Discurso del Santo Padre a su llegada al Aeropuerto Aeropuerto Internacional Lambert-St. Louis, 26 de Enero 1999

Señor Presidente, Querido pueblo de Saint Louis, querido pueblo de los Estados Unidos,

1. Es para mi una gran alegría regresar a los Estados Unidos y experimentar nuevamente vuestra calurosa hospitalidad.

Como ustedes saben, he estado en México, para celebrar el cierre de la Asamblea Especial para el Sínodo de los Obispos . El propósito de esta importante reunión fue la de preparar a la Iglesia para entrar al nuevo milenio y animar un nuevo sentido de solidaridad entre los pueblos del continente. Ahora estoy contento de poder traer este mensaje al mismo centro de los Estados Unidos, en las riberas del Mississippi, en esta histórica ciudad de St. Louis, La Puerta al Oeste.

Estoy muy agradecido a usted, Sr. Presidente, por la cortesía de recibirme a mi llegada. Quiero saludar igualmente al Gobernador y a las autoridades del estado de Missouri, así como al Alcalde de St. Louis y los otros funcionarios de la Ciudad y áreas circundantes. Muchas personas han ofrecido generosamente su cooperación en la preparación de esta visita, y a todos les estoy agradecido.

2. Como Pastor de la Iglesia universal, estoy particularmente contento de poder saludar a la comunidad católica de la Arquidiócesis de St. Louis, con su rica herencia cultural y su dinámica tradición de servicio a los más necesitados. Me gustaría dirigirle una palabra especial de aprecio al Arzobispo Justin Rigali, quien ha estado muy cerca de mi desde mi elección al Pontificado veinte años atrás. Espero con ansias encontrarme con los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas y fieles de esta Iglesia local, que ha ejercido su influencia en la historia del Medio-oste.

Con profundo agradecimiento saludo a los Cardenales y Obispos. Su presencia me ofrece la oportunidad de enviar mis mejores deseos a la Provincia de St. Louis y a toda la región eclesiástica, y a todas las diócesis de este país. A pesar de que St. Louis es el único sitio que podré visitar durante este viaje, me siento muy cerca a todos los católicos de los Estados Unidos.

Deseo expresarle mi estima y amistad a mis demás hermanos cristianos, a la comunidad judía de Estados Unidos, y a nuestros hermanos y hermanas musulmanes. Deseo expresar mi cordial respeto por las personas de todas las religiones y a todos los hombres de buena voluntad.

3. Cuando se cuente la historia, el nombre de St. Louis estará por siempre ligado al primer vuelo trasatlántico, y al inmenso y osado esfuerzo humano detrás del nombre: « Espíritu de St. Louis » .

Se están preparando para celebrar el bicentenario de la adquisición de Louisiana hecha en 1804 por el Presidente Thomas Jefferson. Ese aniversario presenta un desafío para la renovación cultural y religiosa de toda la comunidad. Será el momento de reafirmar el «Espíritu de St. Louis» y los valores y verdades de la experiencia americana.

Hay momentos de prueba, de exámenes al carácter nacional, en la historia de todos los países. Estados Unidos no ha sido inmune a ello. Un momento de prueba está conectado con St. Louis. Fue aquí donde el famoso caso de Dred Scott fue juzgado. Y en dicho caso la Corte Suprema de los Estados Unidos subsecuentemente declaró a todo un grupo de seres humanos - personas de descendencia africana- fuera de los límites de la comunidad nacional y de la protección constitucional.

Luego de incontable sufrimiento y con enorme esfuerzo, esa situación, por lo menos en parte, ha sido superada. Estados Unidos se encuentra ahora ante una prueba similar.

Hoy día, el conflicto es entre una cultura que afirma, aprecia y celebra el regalo de la vida, y una cultura que busca declarar a un grupo entero de seres humanos- los no nacidos, los enfermos terminales, los minusválidos, y otros considerados "no útiles"- fuera del límite legal de protección. Por la seriedad de los asuntos, y porque Estados Unidos impacta grandemente sobre el resto del mundo, la solución de este momento de prueba tendrá profundas consecuencias para el siglo cuyo umbral estamos por cruzar. Mi ruego fervoroso es que por medio de la acción de la gracia de Dios en la vida de los norteamericanos de todas las razas, grupos étnicos, condición económica y credo, Estados Unidos resista la cultura de la muerte y escoja pararse con firmeza al lado de la vida. Escoger la vida - como este año escribí en mi Mensaje para el Día Mundial de la Paz- significa rechazar toda forma de violencia: la violencia del hambre y la de la pobreza que oprime a tantos seres humanos; la violencia de los conflictos armados, que no resuelven sino aumentan las divisiones y tensiones; la violencia de armas particularmente espantosas como son las minas anti-personales; la violencia del tráfico de drogas; la violencia del racismo; y la violencia del daño insensato al medio ambiente.

Sólo una visión moral superior puede motivar el escoger la vida. Y los valores subyacentes de esa visión dependerán en gran medida de si la nación continúa honrando y reverenciando la familia como célula básica de la sociedad : la familia – maestra del amor, el servicio, la comprensión y el perdón; la familia - abierta y generosa a la necesidades de otros; la familia- el gran manantial de la felicidad humana.

4. Señor Presidente, queridos amigos: Estoy muy complacido de poder agradecerle nuevamente al pueblo norteamericano las incontables obras de bondad y de solidaridad que, desde el principio, han sido parte de la historia de vuestra nación. Al mismo tiempo sé que ustedes escucharán mi ruego de abrir de par en par vuestros corazones siempre creciente clamor y necesidades urgentes de nuestros hermanos y hermanas menos afortunados alrededor del mundo.

También esto -el espíritu de compasión, preocupación y el compartir generoso- deben de ser parte del «Espíritu de St. Louis» . Más aún, debe ser el renovado espíritu de ésta «nación, bajo Dios, con libertad y justicia para todos». ¡Dios los bendiga a todos! ¡Dios bendiga a América!


Oración vespertina del Santo Padre
en la catedral St. Louis, 27 de Enero 1999

"Que los pueblos te alaben, Oh Dios; que los pueblos te alaben" (Salmo 67,4)

Queridos Amigos,

1. Estamos juntos en esta sorprendente Basílica Catedral para adorar a Dios y dejar que nuestra oración se eleve a Él como el incienso. Cantando las alabanzas de Dios, recordamos y reconocemos su dominio sobre la creación y sobre nuestras vidas. Nuestra oración esta noche nos recuerda que nuestra verdadera lengua materna es la alabanza de Dios, el lenguaje del Cielo, nuestro verdadero hogar.

Estamos reunidos en lo que es ya la víspera de un nuevo Milenio, bajo toda medida un punto de cambio decisivo para el mundo. Mirando el siglo que estamos dejando atrás, vemos que el orgullo humano y el poder del pecado han dificultado a muchos hablar en su lengua materna. Para poder cantar las alabanzas de Dios debemos reaprender el lenguaje de la humildad y la confianza, el lenguaje de la integridad moral y del compromiso con todo lo que es verdaderamente bueno desde la visión del Señor.

2. Acabamos de escuchar una lectura en la que el Profeta Isaías contempla un pueblo volviendo del exilio, abrumado y desalentado. También nosotros a veces experimentamos la reseca tierra desértica: nuestras manos débiles, nuestras rodillas cansadas, nuestros corazones atemorizados. ¡Cuán seguido la alabanza de Dios muere en nuestros labios y surge en cambio un canto de lamento! El mensaje del profeta es un llamado a la confianza, un llamado a la valentía, un llamado a esperar la salvación del Señor. ¡Qué ineludible para todos nosotros hoy en día su exhortación: "¡Sed fuertes, no temáis! Aquí está vuestro Dios… viene para salvaros" (Is 35,3-4)!

3. Nuestro buen anfitrión, el Arzobispo Rigali, ha invitado a esta Oración Vespertina a representantes de muchos grupos religiosos distintos y de sectores de la sociedad civil. Saludo al Vicepresidente de los Estados Unidos de América y a las demás autoridades civiles, así como a los dirigentes de la comunidad presentes. Saludo a mis hermanos y hermanas en la fe católica: los miembros del laicado que quieren vivir su dignidad bautismal cada vez más intensamente en sus esfuerzos por tomar el Evangelio para llevarlo a las realidades de la vida diaria en la sociedad.

Con afecto saludo a mis hermanos sacerdotes, representantes de la gran cantidad de sacerdotes celosos y generosos de San Luis y otras Diócesis. Mi esperanza es que os regocijéis cada día en vuestro encuentro —en la oración y la Eucaristía— con Cristo Jesús vivo, cuyo sacerdocio vosotros compartís. Saludo con alegría a los diáconos de la Iglesia y os aliento en vuestro ministerio litúrgico, pastoral y caritativo. Un especial agradecimiento a vuestras esposas y familias por su papel de apoyo en este ministerio.

Los muchos religiosos que están aquí esta noche representan a miles y miles de mujeres y hombres que han trabajado en la Arquidiócesis desde el inicio. Vosotros sois quienes siguen a Cristo imitando su total entrega personal al Padre por el Reino. Mi aprecio y agradecimiento a cada uno de vosotros.

Con mucho gusto dirijo un especial aliento a los seminaristas. Vosotros seréis los sacerdotes del nuevo Milenio, trabajando con Cristo en la nueva evangelización; ayudando a la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, para salir al encuentro de los desafíos del nuevo siglo. Ruego cada día para que el Señor os haga "pastores según su corazón" (Jer 3,15).

4. Estoy particularmente contento de que miembros distinguidos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales se hayan unido a la comunidad católica de San Luis en esta Oración Vespertina. Con esperanza y confianza continuemos trabajando juntos para realizar el deseo del Señor: "Que ellos sean uno… para que el mundo crea" (Jn 17,21). Mi amistad y estima se dirige también a todos aquellos de otras tradiciones religiosas. En particular recuerdo mi larga asociación con miembros de la fe judía, y mis encuentros en muchas partes del mundo con mis hermanos y hermanas musulmanes. Hoy, la divina Providencia nos ha reunido y nos permite rezar: "¡Oh Dios, que todas las naciones te alaben!" Que esta oración signifique nuestro compromiso común para una mayor comprensión y cooperación.

5. También quiero mostrar mi aprecio a la comunidad civil de toda el área metropolitana, a todos aquellos asociados a la ciudad de San Luis y dedicados a su bienestar humano, cultural y social. Vuestra determinación para salir al encuentro de tantos desafíos urbanos que enfrenta la comunidad ayudará a que surja un renovado "Espíritu de San Luis" que sirva a la causa de la ciudad, que es la causa de sus pobladores y sus necesidades. De particular importancia debe ser el entrenamiento de los jóvenes para una participación positiva en la comunidad. Respecto a esto comparto la esperanza de la Arquidiócesis de que el Colegio Preparatorio Cardenal Ritter, mantenido por el apoyo común de todos los sectores, esté en capacidad de continuar brindando a numerosos jóvenes la oportunidad de una educación de buena calidad y de un desarrollo genuinamente humano.

En nombre de la Iglesia expreso mi gratitud a todos, incluyendo a la comunidad empresarial, por su constante apoyo a tantos meritorios servicios de caridad, sociales y educacionales promovidos por la Iglesia.

6. "Oh Dios, que todas las naciones te alaben" (Sal 67).

A fines de este siglo, marcado a la vez por un progreso sin precedentes y por un precio trágico de sufrimiento humano, cambios radicales en la política mundial dejan a América con una elevada responsabilidad de ser para el mundo ejemplo de una sociedad verdaderamente libre, democrática, justa y humana. Hay una lección para toda nación poderosa en el Cántico del Apocalipsis que hemos recitado. Éste hace referencia al canto de liberación que Moisés entonó después de conducir al pueblo a través del Mar Rojo, salvándolo de la ira del Faraón. Toda la historia de la salvación debe ser leída en la perspectiva de aquel Éxodo: Dios se revela en sus acciones para defender a los humildes de la tierra y para liberar a los oprimidos.

Del mismo modo, en su Cántico del Magnificat, María, la Madre del Redentor, nos da la clave para comprender la intervención de Dios en la historia humana cuando dice: el Señor "dispersó a los que son soberbios en su propio corazón… y exaltó a los humildes" (Lc 1,51-52). De la historia de la salvación aprendemos que el poder es una responsabilidad: es un servicio, no un privilegio. Su ejercicio es moralmente justificable cuando es usado para el bien de todos, cuando es sensible a las necesidades de los pobres y desprotegidos.

Se encuentra otra lección aquí: Dios nos ha dado una ley moral para guiarnos y protegernos de volver a caer en la esclavitud del pecado y la falsedad. No estamos solos en nuestra responsabilidad ante el gran don de la libertad. Los Diez Mandamientos son la Carta Magna de la verdadera libertad, tanto para los individuos como para la sociedad en conjunto.

América proclamó primero su independencia sobre la base de verdades morales evidentes en sí mismas. América seguirá siendo un faro de libertad para el mundo en la medida en que se funde en esas verdades morales que son el centro mismo de su experiencia histórica. Y también América: Si quieres paz, trabaja por la justicia. Si quieres justicia, defiende la vida. Si quieres vida, abraza la verdad: la verdad revelada por Dios.

De esta manera la alabanza de Dios, el lenguaje del Cielo, estará por siempre en los labios de este pueblo: "El Señor es Dios, el Altísimo… Venid entonces, inclinémonos y adorémoslo". Amén.


Homilía del Santo Padre durante la misa
en el Trans World Dome St. Louis, 27 de Enero 1999

"De esta manera se ha revelado a nosotros el amor de Dios: Dios envió al mundo a su Hijo único para que tengamos vida por medio de él" (1Jn 4,9).

Queridos Hermanos y Hermanas,

1. En la Encarnación, Dios se revela plenamente en el Hijo que viene al mundo (cf. Tertio Millenio Adveniente, 9). Nuestra fe no es simplemente el resultado de nuestra búsqueda de Dios. En Jesucristo, es Dios quien viene en persona para hablarnos y para mostrarnos el camino hacia Él.

La Encarnación también revela la verdad acerca del hombre. En Jesucristo, el Padre ha hablado la palabra definitiva acerca de nuestro verdadero destino y el sentido de la historia humana (cf. Ibid., 5). "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1Jn 4,10)". El Apóstol está hablando sobre el amor que inspiró al Hijo hacerse hombre y habitar entre nosotros. Por Jesucristo sabemos cuánto nos ama el Padre. En Jesucristo, por el don del Espíritu Santo, cada uno de nosotros puede tener parte en el amor que es la vida de la Santísima Trinidad.

San Juan prosigue: "Quien reconoce que Jesús es Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" (1Jn 4,15). A través de la fe en el Hijo de Dios hecho hombre moramos en el corazón mismo de Dios: "Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16). Estas palabras nos abren al misterio del Sagrado Corazón de Jesús: el amor y compasión de Jesús es la puerta a través de la cual el eterno amor del padre se derrama sobre el mundo. Al celebrar esta Misa del Sagrado Corazón, ¡abramos ampliamente nuestros propios corazones a la misericordia salvadora de Dios!

2. En la lectura del Evangelio que acabamos de escuchar, San Lucas utiliza la figura del Buen Pastor para hablarnos de este amor divino. El Buen Pastor es una imagen querida por Jesús en los Evangelios. Respondiendo a los fariseos que se quejaban de que acogía a los pecadores comiendo con ellos, el Señor les hace una pregunta: ¿Quién de ustedes, que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no abandonaría a las noventa y nueve en el desierto y se iría tras la perdida hasta encontrarla? "Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’" (Lc 15,5-6).

Esta parábola destaca el gozo de Cristo y de nuestro Padre celestial por cada pecador que se arrepiente. El amor de Dios es un amor que sale a nuestro encuentro. Es un amor que salva. Este es el amor que encontramos en el Corazón de Jesús.

3. Una vez que conocemos el amor que está en el Corazón de Cristo, sabemos que todo individuo, toda familia, toda persona en la faz de la tierra puede poner su confianza en ese Corazón. Hemos oído a Moisés decir: "Sois un pueblo sagrado para el Señor, vuestro Dios… el Señor puso en vosotros su corazón y os escogió… porque el Señor os amó" (Dt 7,6-8). Desde los tiempos del Antiguo Testamento, el núcleo de la historia de la salvación es el amor y la elección infalibles de Dios y nuestra respuesta humana a ese amor. Nuestra fe es nuestra respuesta al amor de Dios y a su elección.

Trescientos años han pasado desde el 8 de diciembre de 1698, cuando el Santo Sacrificio de la Misa fue ofrecido por vez primera en lo que ahora es la ciudad de San Luis. Era la Fiesta de la Inmaculada Concepción de nuestra Santa Madre, y el Padre Montigny, el Padre Davion y el Padre St. Cosme prepararon una piedra de altar a orillas del Río Mississippi y ofrecieron la Misa. Estos tres siglos han sido la historia del amor de Dios derramado en esta parte de los Estados Unidos, y han sido una historia de respuesta generosa a ese amor.

En esta arquidiócesis, el mandamiento del amor ha hecho surgir una serie interminable de actividades por las cuales damos gracias ahora a nuestro Padre celestial. San Luis ha sido el Portal hacia el Oeste, pero ha sido también el portal de un gran testimonio cristiano y un gran servicio evangélico. En fidelidad con el mandamiento de Cristo de evangelizar, el primer pastor de esta Iglesia local, Monseñor Joseph Rosati —quien vino del pueblo de Sora, muy cerca de Roma— promovió una dedicada actividad misionera desde el principio. Así, hoy podemos contar cuarenta y seis diócesis distintas en el área en que sirvió Monseñor Rosati.

En esta área, numerosas congregaciones religiosas de hombres y mujeres han trabajado por el Evangelio con ejemplar dedicación, generación tras generación. Aquí pueden encontrarse las raíces americanas de los esfuerzos evangelizadores de la Legión de María y otras asociaciones de apostolado laical. El trabajo de la Sociedad para la Propagación de la Fe, realizado gracias al generoso apoyo de las personas de esta arquidiócesis, realmente forma parte de la respuesta de la Iglesia al mandamiento de Cristo de evangelizar. Desde San Luis, el Cardenal Ritter mandó a los primeros sacerdotes Fidei Donum a Latinoamérica en 1956, dando una expresión práctica al intercambio de dones que fue siempre parte de la comunión entre las Iglesias. Esta solidar idad dentro de la Iglesia fue el tema central de la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos —la Iglesia en América—, realizada el año pasado, la cual acabo de firmar y entregar en la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en Ciudad de México.

4. Aquí, por la gracia de Dios, actividades de caridad de todo tipo han sido parte vibrante de la vida católica. La Sociedad de San Vicente de Paúl ha tenido un lugar privilegiado en la arquidiócesis desde el inicio. Las Caridades Católicas han desarrollado por años una labor excepcional en nombre de Jesucristo. Destacados servicios católicos de cuidados de la salud han mostrado el rostro humano del amoroso y compasivo Cristo.

Las escuelas católicas han probado ser de inapreciable valor para generaciones de niños, enseñándoles a conocer, amar y servir a Dios, y preparándolos para tomar su lugar en la comunidad con responsabilidad. Padres, profesores, pastores, administradores y parroquias enteras se han sacrificado enormemente para mantener el carácter esencial de la educación católica como un ministerio auténtico de la Iglesia y un servicio evangélico a los jóvenes. Las metas del Plan Pastoral Estratégico de la arquidiócesis —evangelización, conversión, camaradería, educación católica, servicio a los necesitados— tienen una larga tradición en este lugar.

Hoy en día, los católicos americanos están siendo seriamente desafiados a conocer y apreciar esta inmensa herencia de santidad y servicio. De esa herencia debéis sacar la inspiración y la fuerza para la nueva evangelización, tan urgentemente necesaria conforme nos vamos acercando al Tercer Milenio Cristiano. En la santidad y el servicio de San Philippine Duchesne, de San Luis, así como de incontables fieles sacerdotes, religiosos y laicos desde los primeros días de la Iglesia en esta área, la vida católica ha aparecido en todo su rico y variado esplendor. Nada menos se os pide a vosotros hoy en día.

5. Al irse desplegando la nueva evangelización, ella debe incluir un especial énfasis en la familia y en la renovación del matrimonio cristiano. En su misión primaria de comunicarse el amor el uno al otro, de ser co-creadores con Dios de la vida humana y de transmitir el amor de Dios a sus hijos, los padres deben saber que son plenamente apoyados por la Iglesia y la sociedad. La nueva evangelización debe portar una visión más completa de la familia como el fundamento primario y vital de la social, la primera escuela de virtud social y solidaridad (cf. Familiaris Consortio, 42). ¡Como va la familia, así va la nación!

La nueva evangelización debe también mostrar la verdad de que "el Evangelio del amor de Dios por el hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un mismo e indivisible Evangelio" (Evanelium Vitae, 2). Como creyentes, ¿cómo podemos dejar de ver que el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido son un rechazo terrible del don de Dios de la vida y el amor? Y como creyentes, ¿cómo podemos dejar de sentir el deber de rodear a los enfermos y a aquellos en necesidad con el calor de nuestro afecto y el apoyo que los ayudará siempre a abrazar la vida?

La nueva evangelización reclama seguidores de Cristo que sean incondicionalmente pro-vida: que proclamen, celebren y sirvan al Evangelio de la vida en todas las situaciones. Un signo de esperanza es el creciente reconocimiento de que la dignidad de la vida humana no debe nunca ser abandonada, incluso en el caso de alguien que haya hecho un gran mal. La sociedad moderna tiene los medios para protegerse sin negar definitivamente a los criminales la oportunidad de reformarse (cf. Evangelium Vitae, 27). Renuevo el llamado que hice recientemente en Navidad por un consenso para terminar con la pena de muerte, que es al mismo tiempo cruel e innecesaria.

Al acercarse el nuevo milenio, permanece otro gran desafío ante esta comunidad de San Luis, al este y oeste del Mississippi, y no sólo para San Luis, sino para todo el país: poner fin a toda forma de racismo, una plaga que vuestros Obispos han llamado uno de los más persistentes y destructivos males de la nación.

6. Queridos Hermanos y Hermanas, el Evangelio del amor de Dios, que estamos celebrando hoy, encuentra su más alta expresión en la Eucaristía. En la Misa y en la Adoración Eucarística nos encontramos con el amor misericordioso de Dios que pasa a través del Corazón de Jesucristo. En nombre de Jesús, el Buen Pastor, quiero hacer un llamado, un llamado a los católicos en todos los Estados Unidos y dondequiera que puedan llegar mi voz y mis palabras, especialmente a aquellos que por una u otra razón están separados de la práctica de su fe. En las vísperas del Gran Jubileo del dos milésimo aniversario de la Encarnación, Cristo os busca y os invita de nuevo a la comunidad de fe. ¿No es acaso éste el momento para que experimentéis el gozo de retor nar a la casa del Padre? En algunos casos pueden haber aún obstáculos para la participación eucarística; en algunos casos pueden haber recuerdos que sanar; pero en todos los casos está la seguridad del amor y la misericordia de Dios.

El Gran Jubileo del Año 2000 comenzará con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro en Roma: este es un poderoso símbolo de la Iglesia, abierta a todo el que sienta la necesidad del amor y la misericordia del Corazón de Cristo. En el Evangelio dice Jesús: "Yo soy la puerta; si uno entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pasto" (cf. Jn 10,9).

Nuestra vida cristiana puede ser vista como una gran peregrinación hacia la casa del Padre que pasa a través de la puerta que es Jesucristo. La llave de esa puerta es el arrepentimiento y la conversión. La fuerza para pasar a través de esa puerta viene de nuestra fe, esperanza y caridad. Para muchos católicos una parte importante del viaje debe ser el redescubrir el gozo de pertenecer a la Iglesia, el apreciar la Iglesia como el Señor nos la ha dado, como Madre y Maestra.

Viviendo en el Espíritu Santo, la Iglesia mira hacia el Milenio como un tiempo de renovación espiritual de grandes consecuencias. El Espíritu verdaderamente hará surgir una nueva primavera de la fe si los corazones cristianos están llenos de nuevas actitudes de humildad, generosidad y apertura a su gracia purificadora. La santidad y el servicio cristiano florecerán en las parroquias y comunidades a lo largo de esta tierra si "llegáis a conocer y creer en el amor que Dios os tiene" (cf. 1Jn 4,16).

¡María, Madre de la Misericordia, enseña al pueblo de San Luis y de los Estados Unidos a decir sí a tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo!

¡Madre de la Iglesia, en el camino hacia el Gran Jubileo del Tercer Milenio, sé la Estrella que guíe seguramente nuestros pasos al Señor!

¡Virgen de Nazaret, hace 2000 años trajiste al mundo al Verbo Encarnado: guía a los hombres y mujeres del nuevo milenio hacia Aquel que es la verdadera luz del mundo! Amén.


Encuentro con los jóvenes en el Kiel Center
(I parte) San Luis, 26 de enero de 1999

Queridos jóvenes de San Luis, Queridos jóvenes de los Estados Unidos,

¡Alabado sea Jesucristo!

1. Vuestra cálida y entusiasta bienvenida me hace muy feliz. Me dice que esta noche el Papa os pertenece. Acabo de estar en Ciudad de México celebrando la conclusión del Sínodo de los Obispos para América. Allí tuve la alegría de estar con varios miles de jóvenes. Y ahora mi alegría continúa aquí con vosotros, jóvenes de San Luis y Missouri, y de todos los Estados Unidos.

2. Estamos reunidos esta noche para escuchar a Jesús que nos habla a través de su palabra y en el poder del Espíritu Santo.

Acabamos de escuchar al Apóstol Pablo decirle a Timoteo, su joven compañero evangelizador: "Entrénate para la piedad" (1Tim 4,7). Estas palabras son importantes para todo cristiano, para todo aquél que busca de verdad seguir al Señor y poner en práctica sus palabras. Ellas son especialmente importantes para vosotros, los jóvenes de la Iglesia. Y por lo tanto necesitáis preguntaros: ¿qué entrenamiento estoy realizando para vivir una vida cristiana verdadera?

Todos vosotros sabéis qué es un "entrenamiento" y lo que significa. De hecho, estamos aquí en el Kiel Center donde muchas personas entrenan largo y duro para competir en diversos deportes. Hoy este impresionante estadio se ha convertido en otro tipo de campo de entrenamiento —no para hockey, fútbol o baloncesto, sino para ese entrenamiento que os ayudará a vivir su fe en Jesús de manera más decisiva. Este es el "entrenamiento en la piedad" al que San Pablo se refiere —¡el entrenamiento que hace posible que os entreguéis vosotros mismos sin reservas al Señor y a la obra que os llama a realizar!

3. Me han contado que hubo gran emoción en San Luis durante la última temporada de béisbol, cuando dos grandes jugadores (Mark McGwire y Sammy Sosa) estaban compitiendo para romper el récord de home-runs. Podéis experimentar el mismo gran entusiasmo mientras os entrenáis para una meta distinta: la meta de seguir a Cristo, la meta de llevar su mensaje al mundo.

Cada uno de vosotros pertenece a Cristo, y Cristo os pertenece. En el Bautismo fuisteis rescatados para Cristo con el Signo de la Cruz; recibisteis la fe católica como un tesoro a ser compartido con los demás. En la Confirmación fuisteis sellados con los dones del Espíritu Santo y fortalecidos para vuestra misión y vocación cristianas. En la Eucaristía recibís el alimento que os sustenta para los retos espirituales de cada día.

Estoy especialmente contento de que tantos de vosotros hayan tenido hoy la oportunidad de recibir el Sacramento de la Penitencia, el Sacramento de la Reconciliación. En este Sacramento experimentáis la tierna misericordia y el amor del Salvador en una manera muy personal, cuando sois liberados del pecado y de la vergüenza, su horrible compañera. Vuestras cargas os son quitadas y experimentáis el gozo de la nueva vida en Cristo.

Vuestra pertenencia a la Iglesia no puede encontrar mayor expresión o apoyo que compartiendo la Eucaristía cada domingo en vuestras parroquias. Cristo nos da el don de su cuerpo y su sangre para hacernos un sólo cuerpo, un espíritu en Él, para llevarnos a una comunión más profunda con Él y con los miembros de su Cuerpo, la Iglesia. ¡Haced de la celebración dominical en vuestras parroquias un encuentro real con Jesús en la comunidad de sus seguidores: esta es parte esencial de vuestro "entrenamiento en la piedad" al Señor!

4. Queridos jóvenes, en la lectura que acabamos de escuchar el Apóstol Pablo le dice a Timoteo: "Que nadie menosprecie tu juventud" (1Tim 4,12). Él dice esto porque la juventud es un don maravilloso del Señor. Es un tiempo de energía, oportunidades y responsabilidades especiales. Cristo y la Iglesia necesitan vuestros talentos especiales. ¡Utilizad bien los dones que el Señor os ha dado!

Este es el tiempo de vuestro "entrenamiento", de vuestro desarrollo físico, intelectual, emocional y espiritual. Pero esto no significa que podéis dejar para después vuestro encuentro con Cristo y vuestra cooperación en la misión de la Iglesia. A pesar de que sois jóvenes, ¡ahora es el tiempo para la acción! Jesús no "menosprecia vuestra juventud". No os hace a un lado hasta que seáis más viejos y vuestro entrenamiento esté completo. Estáis listos para lo que Cristo quiere de vosotros ahora. Él quiere que vosotros —todos vosotros— seáis la luz del mundo como sólo los jóvenes pueden ser luz. ¡Es hora que dejéis brillar vuestra luz!

En todos mis viajes le hablo al mundo de vuestras energías juveniles, vuestros dones y vuestra prontitud para amar y servir. Y dondequiera que voy reto a los jóvenes —como un amigo— a vivir en la luz y la verdad de Jesucristo.

Os insto a que dejéis entrar su palabra en vuestros corazones y entonces desde lo hondo de vuestros corazones le digáis: "¡Aquí estoy Señor, vengo a hacer tu voluntad! (cf. Hb 10,7).


Encuentro con los jóvenes en el Kiel Center
( II parte) San Luis, 26 de enero de 1999

"Vosotros sois la luz del mundo… Vuestra luz debe brillar delante de todos" (Mt 5,14.16)

Queridos jóvenes,

1. Preguntaos: ¿Creo aquellas palabras de Jesús en el Evangelio? Jesús os está llamando, la luz del mundo. Os está pidiendo que dejéis brillar vuestra luz ante los demás. Sé que en vuestros corazones queréis decir: "Aquí estoy Señor. Aquí estoy. Vengo a hacer tu voluntad" (Salmo Responsorial; cf. Hb 10,7). Pero sólo si sois uno con Jesús podréis compartir su luz y ser luz para el mundo.

¿Estáis preparados para esto?

Lamentablemente, muchos viven hoy alejados de la luz, en un mundo de ilusiones, un mundo de sombras fugaces y promesas irrealizadas. Si miráis a Jesús, si vivís la Verdad que es Jesús, tendréis en vosotros la luz que revela las verdades y valores sobre los cuales construir vuestra propia felicidad, construyendo un mundo de justicia, paz y solidaridad. Recordad lo que Jesús dijo: "Yo soy la luz del mundo; aquellos que me sigan no caminarán en tinieblas sino que tendrán la luz de la vida" (cf. Jn 8,12).

Ya que Jesús es la Luz, nosotros también nos hacemos luz cuando lo proclamamos. Este es el corazón de la misión cristiana para la cual cada uno de vosotros ha sido llamado a través del Bautismo y la Confirmación. Sois llamados a hacer que la luz de Cristo brille intensamente en el mundo.

2. Cuando erais pequeños, ¿a veces no teníais miedo a la oscuridad? Ahora ya no sois niños temerosos de la oscuridad. Sois adolescentes y jóvenes adultos. Pero ahora os dais cuenta que hay otro tipo de oscuridad en el mundo: la oscuridad de la duda y la incertidumbre. Podéis sentir la oscuridad de la soledad y la desolación. Vuestras ansiedades pueden venir de preguntas sobre vuestro futuro o de lamentos por opciones pasadas.

A veces el mundo mismo parece lleno de oscuridad. La oscuridad de los niños que andan hambrientos e incluso mueren. La oscuridad de los que no tienen hogar o carecen de trabajo y cuidados médicos apropiados. La oscuridad de la violencia: violencia contra los niños no nacidos, violencia en las familias, la violencia de las pandillas, la violencia del abuso sexual, la violencia de las drogas que destruyen el cuerpo, la mente y el corazón. Hay algo terriblemente equivocado cuando tantos jóvenes son vencidos por la desesperanza al punto de tomar sus propias vidas. Y ya en partes de esta nación han sido aprobadas leyes que permiten a los doctores acabar con las vidas de aquellos que han jurado ayudar. El don de la vida que Dios nos hace está siendo rechazado. Se escoge la muerte sobre la vida y esto trae consigo las tinieblas de la desesperación.

3. ¡Pero vosotros creéis en la luz! (cf. Jn 12,36) No escuchéis a aquellos que os incitan a mentir, a evadir la responsabilidad, a poneros primero a vosotros mismos. No escuchéis a aquellos que os dicen que la castidad ha pasado. En vuestros corazones vosotros sabéis que el verdadero amor es un don de Dios y respeta su plan para la unión del hombre y la mujer en el matrimonio. No traguéis el anzuelo de falsos valores y slogans ilusorios, especialmente aquellos acerca de vuestra libertad. La verdadera libertad es un regalo maravilloso de Dios y ha sido parte apreciada de la historia de vuestro país. Pero cuando la libertad es separada de la verdad, los individuos pierden su dirección moral y el mismo entramado de la sociedad comienza a destejerse.

La libertad no es la capacidad de hacer lo que queramos, cuando queramos. Más bien, la libertad es la capacidad de vivir responsablemente la verdad de nuestra relación con Dios y entre nosotros. Recordad lo que dijo Jesús: "conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32). No dejéis que nadie os engañe o impida que veáis lo que realmente importa. Volveos a Jesús, escuchadlo y descubrid el verdadero significado y sentido de vuestras vidas.

4. ¡Vosotros sois hijos de la luz! (cf. Jn 12,36) Pertenecéis a Cristo y Él os ha llamado por vuestro nombre. Vuestra primera responsabilidad es llegar a conocer tanto como podáis acerca de Él, en vuestras parroquias, en la instrucción religiosa en vuestros colegios y universidades, en vuestros grupos juveniles y Centros Newman.

Pero llegaréis a conocerlo verdaderamente y personalmente sólo a través de la oración. Lo que se necesita es que vosotros habléis con Él y lo escuchéis.

Actualmente vivimos una era de comunicaciones instantáneas. Pero ¿se imaginan realmente que forma única de comunicación es la oración? La oración nos permite conocer a Dios en el nivel más profundo de nuestro ser. Nos conecta directamente con Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, en un intercambio constante de amor.

A través de la oración aprenderéis a ser la luz del mundo, porque en la oración os hacéis uno con la fuente de nuestra verdadera luz, Jesús mismo.

5. Cada uno de vosotros tiene una misión especial en la vida, y cada uno está llamado a ser discípulo de Cristo. Muchos de ustedes servirán a Dios en la vocación de la vida matrimonial cristiana; algunos de ustedes lo servirán como personas solteras dedicadas; algunos como sacerdotes y religiosos. Pero todos vosotros debéis ser la luz del mundo. A aquellos de vosotros que creéis que Cristo puede estaros invitando para seguirlo en el sacerdocio o en la vida consagrada os hago este llamado personal: os invito a que le abráis generosamente vuestros corazones; no retardéis vuestra respuesta. El Señor os ayudará a conocer su voluntad; Él os ayudará a seguir con coraje vuestra vocación.

6. Jóvenes amigos, en los días, semanas y años venideros, siempre que recuerden esta noche, recordad que el Papa vino a los Estados Unidos, a la ciudad de San Luis, a llamar a los jóvenes de América hacia Cristo, a invitaros a seguirlo. ¡Él vino para desafiaros a ser la luz del mundo! "La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencen" (Jn 1,5). Jesús, quien ha conquistado al pecado y a la muerte, os recuerda: "Yo estoy siempre con vosotros" (Mt 28,20). Él dice: "¡Coraje! Soy yo; no tengáis miedo! (Mc 6,50).

En el horizonte de esta ciudad se divisa el Arco Portal, el cual a menudo capta la luz del sol en sus diversos colores y matices. De manera similar, en miles de formas distintas, debéis reflejar la luz de Cristo a través de vuestras vidas de oración y alegre servicio a los demás. ¡Con la ayuda de María, la Madre de Jesús, los jóvenes de América harán esto magníficamente!

Recordad: ¡Cristo os está llamando; la Iglesia os necesita; el Papa cree en vosotros y espera grandes cosas de vosotros!

¡Alabado sea Jesucristo!