SAN JUAN DE ÁVILA
ORAR EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL QUE RECIBIMOS O QUE EJERCEMOS María Jesús Fernández Cordero |
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PRESENTACIÓN El texto que ofrecemos es un fragmento de la Carta 1 del Epistolario de San Juan de Ávila. Sabemos que el destinatario de esta carta fue Fr. Luis de Granada, “cuando comenzaba a predicar”, y que se puede fechar hacia 1544. El Maestro Ávila, ya experimentado, se dirige, pues, “a un predicador” que se inicia, a alguien que ha recibido un “nuevo llamamiento” para una misión que él define, de un modo amplio y profundo, con estas palabras: “nuestro Señor lo ha llamado para engendrarle hijos a gloria suya”. Estamos, pues, en el ámbito del ministerio de la palabra, de la transmisión de la fe, de la referencia testimonial para otras personas. Para comprender este fragmento hay que tener en cuenta que Ávila acaba de recomendar a su destinatario “que no se amortigüe en el espíritu de hijo para con Dios, Padre común, y en el espíritu de Padre para con los que Dios le diere por hijos”. La carta trata de una paternidad espiritual, de un engendrar hijos en la fe, que ha de realizarse desde el espíritu de filiación respecto de Dios –y por tanto de fraternidad con todos en el Padre común- y que, además, es descrita en términos también femeninos, pues “los trabajos de criar los hijos” sólo se pueden llevar con “corazón de padre o madre”. El acompañamiento espiritual se sitúa en esta perspectiva de engendramiento: “no basta para un buen padre engendrar él y dar la carga de educación a otro; mas con perseverante amor sufrir todos los trabajos que en criarlos se pasan”. Se trata de una relación, un nacimiento y un crecimiento espirituales, no carnales. Se trata de una participación en el amor de Dios, un amor “que Él pone en un hijo suyo con otros hombres”. El autor se dirige a un predicador, sacerdote, religioso. Sin embargo, sus consejos se pueden aplicar a todo proceso de transmisión de la fe (incluso entre padres e hijos), siempre que se tenga claro que estamos ante un proceso de fe y en el nivel de un amor espiritual (según Dios). La iniciativa divina se refleja casi sacramentalmente en esta relación, pues Dios pone en el corazón de quien engendra en la fe un amor tal para con sus “hijos” que “ámalos aunque sea desamado; búscales la vida aunque ellos le busquen la muerte.... Más fuerte es Dios que el pecado; y por eso mayor amor pone a los espirituales padres que el pecado puede poner desamor a los hijos malos”. Es decir, un amor fiel, también cuando recibe desamor y daño. El texto se entiende desde la siguiente clave: la opción por la madurez espiritual de aquellos que son acompañados en el proceso de fe. |
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Para hacer silencio repetimos despacio en
nuestro interior |
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TEXTO
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COMENTARIOSan Juan de Ávila concibe el acompañamiento espiritual como un proceso de mediación capaz de despertar la experiencia de Dios y de conducir a la madurez en la fe y a la libertad de los hijos de Dios. Los “avisos” que da –advertencias, llamadas a la vigilancia- declara haberlos aprendido en carne propia; nacen, pues, de la sabiduría que da la experiencia. La primera advertencia consiste en no confundir la entrega con dar gusto a las demandas de los destinatarios de la misión, ni confundirla tampoco con el activismo que aparta de la relación con Dios cuando tiene que ser mediación del encuentro con Él. Esta advertencia se recoge de nuevo al final del fragmento, invitando a la calidad en el ministerio, en la misión, puesto que se trata del bien –“provecho”- de los demás, y éste sólo se puede transmitir si ha sido antes acogido como tal en el propio corazón. La conciencia, iluminada por el espíritu en la oración, será la guía para hallar ese “medio” entre el cuidado –no reserva- y la entrega, la verdadera caridad que actúa desde Dios y no busca satisfacciones propias ni ajenas. Dentro de este mismo “aviso”, introduce un aspecto importante: la relación ¿se orienta a la libertad o a la dependencia? ¿Existe una opción clara, consciente y fiel por el crecimiento y la madurez espiritual del acompañado? ¿Existe en éste una auténtica búsqueda de Dios? Lo que une a ambos en esta relación es Dios mismo; por tanto, el deterioro de lo que debe ser el acompañamiento procede del olvido de Dios en uno o en ambos miembros de esa relación. El acompañante puede suplantar a Dios: gozar con la dependencia de él que muestran sus “hijos”, creer que todo depende de sí, e impedir con ello la acción de Dios. El acompañado puede quedarse prendido en la relación y no buscar a Dios mismo, caer en dependencias psicológicas, afectivas, demandar y acaparar atención y exclusividad. En ambos casos, el desvío aparece como engaño, pues se presenta bajo capa de bien: la de una entrega apostólica grande, la de una búsqueda religiosa, respectivamente. De ahí la recomendación continua de cuidar la relación con Dios y de enviar a la relación con Dios. Juan de Ávila cree en una mediación que nunca suplanta este encuentro: es a Dios a quien hay que buscar, a quien hay que oír, y quien hace crecer. La dependencia, la falta de crecimiento, de madurez y de libertad, conducen a un tipo de cristiano afecto al clericalismo y débil en la virtud, incapaz de asumir sacrificios y esfuerzos por el Reino ni de vivir cristianamente las “tribulaciones” que depara la vida. Por el contrario, cuando el acompañamiento está presidido por Dios y su acción es recibida y acogida, se produce el fortalecimiento en la virtud, el seguimiento del único Pastor, y el avance hacia la libertad de los hijos de Dios. Sólo quien realiza este proceso podrá llegar a ser un hijo adulto, que, a su vez, engendre hijos en la fe. De lo contrario, el proceso de infantilización, dependencia e inmadurez, conduce a la esterilidad en la transmisión de la fe. Lo dicho vale para los acompañamientos individualizados y grupales, para la orientación pastoral comunitaria y para las relaciones al interior de las comunidades cristianas, así como para cualquier proceso evangelizador. |
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PALABRA DE DIOS
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PARA LA MEDITACIÓN E INTERIORIZACIÓN
Dejamos aflorar en nuestro corazón el agradecimiento a Dios por las personas que han sido para nosotros apóstoles, testigos, padres, acompañantes en la fe.
Tomando un poco de perspectiva, me veo recorriendo un camino de fe.
Recuerdo y actualizo el “llamamiento” recibido para la misión, desde el agradecimiento por la confianza que Dios tiene en mí y la conciencia de mi pequeñez. Tomo perspectiva y reconozco la presencia de Dios en la misión, en el acompañamiento a los demás, en cada encuentro, en cada persona. Reviso estos procesos desde aquello a lo que el texto me haya llamado:
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ORACIÓN Gracias, Señor, por tu obra en nosotros Gracias, Señor, Gracias, Señor, Gracias, Señor, Gracias, Señor, Gracias, Señor, |