CREER DESDE

LA NOCHE OSCURA

Testimonios


Ultimamente Cristianismo y Justicia ha hablado en diversas ocasiones de la crisis, una crisis que en el campo de la economía no es simplemente coyuntural u ocasional sino que abarca niveles estructurales. Parece como si una noche oscura nos envolviera. También hemos hablado últimamente de la crisis del Estado del Bienestar, de la crisis de la democracia, de la situación cada vez más difícil de los países del Sur, etc. y en nuestro último libro hemos debatido sobre el neoliberalismo.(1)

Si nos ha preocupado la crisis en todos estos ámbitos es porque la crisis produce víctimas, y al fin y al cabo los que más la padecen son los sectores más débiles de la sociedad como, por desgracia, se nos hace patente cada día si tenemos los ojos suficientemente abiertos.

Hoy queremos hablar de esperanza, de la fe esperanzada de muchos hombres y mujeres en sus "noches oscuras", cuando todo les haría pensar que no hay esperanza. Aportaremos diversos testimonios, unos muy caseros, otros más estructurales. Desde una madre de familia con los problemas de la enfermedad, el paro y la muerte de los suyos (en quien se encontrarán reflejadas muchas madres)... hasta luchadores como Luther King o Rigoberta Menchú preocupados por la justicia en sus pueblos. El denominador común de todos ellos es la esperanza en medio de la desesperanza. Personas que como Juan de la Cruz saben decir: "Que bien sé yo la fonte..., ¡aunque es de noche!".

Hay aspectos esenciales de la vida -aquellos que dan forma a la persona porque tocan las fibras más íntimas- que no nos llegan, principalmente, desde la reflexión intelectual sino desde la experiencia vivida del dolor, del sufrimiento personal, de la marginación, del perdón, de la misericordia... Son emociones, experiencias, sentimientos de los que todos (sea cual sea nuestra situación) podemos encontrar un eco en nuestro interior, porque todos -aunque sea en lo más escondido- conocemos nuestras debilidades (o lo que consideramos debilidades): el miedo al dolor, a la soledad, al fracaso... la necesidad de comprensión, de estima, de perdón, de solidaridad, de cercanía de Dios y de la mano de un hermano...

Este Cuaderno "Creer en la Noche Oscura" nace de la vida misma, y llega a este lugar de nuestro ser donde se gestan los deseos y aspiraciones más humanos: la generosidad, el altruísmo, la solidaridad, la misericordia, la fe en un Dios cercano y amante del hombre. Algunos testimonios han pasado de la vida a los libros escritos. Otros están tomados inmediatamente de la vida. Sería un error pensar que los primeros son más válidos por estar más elaborados y mejor expresados; o que los otros son más ingenuos o de menor valor. No se ve mejor el cielo por estar en la cumbre de un monte, por mucho que ésta se eleve sobre el nivel del mar. Y todos los testimonios apuntan a un mismo Misterio, indecible e inabarcable, siempre falsificado por nuestras palabras - tanto las sabias como las sencillas - pero que puede ser descubierto como sorprendentemente cercano, y como Fuente de una fuerza y una seguridad desconocidas.

Cristianismo y Justicia
febrero 1994


1. DESDE LA PERSECUCIÓN EN EL VOLUNTARIADO
MOMENTOS DE UNA TRAYECTORIA
Xavier Masllorens(2)

Cochabamba, Bolívia. Medianoche del 22 de abril de 1981. Estoy en una celda de las dependencias de la policía. Me han traído hace un rato los paramilitares que "trabajan" conmigo desde esta mañana, cuando me han cogido preso por lo de la ley de compensación: no han encontrado a un amigo mío, al que buscaban desde hacía días por motivos políticos, y como yo debía ser el que quedaba más cerca durante el registro, pues mira... Desde mediodía he pasado mucho miedo. Pero también siento un extraño aplomo que me aguanta bien. La experiencia de mayor soledad que nunca había vivido.

Sólo me he desmontado por un instante, después de la primera bofetada, cuando el interrogatorio se parecía al de las películas. Antes, en el "jeep", todo parecía estar sucediendo en sueños, todo lo vivía en tercera persona, los puntapies, los insultos.

Al anochecer ha cambiado el decorado. Me llevan a la policía y respiro a fondo porque ahora ya soy un preso legal: ser europeo ha significado, una vez más, un privilegio. Más interrogatorios. Tengo la fuerza interior para creer que mis respuestas son más coherentes que las preguntas de aquellos en quienes no veo verdugos sino instrumentos de una injusticia inmensa que ahoga al pueblo que no puede salirse de su situación.

Antonio, un amigo mío, me ha hecho llegar una manta. Esa noche en la celda no tengo ni colchón. Una manta, Dios y yo compartimos un silencio inmenso, lleno de gritos, de ruidos, de dolor. Es la presencia de Dios en soledad, hecho manta, hecho yo, hecho celda, hecho silencio.

Lo he sentido y ha estado conmigo. Es el Dios que llena el silencio.

* * *

Barcelona, marzo de mil novecientos sesenta y pocos. Es una mañana fría y soleada de domingo. Con mi padre y mi madre hemos ido a ver al rector del Seminario, amigo de la familia, para pedirle consejo.

Desde hace tiempo me parece que tengo vocación para el sacerdocio, una llamada suave, al oído, y no sé qué tengo que hacer. El nos aconseja que entre a estudiar en el Seminario menor, en la Conrería, donde podré acabar de madurar mi camino.

En cuanto llego a la puerta, tengo un presentimiento, una corazonada, un momento de plenitud y serenidad. Caminamos en silencio, mis padres y yo. De momento no iré al seminario. Lo decido de golpe. Dios está conmigo, y lo siento.

Después, con el tiempo, aquella mañana de invierno ha adquirido mucha importancia en la vida familiar. En la mesa me siento al lado de mi padre y todos - durante bastantes años - hacen broma cuando colocamos las servilletas: "Xavier al lado del padre, porque se va".

A la hora de la verdad he visto marchar de casa a cinco hermanos antes de que yo me casara, pero la frase "aquí Xavier, que se va" ha hecho fortuna, y ha sido muchas veces sinónimo de cara dura, de morro, como dicen ahora. En buena hora, porque todo aquello no me lo quita nadie.

Este es el Dios que me guía.

* * *

Doce de septiembre de 1987. Hacia las once y media de la mañana acaba de morir mi padre. Durante un rato me quedo sólo con él. Una paz especial invade la estancia. Siento la presencia de Dios y la presencia de mi padre, en una dimensión inexplicable pero cierta. En un momento hablamos fuerte, en silencio y hacia adentro, de muchas cosas, de la vida.

Mi madre dice que en la enfermedad y la muerte nos ha dado la última lección de su vida, y tiene razón. El sentimiento doloroso de su ausencia no esconde la presencia fortalecedora de Dios. Si no fuera así, ¿cómo explicar que entierro y último adiós se convirtieran en una fiesta familiar?

Mi padre fue un hombre de Dios. Me ha transmitido una seguridad, la más importante de todas: que Dios está en mí, con naturalidad, en todos los instantes de la vida

El Dios de mis padres es también mi Dios.

* * *

Hoy me he inventado un par de chistes malos. Mientras voy en moto, riendo solo, veo que la gente me mira. ¿Qué deben pensar?. Yo, mientras, Te explico los chistes, y después me doy cuenta de que sí, que tienes razón, que ya soy demasiado mayor para decir estas tonterias. Pero me comprendes y nos reímos juntos.

Después seguimos hablando de otras cosas, de los problemas de un hijo, de cómo está el mundo y de las pequeñas miserias que acumulo con el tiempo.

Y al terminar, siempre lo mismo. "Dios mío, te quiero". Es una divisa que resume los sentimientos. Te quiero, sabiendo que Tú lo has hecho antes y me ganas la partida. Mío, porque lo eres.

Eres el Dios amigo.

* * *

Barrio del Guinardó, en Barcelona, una noche cualquiera, en la mesa redonda del comedor de casa. Entre broma y broma nos explicamos la vida. A uno le han castigado en el colegio, el otro nos explica un experimento de física, la otra está muy contenta pero no sabe bien por qué.

Seguro que no pasará mucho rato antes de que dos de ellos se peleen. Hacemos planes para el sábado, el partido de joquey, el trabajo con las amigas... ¡Vaya!, volveremos a estar sólos, Conchita y yo.

Después discutiremos la situación política, o lo que ha ocurrido esta semana en Turquía, o lo que pensamos de...

Y así día a día, Dios se hace presente entre nosotros y me comunica su fuerza a través de aquellos a quienes quiero.

* * *

Carretera de La Paz, en el altiplano de Bolivia. El camino no es asfaltado; el autocar va de bote en bote. Me siento en el suelo, en el pasillo, apoyado en las faldas de una "cholita", rodeada de gallinas, bebés dormidos entre hatillos y paquetes de todo tipo. Nunca había estado en un país mejor aprovechado. Siento realmente que todo viaja en aquel autocar, y no solamente las personas.

Fuera hace frío. No podemos abrir las ventanillas para no tragarnos el polvo del camino. Hasta más de las siete de la mañana, cuando lleguemos a nuestro destino, seremos como una gran bola con olor de pobreza. Hoy he entendido eso que dicen del olor de multitud de los santos. El olor de santidad lo tengo ante mí. No es bueno pero es profundamente humano.

Miro los rostros de mis acompañantes. Pienso en sus vidas, imagino situaciones, me inunda una gran ternura. Quiero al niño que llora, y a la madre que lo acaricia. Pero los quiero con rabia y con un sentimiento contradictorio, que al mismo tiempo que me llena me hace rebelarme. ¡Además del Dios del amor quiero al Dios de la justicia! Yo, que me permito el lujo de estar con los pobres de Dios. Yo, que soy rico porque puedo compartir voluntariamente la suerte de otro que no la ha podido escoger.

Pero continúo mirando los rostros. Siempre me ha gustado entender a la gente a través de su rostro. También los rostros conocidos, de gente del barrio, de los amigos y de los hermanos, que he visto ir cambiando con el tiempo. También de ellos es el rostro de Dios, que se muestra solidario.

Y, para mí, estos son los rostros de Dios.

* * *

Otoño de 1970. Estoy en crisis. ¿Sabéis eso de quién soy, de dónde vengo y adónde voy? Pues... todo una mierda. No sé lo que tengo que hacer, ni siquiera si lo que hago le sirve a alguien. Crisis de fe, de valores, de ilusión. Ni el grupo de amigos -que tanto me ha ayudado después- ni la universidad, ni la familia, ni el trabajo, nada me llena.

Acabo de recibir una carta de Suiza, de mi hermano. La leo poco a poco, y voy encontrando en ella una respuesta pausada a muchas preguntas que me he ido haciendo en los últimos meses. Buenos consejos sin pretensiones de pontificar, que destilan cariño, pensados con el corazón.

Sin saberlo él, fue el instrumento de un cambio tan grande que de momento me asustó. Veinte años después conservo aquella carta cerca de mi corazón.

Fue un reflejo del Dios que siempre está a mi lado.

* * *

Navidad de 1979, en el Trópico. Nuestra hija tiene mucha fiebre. Ha perdido mucho peso y no retiene ni comida ni bebida. Nos dicen que tiene disentería, o tal vez fiebres tifoideas. Hasta mañana no la podrá ver ningún médico.

Conchita está a su lado: un día y medio de angustia, piel y huesos, agua de arroz, silencio, a ratos, desolación. Hoy el Dios del amor ha tomado la forma de este rostro que tanto quiero.

En la penumbra de la habitación y de la vida, recuerdo. Recuerdo aquel viernes de julio, muy de mañana, cuando Conchita y yo nos encontramos en la iglesia de su barrio para ofrecer nuestra vida futura. Nos queríamos bien disponibles y libres. Por la tarde nos casamos.

Este Dios al que siempre damos gracias, ahora y entonces, es el Dios del amor(3).


2. DESDE EL CÁNCER
MI GRAN TENTACIÓN:
PEDIR A DIOS QUE ME LIBERARA DE LA PRUEBA
Jesús Burgaleta
(4)

No es fácil descubrir lo más profundo y ante tantos. Sin embargo, por si os sirve, me voy a atrever, con sencillez, a comunicaros mi experiencia en el transcurso de un largo proceso de quimioterapia, finalizado, con éxito, con un trasplante autólogo de médula.

La experiencia más grata que he tenido a lo largo de este año y medio consiste en no haber cambiado ni la experiencia, ni el concepto, ni la relación con Dios.

La gran tentación fue volver de la fe a la religión, de la confianza gratuita al interés; de relacionarme con Dios sin esperar nada de él y sin necesitarlo -sólo por amor-, a acudir a él para que te liberara de la prueba o te sacara del pozo.

Tuve que asumir que si mi salud no dependía de Dios, tampoco mi enfermedad. Dios ni me la enviaba ni la quería. Simplemente era algo que estaba ocurriendo en mi vida.

Si no me había quejado a Dios cuando todo me iba bien, ¿por qué me iba a quejar cuando todo me iba mal? Si yo a Dios no le he pedido nada en mi vida -excepto que su nombre sea santificado, trabajando por su proyecto que es compartir pan y amar hasta ser capaz de perdonar-, ¿por qué le iba a pedir durante la enfermedad?

Por ello, en mi relación con Dios, cuando pretendía verbalizar interiormente alguna oración, la única fórmula que encontraba era la del salmo aquel que dice "Señor, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!".

Mi experiencia de Dios me ha llevado en el transcurso de mi enfermedad:

— A confiar en mí mismo: a tomar conciencia de mis propias fuerzas, a solidarizarme con mis resortes más profundos, a conectar con mis energías desconocidas, a luchar contra la enfermedad sin desfallecer, a mantener el buen ánimo, a valorar el don de la vida y recibirlo como una tarea.

— A intensificar la orientación fundamental de la vida como amor, entrega, donación. La enfermedad también ha sido la ocasión para olvidarme de mí mismo, para no estar pendiente de mí, para descentrarme.

— A asumir la debilidad sin miedo, sin traumas, sin angustias pusilánimes. ¡Somos así: somos también enfermos!

— A vivir la enfermedad con normalidad, procurando no crear más situaciones excepcionales que las necesarias. No volverse mimoso, ni impertinente, ni acaparador. Sí he tenido, sin embargo, la disposición de dejarme cuidar con sencillez; suerte que he tenido al ser atendido sencillamente por los míos.

— A liberar a los demás de estar pendientes de mí, en cuanto a la preocupación, atención, visitas o teléfono. He aprendido a vivir la presencia solidaria de los otros a distancia, sabiendo que la enfermedad, como todo el camino de la vida, lo hace cada uno solo y desde dentro, aunque en relación.

— A superar el espíritu burgués y elitista de que, cuando se trata de uno mismo, hay que buscar lo mejor: el mejor médico -donde sea-, la mejor atención, la máxima seguridad. He elegido aceptar el médico que me tocaba, como le ocurre a todo el mundo. Si ha resultado ser bueno ¡suerte!

— A confiar en los médicos. Me he puesto en sus manos sin dudar, con docilidad, en silencio, sin preguntar ni incordiar, dejando hacer y haciendo lo que me decían. He procurado que su labor fuera más fácil.

— A tener para con los demás un sentimiento de misericordia, poniéndome en su lugar y tratando de comprender su situación. Sobre todo en relación con el personal sanitario que me atendia:

· Renunciando a una hipersensibilidad por los propios derechos (por éstos hay que luchar sobre todo antes y después de estar enfermo).

· Teniendo una relación de gratuidad; recibiendo cada servicio como un favor.

· No siendo cargante ni exigente.

· Colaborando activamente.

· Creando una clima de distensión y acogida.

· Comprendiendo su situación laboral sobrecargada de horas, responsabilidad, fatiga y hasta de incomprensión.

· Perdonando los fallos, cuando los he padecido, aunque se hayan debido a la incompetencia o a la desidia; aunque esos fallos comportaran serios riesgos. Perdonando desde dentro.

Y, ante todo, a lo largo de mi enfermedad, he procurado mantener una actitud vital, aun en los momentos más difíciles. La enfermedad ha sido una etapa de mi vida que merecía la pena vivirla con intensidad, profundidad, radicalidad, un cierto entusiasmo y alegría... ¿Quién me podría asegurar que ése no iba a ser el último tramo de mi vida? Y ¿cómo no me iba a apresurar a vivirlo a tope?

Puedo decir que, por desgracia, he tenido la suerte de estar enfermo y poder así vivir facetas de la vida que, mientras estaba sano, habían pasado casi desapercibidas: la debilidad, la limitación, lo irremediable, lo profundo radical, el dolor, la relatividad, lo importante y accidental, lo necesario y lo accesorio, lo superfluo y la densidad, lo que vale y lo inútil, el asumir la propia historia, el aceptarte como eres, la capacidad de autocrítica, la perspectiva del cambio, el asumir la muerte, el abrirte al futuro, la esperanza desesperada... ¡Tantas veces!(5)


3. DESDE LA LUCHA NO VIOLENTA
Martin Luther King

La segregación racial estaba tan desarrollada en Birmingham que los blancos tenían, no sólo sus barrios, sus escuelas, sus hospitales, sino también sus iglesias. Casi todos los comercios y los bares pertenecían a blancos, y también en ellos regía la segregación, pero los hombres de negocios blancos contaban para enriquecerse con las ventas que hacían a los negros. Además, los blancos utilizaban a la gente de color para realizar los trabajos penosos e ingratos, algo así como los judíos que, en tiempos de Jesús, utilizaban a los publicanos para los negocios sucios. Señalemos además que en Birmingham las brutalidades cometidas contra la gente de color eran una realidad admitida: "Los racistas podían amenazar, maltratar e incluso matar a los negros con toda impunidad", cuenta King.

La ciudad de Birmingham se escogió como escenario de una lucha no violenta decisiva contra la segregación en los Estados Unidos. Si desaparecía en Birmingham, también otras ciudades se verían obligadas a terminar con ella. Un hombre sinbolizaba por sí solo la segregación: E. Connor, entonces jefe de la policía local. Su odio a los negros era tristemente legendario.

Los sucesos que se desarrollaron en esa ciudad en la primavera de 1963 pueden resumirse así: bajo el impulso de King, millares de negros participaron en manifestaciones públicas, repetidas continuamente. Querían ir a los barrios que tenían prohibidos por la ley. Sabían que cada vez que lo hacían corrían el peligro de terminar en la cárcel, de que les dieran una paliza y de sufrir la arbitrariedad de los tribunales sudistas.

"Cuando de pronto -comenta King- un hombre al que humillasteis durante años con la amenaza de un castigo cruel e injusto se vuelve hacia vosotros y os dice claramente: ¡Castigadme! ¡No me lo merezco! (...). Cuando un hombre os habla así, no sabéis qué hacer. Os quedáis desconcertados y secretamente avergonzados, ya que sabéis que tiene un valor igual al vuestro y que ha sabido sacar de una fuente misteriosa el valor y la convicción de oponer a la fuerza física la fuerza de su alma. Y entonces, el hecho de ir a la cárcel, en vez de ser para el negro una desgracia, se convierte por el contrario en un honor ... los negros no atacaron solamente la causa exterior de su miseria: su revolución les reveló lo que ellos mismos eran. El negro era alguien. Descubrió el sentido de su personalidad y que necesitaba liberarse enseguida. Durante las dos semanas en que se desarrollaron las marchas de protesta, los negros boicotearon los comercios que pertenecían a los blancos, intentado de este modo causar un perjuicio económico."

Después de una de las primeras manifestaciones, King fue detenido y encarcelado. Desde su calabozo, escribió una larga carta que rápidamente recorrió todos los Estados Unidos. Empieza así : "Mis queridos hermanos en el ministerio". King opina, en este escrito dirigido a los responsables de las iglesias, que los negros deben "crear en la sociedad, por medios no violentos, la tensión que ayudará a los hombres a salir de las profundas tinieblas del prejuicio racial para alcanzar las cimas augustas de la comprensión fraterna". Y pregunta a los pastores y a los sacerdotes: "¿No es la segregación la expresión existencial de esa trágica separación que constituye a la vez la atroz alienación y el terrible pecado del hombre?" Más adelante, King afirma: "Frente a los clamorosos ultrajes que sufren los negros, he visto a los ministros blancos predicar anacronismos en el viejo lenguaje de Canaán. En el corazón del combate gigantesco que hemos emprendido para liberar al país de la injusticia social y económica, les he oído exclamar: Son problemas sociales, y el Evangelio no tiene nada que ver con eso,(...). Profundamente decepcionado, he llorado entonces por la desidia de la Iglesia. Pero sabed que mis lágrimas eran lágrimas de amor. Porque una decepción tan profunda no puede proceder sino de un gran amor (...). Sí, para mí la Iglesia representa el cuerpo de Cristo. Pero ¡qué herido está este cuerpo!". Los ocho responsables religiosos de Alabama, el Estado en que se encuentra Birmingham, jamás respondieron a la carta de Martin Luther King.

El lider negro salió de la cárcel una semana después. Lo que sucedió los días siguientes hizo que el movimiento negro entrara en la historia. Sin embargo, al principio la situación no tenía nada de optimista. Las manifestaciones no violentas habían perdido fuerza mientras King había estado en la cárcel. La represión de Connor había sido implacable. Ningún negro había conseguido entrar en un barrio reservado a los blancos. Las cárceles estaban llenas. Muchos negros habían resultado heridos por los colmillos de los perros policías y por las mangueras de incendios utilizadas contra los manifestantes. La presión del agua era tal que los chorros de esas mangueras incluso habían llegado a arrancar la corteza de los árboles. Connor triunfaba. A los negros les invadía el desánimo. Fue entonces cuando se produjo lo inesperado.

Cientos de escolares se presentaron en las sesiones de entrenamiento para la acción no violenta. Querían participar en las marchas e ir a la cárcel como los mayores. Los niños y los adolescentes consiguieron convencer a King y a sus amigos. ¿No sería capaz de conmover a todo el país el espectáculo de los escolares en marcha para conquistar su libertad? El 2 de mayo, más de mil jóvenes, rodeados de un centenar de adultos, se dirigieron en columna de a dos hacia el centro de la ciudad, entonando cánticos y aplaudiendo.

Las mangueras de incendios y los perros policías pudieron más que los manifestantes. Aquel día fueron detenidos novecientos jóvenes. Connor tuvo que recurrir a los autobuses escolares para llevarlos a la cárcel. Una vez más, friunfaba.

Sin esperar más, nuevos voluntarios se presentaron a los compañeros de King. Al día siguiente se organizó una nueva marcha, no ya con mil, sino con dos mil quinientos jóvenes. En los límites del barrio blanco, Connor ordenó a los manifestantes que dieran media vuelta. Ante su negativa, gritó: "¡Ellos se lo han buscado!" Entonces, "ante los ojos de decenas de periodistas y reporteros de la televisión, los bomberos pusieron sus mangueras en acción: con un crepitar de armas automáticas, el agua a presión alcanzaba a los niños y a los adultos, derribándolos, arrancándoles la ropa, lanzándolos contra las paredes de los edificios, arrojándolos al suelo, abatiéndolos ensangrentados". Luego Connor soltó a los perros, enseñando los colmillos. Niños y adultos huyeron a refugiarse en una iglesia: "Mirad cómo corren esos negros", se burlaba Connor. Su cinismo era tan grande que no percibía que iba creciendo el malestar entre los bomberos y los policías.

Los reportajes y las fotografías de aquella jornada de horror en Birmingham ocupaban al día siguiente la primera página de los periódicos americanos y de muchos extranjeros. Un viento de vergüenza soplaba sobre los Estados Unidos. ¿Se puede pretender vivir en una país democrático y tolerar todavía la segregación?, se preguntaban en aquel momento muchos americanos.

El domingo siguiente, 5 de mayo, salió una tercera manifestación, esta vez con tres mil participantes. A pesar de que esperaban las brutalidades de la policía, los manifestantes seguían cantando himnos y cánticos al amor, a la justicia y a la libertad. Connor había declarado poco antes de esta manifestación: "Voy a machacar a esos demonios, hijos de perra. ¿Eso es lo que voy a hacer!"

Los manifestantes se acercaban al barrio prohibido. Connor les amenazó. Siguieron avanzando. Un lider negro, Billups, gritó a los policías: "No vamos a retroceder. No hemos hecho nada malo. Todo lo que pedimos es nuestra libertad... ¿Qué sentís vosotros al actuar como actuáis? (...) Soltad vuestros perros. Golpeadnos. No retrocederemos". Connor se volvió entonces hacia sus hombres y gritó: "Al diablo, ¡conectad las mangueras!". Todos se quedaron quietos. Algunos manifestantes habían puesto una rodilla en tierra y rezaban. Loco de rabia, Connor reiteró la orden de abrir las mangueras de incendios. Ninguno de sus hombres se movió. Los manifestantes reemprendieron su marcha. Los bomberos entonces bajaron de sus coches; algunos se habían quitado el casco dando a entender que se negaban a obedecer; muchos lloraban. Los policías con sus perros retrocedieron y dejaron pasar a la multitud. "Allí vi -dice King- toda la dignidad y la fuerza de la no violencia".

Todos entraron en el barrio prohibido. No se produjo ningún disturbio. Unos días más tarde, en Birmingham se pusieron en marcha las negociaciones para derogar varias leyes segregacionistas. Las violencias policiales habían sido condenadas sin apelación por el tribunal de la opinión pública, y la economía de Birmingham había sufrido demasiado como para que pudiera perpetuarse el desastre.

La estrategia de la acción no violenta que se empleó en Birmingham fue desculpabilizante en varios aspectos. En primer lugar, los negros dejaron de tener miedo de los blancos. Además, los manifestantes no habían mostrado ningún odio contra los policías, incluyendo el momento en que los llevaban a la cárcel: ¡todos querían ir allá! Su estancia en prisión -y en ningún lugar tal estancia es un trago agradable- era para ellos un honor, no un castigo, como se imaginaban los policías y los jueces.

Las marchas de protesta fueron igualmente desculpabilizantes para los policías y los bomberos. Frente a la violencia que sufrían de parte de las fuerzas del orden, los negros no tenían en sus labios más que cantos que hablaban de fraternidad y de libertad. La única violencia mostrada por los negros durante quince días de protesta fue haber arrojado un objeto de yeso contra la policía desde un edificio.

Si durante la última marcha los bomberos y después los policías se negaron a obedecer las órdenes de Connor, la razón hay que buscarla en la conciencia de esos hombres. Es verdad que tardaron lo suyo en hacer justicia a los negros, pero terminaron haciéndosela, porque las condiciones en que los habían puesto los manifestantes durante dos semanas se lo posibilitaron. Los negros actuaban sin espiritu de venganza; no exigían a los policías el pago de ninguna deuda...

Pero sería falaz imaginar que la acción no violenta consiste en perdonar. Se olvidaría que su primer momento es el del conflicto y la lucha. Cuando Jesús encontró a la samaritana, desobedeció las conveniencias sociales. Cuando se invitó a casa de Zaqueo, escandalizó a todo el mundo. Cuando los negros de Birmingham invitaban a los blancos a la reconciliación, no era antes del tiempo de la lucha, sino durante sus marchas de protesta. En una acción no violenta, el adversario no es alguien ante quien haya que agachar la cabeza, sino un creador de justicia y libertad que hay que suscitar.(6)


4. DESDE EL CAOS INTERIOR HASTA LA FE
FRAGMENTOS DE CARTAS
Carmen

Sucede que mientras antes me sentía con todo derecho a hacer lo que me viniera en gana, ahora me siento sin ninguno y no quiero molestar con mi persona -se entiende que en lo que a mí se refiere- porque, si entran en juego otras cosas, molestar me trae sin cuidado, es más: aunque sé, como tú, que a menudo soy injusta, ha empezado a no importarme si de lo que se trata es del sufrimiento, de la vida de otros, y aún así no deja de sorprenderme la acogida y el cariño que alguna gente me ofrece...

Necesito entrar cada vez con más urgencia en su vida, me asusta pensar que todo quede en libros hermosos, fuertes sentimientos, palabras... tanto he tardado en sentirme dentro de la iglesia y ahora me gustaría estar fuera.

¿Tú crees que es posible ser cristiano en Europa? Sí, sé que sí, pero a mí me resulta demasiado difícil, me duele mi incoherencia...

* * *

Mira: a los 22 años tuve que largarme de España, ya sabes, líos políticos. Me fui con cien pesetas en el bolsillo y sin la ayuda de los que hasta entonces habían sido camaradas. Me largué, y en cualquier caso hice las cosas bastante mal.

Durante algún tiempo mis padres pensaron que tal vez había muerto. En Francia aprendí a vivir en medio de la calle, sin trabajo, sin dinero. La primera vez que tuve que dormir en Marsella -y cómo lo recuerdo- sola, en una vieja casa abandonada en el barrio chino con unos periódicos como abrigo... algo comenzó a romperse en mí. Pasé mucho frío, no podía soportarlo, salí de la casa y empecé a caminar por aquellas calles... chulos, prostitutas, ladrones... se portaron bien, me hicieron tomar algo caliente, buscaron un lugar donde pudiera comer algo. Ya antes, en España, por miedo a la policía y llena de inconsciencia, había vivido y dormido en la calle, con gente de ese estilo, pidiendo para comer, robando... pero por poco tiempo, en seguida había salido para Francia. Aprendí mucho de aquella gente y de otra que más tarde conocí, entre otras cosas aprendí que sólo el pobre sabe dar porque sólo él sabe recibir, y como nada tiene no puede dar cosas, sino a sí mismo. Conocí también la alegría de la gratuidad, de compartir una forma nueva.

Por eso me molesta cuando dicen -refiriéndose a mí- cosas como: "trabaja con marginados", o "se dedica a acoger gente en su casa", porque además de no ser exactamente así, no acabo de entender que entre cristianos se separe de tal forma vida-fe...

* * *

Nunca tuve que ver -ni de niña- con iglesia ni religión, sino con aquellas gentes del 68 de las que hablas en ocasiones, gentes que buscamos hasta destrozarnos... algunos nos rompimos... Ahora que he podido recuperar mi vida con alegría, me gusta, me gustan estos 37 años vividos densamente día a día, con odio y con amor, pero vividos...

¿Sabes? me rompí, caí absolutamente destrozada; sólo rabia, odio, desesperación, pensé que existía el infierno, pues yo estaba en él; creí tocar los límites del dolor, pero siempre es posible ir más allá. De repente -y poco a poco- fui saliendo, me vi literalmente sacada de aquel pozo tan negro y tan profundo, fue haciéndose la luz.

El primer cura que entonces conocí -un fraile franciscano al que en verdad me siento agradecida- se empeñó en demostrarme mi pecado. Si no hubiera estado tan rota creo que habría podido reir a carcajadas, pues aquel hombre sólo conocía una pequeñísima parte de mi vida -la mejor- y eso a él le parecía absolutamente escandaloso; para ellos yo era Maria Magdalena y no sé cuántas confesiones de San Agustín me regalaron... pero, aun destrozada, no podía rechazar mi vida entera, había belleza en medio del dolor, amigos con los que tanto había compartido: miedo, risas, hambre... amor, lucha y esperanza. Veía, eso sí, y aterrada, todo el sufrimiento provocado, toda la violencia que había sido capaz de desatar.

Ahora, recuperada esa vida desde otro lugar, todo parece encajar y puedo sonreir, pero, créeme, fueron años duros de ir buscando a tientas un poco de luz...

Estaba harta de darme de bofetadas con la vida, tenía miedo de mi orgullo, tampoco había tenido una educación religiosa, tan sólo (?) mi experiencia de sentirme salvada, llamada a ser, y todo era nuevo para mí, y cuando digo nuevo, es nuevo, nueva la misa... ¡hasta tuve que preguntar cómo se rezaba!...

* * *

Una cosa me incordiaba noche y día: había tanto dolor en el mundo, tanto sufrimiento...

Un hombre crucificado se alzaba frente a mí. Aquel crucificado me destrozaba, aquella cruz, ese hombre colgado del madero en medio del mundo, tantos hombres, tantas mujeres, tantos niños... tanto dolor, tanta injusticia..

Podía estar equivocada, era absurdo creer el evangelio tan al pie de la letra; por casualidad, cayó en mis manos mi primer libro de Teología (...); Jesús me fascinó, me hizo daño, me llenó de alegría, lloré y salté de gozo, era verdad, había otro camino que intentar.

Miro el mundo y veo un dolor tan grande, tan enorme injusticia... y, sin embargo, desde hace un tiempo, hay dentro de mí como una pequeña lucecita que siempre permanece. Pues en esos momentos en que no veo nada, no entiendo nada y sólo soy un sufrimiento atroz que a veces quisiera no vivir, bueno, incluso en esa situación está esa lucecita y algo que tira de mí hacia adelante aunque yo no sepa bien por dónde discurre ese camino.

Una cosa he aprendido, y ha sido a confiar plenamente en eso que tú llamabas la fuerza débil del amor, y a no esperar -por mucho que lo desee- cambios grandes y aparatosos, sino a ir descubriendo en medio de tanto sufrimiento signos de esperanza que están ahí para el que se meta de lleno en la búsqueda y construcción de un mundo más justo. Y me parece que sólo ahí, en medio de la vida, aparecen esos signos...

* * *

Pero ¿cómo no va a ser posible ser cristiano aquí, ser solidario aquí, tan sólo ser persona aquí? ¿No es acaso necesario responder a tanto sufrimiento desde aquí, desde donde se crea y se aprovecha y se vive a costa de ese sufrimiento? Lo será, como me dices, pidiendo perdón y agradeciendo la existencia de todos esos hermanos que mueren cada día y en verdad sostienen nuestra vida. Pero no sólo eso: se me cae la cara de vergüenza ante tanto dolor ajeno.

Por eso busco alguien que me ayude a no acomodarme, alguien que me ayude a no olvidar tanto sufrimiento, tanta injusticia por si soy tan sorda que no escuche, tan ciega que no vea... pero ¿es posible no escuchar, no ver? ¿Es acaso posible olvidar...?

* * *

También yo debo mucho a gente de esta iglesia donde he encontrado lo que ha dado razón de ser a mi vida, y te digo que aquellos que me sostienen con tan sólo dirigir hacia ellos un pensamiento en mis peores momentos, están dentro de la iglesia. Supongo que todo esto también pesa mucho en mi vida. Ten en cuenta que yo nunca fui cristiana y para mí lo primero ha sido el evangelio: ahora sé que esto ha sido posible gracias a la iglesia. Con esto te quiero decir que nunca he sentido como muy mío eso del papa y la jerarquía ni que ellos fueran más iglesia. Para mi hay un único Señor y una comunidad de hermanos, aunque algunos lo olviden -o lo olvidemos- .

Me parece que soy excesivamente crítica y por supuesto que el evangelio no supone ser de derechas, más bien eso parece blasfemo. Pero tampoco veo la cosa desde la izquierda (a lo mejor te parezco un poco facha) aunque, por supuesto, desde ahí sí que creo se está más cerca. Pero a mí el evangelio me parece otra cosa y así si la derecha -con la que realmente no me relaciono- presupone para mí no Dios sino ídolo o diablo, es igual: también soy crítica (aunque claro está que en otra forma y con más cariño y con más dolor) con la izquierda.

¿No es acaso sumamente hermoso el encuentro con el Dios de Jesús? ¿No tiene algo nuevo que decir? ¿No es ese encuentro la única fuente del seguimiento? ¿No se da en Jesús todo integrado?

¿No existe una oración cristiana que no tiene por qué ser budista o zen...? Y esto no supone desprecio hacia los otros, al contrario, pero ¿no tiene el cristiano algo específico que decir, una vida que vivir, vida nueva, recibida continuamente?


5. DESDE LA OPRESIÓN EN EL TERCER MUNDO
ASI ME NACIÓ LA CONCIENCIA
Rigoberta Menchú
(7)

EL CÁLIZ

Entonces, me llamaron. La comida que me dieron era un poquito de fríjol con unas tortillas bien tiesas. Tenían un perro en la casa. Un perro bien gordo, bien lindo, blanco. Cuando vi que la sirvienta sacó la comida del perro. Iban pedazos de carne, arroz, cosas así que comieron los señores. Y a mí me dieron un poquito de fríjol y unas tortillas tiesas. A mí eso me dolía mucho, mucho, que el perro habría comido muy bien y que yo no merecía la comida que mereció el perro...

Desde el primer momento le amarraron las manos atrás, y empezaron a empujar a puros culatazos. Caía mi hermano, no podía defender la cara. Inmediatamente, lo que primero empezó a sangrar fue la cara de mi hermanito. Lo llevaron por los montes donde había piedras, troncos de árboles. Caminó como dos kilómetros a puros culatazos, a puros golpes. Cuando ellos lo dejaron, ya no se veía como una persona. Toda la cara la tenía desfigurada por los golpes, de las piedras, de los troncos, de los árboles, mi hermano estaba todo deshecho. Lo sometieron a grandes torturas, golpes, para que él dijera dónde estaban los guerrilleros y dónde estaba su familia. Qué era lo que hacía con la Biblia, porque los curas son guerrilleros. Ellos acusaban inmediatamente la Biblia como un elemento subversivo y acusaban a los curas y a las monjas como guerrilleros. Mi hermano estuvo con muchos cadáveres ya muertos en el hoyo donde no aguantaba el olor de todos los muertos. Había más gentes allí, torturadas. Allí donde estuvo, él había reconocido muchos catequistas que también habían sido secuestrados en otras aldeas y que estaban en pleno sufrimiento como él estaba. Mi hermano estuvo más de dieciséis días en torturas. Había también una mujer. La habían violado y después de violarla, la habían torturado. Inmediatamente mi madre se comunicó a través de otros medios y yo regresé a casa. Tenía mi hermano tres días de desaparecido cuando yo llegué a casa. Más que todo consolando a mi madre, porque sabíamos que los enemigos eran bastante criminales y no podíamos hacer nada, pues. Si íbamos a reclamar, inmediatamente nos secuestraban. Ella fue los primeros días pero la amenazaron y le dijeron que si llegaba por segunda vez, le tocaba lo que a su hijo le estaba tocando. Y ellos dijeron de una vez a mi madre que su hijo estaba en torturas, así es que no se preocupara.

Llegamos allí. Ya había mucha gente desde temprano. Niños, hombres, mujeres, estaban allí. Minutos después, el ejército estaba rodeando a la gente que lo estaba presenciando. Había aparatos, tanquetas, jeeps, había todas las armas.

Entonces mi madre se acerca al camión para ver si reconocia a su hijo. Cada uno de los torturados tenía diferentes golpes en la cara. O sea, llevaban diferentes caras cada uno de ellos. Y mi mamá va reconociendo al hermanito, a su hijo, que allí iba entre todos. Los pusieron en fila. Unos, casi estaban medio muertos o casi estaban en agonía y los otros se veía que sí, los sentían muy, muy bien. El caso de mi hermanito, estaba muy torturado y casi no se podía parar. Todos los torturados llevaban en común que no tenían uñas, les habían cortado partes de las plantas de los pies. Iban descalzos.

Yo, no sé, cada vez que cuento esto, no puedo aguantar las lágrimas porque para mí es una realidad que no puedo olvidar y tampoco para mí es fácil contarlo. Mi madre estaba llorando. Miraba a su hijo. Mi hermanito casi no nos reconoció. O quizá... Mi madre dice que sí, que todavía le dio una sonrisa, pero yo, ya no vi eso, pues. Eran monstruos. Estaban gordos, gordos, gordos todos. Inflados estaban, todos heridos. Y yo vi, que me acerqué más de ellos, la ropa estaba tiesa. Tiesa del agua que le salía de los cuerpos.

El caso de mi hermanito, estaba cortado en diferentes partes del cuerpo. Estaba rasurado de la cabeza y también cortado de la cabeza. No tenía uñas. No llevaba las plantas de los pies. Los primeros heridos echaban agua de la infección que había tenido el cuerpo. Y el caso de la compañera la mujer que por cierto yo la reconocí. Era de una aldea cercana a nosotros. Le habían rasurado sus partes. No tenía la punta de uno de sus pechos y el otro lo tenía cortado. Mostraba mordidas de dientes en diferentes partes de su cuerpo. Estaba toda mordida la compañera. No tenía orejas. Todos no llevaban parte de la lengua o tenían partida la lengua en partes. Para mí no era posible concentrarme, de ver que pasaba eso. Uno pensaba que son humanos y qué dolor habrían sentido esos cuerpos de llegar hasta un punto irreconocible. Todo el pueblo lloraba, hasta los niños. Yo me quedaba viendo a los niños.

Y decía el capitán, éste no es el último de los castigos, hay más, hay una pena que pasar todavía. Y eso hemos hecho con todos los subversivos que hemos agarrado, pues tienen que morirse a través de puros golpes. Y si eso no les enseña nada, entonces les tocará a ustedes vivir esto. Es que los indios se dejan manejar por los comunistas. Es que los indios, como nadie les ha dicho nada, por eso se van con los comunistas, dijo. Al mismo tiempo quería convencer al pueblo pero lo maltrataba en su discurso. Entonces los pusieron en orden y les echaron gasolina. Y el ejército se encargó de prenderles fuego a cada uno de ellos. Muchos pedían auxilio. Parecía que estaban medio muertos cuando estaban allí colocados, pero cuando empezaron a arder los cuerpos, empezaron a pedir auxilio.

Cuando se acabó el fuego, cuando nadie sabía qué hacer, a veces daba miedo de ver los torturados quemados y a veces daba un ánimo, valor para seguir adelante. Mi madre casi se moría de tanto dolor. Abrazó a su hijo, platicó todavía con el muerto, torturado. Lo besaba y todo, quemado. Yo le decía a mi mamá: vámonos a casa. No podíamos ver... No podíamos seguir viendo a los muertos. No era tanto la cobardía de no verlos, sino que era una cólera. Era algo que no se podía soportar. Entonces, toda la gente prometió darle supultura cristiana a todos esos torturados y muertos...

Fue secuestrada mi madre y desde los primeros días de su secuestro fue violada por los altos jefes militares del pueblo. Y quiero anticipar que todos los pasos de las violaciones y las torturas que le dieron a mi madre los tengo en mis manos. No quisiera aclarar muchas cosas porque implica la vida de compañeros que aún trabajan muy bien en su trabajo. Mi madre fue violada por sus secuestradores. Después, la bajaron al campamento, un campamento que se llamaba Chajup que quiere decir abajo del barranco. Después, mi madre estuvo en grandes torturas. Desde el primer día la empezaron a rasurar, a ponerle uniforme y después le decían, si eres un guerrillero, por qué no nos combates aquí. Y mi madre no decía nada. Pedían a mi madre, a través de golpes, decir dónde estábamos nosotros. Y si daba una declaración, la dejaban libre. Pero mi madre sabía muy bien que lo hacían para torturar a sus demás hijos y que no la dejarían libre. Mi madre no dio ninguna declaración. Ella defendió hasta lo último a cada uno de sus hijos. Y, al tercer día que estaba en torturas le habían cortado las orejas. Le cortaban todo su cuerpo parte por parte. Empezaron con pequeñas torturas, con pequeños golpes para llegar hasta los más grandes golpes. Las primeras torturas que recibió estaban infectadas. Desgraciadamente, le tocaron todos los dolores que a su hijo le tocaron también. La torturaban constantemente. No le dieron de comer por muchos días. Mi madre, de los dolores, con las torturas que tenía en su cuerpo, toda desfigurada, sin comer, empezó a perder el conocimiento, empezó a estar en agonía. La dejaron mucho tiempo y estaba en agonía. Para mi era doloroso aceptar que una madre estaba en torturas y que no sabía nada de los demás de mi familia. Nadie de nosotros se presentó. Mucho menos mis hermanos. Pude tener contacto con uno de mis hermanos y él me dijo que no había que exponer la vida. De todos modos iban a matar a mi madre como también nos iban a matar a nosotros. Esos dolores los teníamos que guardar nosotros como un testimonio de ellos y que ellos nunca se expusieron cuando también les pasaron los grandes sufrimientos. Así fue cómo tuvimos que aceptar que mi madre de todos modos tenía que morir.

Claro, para nosotros, cuando supimos que mi madre estaba en plena agonía, era muy doloroso, pero después, cuando ya estaba muerta, no estábamos contentos, porque ningún ser humano se pondría contento al ver todo esto. Sin embargo, estábamos satisfechos porque sabíamos que el cuerpo de mi madre ya no tenía que sufrir más, porque ya pasó por todas las penas y era lo único que nos quedaba desear que la mataran rápidamente, que ya no estuviera viva.

LA FE

Empecé a viajar por diferentes lados. Consultando todas las cosas. Y, una de las cosas, no es tanto para desestimar, porque también los curas hicieron mucho por nosotros. No es para desvalorizar lo bueno que también nos enseñaron, pero hay muchas cosas que nos enseñaron, a acomodarnos, a adormecernos como pueblo. Por ejemplo, la religión nos decía que era pecado matar. Pero, sin embargo, a nosotros nos están matando. Y nos decían que Dios está allá arriba y que Dios tenía un reino para sus pobres. Eso a mí me había confundido porque yo fui catequista desde niña. Entonces tenía ya muchas ideas en la cabeza...

Nosotros empezamos a estudiar la Biblia como un documento principal. La Biblia tiene muchas relaciones como las relaciones que tenemos nosotros con nuestros antepasados y con los antepasados que también vivieron una vida que es parecida a la nuestra. Lo importante es que nosotros empezamos a integrar esa realidad como nuestra realidad. Así es como empezamos a estudiar la Biblia. No es algo a memorizar, no es algo de hablar o de rezar nada más. Incluso, quitando un poco la imagen que teníamos, como católicos o como cristianos, de que Dios está allá arriba y Dios tiene un reino grande para nosotros los pobres; no estábamos pensando en nuestra realidad como en una realidad que estamos sirviendo. Así es cuando empezamos a estudiar textos principales. Tenemos el caso del "Exodo", que es algo que hemos estudiado; lo hemos analizado. Se trata mucho de la vida de Moisés que trató de sacar a su pueblo de la opresión, trató de hacer todo intento para que ese pueblo fuera liberado. Nosotros comparábamos al Moisés de aquellos tiempos con los "Moiseses" de ahora, que somos nosotros. Se trata de la vida de un hombre, de la vida de Moisés.

Descubrimos que Dios no está de acuerdo con el sufrimiento que vivimos; que no es el destino que Dios nos ha dado, sino que son los mismos hombres de la tierra quienes nos han dado ese destino de sufrimiento, de pobreza, de miseria, de discriminación. Incluso hasta de la Biblia hemos sacado ideas para perfeccionar nuestras armas populares; que fue la única solución que nos quedó. Yo soy cristiana y participo en la lucha como cristiana. Para mí, como cristiana, hay una cosa. Es la vida de Cristo. Tuvo todo un proceso, donde Cristo fue humilde. Nació en un pequeño rancho, como narra la historia. Fue perseguido y, sin embargo, tuvo que optar por tener un pequeño grupo para que su semilla no se desaparezca. Fueron sus discípulos, fueron sus apóstoles.

El deber de un cristiano es pensar cómo hacer que exista el reino de Dios en la tierra con nuestros hermanos. Sólo existirá el reino cuando todos tengamos qué comer. Cuando nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros padres no se tengan que morir de hambre y de desnutrición.

Claro, muchos curas se llaman cristianos pero defienden sus pequeños intereses. Para no golpear esos pequeños intereses, se aislan del pueblo. Mucho mejor para nosotros, porque sabemos que no necesitamos un rey que esté en un palacio sino que necesitamos un hermano que esté viviendo con nosotros. Creemos que hay un Dios, pero ese Dios es padre de todos y al mismo tiempo no está de acuerdo cuando uno de sus hijos está muriéndose o es infeliz y que no tenga ni una alegría. Consideramos que cuando empezamos a emplear la Biblia, cuando empezamos a estudiar la Biblia de acuerdo a nuestra realidad fue porque en ella encontramos un documento que nos guía.

A partir de los sucesos de la Embajada de España los cristianos revolucionarios decidieron formar una organización y ponerle el nombre de mi padre(8): se llama Cristianos Revolucionarios "Vicente Menchú". Los cristianos toman el nombre de mi padre como un héroe nacional de los cristianos, que a pesar de sus duras experiencias, nunca perdió la fe. Nunca confundió lo que es el cielo y lo que es la tierra. Optó por luchar con un pueblo, un pueblo que necesita desde su fe denunciar todos los secretos de los riesgos y de la explotación. Luchó en contra de eso como cristiano.

Entonces yo opté por mi reflexión cristiana, por los Cristianos Revolucionarios "Vicente Menchú". No es porque sea el nombre de mi padre, sino porque es la tarea que me corresponde como cristiana, trabajar con las masas. Mi tarea es la formación cristiana de los compañeros cristianos que a partir de su fe están en la organización. Es un poco lo que yo narraba anteriormente, que yo fui catequista. Entonces, mi trabajo es igual que ser catequista, sólo que soy una catequista que sabe caminar sobre la tierra y no una catequista que piensa en el reino de Dios sólo para después de la muerte. Y así es como yo, con toda mi experiencia, con todo lo que he visto, con tantos dolores y sufrimientos que he padecido, aprendí a saber cuál es el papel de un cristiano en la lucha y cuál es el papel de un cristiano en la tierra. Llegábamos a grandes conclusiones con los compañeros. Reflexionando la Biblia. Hemos encontrado que la Biblia se ha utilizado como un medio para acomodarse y no para llevar la luz al pueblo pobre. El trabajo de los cristianos revolucionarios es, más que todo, la condena, la denuncia de las injusticias que se cometen con el pueblo. El movimiento no es clandestino. Es secreto porque somos masas y no podemos escondernos completamente.

LOS PRECIOS

En México me encontré con unas personas que nos habían ayudado desde Europa; antes, cuando estaban mis padres. Nos encontraron las mismas personas. Nos ofrecieron ayuda para que nosotros viniéramos a vivir a Europa. Ellos decían que no era posible que un ser humano pudiera aguantar tanto. Y los señores de buen corazón, nos decían que, vámonos allá. Allá les vamos a dar una casa, les vamos a dar todo lo que quieran. Incluso habrá oportunidad para que tus hermanitas estudien. Yo no podía decidir por mis hermanitas, ya que consideraba que eran mujeres capaces de opinar y de pensar por su vida solas. Entonces, hablaron con mis hermanitas e inmediatamente ellas rechazaron la proposición que nos hacían. Que si querían ayudarnos, que nos mandaran la ayuda, pero no para nosotros, para todos los huérfanos que se han quedado. Entonces los señores no entendían por qué a pesar de todo lo que nos ha pasado, queremos vivir todavía en Guatemala. A pesar de todos los riesgos que tenemos.

Entonces, cuando empecé con mi convicción revolucionaria, tuve que definir dos cosas: la lucha o el novio. Hacía grandes conclusiones porque yo quería al compañero y yo veía los sacrificios de él por mí. Era un noviazgo ya más abierto que el que hacen mis gentes a través de mi cultura. Entonces, llegó un momento en que yo estaba entre dos cosas, o él u optar por la lucha de mi pueblo. Y llegué a eso, pues, que tuve que dejar al novio con dolor, y sentimientos, pero yo decía que tenía mucho que hacer por mi pueblo y no necesitaba una casa bonita mientras que mi pueblo vivía en condiciones de horror como en las que yo nací y crecí. Así es cuando yo me separé por un lado y él por otro.

En estos momentos no me sentiría feliz de buscar un compañero y entregarme a él, mientras que muchos del pueblo no tratan de buscar su alegría personal, sino que no tienen ni un momento de reposo. Esto me da mucho que pensar. Y, como decía, yo soy humana y soy una mujer y no puedo decir que yo rechazo al matrimonio, pero mi tarea principal, pienso que es primero mi pueblo y después mi alegría personal. Podría decir que muchos compañeros se han entregado en la lucha, sin límite, sin buscar su alegría personal. Porque he conocido muchos amigos en la lucha que me respetan tal como soy, como soy mujer. Compañeros que tienen ratos amargos, tienen penas, tienen preocupaciones y, sin embargo, están en la lucha y sigen adelante. Y podría decir que quizá renuncio a eso por mi dura experiencia que tengo, de haber visto muchos amigos caídos en la lucha. Eso a mí me da no sólo miedo sino pánico porque yo, una mujer viuda no quisiera ser, y una madre torturada, no quisiera ser tampoco.

LA LUCHA

Mi tarea es más que todo de transportar papeles al interior, o adentro de la ciudad y organizar a la gente al mismo tiempo practicando con ellos la luz del evangelio. Yo no soy dueña de mi vida, he decidido ofrecerla a una causa. Me pueden matar en cualquier momento pero que sea en una tarea donde yo sé que mi sangre no será algo vano sino que será un ejemplo más para los compañeros. El mundo en que vivo es tan criminal, tan sanguinario, que de un momento al otro me la quita. Por eso, como única alternativa, lo que me queda es la lucha, la violencia justa, así lo he aprendido en la Biblia. Eso traté de hacerle comprender a una compañera marxista que me decía que cómo quería hacer la revolución siendo cristiana. Yo le dije que toda la verdad no estaba en la Biblia, pero que tampoco en el marxismo estaba toda la verdad.

Yo sé que mi fe cristiana nadie me la va a quitar. Ni el régimen, ni el miedo, ni las armas. Y eso es lo que tengo que enseñar también a mi gente. Que juntos podemos hacer la Iglesia popular, lo que verdaderamente es una iglesia, no como jerarquía, no como edificio, sino que es un cambio para nosotras las personas(9).


6. DESDE EL SIDA
TESTIMONIO DE UN AFECTADO DE SIDA
Joan Ferrer i Sisquella(10)

Me gustaría que viviéramos todos juntos estas palabras, estos minutos, como hermanos que somos, como hermanos reunidos en torno a la mesa del Padre. Y así uno de los hermanos, como cuando se está en familia, os habla de sus cosas, de lo que está viviendo y de cómo lo está viviendo.

UNA SACUDIDA INTERIOR

Soy Joan y un buen día (creo que se puede decir un buen día porque todo lo que empezó ese día y fue sucediendo después ha sido muy bueno), bien, aquel buen día empecé a encontrarme mal. Fiebres muy altas y todo un abanico de anomalías que me llevaron a ser ingresado en un hospital. Después de unos días allí dentro y de hacerme un montón de cosas, me confirmaron lo que tal vez ya me temía. Supe que tenía el sida.

Esto, como os podeis imaginar, me provocó una sacudida interior muy fuerte, muy importante. Creo que cuando sabes una cosa así es como si te murieses. Tu vida -al menos la que has llevado hasta ese momento- se acaba y, en todo caso, comienza una nueva, con horizontes nuevos, y escala de valores completamente diferente. Tal vez la nueva vida será más corta o más larga, mejor o peor, pero será una vida nueva.

UN ENCUENTRO PRECIOSO

A mí, esta sacudida interior de la que os hablaba, me llevó a hacer, entre otras muchas cosas, un encuentro precioso con la religión, con la Iglesia. Creo que no puedo hablar de un encuentro con Dios porque Dios siempre lo había sentido cerca. Al lado, dentro; no sé, pero cerca. Sin embargo, de la religión, de la práctica, me aparté. Tal vez porque por mis circunstancias personales creía que no tenía un lugar dentro de la Iglesia o porque me sentía incomprendido. Lo cierto es que le volví la espalda. Pero, se ve que Dios quiso que me volviese a girar, que me pusiera de cara, y me tocó en el hombro, suavemente, con un dedo. Claro, como Dios es tan grande sólo moviendo un dedo te puede hacer mucho, mucho daño. Que quede claro también que, si le escuchas, si estás atento a lo que quiere decir, si hablas con El y le preguntas qué quiere de tí con todo eso que te está pasando, seguro que encontrarás que también te puede hacer mucho, mucho bien. Por otra parte, sería muy difícil imaginar un Padre que te quiere como El nos quiere y que gratuitamente haga daño a uno de sus hijos.

Muy poco a poco aprendí que podía utilizar mi circunstancia, mi enfermedad, como instrumento de trabajo, de crecimiento, y que curiosamente podía llegar a ser feliz, incluso podía ser más feliz que antes.

ESCUCHANDO EL PROPIO INTERIOR SE PUEDE CRECER

Es esto precisamente lo que os quisiera dejar bien patente y deciros que si hay alguien con una circunstancia igual o parecida (¡hay tantas enfermedades que te sitúan cerca de la muerte y que parece que la puedes tocar alargando la mano!), pues bien, que cualquiera que pase por una cosa así o que tenga una persona querida cerca en estas circunstancias, que tenga en cuenta y bien presente que escuchando el propio interior, buscando lo que Dios le quiere decir, se dará cuenta de que puede crecer, que puede madurar extraordinariamente.

Sobre todo, no caigamos nunca en la tentación de decir: si Dios existe, si Dios es bueno, si Dios me quiere, ¿por qué permite estas cosas?

Os lo diré con un ejemplo:

Es como cuando vamos de excursión y el compañero mayor, y tal vez el más experimentado, va delante de todo el grupo, y trepando, agarrándose a las rocas, se mete por un desfiladero que, a todos los que le siguen, les parece casi imposible de subir. A él también le parece que no podrá. Lo va probando, busca bien dónde poner el pie, se asegura con las manos y, de repente, se gira y dice a los demás: "¡Sí, sí, subid porque se puede, se puede!"

Yo sólo os puedo decir esto: se puede, yo he podido, ¡SE PUEDE!

LA MUERTE, UN PASO HACIA EL PADRE

Cuando pude superar todos aquellos problemas iniciales (que no fueron pocos), y me fui encontrando bien, fui constatando toda esta nueva vida. Vi que la muerte ya no me daba tanto miedo o respeto, sino que me quedaba muy claro que era un paso hacia el Padre y que esto no podía ser sino un estallido de felicidad. Pero también me dí cuenta de que seguía teniendo mucho miedo (tal vez más porque ya lo conocía) de estar enfermo, de los hospitales, de hundirme físicamente, de sentirme solo. Cuando sufres siempre te sientes muy solo... Sientes aquella sensación de que los que están cerca no consiguen llegar hasta tí, como si en medio hubiera un cristal. Te parece que nadie entiende lo que sientes. Tal vez por este motivo es en estos momentos cuando te puedes comunicar, tan bien y tan fácilmente, con Dios.

Es al descubrir que te sigue dando miedo el sufrimiento físico y moral que te haces consciente de los que sufren cerca de tí. Sobre todo de los que, además de estar enfermos, están marginados. Yo tengo un montón de amigos, de personas, a mí alrededor, que me quieren, que sé que no me dejarán nunca. Muchos de los marginados, sobre todo los que vienen del mundo de la droga, están completamente desligados de sus familias, incluso de sus madres.

Procuremos estar atentos y despiertos y no dar nunca la espalda a estos hermanos. Ellos están haciendo una experiencia de Dios muy importante, tal vez sin darse cuenta pero la hacen, y sobretodo nos dan la oportunidad de escucharles, de escuchar su vida, que es la voz de Cristo. Y escuchando lo que nos dicen, también nosotros haremos nuestra propia experiencia de Dios. Ya sé que a veces es difícil. Y sin necesidad de que sea una persona de aspecto terrible -sólo que no siga nuestras pautas corrientes en el vestir, en el hablar- ya nos hacen sentir prevención

SUPERAR FALSOS MIEDOS O PREVENCIONES

Mirad, querría explicaros un caso que me sucedió hace pocos días. Es una cosa que me da mucha vergüenza explicar, pero ya que estamos en familia...

Iba, por la mañana, caminando a mi trabajo y mientras esperaba para cruzar una travesía del ensanche, vi cerca de mí a un hombre ciego. Su aspecto no era nada agradable: llevaba barba de algunos días, su indumentaria era bastante descuidada y nada limpia, hablaba sólo y hacía gestos raros. Yo me dije: tal vez este hombre quiere cruzar y no puede, le tendrías que ayudar. Pero también dije: parece que no está muy bien de la cabeza o que vaya bebido. Si le dices alguna cosa se te enganchará y no te lo podrás quitar de encima. Mientras pensaba todo esto se le acercó una viejecita (una de estas viejecitas pequeñitas y delgadas que parece que no puedan hacer nada y que después te das cuenta de que lo pueden hacer casi todo), le preguntó si quería cruzar la calle, el hombre le dijo que sí, que acababa de salir del metro, que se había desorientado y que no sabía en qué acera estaba.

La viejecita le explicó dónde se encontraba, le cogió por el brazo y atravesaron la calle. Pasaron a mi lado hablando con toda naturalidad. El hombre, ni estaba mal de la cabeza, ni iba bebido. Me sentí avergonzado. Nadie se había dado cuenta de lo que había pasado. La gente circulaba a mi alrededor, arriba y abajo, sin verme. Pero a mí me llenaba de verguenza la mirada de Dios que sentía sobre mí.

Por la mañana, después de levantarme, me había sentado un ratito a hablar con el Padre y le había pedido: "Señor, ayúdame a alegrar a todos aquellos que hoy estén cerca de mí, no permitas que entristezca a nadie de los que se me acerquen, ayúdame a hacer llegar tu Amor a todos..." Y salgo a la calle, Cristo se me acerca y yo me aparto porque decido que va borracho.

No queráis sentir nunca esta vergüenza que yo llevé sobre mí durante horas e, incluso, días.

Suerte que por encima de mi vergüenza y de mis faltas encontré el amor del Padre que conoce tan bien nuestras debilidades, nuestras miserias, nuestra pequeñez. Este Padre que tanto nos quiere y que, por tanto, siempre nos perdona.

Procuremos tener siempre esta plena conciencia de ser amados y en consecuencia de ser perdonados. Tal vez entonces nos será más fácil amar y perdonar a los demás.

HAGAMOS LLEGAR EL AMOR DEL PADRE A TODOS

Cuando dentro de unos momentos tengamos la suerte de acercarnos a recibir el cuerpo de Cristo, es decir, todo el Amor, intentemos hacerlo con esta plena conciencia de ser amados, de ser perdonados. Son esos momentos tan especiales, ¿recordais? Cuando queda la puerta del sagrario abierta y parece que hay una luz más clara, parece que el Amor se puede palpar, que se puede asir con las manos. Recojamos, pues, todo el que podamos, pero... no seamos avaros. Hagámoslo llegar a todos.

Hagamos como en aquel milagro tan bonito de los panes y los peces. Siempre he pensado que este milagro fue fruto de la generosidad. Si Jesús y los suyos se hubieran quedado aquellos pocos panes y aquellos pocos peces, probablemente no habrían llegado a mitigar su hambre ni su cansancio. Pero Jesús, con aquella sencillez y aquella dulzura, con aquella discreción con la que hacía los grandes milagros, hizo sentar a todo el mundo en la hierba, tomó aquellas cosas, dió gracias al Padre y comenzó a repartir... y hubo para todos. Para toda aquella multitud que le seguía. Y de lo que sobró, todavía llenaron unos cuantos cestos.

Hagámoslo así nosotros hoy. Cuando salgamos por las plazas y las calles del mundo, como dice la canción, hagamos llegar este AMOR a todos: a los amigos, a los conocidos, a los familiares, a los que más queremos, a los que más nos quieren. Pero sobre todo, hagámoslo llegar a los que no queremos, y a los que tal vez nadie ha querido nunca, a los que, naturalmente, no nos quieren. Son éstos los que más lo necesitan, los que más lo agradecerán, los que más amor nos devolverán. Y para el que nos devolverán, os lo aseguro, no encontraremos suficientes cestos para contenerlo.

Y todo esto...todo,
como todo lo que existe,
como todo lo que vivimos,
desde la más pequeña y maravillosa hormiga, a la más terrible y sofisticada de las guerras,
desde la más pequeña flor, a la más cruel de las enfermedades, todo...
todo será para la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


7. DESDE LOS "SIN TECHO"
VIDA Y MUERTE EN LA CALLE
ARRELS (Barcelona)

Arrels es uno de los grupos de servicio de la Fundación St. Pere Claver. Como tal, ofrece un acompañamiento personalizado a las personas en situación de "Sin techo", entendiendo como tal tal, no sólo la falta de un techo físico, sino también la falta de otros techos: desestructuración en diferentes grados, desvinculación personal, carencias sociales, laborales, de salud física, etc. Estas personas pasan, día a día, a engrosar este "cuarto mundo" en nuestra ciudad.

El acompañamiento consiste en estimular la motivación personal para la recuperación y el posterior proceso, hasta conseguir un nivel de equilibrio, diferente en cada caso, o en acompañar otros procesos en los que solamente ha sido posible que acepten el contacto que se les ofrece y no parece factible otra cosa.

Este trabajo se realiza básicamente con la participación de voluntariado, con la doble función de contacto y atención directa con los acogidos. Desde su inicio, en 1987, Arrels ha ido ampliando sus actividades, hasta la actualidad, en que trabaja en cuatro ámbitos: Centro Abierto, Refugio, Trabajo de Calle y Trabajo en Hospitales.

UNA EXPERIENCIA DE VOLUNTARIADO
Josep Mª Agustí

La población de personas que llamamos "Sin Techo" es muy variada en edad, salud, nacionalidad y deterioro mental. Desde Arrels es imposible llegar a todos, aun reduciendo a un único esquema vidas tan diferentes. Pero si nos limitamos a lo que suele ser la población que de forma más natural podemos ayudar desde Arrels, sí que podemos indicar diferentes etapas o situaciones en las que se encuentran las personas que vamos visitando. Sin embargo, en estas líneas no reflexionaremos sobre las causas sociales o políticas, ni sobre la falta de recursos que padecen estas personas que viven en la calle.

Cuando nos dirigimos por primera vez a alquien del que no conocemos la historia, es muy posible que nos niegue su estado de rompimiento y desamparo. Nos dirá que está esperando a un amigo, que tiene uno o más pisos en propiedad pero que han surgido problemas con la herencia, o bien que se encuentra en la calle solo por unos días, ya que no quiere malgastar lo poco que ha conseguido en el trabajo pagando una cama. Probablemente la realidad sea muy diferente, pero le hemos de respetar esta etapa de negación, cuando todavía no tiene fuerza para reconocer y aceptar su situación de que está en la calle. Sin más investigaciones, le deberíamos hacer llegar el mensaje de que cuando esté preparado y nos lo quiera decir, estaremos allí y no nos asustaremos ni escaparemos corriendo, sino que lo apreciaremos igual y estaremos a su lado.

A veces sorprende que nos reciban de mal humor, enfadados; critican a los que hacemos este trabajo, presuponen que gracias a ellos los que les visitan cobran un buen sueldo, nos dicen que les dejemos tranquilos... Tendríamos que hacer a menudo el intento de ponernos en su piel. Esta situación de soledad y de rechazo en que se encuentran, han de percibirla, necesariamente, como indignante e injusta. Es normal que sientan rabia y manifiesten su irritación contra los que tienen poder, contra los otros, contra Dios, contra sí mismos. A esta reacción la llaman etapa de rabia, de ira. Ante tal explosión de disgusto y de resentimiento, es lógico que el voluntario crea que es mejor no acercarse nunca más. Pero vale la pena intentarlo otro día. Hay que comprender que bajo esos insultos no hay un ataque personal; son una manifestación de su sorpresa interior.Existe el peligro de que todos pasen siempre de largo de un hombre o de una mujer así, y es muy probable que esta persona sea la que esté más sola de todas las que nos encontramos. Probablemente estos voluntarios son las únicas personas a las que se puede quejar.

A veces esta fase de ira, de rabia y de rechazo de todo, acaba con una especie de etapa de pacto. Te vendremos a ver, pero a la hora que tú quieras. No te daremos dinero, pero te traeremos el tabaco que te gusta. Si vienes al Centro Abierto cogeremos un taxi y no tendrás que ducharte.

Una fase por la que todos han pasado, por muy endurecidos que los haya hecho la vida en la calle, es la fase de depresión. Aunque muchos no lo manifiesten, les invade un sentimiento de fracaso. Saben que no han respondido a muchas esperanzas -las suyas, las de sus padres, tal vez las de sus hijos- y ahora lo han perdido todo, ya nadie espera nada de ellos. No cuentan para nada. Cuando no estén, todo seguirá igual, nadie les recordará ni les encontrará a faltar. Es un largo camino de tristeza, es una experiencia de muerte, es lo que llamamos etapa de depresión. Probablemente, la necesidad de anestesiar este dolor, de ahogarlo en el inconsciente, explica la caída y el hundimiento en el alcohol de casi la totalidad de estos excluídos de la sociedad. Está claro que la actuación del voluntario no se puede reducir a llevarle un bocadillo o una manta, ni siquiera a intentar encontrarle una cama en una pensión. Estas heridas tan hondas necesitarán mucho tiempo para cicatrizar. A veces se tratará más de una compañía silenciosa, pero frecuente, que de muchos consejos. Naturalmente, todo acompañamiento a "urgencias" y toda ayuda para rehacer "papeles" manifestarán que nosotros todavía creemos en él, que todavía esperamos en él. Si alguna vez ocurre por motivos inexplicables que se cierren las heridas y vuelva a creer en la posibilidad de su vida, nos parecerá que estamos presenciando un milagro, porque aquel hombre o aquella mujer será capaz de levantarse y caminar con firmeza, y de dejarse ayudar.

Pero tal vez la mayoría de las personas que hace años que viven en la calle parece que han alcanzado una etapa de aceptación. Se quejan, se lamentan, pero aparentan vivir resignados a su suerte. No es fácil que acepten otras propuestas: ir al Refugio, rehacer sus documentos para tener derecho a una paga, para acceder a una pensión. Es frecuente que pesen negativamente experiencias frustradas en algún Centro Social, o tal vez en Albergues públicos. Habrá que entender el porqué de estas reacciones, y cómo, en buena parte, es una actitud de defensa. Tal vez la única posibilidad que tenemos es la de mantener la relación, la de fortalecer un aprecio sincero y de amistad. Al cabo de un tiempo verán que no hace falta defenderse de aquellos con los que hablan con gusto, porque no vienen a buscar ni a exigir nada. Tal vez, cuando la salud ya no le acompañe, aceptará ir a cuidarse a un hospital. Y si su salud se rehace, ya no tendrá más ganas de seguir a la intemperie de la calle.

De todos los que hemos conocido en estos tres años y medio, más de 20 ya han muerto. Unos en el Refugio de noche, otros en el Hospital del Mar o en el Clínico, tres en la misma calle donde vivían. Otros han desaparecido sin dejar rastro. Pero la parte de camino que hemos podido hacer con ellos nos enseña que las etapas que han encontrado en su vida son las etapas previas a toda muerte: negación, ira, pacto, depresión, aceptación. Se estaría tentado de decir que la vida que vive la gente de la calle es una buena enseñanza, una larga preparación para morir. El voluntario de calle debería agradecer este aprendizaje y, con humildad, ser capaz de ofrecerles la posibilidad de recuperar la vida. Tal vez sea éste el misterio más profundo al que nos acercamos, el que Pablo experimentaba cuando escribía a sus amigos de Corinto:

"Porque nosotros, aún viviendo, somos conducidos a la muerte por causa de Jesús. De manera que la muerte actúa en nosotros y la vida en vosotros"

LLAMARON A LA PUERTA...

Estas són las vivencias de personas que un día llamaron a la puerta de Arrels. Hoy han querido aprovechar la oportunidad de escribir en Arrels informa, expresando públicamente lo que llevan muy dentro de sí.

La convivencia, lugar de encuentro consigo mismo

Me llamo Arturo. Tengo 70 años y hace aproximadamente unos 20 años, por problemas familiares y defectos de mi carácter, perdí trabajo, familia y economía. Para olvidar todos estos sufrimientos me dediqué a beber de una manera desmesurada que me llevó a la ruina moral, física, y psicológica.

¿Porqué una persona con educación, cultura, trabajo, familia, o sea absolutamente todo en esta vida, terminó comiendo de las sobras de las papeleras de la plaza de Cataluña, durmiendo en las escaleras de los metros, en los bancos de la plaza Cataluña, Goya, Universidad, Castilla etc. etc. sucio, sin afeitar, con horribles malos olores, etc.? Pero eso sí, con mi cartón de vino o botella de Magno en la mano para intentar evadirme de todas las barbaridades que había cometido (o eso es lo que yo creía).

Cierto día, hace varios años, un compañero de "borrachera" me dijo que él conocía un centro llamado Centre Obert Arrels. Allí efectivamente encontré no sólo agua para ducharme y ropa limpia para cambiarme, sino personas que con su amabilidad, comprensión y cariño me devolvieron la confianza y la fe para reencontrarme a mí mismo. Me costó mucho trabajo aceptarlo, comprenderlo y asimilarlo. Este citado Centro no sólo me proporcionó eso a mí, sino a muchos compañeros de la calle también, un lugar llamado refugio donde había comida para almorzar y cenar y también; un techo para dormir, sala para dialogar e incluso para discutir, lo cual proporciona lo más importante en esta vida: la convivencia.

Hoy día totalmente recuperado y feliz, intento por todos los medios vivir feliz y ser otra vez lo que siempre fui, Arturo sin rencores, envidias y, sobre todo, sin alcohol.

Doy de todo corazón las gracias a todas las personas de dicho Centre Arrels, Fundación Sant Pere Claver, que sin interés de ninguna clase y solamente por corazón, sentimientos, humanidad, fe en Dios y ganas de procurar que los pobres, marginados, enfermos no estén solos, sino que se sientan verdaderos seres humanos, vivan y sean lo más felices posible y el día que mueran reposen felices.

Repito, gracias a todos y un favor: continuad desarrollando esa inmensa tarea para todos los hijos de Dios.

Arturo

Dichoso encuentro
Trazos de la vida de un ex-alcóholico.

Escribo este pequeño retazo de mi azarosa vida, en espera de que las personas que lo lean, miren las causas y motivos por los cuales caí en el precipicio de la adicción a la bebida.

Me llamo Pablo y nací en una ciudad de Murcia llamada Cartagena, hijo de una familia trabajadora y católica. Debido a mis años, pues tengo 64, me cogió la guerra de España siendo un niño de corta edad.

Mi madre era viuda y sin ningún ingreso económico, mis estudios escolares fueron pocos, pues las escuelas fueron cerradas durante la guerra. En la posguerra lo pasamos muy mal: miseria, hambre, falta de apoyo... Mi madre, para que yo comiera, me ingresó en un tribunal tutelar de menores.

Cuando me hice hombre me vine a Barcelona. Aquí conocí a una chica descarriada y me casé con ella. Yo he trabajado de camarero, recadero, limpiabotas y he llevado maletas a la estación. Hice de todo para comer. Eran años muy difíciles. Mi esposa murió y me quedé solo, sin familia, sin hijos. Yo, desesperado y depresivo, me eché a la bebida y la degradación física y humana. Dormía en los bancos de las plazas, en el metro, en los jardines, en todos los lugares imaginables.

Me hice mendigo, pedigüeño, solicitaba una caridad de las buenas personas. Hasta que un buen día vinieron a mí dos monjitas que con voz de persuación me dijeron si quería ir con ellas a un Centro donde me ducharía, me darían ropa limpia y comida. Yo, la verdad, estaba un poco bebido, pero me fui con ellas y me llevaron al lugar donde me ducharon, me diron ropa nueva y comida; luego, me buscaron una pensión para dormir y me arreglaron los papeles para la documentación. Todo esto pasó el día 12 de octubre de 1989. Desde este encuentro, dichoso y maravilloso día para mí, juré dejar la maligna bebida para siempre. Y hoy que escribo estas vivencias, doy gracias a estas benditas religiosas y a todos los componentes de este Centro que con su tesón y ayuda han hecho posible mi integración en la sociedad.

Doy las gracias a todos los voluntarios del Centre Obert Arrels y a la Fundación Sant Pere Claver, agradeciéndoles y deseándoles larga vida y salud en su quehacer diario para bien de los necesitados y afligidos.

Gracias por leerme amables lectores.

Pablo Sánchez Bueno(11)

También ellos nos evangelizan

Creo que, desde que trabajo allí he conocido más al Dios en quien antes creía. Comencé a trabajar por un sentimiento moralista, por ser mejor, porque me parecía que Dios me lo pedía y que era "una obligación" (algo así como ir a Misa). Mi mujer y yo tuvimos que soportar no sólo un cierto "repelús" sino críticas de conocidos: unos te llaman jilipollas, o frustrado, o comunista...o hasta se ponían a moralizar diciéndonos que nuestra obligación era dedicar más tiempo a la familia... Al principio no fue fácil. Hasta que un día, en la Misa del domingo, leyeron un evangelio que contaba cómo los fariseos acusaban a Jesús de echar los demonios por arte de Belcebú; y Jesús respondía: "si lanzo los demonios en nombre de Dios, es señal de que el Reino de Dios está llegando a vosotros". Aquellas palabras que ya debía conocer cambiaron mi forma de ver. Desde entonces me parece que conozco mejor a Dios porque, aunque El es incomprensible, puedo palpar algo de Su Reino, que le refleja a El. La Misa se me ha vuelto menos aburrida porque la miro como el lado oculto y eterno de lo que pasa en el Centro Arrels. Y el trabajo en el centro de acogida lo vivo como una Eucaristía en plena calle.

Un voluntario


8. DESDE LA OSCURIDAD COTIDIANA DE UNA MADRE DE FAMILIA
CONFIAR PESE A TODO. UNA VIDA FELIZ
Felisa

Me llamo Felisa, nací en un pequeño centro minero de la provincia de Huelva, tengo 58 años y soy viuda desde hace casi 4 años. Tengo 3 hijos (dos chicos y una chica) de 33, 31 y 29 años respectivamente. Al hacer una repaso de mi vida he de diferenciar dos partes; la primera, desde que puedo recordar hasta que mis hijos llegan a la adolescencia; la segunda, el resto hasta hoy.

La primera etapa de mi vida fue estupenda, fui una niña y luego una joven feliz, tuve unos padres maravillosos y, a pesar de haber vivido la posguerra, no carecí de nada necesario, gracias a Dios, pues mi padre era perito de minas, siempre tuvo trabajo y yo tuve la oportunidad de recibir una educación bastante aceptable para la época y el lugar donde vivíamos.

A los 19 años conocí al que después sería mi marido y mi vida junto a él transcurrió feliz, con los problemas propios de una familia. Cuando ya habían nacido los dos chicos, viendo que allí no había futuro para ellos, pues la mina tocaba a su fin, aconsejados por mis padres, decidimos venir a Barcelona, y aquí he vivido desde finales de 1962 hasta hoy.

De los tres hijos que tengo con el mayor y la chica no he tenido que lamentar nada grave, pero con el segundo chico he tenido problemas de todos los colores.

Este segundo hijo fue el más travieso de los tres, tuvo fracturas de brazo, pierna, etc., pero esto son cosas normales en los críos; pero al ir llegando la adolescencia fuimos notando que su actitud hacia nosotros, los estudios, las amistades, etc., cambiaba, y ahí empezaron las preocupaciones.

Nuestra sorpresa sería al comprobar que había caido en el mundo de las drogas. Corría el año 1979, y en esa época no teníamos información ni sitios donde pedirla, así que el problema aumentaba cada día. Desde primeros del 79 a Mayo del 82 -en que conseguí que ingresara en un centro de rehabilitación de El Patriarca (fue lo único que encontré y pagando 35.000 ptas. mensuales)- deambulamos por Hospitales, Comisarías (entonces estaba penado el consumo de drogas) Generalitat, Asistentas Sociales, etc.

En El Patriarca estuvo 3 años entre Bélgica, Francia y España. Cuando volvió rehabilitado, vino acompañado de la que ha sido su mujer. Los aceptamos en casa aún sin estar casados; al mes de venir, lo llamaron para cumplir el Servicio Militar, que no había hecho a su edad por el problema de las drogas (mientras estaba rehabilitándose, yo tenía que ir a la Caja de Reclutas cada mes con un certificado médico), y su compañera se quedó en nuestra casa como uno más y sin saber cómo iba a comportarse; conseguimos vivir lo mejor posible.

Mientras tanto, el mayor de mis hijos se casó y al tener su primera hija sufrimos un duro golpe: murió a las pocas horas de nacida; luego ha tenido dos niñas sanas y felices, gracias a Dios.

Cuando mi segundo hijo regresó de la mili, buscamos piso para la pareja, se casaron y se fueron a vivir independientes. Por suerte mi hijo había conservado el puesto de trabajo (con la baja médica por enfermedad) y se reincorporó al mísmo, en donde sigue hasta el día de hoy (la antigua M.T.M.). La pareja, a los dos años de casados, tuvieron dos hijos gemelos. Uno de ellos, a los 14 días, sufrió una meningitis grave de la que ha quedado ciego y con parálisis cerebral.

Pocos meses antes de nacer los gemelos supimos que mi marido tenía cáncer de pulmón y le daban un año de vida; nos lo confirmaron un mes justo antes de casarse la chica. Mi marido no quiso saber lo que tenía por lo que tuve que llevar una vida aparentemente normal, demostrando durante los preparativos y posterior boda de mi hija, una alegría que en mi interior no podía sentir: habían sido muchas cosas juntas y si mi fe en Dios y en su infinita bondad no me hubieran acompañado, no lo hubiera resistido con la fortaleza que lo hice.

Mi marido murió en febrero de 1990 y ese mismo verano fue cuando nos confirmaron que mi nieto Víctor era ciego.

En noviembre de ese 1990, la madre de los gemelos abandona el hogar familiar y se quedó mi hijo con los dos niños de 14 meses y con el problema de uno, Víctor, ciego. Yo, al estar viuda y vivir cerca de mi hijo, me hice cargo de la casa y sus quehaceres, y así sigo tres años después.

A pesar de todo lo expuesto, soy feliz. Me siento bien interiormente. Cuando llega la noche noto el cansancio, pero al día siguiente comienzo con nueva ilusión. Creo firmemente que cuento con la ayuda de Alguien superior a mí; yo sola no podría llevarlo todo a cabo.

Por eso, al repasar mi vida, veo que mi fe, en lugar de venírseme abajo, ha ido madurando. Siempre he sido creyente, pues en mi juventud asistía a catequesis, frecuentaba la Eucaristía... pero no valoraba mi fe como ahora. Mi vida diaria se centra en ofrecer a Dios todo aquello que hago, trabajos de la casa, sufrimientos, alegría, plegarias... y cuando pido auxilio a mi Dios lo hago con la completa confianza de que, como Padre, me concederá todo aquello que más convenga para, algún día, gozar de Él.

Además, esta fe necesita un alimento. Lo encuentro en los evangelios, el grupo de revisión de vida (con el que me reúno periódicamente), la catequesis (soy catequista de la parroquia), la Eucaristía y en la entrega a los demás, pues todo aquello que yo pueda ofrecer a mis hermanos es un don que he recibido de mi Padre, de manera gratuita; debo ponerlo al servicio de quien lo necesita.

Hay quien me pregunta cómo puedo sentirme tan bien con todo lo que me ha tocado vivir. Yo lo tengo claro: mi fuerza la encuentro en esa fe alimentada, cuyo centro es la Eucaristía, el motor de mi vida. Creo que un cristiano de verdad nunca está solo y si confía en que el servicio a los demás es lo más agradable a Dios, ha de sentir la felicidad que yo siento. Siempre pienso: tienes una ayuda inmejorable; si se me cierra una puerta Él me abrirá una ventana.

De esta manera me siento llena de vida, feliz, contenta y con unas ganas inmensas de hacer cosas nuevas cada día.


9. DESDE EL PARO
Roser

La historia empezó a finales del mes de junio de 1993. Fui al despacho de la directora del parvulario donde trabajaba como maestra, para hablar con ella sobre una cuestión que me tenía bastante preocupada: mi continuación en la empresa.

Mi contrato por tres años finalizaba en noviembre y quería saber qué iba a pasar, pero la directora me tranquilizó diciéndome que estaba muy contenta con mi trabajo y que pensaba hacerme fija.

Fue un momento importante para mí. Me sentía orgullosa, me daba una gran tranquilidad y me abría expectativas y planes de futuro respecto a mi vida personal y de pareja.

Tenía claro que no quería que fuera un trabajo para toda la vida, pero con un contrato indefinido podía plantearme, con mi pareja, una vida en común. Había llegado el momento que los dos esperábamos desde hacía mucho tiempo: nuestro matrimonio.

En noviembre, junto a la finalización del contrato también haría un año que nos habíamos comprado un piso en el barrio. Nos costó muchos esfuerzos pero teníamos una gran ilusión y ya era un paso importante, y a la vez imprescindible, para poder casarnos. Bien. Todo espezaba a estar más claro y mucho más fácil para nosotros. Si los dos trabajábamos, a pesar de no tener grandes sueldos, podríamos ir tirando. ¡Era fantástico!

Pocos días después de aquella gran noticia, más o menos hacia mediados de julio, mi "jefa" me llamó de nuevo a su despacho.

Estaba muy nerviosa y preocupada pero yo no podía imaginarme que esta preocupación suya sería, más tarde, mucho mayor para mí y mis compañeras.

Me comunicó que pensaba cerrar el Hogar de niños-Parvulario. Que lo sentía mucho, pero que tenía problemas personales y no podía seguir adelante. Que las cosas estaban muy mal y que no le alcanzaba económicamente.

No me lo podía creer. Intenté darle alguna solución para que no llegara a ese punto, pero no conseguí nada. Me pidió que hablara con el resto de las compañeras, ya que ella no se sentía capaz de hacerlo, y que "por favor, no la denunciásemos", ya que de momento no nos podría pagar nada. Que se pondría en contacto con nosotras cuando pudiera vender los locales de la escuela, y nos pagaría.

A partir de ahí todo me pareció una terrible pesadilla. Me quedaba en la calle, sin trabajo y sin indemnización.

Lo que menos me importaba era la cuestión del dinero. Me sentía muy mal por tener que dejar el trabajo, los niños y las compañeras de aquella manera, sin ninguna razón explicable, ya que había suficientes niños matriculados para el siguiente curso como para poder seguir adelante.

Me sentía engañada. Tratada como a uno de aquellos niños de la escuela a los que pones un caramelo en la boca y después se lo quitas de golpe. Cada mañana, al levantarme, pensaba que aquello no era posible, que era sólo una broma de mal gusto. Pero no. Era real, y a medida que pasaban los días estaba más segura y crecía mi indignación. Esto no podía quedar así. Todas las compañeras estábamos de acuerdo en ponernos en manos de un abogado laboralista que nos ayudara a solucionar el problema.

Han pasado cinco meses, se han celebrado juicios sin que la antígua directora se presente; la justicia es muy lenta y una se va desanimando. Pero nosotras hemos tenido la suerte de estar unidas para darnos fuerza en esta lucha trabajador-empresario. Y os lo aseguro, estamos dispuestas a llegar hasta el final.

¿Cómo me siento ahora? Triste, engañada, indignada, con fuerza pero impotente.

Todos mis planes se han ido por tierra. Ahora habrá que esperar más tiempo hasta que encuentre otro trabajo, cosa no fácil en este momento y con la reforma del trabajo.

Muchos jóvenes y adultos se encuentran en la misma situación y si de algo me ha servido este problema ha sido para sentirme mucho más solidaria con los otros trabajadores y trabajadoras. Hay cosas que hay que vivirlas para conocer su dimensión.

Desde mi condición de parada me es mucho más fácil entender los problemas y la lucha de los otros, que es la mía. Ya no lo conozco por referencias. Yo misma lo estoy viviendo y os puedo asegurar que es muy y muy duro.

A pesar de todo y gracias, en gran parte, a mi grupo de Revisión de Vida de la JOC/JOBAC, he podido ir descubriendo en este tiempo el verdadero sentido de la clase obrera.

No se trata sólo de palabras. Se trata de ser coherente con la opción que hice en un momento de mi vida. Es una situación difícil y, a nivel laboral, hay que vivir esta coherencia. No te puedes echar atrás porque es un problema que no te afecta sólo a tí, y por eso no tienes derecho a dejar a los otros de lado. Nos necesitamos los unos a los otros.

Toda esta vivencia de creer en los otros compañeros y de sentirte unida a ellos he podido compartirla en el grupo que también me ha ayudado a revisar esta problemática a la luz del evangelio.

Jesús me está acompañando en este difícil camino. A través de la oración y de la acción me da fuerzas para continuar adelante, buscando soluciones y teniendo esperanza en un momento mejor, en el que la riqueza o la pobreza estén más compartidas. Pero sobre todo Jesús me abre los ojos. Me enseña miles de personas, jóvenes, niños, adultos, que viven en situaciones mucho más precarias que la mía y esto me ayuda a ser más humilde. Gracias.


NOTAS

1. Reflexión: La crisis económica, de 1.10.93. - J. MIRALLES. El Debate del Estado del Bienestar, cuaderno n. 49. - D. OLLER. Democracia de baja intensidad, n. 56. - PNUD. El abismo de la desigualdad, n. 50. - CCJ. El neoliberalismo en cuestión. Sal Terrae, 1993.

2. Barcelonés, casado, padre de 3 hijos.

3. Tomado de Familia Masllorens. Llibre de familia: dotze germans i Déu, Deriva Editorial - 1993 - Barcelona

4. Profesor de "Sacramentos" en el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca.

5. Tomado de AA.VV. Los pobres nos evangelizan. Ed. Nueva Utopía, Madrid 1992, pp. 239-241.

6. Tomado de François VAILLANT, La no violencia en el evangelio, pp. 84-92. Ed. Sal Terrae 1993.

7. Conocida líder indígena guatemalteca. Premio Nobel de la paz, 1992

8. El padre de Rigoberta murió durante el encierro de campesinos en la Embajada de España en Guatemala, en 1980.

9. Tomado de E. BURGOS, Me llamo Rigoberta Menchú, y así me nació la conciencia, pp. 118-259 (extractos). Editorial Seix Barral, 1992. Subtítulos de Cristianismo y Justicia.

10. Palabras pronunciadas durante la homilía en la parroquia de St. Medir de Barcelona, el 28/03/92. Su autor falleció el 18/09/92. Subtítulos de Cristianismo y Justicia.

11. Este capítulo 7, hasta este punto, está sacado de Arrels Informa, n. 25 - diciembre, 1993.

 


1. LA ENFERMEDAD ME HACE MÁS HUMANO
Carlos Bravo, sj.

(Carta a los amigos tras la operación de un tumor cerebral)
México, abril 1995.

... No sé si lograré expresar adecuadamente todos los sentimientos que tengo y que apenas voy ordenando internamente. Sólo puedo decirles que la experiencia de mi enfermedad, dentro de lo desconcertante, va resultando profundamente humana y humanizante.

Con muchos de ustedes he tenido la oportunidad de compartir mi esperanza en un milagro, pero no de manera ingenua. Varias veces le he preguntado al Señor si es que ya se le acabaron los milagros de los tiempos antiguos. Espero poder mantener una actitud de confianza incondicional en Dios, suceda lo que suceda, y una esperanza con algo de reto al Señor o, si se quiere, con la terquedad de aquella viuda del evangelio que logró que el juez le hiciera justicia simplemente porque lo hartó. Yo siento que todavía me falta mucho para hartarlo. En eso espero la ayuda de ustedes: para que asaltemos el cielo.

Pero al mismo tiempo sin ponerle condiciones al Señor. Si algo me queda evidente, es que a Dios no podemos ponerle condiciones, pero no porque él se ponga sus moños, ni porque nos quiera hacer sufrir, sino porque en verdad él es el único que sabe de la vida en plenitud. Una comparación: el sol lo único que produce es luz; si hay sombra, no viene del sol, sino de algo que se interpone. Así con Dios: lo único que produce es vida; todo lo que frena o debilita la vida viene de otro lado, de nuestra propia debilidad, de nuestro propio pecado, de nuestra propia limitación. Y Dios lo que hace es confirmar nuestra debilidad para siempre con su fuerza resucitadora.

Esto para mí va siendo así como una evidencia. Y doy gracias a Dios por esta certeza que va generando en mi corazón. Pero esta esperanza no me disminuye en nada ni mi deseo de vivir todavía con ustedes, ni mi decisión de seguir luchando por la vida, que amo más que antes.

Sí ha habido momentos en los que se me ha hecho un hueco en el estómago. Momentos en los que me surge de dentro una pregunta que, cuando la pienso bien, me parece que esa pregunta ni se pregunta. Porque no tiene respuesta. ¿Por qué yo? Es que esa pregunta en el fondo sigue culpabilizando a Dios de lo que sucede. Y entonces caigo en la cuenta, desde lo más profundo de mi fe, de que no es Dios quien nos manda la muerte, sino quien, en nuestra muerte, está con nosotros, a nuestro lado, para que la vivamos con fe y con garbo, con profunda esperanza, incluso con profunda alegría.

Al ir pasando el tiempo, la rutina se va haciendo más pesada: los esfuerzos por mantener una misma tónica espiritual, y la misma incertidumbre sobre el futuro se hacen más dificultosos. Sin embargo, creo que si algo debo agradecer al Señor, es el hecho de mantenerme en una actitud esperanzada y disponible al mismo tiempo: ni le pongo condiciones al Señor, ni bajo las manos y me doy por vencido. No me ha sido fácil mantener esa doble actitud, pero creo que voy logrando una disponibilidad que me mantiene con las velas extendidas esperando sólo el rumbo que el Señor diga.

No es Dios quien nos manda la muerte, sino quien, en nuestra muerte, está con nosotros, a nuestro lado

Esa es mi situación actual que he querido compartir con ustedes, con bastantes trabajos, pero también he creído como una obligación de gratitud expresarles mis sentimientos más hondos en estos momentos. Les agradezco su solidaridad y la compañía que he sentido de todos ustedes. Les agradezo también profundamente las oraciones que me han confortado en estos tiempos y que han sido una fuerza muy grande durante estos días.

(Carlos Bravo murió en México el día 29.10.97).


2. MI EXPERIENCIA EN LA ENFERMEDAD
Federico Bellido

(Escrito tras recibir la unción de los enfermos, el 14.10.91)

¿Dios mío, por qué me has abandonado?

El dolor, realidad insoslayable, es parte de la condición humana. Todos heredamos, al nacer, una capacidad de sufrimiento. Nadie se libra de esta terrible esclavitud. Aparte de las enfermedades, que nos visitan alguna vez en la vida, está siempre en el futuro la ancianidad, el desgaste natural del organismo y, al final, la muerte. Es nuestro destino universal. Somos seres mortales.

Si a esto añadimos otros males de mil géneros, que producen dolor, el balance es sencillamente aterrador. Con verdad puede decirse que habitamos en un "valle de lágrimas". Yo he podido hacer una durísima experiencia con motivo de la enfermedad última, que dura ya 26 meses. He sufrido mucho. Y me he preguntado: ¿Por qué, Señor? Me ha sobrepasado el misterio del dolor; aunque siempre mantuve la paz y la confianza en Dios, vi cómo la "muerte en vida" me invadía. Todo esto lo he vivido a palo seco, sin experimentar Su presencia, aunque pidiéndola, deseándola. Tuve que habérmelas con mi sustancial finitud, contingencia, pura impotencia, radical pobreza. Me encontré con mi "mortalidad" a secas. Ya todo había terminado. Sólo me queda "morir".

¿Qué respuesta dar a esta situación, a tantos interrogantes como se le presentan a uno? Una vez el maligno me susurró: "No existe Jesús, te has engañado, no le importas". Me quedé estremecido de miedo, de temor, de espanto. Era lo último que me podía pasar, fue un compartir el abandono del Hijo en la cruz. Me acordé de aquel grito: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Ante el sufrimiento del hombre, no hay respuestas humanas. Se impone el "misterio", el silencio.

Sin embargo y, a pesar de todo, hay salida

La muerte de Cristo, Hijo de Dios, hecho hombre, como nosotros, y aceptando plenamente la condición humana, nos explica, sin ahorrarnos el sufrimiento y aun la muerte, el sentido profundo de la vida. La Resurrección gloriosa es la palabra última. A esta luz cobra razón de ser toda la debilidad humana, incluso el drama del sufrimiento y la misma muerte.

¿Qué he aprendido yo en esta enfermedad, en la que sentí muchas veces deseo de morir? He aprendido a Jesús Crucificado. Todo está dicho: sabiduría, comunión hasta gozosa con el Misterio, paciencia, esperanza, paz, solidaridad con todos los hombres, especialmente con los necesitados; amor pleno, suave, eterno, libertad, liberación. He podido casi transcender mi condición mortal, para instalarme ya en el Reino, viéndolo todo "desde la eternidad", clavado ya en el corazón del tiempo, de la tierra, de la vida humana, peregrino y anhelante de plenitud. Como si tuviera parte en la vida gozosa de Jesús Resucitado, dueño del Universo y cabeza de la Iglesia.

¡Qué bien está "Cristo Crucificado" a la cabecera del enfermo! Puede transformar el dolor en gozo, en alegría, en esperanza, en felicidad, e irradiar en torno a cuanto nos rodea un sentido de salvación humana. Ojalá se nos dé a todos el don de asociar la vida y la muerte a Jesús Crucificado y Resucitado "por la salvación del mundo".

Es un hecho: Dios sigue viviendo y sufriendo en el mundo con todos 1os que sufren. Dice el Concilio Vaticano II: "Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelar enteramente su misterio. El lo tomó sobre sí, y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor".

Todo esto lo he vivido a palo seco, sin experimentar Su presencia

Me queda algo importante que decir. En mi enfermedad, muchas personas me han ayudado y acompañado, por ellas se me ha revelado el rostro de Dios. Un día, el maligno me dijo: "¿Dónde está tu Dios?, te ha abandonado, te deja en esta mortal soledad". En seguida, el Señor me responde: "Yo estoy en los hermanos que te rodean", y me vino al recuerdo aquello de San Juan: "Donde hay caridad y amor, allí esta Dios". El malo se marchó. Dios está en la comunidad, en los hermanos, habitados por Dios, por el Espíritu.

Todavía os quiero hacer otra confidencia íntima. Hace sólo unos días creo haber tenido una inefable experiencia de Dios. Tomo de mi cuaderno: "Me invadiste, Señor, sentí como si se me rompiese el cuerpo, tuve que respirar hondo para sobrevivir, pues se me salía el alma del cuerpo. Vi, de repente, como algo hecho en mi vida: la síntesis de cielo y tierra, de materia y de espíritu, de creación y gracia. Esperé 68 años, pero ya está, apareció en mí la plenitud, la felicidad, la armonía, la paz, el gozo, el Reino de Dios, el amor. Ahora comprendo a Teresa de Ávila: "Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no muero". O aquello de Juan de la Cruz: "Oh, llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma el más profundo centro. Pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro". Como nunca, he sentido en mi vida la juntura de la Creación y de la Gracia. Gracias, gracias, gracias, Padre.

La última gracia de Dios: Siempre venía, en el fondo, creyendo que el cielo me lo tenía que ganar yo, con mis puños. Sin casi percibirlo, he comprendido interiormente. Mi confianza, en el presente la tengo puesta, no en mí, sino en DiosEllo me ha traído un cambio profundísimo: "No vivo yo, Cristo vive en mí". Enfermedad, ¿castigo o regalo?.

No hay duda, en mi caso la enfermedad de los tres últimos años y medio ha sido y es un gran regalo de Dios. Sólo el Señor y yo sabemos lo que ha supuesto de bien, de bienes para mi vida personal, para mi trato y relación con los demás, para mi acción evangelizadora. He sufrido mucho, pero he gozado, he aprovechado también mucho. Me he convertido, me hice más apóstol, más humano, más comprensivo. Me he acercado más a los pobres, a los que sufren, al misterio de Cristo resucitado, al misterio de la Iglesia, al corazón del mundo. Soy mucho más feliz que jamás en la vida. Yo creo que en la enfermedad me he purificado más, me he vuelto más transparente, más humilde, más verdadero.

La enfermedad me ha transformado. No, no ha sido un castigo de Dios, ha sido un regalo, un don precioso de Dios, de mi Padre Dios. Es cierto que yo no sé explicar el misterio del mal en el mundo, pero sí que he experimentado el valor humanizado y santificador del sufrimiento. Nadie me lo puede negar, pues yo he tenido y tengo experiencia de ello. ¿Cómo es esto así? Yo no lo sé, pero lo es.

Ahora me explico mejor el misterio de la cruz de Cristo, de la muerte. Ahora, entiendo algo más la sabiduría que viene de la Cruz, de la que habla Pablo y que es una sabiduría sobrehumana.

(Federico Bellido murió en Madrid el 26.7.93)


3. MI EVOLUCIÓN RELIGIOSA
Miguel Benzo

Creo que mi religiosidad a lo largo de mi existencia ha estado marcada por siete notas, no queridas por mí, sino dadas por mi psiquismo y las circunstancias de mi vida; un fuerte sentido del misterio del ser; una incapacidad para encontrar un símbolo de Dios que me satisfaciera aun mínimamente; un deslumbramiento ante la humanidad del Jesús del Evangelio; una preocupación central por la naturaleza y destino del hombre; una escasa sensibilidad para la culpa y sus secuelas penitenciales; un interés relativamente reducido por los temas eclesiásticos y litúrgicos; un permanente escándalo, que he sido incapaz de superar ante el sufrimiento humano. Examinémoslas.

1. Mi asombro ante el ser

Creo que siempre, mucho antes de saberlo formular, he sentido el asombro ante el ser. Que haya ser, en vez de nada; y que el ser sea así, y no de otro modo que a la razón le parece igualmente posible, es la admiración que está en la raíz de mis fascinaciones infantiles ante la naturaleza. Por eso, mucho más adelante, sintonicé de inmediato con el segundo Heidegger, el de la Carta sobre el humanismo, para mí el mejor libro sobre poesía que se haya escrito: "El hombre no es el dueño de lo que existe. El hombre es el pastor del ser". Esas palabras constituyen para mí el máximo enunciado de una concepción poética y religiosa del mundo... que es la mía. Incluso me siento cercano a la famosa página de La Náusea en la que Sartre nos pinta la estupefacción de Roquetin ante lo absurdo del castaño que se yergue ante él en el jardín público. Lo que ocurre es que lo que para Sartre es motivo de repugnancia, para mí, como para Heidegger, es la esencia misma de la vivencia estética.

Y esa fue también mi experiencia radical en el viaje a la India del agosto pasado. Ya sé que los teólogos del hinduismo han dicho que sólo lo Absoluto es real. Pero lo que el pueblo indio experimenta es justamente lo inverso: sólo lo real es absoluto. Montañas y ríos, animales y plantas, hombres y acontecimientos, nacimiento y muerte, sexo y juego, palabras y gestos... todo es sagrado, todo es absoluto. Por eso dicen los hindúes que hay tres millones de dioses. Las privaciones de los ascetas y las infinitas variaciones de lo erótico en los relieves de los templos de Khajurabo, todo es igualmente sagrado.

Quizá donde culminó mi interpretación del hinduismo primigenio fue en el supremo santuario nepalí de Pashupatinath: el río sagrado Bagmati con sus empinadas márgenes, cubiertas de espesa vegetación poblada de monos, los cadáveres incinerándose o aguardando turno en las orillas, los niños bañándose entre risas y juegos a un paso de ellos, la multitud de capillas consagradas a los símbolos sexuales, los buitres y cuervos cerniéndose en mi cielo... todo integrado en la sacralidad. Pero no en una única divinidad totalizadora, que todo lo absorbe, con la que todo se identifica, en la que los seres concretos pierden su individualidad. Ese es el tercer grado de abstracción de los Upanishads.

Cada ser concreto es divino en sí mismo, sagrado, misterioso, adorable, único... por el simple hecho de ser. Podría expresarse también así: existir es divino. Junto al deslumbramiento ante el ser está el asombro ante la contingencia: ese asombro ante el hecho de que el ser sea así y no de otro modo, es la raíz de la doctrina de la creación. Si pudo ser de otro modo y es así, sólo puede explicarse porque este modo concreto de ser ha sido elegido. Elegido por un Ser que, él sí, no puede ser más que como es. Lo cual requiere que el concepto de Dios no sea afectado por ninguna determinación positiva, por ninguna cualificación delimitativa, porque, en caso contrario, también sobre él se plantearía la cuestión de por qué así y no de otro modo.

El dogma supremo del positivismo es la concepción contraria: sólo es posible lo real. La estructura del objeto es la estructura del pensamiento. El único raciocinio verdadero es el reflejo de la causalidad fáctica. Todo pensamiento que parta o que desemboque en lo meramente posible es vano. El concepto mismo de posibilidad pura es un sinsentido. Pero el dogma positivista exige un supremo acto de fe. Que sea intrínsecamente imposible que las constelaciones estuvieran diferentemente distribuidas en el espacio, que hubiera otras clases de insectos, que existieran otros hombres que los que de hecho existen... que, en última consideración, el big-bang se hubiera producido un instante antes o un instante después, que la intensidad de la energía primigenia hubiera sido algo mayor o algo menor, que la naturaleza de "lo que empezó todo" no pudiera ser otra que la que fue, son proposiciones que parecen puramente gratuitas.

2. Dios no cabe en los símbolos

Quizá ese mismo sentido del misterio me ha hecho imposible encontrar un símbolo de lo divino en el que descansar. Nunca he sabido a quien me dirigía cuando interpelaba a Dios. Por eso, me he sentido identificado con el libro de Panikkar "El silencio del Dios". El antiguo Testamento prohibía toda representación de la divinidad, y el Nuevo insiste en que "a Dios nadie lo ha visto nunca". Cierto que Jesús dice: "quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". Pero él mismo se dirige constantemente a ese Padre.
La Iglesia ha rechazado el monofisismo: la naturaleza humana de Jesús no es la naturaleza divina. Bonhoeffer ha dicho muy profundamente que la transcendencia cristiana no es la de la metafísica, sino la del amor de Jesús, capaz de transcender todos los límites. Quizá ese Amor absolutizado sea el único símbolo de Dios que un cristiano puede permitirse. "Dios es amor" (1Jn 4,8)

3. Jesús me sedujo

La figura de Jesús en el Nuevo Testamento me deslumbró en mis años de Granada. Quizá podría decirse en sentido muy estricto que me enamoré de él. Por aquel tiempo cayó en mis manos, el bello dibujo de la cabeza de Jesús de Kahil Gibran, ilustrado con un texto que durante mucho tiempo me fascinó:

"Anoche vi de nuevo su rostro; claro y preciso como nunca lo había visto. No estaba vuelto hacia mí: miraba profundamente a la vasta noche. Yo le vi su perfil. Era a la vez sereno y austero; y pensé por un momento que sonreiría, pero no sonrió. Era joven, eterno e inmortal; no Dios, no; era el hijo del Hombre, enfrentándose a todo lo que el hombre tiene que enfrentarse, conociendo todo lo que el hombre ha conocido y ha de conocer. Era su rostro el de un invencible; era el rostro de un Hermano, de un Amigo. Su cabellera ondeaba hacia atrás de su rostro y semejaba alas luminosas a los lados de su cabeza. Su cuello era moreno y fuerte; sus ojos, como oscuros rescoldos. Ahora, amigo mío, por vez primera me siento seguro de poder dibujar ese rostro. Será como un bello rostro para la proa de un gran navío. Caminaba como un hombre que va contra un fuerte viento, siendo él más fuerte que el viento. Llevaba otra vez la tosca vestidura de lana y otra vez los pies desnudos y cubiertos del polvo de los duros caminos. Yo vi nuevamente sus manos firmes y grandes, y vi sus robustas muñecas, fuertes como las ramas de un árbol. Llevaba la frente erguida, y en su rostro pude notar una gran determinación, a la vez que una expresión de infinita y silenciosa melancolía... Hoy no puedo escribir ni dibujar una sola línea; pero mañana, cuando regrese, dibujaré ese rostro".

Yo siempre digo que si me he encontrado con Dios ha sido en el Jesús del Evangelio. Por eso no me ha apasionado excesivamente la controversia entre el Jesús de la fe y el Jesús de la historia. Aunque, por una hipótesis absurda, no hubiera existido el Jesús histórico, me seguiría pareciendo que Dios hablaba en las páginas del Evangelio. Si la Palabra no se hubiera hecho carne, seguiría habiéndose hecho letra. Si Jesús no hubiera estado inspirado por Dios, sin duda lo estuvieron Mateo, Marcos, Lucas, Juan y la comunidad primitiva de los que el Nuevo Testamento procede.

4. No juzguéis y no seréis juzgados.

Ya me he referido a mi reducida sensibilidad para los sentimientos de culpa y, por tanto, para las experiencias penitenciales. Siento tan profunda compasión por el hombre, comenzando por mí mismo, que disculpo muy fácilmente hasta los mayores crímenes. Es tan dura la vida humana, que nadie puede constituirse en su juez. Ningún hombre ha infligido a otro torturas tan refinadas como las que nos inflige la naturaleza. La sociedad puede y debe impedir que se haga daño, pero ni ella ni nadie puede juzgar la interioridad. No juzguéis, y no seréis juzgados.

5. La iglesia servidora del hombre

Nunca me he exaltado por los temas eclesiásticos, ni siquiera por los eclesiológicos. Quizá el anticlericalismo que me rodeó en la infancia y adolescencia, al que se han ido añadiendo el estudio de la historia de la Iglesia, las experiencias del Seminario, de Roma, de la crisis de la Acción Católica... me han hecho sentir como un milagro el que este material humano que constituimos la Iglesia de Jesucristo siga siendo capaz de profesar y propagar su ideal, aunque sus miembros en tan escasa medida lo vivamos. Por ello, nada de cuanto negativo surge en nuestra comunidad puede escandalizarme, y todo lo que de positivo aparece en ella me parece un prodigio del Espíritu. Sólo me preocupa lo eclesiástico-eclesiológico en cuantopueda repercutir en el sufrimiento o en la felicidad de los miembros de la Iglesia y de la humanidad toda.

6. La liturgia es la vida

Tampoco he encontrado lafuente principal de mi espiritualidad en la liturgia, sino en la lectura bíblica, en la reflexión teológica y en la oración contemplativa. Un ejemplo servirá para comprender mejor la naturaleza de mi religiosidad. Tal vez la vivencia más intensa de lo sagrado que he tenido en muchos años ha sido la siguiente: estando una vez en Barcelona, salí al atardecer a dar un paseo por la carretera de Sarrià. No había nadie. De pronto, en una curva del camino, apareció a mis pies una grandiosa visión de la ciudad, ya con alguna luz encendida. Al fondo, la gran mancha azul del mar fundiéndose en el horizonte con el cielo del que el sol ya había desaparecido. Pensé de pronto en aquellos millones de seres humanos, buscando desesperadamente la felicidad en todas direcciones: el amor, el placer, el dinero, el poder, el alcohol, la droga... Y todos encaminándose fatalmente hacia la noche de la desaparición; hacia la oscuridad del sufrimiento; hacia la mar, que es el morir. Lo experimenté como el tremendo clamor de la humanidad en busca de un sentido. Era como el envés de Dios. El estaba presente en su insoportable ausencia. Volví sobrecogido al monasterio, y estuve largo rato absorto en la iglesia.

7. El problema del sufrimiento

Este escrito quedaría sin sentido sin esta clave que, junto con el ansia de amor, de verdad, de bien y de belleza, define mi existencia: el problema del sufrimiento. Y he de plantearlo con todo el rigor con que tantos años de meditar sobre él, lo han configurado. Si alguien de los que me leen, teólogo, místico o simplemente cristiano que ha sufrido, tiene alguna luz que aportarme, que no deje de hacerlo. Es mi demonio familiar. El bufón que me interpela inoportunamente cuando creo haber encontrado reposo. "Es el aguijón de mi carne" (S. Pablo), que me abofetea. Tanto más insoportable estos últimos años en los que el dolor se me ha hecho tan cotidiano.

En la actualidad, el dilema teológico se me plantea así:

— "Si Dios no sufre con mi sufrimiento, no querrá salvarme".

— "Si Dios sufre con mi sufrimiento, no podrá salvarme".

Que Dios no sufra con el sufrimiento humano, parece inaceptable por tres razones: metafísica, ética y soteriológicamente.

a) Metafísicamente, si Dios es sabiduría no puede ignorar un aspecto tan esencial de su creación como es el dolor. Pero el dolor es una vivencia. No se le puede conocer más que experimentandolo. No cabe un conocimiento abstracto del dolor. Si Dios sabe lo que es el dolor, es que sufre.

b) Si Dios no sufre, no es bueno. Cualquier criatura que sufre por amor a otra o por amor a un ideal, sería superior a ese Dios impasible. Moltmann lo ha expresado con elocuencia en "El Dios crucificado": "Me indigno, luego existimos", dice Camus. Existimos en cuanto sufrientes e indignados por la injusticia, y somos incluso más que los dioses o el Dios de teísmo. Pues tales dioses "caminan arriba en la luz como genios dichosos" (Hölderlin) son inmortales y omnipotentes.

¡Qué ser más desgraciado es el dios que no puede sufrir ni morir! "La experiencia de la muerte es el superávit y la ventaja que lleva a toda sabiduría divina" (H. G. Geyer). El culmen de la rebelión metafísica contra el dios que no puede morir consiste, pues, en la muerte libre llamada suicidio. Es la suprema posibilidad del ateísmo de protesta, porque únicamente ella hace al hombre dios de sí mismo, de modo que los dioses sobran. Mas incluso prescindiendo de esta posición extrema, a la que Dostoievski alude una y otra vez en su novela Demonios, un dios que no puede sufrir es más desgraciado que cualquier hombre. Pues un dios incapaz de sufrimiento es un ser indolente.

El Dios de Aristóteles no puede amar: lo único que puede hacer es que le amen todos los seres no divinos a causa de su perfección y belleza, atrayéndolos hacia sí. El "motor inmóvil" es un "amante egoísta". Es el fundamento del amor de todas las cosas hacia él, y al mismo tiempo razón de sí mismo, de modo que es el amante-enamorado de sí mismo; un narcisista en potencia metafísica: "Deus incurvatus in se". ¿Pero es entonces más bien un dios o una piedra?... ¿Qué clase de ser será, pues, un "Dios omnipotente" tan sólo?. Un ser sin experiencia, sin destino, un ser al que nadie ama. Un hombre que experimenta la impotencia, un hombre que sufre porque ama, un hombre que puede morir, es, por lo tanto, un ser más rico que un dios omnipotente, incapaz de sufrir y de amar, inmortal.

c) De aquí, una razón soteriológica: si Dios no sufre, si no sabe lo que es el dolor, ¿por qué y de qué va a querer salvarme? Será como un zar que ignora las penalidades de su pueblo? Y este problema no se resuelve, como muchos teólogos parecen creer, sólo con la afirmación de que Dios se hace sufriente en Cristo. No cabe duda de que la proclamación del "escándalo de la Cruz", de que Dios se ha hecho hombre para mostrarnos su amor compartiendo nuestros sufrimientos y nuestra muerte, constituye la grandeza del Cristianismo. Dios ha elegido a lo que no es para destruir a lo que es, dirá Pablo. Pero la reflexión cristiana ha comprendido que al hacerse Dios hombre, al tomar forma de siervo, no puede haber dejado de ser Dios. Que, por tanto, en Cristo hay que distinguir una dimensión humana y una dimensión divina. Y entonces, la pregunta sobre el sufrimiento rebrota: ¿Quien sufre en Jesús, la naturaleza humana sólo o también la naturaleza divina? Si sufre únicamente la naturaleza humana mientras que la divina permanece sumida en una dicha infinita e indestructible, entonces nada se ha resuelto en el problema que nos ocupa: Jesús es otro hombre más que sufre, aunque ese hombre ontológicamente fuera el hijo de Dios.

Pero si optamos con algunos teólogos contemporáneos por la respuesta de que Dios sufre con nuestros sufrimientos, ¿con qué nos encontramos? Puesto que Dios no olvida, sino que para él todo es presente, habremos de imaginar un Dios que, acurrucado en el transfondo del ser, padece perennemente los dolores de cuantos seres vivientes han existido, existen y existirán. Dios sería el corazón sufriente de la realidad. El latido último de lo existente es un sollozo. Pero entonces ponemos el sufrimiento como última estructura metafísica, de la que por consiguiente es imposible salir.

Muchos amigos me han preguntado, claro es, cómo ha incidido la fe religiosa en la vivencia de la enfermedad. He pensado mucho en ello. Y he de responder que en mí la experiencia patológica y la esperanza cristiana se han mantenido en dos planos totalmente distintos. Ahora he comprendido bien aquel texto de Bonhoeffer de que "la resurrección no es la solución al problema de la muerte". La enfermedad se vive en la inmediatez de lo palpable, de lo presente, de lo habitual, de lo mundano; la fe es "de lo que no vemos"; es oscura, libre, sujeta a tentación. La fe y la esperanza requieren el permanente esfuerzo de una opción por el más allá; de un jugárselo todo a una carta. En la fe y la esperanza no se reposa, no se descansa. Creer es un permanente combate mientras vivimos. Cierto que la esperanza ilumina pero no elimina la experiencia de la finitud. El creyente, como Jesús en Getsemaní, se siente igualmente angustiado que el no creyente; pero en su angustia hay un misterioso ángel que le acompaña sin que su presencia evite el sudor de sangre.

(Miguel Benzó falleció en agosto del 1989).


4. VIVENCIAS DE UN MÉDICO SOBRE EL SUFRIMIENTO PROPIO Y AJENO
Ángel García Forcada

Quisiera comenzar explicando por qué y para quién escribo. Lo hago porque he llegado a la conclusión de que compartir mis experiencias y vivencias con otros puede resultar una ayuda, tanto para ellos como para mí. Con respecto a para quién escribo, quisiera decir que este artículo no va dirigido al "establecimiento" de la Iglesia. En este sentido, hago mías las palabras del Nobel de Literatura de 1994, Kenzaburo Oé: "Temo la fe transformada en institución, pero respeto al hombre que reza, sea quien sea el Dios al que se dirija". Escribo para los hombres y mujeres de esta sociedad que sufren o acompañan a los sufrientes. Y escribo porque siento que es tiempo ya de que la Iglesia, el sencillo pueblo de Dios, haga oír su voz y hable –si puede y se atreve– con palabras de esperanza, de autenticidad y de justicia.

Comenzaré narrando experiencias de sufrimiento ajeno vividas en mis trece años de ejercicio de la medicina. A continuación, compartiré mi experiencia de dieciocho meses de paro, de todos los sentimientos que fueron brotando a lo largo de este tiempo, desde el odio hasta la esperanza, y de cómo el paro puede ser un lugar de encuentro con Dios.

1. Vivencias sobre el sufrimiento ajeno

Como médico, he atendido a cientos de enfermos. He trabajado en salas de enfermos cancerosos y en la sala de pacientes de SIDA, en uno de los hospitales con mayor número de estos enfermos en la ciudad de Barcelona. Comenzaré por estos últimos.

En el pabellón de enfermos de SIDA realicé mi particular "paseo por la resurrección y la muerte" (tal como reza el título de un libro de González Faus). La muerte se hizo cotidiana. Prácticamente cada día moría algún muchacho o alguna muchacha, entre la desesperación de los padres y del personal sanitario. Las preguntas que la mayoría nos formulábamos eran: ¿Hasta dónde llegar en los tratamientos?, ¿cuándo detenernos en la administración de antibióticos, de suero, de transfusiones?... La respuesta me la dieron los propios enfermos: mientras ellos querían luchar, nosotros luchábamos. Cuando, a veces de forma sutil, te indicaban que ya no podían más, que ya no merecía la pena, entonces nos deteníamos y aguardábamos la venida liberadora de la muerte.

La segunda vivencia que quiero transmitir se refiere a un paciente canceroso. Sufría un cáncer de lengua, y en sucesivas intervenciones quirúrgicas, perdió lengua, mandíbula y mejillas. Ya muy al final, cuando no podía hablar, nos comunicábamos por escrito. Recuerdo cuando lo visité tras haber contraído yo matrimonio. Él pidió un papel y escribió: "Doctor, veo un anillo en su mano, parece que se ha casado, le felicito. Y no me llame más de usted" (yo tengo por costumbre tratar de usted a los pacientes). Aquel hombre, con una sonda por la nariz y un goteo continuo de morfina, fue capaz de salir de sí mismo e interesarse por mí, por mi reciente matrimonio. Salí de su cuarto, fui al despacho y rompí a llorar.

Yo era soltero y vivía solo. Como toda soledad no deseada, ésta me resultaba dolorosa y profundamente amarga. Ulteriormente acabé mi especialidad, volví a mi ciudad de origen, encontré a mi pareja y me casé. Todas las experiencias provocaron en mí y en los pacientes múltiples preguntas sobre el sufrimiento: ¿Por qué me toca esto a mí? ¿Dónde está Dios? ¿Por qué nos manda esta enfermedad? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?... Obviamente, ahí entra en cuestión la imagen de Dios. En la medida en que he podido, les he comunicado mi propia imagen de Dios, que con el tiempo ha ido cambiando.

Durante un tiempo, yo no hallaba a Dios por ninguna parte. Sólo había silencio dentro y fuera de mí. El sufrimiento ajeno era algo que el otro vivía en soledad, con esa soledad impresionante y profunda del sufriente, a la que es imposible acceder por más que uno sujete una mano o acaricie una frente. Luego, acudí al libro de Job, y sus palabras resonaron en mi interior: "Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?" (Job 2, 10). Esa posible respuesta me valió por un tiempo; pero me di cuento de que no bastaba: ponía a Dios lejos de nosotros, como un "Deus ex machina" que envía bienes y males. Ulteriormente, fui al Evangelio de Marcos y releí el capítulo 15, la muerte de Jesús. Ahora mis respuestas son otras, y otras también mis oraciones. A veces, desesperadamente, digo: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué nos has abandonado?"

2. El sufrimiento propio: la depresión y el paro

Las líneas anteriores tendrían poco valor si no estuvieran acompañadas de mi propia experiencia de dolor. No ha sido un dolor físico, sino más bien dolor del alma. Han sido dieciocho meses de paro en el curso de tres años, con doce meses de pleno empleo y el resto trabajando subempleado. Esta situación trajo consigo una depresión clínica.

Como médico, sabía las repercusiones somáticas y psicológicas que el paro tiene para quienes lo sufren: mayor incidencia de depresión, infecciones, ataques cardíacos, cáncer... Sin embargo, una cosa es saberlo, y otra padecerlo. Contaré mis propias vivencias a lo largo de estos tres últimos años, desde que acabé la especialidad en un hospital catalán. Pretendo con ello compartir mis vivencias con las personas que hayan pasado por una situación similar, para que todos aquellos que conviven con parados, pero nunca lo han sido ellos mismos, escuchen y se decidan a dar voz a quienes suelen carecer de ella.

Procedo de una formación jesuítica, lo cual quiere decir, en mi caso, expediente escolar y universitario brillante, una buena dosis de voluntarismo y un fuerte super-yo, expectativas de triunfo social...; todo ello en el contexto de un "magis" ignaciano posiblemente mal entendido. En 1993 terminé mi especialización en un hospital barcelonés y decidí volver a mi tierra. Traía conmigo ilusiones, proyectos, técnicas y conocimientos que sabía no existían en mi región de origen. Sin embargo, comencé el año sin trabajo, y cada entrevista que mantenía concluía con un "sus propuestas no resultan prioritarias en este momento". Tampoco había puestos de trabajo para hacer guardias o sustituciones, ni posibilidades de integrarme en una consulta; de modo que comencé a aceptar la situación: estaba en paro y necesitaba cobrar el seguro de desempleo.

Comenzaron entonces las visitas repetidas al INEM, con el trato displicente y muchas veces descortés de los funcionarios. Comenzaron las colas a principios de mes para cobrar el subsidio, rodeado de hombres y mujeres con el color terroso de la desesperanza. Comenzó la angustia al salir de casa, el sentir por dentro: ¿qué pensará la gente de mí, paseando a mediodía?; ¿se darán cuenta de que estoy en paro?... Comenzó el sentimiento de culpabilidad por no poder encontrar empleo, el agotar expectativas, el deseo de que el lunes por la mañana no llegase nunca.

Durante estos tres años he trabajado 13 meses, muchas veces con los llamados "contratos basura". Me he acostumbrado a hacer guardias los días que nadie quiere, a tener malos horarios, a que te notifiquen el cese, una vez tras otra, sin una palabra amable, sin un signo de agradecimiento por la tarea desarrollada o un signo de esperanza de futuros contratos.

He sentido odio hacia los que gozan de trabajo estable, me he sentido mal al tratar con ellos. De esto me di cuenta un día en que me invitaron a un concierto. Me encontré en medio de toda suerte de "gente guapa" de la ciudad, altos funcionarios, todos ellos con un sueldo seguro a final de mes y pudiéndose permitir un buen coche y unas buenas vacaciones (en los últimos años, todos mis veranos los he pasado haciendo guardias). Me sentí enfermo y abandoné la sala de conciertos. Y entendí en carne propia el certero análisis que el último congreso para la pobreza pergeñó, y que transcribo: "...se está consolidando entre nosotros una dualización social: mientras aquellos que disfrutan de empleos estables y bien remunerados viven cada vez mejor, otros muchos carecen de trabajo, viven bajo el miedo a perderlo o bien se ven obligados a aceptar empleos precarios, con escasa o nula protección social".

Asimismo, aprendí lo doloroso que resulta compararse, y la rabia interna que eso puede generar. Me encontré con antiguos compañeros de universidad que ocupaban buenos puestos en las instituciones públicas sin haber concurrido a ninguna oposición, simplemente porque supieron aprovechar el momento político. Personas que ahora olvidan antiguos lazos, antiguas relaciones. De qualquier modo, el odio, la ira y la rabia son sentimientos que hacen daño, y he procurado dejarlos atrás.

En todo este devenir me he sentido abandonado por la Iglesia. Raramente la Iglesia habla con verdad y justicia del paro. He intentado comprender este hecho, y la única explicación que encuentro es que nunca antes han vivido ni van a vivir una situación semejante (salvo algunas honrosas excepciones de curas obreros). Pero no me he sentido abandonado sólo por la Iglesia; tampoco los sindicatos mencionan apenas a los parados, salvo para hacer demagogia con ellos.

Sin embargo, no todo ha sido dolor y desesperanza. He podido sentirme hermano de cientos de miles de compatriotas. Yo no sabía quiénes eran, no hablaba directamente con ellos, pero comprendía que vivían una realidad similar a la mía, y eso hacía que me sintiese solidario. El paro también humaniza: me ha hecho esperar menos de mí mismo de cara a un éxito social, me ha hecho comprender que lo más importante en la vida son la compasión y la misericordia. En el paro, entre el cansancio y la desilusión, pude volver a rezar, aunque fuera el "¿Dios mío, Dios mío! ¿Por qué nos has abandonado?"

He sentido en carne propia los efectos de una depresión clínica, que en tantos pacientes había visto de lejos. El cansancio al levantarse por la mañana, el vivir permanentemente con unas "gafas negras" que tiñen de oscuro el presente, el pasado y el futuro, así como las relaciones humanas y la relación de pareja. He vivido el deterioro de la propia autoestima y la propia valía. Es en ese contexto donde puede surgir la tentación del suicidio, cuando, en la soledad y oscuridad de la habitación, uno oye en su interior decirse a sí mismo:"ya no tengo ánimos para vivir". En dos ocasiones me ha ocurrido, y en ambas pensé en la hoja del bisturí que guardo en mi pequeño equipo quirúrgico. Sin embargo, creo que el mismo temor a lo que pasaba por mi cabeza me salvó. Afortunadamente, esos momentos pasaron, y hoy puedo estar escribiendo estas líneas.

Los medicamentos me ayudaron. También el cariño de quien hoy es mi esposa, que me quería y aceptaba mi realidad de este momento. Ahora no estoy en paro aunque me encuentro subempleado. Me hice autónomo y tengo un par de días de consulta en una policlínica. Sigo acudiendo a entrevistas y entregando currículums...

Es en este contexto, de más de dos millones de compatriotas sin empleo, en el que pido a los hombres y mujeres de Iglesia que no callen. Que den voz a los que no la tienen. Que denuncien las cuantiosas ganancias de los grandes bancos, las corruptelas del poder, con desfalcos continuados, con el uso criminal de los "fondos reservados", la construcción de obras para disfrute de unos pocos (auditorios, instalaciones deportivas de élite), los gastos millonarios en fichajes por parte de lo clubes de fútbol, el excesivo sueldo de altos cargos y parlamentarios, la insolidaridad de muchos, que disfrutan de ingresos elevados y suficientes y cada vez exigen más...

Concluyo con esta convicción: A través del hecho de vivenciar la solidaridad, la compasión y la misericordia, el sufrimiento y el paro pueden ser lugar de encuentro con Dios.

(Extractado de la Revista Sal Terrae. Setiembre 1997).


5. DIOS EN LA BASURA

(De una carta de Fernado García Gutiérrez a los jesuitas de Andalucía)

El pasado día 29 de septiembre, tuvo lugar en Asunción (Paraguay) la Ordenación Sacerdotal de Fernando López Pérez, a la que tuve la alegría de poder asistir. La ceremonia se celebró en el vertedero municipal de Asunción, junto al barrio en que él trabaja y donde vive con otros dos jesuitas...

Las circunstancias de la ordenación, por el lugar y los asistentes, fueron muy emotivas: al lado mismo de los inmensos montones de basura, en un descampado, y rodeado de aquellos pobres que se buscan la vida escarbando en la basura que vierten allí los camiones que la llevan desde Asunción, se habían encontrado seis fetos humanos, como resultado de abortos arrojados a la basura, y un niño todavía con vida acabado de nacer. Aquella pobre gente los había recogido, y el niño con vida había sido adoptado por un matrimonio. En el acto penitencial iban seis niños pequeños llevando seis imágenes de angelitos, que representaban a los fetos encontrados en la basura y que habían sido enterrados cariñosamente en las casas del barrio. También iba el matrimonio con el niño adoptado en los brazos: se pidió perdón por éstos y tantos pecados de injusticias que estaban presentes allí.

La ceremonia se realizaba ante un altar, que era un cajón boca abajo, cubierto con un saco; delante había unos cartones, sacados de la basura, que servían de alfombra. En ellos se postró Fernando en el momento de las Letanías de los Santos. Durante la ceremonia estaba descalzo, como abrumado por la presencia divina, manifestada en sus pobres que le rodeaban; llevaba cruzada la estola de diácono, que estaba hecha de un trozo de saco. Después de presentar el P. Provincial al obispo ordenante a Fernando, lo hicieron también varios hombres y mujeres del barrio que, espontáneamente, pidieron que fuera ordenado sacerdote por el testimonio de su vida entregada a ellos. Su padre también dio testimonio de su hijo, y pidió que fuera ordenado. Msr. Piña le impuso las manos y dijo la fórmula de la ordenación. E1 ambiente se quedó en silencio, sólo roto por el ruido de los camiones que seguían pasando para verter allí la basura. De pronto, un enorme aplauso corroboró todo lo que allí acababa de realizarse. Parecía que se palpaba la presencia del Espíritu Santo.

Al terminar esta primera parte de la ceremonia, nos dirigimos todos a un barracón en medio del barrio, en donde iba a continuar la Eucaristía. Concelebramos con el Obispo y Fernando, y ellos dieron la comunión a aquel enorme grupo de vecinos que llenaban el espacio cubierto y sus alrededores.

La prensa de Asunción publicó reportajes amplios sobre esta ceremonia: "Un jesuita español fue ordenado en Cateura en opción vertical por los más pobres"; "Ordenan a un sacerdote en el vertedero municipal"; "Valoran ejemplo de humildad y entrega total a los pobres"; "En original ceremonia, un jesuita fue ordenado sacerdote en el vertedero"... A uno de estos periodistas, declaraba Fernando al final de la ceremonia, como aparecía en uno de los periódicos: "Estoy agradecido al Señor por permitir que el basural se convierta hoy en una gran catedral. Eso creo que fue un designio de Dios con sus pobres, porque el Señor siempre está presente entre los más humildes y necesitados. Los pobres fueron los que me ayudaron a descubrir mi vocación, mi sacerdocio, y a ellos les debo esta gracia de Dios. Me siento uno más en esta comunidad. Mis padres me apoyaron, al igual que mis otros dos hermanos que también son sacerdotes". Y después de decir el periodista que Fernando era licenciado en Física Nuclear en España, él añade: "Dejé eso de lado porque he sentido una llamada mucho mejor, una opción mucho mejor"...


6. HEAVY!
María García Maseda, rscj

(A un alumno)

Este año me he parado a pensar lo difícil que es para ti, alumno nº x, del grupo n, situarte y sobrevivir en un centro público, pretendidamente educativo.

Yo lo sé muy bien. También he llegado nueva al Instituto y también este año me confundieron con una alumna el primer día. El año pasado cuando me pasó lo mismo me avergoncé y me hice la loca, pero esta vez he querido pararme un momento a pensar.

No sé cómo agradecer que nos hayamos sentado por fin en esta esquina fría, sucia y húmeda del Instituto que a ti parece resultarte tan confortable... Dices que eres "heavy" y todos te llaman así. Yo veo un pantalón vaquero muy ceñido hacia dentro de unas botazas todo-terreno, la cazadora de cuero agresivo y una camiseta que nunca sabré de qué color es, rizos encima de los ojos como los perros lanitas que parece que no ven, cara ausente, pocas veces media sonrisa, al cuello un cordón con todos esos símbolos que yo desconozco a excepción de un yin-yang y una cruz al revés... Yo soy cristiana, soy la profe de religión y todos me llamáis "a monxa" (la monja), ¿qué ves tú?...

Desde principio de curso, cuando apenas venías a clase, te había pedido que me dejases una cinta de heavy. Te lo pedía de verdad, quería oírla. Tú venías poco y no decías nada. Supongo que lo de la cinta te resultó un desafío desde "mi autoridad" porque sabes que yo sé que tus grupos insultan a Dios y la Iglesia en sus canciones. No era un reto, tal vez no te lo creas y lo puedo comprender viendo cómo el sistema educativo tiende más a expulsarte que a acercarse a ti. Yo sólo quiero oír tu música y cuando no vienes te echo de menos.

Hoy pasó. Pones una canción a la que yo bajo instintivamente el volumen. Aceptas y sonríes con la mitad de la boca. Empezamos a hablar de música: heavy, punky, rock...; yo no sé nada y escucho discípula encantada de cambiar contigo los papeles. Para ti toda música es importante y "mola", me asombras cuando confiesas que también escuchas a Haendel y Mozart, te gusta el flamenco. Lo único que no soportas es el Bakalao porque "eso no es música" sino mezclas hechas por una máquina, sin ningún sentimiento, sin personalidad, sin mensaje; y hasta va contra tus principios escucharla porque es todo un estilo "pijo" que rechazas visceralmente.

Hablas de heavy y de punky, por lo visto se preocupan de los problemas mundiales y cantan contra el consumo de droga (y nosotros pensando que vuestro lema era "sexo, droga y rock and roll"). Hacen denuncia fuerte y no se casan con nadie.

La forma del heavy está mas trabajada musicalmente que la del punky porque los punkys están mas "colgaos" pero ésta es más suave, más fácil al principio. Se puede escuchar así hablando con alguien, pero también se puede "sentir" cuando estás solo y vibras hasta el escalofrío... Me das tu testimonio heavy e intentas la catequesis. Es la primera vez que me fijo cuánto te brillan los ojos y me siento interpelada por esa corriente de conexión que siempre sabe –y hoy más– a milagro y maravilla.

No te digo nada pero comprendes, con mucho tacto y delicadeza, que me va a costar mucho escuchar la cinta que me prestas y que no me gusta nada. Te muestras paciente y pedagogo y me recomiendas empezar por algo más suave para poder cogerle el rollo porque al principio "es normal que cueste", dices que ¡a ti también te costó!.

Toca el timbre y nos vamos; yo con tu cinta y tú no se con qué, creo que con un poco de calor expansivo desde ese centro vital de interés. Intento escuchar de vez en cuando a "Kreator" pero nunca lo aguanto más de tres minutos (a pesar de echarle mucho empeño), cada vez que siento el alivio de apagar el cassette con la cabeza como un bombo y el estómago revuelto, descubro qué no darías tú por "apagar" la clase y que yo parase de hablar de historia de la Iglesia.

Experimentando la dificultad de entrar en tu mundo he comprendido de prontolo grande que debe ser la tuya para llegar al mío. Me hago cargo de lo lejos que puedo estar de cada uno de vosotros y lo cerca de esos misioneros que critico tanto porque no saben lo que es inculturación.

A partir de aquel día se corrió la voz y varios alumnos se acercaron a mi por el pasillo con cintas de sus grupos preferidos y me han ayudado a escuchar bastantes tendencias. Heavy tenia razón, es "un poco mas suave" pero aún así es muy duro, difícil, pero dice cosas que pienso que deberíamos escuchar si queremos entender algo. Tal vez sólo tengan pánico de que se sepa que no son indestructibles, y que no se sienten nada bien en el sistema que todos padecemos, aunque algunos estemos mejor domesticados que otros.

"Voy arrastrando mi decepción
de un escenario a otro escenario.
Voy arrastrándome sin nada que decir
y lo que digo lo tienes bien sabido.
Ríete de mi que soy tu espejo,
tu y yo estamos bajo control
romper es nuestra única venganza
Estamos demostrando que nada nos motiva
somos pequeñas bombas de odio,
es nuestra única solución,
somos los últimos, los peores,
somos obras de esta civilización.
Montando bronca nos desahogamos,
cuanto más fuerte, más molestamos,
no quieren vernos pero aquí estamos.
Nada nos mueve, no hay esperanza,
¡VENGANZA!"

El Instituto donde yo trabajo acoge a alumnos/as bastante marginales pero muy privilegiados/as por estar escolarizados/as y –sobre todo– por mantenerse dentro: ¡En lo que va de curso ha habido 12 bajas, 12 adolescentes a la calle! El sistema escolar está dispuesto de tal manera que expulsa a los que más necesitan ser educados.

Los profesores tenemos mucho miedo de vosotros; quizá nunca lo lleguéis a sospechar pero hasta a los más jóvenes nos asusta el pendiente, el cuero y las muy pretenciosas interpretaciones de todo lo que pintarrajeáis en lugares que no deben ser pintados. Tenemos miedo y por eso marcamos tanto las distancias con un tono imperativo –que casi nunca escucha del todo– para que os quedéis quietos dentro del círculo de tiza que pintamos en el suelo.

Aquí también hay niños de la calle que, aunque no corren peligro de ser asesinados por escuadrones siniestros, van camino de delincuencia o de marginación, y nos dicen a nosotros si la verdadera delincuencia no será la nuestra:

"Cargados, la delincuencia es una plaga social,
una raza despreciable, una raza a exterminar,
¡banqueros! unos ladrones sin palancas y de día,
¡políticos! estafadores, juegan a vivir de ti,
¡fabricantes de armamentos! esto es geta de cemento,
las religiones calmantes y las bandas uniformes,
la droga publicitaria, delito premeditado.
y la estafa inmobiliaria...
Delincuencia, delincuencia,
es la vuestra, vosotros hacéis la ley.
Explotadores, profesionales, delincuencia es todo aquello
que os puede quitar el chollo."

Algunos de mis alumnos son heavys o punkys (no todos, claro, también los tengo bakalao) y son alumnos de religión pero por nada especial, no eligieron, están por estar.

Yo estaba acostumbrada y convivo perfectamente con el ateísmo de los "filósofos"; es decir, con un ateísmo que se plantea la existencia de Dios, que cuestiona desde la psicología la experiencia espiritual; entre otras cosas, porque es el ambiente que me ha formado y siempre me ha estimulado la fe; y porque como ser humano creyente, tengo dentro de mi esas mismas preguntas de búsqueda.

Pero ahora han llegado, ya están aquí, todos los que no se plantean nada porquepara ellos la no existencia de Dios es tan natural como lo era su existencia para tanta gente nacida y educada antes del año 50 (que tampoco se planteaban nada) y que por si fuera poco miran por encima del hombro y con desprecio a toda generación posterior que llaman de "yogur" y que no hacen mas que padecer el mundo que los adultos habían creado (con la mejor voluntad).

Más de una vez me pregunto que hago yo predicando en este ambiente; "sí por lo menos lográsemos transmitir experiencia fuerte de Dios", decía una compañera, también profesora de religión... pero la mediocridad de nuestras vidas y de nuestro testimonio viene a corroborar la cerrazón y el aburguesamiento reinante; más que nada es que oscurecemos a Dios, no dejamos ver a Dios, ¿es qué puede Dios ser cerrado?, ¿es qué puede Dios ser mediocre?, ¿cómo nos atrevemos a ir de Su parte así?... Son tantas las preguntas que la gente se hace que lo peor de todo es que a veces no llegamos a imaginárnoslas, pero pensamos que Sí y tapamos la boca con respuestas hechas a modo de catecismo, en lugar de bendecir y alentar la pregunta.

Otras veces me pregunto, ¿cómo podéis con tanto?... Necesito todo mi valor para estar enfrente de unos ojos heridos y profundos a los que preguntar, así como si nada: "¿Acaso puede una madre olvidarse de su niño de pecho?" Is 49,15). Y ver como contestan en silencio: "Sí, la mía me abandonó". Entonces es cuando hay que empezar a buscar y buscar la manera de decir: Pues aunque ella te olvide, Dios no se olvida; pero es muy difícil, ya lo sé...

En medio de todo esto está Sandra, tiene 15 años, es muy guapa y es la delegada de su clase. Nunca antes había estado matriculada en religión, y nunca le ha hablado nadie de Dios. Este año decidió que quería saber de que iba el "rollo" y ahí está sentada en primera fila. Escucha como si estuviera bebiendo y hace muchas preguntas (tan elementales, que me ha ido llevando ella sola a lo esencial: ¿por qué mataron a Jesús?). Al principio sus "colegas" se reían de ella y hacían gestos cuando ella levantaba la mano, pero a fuerza de personalidad y libertad, les ha contagiado el interés y en esta clase todos beben y yo no me lo puedo creer...

Yo soy de las que veo y padezco con dolor como la brecha fe-cultura es cada vez más grande. Parecerá una tontería pero me dió esperanza escuchar esta canción, –por cuya letra ya pido perdón anticipado a quien pueda herir– según la cual es profundamente indignante confundir el amor de Dios con ciertas ideologías y, mira, tal vez quiera decir que aún puede saltar esa chispa que llevamos todos dentro y que es como un radar para detectar lo bueno, lo verdadero, lo que es justo:

"SALVE...
A cuenta de prometer el Reino de los Cielos
algunos vivillos, lo que están haciendo,
es su propio cielo particular en la tierra
–compre un pedazo de cielo pagando la cuota mensual–.
SALVE...
Hay que estar majareto para hablar de amor de Dios
y al mismo tiempo en sus escuelas
preparar los cuadros de mando de la represión fascista.
¿Cómo se puede ser tan fariseo?
SALVE...
Control económico es control del poder
control mental, control sexual.
Realmente tíos, nunca he visto religión
que nos quiera salvar a ... (golpes).
SALVE...
Opus Dei, oh no."

El rótulo del título es original puño y letra de J. A. H., alias "heavy" y se puede encontrar a modo de pintada grafiti por todas las paredes del Instituto, en especial las de 2°B y puertas del W.C.


7. SER CURA EN MEDIO DE ELLOS
Guy Gilbert

"¿Y el cura allí en medio?" ¿Quién soy yo, quiénes somos nosotros, cristianos o curas, perdidos en esta ciudad gigante en medio de los jóvenes de la calle? ¿Quiénes son ellos? ¿Qué viven? ¿Cuáles son sus aspiraciones? ¿Qué nos hacen descubrir?

Un 80% no están bautizados. La mitad son musulmanes. La inmensa mayoría son ateos. Dios está absolutamente fuera de sus preocupaciones: No puede existir! "Un Dios que os ama, es cómico. Tu Dios bueno y padre no me habla nunca; a mí, mi padre me abandonó, tu comprendes!"... Sí, yo comprendo, y la calle nos lo enseña cada día: si un hombre no ha sido verdaderamente amado en su vida con un amor verdadero y gratuito no puede conocer a Dios.

"¿Tú haces el amor?" Los muchachos con esta pregunta, atacan mi sacerdocio, para ellos es inconcebible que un hombre no tenga contactos sexuales. Yo les contesto que la Iglesia me ha impuesto el celibato y que lo he aceptado. Me hacen estas preguntas hasta los límites de mi paciencia, entonces contesto: "Yo respeto lo que tú vives, te pido hagas lo mismo conmigo. No es extraño que un muchacho recién llegado me haga esta pregunta delante de uno más antiguo, y es el antiguo el que contesta: "Son las tres de la mañana, Guy está a punto de escuchar tu mierda. Si él ha escogido vivir así es por ti, colega, y por tus otros colegas. Entonces, déjalo en paz". Yo pienso que ellos son los que mejor han defendido mi celibato.

Destaco que los jóvenes de la calle son muy sensibles al testimonio de fidelidad vivida. Frente a las graves carencias afectivas que han vivido casi todos, buscan a su alrededor personas que se amen, que no tengan miedo de haberlo puesto todo en la fidelidad a una palabra dicha. Una noche, acabando un día agobiante, comprendí claramente esta reflexión de un muchacho: "Tienes suerte de haber podido poner tu vida al servicio de alguien". Era algo a lo que no podía poner nombre, pero que intuía a través del don de una vida.

Por mi parte me siento cura dentro de la Iglesia. Veo todo lo que hay que cambiar, comprendo que algunos quieran hacerlo desde fuera, yo he escogido hacerlo desde dentro. Formo parte de un equipo de sacerdotes con el que me entiendo bien (mejor que cuando vivía con ellos y los chicos venían a aporrear la puerta a las tres de la mañana). Fui delegado en el "consejo presbiterial". Intento mantener fuertemente mi vinculo con el obispo, cada jueves santo, voy a Notre-Dame de París para sentir y expresar físicamente esta unión. Por la noche antes de dormir, leo un trozo del breviario, hay salmos maravillosos, es mi manera de reencontar la Iglesia entera. Pero yo huyo de ser el tranquilizante de las buenas conciencias cristianas frente a los jóvenes delincuentes.

En todo caso, para los muchachos, la Iglesia son los cepillos para robar. En este punto les digo que tienen una manera graciosa de apreciar la crisis de la Iglesia: para ellos lo denota el hecho que cada vez hay menos dinero en los cepillos. De aquí esta reflexión de un muchacho "La última vez que abrí el cepillo de San José encontré veinte céntimos. Realmente la Iglesia está mal administrada..."

Para ellos la Iglesia son fundamentalmente los curas y las buenas hermanas. Después pueden constatar: que la Iglesia es rica y está al lado de los ricos. La prueba es que los curas les dan siempre limosna. Conozco un muchacho que, durante un año, consiguió alrededor de mil quinientos francos solamente visitando a los presbíteros. Es una de las peores cosas que se puede hacer, la limosna incita a la mendicidad, la promociona, hunde a los muchachos.

Cuando predico en una iglesia hay, a menudo, muchachos que vienen a escucharme. Sus reacciones son de todo tipo: "No se ven nunca muchachos pobres en una iglesia". "Nos miran como a bichos raros."

Un domingo, uno de ellos se sentó al lado de una señora, que cogió rápidamente su bolso y se agarró a el: "No te preocupes, vieja, no he venido para robarte tus cosas, he venido para escuchar a mi colega, el cura.". Y la abuela, cambiando de opinión, en el momento de la paz, alargó una mano al muchacho que se aturdió de ver una mano tendida después de aquel comienzo.

Al principio, cuando acababa de predicar, aceptaba que la gente me diera dinero después de la misa. Pero, un día, cuando charlaba fuera con unas cuantas personas, se aproxima un muchacho y me dice : "¿Es que aún no han acabado de lamerte el culo?". Comprendí lo que quería decir : "No te dan dinero para nosotros, te lo dan para ti, para tus buenas obras, para ellas meten los billetes en tus bolsillos" Ahora, huyo de ser la caja fuerte de la buena conciencia, no acepto el dinero atado a la palabra de Dios.

Varias veces he tenido la ocasión de celebrar la Eucaristía en una salida de fin de semana. Pensaba que era mucho mejor celebrar en cualquier sala, más que ver los muchachos llenar la iglesia del pueblo donde habrían sembrado el pánico. En estas ocasiones nos reunimos alrededor de la mesa y creo que tienen una verdadera actitud de oración. Un verdadero silencio, al principio; después, en el momento del Evangelio, hacen comentarios especialmente interesantes que surgen espontáneamente a propósito de María Magdalena o del Buen Samaritano. Después de una de estas "misas" uno de ellos le dijo a un compañero cuando yo llegaba : "Después de esto me siento nuevo, totalmente nuevo."

Sólo los que comparten verdaderamente en la vida saben vivencialmente lo que es la Eucaristía: un compartir desde el amor. Cuántas veces he escuchado de uno y otro, que viven como parias en nuestra sociedad, ahogados en su propia miseria, decirme: "Guy, ocúpate de éste, está más hundido que yo...". Solo los pobres comparten de verdad. Sólo ellos podrán participar un día en una verdadera Eucaristía.

En cuanto a nosotros, los potentados de la tierra, hemos acaparado el mensaje de Cristo y lo consumimos diluyéndolo, felices y tranquilos frente a los hambrientos de justicia y amor que se quedan a las puertas.

Cura en medio de ellos, con ellos, cura salvaje sin comunidad cristiana, pero enviado por la Iglesia, trabajando en su nombre y en unión con ella, hombre de contradicción, totalmente lanzado a la lucha social y política, sabiendo mojarme cuando hace falta, cura para un pueblo que no lo espera. Yo quiero ser, con mis compañeros de equipo, testimonio de la justicia y del amor. Con todos los hombres de buena voluntad que han comprendido que estos jóvenes, que nosotros hemos rechazado tienen necesidad, para vivir de pie y libres, de un verdadero rostro de hermano. Esto es para mi, en pleno corazón de la Iglesia, vivir mi sacerdocio.

(Tomado de G. Gilbert, Un prêtre chez les loubards. Ed. Stock, París)


8. CARTA A MI HIJO QUE NUNCA NACIÓ
Marisol, rscj

Querido hijo: Aunque no sé si llamarte hijo, porque tú nunca has existido sino en mi imaginación de mujer y en mis deseos de madre. Pero hoy necesito hablar contigo, desearte, amarte y tenerte como siempre te he soñado. Y es que muchas veces te he concebido en mi vientre, he añorado tenerte entre mis brazos, acariciarte, besarte y pellizcarte las mejillas.

Hoy, mientras besaba con ternura y reverencia tus piececitos, me has hecho una pregunta muy íntima (yo diría que casi indiscreta): "Mamá, ¿por qué yo nunca nací?, ¿por qué yo nunca he vivido en tu mundo real?" Me has dejado casi sin aliento, pero sé que tienes derecho a saberlo y te lo diré, aunque antes debes saber que tú existes en mi imaginación, en mi corazón y en mis entrañas de madre con capacidad de ser fecundas; y que te he visto en muchos niños que corren al encuentro de su madre, en muchos otros que ellas llevan apoyados en su pecho, en algunos que buscan ansiosamente el contacto físico del amor materno...

No creas que quiero esquivar tu pregunta, no. Hoy quiero, deseo... confesarte mi secreto ¿por qué tú nunca llegaste a nacer como Álvaro, Carlos, Soraya, Belén, Jordi...? ¿por qué jamás llegaste a existir con un cuerpo propio? Pero antes déjame que te hable del hombre que sin duda pudo haber sido tu padre. Era y es un ser de ojos claros y corazón lleno de amor; un ser que cuando mira hace estremecer todo tu ser de mujer. Es un ser al que he amado, sí, al que he amado mucho, y quizás hoy lo sigo amando a mi manera. Es alguien que ha dado vida a mis entrañas femeninas, que ha vivificado mi ser y el tuyo con armonía, sin dolor.

Pero la verdad es que tú no naciste porque tu madre, ¡y esa soy yo!, siempre fue una soñadora, una mujer inquieta, que buscaba lo mejor en su vida y un día lo encontró. Descubrió que quería entregarse a los demás, que quería tener a muchos "tús" y para eso tenía que amar, amar a muchos "otros"... ¡lo siento!, pero no soy mujer de un hijo, un hombre, un amigo... soy mujer de relación y de soledad acompañada, habitada, compartida. No creas que por ello no te amo, no te siento en mis entrañas de madre, pues, cada vez que tengo la oportunidad de ayudar a un niño a descubrir algo nuevo, cuando le enseño a respetar y a querer a los demás, cuando cuidamos juntos la vida y le sonreímos por dura que ésta sea... eres tú quien vive, se mueve y crece dentro de mí.

Cada vez que acompaño el proceso de salvación de Dios en la vida de un amigo/a es a ti a quien acompaño y guío en su caminar hacia la VIDA en mayúsculas.

Cada vez que cuido una planta, contemplo el cielo, mimo la naturaleza... es a ti a quien estrecho entre mis brazos. Cuando nació Álvaro, mi sobrino, sentí la necesidad de derramar sobre él todo mi amor de madre acumulado, pero tú te encargaste de hacerme gozar como una loca dándole sólo el amor de tía que me correspondía ¡gracias!

Cada vez que he llorado tu ausencia física, me has llenado de energía positiva y he sentido la necesidad de trasmitirla a los demás con gozo.

Como ves, tú no has nacido una sola vez, sino que naces cada día dándome la oportunidad de dejarte crecer en cada acontecimiento de mi vida. Me has ayudado a intuir lo que significa amar, amar como una madre, entregándome toda entera, sin reservas ni medidas. Y eso es lo que yo intento hacer por ti ¡entregarme toda entera a Jesús!, a ese hombre que no veo con mis ojos (como veía a tu padre), pero que siento y me siente con el corazón; que no toco con mis manos, pero que me hace estremecer cuando intuyo su presencia; que me ama silenciosa pero apasionadamente.

Hoy, después de hablar contigo, de escucharte en mi silencio sonoro, mi ser de mujer se llena de gozo, porque puede ser feliz imaginándote, pensándote, teniéndote y amándote en mi mundo Gracias porque tu mirada profunda acaricia y da vida a mi maternidad. ¡Ah!, olvidaba decirte que cada día paso largos ratos en la intimidad con Él y que es ese espacio, ese tiempo gratuito el que te mantiene vivo dentro de mí; sin Él, hace mucho tiempo que tú habrías dejado de existir.

Espero haber respondido a tu pregunta.

Un abrazo de madre

Marisol


9. POR QUÉ ME HICE CRISTIANO
Paul O. Unha

Era el mes de febrero de 1988. Mi hijo acababa de ser hospitalizado. El diagnóstico era claro: ¡Leucemia! Las esperanzas de sobrevivencia eran mínimas. Yo tenía 38 años. Teníamos dos hijos: una hija de 12 años y este hijo de 10 años. ¡Él era el niño de mis ojos!

Yo no creía en nada y no tenía ningún interés en las cuestiones religiosas. Quería ganar dinero, mucho dinero, para poder disfrutar de la vida. Para ello, por el momento, hasta vivía alejado de mi esposa: ella se quedó en el campo y yo vivía en Seúl, pensionario donde una familia, para tener la libertad de actuar y hacer dinero.

¡Y he aquí la novedad de la enfermedad de mi hijo! Lo había hecho venir a Seúl y lo había hecho examinar en uno de los hospitales más célebres de la capital. Se me derrumbó el mundo. Tuve una crisis horrible de desesperación: mi hijo iba a morir y yo no podía hacer nada. Me sentía totalmente perdido, impotente...

Entonces algunas personas que me rodeaban me hablaron de Dios: era para consolarme. De lo que puedo recordar, me hablaban de la providencia, de la gracia, de la llamada de Dios, de medios que le son propios... ¿Por qué presté atención a estas palabras? Eso yo no lo sé. En otros tiempos yo no habría siquiera escuchado. Pero la verdad es que escuché y que se me vino la idea que mi hijo pertenecía tal vez más a Dios que a mí mismo. Era algo insensato. Y el 8 de marzo de 1988, por primera vez en mi vida, entré en una iglesia: era un domingo, en la catedral de Seúl. Miré una gran cruz y dije a Dios que mi hijo, mis bienes, todo lo que pensaba que era mío, no era mío sino de Él. Le dije que podía hacer lo que Él quería, y si Él tomaba a mi hijo, que era suyo, yo no protestaría.

Este mismo día me hice inscribir en una clase de catecismo y deseaba que todo fuera rápido. Mi tiempo de catecumenado fue un tiempo de gracia como nunca había vivido: yo pasaba mucho tiempo en el hospital. Me concentraba en mi familia y aprendía a orar. Me volvía otro hombre y llegué a tener experiencias sorprendentes. Fuí bautizado muy rápido y tomé el nombre de Pablo: fue el 15 de agosto del mismo año. Mi hijo, antes de que muriera fue bautizado y confirmado, el 3 de abril. Era el día de Pascua. Una religiosa venía a verlo regularmente para prepararlo. Y lo increible llegó. Mi hijo se curó. Hoy en día ha terminado su ciclo secundario.

Mi vida cristiana no es tan ferviente como lo quisiera. Pido perdón a Dios por ello. Pero soy de su família, soy feliz y esto durará –no lo dudo– hasta mi muerte..

(Tomado de la revista: Spiritus (Quito). Año 38/2. Nº 147. Junio 1997).


10. DE LA MUERTE A LA VIDA

La historia de Somaratne

Nací en un pueblecito del distrito de Gampaha (Sri Lanka). Éramos dos hijos y un hija. Yo era el segundo. Mi padre y mi madre eran ambos muy individualistas, egoístas, personas con corazón de piedra. Jamás nos sentimos amados. Además, mi padre era borracho. Desde nuestra tierna edad, mi hermano y yo huimos de esta casa sin amor. Nos las arreglamos para vivir por aquí y por allá: nadie se ocupaba de nosotros.

Mi hermano menor regresó a casa un día, cuando mi padre estaba agonizando. Sentía tanto odio que tomó un trozo de madera y lo hundió en los ojos del moribundo. Eso muestra muy bien hasta qué punto había llegado su odio hacia él.

Joven todavía, encontré a una muchacha con la que me casé y formamos una familia. Yo tenía dos hijas. A inicios de los años 70, me adherí a un grupo rebelde llamado "Frente de Liberación Popular" (Janatha Vimukthi Peramuna). En esa época yo tenía alrededor de 35 años. Vivía entonces en la Provincia del centro-norte y consagraba todo mi tiempo y mi energía a trabajar por esta organización. Nuestra meta era tumbar al gobierno por cualquier medio. Yo había frecuentado muy poco la escuela y no era capaz de leer y escribir bien, pero tenía el don de la palabra. Por ello, durante numerosos encuentros, tomaba la palabra para adoctrinar con nuestra ideología a los otros jóvenes. Tras el fracaso de la insurrección de 1975, me capturaron y pusieron en prisión. Fui transferido a una prisión de Colombo. Y fué allí donde encontré mi liberación.

Mi celda se encontraba frente al pequeño vestíbulo donde las hermanas tenían la costumbre de encontrarse con los prisioneros católicos. Todos los domingos, yo veía a dos hermanas que les visitaban. Yo era budista y por lo tanto no tenía derecho a juntarme con los prisioneros católicos para hablar con ellos. Sin embargo, lo deseaba, pero al mismo tiempo me causaba miedo hacerlo. Estas hermanas me atraían, despertaban mu curiosidad. Ellas eran las únicas personas extranjeras que podían entrar en la prisión. Felizmente para mí, una hermana vino a visitar a los enfermos en el hospital de la prisión; yo me encontraba allí por una infección menor y tuve la posibilidad de hablarle. Ella me dijo que no tuviera miedo. Me despojé de todo temor y quise estar presente en el vestíbulo cuando las hermanas vinieran.

Me había dado cuenta de que una hermana tenía un pequeño libro del cual se servía para enseñarnos y que lo entregaba al sacerdote para que lo leyera durante la misa. Yo tenía muchas ganas de ver este libro, que contenía mensajes tan pertinentes que me ponían a reflexionar. Se lo pedí y ella me lo prestó. Jamás lo recuperó. Como yo no tenía nada que hacer, me puse a leer el Nuevo Testamento con pasión. Leía un pasaje por la mañana y otro en la noche, y, a partir de allí, reflexionaba sobre mi vida. La conversión aparecía lentamente en mí. Nadie sabía nada, ni siquiera las hermanas. Yo no hablaba a nadie de esta transformación interior que estaba operando.

Durante este tiempo, mi hermano había regresado a mi casa y había abusado de mi esposa. Ella me escribió diciéndome que no había tenido opción: ella debió someterse a él ya que su vida y la de los niños estaban en peligro. Le respondí que no se preocupara, que yo no tenía ningún sentimiento negativo para ella. De hecho, era yo el responsable de su soledad. Comprendí que ella estaba en una situación difícil y me sentía cercano a ella. Seguía leyendo el Nuevo Testamento, de donde sacaba mucha inspiración para mi vida. Trataba de ponerlo en práctica.

Regresé a mi casa. Al saber que yo estaba libre, mi hermano había desaparecido. Mi mujer había tenido un niño suyo. Retomé mi vida. Con muy pocos recursos y la ayuda de las hermanas, me puse a cultivar la tierra. Todos los del pueblo estaban sorprendidos de semejante cambio. Yo les hablaba mucho de perdón. Un día me fuí al convento de las hermanas y les expresé mi deseo y el de mi familia de ser bautizados. Eso ocurrió sin ningún problema y toda mi familia se hizo cristiana. Comencé a vivir mi vida de cristiano sabiendo muy bien que ya lo hacía desde hace mucho tiempo en mi corazón. Me volví muy ferviente y sentí una paz interior profunda.

Un día que estaba de visita en otra casa, alguien llegó gritando que mi esposa había sido apuñalada. Corrí a mi casa y descubrí a mi mujer bañada en su sangre. La cuchillada de mi hermano había sido fatal. La llevamos al hospital pero, en el camino, murió en mis brazos.

Es aquí donde el Nuevo Testamento me tocó profundamente. Me enseñó la paciencia y me permitió perdonar. Comprendí hasta qué punto Cristo había perdonado en su vida. Siguiendo a Él aprendí a perdonar a aquellos que me habían herido profundamente. Perdoné a mi hermano por ese gran crimen. Me negué ir a testificar contra él al tribunal. ¡Que Dios se ocupe de todo eso! Mi hermano sigue en prisión hasta el día de hoy. Yo no tengo ningún resentimiento contra él.

Ahora tengo más de 50 años. Mis dos hijas estudian donde las hermanas. Trato de ganar un poco de dinero para poder dejarles algo. Aparte de eso trato de practicar lo que Jesús nos enseña: "Amad a vuestros enemigos. Rogad por los que os persiguen... Si alguien te golpea en la mejilla derecha, déjale golpear la mejilla izquierda también". Y, a pesar de mis problemas, –porque no estoy bien en este momento–, estoy en paz.

(Tomado de la Revista Spiritus (Quito). Año 38/2.Nº 147. Junio 1997).


CONCLUSIÓN: LAS PASIVIDADES DE DISMINUCIÓN
José A. García, sj.

Las pasividades, es decir, aquello que nos sobreviene sin que nosotros lo hayamos causado, ocupan más del cincuenta por ciento de nuestra vida. "Me recibo más que me hago a mi mismo" (Teilhard). Algo avisa, por tanto, que, si bien hemos de prepararnos para un primer tiempo de acción, es igualmente importante que nos preparemos para procesar bien el tiempo de recepción. Pues bien, de esas pasividades que se nos echan encima sin que nosotros las hayamos causado, unas son de "crecimiento", como la amistad, el amor, etc. y otras son de disminución. Aparentemente no crean nada, no sirven para nada, más que para destruir: enfermedades, complejos, envejecimiento, muerte... ¿Puede ese sufrimiento para-nada integrarse en el establecimiento del Reino de Dios, ser "medio divino"?

Habría que afirmar en primer lugar, y sin miedo alguno, que las pasividades de disminución tienen más potencial de maldición que de bendición, que están más abiertas a la blasfemia que a la plegaria. Quien se escandalice de ello, no hace más que repetir la historia insensata de los amigos de Job. Pero, dicho esto, hay que afirmar también que en esas pasividades de disminución –que no las causa Dios ni las permite, pero que llega hasta nosotros en ellas–, Dios emerge para nosotros en forma de pregunta y de oportunidad: como timón de profundidad que opera un cambio de ruta, como podadera que dirige el crecimiento, como canalizador de la savia interior. Así lo vio el propio Teihard de Chardin. Las pasividades de disminución están abiertas a lo peor que llevamos dentro, la maldición, y a lo mejor. ¿Cuál es el precio que hay que pagar para que suceda esto segundo? Entregarse al misterio. Acogerlo. Adorarlo.

Unirse a alguien es emigrar de uno mismo. Es perderse. Es entregarle toda la iniciativa, quedándonos sólo con la pura adoración. Es vaciarse para dejarse invadir. Es comulgar con Dios por disminución hasta que él sea todo en nosotros. El P. Arrupe lo expresó preciosamente en su testamento espiritual que ya no pudo leer personalmente: "Mi pasión ha sido la de estar siempre disponible para Dios, pero sobre todo ahora, cuando toda la iniciativa es ya suya".

Vivido y procesado así, este tipo de sufrimiento genera no maldición, sino silencio y adoración. Nos baja de nuestros caballos, a los que nos subimos con tanta frecuencia para oprimir a los otros. Re-orienta nuestra autocomprensión. Ya no nos deja apoyar nuestro yo en nuestra valía, en nuestros poderes o nuestras obras sino sólo en Él y en su amor. Sólo en Él. No nos deja tampoco apoyar nuestro yo en nuestros fracasos y en nuestro sufrimiento. Nos entrega en manos de un misterio, al que tantas veces hemos experimentado como misterio acogedor.

— Entregarse a Dios y a su Reino en la acción, en los trabajos, en el cansancio, y entregarle el sufrimiento que todo ello pueda conllevar, no es lo más difícil. Menos aún lo es entregarse a Dios y a su Reino en las pasividades de crecimiento que suponen una inmensa alegría. Pero, entregarse a Dios y a su Reino en las pasividades de disminución, es un milagro total. Por eso nos causan tanto asombro quienes lo hacen: esos ancianos, por ejemplo, que envejecen con paz, bendiciendo, o esos hombres o mujeres injustamente tratados, humillados, que no reaccionan desde las heridas que les han infligido, sino desde la bondad y el perdón. Que suceda algo así es un auténtico milagro.

— Las pasividades de disminución que nos envejecen, nos llenan de complejos y heridas, y finalmente nos matan, nos ponen ante los limites sagrados de nuestro ser (A. Tornos). Y una de dos: o las rechazamos y entonces rechazas al mundo y a Dios, tal como son, o las elaboramos cristianamente y entonces entramos en una aceptación, finalmente adorante, del mundo como es y de Dios como es. La no elaboración religiosa de las pasividades de disminución va a provocar en nosotros reacciones peligrosas, ya que tales disminuciones no nos van a dejar amar bien a la vida ni amar bien a Dios.

— Unirse a otro es saciarse de él, emigrar a él, sin dejar de ser uno mismo. La muerte es la definitiva emigración al Otro, la unión total con El, sin dejar de ser nosotros mismos.

— En una cultura como la nuestra, en la que se produce una "hiperinversión de energías en las cuestiones del yo", hemos de estar atentos a que esta tercera forma de dolor, por lo que tiene de muy personal, no nos haga perder de vista el dolor de los demás, el dolor del mundo. Para vivirla bien, hay que conectarla con la primera y segunda. Porque si nuestro propio dolor copa la escena, ¿qué nos va a quedar para tener compasión del mundo?

(Extracto de la Revista Manresa, 70 (1997)