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SAN JUAN DE ÁVILA, Audi, filia
[I], cap. 1, 3-5, en Obras Completas, t. I.,
BAC, Madrid 2000, pp. 410-411.
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PRESENTACIÓN
Oramos
de nuevo con el tratado Audi, filia, esta vez con un texto
procedente de la primera edición (1556), que sería ampliado en la
segunda (1574). Nos hemos preguntado ya “¿A quién oímos?”,
y en aquella oración nos pudimos introducir un poco en la
identificación de los lenguajes del mundo, la carne y el demonio
(según la doctrina clásica de los enemigos del alma), que nos
apartan de oír el lenguaje de Dios, el lenguaje de la inocencia.
El Audi, filia
continúa profundizando en esto, con la intención de ayudar a
reconocer la fuerza y seducción de esos lenguajes –sus tentaciones-
y ofrecer “remedios” para vencerlos. Se trata, por tanto, de textos
que sirven al discernimiento espiritual y, a continuación, nos abren
el camino de la liberación, que consiste siempre en una
conversión (del oído y de la mirada) a Cristo.
El primero de estos enemigos es el mundo, que habla
el lenguaje de “las cosas vanas” y, por tanto, un “lenguaje de
confusión y tiniebla”, aunque pueda presentarse con fuerte brillo,
poder y seducción. Invitamos a seguir el texto, interiorizarlo,
aplicarlo a las situaciones de nuestra vida, y orar haciendo
realmente lo que Juan de Ávila nos propone. |
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Para hacer silencio repetimos despacio en
nuestro interior:
Enséñame a seguir tus sendas, Señor;
indícame, mi Dios, tus caminos. [cf. Sal 25 (24)] |
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TEXTO
Al lenguaje del mundo no le hemos de
oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales a quien las
cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira
que tiene apariencia y se usa. E así engañado echa atrás sus
espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por
el ciego norte del aplacimiento del mundo. […]
Mas
mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este
mundo que vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y
vanidad, que los hombres apartados de Dios inventaron,
rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de Dios,
siguiendo su voluntad propia y no sujetándose a la de su
Criador; y poniendo su amor en las honras y deleites y bienes
presentes, siéndoles dados no para pegarse al corazón en ellos,
mas para usar de ellos recibiéndolos y sirviendo con ellos al
Señor que los dio. Éstos son los mundanos tan miserables que de
ellos dice Cristo nuestro Señor: El mundo no puede recibir
el espíritu de la verdad (Jn 14,17), porque, si este
corazón malo y vano no echa de sí, no podrá recibir la verdad
del Señor. Porque es tan grande la contrariedad que hay del uno
al otro, que quien de Cristo y de su espíritu quisiere ser, es
necesario que no sea del mundo; y quien del mundo quisiere ser,
a Cristo ha perdido. […]
[Remedio] Y si el tropel de la humana
mentira quisiere cegar o hacer desmallar al caballero cristiano,
alce sus ojos al Señor, y pídale fuerzas, y oya sus palabras,
que dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo (Jn
16,33). Como si dijese: «Antes que yo acá viniese, cosa muy
recia era tornarse contra este mundo engañoso y desechar lo que
en él florece, abrazar lo que él desecha; mas, después que
contra mí puso todas sus fuerzas, inventado nuevos géneros de
tormentos y deshonras, los cuales yo sufrí sin volverles el
rostro, ya no sólo pareció flaco, pues encontró quien pudo más
sufrir que él perseguir, mas aún queda vencido para vuestro
provecho, pues, con mi ejemplo que os di y mi fortaleza que os
gané, ligeramente lo podéis vencer, sobrepujar y hollar.» Pues
mire el cristiano que como los que son del mundo no tienen
orejas para escuchar la verdad de Dios, antes la desprecian, así
el que es del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar
las mentiras del mundo, ni curar de ellas, porque ahora halague,
ahora persiga, ahora prometa, ahora amenace, ahora espante,
ahora parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar.
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COMENTARIO
Para
interpretar bien el texto, no hay que olvidar la distinción que el
propio Ávila recuerda entre las dos acepciones de la palabra
“mundo”:
- El mundo visible, la creación, es obra
de Dios y participa de su bondad: es el mundo «que los
cristianos creen fundado y conservado por el amor del
Creador» (Gaudium et spes 2).
- El mundo “malo” es “la ceguedad, maldad
y vanidad” de los hombres en su lejanía de Dios y su
rebeldía contra él. Es el mundo en cuanto «esclavizado bajo
la servidumbre del pecado» (GS 2).
Es necesario mantener la
distinción para no caer en el desprecio de las realidades terrenas,
pero también comprender que ambas dimensiones se dan juntas: «el
mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del
Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado
por Cristo, crucificado y resucitado» (GS 2).
El mundo que el
cristiano no debe “oír” es el que ha optado por regirse a sí mismo,
por su parecer, y “no por la lumbre y gracia de Dios”. Puesto que
Dios es “la verdad”, separado y opuesto a él, este mundo es
“mentira”: su lógica es “engañosa”. Su engaño consiste en
absolutizar los bienes presentes, las realidades del mundo,
otorgándoles un poder al cual se ha de rendir el hombre; incluso
considerando que son lo único “real”. Para escapar a esta lógica hay
que volver a la verdad del Dios creador, y a la consideración del
mundo y sus bienes como criaturas; hay que recuperar el sentido de
la vida del hombre, el fin para el que fue creado, su vocación
original. Hay que reconocer que todos los bienes le han sido dados
al hombre (sentido del don y la gratuidad de la creación) “para usar
de ellos recibiéndolos y sirviendo con ellos al Señor que los dio”.
Estas palabras y el espíritu que encierran recuerdan el
Principio y fundamento de los Ejercicios espirituales
de San Ignacio [23].
Este mundo engañoso tiene
un lenguaje: “la mentira que tiene apariencia y se usa”; es decir:
envolver con apariencias, trastocar el valor de las cosas, ofrecer
apariencias de felicidad, de vida, de bien; imponer tales falsos
valores como dominantes, lo que todos piensan y hacen, la presión
social de unas dinámicas muy generalizadas, de unas estructuras y
sistemas fuera de los cuales parece que no existe la vida. Este
lenguaje deforma la mirada, la ciega, y hace que la vida se oriente
hacia un “norte ciego”: el de agradar a ese mundo, el de entrar en
él creyendo que en él está la vida. Por último, este proceso alcanza
a la afectividad y al corazón: el hombre “pone su amor” y “pega su
corazón” a bienes que, en realidad, no pueden darle la vida para la
que fue creado. De este modo, delicado y sutil muchas veces, el
hombre se hace “mundano” y su corazón no puede recibir la verdad de
Dios. Si se deja arrastrar por esta lógica, aunque lleve el nombre
de cristiano, su corazón “ha perdido a Cristo”, al menos en el nivel
a que está llamado a vivir.
Juan de Ávila quiere
hacernos conscientes del drama de nuestra existencia, quiere
enfrentarnos a la radicalidad de las opciones vitales, hacernos
conscientes de la fuerza de los lenguajes del mundo. Quiere
desenmascarar su “engaño”, para que Dios sea nuestro Dios y las
realidades del mundo sean para nosotros lo que son en realidad. Ve
al cristiano (utilizando la figura típica en su tiempo del
“caballero cristiano”, como Erasmo de Rotterdam o Ignacio de Loyola)
en lucha contra estos poderes, contra la “humana mentira” que le
puede “cegar” o derribar. Ha de elegir ser “del bando de Cristo”,
alusión que recuerda también la Meditación de dos banderas
de los Ejercicios [136-147].
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo echar
de sí ese “corazón vano y malo”? ¿Será por sus propias fuerzas? No.
¿Lo hará Dios sin contar con él? No. Será en la misteriosa unión de
la libertad humana y la gracia divina: “alce sus ojos al Señor, y
pídale fuerzas, y oiga sus palabras”. Una conversión de la mirada
hacia Cristo, una oración intensa consciente de que la fuerza vendrá
de Dios, una conversión del oído para escuchar su palabra. Tal es el
“remedio” para superar las tentaciones continuas del mundo, para no
ser engañados, para dejar de oír y de ser seducidos por sus
lenguajes y comenzar a oír y ser seducidos por Dios. |
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PALABRA DE DIOS
Jn 14, 15-17:
Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre
para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con
vosotros. Es el Espíritu de la verdad que no puede recibir el
mundo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo
conocéis porque vive en vosotros y está en vosotros.
Jn 16, 32-33:
Mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que
cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo.
Aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he
dicho esto, para que podáis encontrar la paz en vuestra unión
conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que
sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo.
Mt 4, 1-11: las tentaciones de
Jesús en el desierto.
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PARA LA MEDITACIÓN E
INTERIORIZACIÓN
Invocamos al Espíritu
Santo, para que su luz nos permita descubrir aquello en lo que
estamos engañados y nos guíe hacia la verdad. Nuestro rato de
oración personal tendrá dos partes, siendo la segunda la principal,
a la que hemos de dedicar más tiempo, porque en ella reside la
transformación del corazón.
1.
Serenamente, profundizamos en los “lenguajes del mundo” que nos
atrapan: ¿qué bienes, qué honras, qué deleites hacen
que dé la espalda a Dios y corra tras ellos?; ¿qué realidades se
agigantan para mí hasta el punto de usurpar el lugar de Dios?
Las situaciones pueden
ser diversas. Ese “mundo de mentira” puede…
- halagarme: alimentar mi
vanidad, mi orgullo, mi soberbia, incluso bajo capa de
bien…;
- perseguirme: cuando busco ser
fiel a Cristo, seguir su Evangelio, buscar la justicia,
hacer el bien, defender al oprimido...; persecuciones de
palabra y de obra, incomprensiones, maledicencias…;
- prometerme: éxitos, bienes,
prosperidad y comodidad, seguridad, paz,… promesas incluso
de cosas buenas en sí…, a cambio de medios y tratos
injustos…;
- amenazarme: …si no sigo sus
dictados; ponerme ante pérdidas reales de lo que amo,
presionarme para que en mí corazón abandone la dinámica de
entrega y busque guardar mi vida…;
- espantarme: infundirme
miedo(s), quebrar mi confianza en Dios…;
- puede parecer blando: abrirme
caminos fáciles, ofrecerme gustos superficiales, falsas
alegrías….
Todos estos son sus modos de
engañar. ¿En qué trampa estoy tentado de caer?; ¿qué presiones
mundanas inclinan hoy mi corazón?
2.
“Alce sus ojos al Señor”: en la segunda edición, Juan
de Ávila precisa: “alce los ojos a su Señor puesto en cruz”. Una
mirada prolongada a Jesús en el camino de su pasión y en la
cruz… dejando que su situación ilumine la mía, que su modo de
caminar, de vivir, de amar, de entregarse… muestre su contraste
con lo que estoy viviendo.
-
“Eligió el Señor muerte en extrema deshonra… porque conoció
cuán poderoso tirano es el amor de la honra en el corazón de
muchos”.
-
El mundo “pregonó a Jesucristo por malhechor por las calles
de Jerusalén”.
-
En su muerte en cruz cayeron sobre él tormentos y dolores,
injurias y desprecios.
-
Jesús sufrió todo esto “sin volver el rostro”.
“Pídale fuerzas”:
elevo al Señor una súplica intensa y confiada; sólo de
él puede venir para mí la luz y la fortaleza, el Espíritu de
Dios; la fuerza para vencer toda tentación.
“Oiga sus palabras,
que dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo”.
En el silencio, ante Cristo, reconozco que sólo él es
la vida, sólo él es la verdad. El Crucificado, el perseguido y
muerto por el pecado del mundo, ha resucitado. Y vive para
siempre. En el silencio, dejo que su paz llegue a mí. Le pido
que, poco a poco, mi corazón vaya confiando en él, en su
victoria, en su promesa. Puedo repetir esta frase como un mantra
–“confiad, yo he vencido al mundo”-, y luego quedar en silencio
de escucha, con el corazón abierto al espíritu de Jesús.
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ORACIÓN
Oramos con el Salmo 141 (140)
Señor, te estoy llamando, date prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Que suba mi oración como incienso ante ti,
que mis manos suplicantes sean como ofrenda vespertina.
Pon, Señor, en mi boca un centinela,
un vigilante a la puerta de mis labios.
No dejes que mi corazón se incline a la maldad,
ni a cometer crímenes y delitos con los malhechores.
¡No, no participaré en sus banquetes!
Que el justo me golpee y me reprenda como amigo,
pero nunca aceptaré los honores del malvado,
ni cesará mi oración contra sus crímenes.
Hacia ti, Señor, se vuelven mis ojos,
en ti me refugio, no me desampares.
Líbrame del lazo que me han puesto,
de la trampa que me han tendido los malhechores. |