XII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
CON S.S. JUAN PABLO II EN PARÍS

(19 al 24 de Agosto 1997)

7. Sed testigos de Cristo
(Homilía durante la misa celebrada en el hipódromo de Longchamp el domingo 24 de agosto)

1. «Maestro, ¿dónde vives?» (/Jn/01/38-39). Dos jóvenes hicieron un día esta pregunta a Jesús de Nazaret. Esto ocurría al borde del Jordán. Jesús había ido para recibir el bautismo de Juan, pero el Bautista, al ver a Jesús que iba a su encuentro, dijo: «Éste es el Cordero de Dios» (Jn 1, 29). Estas palabras proféticas señalaban al Redentor, al que iba a dar su vida por la salvación del mundo. Así, desde el bautismo en el Jordán, Juan indicaba al Crucificado. Fueron precisamente dos discípulos de Juan el Bautista quienes, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. ¿No encierra esto un rico significado? Cuando Jesús les preguntó: «¿Qué buscáis?» (Jn 1, 38), contestaron también ellos con una pregunta: «Rabbí --es decir Maestro--, ¿dónde vives?». Jesús les respondió: «Venid y lo veréis». Ellos le siguieron, fueron donde vivía y se quedaron con él aquel día» (Jn 1, 39). Se convirtieron así en los primeros discípulos de Jesús. Uno de ellos era Andrés, el que condujo también a su hermano Simón Pedro a Jesús.

Queridos amigos, me complace poder meditar este evangelio con vosotros, juntamente con los cardenales y los obispos que me rodean, a quienes me alegra saludar. Agradezco a mons. James Francis Stafford y al Consejo pontificio para los laicos su activa preparación para este hermoso encuentro, siguiendo el ejemplo del cardenal Pironio, que ha trabajado tanto por las Jornadas mundiales. Mi gratitud va al cardenal Jean-Marie Lustiger por su acogida; a mons. Michel Dubost; a los obispos de Francia y a los de muchos países del mundo, que os acompañan y que han enriquecido vuestras reflexiones. Saludo cordialmente, asimismo, a los sacerdotes concelebrantes, a los religiosos y religiosas, y a todos los responsables de vuestros movimientos y de vuestros grupos diocesanos. Agradezco su presencia a nuestros hermanos cristianos de otras comunidades, así como a las personalidades civiles que han querido asociarse a esta celebración litúrgica.

Saludándoos a todos de nuevo, me complace dirigir una palabra de estímulo y afecto a los minusválidos que están entre vosotros; les damos gracias por haber venido con nosotros y por darnos su testimonio de fe y de esperanza. Encomiendo también en mi oración a todos los enfermos, tanto a los atendidos en hospitales como en sus casas. En nombre de todos, quisiera expresar también nuestra gratitud a los numerosos voluntarios que aseguran con dedicación y competencia la organización de vuestra reunión. Quisiera felicitarles por su seriedad. Volvamos al Evangelio.

2. El breve fragmento del evangelio de Juan que hemos escuchado nos dice lo esencial del programa de la Jornada mundial de la juventud: un intercambio de preguntas y, después, una respuesta que es una llamada. Al presentar este encuentro con Jesús, la liturgia quiere mostrar hoy lo que más cuenta en vuestra vida. Y yo, Sucesor de Pedro, he venido a pediros que hagáis también vosotros esta pregunta a Cristo: «¿Dónde vives?». Si se la hacéis sinceramente, podréis escuchar su respuesta y recibir de él el valor y la fuerza para seguirlo.

Esa pregunta es el fruto de una búsqueda. El hombre busca a Dios. El joven comprende en el fondo de sí mismo que esta búsqueda es la ley interior de su existencia. El ser humano busca su camino en el mundo visible; y, a través del mundo visible, busca el invisible a lo largo de su itinerario espiritual. Cada uno de nosotros puede repetir las palabras del salmista: «Tu rostro buscaré Señor; no me escondas tu rostro» (/Sal/027/08-09). Cada uno de nosotros tiene su historia personal y lleva en sí mismo el deseo de ver a Dios, un deseo que se experimenta al mismo tiempo que se descubre el mundo creado. Este mundo es maravilloso y rico; despliega ante la humanidad sus maravillosas riquezas, seduce, atrae la razón tanto como la voluntad. Pero, en definitiva, no colma el espíritu. El hombre se da cuenta de que este mundo, en la diversidad de sus riquezas, es superficial y precario; en cierto sentido, está abocado a la muerte. Hoy tomamos cada vez mayor conciencia de la fragilidad de nuestra tierra, demasiado a menudo degradada por la misma mano del hombre, a quien el Creador la ha confiado.

En cuanto al hombre mismo, viene al mundo, nace del seno materno, crece y madura; descubre su vocación y desarrolla su personalidad a lo largo de los años de su actividad; después se aproxima cada vez más al momento en que debe abandonar este mundo.

Cuanto más larga es su vida, tanto más siente el hombre su propio carácter precario, y tanto más se plantea el interrogante de la inmortalidad: ¿qué hay más allá de las fronteras de la muerte? Entonces, en lo profundo de su ser, surge la pregunta planteada a Aquel que ha vencido la muerte: «Maestro, ¿dónde vives?». Maestro, tú que amas y respetas a la persona humana; tú que has compartido el sufrimiento de los hombres; tú que esclareces el misterio de la existencia humana, ¡haz que descubramos el verdadero sentido de nuestra vida y de nuestra vocación! «Tu rostro buscaré Señor; no me escondas tu rostro» (Sal 27, 8-9).

3. En la orilla del Jordán, e incluso más tarde, los discípulos no sabían quién era verdaderamente Jesús. Necesitarán mucho tiempo para comprender el misterio del Hijo de Dios. También nosotros llevamos muy dentro el deseo de conocer a Aquel que revela el rostro de Dios. Cristo responde a la pregunta de sus discípulos con toda su misión mesiánica. Enseñaba y, para confirmar la verdad de lo que proclamaba, hacía grandes prodigios, curaba a los enfermos, resucitaba a los muertos y calmaba las tempestades del mar. Pero todo este proceso excepcional llegó a su plenitud en el Gólgota. Contemplando a Cristo en la cruz, con la mirada de la fe, se puede «ver» quién es el Salvador, el que cargó con nuestros sufrimientos, el justo que hizo de su vida un sacrificio y que justificará a muchos (cf. Is 53, 4.10-11).

San Pablo resume la sabiduría suprema en la segunda lectura de este día, con estas impresionantes palabras: «La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan --para nosotros-- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: "Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. (...) De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. (...) Nosotros predicamos a un Cristo crucificado» (/1Co/01/18-23). El Apóstol habla a las gentes de su tiempo, a los hijos de Israel, que habían recibido la revelación de Dios sobre el monte Sinaí, y a los griegos, artífices de una gran sabiduría humana y una gran filosofía. Pero, en definitiva, la finalidad y la cumbre de la sabiduría es Cristo crucificado, no sólo a causa de su palabra, sino porque él se entregó a sí mismo por la salvación de la humanidad.

Con su excepcional celo, san Pablo repite: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado». Aquel que a los ojos de los hombres parece sólo debilidad y locura, nosotros lo proclamamos como Fuerza y Sabiduría, plenitud de la Verdad. Es cierto que en nosotros la confianza tiene sus altibajos. Es verdad que nuestra mirada de fe a menudo está oscurecida por la duda y por nuestra propia debilidad. Humildes y pobres pecadores, aceptamos el mensaje de la cruz. Para responder a nuestra pregunta: «Maestro, ¿dónde vives?», Cristo nos hace una llamada: venid y lo veréis; en la cruz veréis la señal luminosa de la redención del mundo, la presencia amorosa del Dios vivo. Los cristianos, porque han comprendido que la cruz domina la historia, han colocado el crucifijo en las iglesias y en los bordes de los caminos, o lo llevan en sus corazones. Pues la cruz es un signo verdadero de la presencia del Hijo de Dios; por medio de este signo se revela el Redentor del mundo. «In hoc signo vinces».

4. «Maestro, ¿dónde vives?». La Iglesia nos responde cada día: Cristo está presente en la Eucaristía, el sacramento de su muerte y de su resurrección. En ella y por ella reconocéis la morada del Dios vivo en la historia del hombre. La Eucaristía es el sacramento del amor que vence la muerte, es el sacramento de la Alianza, puro don de amor para la reconciliación de los hombres; es el don de la presencia real de Jesús, el Redentor, en el pan que es su Cuerpo inmolado, y en el vino que es su Sangre derramada por todos. Por la Eucaristía, renovada sin cesar en todos los pueblos del mundo, Cristo constituye su Iglesia: nos une en la alabanza y en la acción de gracias por la salvación, en la comunión que sólo el amor infinito puede sellar. Nuestro encuentro mundial adquiere todo su sentido actual por la celebración de la misa. Jóvenes, amigos míos, ¡que vuestra presencia sea una real adhesión en la fe! Cristo responde a vuestra pregunta y, al mismo tiempo, a las preguntas de todos los hombres que buscan al Dios vivo. Responde con su invitación: esto es mi cuerpo, comed todos. Él confía al Padre su deseo supremo de que todos los que ama vivan en la unidad de la misma comunión.

5. La respuesta a la pregunta: «Maestro, ¿dónde vives?» conlleva numerosas dimensiones. Tiene una dimensión histórica, pascual y sacramental. La primera lectura de hoy nos sugiere otra dimensión más de la respuesta a la pregunta-lema de la Jornada mundial de la juventud: Cristo habita en su pueblo. Es el pueblo del que habla el Deuteronomio en relación con la historia de Israel: «Por el amor que os tiene, os ha sacado el Señor con mano fuerte y os ha liberado de la casa de servidumbre. (...) Has de saber, pues, que el Señor tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos» (Dt 7, 8-9). Israel es el pueblo que Dios eligió y con el cual hizo alianza.

En la nueva alianza, la elección de Dios se extiende a todos los pueblos de la tierra. En Jesucristo, Dios ha elegido a toda la humanidad. Él ha revelado la universalidad de la elección por la redención. En Cristo no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre; todos son uno (cf. Ga 3, 28). Todos han sido llamados a participar en la vida de Dios, gracias a la muerte y a la resurrección de Cristo. Nuestro encuentro, en esta Jornada mundial de la juventud, ¿no ilustra esta verdad? Todos vosotros, reunidos aquí, venidos desde tantos países y continentes, sois los testigos de la vocación universal del pueblo de Dios adquirido por Cristo. La última respuesta a la pregunta: «Maestro, ¿dónde vives?» debe entenderse así: yo habito en todos los seres humanos salvados. Sí, Cristo habita en su pueblo, que ha extendido sus raíces por todos los pueblos de la tierra, el pueblo que le sigue a él, el Señor crucificado y resucitado, el Redentor del mundo, el Maestro que tiene palabras de vida eterna, «la Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios» (Lumen gentium, 13). El concilio Vaticano II ha dicho de modo admirable: es él quien «nos concedió participar de su Espíritu, que es el único y el mismo en la Cabeza y en los miembros» (ib., 7). Gracias a la Iglesia, que nos hace participar de la misma vida del Señor, podemos ahora recordar la palabra de Jesús: «¿A quién iremos? ¿A quién otro iremos?» (cf. Jn 6, 68).

6. Queridos jóvenes, vuestro camino no acaba aquí. El tiempo no se para hoy. Id por los caminos del mundo, por las rutas de la humanidad, permaneciendo unidos en la Iglesia de Cristo.

Continuad contemplando la gloria de Dios, el amor de Dios, y recibiréis la luz para construir la civilización del amor, para ayudar al hombre a ver el mundo transfigurado por la sabiduría y el amor eternos.

Perdonados y reconciliados, sed fieles a vuestro bautismo. Dad testimonio del Evangelio. Como miembros de la Iglesia, activos y responsables, sed discípulos y testigos de Cristo que revela al Padre. Permaneced en la unidad del Espíritu que da la vida.


8. El día mundial de las misiones proclamaré a santa Teresa de Lisieux doctora de la Iglesia
(ÁNGELUS: Meditación mariana en el hipódromo de Longchamp de París, domingo 24 de agosto)

1. En el momento de conduir esta Jornada mundial en Francia, quiero evocar la gran figura de santa Teresa de Lisieux, que entró en la Vida hace cien años.

Esta joven carmelita fue conquistada totalmente por el amor de Dios. Vivió radicalmente su entrega como respuesta al amor de Dios. En la sencillez de la vida diaria supo igualmente practicar el amor fraterno. A imitación de Jesús aceptó sentarse «a la mesa de los pecadores», sus «hermanos» para que fueran purificados por el amor, ya que estaba animada por el ardiente deseo de ver a todos los hombres «iluminados por la antorcha luminosa de la fe» (cf. Ms C, 6 r).

Teresa experimentó el sufrimiento en su cuerpo y la prueba en su fe. Pero permaneció fiel, porque, con su gran inteligencia espiritual, sabía que Dios es justo y misericordioso; comprendía que el amor se recibe de Dios, más que del hombre. Hasta el fin de la noche, puso su esperanza en Jesús, el Siervo sufriente que entrega su vida por la multitud (cf. Is 53, 12).

2. El libro de los evangelios acompaña siempre a Teresa (cf. Carta 193). Penetra su mensaje con una extraordinaria seguridad de juicio. Comprende que en la vida de Dios, Padre, Hijo y Espíritu «el amor y la verdad se encuentran (Sal 85, 11). En pocos años, realizó «una carrera de gigante» (Ms A, 44 v). Descubre que su vocación consiste en ser, en el corazón de la Iglesia, el amor mismo. Teresa, humilde y pobre, traza el «caminito» de los hijos que se ponen en manos del Padre con una «confianza audaz». Su actitud espiritual, centro de su mensaje, se propone a todos los fieles.

La enseñanza de Teresa, verdadera ciencia del amor, es la expresión luminosa de su conocimiento del misterio de Cristo y de su experiencia personal de la gracia; ella ayuda a los hombres y mujeres de hoy, y ayudará a los del futuro, a percibir mejor los dones de Dios y a difundir la buena nueva de su amor infinito.

3. Santa Teresa, carmelita y apóstol, maestra de sabiduría espiritual para muchas personas consagradas o laicos, patrona de las misiones ocupa un lugar privilegiado en la Iglesia. Su eminente doctrina merece ser reconocida entre las más fecundas. Respondiendo a numerosas peticiones y después de atentos estudios, tengo la alegría de anunciar que, el domingo de las misiones, el 19 de octubre de 1997, en la basílica de San Pedro en Roma proclamaré doctora de la Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.

He querido anunciar solemnemente ese acto aquí, porque el mensaje de santa Teresa, santa joven tan presente en nuestro tiempo, es particularmente conveniente para vosotros, los jóvenes: en la escuela del Evangelio, os abre el camino de la madurez cristiana; os llama a una infinita generosidad; os invita a seguir siendo en el «corazón» de la Iglesia discípulos y testigos celosos de la caridad de Cristo.

Invoquemos a santa Teresa, para que guíe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo por el camino de la verdad y de la vida.

Con Teresa, dirijámonos a la Virgen María, a quien alabó e imploró durante toda su vida con confianza filial.


9. Saludos del Santo Padre a los jóvenes de los diversos países

Francés

Quisiera saludar ahora a todos nuestros amigos que nos siguen a través de la radio y la televisión. Entre ellos, dirijo un pensamiento particular a los jóvenes de la región de los Grandes Lagos, en Africa central, que nos escuchan en Goma. Queridos amigos, conocemos las pruebas que han sufrido vuestros pueblos. Con vuestros compañeros de París, os digo: ¡No os desaniméis y seguid siendo constructores de reconciliación y de paz!

Inglés

Ha llegado la hora de despedirnos. Al volver a vuestras familias y a vuestros amigos, en todos los numerosos países de donde provenís, llevad con vosotros la alegría y la luz de Cristo. «Jesucristo, el único Salvador del mundo, es el mismo ayer, hoy y siempre» (cf. Hb 13, 8). Él es el único verdadero faro de esperanza para la familia humana, llamada a afrontar enormes desafíos en el camino hacia la libertad, la justicia y la paz auténticas entre los pueblos y las naciones. Es también el Maestro, que ilumina el camino de cada uno de nosotros; es nuestra valentía y nuestra fuerza.

El Papa os invite a confiar en él, a seguirlo a dondequiera que os llame. Que el Espíritu Santo os colme de sabiduría y valentía. ¡No tengáis miedo! La victoria ya pertenece a Cristo. Y cada uno de vosotros es una parte importante de su misión y su victoria. ¡La gracia de Cristo esté siempre con vosotros!

Español

Jóvenes latinoamericanos y españoles que os acompañe siempre el gozo de la amistad sincera y la experiencia interior de la vida nueva que sólo Cristo puede dar. Conservad el entusiasmo de estos días, para que sigan floreciendo entre vosotros numerosas formas de compromiso en favor de la Iglesia y de la humanidad. Llevad el saludo entrañable del Papa a vuestras familias, a vuestros amigos, a los pueblos y naciones de donde venís.

Alemán

Os doy mi cordial saludo también a vosotros queridos jóvenes de los países de lengua alemana. Como en el bautismo habéis acogido a Cristo, así también toda vuestra vida debe ser un signo de reconocimiento de que Cristo sigue actuando hoy en el mundo.

Polaco

Queridos jóvenes amigos, al término de nuestro encuentro encomiendo a la Madre de Dios todos los frutos que han brotado en vuestro corazón, gracias a la obra del Espíritu Santo, que nos ha unido durante estas jornadas. Con la Virgen inmaculada, demos gracias al Todopoderoso por las maravillas que ha realizado en nosotros; con alegría, deseamos proclamar su santo nombre (cf. Lc 1, 49). Que María os envuelva a cada uno con su protección materna y os obtenga las gracias necesarias, para que, con perseverancia y eficacia, seáis testigos de una fe profunda, de un amor solicito y de una esperanza indefectible. Recordad que el hombre contemporáneo necesita este testimonio, puesto que se plantea siempre esta pregunta esencial: ¿dónde está la morada de Dios? ¿dónde se puede encontrar a Cristo, para entrar en esta relación particular, para «estar con él»? Estáis llamados a tener la valentía de seguir a Cristo e indicar a los demás el camino que lleva a él. Que vuestro testimonio fortalezca la fe de nuestros hermanos, en nuestra patria y dondequiera que vivan.

En fin, quisiera invitaros a la próxima Jornada mundial de la juventud que, si Dios quiere, viviremos en Roma, en el año 2000, durante el gran jubileo, ante la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo. Que durante este periodo de preparación para el tercer milenio Dios bendiga todas vuestra obras buenas. Transmitid mi saludo y mi bendición a vuestros familiares, a vuestros sacerdotes, a vuestros educadores y a vuestros amigos.

Ucranio

Al término de nuestro encuentro, queridos jóvenes de lengua ucrania, os encomiendo al Señor. En medio de vuestros compañeros, sed testigos de Cristo que ha estado cerca de vosotros durante esta Jornada mundial y que os llama a ser sus discípulos y constructores de una sociedad solidaria y fraterna.

Eslovaco

Jóvenes amigos de Eslovaquia, os invito a reavivar los dones que Dios ha derramado en vosotros, para que tengáis la fuerza de comprometeros por Cristo, en su Iglesia y entre las personas que encontráis todos los días.

Checo

Queridos jóvenes checos, que el nuevo dinamismo que habéis encontrado durante esta Jornada mundial os haga creativos en el anuncio del Evangelio y en un compromiso renovado al servicio de vuestros hermanos.

Croata

Queridos amigos de Croacia y de Bosnia-Herzegovina, durante esta Jornada mundial habéis confirmado vuestra fe en Cristo Salvador y habéis hecho una experiencia particularmente significativa de vida fraterna y de diálogo entre las culturas. Convertíos en testigos del Evangelio y llevad a los jóvenes de vuestro país la paz de Cristo, para edificar juntos una sociedad en la que se reconozca y se respete a todos en su dignidad de hijos de Dios.

Coreano

Queridos jóvenes, que el Señor os acompañe y haga de vosotros testigos fraternos de los dones de Dios y constructores de paz.

Vietnamita

Jóvenes bautizados de Vietnam, la oración de vuestros hermanos del mundo os acompaña en vuestro itinerario espiritual y humano como discípulos de Cristo.

Italiano

Queridos jóvenes, os doy cita para la próxima Jornada mundial de la juventud en Roma, durante el verano del año 2000. Estoy convencido de que iréis en gran número a ese encuentro extraordinario. Durante el gran jubileo del año 2000, viviremos juntos una experiencia de comunión espiritual, que marcará ciertamente vuestra vida.

Quien viva, verá. Gracias por las espléndidas jornadas de París. Nos vemos en Roma.


10. La celebración de la XII Jornada mundial de la juventud en París (Catequesis del Papa durante la audiencia general del miércoles 27 de agosto)

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría he podido participar en París, durante los días pasados, en la XII Jornada mundial de la juventud. Doy vivamente gracias al Señor, que me ha concedido vivir esta extraordinaria experiencia de fe y esperanza.

Expreso con gusto mi agradecimiento al señor presidente de la República francesa y a todas las autoridades por la amable acogida que me han dispensado. Doy las gracias también a cuantos, en diversos niveles, han contribuido eficazmente al ordenado y pacífico desarrollo de toda la manifestación.

Mi agradecimiento se extiende asimismo, con fraterna cordialidad, al cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París; a monseñor Michel Dubost, presidente del comité organizador; y a toda la Conferencia episcopal francesa por el gran esmero con que se prepararon y desarrollaron las diversas fases del encuentro mundial. Por último, dirijo unas palabras de gratitud cordial a todos los voluntarios, así como a las familias que, con su generosa disponibilidad, hicieron posible la participación de tantas personas en una manifestación eclesial tan importante.

2. La XII Jornada mundial de la juventud ha visto la participación, en un número superior a toda previsión, de chicos y chicas procedentes de alrededor de 160 países de toda la tierra. Se dieron cita en la capital francesa para manifestar la alegría de su fe en Cristo y para experimentar el gozo de estar juntos como miembros de la única Iglesia de Cristo. Al llegar a Francia, encontraron la disponibilidad generosa de sus coetáneos franceses, que los acogieron con espíritu de fraternidad y cordialidad, primero en todo el país, y después en Ile de France. Fue para ellos una ocasión particularmente feliz para descubrir el patrimonio cultural y espiritual de Francia, cuyo lugar en la historia de la Iglesia es muy conocido. Así pudieron confrontarse con una Iglesia viva y una sociedad dinámica y abierta.

Quedará seguramente grabado en la memoria de todos el recuerdo de las estupendas liturgias que jalonaron los momentos más significativos del Triduum, que culminó en la celebración solemne del domingo 24 de agosto. Tanto en el marco sugestivo de Notre Dame, donde tuvo lugar la beatificación de Federico Ozanam, como en la catedral de luces creada en Longchamp para la vigilia bautismal, los ritos se desarrollaron en un clima de intensa religiosidad, a la que aportaron su contribución la música y los cantos inspirados en culturas diversas y ejecutados con el estilo apropiado.

3. El tema central que guió la reflexión en las diversas etapas del encuentro fue la pregunta que dos discípulos hicieron un día a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?» y que recibieron la respuesta: «Venid y lo veréis» (Jn 1, 38 s). Con ella el Señor los invitaba a entrar en relación directa con él, para compartir su camino («venid») y conocerlo a fondo a él («veréis»).

El mensaje era claro: para comprender a Cristo no basta escuchar su enseñanza; es preciso compartir su vida, hacer de alguna manera la experiencia de su presencia viva. El tema de la Jornada mundial de la juventud se insertó en la preparación para el gran jubileo del año 2000, que quiere volver a proponer al hombre de hoy a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre.

Esta Jornada mundial pretendía ofrecer a los jóvenes que buscan el sentido último de su vida la respuesta: el descubrimiento de Cristo, Verbo encarnado para la salvación del hombre, además de iluminar el misterio humano más allá de la muerte, confiere la capacidad de construir en el tiempo una sociedad en la que se respete la dignidad humana y sea real la fraternidad.

4. El hilo conductor que inspiró la reflexión y la oración, y que dio unidad a las grandes reuniones, fue la referencia a la celebración que la Iglesia realiza del misterio pascual en el Triduo sacro.

En el grandioso escenario del Campo de Marte, dominado por la soberbia mole de la torre Eiffel, tuvo lugar el primer encuentro con la juventud: se volvió a escuchar la gran lección del servicio al prójimo, que Jesús dio con el lavatorio de los pies, y se dirigió a los jóvenes la invitación a meditar, durante las diversas vigilias de la velada, en el sacramento de la Eucaristía, manantial inagotable de todo auténtico amor.

En este contexto resultó rica de significado la beatificación de Federico Ozanam, apóstol de la caridad y fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl, además de insigne ejemplo de profundo intelectual católico. El discurso sobre el amor fue desarrollado aún más en el Vía crucis del viernes, en el que la atención se concentró en el don supremo que Cristo Servidor hizo de sí mismo para la salvación del mundo.

La sugestiva Vigilia bautismal del sábado, que se celebró en el hipódromo de Longchamp, permitió reflexionar detenidamente en el nuevo nacimiento del cristiano y en su llamada a vivir una relación de comunión personal con el Redentor.

El domingo 24, por último, tuvo lugar la gran celebración eucarística, durante la cual se volvió a reflexionar en el tema central: es necesario ir a Cristo («venid»), para descubrir cada vez más a fondo su verdadera identidad («veréis»). En él el creyente, a través de la «locura» de la cruz, llega a la suprema sabiduría del amor y, en torno a la mesa de la Eucaristía, descubre la unidad profunda que hace de personas provenientes de todo el mundo un único Cuerpo místico.

El espectáculo que ofrecieron los jóvenes en la inmensa explanada de Longchamp fue la confirmación elocuente de esta verdad: a pesar de la diversidad de lengua, cultura, nacionalidad y color de la piel, los chicos y chicas de los cinco continentes se dieron la mano, se intercambiaron saludos y sonrisas, oraron y cantaron juntos. Se veía claramente que todos se sentían como en su propia casa, como miembros de una única y gran familia. A un mundo marcado por divisiones de todo tipo, dominado por la indiferencia recíproca, expuesto a la angustia de la alienación global, los jóvenes lanzaron desde París un mensaje: la fe en Cristo crucificado y resucitado puede fundar una fraternidad nueva, en la que todos nos aceptamos mutuamente porque nos amamos.

5. Al final de la gran concelebración, durante la plegaria del Ángelus, tuve la alegría de anunciar la próxima proclamación de santa Teresa de Lisieux como doctora de la Iglesia. Teresa, joven también, como los participantes en la Jornada mundial, comprendió de modo admirable el anuncio asombroso del amor de Dios, recibido como don y vivido con la humilde confianza y la sencillez de los pequeños que, en Jesucristo, se abandonan totalmente al Padre. Y se convirtió en su maestra autorizada para el presente y el futuro de la Iglesia. Lo que hemos vivido juntos en París los días pasados ha sido un extraordinario acontecimiento de esperanza, una esperanza que del corazón de los jóvenes se ha irradiado a todo el mundo. Oremos para que el impulso de tantos chicos y chicas, procedentes de los cuatro ángulos de la tierra, prosiga y dé frutos abundantes en la Iglesia siempre joven del nuevo milenio.