Génesis 1 narrado hoy

Manuel GONZALO


Una vez, cuando aún no existían ni los días ni los tiempos para ser medidos, dijo Dios: ¡Hágase! Y lo que no existía comenzó a existir.

Y Dios creó una semilla muy pequeña en la cual se encontraba, como posibilidad de ser, todo lo que ha existido, todo lo que existe y existirá. Dios creó nuestro Universo.

Pero no se hallaba en su estado actual, que es muy complejo, sino formado por partículas elementales -como los quarks, los electrones, los neutrinos-. De ellas se generarían otras partículas más complejas -como los protones o los neutrones-. Y de estas, a su vez, otras estructuras aún más complejas -como los átomos-. Todo comenzó muy simple: quizá una única partícula y quizá una única fuerza que actuaría sobre las partículas.

Pocos milisegundos después esa fuerza ya se había dividido en las cuatro que existen actualmente y que son responsables de tantos fenómenos: la fuerza gravitatoria, con su capacidad de atraer masas; la fuerza electromagnética, creadora de atracciones y repulsiones eléctricas; y las dos fuerzas nucleares, una fuerte y una débil, responsables de los procesos que ocurren en los núcleos de los átomos.

La creación ya estaba puesta en marcha, únicamente formada por partículas elementales y por las cuatro fuerzas. Pero Dios sabía que en ella se encerraban grandes posibilidades, muchas formas diferentes de existir. Y vio que lo que había creado era bueno.

Desde el primer momento Dios impregnó todo de creatividad. Esa pequeña semilla cósmica apareció como un monumento a la inventiva, al ingenio, a las posibilidades diferentes de ser. Todo era muy caliente y muy denso. Tanta energía -toda la energía que hoy existe en todo el Universo- estaba compactada en un espacio muy pequeño, menor que la cabeza de un alfiler. Todo provenía de un abismo de inteligencia y amor. Esa estructura tan pequeña era una obra maestra. Y Dios la miró con cariño.

Además de las partículas elementales y las cuatro fuerzas comenzó también el tiempo. Su aparición marcaría el momento cero desde el cual empezar a contar la edad del Universo. Hoy los científicos nos dicen que eso ocurrió hace unos 15.000 millones de años. Y también nació algo dentro de lo cual nos movemos: el espacio.

Ya estaba la semilla cósmica con todos sus ingredientes y entonces ocurrió esa gran explosión llamada Big Bang. Dios quiso que su obra estuviera sometida a la evolución, al cambio, a lo novedoso, a la transformación. El Universo comenzó a crecer y a crecer. Desde entonces no ha dejado de crecer; por eso se dice que el Universo está en expansión. Es algo similar a un globo hinchándose. Desde el principio el Universo nació en movimiento. Y vio Dios que era bueno.

Lo ocurrido desde entonces ha sido una serie enorme de encuentros significativos, de encuentros creativos que han dado lugar a realidades nuevas.

Después, de los elementos esenciales, se formaron los átomos de Hidrógeno y de Helio, los más abundantes de todo el Universo. El Hidrógeno sería el combustible de las estrellas que estaban a punto de nacer en las galaxias.

Y las estrellas comenzaron a brillar y a existir. Y, en su desgaste emitiendo luz, algunas murieron explotando. Pero esa muerte fue fecunda pues en el gran calor producido se gestaron átomos más pesados, como el Calcio, el Hierro, o el Magnesio. Y así se originaron átomos diferentes que millones de años después serían usados en la construcción de la vida. Y Dios se alegró de esta nueva variedad ocurrida en el Universo.

Transcurrieron unos 10.000 millones de años hasta que un día, dentro de la galaxia llamada la Vía Láctea, una nube de polvo y gas se arremolinó creando el Sistema Solar. Y nació el Sol y también la Tierra. Y Dios sonrió ante este planeta que conocería tantas maravillas.

Nuestro planeta nació caliente pero poco a poco se fue enfriando y cubriendo con una corteza. Y con el paso de millones de años se formaron los océanos y la tierra firme.

Después, hace unos 3.500 millones de años, ocurrió una verdadera obra maestra, un derroche de creatividad, algo inesperado en aquellos medios tan simples: aparecieron seres vivos. Sencillas bacterias, células separadas del medio entorno simplemente por una membrana, comenzaron a presentar propiedades insospechadas: tomar energía, reproducirse, interactuar con el medio. Una estructura profundamente compleja había aparecido: lo vivo. Y Dios sintió la satisfacción que cualquier artista siente con su obra.

Y lo vivo revolucionaría el planeta. Durante millones de años sólo existieron seres unicelulares. Después, en una serie de encuentros creativos, unas células comenzaron a convivir con otras y dieron lugar a seres pluricelulares. Hubo reparto de tareas, especializaciones en función de un fin, y seres mucho más complejos poblaron las profundidades marinas.

La vida se enriqueció con la aparición de esponjas, medusas, gusanos, moluscos y peces. El mar era una fantasía viviente. Y Dios siguió impulsando este largo proceso evolutivo comenzado hacía millones de años.

Después, la vida salió de las aguas y emprendió la conquista de los continentes. Desde hace unos 400 millones de años las plantas crecieron sobre lo seco, los invertebrados se expandieron por nuevos terrenos y, posteriormente, los peces dejaron descendientes capaces de adaptarse a vivir en medio del aire. Y la Tierra conoció nuevas especies viviendo en sus montañas, volando en su atmósfera y haciendo madrigueras en su interior. Anfibios, reptiles, aves, mamíferos poblaron rincones desconocidos. La diversidad de especies aumentó y la vida se expandió sobre lo seco. Y vio Dios que todo era muy bueno.

Hace unos seis millones de años, en las sabanas del este africano, unos primates descendieron de los árboles y comenzaron a caminar erguidos. Hace unos dos millones de años dieron lugar a otro grupo poseedor de mayor cerebro, llamado Homo. Y nuevas evoluciones hicieron que hace unos 100.000 años apareciera nuestra especie: el Homo sapiens.

Esa nueva criatura llegó a pintar en las cavernas, descubrir la agricultura, construir ciudades, enterrar a sus muertos, inventar utensilios cada vez más complicados, preguntarse sobre su existencia y su papel en el mundo, adorar... Y una riqueza enorme de potencialidades le acompaña desde entonces. Y Tú, creador de todo, la acogiste con tu gran amor e hiciste que sus pequeñas manos fueran también creadoras. Lo comenzado hacía unos 15.000 millones de años en aquella semilla cósmica se expresaba en una criatura dotada de sentimientos, de inteligencia, de lenguaje, de creatividad, de amor, de capacidad de admirar. En verdad reflejaba tus cualidades más íntimas; estaba hecho a tu imagen.

De algo, infinitamente pequeño en su nacimiento, había surgido lo infinitamente grande y lo infinitamente complejo. Tanto los 100.000 millones de galaxias como el cerebro humano provenían del mismo origen.

La creación evolutiva seguía cambiando. Una diversidad enorme de vida cubría el planeta. Y Te mereciste un justo descanso.

 
Manuel Gonzalo, sm

mgonzalo@yahoo.com

Buenos Aires, 22 Julio 2004