Declaración Común del Papa Juan Pablo II y de su Beatitud Christodulos, Arzobispo de Atenas y de toda Grecia desde la Bema (Podio) de San Pablo, el Apóstol de los Gentiles.

Nosotros, el Papa Juan Pablo II, Obispo de Roma, y Christodoulos, Arzobispo de Atenas y Toda la Grecia, delante del bema (podio) del Areopago, desde el cual San Pablo, el Gran Apóstol de las Gentes, "Apóstol por vocación, elegido para anunciar el Evangelio de Dios" (Rm 1,1) ha predicado a los atenienses el único verdadero Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo y los ha llamado a la fe y a la conversión, queremos declarar juntos:

1. Damos gracias a Dios por nuestro encuentro y por la recíproca comunicación, en esta ilustre ciudad de Atenas, Sede Primada de la Iglesia Apostólica Ortodoxa de Grecia.

2. Repetimos con una sola voz y un solo corazón las palabras del Apóstol de las Gentes: «Os exhorto, hermanos, por el nombre de Dios nuestro Jesucristo, a ser todos unánimes en hablar, para que no haya divisiones entre vosotros, sino que permanezcáis en perfecta unión de pensamiento e intenciones» (1 Cor 1,10). Elevamos oraciones para que todo el mundo cristiano escuche esta exhortación, para que pueda haber paz entre «los que invocan en todo lugar el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor 1,2). Condenamos todo recurso a la violencia, al proselitismo, al fanatismo en nombre de la religión. Nosotros creemos firmemente que las relaciones entre los cristianos, en todas sus manifestaciones, deben estar caracterizadas por la honestidad, la prudencia y el conocimiento de los problemas en cuestión.

3. Observamos que la evolución social y científica del hombre no ha sido acompañada por una más profunda investigación del sentido y el valor de la vida, que en todo momento es don de Dios, ni de un análogo aprecio de la dignidad única del hombre, hecho a imagen y parecido del Creador. Además, el desarrollo económico y tecnológico no pertenece en igual medida a toda la humanidad, sino solamente a una pequeñísima porción de ella. La mejoría de los estándares de vida, por tanto, no han comportado la apertura del corazón de los hombres a sus semejantes que sufren hambre y viven en la privación. Estamos llamados a obrar juntos para que prevalezca la justicia, se alivie a cuantos están en necesidad y se presten presurosas atenciones a cuantos sufren, teniendo siempre presente las palabras de San Pablo: «El Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rm 14,17).

4. Estamos angustiados al ver que guerras, matanzas, torturas y martirio constituyen para millones de nuestros hermanos una terrible realidad cotidiana y nos empeñamos a actuar para que prevalezca en todo sitio la paz, sea respetada la vida y la dignidad del hombre y haya solidaridad respecto a cuantos están en necesidad. Nos alegramos de añadir nuestra voz a las muchas que en el mundo entero han expresado la esperanza que, con ocasión de los Juegos Olímpicos programados en Grecia en el 2004, pueda revivirse la antigua tradición griega de la Tregua Olímpica, según la cual cada guerra tiene que ser interrumpida y tienen que dejarse de lado el terrorismo y la violencia.

5. Seguimos cuidadosamente y con malestar la así llamada globalización y es nuestro deseo que ésta traiga buenos frutos. Sin embargo, deseamos subrayar que habrán consecuencias perniciosas si ella no tiene lo que se podría definir como "globalización de la hermandad" en Cristo, en plena sinceridad y eficacia.

6. Nos alegramos del éxito y del progreso de la Unión Europea. La unidad del Continente europeo en una única entidad civil, sin que sin embargo los pueblos que la componen pierdan su autocosciencia nacional, sus tradiciones y su identidad, ha sido una intuición de sus pioneros. La tendencia emergente a transformar algunos países europeos en Estados secularizados sin ninguna referencia a la religión constituye un retroceso y una negación de su herencia espiritual. Estamos llamados a intensificar nuestros esfuerzos para que la unificación de Europa llegue a su cumplimiento. Será nuestra tarea hacer lo posible, para conservar intactas las raíces y el alma cristiana de Europa.

Con esta Declaración Común, nosotros, el Papa Juan Pablo II, Obispo de Roma y Christodoulos, Arzobispo de Atenas y de Toda la Grecia, eleva votos para que "quiera Dios mismo, Padre nuestro y nuestro Señor Jesucristo dirigir nuestro camino, para que podamos crecer y abundar en el amor recíproco y hacia todos, para hacer firmes e irreprensibles los corazones de todos en la santidad, ante nuestro Dios Padre, al momento de la venida de Jesús Nuestro Señor con todos sus santos» (cfr 1 Ts 3,11-13). Amén.

En el Areopago de Atenas, 4 Mayo de 2001.