Mensaje de S.S. Juan Pablo II
para la XXIV Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales
27 de mayo de 1990

El anuncio del Evangelio en la actual cultura informática

Hermanos y hermanas, queridos amigos:

En una de sus plegarias eucarísticas, la Iglesia se dirige a Dios con estas palabras: "A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado" (Plegaria eucarística IV).

Para el hombre y la mujer así creados y enviados por Dios, cualquier día de trabajo tiene un sentido grande y maravilloso. Las ideas, actividades y empresas de cada persona, por muy ordinarias que sean, sirven al Creador para renovar el mundo, llevarlo a su salvación, hacer de él un instrumento más perfecto de la gloria divina.

Hace casi veinticinco años, los Padres del Concilio Vaticano II, al reflexionar acerca de la Iglesia en el mundo moderno, manifestaron que los hombres y las mujeres, por los servicios prestados a su familia y a la sociedad en sus quehaceres ordinarios, con razón pueden pensar que con su trabajo "desarrollan la obra del Creador… y contribuyen de modo personal a que se cumplan los planes de Dios en la historia" (Gaudium et spes, 34).

Cuando los Padres del Concilio estaban dirigiendo su mirada hacia el futuro e intentaban discernir el contexto en el que la Iglesia estaría llamada a llevar a cabo su misión, pudieron ver claramente que el progreso y la tecnología ya estaban "transformando la faz de la tierra" e incluso que ya se estaba llegando a la conquista del espacio (cf. Gaudium et spes, 5). Reconocieron, especialmente, que los desarrollos de la tecnología de las comunicaciones con toda probabilidad iban a provocar reacciones en cadena de consecuencias imprevisibles.

Lejos de insinuar que la Iglesia tendría que quedarse al margen o intentar aislarse de la riada de esos acontecimientos, los Padres del Concilio vieron que la Iglesia tenía que estar dentro del mismo progreso humano, compartiendo las experiencias de la humanidad e intentando entenderlas e interpretarlas a la luz de la fe. Era a los fieles de Dios a quienes correspondía hacer un uso creativo de los descubrimientos y nuevas tecnologías en beneficio de la humanidad y en cumplimiento del plan de Dios sobre el mundo.

Ese reconocimiento de la rapidez de los cambios y esa disponibilidad ante los nuevos desarrollos resultaron muy acertados en el curso de los años siguientes, ya que continuó la aceleración del ritmo de los cambios y del desarrollo. Hoy en día, por ejemplo, ya a nadie se le ocurriría pensar en la comunicaciones sociales o hablar de las mismas como de simples instrumentos o tecnologías. Más bien, ahora las consideran como parte integrante de una cultura aún inacabada cuyas plenas implicaciones todavía no se entienden perfectamente y cuyas potencialidades por el momento se han explotado sólo parcialmente.

Aquí, pues, encontramos las bases de nuestra reflexión para esta XXIV Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales. Cada día que pasa va cobrando mayor realidad la visión de años anteriores, aquella visión que anticipó la posibilidad de un diálogo real entre pueblos muy alejados los unos de los otros, de una repartición a escala mundial de ideas y aspiraciones, de un crecimiento en la comprensión y el conocimiento mutuos, de un robustecimiento de la hermandad más allá de barreras hasta ahora insuperables (cf. Communio et progressio, 181-182).

Con la llegada de las telecomunicaciones informáticas y de los sistemas de participación informática, a la Iglesia se le ofrecen nuevos medios para llevar a cabo su misión. Métodos para facilitar la comunicación y el diálogo entre sus propios miembros pueden fortalecer los vínculos de unidad entre los mismos. El acceso inmediato a la información le da a la Iglesia la posibilidad de ahondar en su diálogo con el mundo contemporáneo. En el marco de la nueva "cultura informática", la Iglesia tiene más facilidades para informar al mundo acerca de sus creencias y explicar los motivos de sus posturas sobre cualquier problema o acontecimiento concretos. También puede escuchar con más claridad la voz de la opinión pública y estar en el centro de una discusión continua con el mundo, comprometiéndose así a sí misma más inmediatamente en la búsqueda común por resolver los problemas más urgentes de la humanidad (cf. Communio et progressio, 144 ss.).

Está claro que la Iglesia tiene que utilizar los nuevos recursos facilitados por la investigación humana en la tecnología de computadoras y satélites para su cada vez más urgente tarea de evangelización. Su mensaje más vital y urgente se refiere al conocimiento de Cristo y al camino de salvación que Él propone. Eso es algo que la Iglesia tiene que poner a disposición de las personas de cualquier edad, invitándolas a abrazar el Evangelio por amor, y ello sin olvidar que "la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae, 1).

La sabiduría y perspicacia del pasado nos enseñan que Dios "habló según los tipos de cultura propios de cada época. De igual manera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diversas culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación" (Gaudium et spes, 58). "El primer anuncio, la catequesis o el ulterior ahondamiento de la fe, no pueden prescindir de (los) medios (de comunicación social)… La Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteligencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia 'pregona desde los terrados' (cf. Mt 10,27; Lc 12,3) el mensaje del que es depositaria" (Evangelii nuntiandi, 45).

Sin duda, tenemos que estar agradecidos por la nueva tecnología que nos permite almacenar información en amplias memorias artificiales creadas por el hombre, facilitándonos así un acceso extenso e instantáneo al conocimiento que es nuestra herencia humana, a la enseñanza y tradición de la Iglesia, a las palabras de la Sagrada Escritura, a los consejos de los grandes maestros de espiritualidad, a la historia y tradiciones de las Iglesias locales, órdenes religiosas e institutos seculares, así como a las ideas y experiencias de los precursores e innovadores cuya intuición lleva un testimonio constante de la fiel presencia en nuestro medio de un Padre amoroso que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13,52).

Los jóvenes, muy especialmente, se adaptan de buen grado a la cultura informática y a su "lenguaje". Y ello es, desde luego, un motivo de satisfacción. Tenemos que fiarnos de los jóvenes (cf. Communio et progressio, 70). Han tenido la ventaja de crecer junto con los nuevos desarrollos, y les corresponderá a ellos utilizar esos nuevos instrumentos para un diálogo más amplio e intenso entre todas las diversas razas y categorías que comparten este planeta, "cada vez más pequeño". También será suya la tarea de buscar modos de utilizar los nuevos sistemas de conservación e intercambio de datos para contribuir a la promoción de una mayor justicia universal, de un mayor respeto a los derechos humanos, de un sano desarrollo para todos los individuos y pueblos, y de las libertades que son esenciales para una vida plenamente humana.

Sea cual sea nuestra edad, tenemos que afrontar el desafío de los descubrimientos y nuevas tecnologías, aplicándoles una visión moral basada en nuestra fe, en nuestro respeto a la persona humana y en nuestro empeño por transformar el mundo según el plan de Dios. En esta Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales, oremos por ver una utilización sabia de las potencialidades de esta "edad informática", con el fin de servir a la vocación humana y trascendente de cada ser humano, y así glorificar al Padre de quien viene todo bien.

Vaticano, 24 de enero de 1990.

Joannes Paulus PP. II