ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS
RIO DE JANEIRO 2-5 OCTUBRE 1997

 

6. El aborto, vergüenza de la humanidad, condena a la más injusta de las ejecuciones
(Durante el Encuentro con las familias en el estadio de Maracaná, 4 de octubre)

•LA AUTÉNTICA FELICIDAD
•DEFENSA DE LA FAMILIA
•EL PORVENIR DE LA HUMANIDAD
•TESTIGOS DE CRISTO

1. Queridas familias reunidas aquí, en Río de Janeiro, procedentes de todos los pueblos y de todas las naciones; amadas familias del mundo entero que, a través de la radio y la televisión, seguís este encuentro, os doy la bienvenida y os saludo a todas con particular cariño y os bendigo. Os agradezco sinceramente esta calurosa manifestación de fe y alegría que nos habéis querido ofrecer hoy, para ayudarnos a reflexionar en el hecho de que la familia es realmente don y compromiso en defensa de la persona y de la vida, así como esperanza de la humanidad. También el arte es un instrumento al servicio del mensaje del amor comprometido y de la vida, maravilloso don de Dios. Nos habéis hecho partícipes de lo que Dios, autor del matrimonio y Señor de la vida, ha realizado en vosotros. Y también habéis dado testimonio de lo que habéis conseguido con su gracia. ¿No es verdad que el Señor, en las más diversas situaciones, incluso en medio de las tribulaciones y las dificultades, siempre os ha acompañado? Sí. El Señor de la alianza, que vino a buscaros y os ha encontrado, siempre os ha acompañado en vuestro camino. Dios nuestro Señor, el autor del matrimonio que os ha unido, os ha colmado abundantemente con la riqueza de su amor, para vuestra felicidad.

Quisiera recoger aquí, en una breve síntesis, los temas sobre los que habéis reflexionado, después de una intensa preparación catequística de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia, en las reuniones de familias, en las diócesis, en las parroquias, en los movimientos y en las asociaciones. Sin duda, ha sido una preparación estupenda, cuyos frutos traéis hoy aquí, para provecho y alegría de todos.

LA AUTÉNTICA FELICIDAD

2. La familia es patrimonio de la humanidad, porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se debe prolongar la presencia del hombre sobre la tierra. En las familias cristianas, fundadas en el sacramento del matrimonio, la fe nos hace ver de modo admirable el rostro de Cristo, esplendor de la verdad, que colma de luz y alegría los hogares que viven de acuerdo con el Evangelio.

Por desgracia, hoy se está difundiendo en el mundo un engañoso mensaje de felicidad imposible e inconsistente, que conlleva sólo desolación y amargura. La felicidad no se consigue por el camino de la libertad sin la verdad, porque se trata del camino del egoísmo irresponsable, que divide y corroe a la familia y a la sociedad. ¡No es verdad que los esposos, como si fueran esclavos condenados a su propia fragilidad, no pueden permanecer fieles a su entrega total, hasta la muerte! El Señor, que os llama a vivir en la unidad de "una sola carne", unidad de cuerpo y alma, unidad de la vida entera, os da la fuerza para una fidelidad que ennoblece y hace que vuestra unión no corra el peligro de una traición, que priva de la dignidad y de la felicidad e introduce en el hogar división y amargura, cuyas principales víctimas son los hijos. La mejor defensa del hogar está en la fidelidad, que es un don de Dios, fiel y misericordioso, en un amor redimido por él.

DEFENSA DE LA FAMILIA

3. Quisiera, una vez más, lanzar aquí un clamor de esperanza y de liberación. Familias de América Latina y del mundo entero, no os dejéis seducir por ese mensaje de mentira que degrada a los pueblos, atenta contra sus mejores tradiciones y valores, y hace caer sobre los hijos un cúmulo de sufrimientos y de infelicidad. La causa de la familia dignifica al mundo y lo libera en la auténtica verdad del ser humano, del misterio de la vida, don de Dios, del hombre y la mujer, imágenes de Dios. Hay que luchar por esa causa para asegurar vuestra felicidad y el futuro de la familia humana. Desde aquí, en esta tarde, en que familias de todas las partes del mundo estrechan sus manos, como en una inmensa corona de amor y de fidelidad, lanzo esta invitación a cuantos trabajan en la edificación de una nueva sociedad en la que reine la civilización del amor: defended, como don precioso e insustituible, ¡don precioso e insustituible!, vuestras familias; protegedlas con leyes justas que combatan la miseria y el azote del desempleo y que, a la vez, permitan a los padres que cumplan con su misión. ¿Cómo pueden los jóvenes crear una familia si no tienen con qué mantenerla? La miseria destruye la familia, impide el acceso a la cultura y a la educación básica, corrompe las costumbres, daña en su propia raíz la salud de los jóvenes y los adultos. ¡Ayudadlas! En esto se juega vuestro futuro.

Existen en la historia moderna numerosos fenómenos sociales que nos invitan a hacer un examen de conciencia sobre la familia. En muchos casos hay que reconocer con vergüenza que se han producido errores y desvaríos. ¿Cómo no denunciar aquellos comportamientos, motivados por el desenfreno y la irresponsabilidad, que conducen a tratar a los seres humanos como a simples cosas o instrumentos del placer pasajero y vacío? ¿Cómo no reaccionar ante la falta de respeto, la pornografía y toda clase de explotación, de las que en muchos casos los niños pagan el precio más caro?

Las sociedades que se despreocupan de la infancia son inhumanas e irresponsables. Los hogares que no educan íntegramente a sus hijos, que los abandonan, cometen una gravísima injusticia, de la que deberán rendir cuentas ante el tribunal de Dios. Sé que no pocas familias, a veces, son víctimas de situaciones que las superan. En esos casos, es preciso apelar a la solidaridad de todos, porque los niños acaban sufriendo todas las formas de pobreza: la de la miseria económica y, sobre todo, de la miseria moral, que da origen al fenómeno al que me referí en la Carta a las familias: Hay muchos huérfanos de padres vivos (n. 14).

Como recordó el cardenal presidente del Consejo pontificio para la familia, para servir de símbolo de una caridad efectiva y fruto del I Encuentro mundial con las familias celebrado en Roma, se ha realizado en Ruanda una "Ciudad de los niños", construida con la ayuda de muchas personas y de algunas generosas instituciones; y se está construyendo otra en Salvador de Bahía, en los mismos barrios pantanosos que visité y donde dirigí un llamamiento a la esperanza y a la promoción humana, durante mi primera visita apostólica a Brasil, en julio de 1980. Este esfuerzo conlleva un mensaje y una invitación que dirijo a toda la humanidad, mediante vosotras, familias del mundo entero: acoged a vuestros hijos con amor responsable; defendedlos como un don de Dios, desde el instante en que son concebidos, en que la vida humana nace en el seno de la madre; que el crimen abominable del aborto, vergüenza de la humanidad, no condene a los niños concebidos a la más injusta de las ejecuciones: la de los seres humanos más inocentes. ¡Cuántas veces escuchamos de labios de la madre Teresa de Calcuta esta proclamación del inestimable valor de la vida desde su concepción en el seno materno y contra cualquier acto de supresión de la vida! La escuchamos todos durante el Acto de testimonio en el I Encuentro mundial celebrado en Roma. La muerte ha hecho enmudecer esos labios, pero el mensaje de la madre Teresa en favor de la vida sigue más vibrante y convincente que nunca.

EL PORVENIR DE LA HUMANIDAD

4. En este estadio, que, gracias al juego de luces, parece convertido en vidrieras de una inmensa catedral, la celebración de hoy quiere impulsar a todos a un compromiso grande y noble, sobre el que invocamos la ayuda de Dios todopoderoso:

Por las familias, para que, unidas en el amor de Cristo, organizadas pastoralmente, presentes activamente en la sociedad, comprometidas en su misión de humanización, liberación, construcción de un mundo de acuerdo con el corazón de Cristo, sean realmente la esperanza de la humanidad. Por los hijos, para que crezcan como Jesús en el hogar de Nazaret. En el seno de las madres duerme la semilla de la nueva humanidad. En el rostro de los niños resplandece el futuro, el futuro milenio, el porvenir que está en las manos de Dios.

Por los jóvenes, para que se esfuercen con gran entusiasmo por preparar su familia de mañana, educándose a sí mismos en el amor verdadero, que es apertura a los demás, capacidad de escuchar y responder, compromiso de entrega generosa, incluso a costa del sacrificio personal, y disponibilidad a la comprensión recíproca y al perdón. Ayer, hablando en Río Centro, di gracias a Río de Janeiro porque me dio una gran inspiración. Aquí hay una arquitectura divina y una arquitectura humana que se complementan admirablemente. Esto me ha dado una inspiración: armonizar admirablemente las familias, los matrimonios en el plano divino y en el plano humano. Las arquitecturas divina y humana se complementan son justas y necesarias estas dos palabras: amor y responsabilidad. Llegué ya a esta conclusión hace cincuenta años: amor y responsabilidad. Se trata de un verdadero principio para armonizar las arquitecturas, divina y humana, del matrimonio y de la familia.

TESTIGOS DE CRISTO

5. Familias del mundo entero, deseo concluir renovando un llamamiento: Sed testigos vivos de Cristo, que es "el camino, la verdad y la vida" (cf. Carta a las familias, 23). Dejad que vuestro corazón acoja los frutos del Congreso teológico-pastoral que acaba de concluir. Y que la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de nuestro Señor Jesucristo estén con todos vosotros (cf. 2 Co 1, 2). María, Reina de la familia, Sede de la sabiduría, esclava del Señor, ¡ruega por nosotros! ¡Ruega por nosotros, ruega por los jóvenes, ruega por las familias! Amén.


7. Felicidad y fidelidad
(Durante la misa para las familias en la explanada de Flamengo domingo 5 de octubre)

¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!

1. "Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida" (Salmo responsorial). Doy gracias a Dios porque me ha permitido reunirme nuevamente con vosotras, familias de todo el mundo, para reafirmar solemnemente que sois "la esperanza de la humanidad". El I Encuentro mundial con las familias tuvo lugar en Roma, en 1994; el segundo se concluye hoy en Río de Janeiro. Agradezco cordialmente la invitación al cardenal Eugênio de Araújo Sales y doy las gracias a todos los obispos y a las autoridades brasileñas que han contribuido al éxito de este gran evento. Doy también las gracias al cardenal López Trujillo y a todos sus colaboradores del Consejo pontificio para la familia. Nos hemos reunido aquí de diversos países y de varias Iglesias, no sólo de Brasil y de América Latina, sino de todos los continentes, para elevar juntos esta oración a Dios: "Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida".

En efecto, la familia es esta particular y, al mismo tiempo, fundamental comunidad de amor y de vida, sobre la que se apoyan todas las demás comunidades y sociedades. Por eso, invocando las bendiciones del Altísimo para las familias, oramos juntos por todas las grandes sociedades que aquí representamos. Oramos por el futuro de las naciones y de los Estados, así como por el de la Iglesia y del mundo.

De hecho, a través de la familia, toda la existencia humana está orientada al futuro. En ella el hombre viene al mundo, crece y madura. En ella se convierte en ciudadano cada vez más responsable de su país y en miembro cada vez más consciente de la Iglesia. La familia es también el ambiente primero y fundamental donde cada hombre descubre y realiza su vocación humana y cristiana. Por último, la familia es una comunidad insustituible por ninguna otra. Esto es lo que se vislumbra en las lecturas de la liturgia de hoy.

2. Al Mesías acuden los representantes de la ortodoxia judía, los fariseos, y le preguntan si al marido le es lícito repudiar a su mujer. Cristo, a su vez, les pregunta qué les ordenó hacer Moisés; ellos responden que Moisés les permitió escribir un acta de divorcio y repudiarla. Pero Cristo les dice: "Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre" (/Mc/10/05-09).

Cristo se refiere al inicio. Ese inicio se halla contenido en el libro del Génesis, donde encontramos la descripción de la creación del hombre. Como leemos en el capítulo primero de este libro, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, varón y mujer los creó (cf. Gn 1, 27) y dijo: "Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla" (Gn 1, 28). En la segunda descripción de la creación, que nos propone la primera lectura de la liturgia de hoy, leemos que la mujer fue creada del hombre. Así lo relata la Escritura: "Entonces el Señor Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: "Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada". Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (/Gn/02/21-24).

3. El lenguaje utiliza las categorías antropológicas del mundo antiguo, pero es de una profundidad extraordinaria: expresa, de manera realmente admirable, las verdades esenciales. Todo lo que ha descubierto posteriormente la reflexión humana y el conocimiento científico no ha hecho más que explicitar lo que ya estaba presente en ese texto.

El libro del Génesis muestra, ante todo, la dimensión cósmica de la creación. La aparición del hombre se realiza en el inmenso horizonte de la creación de todo el universo: no es casualidad que acontezca en el último día de la creación del mundo. El hombre entra en la obra del Creador, en el momento en que se daban todas las condiciones para que pudiera existir. El hombre es una de sus criaturas visibles; sin embargo, al mismo tiempo, sólo de él dice la sagrada Escritura que fue hecho "a imagen y semejanza de Dios". Esta admirable unión del cuerpo y del espíritu constituye una innovación decisiva en el proceso de la creación. Con el ser humano, toda la grandeza de la creación visible se abre a la dimensión espiritual. La inteligencia y la voluntad, el conocimiento y el amor, entran en el universo visible en el momento mismo de la creación del hombre. Entran precisamente manifestando desde el inicio la compenetración de la vida corporal con la espiritual. Así el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, llegando a ser una sola carne; con todo, esta unión conyugal se arraiga al mismo tiempo en el conocimiento y en el amor, o sea, en la dimensión espiritual.

El libro del Génesis habla de todo esto con un lenguaje que le es propio y que, al mismo tiempo, es admirablemente sencillo y completo. El hombre y la mujer, llamados a vivir en el proceso de la creación del universo, se presentan en el umbral de su vocación llevando consigo la capacidad de procrear en colaboración con Dios, que directamente crea el alma de cada nuevo ser humano. Mediante el conocimiento recíproco y el amor, así como mediante la unión corporal, llamarán a la existencia a seres semejantes a ellos y, como ellos, hechos "a imagen y semejanza de Dios". Darán la vida a sus hijos, al igual que ellos la recibieron de sus padres. Esta es la verdad, sencilla y, al mismo tiempo, grande sobre la familia, tal como nos la presentan las páginas del libro del Génesis y del Evangelio: en el plan de Dios, el matrimonio, el matrimonio indisoluble es el fundamento de una familia sana y responsable.

4. Con trazos breves pero incisivos, Cristo describe en el Evangelio el plan original de Dios creador. Ese relato lo hace también la carta a los Hebreos, proclamada en la segunda lectura: "Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen" (Hb 2, 10-11). La creación del hombre tiene su fundamento en el Verbo eterno de Dios. Dios ha llamado a la existencia todas las cosas por la acción de este Verbo, el Hijo eterno, por medio del cual todo ha sido creado. También el hombre fue creado por el Verbo, y fue creado varón y mujer. La alianza conyugal tiene su origen en el Verbo eterno de Dios. En él fue creada la familia. En él la familia es eternamente pensada, imaginada y realizada por Dios. Por Cristo adquiere su carácter sacramental, su santificación.

El texto de la carta a los Hebreos recuerda que la santificación del matrimonio, como la de cualquier otra realidad humana, fue realizada por Cristo al precio de su pasión y cruz. Él se manifiesta aquí como el nuevo Adán. De la misma manera que en el orden natural descendemos todos de Adán, así en el orden de la gracia y de la santificación procedemos todos de Cristo. La santificación de la familia tiene su fuente en el carácter sacramental del matrimonio.

El santificador es decir, Cristo y los santificados vosotros, padres y madres; vosotras, familias os presentáis juntos ante Dios Padre para pedirle ardientemente que bendiga lo que ha realizado en vosotros mediante el sacramento del matrimonio. Esta oración incluye a todos los casados y a las familias que viven en la tierra. En efecto, Dios, el único creador del universo, es la fuente de la vida y de la santidad.

5. Padres y familias del mundo entero, dejad que os lo diga: Dios os llama a la santidad. él mismo os ha elegido "antes de la creación del mundo nos dice san Pablo para ser santos e inmaculados en su presencia (...) por medio de Jesucristo" (Ef 1, 4). él os ama muchísimo y desea vuestra felicidad, pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad, pues una no puede existir sin la otra. No dejéis que la mentalidad hedonista, la ambición y el egoísmo entren en vuestros hogares. Sed generosos con Dios. No puedo por menos de recordar, una vez más, que la familia está "al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su ser y en su obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor" (Familiaris consortio, 50). La entrega mutua, bendecida por Dios e impregnada de fe, esperanza y caridad, permitirá alcanzar la perfección y la santificación de cada uno de los esposos. En otras palabras, servirá como núcleo santificador de la misma familia, y será instrumento de difusión de la obra de evangelización de todo hogar cristiano.

Queridos hermanos y hermanas, ¡qué gran tarea tenéis ante vosotros! Sed portadores de paz y alegría en el seno del hogar; la gracia eleva y perfecciona el amor y con él os concede las virtudes familiares indispensables de la humildad, el espíritu de servicio y de sacrificio, el afecto paterno, materno y filial, el respeto y la comprensión mutua. Y dado que el bien es difusivo por sí mismo, espero también que vuestra adhesión a la pastoral familiar sea, en la medida de vuestras posibilidades, un incentivo a irradiar generosamente el don que hay en vosotros, ante todo entre vuestros hijos y luego entre los casados tal vez parientes y amigos que están lejos de Dios o pasan momentos de incomprensión o desconfianza. En este camino hacia el jubileo del año 2000, invito a todos los que me escuchan a robustecer la fe y el testimonio de los cristianos, para que con la gracia de Dios se realicen la auténtica conversión y la renovación personal en el seno de las familias de todo el mundo (cf. Tertio millennio adveniente, 42). Que el espíritu de la Sagrada Familia de Nazaret reine en todos los hogares cristianos.

Familias de Brasil, de América Latina y del mundo entero, el Papa y la Iglesia confían en vosotras. ¡Tened confianza: Dios está con nosotros!


8. Luz y esperanza de la humanidad
(Al final de la misa para las familias en la explanada de Flamengo, 5 de octubre)

Amadísimos hermanos y hermanas: Saludo con mucho afecto a las familias aquí presentes, y a las de todo Brasil que me escuchan por radio o televisión. El Encuentro de hoy infunde esperanza con respecto al futuro de la familia cristiana. Sois protagonistas del destino de vuestro país. ¡Que Dios os bendiga y os acompañe!

Saludo también a las familias de lengua española aquí presentes y a las que desde España y Latinoamérica se unen espiritualmente a esta celebración. Que la Virgen María os ayude a mantener viva en cada hogar la llama de la fe, el amor y la concordia, para ser así luz y esperanza de la humanidad. Sed fieles a la vocación a la que habéis sido llamados por Dios. A todos os bendigo con afecto.

Saludo cordialmente a todas las familias de lengua inglesa que han vendido aquí del mundo entero. La familia sigue siendo la preocupación primera y más importante de la vida y del ministerio de la Iglesia. Como va la familia, así van la Iglesia y toda la sociedad humana. Ojalá que este Encuentro mundial de las familias lleve a una nueva conciencia del valor de la familia a los ojos de Dios, y haga que las familias católicas sean cada vez más agradecidas y conscientes de su papel de "iglesia doméstica". Sólo cuando los padres oran con sus hijos pueden realmente transmitir las verdades y los valores de la fe. Que la Sagrada Familia de Nazaret sea vuestro modelo y vuestra guía. ¡Que Dios os bendiga a todos!

Saludo de corazón a las familias polacas, tanto a las de la patria como a las del extranjero. Saludo en particular a las familias polacas que viven en Brasil. Oro incesantemente a Dios para que se pueda realizar en Cristo la santificación de las familias. Hoy, junto con vosotros, me presento ante Dios Padre con esta ferviente oración para que él bendiga lo que ha realizado en vosotros mediante el sacramento del matrimonio. En efecto, en Dios mismo se halla el manantial de la vida y de la santidad. Ojalá que la santidad de las familias se transforme en la levadura para la renovación interior de los hombres y de las naciones. ¡Que Dios os bendiga!

Familias de lengua francesa, os saludo de todo corazón a las que estáis en Río y a las que, en vuestro país, estáis en comunión con nosotros. Dad gracias por los dones de Dios, por vuestro amor y por vuestros hijos. En la esperanza, con la ayuda de la Madre del Señor, sed fieles a vuestros compromisos por el bien de la humanidad y de la Iglesia. ¡Que Dios os bendiga!

Saludo con afecto a las familias italianas presentes y a las que están unidas espiritualmente a nosotros desde todas las partes de Brasil, de Italia y del mundo entero. Queridas familias, sed siempre conscientes de la elevada misión que Dios os confía, y trabajad con todos los medios en la construcción de la civilización del amor y de la vida. El Señor os bendiga y os acompañe.

Expreso mi alegría por este encuentro con las familias aquí, en Río de Janeiro, que ha contado con una gran participación y gran entusiasmo. Doy las gracias a todos los que han contribuido al éxito de este evento. Espero que estas jornadas cariocas infundan en el corazón de todos un firme compromiso en defensa de la familia, esperanza de la humanidad. Durante la celebración del gran jubileo del año 2000 en Roma, no podrá faltar un encuentro especial con las familias. Todas la familias están invitadas. Y ahora elevemos nuestro pensamiento a la Sagrada Familia de Nazaret, invocando su protección, para que, con su ejemplo y estímulo, los hogares cristianos sean un remanso de paz y serenidad, fruto de una fe auténtica y vivida.

De modo especial, nuestras oraciones se dirigen ahora, en el rezo del ángelus, a la Virgen santísima, causa de nuestra alegría. En ella el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; en ella recibimos la prenda de la vida eterna. Aclamemos con alegría el inicio de nuestra salvación. Antes de despedirse, el Papa añadió las siguientes palabras: Desde la cima del Corcovado Cristo bendice a la ciudad de Río de Janeiro y a Brasil. Que Cristo bendiga hoy, en particular, a todas la familias brasileñas y a todas las familias del mundo. Ojalá conserven esta bendición del Cristo del Corcovado y permanezcan en este abrazo de Cristo a lo largo de toda su vida. ¡Muchas gracias!


9. Una nueva aurora de santidad
(A los comités que organizaron el Encuentro con las familias día 5 de octubre)

Señores cardenales; queridos hermanos en el episcopado; amadísimos hermanos y hermanas:

Antes de regresar a Roma, he querido tener este encuentro de despedida para dar las gracias a los miembros de la Comisión organizadora eclesiástica y del Gobierno del Estado de Río de Janeiro, que con tanta diligencia han preparado la celebración del Encuentro mundial de las familias. Mi felicitación y mi gratitud van también a todos los amigos y bienhechores que han contribuido generosamente, con su tiempo y sus medios, al pleno éxito de este gran acontecimiento, y en particular al personal que estuvo de servicio en la Residencia de Sumaré. ¡Que Dios se lo pague!

Hago votos para que se perpetúen los ideales y los frutos del Congreso teológico-pastoral sobre la familia. Pido a Dios que la vivencia responsable, en este "santuario de la vida" (Evangelium vitae, 6) que es precisamente la familia, del dinamismo que de ella deriva y de las exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad (cf. Humanae vitae, 9) que impone, constituya un estímulo y una fuerza constante que haga surgir una nueva aurora de santidad en el ámbito de la familia cristiana.

Deseo saludar también a los señores obispos aquí presentes, representantes de la "Red Vida" de televisión, y animarlos a proseguir en esta obra de apostolado al servicio de la vida y del hombre. Me congratulo con mons. Antônio Maria Mucciolo, arzobispo de Botucatu, por esta valiente iniciativa conocida como el "canal de la familia", ya en su segundo año de vida, y con sus más directos colaboradores, haciendo votos para que esta emisora católica de televisión sea siempre un instrumento válido de evangelización y un testimonio eficaz de la presencia de la Iglesia en Brasil. Que Dios bendiga a todos los dirigentes y funcionarios del Instituto brasileño para las comunicaciones cristianas.

Por último, deseo animar a todos a proseguir con empeño en el esfuerzo por evangelizar a la sociedad y a la familia, y que en él os alienten los resultados obtenidos hasta hoy y la bendición apostólica, que de todo corazón os imparto.


10. Durante la ceremonia de despedida en la base aérea de Galeão día 5 de octubre
Gracias por vuestras manifestaciones de fe en Cristo y en el Sucesor de Pedro

Señor vicepresidente:

Al dejar esta tierra bendita de Brasil, mi alma eleva un himno de acción de gracias al Altísimo, que me ha permitido vivir aquí horas intensas e inolvidables, con la mirada fija en el Cristo redentor que domina la bahía de Guanabara, y con la certeza de la protección maternal de Nuestra Señora de la Peña, que protege a esta amada ciudad desde su santuario situado no lejos de aquí.

En mi memoria quedarán grabadas para siempre las manifestaciones de entusiasmo y de profunda piedad de este pueblo generoso de la Tierra de la Santa Cruz que, junto a la muchedumbre de peregrinos procedentes de los cuatro puntos cardinales, ha sabido ofrecer una notable manifestación de fe en Cristo y de amor al Sucesor de Pedro. Pido a Dios que proteja y bendiga a todas las naciones del mundo, con abundantes gracias de consuelo espiritual, y ayude a que se consoliden las iniciativas, que todos esperan, para el bien común de la gran familia humana y de todos los pueblos que la compone.

Mi saludo final, lleno de gratitud, va al señor presidente de la República, al Gobierno de la nación y del Estado de Río de Janeiro, y a todas las demás autoridades brasileñas que tantas pruebas de delicadeza me han querido dispensar en estos días.

También expreso mi agradecimiento a los miembros del Cuerpo diplomático, cuya diligente actuación ha facilitado enormemente la participación de sus respectivas naciones en estos días de reflexión, oración y compromiso en favor de la familia.

Dirijo un pensamiento particular de estima fraterna, con profunda gratitud, a los señores cardenales, a mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes y a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, así como a los organizadores del Congreso. Todos han contribuido a realzar estas jornadas del II Encuentro mundial con las familias, colmando a cuantos han tomado parte en él de consuelo y esperanza gaudium et spes en la familia cristiana y en su misión dentro de la sociedad. Tened la seguridad de que os llevo a todos en mi corazón, de donde brota la bendición que os imparto y que extiendo a todos los pueblos de América Latina y del mundo.