LOS PAGANOS : “AL INFIERNO”

La Buena Noticia de la Salvación de las religiones indígenas

Los indígenas precolombinos1 , los habitantes de Abya Yala, ¿eran idólatras? ¿Tenía algún sentido, algún valor su religión, su oración, su «fe»? ¿Se «salvaban», o los tenemos que dar por «condenados»?

El tema hoy está claro en lo fundamental, teológicamente hablando. Pero esta claridad se queda con frecuencia encerrada en los centros teológicos, en los institutos misioneros y en unos pocos cristianos más promovidos. La mayor parte del pueblo cristiano, a quien no ha llegado todavía la renovación teológica conciliar, sigue teniendo en su subconsciente el temor no confesado de que aquellos paganos que adoraban el sol, a Tamagastad, o a Quetzalcóatl eran idólatras y están muy lejos de la Salvaci ón de Dios.

Es un tema del que no solemos hablar, un tema que no suele entrar formalmente en los programas de catequesis o de predicación, pero que realmente está presente, aunque sea de un modo subconsciente.

Es también un tema muy oportuno para reflexionar, debatir y predicar en este tiempo marcado por el signo de los 500 años. Y sobre todo, es un tema urgente de predicación obligatoria, porque es una «Buena Noticia». Si estamos en tiempo de «nueva evangelización», y para que sea efectivamente «nueva», distinta de aquella vieja evangelización que se hizo hace cinco siglos, hay que proclamar incansablemente esta «Buena Noticia de la Salvación de los paganos».

Este texto no se dirige a teólogos sino a agentes de pastoral. Por eso trata de expresarse en un lenguaje sencillo y de evitar las especulaciones abstractas.

I. Partir de la realidad para introducirnos en el tema

Conforme al método teológico latinoamericano, es bueno que «partir de la realidad», en este caso, de la realidad histórica. De ella podemos extraer de ellos nuestras preguntas vitales.

·       El primer catecismo que se escribió en América (quizá entre 1510 y 1521), el de Pedro de Córdoba, comienza con la revelación de «un gran secreto que vosotros nunca supísteis ni oísteis»: que Dios hizo el cielo y el infierno. En el cielo están todos lo s que se convirtieron a la fe cristiana y vivieron bien; en el infierno están «todos los que entre vosotros murieron, todos vuestros antepasados: padres, madres, abuelos, parientes y cuantos existieron y pasaron por esta vida; y allá iréis también vosotro s si no os hiciéreis amigos de Dios y no os bautizáreis y tornárais cristianos, porque todos los que no son cristianos, son enemigos de Dios»2 .

·       Como «los doce apóstoles de México» son conocidos los primeros franciscanos que llegaron, en 1524, a «Nueva España» para evangelizar a los indígenas aztecas. Redescubierto en 1924, tenemos hoy un precioso libro, debido al admirable trabajo investigati vo de Fray Bernardino de Sahagún, titulado «Los coloquios de los doce apóstoles». En él se nos recoge en idioma náhuatl la última actuación pública de algunos sabios y sacerdotes aztecas supervivientes, que defendieron sus creencias religiosas y su forma de vida ante los misioneros. Estos les predicaban que lo que los antepasados aztecas habían enseñado y dejado como herencia «es todo mentira, vanidad, ficción; no contiene nada de verdad»3 . «Sabed y tened por cierto que ninguno de los dioses que adoráis es Dios ni dador de vida; todos son diablos infernales»4 .

Los sabios responden: «Dijisteis que no conocemos al Señor_ que no eran verdaderos nuestros dioses. Nueva palabra es ésta, la que habláis. Por ella estamos perturbados, por ella estamos molestos. Porque nuestros progenitores_ nos dieron sus normas de v ida, honraban a los dioses, nos enseñaron todas sus formas de culto, todos los modos de honrar a los dioses. Era doctrina de nuestros mayores que es por los dioses por los que se vive. Nosotros sabemos a quién se debe la vida_ cómo hay que invocar, cómo h ay que rogar. Y ahora, ¿destruiremos la antigua regla de vida? Es ya bastante que hayamos sido derrotados, que se nos haya impedido nuestro gobierno. ¡Déjennos pues ya morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto!»5 .

·       Fray Vicente Valverde, capellán oficial acompañante de Francisco Pizarro en la que de hecho fue la «invasión» del imperio inca, conminó a Atahualpa a adorar a Dios, la cruz y el Evangelio, «porque todo lo demás [cualquier otra religión] era cosa de bu rla». Atahualpa respondió que él «no adoraba sino al Sol que nunca muere y a los dioses que también tenía en su ley»6 .

·       El famoso misionero jesuita Antonio Vieira, en Bahia, Brasil, podía decir a los esclavos negros: «vuestra esclavitud no es una desgracia, sino un gran milagro, porque vuestros padres están en el infierno para toda la eternidad. Vosotros, por el contra rio, os habéis salvado, gracias a la esclavitud»7 .

·       En 1442 (mucho antes de la ruptura protestante), el Concilio de Florencia (no dogmático) había afirmado «firmemente creer, profesar y enseñar que ninguno de aquellos que se encuentran fuera de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también los judíos, los herejes y los cismáticos, podrán participar en la vida eterna. Irán al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles (Mt 25, 4), a menos que antes del término de su vida sean incorporados a la Iglesia_ Nadie, por grandes que sean sus limosnas, o aunque derrame la sangre por Cristo, podrá salvarse si no permanece en el seno y en la unidad de la Iglesia católica». (Es, en el fondo, el sentido que se le dio a la frase «extra ecclesiam nulla salus», original de san Cipriano, del siglo IV, en quien no tenía en absoluto ese sentido).

·       También se puede recordar que no sólo los misioneros venidos a las «Indias Occidentales», sino todos los misioneros cristianos, durante muchos siglos, pensaron lo mismo. El famoso Francisco Javier fue a las «Indias Orientales» convencido de que quien no escuchaba y aceptaba el Evangelio se veía privado de salvación. Los misioneros protestantes venidos a ambas Américas, así como los que fueron a Africa y Asia no pensaban de otro modo. Se trata de un patrón de pensamiento que ha sido común a toda la fam ilia cristiana.

A partir de esta realidad histórica abstraigamos las cuestiones teórico-prácticas ahí implicadas. A saber:

·       Las religiones indígenas precolombinas (y las religiones no cristianas en general), ¿tienen un valor salvífico? ¿Contenían algo de Verdad? ¿Era acogida por Dios la oración y la religión de los indígenas? ¿O eran idólatras?

·       ¿Por qué no fue dado a los indígenas precolombinos conocer a Cristo? ¿Es que Dios estuvo para ellos callado durante miles de años? ¿Es que Dios estuvo durante siglos «limitado» a los muros del mundo judío?

·       Si Cristo trajo la Salvación y estas religiones no lo conocieron, ¿les puede alcanzar esa Salvación? ¿Es una injusticia por parte de Dios privarlos de algo esencial para su salvación? ¿O es que quizá no es «esencial» para la salvación el conocimiento de Cristo? En otras palabras: ¿hace falta ser cristiano para salvarse?

·       Y si no hace falta, ¿para qué sirve entonces el cristianismo? Más: ¿tiene sentido la evangelización, y la actividad misionera?

·       Y por tanto, ¿cómo tendría que haber sido la evangelización? ¿Cómo debe ser hoy nuestra evangelización, y la «nueva evangelización»?

Estando ya sensibilizados al tema y habiendo concretado las cuestiones centrales que nos inquietan a partir de esta nuestra realidad histórica, vamos a tratar de reflexionar teológicamente sobre ellas. Lo haremos en varios pasos, progresivos. En los estre chos límites de este estudio no podremos, sin duda, responder a toda esta problemática, pero intentaremos esbozar al menos las perspectivas mayores para una reflexión ulterior que sería provechoso desarrollar en las comunidades.

II. Primer principio:

El Dios de la Creación es el Dios de Jesús.

Como cristianos, nosotros creemos que Dios nos ha salvado a través de Jesús. En él se nos ha manifestado plenamente. Jesús nos ha revelado el rostro de Dios y su Salvación. Y ahí viene el problema, aparente: ¿qué valor salvífico pueden tener las re ligiones indígenas, si Dios se manifestó y realizó la Salvación por Cristo y estas religiones no lo conocieron?

Este primer principio que enunciamos arroja ya una primera luz iluminadora. Es cierto que estas religiones, nuestros pueblos indígenas, no conocieron a Jesús ni la revelación de Dios (el Dios de Jesús) que él traía. Pero sí conocían al Dios Creador, qu e se revela en sus obras: la naturaleza y la humanidad misma. Pues bien, nosotros, cristianos, sabemos que el Dios de Jesús no es otro que el mismo Dios Creador. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, a quienes tradicionalmente hemos atribuido las f unciones salvíficas de la creación, la redención y la santificación, no son sino un mismo y único Dios. El que creó a la humanidad es el mismo Dios que la redimió y la santificó.

Los indígenas no conocían al «Dios de Jesús» por la revelación del evangelio, pero sí conocían al «Dios Creador» (del que decimos no es otro) por medio de «otra revelación», la de la creación, que comprende tanto la naturaleza cuanto la «ley natural» i nscrita en el corazón humano por el Creador. Para nosotros, la historia bíblica, no es «la» revelación sin más, sino la revelación «plena»; no es tampoco la revelación «total», que resulta inabarcable. Las religiones indígenas, al tener acceso al Dios Cre ador a través de una cierta revelación «natural» (no «positiva»), tienen acceso al Dios de Jesús (que no es otro), aunque sea sin conocerlo como tal.

El Dios Creador hizo a los seres humanos «a su imagen y semejanza» (Gn 1, 26) y depositó en ellos y en toda la creación la huella de su ser. A través de esas huellas la humanidad pudo rastrear su presencia aun antes de Cristo (Rm 1, 19-21). Y como Padr e y Madre que es, el Creador tuvo que acompañar a sus creaturas. Pensar que Dios hubiera abandonado a los pueblos8 , o que éstos hubieran quedado «en poder del diablo» fuera del alcance de la Gracia de Dios9 sería tanto como pensar que Dios no es verdade ramente Dios_

La Creación es ya el primer acto de Salvación10 por parte de Dios. La Creación no es un simple preámbulo a la Salvación, separado de ella. La Creación es ya Salvación. El Dios Creador es también Dios Salvador. El Dios que nos creó es el mismo que se r eveló, se encarnó y nos redimió. Caer en la cuenta de esta identidad, con todas sus consecuencias, es capital para no entender dicotómicamente la historia de la Salvación.

Es dogmático -y evidente- que Dios a nadie (individuo o pueblo, cristiano o no cristiano) niega su gracia11 . Por la Creación Dios pone a todos los seres humanos y a todos los pueblos en el camino de Salvación. La Creación da a todos los humanos las po sibilidades necesarias y suficientes de relación con el Dios Creador. Y al relacionarse con él se están relacionando con el mismo Dios de Jesús.

III. Segundo Principio

La revelación del Dios de Jesús no es «otra cosa».

Si bien la Creación es, como decimos, el primer acto de Salvación por parte de Dios, los cristianos afirmamos haber conocido un «segundo» acto de Salvación: la revelación, la Encarnación, la Redención. Este segundo acto salvífico ha sido realizado históricamente por medio de un pueblo, Israel. Por medio del israelita Jesús, ubicado geográfica, temporal y culturalmente, el Espíritu nos ha llevado a la «Verdad completa» (Jn 16, 12-13), según creemos nosotros desde nuestra fe.

Pero, puesto que como cristianos, queremos comprender el valor salvífico de las religiones no cristianas, nos preguntamos desde nuestra fe qué relación guarda con este Dios de la Encarnación y esta su «revelación plena» la humanidad que queda fácticame nte12 fuera de su alcance, que es precisamente la inmensa mayoría. (Los 2000 años de presencia del cristianismo en la historia afectan a una porción muy reducida de la humanidad a la vista de su inmensa antigüedad; aun mirado sincrónicamente, hoy día los cristianos no somos más del 30% de la humanidad).

Si el Dios de la Encarnación, de Jesús, de Israel, es el Dios mismo de la Creación, su revelación no puede ser «otra cosa», «absolutamente otra», ni, mucho menos, contradictoria con lo que la humanidad que no ha tenido acceso al cristianismo ha podido percibir en las huellas del Dios Creador y en su trato directo con él. La «revelación» será algo «en continuidad»13 , algo que desarrolla, que lleva a plenitud lo que el ser humano ya lleva en sí por su propia naturaleza (que el Dios Creador le dio). Sobr e la base de la citada identidad, podemos afirmar a priori que la revelación (cristiana) no podrá estar en contradicción con la acción que el Dios Creador ha desarrollado en cada pueblo y que se refleja en su religión.

El mensaje del cristianismo (la evangelización) no lleva a los pueblos algo radical y enteramente diverso, algo «absolutamente otro» que no estuviera ya de algún modo presente, sino que lleva simplemente la plenitud de la acción de Dios ya presente act uante en ellos. Los pueblos que han quedado (fácticamente) al margen del cristianismo tienen ya la presencia de Dios, del Dios Creador, al que ellos han buscado a tientas, con sus propias luces, y con la ayuda del Espíritu siempre presente. Si ese Dios Cr eador y ese Espíritu allí presente no son otro Dios que el mismo Dios de la Encarnación (el Dios de Jesús) podemos decir que sabemos por la fe que ya antes de la evangelización el mismo Dios de Jesús está allí presente, en una forma germinal, latente quiz á, pero real y actuante.

Como cristianos, desde nuestra fe, comprendemos que nuestros misioneros o evangelizadores cristianos nunca pueden llegar aun pueblo como a una carencia absoluta de Dios14 . Siempre llega Dios antes que el misionero15 . El Dios Trinidad, Dios Creador, D ios de la Encarnación y de la Salvación, está allí ya, desde el principio mismo. Y lo que el misionero lleva no es «otra cosa», sino un mensaje que, por principio, ha de estar en preanunciada armonía con la búsqueda religiosa de los pueblos16 . Porque el Verbo de Dios ya está en estos pueblos como sembrado, por la acción del Dios Creador17 .

Sería bueno recordar algo a lo que hoy estamos más abiertos que antes: las inmensas riquezas espirituales de las religiones no cristianas18 . Habría que recordar plásticamente, con ejemplos concretos, cómo tantas religiones indígenas han intuido a su m odo lo más esencial de lo que nosotros hemos aprendido de Jesús. Recordemos, por aludir a un caso paradigmático, la utopía del pueblo tupí-guaraní, de «la tierra sin males», como expresión de la utopía que nosotros conocemos con el nombre bíblico de «Rein o de Dios». El Reino de Dios, centro absoluto de la revelación del Dios de la Encarnación y de la predicación de Jesús19 y de la fe cristiana20 es al fin y al cabo una utopía presente en casi todas las religiones21 . Y sus principales exigencias éticas (amor, justicia, comunidad, entrega de la vida a la lucha por un mundo mejor_) están ya inscritas en la ley natural y brotan de lo mejor del corazón humano_ No podía ser de otro modo, si el Dios de la Creación es el mismo que el Dios de la Revelación_

IV. Aplicaciones y consecuencias de estos principios.

No es lo mismo la Salvación que el conocimiento de la Salvación

Se trata de órdenes, ámbitos, dimensiones o niveles diversos. Una cosa es la Salvación, a cuyo ámbito han sido incorporados todos los humanos, y otra es el «conocimiento de la Salvación», es decir, alguna forma de conocimiento de eso que nosotros los cristianos consideramos la «revelación», la manifestación histórica de la Salvación por parte del Dios de Jesús, Dios de la Encarnación, Dios de Israel, Dios de la Redención. Este «conocimiento de la Salvación» proviene de la Revelación y se extiende m ediante la evangelización, por la acción del cristianismo explícito. Ambos órdenes son diversos y no están vinculados necesariamente, de forma que podemos aplicar aquello de «ni son todos los que están, ni están todos los que son», es decir: «ni conocen l a Salvación todos los que la tienen, ni la tienen todos los que la conocen». Son dos ámbitos diversos, relacionados ciertamente, que se interseccionan pero no se superponen.

Sólo el cristianismo explícito, las Iglesias cristianas, pertenecen al «orden del conocimiento de la Salvación». Pero tanto las Iglesias cristianas como las religiones no cristianas, y todos los seres humanos, entran dentro del orden de la Salvación.

Todos los humanos están elevados al orden de la Salvación.

Clásicamente se decía que todo ser humano ha sido elevado al «orden sobrenatural», ya que el «hombre meramente natural» no pasaba de ser una hipótesis no realizada, un «futurible». Hoy, más complexivamente, decimos que todos los seres humanos han s ido elevados al orden de la Salvación. Todos han sido introducidos, ya por la Creación, en el ámbito salvífico de las relaciones con Dios. Ningún pueblo está «dejado de la mano de Dios». Su religión y su vida toda es una relación con Dios. El «Dios de tod os los nombres»22 , el Dios único, se siente invocado con nombres distintos desde las diversas religiones23 , y escucha y acoge con ternura su oración.

El Verbo de Dios, por el que fueron creadas todas las cosas, está presente y actuante en cada pueblo, como herencia del Dios Creador.

Todos los pueblos están elevados al «orden de la Historia de la Salvación».

Dios entabla con cada uno de ellos una aventura amorosa vivida en historia de Salvación24 . Con cada uno de ellos vive su propio Antiguo Testamento. Cada pueblo puede tener también su Abraham, su Moisés, sus profetas, sus precursores, y por supuest o sus mártires_

Dios nunca estuvo encerrado en los estrechos límites del pueblo judío. Ello hubiera sido una injusticia impropia de Dios25 . El etnocentrismo con el que este pueblo captó a Dios no forma parte de la Revelación, sino, precisamente, es una de sus parcial es limitaciones en cuanto Palabra encarnada en la cultura humana.

La Historia de la Salvación abarca a todos los pueblos, y todos ellos tienen su participación y su aportación en ella. Ningún pueblo está excluido. Todos hacen Historia y hacen Salvación. La Historia de la Salvación es la Salvación de la Historia. Porq ue no hay dos historias, sino dos formas de mirar la única Historia, la única realidad.

Se da una igualdad fundamental de todos los seres humanos y de todos los pueblos ante la Salvación.

La Salvación se la apropia el ser humano por la práctica moral, buena o mala, tenga o no conciencia religiosa explícita al respecto. La práctica moral del bien está igualmente al alcance de todos los seres humanos y de todos los pueblos, ayudados p or la luz de su conciencia. Dios no exige a nadie un conocimiento de la Salvación que no le haya sido dado26 .

De hecho, como ya hemos aludido, el mensaje central de la Revelación cristiana (el imperativo del Reino de Dios) está presente de alguna manera en todas las religiones y puede ser percibido por el ser humano en la ley natural inscrita en su conciencia. Y es en definitiva por la entrega de la vida a esa Causa como se apropia la Salvación27 . La práctica moral del bien es, en el fondo, lo que nosotros como cristianos hemos conocido como entrega a la Causa del «Reino».

Los no cristianos no tienen una inferioridad esencial ante la Salvación en comparación con los cristianos. La diferencia es accidental. La práctica moral del amor y la justicia28 (Mt 25, 31ss) son en todo caso el criterio único de apropiación de la Sa lvación29 .

El conocimiento de la Salvación no es «decisivo» para la Salvación.

Ya lo hemos venido insinuando. El conocimiento de la Salvación no es decisivo para la Salvación. No es necesario conocer la Salvación30 para participar en ella. No está necesariamente más cerca de la Salvación el que ha accedido al conocimiento de su revelación31 . Muchos no cristianos pueden estar más cerca de la santidad y de Dios que muchos cristianos. La «comunión de los santos» incluye a «todos» los santos, incluidos los santos no cristianos, los Patriarcas indígenas32 , los mártires de la Causa del Reino (bajo cualquier nombre o bandera33 _). Para Dios la medida es la Salvación, no el conocimiento de su revelación.

Más aún. A veces, los portadores oficiales de la revelación, del conocimiento de la Salvación, han estado fuera de la Salvación e incluso han sido sus enemigos. A veces, el Dios de la Iglesia (sobre todo el «Dios de la cristiandad») ha estado contra el Dios de Jesús: ha predicado malas noticias, ha legitimado imperios y esclavitudes, ha bendecido la opresión y sistemas económicos intrínsecamente injustos, ha destruido culturas y pueblos enteros_

Por la otra parte, son incontables los hombres y mujeres que han luchado y dado su vida por la Causa del Reino (bajo ése u otros nombres), por la dignidad y libertad de su pueblo, combatiendo a veces contra un injusto agresor «cristiano». Sin conocerlo por su nombre revelado, han sido mártires del Reino34 , mártires que ha hecho el cristianismo institucional actuando en contra de su propia esencia. Es el caso de los muchos «mártires de la Causa Indígena», verdaderos mártires del Reino, mártires que hic imos los cristianos35 .

No hace falta ser cristiano para salvarse.

A pesar de que ahora lo vemos tan claro en el mismo mensaje revelado, en Biblia y particularmente en el Evangelio, la «vuelta al Antiguo Testamento» que se ha dado con tanta frecuencia en la historia del cristianismo ha hecho que durante siglos los cri stianos hayamos caído en ese error. Se llegó a pensar y predicar compulsoriamente que «fuera de la Iglesia no hay Salvación», que el cristianismo es la única religión verdadera36 ,y que fuera de ella todo es error y perdición.

Todavía hoy (!!) muchas «Iglesias» cristianas, fundamentalmente las sectas, predican que fuera de ellas no hay salvación, que los miembros de las demás Iglesias se condenan, o que tal otra Iglesia está en la idolatría_ Como si estuvieran todavía en el Antiguo Testamento, siguen imaginando a Dios como «judío», como sectario en este caso.

Pero, afortunadamente, fuera de la Iglesia hay Salvación. Es decir, fuera del conocimiento de la Salvación, fuera del ámbito del conocimiento de la revelación, o lo que es lo mismo, fuera del cristianismo hay Salvación, porque ésta sobrepasa enterament e a aquél.

La propia pedagogía de Dios, que supo esperar tan pacientemente miles de años de la historia de la humanidad, puede darnos a entender que no era para El tan «urgente» entregar el «conocimiento de la Salvación».

El camino ordinario de salvación son las religiones no cristianas (K. Rahner)

Es el camino «ordinario» por «mayoritario». Piénsese en la cantidad de humanidad que ha precedido a la aparición del cristianismo o que hoy mismo queda al margen de él. Pensar lo contrario sería pensar que, decididamente, a Dios se le escapó su obra de las manos y fracasó.

El misionero y la evangelización no traen «la» Salvación

Llevan simplemente un conocimiento más pleno de la misma, su plenitud, a partir de lo que nosotros creemos ser la Revelación de la Salvación. Esta ya está presente en los pueblos antes de la llegada de la Evangelización. La misión no es para salvar a l os pueblos, sino para darles a conocer la Salvación, una Salvación que ya estaba a su alcance. En ese sentido, el misionero siempre «llega tarde». Afortunadamente, Dios y su Salvación llegan siempre antes que él.

Las religiones no cristianas no adoran a «otro dios».

Las religiones no cristianas no adoran a otro Dios, sino al único Dios, al que todos los pueblos buscan con las luces que tienen a su disposición y con el impulso y la inspiración del Espíritu. Lo invocan con distintos nombres y descubren algunas d e las inabarcables riquezas de su misterio. También, evidentemente, pueden oscurecer su mente y desviar su vida y su conciencia por mal camino.

Hemos de mirar las religiones indígenas (y por tanto sus libros, sus lugares, sus ritos, sus sagrados_ y ¡cuánto más! sus pervivencias actuales) con sumo respeto, como huellas de la presencia de Dios, como sacramentos de la Salvación universal con quie nes hemos de entablar un «diálogo religioso»_

El cristianismo tiene su sentido y su misión.

El que el cristianismo no tenga el sentido que a veces equivocadamente le hemos dado, no significa que no tenga sentido en absoluto. El cristianismo nos aporta no la Salvación, sino la plenitud de su conocimiento: el proyecto de Dios, ¡el Reino!, el am or de Dios hecho carne y sangre, palabra y obra, historia y vida, muerte y resurrección. Desde nuestra fe cristiana nosotros creemos que en Cristo la humanidad ha alcanzado la cota más alta de la autodonación de Dios, de su revelación.

El cristianismo no nos hace hijos, sino hijos más conscientes, y por eso mismo también más cargados de responsabilidad. Lo que nos aporta el cristianismo explícito es muy importante, aunque no deje de ser accidental respecto a la posibilidad de salvación.

Cuando en el Concilio Vaticano II se explicitó el reconocimiento de la Salvación más allá de los márgenes de la Iglesia, muchos misioneros que habían ido a la misión desde perspectivas teológicas antiguas se sentieron conmovidos. Ellos habían pensado s iempre que como misioneros llevaban «la» salvación a aquellos pueblos, y se preguntaban ahora: «si los no cristianos no necesitan el cristianismo para salvarse, ¿qué sentido tiene la misión?».

La respuesta es clara. El fundamento de la misión no es llevar «la» Salvación, sino su plenitud. El que el rostro y el nombre de Dios sean mejor conocidos, en plenitud, siempre será para un cristiano motivación suficiente para entregar generosamente su vida a la misión, aun sin considerarse «salvador imprescindible», que sólo lo es Dios.

Hay que entrar en el «ecumenismo del Reino».

Esta es una conclusión de cara a la acción. No basta tener las ideas claras. Es preciso reflejar esta claridad en nuestra acción, en nuestra forma de valorar las cosas, en un una perspectiva global nueva: la del «ecumenismo del Reino».

Debemos cada vez más medir las realidades y las distancias religiosas con la medida del Reino, desde la perspectiva de la Salvación, omnipresente, omniactuante, más allá de los estrechos límites del ámbito del «conocimiento de la Salvación». Debemos pe rmanecer siempre críticamente vigilantes, para evitar que por creernos partícipes de ese conocimiento, perdamos de vista la referencia siempre prioritaria de la Salvación.

Debemos permanecer muy en guardia, sobre todo, a la tentación de autosuficiencia y autoentronización en la que una religión como la nuestra puede caer al saberse portadora del «conocimiento de la Salvación». Puede valorar más ese conocimiento que la Sa lvación misma. Y puede por eso mismo poner sus intereses institucionales (supuestamente en nombre del conocimiento de la Salvación) por encima de los intereses de la Salvación misma. La dialéctica entre la Salvación y el conocimiento de la misma es en definitiva la dialéctica entre los intereses del Reino y los de la Iglesia, tantas veces en contradicción y tantas veces sacrificados aquéllos a éstos.

La pertenencia a una u otra confesión cristiana, al cristianismo o no, no son ya criterios decisivos para quien ha captado profundamente el «ecumenismo de Dios». El proselitismo fanático que piensa que lleva «la» Salvación a los otros ya no tiene senti do. La satanización de las demás religiones37 tampoco. La sectarización del que juzga condenados a todos los que no son de su propia «secta» queda ya -a estas alturas del siglo XX- definitivamente en el ridículo.

Nos debemos sentir más unidos a todos los que viven y luchan por el Reino (bajo cualquier nombre o bandera, dentro o fuera del «conocimiento de la Salvación»), que a los que se oponen a él, aunque lo hicieran supuestamente en nombre de la Salvación cri stiana (contradictoriamente, claro está).

Lo que importa es la Salvación. El conocimiento de la misma, que Dios nos entregó por la revelación tiene como fin servir a la Salvación. Pero muchas veces, aquél conocimiento ha sido utilizado contra la Salvación misma, para satanizar a los otros, par a justificar nuestro propio privilegio o prepotencia.

Nos hace falta una nueva visión contemplativa38 , la que nos da la fe al redescubrir todo este panorama: ver el plan de Dios y su Salvación actuando ecuménicamente en la historia por encima de todos los fanatismos religiosos, por encima de todos los pr oselitismos y satanizaciones, por encima de todas las contradicciones y autonegaciones que el propio cristianismo ha realizado en su historia.

No es verdad que fuera de la Iglesia no hay Salvación. Pero sí lo es que fuera de la Salvación no hay Iglesia (tal como Dios la quiere).

NOTAS

• 1 Aunque nos vamos a estar refiriendo constantemente a las religiones aborígenes americanas, nuestra reflexión teológica incluye también genéricamente a las religiones no cristianas.

• 2 Cfr J. Guillermo DURAN, Monumenta catechetica hispanoamericana, vol. I, Buenos Aires 1984. Citado por L. BOFF, Nova Evangelização. Perspectiva dos oprimidos, Vozes, Petrópolis 1990, pág. 31-32.

• 3 Cfr Los coloquios de los doce apóstoles, en Monumenta_, op. cit. 215.

• 4 Ibid. 187.

• 5 LEON PORTILLA, Miguel, El reverso de la conquista, Mortiz, México 191990, págs. 23-28. El texto completo está recogido en la «Agenda Latinoamericana'92», pág. 51.

• 6 LEON PORTILLA, Ibid., pág. 113-121, donde está el relato completo. Un resumen suficiente puede encontrarse en «Agenda Latinoamericana'92», pág. 74-75.

• 7 A. VIEIRA, sermón décimo cuarto (1633). Cfr Sermões, vol. 4, tomo 11, nº 6, Lello & Irmão, Porto 1959, pág. 301.

• 8 Cfr Is 49, 15, que está referido a Israel, pero que evidentemente se debe aplicar a todos los pueblos, que son también «hijos de sus entrañas».

• 9 Esta idea ha sido muy difundida sin duda gracias al influjo de la famosa obra Cur Deus homo? de san Anselmo, pero no cuenta con apoyo bíblico y resulta muy deficiente teológicamente.

• 10 «Salvación es el término técnico para expresar la situación escatológica del hombre ya en la plenitud del Reino de Dios y en la eternidad, resucitado y divinizado. Sin embargo, esta situación definitiva no se realiza solamente en el término de la historia, sino que se anticipa y se va preparando dentro del proceso histórico. Por un lado supera por completo al proceso histórico y por eso mismo es transhistórica, pero por otro está dentro del proceso histórico_»; L. y C. BOFF, Libertad y liberación, Sígueme, Salamanca 1982, pág. 84.

• 11 «La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta_» (LG 16).

• 12 Decimos «fácticamente», para aludir a que en un sentido teologal creemos que nadie se salva sin una real conexión con Cristo (LG 16); pero se trata de una conexión misteriosa, trascendente, «de modo invisible» (GS 22), por una «cuasi secreta prese ncia de Dios» (AG 9), en una forma «de sólo Dios conocida» (GS 22), «por los caminos que El sabe» (AG 7).

• 13 Este es el problema de las relaciones entre naturaleza y Gracia. Evidentemente, no negamos la diferencia, y la inevitable dimensión de discontinuidad; estamos simplemente subrayando la simultánea continuidad y la inexorable convergencia.

• 14 «Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio» (LG 16).

• 15 L. BOFF, l.c., pág 81.

• 16 Respecto al ateísmo moderno es ya un principio teológico pacíficamente poseído desde el Concilio Vaticano II. «La Iglesia sabe que su mensaje está en concordancia con los deseos más profundos del corazón humano» (GS 21).

• 17 Sobre la afirmación de una presencia de la Salvación más allá de los límites de la Iglesia, cfr Vaticano II, LG 8, 16, 17; GS 22; AG 7, 9, 11; UR 3.

• 18 «El evangelio no comienza solamente con el Jesús histórico. El Logos eterno y su Espíritu siempre estuvieron y están en acción en el mundo, haciendo fermentar las simientes del evangelio del Padre en la masa de la historia y en todo el proceso de la creación que asciende para el Reino definitivo de la Trinidad. Asociándose a este evangelio difuso por el proceso histórico es como la Iglesia romano-católica se evangeliza y se hace más auténticamente católica». L. BOFF, l.c., pág. 61.

• 19 Es conocida la coincidencia total en este punto de todos los exégetas modernos: Jeremías, Wilkens, K.L. Schmidt, Pannenberg_

• 20 EN 8.

• 21 Antonio PEREZ, El Reino de Dios como nombre de un deseo. Ensayo de exégesis ética, «Sal Terrae», 66(1978)391-408.

• 22 Según la bella expresión de P. CASALDALIGA en el introito de la «Misa de los Palenques» (de los 'Quilombos').

• 23 Puede ser interesante recordar que a los israelitas se les reveló sin nombre: «Yo soy el que soy» (Ex 3, 14).

• 24 Sería bueno matizar: la vivencia de Israel recogida en la Biblia no es «la» historia de «la» Salvación, aunque sea, ciertamente, y en forma eminente, «una» historia «de Salvación». Más propiamente es la historia de la revelación explícita de la Sa lvación. La Salvación rebasa a Israel y a la Biblia toda.

• 25 La misma biblia repite insistentemente que Dios no tiene acepción de personas: Hch 10, 34; Rm 2, 11; Gá 2, 6; Ef 6,9; Col 3, 25; 1 Pe 1, 17.

• 26 LG 16.

• 27 «Siempre que los hombres, en cualquier parte de la tierra, y fuera cual fuere su bandera, trabajan denodadamente por el triunfo de esta Causa, están haciendo evangelización y evangelio y llevando adelante la Causa de Jesucristo. Por el contrario, no siempre donde hay cristianismo y evangelización explícita se da ipso facto la bondad, la liberación, la justicia, la fraternidad. Donde se da la fraternidad, la justicia, la liberación y la bondad, allí se encarna verdaderamente el cristianismo y se es tá viviendo el Evangelio, tal vez incluso bajo el anonimato o bajo cualquier otra bandera.» Cfr L. BOFF, Testigos de Dios en el corazón del mundo, ITVR, Madrid 1977, pág. 281. Aquí, de nuevo, aquello de «ni son todos los que están, ni están todos los que son».

• 28 Esta palabra de Jesús ya nos estaba diciendo claramente que todos los pueblos, «las naciones» (incluidas ahí sus religiones no cristianas) están elevados al orden de la Salvación y al orden de la Historia de la Salvación, y que el conocimiento de la Salvación no es decisivo para la misma_ Cfr también los textos neotestamentarios en la misma línea, así como los textos «anticúlticos» de los profetas_

• 29 «Si falto al amor o si falto a la justicia, me alejo infaliblemente de ti, oh Dios, y mi culto no es más que idolatría. Para creer en ti, debo creer en el amor y en la justicia, y vale mil veces más creer en estas cosas que pronunciar tu nombre. F uera de ellas es imposible que alguna vez te encuentre, y aquellos que las toman por guía están en el camino que conduce a ti» (Cfr H. DE LUBAC, Por los caminos de Dios, Carlos Lohlé, Buenos Aires 1962, pág. 125).

• 30 Aquí entra el caso tanto de las religiones no cristianas como el del ateísmo.

• 31 El Evangelio mismo nos lo ha repetido un sin fin de veces: Mt 25, 31ss; Lc 10, 25ss; Mt 21, 28-32; etc. También los profetas del Antiguo Testamento de Israel.

• 32 «Todas las mañanas rezo por Centroamérica, invoco a los Patriarcas indígenas, a los pueblos indígenas masacrados y prohibidos desde la primera época, a los pueblos negros de Centroamérica, y a nuestros profetas, a nuestros mártires_». Cfr: P. CASA LDALIGA, El vuelo del Quetzal. Maíz Nuestro, Panamá 1988, pág. 57.

• 33 L. BOFF, l.c.

• 34 Es cecir: sin participar del orden del conocimiento de la Salvación, entraban (y de un modo eminente) dentro del orden de la Salvación. Sin conocer Su nombre, fueron testigos del Reino.

• 35 P. CASALDALIGA, Los indios crucificados. Un caso anónimo de martiro colectivo. «Concilium» 183(marzo 1983)383-389

• 36 En el sentido de que todas las demás serían «falsas».

• 37 Hoy son las sectas las que practican esta satanización y el proselitismo, cinco siglos después de que lo hicieran los cristianos en general.

• 38 «El misionero o es un contemplativo y místico o no será un misionero auténtico. El verdadero evangelizador está imbuido de fe en la presencia concreta de la Trinidad en cada pliegue del tejido de la historia, a pesar del empañamiento que la perver sión humana le causa. En las formas altamente socializadas de la vida de los aztecas, en los trabajos comunitarios de los indios brasileños, en el sentido profundamente igualitario que se da en la mayoría de las tribus indígenas de Brasil discierne sacram entos de la comunión trinitaria y huellas de la presencia del Padre, del hijo y del Espíritu en el mundo»; L. BOFF, Nova Evangelização_, Vozes, pág. 80-81. Los «paganos»_ ¿al infierno? 12