a los predicadores del pueblo y sus lugares de romería, ante el desprecio de las autoridades, reconociendo en ellos los verdaderos servidores de Dios y los verdaderos lugares de oración.

Junto con la religión cristiana, los pobres conservaron también, unos más, otros menos, las creencias que quedaron de las religiones indígenas y africanas. Estas creencias y prácticas eran vistas por las personas instruidas como supersticiones y como ignorancia, pero, en realidad, eran los recuerdos grabados en el alma del pueblo de las culturas propias de sus abuelos antes de ser oprimidos por los blancos cristianos.

Por lo que ya conocemos de la historia de los inicios de la Iglesia de Brasil, podemos comprender cómo las diferentes experiencias vividas implicaron modos también diferentes de vivir la fe cristiana entre los pobres y los ricos. Es evidente que siempre hubo individuos y grupos que no corresponden a esa descripción, ricos que cambiaban de vida motivados por la fe, como los primeros ermitaños, o pobres que imitaban la religión de los ricos. Aquí hablamos solamente, en un plano general, de algunas características de la religiosidad de las principales clases sociales del Brasil colonial, muchas de ellas visibles todavía hoy entre los católicos brasileños.

 

 

 

64.‑ LA HERENCIA DE LA IGLESIA COLONIAL

 

Lo que el Brasil portugués dejó como herencia para el Brasil del siglo XIX fue una iglesia sin libertades, dominada por el poder político, que pasó de la corona portuguesa a las manos del emperador. Y, lo que es más grave: al final del período colonial, los responsables de la organización de la Iglesia, la jerarquía, aceptaban esa situación y se acomodaban a ella. Una parte del clero se dedicaba apenas a una pastoral que no fuese contra los intereses del poder, porque dependía del poder para sobrevivir o para permanecer en los cargos que ocupaba. Otra parte del clero estaba constituida por sacerdotes dueños de haciendas, de explotaciones mineras, señores de ingenios, señores de esclavos, formando parte, así, de la clase de los poderosos.

Con la expulsión de los jesuitas por orden del marqués de Pombal, ministro portugués, y las persecuciones a los demás religiosos, la Iglesia llega al fin del período colonial con una gran carencia de verdaderos misioneros. Gran parte de los sacerdotes se dedicaban a otras actividades, y simplemente celebraban sus misas en las ricas iglesias de las ciudades principales. Para el pueblo, especialmente para las poblaciones más pobres y de lugares apartados, la Iglesia sólo podía ofrecer las "desobrigas" y, con los pocos misioneros que quedaban, algunas misiones temporales.

Los obispos que tenían más preocupación por la libertad y por la acción pastoral, o por mejorar la disciplina del clero, se veían impedidos para ejercer su autoridad. Y muchos obispos, confundidos con las autoridades del gobierno, llegan incluso a suplir a los gobernadores cuando éstos se ausentaban.

Parte de esta herencia fueron también las inmensas propiedades de tierras, los esclavos sin número y las ricas iglesias que la situación colonial propició. Y, junto a todo eso, la incapacidad de la Iglesia para percibir y luchar contra la injusticia que servía de base a la organización de la sociedad brasileña.

La Iglesia colonial conservó la devoción a muchos santos y la tradición de las grandes fiestas religiosas, y la organización en parroquias de todas las regiones más pobladas. La organización parroquial sustituyó completamente a la de las antiguas aldeas misioneras, también por orden del Marqués de Pombal, y al final del dominio portugués nada de eso cambió.

Las antiguas aldeas misioneras consiguieron mantener una cierta libertad interna, protegiendo a los indios del contacto perjudicial de los blancos, en la medida en que los misioneros tuvieron el gobierno tanto espiritual como material de esos poblados. La transformación en parroquia dejaba a los indígenas bajo el dominio directo del poder político de los blancos. En la aldea transformada en ciudad y parroquia, el poder material pasaba a manos de un funcionario del gobierno, y la autoridad espiritual pasaba al párroco. Los párrocos, que quedaban reducidos a las cosas "espirituales", eran nombrados por el gobierno, principalmente de entre los sacerdotes seculares, mucho más dependientes y obedientes respecto a los poderosos. De hecho, esa medida del Marqués de Pombal tenía como finalidad extender y fortalecer el poder absoluto del rey y eliminar cualquier organización que pudiese resistir a su autoridad.

Pero, junto a todo esto, la Iglesia de los primeros siglos de Brasil dejó también, en su herencia, la fe cristiana auténtica vivida por tantos brasileños, especialmente entre los pobres. Dejó también el testimonio de todos aquellos que lucharon, incluso a costa de la propia vida, por la libertad y la justicia en nombre del Evangelio. Su ejemplo no dejó de dar frutos durante toda la historia de la Iglesia en Brasil, hasta nuestros días.

 

 

 

Para una UTILIZACIÓN PEDAGÓGICA de este libro

 

1.‑ La versión tradicional, transmitida hasta nosotros en la tradición y en vuestros estudios infantiles, ¿qué decía sobre... ?

‑ las costumbres de los indios, su cultura y civilización precolombina,

‑ sus derechos a la tierra y a la libertad frente a los conquistadores,

‑ las motivaciones económicas tanto de la conquista como de la utilización de la evangelización misionera,

‑ la esclavización de los indios,

‑ los africanos llevados a América como esclavos,

‑ el papel que jugaba la Iglesia y su mensaje frente a la estructura socioeconómica,

‑ los títulos de gloria de los españoles y portugueses adquiridos en la aventura de la conquista de América,

‑ los posibles fallas o pecados de la misma.

 

2.‑ Analiza sociocríticarnente todo lo anterior. ¿Qué tipo de versión de la historia americana se nos ha transmitido: a favor de quién, con qué opciones de fondo, con qué principios ideológicos de base...?

 

3.‑ Enumera sucintamente los elementos que en esta exposición histórica te han resultado nuevos.

 

4.‑ Analiza también la visión histórica que ofrece este libro.

 

5.‑ Muchas situaciones y roles sociales de los grupos humanos y de las instituciones que se han dado en la historia se repiten en la actualidad. A la luz de esta historia así narrada, busca los paralelos actuales a aquellas situaciones y roles sociales de los grupos humanos y de las instituciones: nuevas conquistas, esclavitudes, imperialismos, ideologizaciones, convivencias con el poder, marginalizaciones, intereses económicos subterráneos..., explicando las razones del paralelismo.

 

6.‑ ¿Qué actitud sería hoy la más coherente y consecuente con la historia por parte de los pueblos que protagonizaron la conquista?

 

7.‑ ¿Cómo reinterpretar hoy el 12 de octubre, la "Madre Patria", los "conquistadores", los mismos nombres de "Hispanoamérica" e "Iberoamérica"…?

 

8.‑ ¿De qué pecados históricos debiera pedir perdón hoy la Iglesia? ¿Qué grandes lecciones de esta historia no han sido asumidas todavía hoy por la Sociedad y por la Iglesia?

 

9.‑ ¿Qué nuevas características debe tomar ‑ha tomando ya‑ en América Latina la misión de la Iglesia a la luz de esta historia?

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

A todas luces, la obra más importante que, en esta línea, ha de consultarse sobre la historia de la Iglesia latinoamericana es:

CEHILA (Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en América Latina), Historia general de la Iglesia en América Latina, ediciones Sígueme, Salamanca, 1981. Once tomos, distribuidos así: I, Introducción General. II, Brasil. III, Brasil. IV, Caribe. V, México. VI, América Central. VII, Colombia y Venezuela. VIII, Area andina. IX, Cono Sur. X, Latinoamericanos en Estados Unidos. XI, Filipinas, Mozambique y Angola.

 

Sobre la historia de la Iglesia en Brasil concretamente:

 

HOORNAERT, Eduardo, Formaçao do Catolicismo Brasileiro, Ed. Vozes, Petrópolis, 1974.

HOORNAERT, Eduardo, y otros, Historia da Igreja no Brasil, II tomo de la Historia Geral da Igreja na America Latina (CEHILA), Ed. Vozes, Petrópolis, 1977.

LUGON, Charles, A República “Comunista” Cristâ dos Guaranis, Ed. Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1977.

PACHECO, Eliezer, O Povo Condenado, Ed. Artenova, Rio de Janeiro, 1977.

SCARANO, Julita, Devoçâo e Escravidâo, Companhia Editoria Nacional São Paulo, 1976.

LUSTOSA, Fr. Oscar F., A presença de Igreja no Brasil. Historia e Problemas (1500-1968), Ed. Giro, São Paulo, 1977