Homilía del cardenal Ratzinger en la misa de exequias de Juan Pablo II
«Está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice»

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 8 abril 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el cardenal Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, durante la misa de exequias por Juan Pablo II que presidió este viernes en la plaza de San Pedro del Vaticano.
 

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«Sígueme», dice el Señor resucitado a Pedro, como última palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. «Sígueme», esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse como la clave para comprender el mensaje que deja la vida de nuestro difunto y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud.

Con estos sentimientos y este espíritu, hermanos y hermanas en Cristo, nos encontramos en la plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros diferentes lugares de la ciudad de Roma, poblada en estos días por una inmensa multitud silenciosa y orante. Saludo a todos cordialmente. En nombre del Colegio de los cardenales saludo con deferencia a los jefes de Estado, de gobierno y a las delegaciones de los diferentes países. Saludo a las autoridades y a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas, al igual que a los de las diferentes religiones. Saludo a los arzobispos, a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, llegados de todos los continentes; de forma especial a los jóvenes a los que Juan Pablo II definía como el futuro y la esperanza de la Iglesia. Mi saludo alcanza también a todos los que en cualquier lugar del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión, en esta participación conjunta en el solemne rito de despedida del querido pontífice.

«Sígueme». Cuando era joven estudiante, Karol Wojtyla era un apasionado de la literatura, del teatro, de la poesía. Mientras trabajaba en una fábrica química, rodeado y amenazado por el terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Muchas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, en el que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio a partir de tres frases del Señor. Ante todo ésta: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Juan 15, 16). La segunda palabra es: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10, 11). Y por último: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor» (Juan 15, 9).

En estas tres frases podemos ver el alma entera de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares sin descanso para llevar fruto, un fruto que permanece. «Levantaos, vamos», es el título de su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. «Levantaos, vamos», nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por toda la familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y finalmente «permaneced en mi amor»: el Papa, que buscó el encuentro con todos, que tuvo una capacidad de perdón y de apertura de corazón para todos, nos dice hoy también con estas palabras del Señor: «Permaneciendo en el amor de Cristo, aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor».

«Sígueme». En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y tras el Señor. Karol fue, como era habitual, con un grupo de jóvenes apasionados de canoa a los lagos Masuri para pasar unos días de vacaciones juntos. Pero llevaba consigo una carta que le invitaba a presentarse ante el primado de Polonia, el cardenal Wyszynski, y podía adivinar el motivo del encuentro: su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la docencia universitaria, dejar esta comunión estimulante con los jóvenes, dejar la gran liza intelectual para conocer e interpretar el misterio de la criatura humana, para hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser, todo aquello debía parecerle como un perderse a sí mismo, perder aquello que constituía la identidad humana de ese joven sacerdote. Sígueme, Karol Wojtyla aceptó, escuchando en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. De este modo, se dio cuenta de que es verdadera la palabra del Señor: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lucas 17, 33). Nuestro Papa, todos lo sabemos, nunca quiso salvar su propia vida, guardársela; se entregó sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros. De esa forma experimentó que todo lo que había puesto en manos del Señor se lo devolvía de una nueva manera: el amor a la palabra, a la poesía, a las letras fue una parte esencial de su misión pastoral y dio nueva frescura, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, precisamente cuando éste es signo de contradicción.

«Sígueme». En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: «Simón de Juan, ¿me quieres?...

Apacienta mis ovejas». A la pregunta del Señor: Karol ¿me quieres?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: « Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal. Éste no es el momento de hablar de los diferentes aspectos de un pontificado tan rico.

Quisiera leer solamente dos pasajes de la liturgia de hoy, en los que aparecen elementos centrales de su anuncio. En la primera lectura dice San Pedro --y el Papa nos dice con San Pedro--: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato. Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos» (Hechos 10, 34-36). Y en la segunda lectura, San Pablo --con San Pablo nuestro Papa difunto-- nos exhorta intensamente: «Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor» (Filipenses 4, 1).

¡Sígueme! Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva, que resume el diálogo sobre el amor y sobre el mandato de pastor universal, el Señor recuerda otro diálogo, que tuvo lugar en la Última Cena. Esa vez, Jesús dijo: «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir». Pedro dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Le respondió Jesús: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» (Juan 13, 33.36). Jesús va de la Cena a la Cruz y a la Resurrección y entra en el misterio pascual; Pedro, sin embargo, todavía no le puede seguir. Ahora, tras la Resurrección, llegó este momento, este «más tarde». Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras, «cuando eras joven…, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (Juan 21, 18). En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre anunció el Evangelio infatigablemente y con renovada intensidad el misterio del amor hasta el fin.

Él nos ha interpretado el misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El límite impuesto al mal «es en definitiva la divina misericordia» («Memoria e identidad», página 70). Y reflexionando sobre el atentado dice: «Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien» (página 199). Alentado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo, y por eso, el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo.

Divina Misericordia: El Santo Padre encontró el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido a su madre cuando era muy joven, amó todavía más a la Madre de Dios. Escuchó las palabras del Señor crucificado como si estuvieran dirigidas a él personalmente: «¡Aquí tienes a tu madre!». E hizo como el discípulo predilecto: la acogió en lo íntimo de su ser («eis ta idia»: Juan 19,27) -- Tous tuus. Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo.

Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]



Texto del «Rogito», acta en pergamino sobre la vida del Papa introducido en su ataúd
Leído por el arzobispo Piero Marini, maestro de las Celebraciones Pontificias

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 8 abril 2005 (ZENIT.org).- Publicamos nuestra traducción y el original latín del texto del «Rogito», acta en pergamino que leyó el maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, el arzobispo Piero Marini, y que tras ser firmado por todos los presentes fue introducido en el ataúd de Juan Pablo II.
 

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En la luz de Cristo resucitado de los muertos, el 2 de abril del año del Señor 2005, a las 21,37 horas, mientras concluía el sábado, y ya habíamos entrado en el día del Señor, Octava de Pascua y Domingo de las Divina Misericordia, el querido pastor de la Iglesia, Juan Pablo II, pasó de este mundo al Padre. Toda la Iglesia acompañó en oración su tránsito, especialmente los jóvenes.

Juan Pablo II fue el papa número 264. Su memoria se queda en el corazón de la Iglesia y de toda la humanidad.

Karol Wojtyła, elegido Papa el 16 de octubre de 1978, nació en Wadowice, ciudad a 50 kilómetros de Cracovia, el 18 de mayo de 1920 y fue bautizado dos días más tarde en la Iglesia parroquial por el sacerdote Francesco Zak.

A los 9 años recibió la primera Comunión y a los 18 el sacramento de la Confirmación. Al interrumpir los estudios a causa del cierre de la Universidad por parte de las fuerzas de ocupación nazis, trabajó en una cantera y, después, en la fábrica química Solvay.

A partir de 1942, sintiéndose llamado al sacerdocio, estudió en el seminario clandestino de Cracovia. El 1 de noviembre de 1946 recibió la ordenación sacerdotal de manos del cardenal Adam Sapieha. Después fue enviado a Roma, donde se licenció y doctoró en teología, con una tesis que llevaba por título «Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce».

Regresó después a Polonia, donde recibió algunas tareas pastorales y enseño las sagradas disciplinas. El 4 de julio de 1958, el Papa Pío XII le nombró obispo auxiliar de Cracovia. Y Pablo VI, en 1964, le destinó a esa misma sede como arzobispo. Como tal intervino en el Concilio Vaticano II. Pablo VI le creó cardenal el 26 de junio de 1967.

En el cónclave fue elegido Papa por los cardenales, el 16 de octubre de 1978, y tomó el nombre de Juan Pablo II. El 22 de octubre, día del Señor, comenzaba solemnemente su ministerio petrino.

El pontificado de Juan Pablo II ha sido uno de los más largos de la Iglesia. En este período, bajo diferentes aspectos, se ha asistido a muchos cambios. Entre los cuales, la caída de algunos regímenes, a la que él mismo contribuyó. Con el objetivo de anunciar el Evangelio realizó muchos viajes a diferentes países.

Juan Pablo II ejerció el ministerio petrino con incansable espíritu misionero, dedicando todas sus energías movido por la «sollicitudo omnium ecclesiarum» y por la caridad abierta a toda la humanidad. Más que todos sus predecesores se ha encontrado con el Pueblo de Dios y con los responsables de las naciones, en las celebraciones, en las audiencias generales y en las visitas pastorales.

Su amor por los jóvenes le llevó a comenzar las Jornadas Mundiales de la Juventud, convocando a millones de jóvenes de varias partes del mundo.

Ha promovido con éxito el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones, convocándoles en ocasiones en encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.

Ha ampliado notablemente el Colegio de los cardenales, creando 231 (además de uno «in pectore»). Ha convocado quince asambleas del Sínodo de los Obispos, siete generales ordinarias y ocho especiales. Ha erigido numerosas diócesis y circunscripciones, en particular en el Este de Europa.

Ha reformado los Códigos de Derecho Canónico Occidental y Oriental, ha creado nuevas instituciones y reordenado la Curia Romana.

Como «sacerdos magnus» ha ejercido el ministerio litúrgico en la diócesis de Roma y en todo el orbe, en plena fidelidad al Concilio Vaticano II. Ha promovido de manera ejemplar la vida y la espiritualidad litúrgica y la oración contemplativa, especialmente la adoración eucarística y la oración del santo Rosario (Cf. carta apostólica «Rosarium Virginis Mariae»).

Bajo su guía, la Iglesia se ha acercado al tercer milenio y ha celebrado el Gran Jubileo del año 2000, según las líneas indicadas con la carta apostólica «Tertio millennio adveniente». Ésta se ha asomado después a la nueva época, recibiendo sus indicaciones en la carta apostólica «Novo millennio ineunte», en la que se mostraba a los fieles el camino del tiempo futuro.

Con el Año de la Redención, el Año Marino y el Año de la Eucaristía, ha promovido la renovación espiritual de la Iglesia. Ha dado un impulso extraordinario a las canonizaciones y beatificaciones para mostrar innumerables ejemplos de santidad de hoy, que sirvieran de aliento a los hombres de nuestro tiempo. Ha proclamado doctora de la Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús.

El magisterio doctrinal de Juan Pablo II es muy rico. Custodio del depósito de la fe, se entregó con sabiduría y valentía para promover la doctrina católica, la teología moral y espiritual, y a enfrentarse durante todo su pontificado a las tendencias contrarias a la genuina tradición de la Iglesia.

Entre los documentos principales, se encuentran 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 45 cartas apostólicas, además de las catequesis propuestas en las audiencias generales y de las alocuciones pronunciadas en todas las partes del mundo. Con su enseñanza, Juan Pablo II ha confirmado e iluminado al Pueblo de Dios sobre la doctrina teológica (sobre todo en las primeras tres grandes encíclicas («Redemptor hominis», «Dives in misericordia», «Dominum et vivificantem), antropológica y social (encíclicas «Laborem exercens», «Sollicitudo rei socialis», «Centesimus annus»), moral (encíclicas «Veritatis splendor», «Evangelium vitae»), ecuménica (encíclica «Ut unum sint»), misiológica (encíclica «Redemptoris missio»), mariológica (encíclica «Redemptoris Mater»).

Ha promulgado el Catecismo de la Iglesia Católica a la luz de la Tradición, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II. Ha publicado también algunos volúmenes como doctor privado.

Su magisterio ha culminado en la encíclica «Ecclesia de Eucharistia» y en la carta apostólica «Mane nobiscum Domine», durante el Año de la Eucaristía.

Juan Pablo II ha dejado a todos un testimonio admirable de piedad, de vida santa y de paternidad espiritual.


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(Firmas de los testigos de las celebraciones de inhumación…)

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CORPUS IOANNIS PAULI II P.M.
VIXIT ANNOS LXXXIV, MENSES X DIES XV

ECCLESIAE UNIVERSAE PRAEFUIT
ANNOS XXVI MENSES V DIES XVII

Semper in Christo vivas, Pater Sancte!


OBITUS, DEPOSITIO ET TUMULATIO
IOANNIS PAULI II SANCTAE MEMORIAE
 




In lumine Christi a mortuis Resurgentis, die II mensis Aprilis anno Domini MMV, hora vicesima prima, triginta septem momentis elapsis, vesperi, cum dies sabbati ad finem vergeret atque ingressi essemus diem Domini, Octavam scilicet Paschalem necnon Dominicam Divinae Misericordiae, Ecclesiae dilectus Pastor, Ioannes Paulus II de hoc mundo ad Patrem demigravit. Eius transitum tota orans Ecclesia est comitata, Iuvenes potissimum.
Ioannes Paulus II ducentesimus sexagesimus quartus fuit Pontifex. Eius memoria in totius Ecclesiae omniumque hominum cordibus manet.

Carolus Wojtyła, qui die XVI Octobris anno MCMLXXVIII Summus Pontifex electus est, Wadowice, in urbe scilicet quae quinquaginta kiliometra abest a Cracovia, die XVIII mensis Maii anno MCMXX natus est atque duobus post diebus in paroeciali Templo a presbytero Francisco Zak baptizatus est.
Novem annos natus Primam Communionem recepit atque duodevicesimum agens annum confirmatus est.
Quibus incumbebat, studiis intermissis, quia nationalis socialismi obsidentes potestates studiorum universitatem clauserant, in lapidicinis ab anno MCMXL ad annum MCMXLIV, et postea in fabrica chemica Solvay opus fecit.
Ab anno MCMXLII, cum se ad sacerdotium vocari sentiret, seminarium clandestinum adiit Cracoviense. Die I mensis Novembris anno MCMXLVI per Cardinalis Adami Sapieha manuum impositionem sacerdotalem ordinationem Cracoviae recepit. Romam posthac missus est, ubi primum licentiam, exinde doctoratum in sacra theologia est consecutus, thesim scribens, cuius titulus Doctrina de fide apud Sanctum Ioannem a Cruce.
Poloniam postea repetiit, ubi quaedam sustinuit officia pastoralia et quasdam disciplinas sacras docuit. Die IV mensis Iulii anno MCMLVIII a Pio XII Episcopus Auxiliaris Cracoviensis constitutus est atque eidem Sedi a Paulo VI Archiepiscopus anno MCMLXIV est destinatus. Ut Archiepiscopus Cracoviensis Concilio Oecumenico Vaticano II interfuit. Paulus VI die XXVI mensis Iunii anno MCMLXVII in Patrum Cardinalium Collegium eum rettulit.

In Conclavi die XVI mensis Octobris anno MCMLXXVIII Summus Pontifex a Patribus Cardinalibus electus est atque ipse sibi nomen imposuit Ioannem Paulum II. Subsequenti die XXII, Dominico die, sollemniter suum Petrinum ministerium incohavit.
Pontificatus Ioannis Pauli II unus ex longissimis in Ecclesiae historia exstitit. Hoc temporis spatio multa sunt commutata variis in provinciis. In his communistarum quarundam nationum regiminum dissolutiones annumerantur, ad quam rem multum contulit ipse Summus Pontifex. Evangelii nuntiandi causa innumera quoque itinera varias in nationes suscepit.
Ministerium Petrinum strenuo suo missionali animo gessit, omnes impendens suas vires, cum sollicitudo omnium Ecclesiarum itemque in cunctos homines caritas eum tenerent. Magis quam antea unquam Dei Populum ac Nationum Potestates, in Celebrationibus, in generalibus peculiaribusque Audientiis atque pastoralibus Visitationibus ipse convenit.
In iuvenes dilectio eum compulit ut Dies Mundiales Iuventutis ediceret, innumeris undique gentium convocatis iuvenibus.
Dialogum cum Hebraeis multisque ceterarum religionum sectatoribus promovit atque earum asseclas nonnumquam convocavit causa pro pace precandi, Asisii potissimum.
Cardinalium Collegium valde auxit, cum eligerentur ab eo ducenti triginta et unus cardinales (et unus in pectore). Quindecim Congressiones Synodorum Episcoporum, scilicet septem generales ordinarias et octo speciales convocavit. Complures Dioeceses ecclesiasticasque Circumscriptiones, praesertim in Europa orientali, constituit. Codicem Iuris Canonici et Codicem Canonum Ecclesiarum Orientalium reformavit Romanamque Curiam denuo composuit.
Sicut “sacerdos magnus” in Romana Dioecesi totoque terrarum orbe sacrae liturgiae ministerium exercuit, erga Concilium Vaticanum II plena servata fidelitate. Peculiarem in modum vitam spiritalitatemque liturgicam necnon comtemplativam orationem, eucharisticam potissimum adorationem sanctique Rosarii precationem promovit (cfr Ep. ap. Rosarium Virginis Mariae).
Summi Pontificis ductu Ecclesia tertio millennio se appropinquavit ac Magnum Iubilaeum anni bismillesimi celebravit, secundum normas ab ipso latas Litterarum apostolicarum Tertio millennio adveniente. Exinde novum aevum eadem est ingressa consilia propositaque recipiens in Litteris apostolicis Novo millennio ineunte significata, quibus futuri temporis iter fidelibus ille demonstrabat.
Per Redemptionis Annum, Marialem Annum et Eucharistiae Annum effecit ut Ecclesia spiritaliter renovaretur. Multum dedit operae beatificationibus et canonizationibus, ut innumera sanctitatis exempla hodiernae aetatis ostenderet, quae incitamento essent qui nunc sunt hominibus. Teresiam a Iesu Infante Ecclesiae Doctorem declaravit.

Doctrinae magisterium luculenter Ioannes Paulus II exercuit. Fidei depositi custos, prudenter animoseque ad catholicam doctrinam, theologicam, moralem spiritalemque provehendam operam navavit et ad arcenda quae verae Ecclesiae traditioni sunt adversa toto Pontificatus tempore sollicite incubuit.
Inter praecipua documenta quattuordecim Litterae encyclicae, quindecim Adhortationes apostolicae, undecim Constitutiones apostolicae, quadraginta quinque Litterae apostolicae, praeter catecheses in generalibus Audientiis ac adlocutiones ubique terrarum habitas, annumerantur. Suam per docendi operam Ioannes Paulus II Dei Populum confirmavit eique theologicam doctrinam (tribus potissimum praecipuis Litteris encyclicis, scilicet Redemptor hominis, Dives in misericordia, Dominum et vivificantem), anthropologicam socialemque (Litteris encyclicis Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus), moralem (Litteris encyclicis Veritatis splendor, Evangelium vitae), oecumenicam ( Litteris encyclicis Ut unum sint), missiologicam (Litteris encyclicis Redemptoris missio), mariologicam (Litteris encyclicis Redemptoris Mater) tradidit.
Catechismus Ecclesiae Catholicae, sub Revelationis lumine, quam Concilium Vaticanum II insigniter collustravit, ab eo est promulgatus. Quaedam etiam volumina uti privatus Doctor edidit.
Eius magisterium in Litteris encyclicis Ecclesia de Eucharistia et Litteris apostolicis Mane nobiscum Domine, Eucharistiae Anno, attigit fastigium.
Mirabiles pietatis, sanctitatis vitae universalisque paternitatis cunctis hominibus testificationes reliquit Ioannes Paulus II.
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Celebrationum tumulationisque testes

 

CORPUS IOANNIS PAULI II P.M.
VIXIT ANNOS LXXXIV MENSES X DIES XV

ECCLESIAE UNIVERSAE PRAEFUIT
ANNOS XXVI MENSES V DIES XVII

Semper in Christo vivas, Pater Sancte!