LOS MEDIOS EN LA FAMILIA: UN RIESGO Y UNA RIQUEZA
Queridos hermanos y hermanas:
1. El
extraordinario crecimiento de los medios de comunicación social y su mayor
disponibilidad han brindado oportunidades excepcionales para enriquecer la vida
no sólo de los individuos, sino también de las familias. Al mismo tiempo, las
familias afrontan hoy nuevos desafíos, que brotan de los diversos mensajes, a
menudo contradictorios, que transmiten los medios de comunicación social. El
tema elegido para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2004, es
decir, «Los medios en la familia: un riesgo y una riqueza», es muy oportuno,
puesto que invita a una sobria reflexión sobre el uso que hacen las familias de
los medios de comunicación, y también sobre el modo en que los medios de
comunicación tratan a la familia y las cuestiones que afectan a la familia.
El tema de este año sirve, además, para recordar a todos, tanto a los agentes de
la comunicación como a las personas a las que se dirigen, que toda comunicación
tiene una dimensión moral. Como dijo el Señor mismo, de la abundancia del
corazón habla la boca (Cf. Mateo 12, 34-35). La estatura moral de las personas
crece o disminuye según las palabras que pronuncian y los mensajes que eligen
oír. En consecuencia, los agentes de la comunicación, los padres y los
educadores, tienen especial necesidad de sabiduría y discernimiento en el uso de
los medios de comunicación social, pues sus decisiones influyen en gran medida
en los niños y en los jóvenes de los que son responsables y que, en definitiva,
son el futuro de la sociedad.
2. Gracias a la expansión sin precedentes del mercado de las comunicaciones
sociales en las últimas décadas, muchas familias en todo el mundo, incluso las
que disponen de medios más bien modestos, ahora tienen acceso desde su casa a
los inmensos y variados recursos de los medios de comunicación social. En
consecuencia, gozan de oportunidades prácticamente ilimitadas de información,
educación, enriquecimiento cultural e incluso crecimiento espiritual,
oportunidades muy superiores a las que tenían en el pasado reciente la mayoría
de las familias.
Con todo, estos mismos medios de comunicación tienen la capacidad de producir
gran daño a las familias, presentándoles una visión inadecuada o incluso
deformada de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad. El
concilio Vaticano II captó muy bien esta capacidad de fortalecer o minar valores
tradicionales como la religión, la cultura y la familia; por eso, enseñó que
«para el recto uso de estos medios es absolutamente necesario que todos los que
los utilizan conozcan las normas del orden moral en este campo y las lleven
fielmente a la práctica» («Inter mirifica», 4). La comunicación, en todas sus
formas, debe inspirarse siempre en el criterio ético del respeto a la verdad y a
la dignidad de la persona humana.
3. Estas consideraciones se aplican especialmente al modo en que los medios de
comunicación tratan a la familia. Por una parte, el matrimonio y la vida
familiar se presentan a menudo de un modo sensible, realista pero también
benévolo, que exalta virtudes como el amor, la fidelidad, el perdón y la entrega
generosa a los demás. Esto vale también para los programas de los medios de
comunicación social que reconocen los fracasos y las decepciones que sufren
inevitablemente los matrimonios y las familias --tensiones, conflictos,
contrariedades, decisiones equivocadas y hechos dolorosos--, pero al mismo
tiempo se esfuerzan por discernir lo correcto de lo incorrecto, distinguir el
amor auténtico de sus falsificaciones, y mostrar la importancia insustituible de
la familia como unidad fundamental de la sociedad.
Por otra parte, con demasiada frecuencia los medios de comunicación presentan a
la familia y la vida familiar de modo inadecuado. La infidelidad, la vida sexual
fuera del matrimonio y la ausencia de una visión moral y espiritual del pacto
matrimonial se presentan de modo acrítico, y a veces, al mismo tiempo, apoyan el
divorcio, la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad. Esas presentaciones,
al promover causas contrarias al matrimonio y a la familia, perjudican al bien
común de la sociedad.
4. Una reflexión atenta sobre la dimensión ética de las comunicaciones debe
desembocar en iniciativas prácticas orientadas a eliminar los peligros para el
bienestar de la familia planteados por los medios de comunicación social, y
asegurar que esos poderosos medios de comunicación sigan siendo auténticas
fuentes de enriquecimiento. A este respecto, tienen una responsabilidad especial
los agentes de la comunicación, las autoridades públicas y los padres.
El Papa Pablo VI subrayó que los agentes de la comunicación «deben conocer y
respetar las exigencias de la familia. Esto supone en ellos a veces una gran
valentía y siempre un hondo sentido de responsabilidad» («Mensaje para la
Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1969»; L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 18 de mayo de 1969, p. 2). No es tan fácil resistir
a las presiones comerciales o a las exigencias de adecuarse a las ideologías
seculares, pero eso es precisamente lo que los agentes de la comunicación
responsables deben hacer. Es mucho lo que está en juego, pues cualquier ataque
al valor fundamental de la familia es un ataque al bien auténtico de la
humanidad.
Las autoridades públicas tienen el grave deber de apoyar el matrimonio y la
familia en beneficio de la sociedad misma. En cambio, muchos ahora aceptan y
actúan basándose en argumentos libertarios infundados de algunos grupos que
defienden prácticas que contribuyen al grave fenómeno de la crisis de la familia
y al debilitamiento del concepto auténtico de familia. Sin recurrir a la
censura, es necesario que las autoridades públicas pongan en práctica políticas
y procedimientos de reglamentación para asegurar que los medios de comunicación
social no actúen contra el bien de la familia. Los representantes de las
familias deben participar en la elaboración de esas políticas.
Los que elaboran las políticas en los medios de comunicación y en el sector
público deben favorecer también una distribución equitativa de los recursos de
los medios de comunicación tanto a nivel nacional como internacional, respetando
la integridad de las culturas tradicionales. Los medios de comunicación no deben
dar la impresión de que tienen un programa hostil a los sanos valores familiares
de las culturas tradicionales, o de que buscan sustituir esos valores, como
parte de un proceso de globalización, con los valores secularizados de la
sociedad consumista.
5. Los padres, como primeros y principales educadores de sus hijos, son también
los primeros en explicarles cómo usar los medios de comunicación. Están llamados
a formar a sus hijos «en el uso moderado, crítico, vigilante y prudente de tales
medios» en el hogar («Familiaris consortio», 76). Cuando los padres lo hacen
bien y con continuidad, la vida familiar se enriquece mucho. Incluso a los niños
pequeños se les pueden dar importantes explicaciones sobre los medios de
comunicación social: que son producidos por personas interesadas en transmitir
mensajes; que esos mensajes a menudo inducen a hacer algo --a comprar un
producto, a tener una conducta discutible-- que no beneficia al niño o no
corresponde a la verdad moral; que los niños no deben aceptar o imitar de modo
acrítico lo que encuentran en los medios de comunicación social.
Los padres también deben reglamentar el uso de los medios de comunicación en el
hogar. Esto implica planificar y programar el uso de dichos medios, limitando
estrictamente el tiempo que los niños les dedican, haciendo del entretenimiento
una experiencia familiar, prohibiendo algunos medios de comunicación y
excluyéndolos periódicamente todos para dejar espacio a otras actividades
familiares. Sobre todo, los padres deben dar buen ejemplo a los niños, haciendo
un uso ponderado y selectivo de dichos medios. A menudo les podría resultar útil
unirse a otras familias para estudiar y discutir los problemas y las
oportunidades que plantea el uso de los medios de comunicación. Las familias
deberían manifestar claramente a los productores, a los que hacen publicidad y a
las autoridades públicas lo que les agrada y lo que les desagrada.
6. Los medios de comunicación social poseen un inmenso potencial positivo para
promover sanos valores humanos y familiares, contribuyendo así a la renovación
de la sociedad. Conscientes de su gran fuerza para modelar las ideas e influir
en la conducta de las personas, los agentes de la comunicación social deben
reconocer que no sólo tienen la responsabilidad de brindar a las familias todo
el estímulo, la ayuda y el apoyo que les sea posible con vistas a ese fin, sino
también de practicar la sabiduría, el buen juicio y la honradez al presentar las
cuestiones que atañen a la sexualidad, al matrimonio y a la vida familiar.
Los medios de comunicación cada día son acogidos como huéspedes habituales en
muchos hogares y familias. En esta Jornada mundial de las comunicaciones
sociales, exhorto tanto a los agentes de la comunicación como a las familias a
reconocer este privilegio único, así como la responsabilidad que implica. Ojalá
que todos los que están comprometidos en el ámbito de las comunicaciones
sociales sean conscientes de que son los auténticos «dispensadores y
administradores de un inmenso poder espiritual que pertenece al patrimonio de la
humanidad y está destinado al enriquecimiento de toda la comunidad humana»
(«Discurso a las personas comprometidas en el campo de las comunicaciones
sociales», Los Ángeles, 15 de septiembre de 1987, n. 8: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 18 de octubre de 1987, p. 14). Y ojalá que las
familias logren encontrar siempre en los medios de comunicación una fuente de
apoyo, estímulo e inspiración al tratar de vivir como comunidades de vida y
amor, educar a los jóvenes en los sanos valores morales y promover una cultura
de solidaridad, libertad y paz.
Vaticano, 24 de enero de 2004, fiesta de San Francisco de Sales
IOANNES
PAULUS II
[Traducción del original inglés distribuida por la Sala de Prensa de la Santa
Sede]